229 José Ángel Lecanda (Unv. de Deusto, Facultad de CC. Humanas y Sociales. Dpto. Historia)
ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 229 - 238
CIVITAS, CASTELLUM, VICUS AUT VILLA EN EL DUCADO DE CANTABRIA. EL PANORAMA URBANO Y LAS FORMAS DE POBLAMIENTO EN EL DUCADO DE CANTABRIA
Tras el establecimiento definitivo de los visigodos en la península el esquema de estructuración territorial seguía basándose en el predominio de la formas de poblamiento agrupado -aunque ahora cada vez más diseminado por los distintos enclaves rurales que iban surgiendo y que nos describe perfectamente las Etimologías de San Isidoro “...castellum, vicus aut villa...”-, jerarquizados por una civitas que, a su vez, se comprendía dentro de una Provincia, o, luego, cuando en una fase algo posterior éstas se transformaron, en un Ducado, unidad mayor de administración territorial y articulación institucional del reino en época hispanovisigoda.1 Pero ciertamente algunas cosas habían cambiado. Como señalaba García Merino (1975: 375-378), el poblamiento romano en la región estaba muy condicionado por su propio pasado; así, las
1. Aunque se intentó mantener la división bajopimperial de funciones y poderes civiles y miliares, a partir de las reformas de Chindasvinto y Recesvinto, de inspiración bizantina y perfectamente adaptadas a la nueva realidad rural y protofeudal, el Comes civitatis -de funciones fiscales y judiciales en un territorium- quedaba supeditado al Dux provinciae –inicialmente de funciones militares-, con lo que este se convertía, de facto, en la máxima autoridad del territorio provincial/ducado. GARCÍA MORENO, 1989: 325-328. NOVO GUISAN, 1992: 33-36. 2. El Ducado de Cantabria, es, desde el punto de vista historiográfico, problemático. Desde luego no se corresponde con ninguna provincia romana previa. Para la mayor parte de autores la existencia del ducado está fuera de toda duda. Fue creado tarde y como consecuencia -o como medio- de la incorporación definitiva al reino toledano de un amplio espacio montaraz en el norte peninsular no correctamente integrado hasta ese momento; área y problema que quitaron el sueño a no pocos reyes de Toledo, exigiendo más de una docena de campañas militares, unas contra cántabros y astures, otras contra vascones, suevos, francos2 e incluso contra los ruccones. (GARCÍA GONZÁLEZ, 1995). El Ducado de Cantabria se centró territorialmente en ese espacio bisagra entre la Tarraconense y la Gallaecia, entre la Veleia, adscrita a la primera, y la Juliobriga, correspondiente a la segunda en el siglo IV d.C. según la Notitia Dignitatum. (MARTÍNES DÍEZ, 1984: 474-4755. NOVO, 1992: 33). La creación debe formalizarse entre el 653, fecha del VIII concilio toledano, y el 683, fecha del XIII, es decir, durante los reinados de Recesvinto, Wamba o Ervigio. Así pues, es su concreta delimitación territorial, y no su existencia, la que requiere de mayor esfuerzo de concreción y en la que, en estos momentos, por razones obvias, no podemos entrar. Así las cosas, la bibliografía es coincidente en admitir que las campañas de Leovigildo comprendieron el norte de Burgos y de Palencia, parte de Álava y la zona occidental de la actual Rioja, por donde se extenderá posteriormente el Ducado. (MARTÍNEZ DÍEZ, 1984: 479).
ciudades romanas del área estudiada, el Ducado de Cantabria2, la porción más septentrional del antiguo Convento Cluniense, amén de escasamente desarrolladas en su faceta urbanística en razón de su escasa tradición, tardía cronología y tipo de emplazamiento previo, se vieron muy pronto truncadas en su desarrollo urbano y administrativo, que no fue mucho más allá del siglo III; su continuidad a partir de ese momento quedó seriamente dañada y no fue equiparable a la que otras alcanzaron en diferentes regiones peninsulares. De este modo, el territorio, en una etapa histórica basada estructuralmente en las ciudades, presenta un claro déficit, pues predomina en la zona el poblamiento rural sobre el urbano. De hecho, a excepción de la colonia Flaviobriga3 y de Legio IV, todas las demás ciudades son núcleos indígenas romanizados, y de entre todo el tipo de ciudades que podemos reconocer, el más abundante es el de ciudad más bien pequeña que ejerce el papel de mercado comarcal4. Predominan los poblados, incluso algunos muy grandes, pero éstos no son ciudades. Desde la crisis del siglo III algunas de las ciudades que sobreviven se amurallaron. Dentro de nuestro ámbito conocemos Iruña-Veleia o Monte Cantabria (Logroño)5. Por su posición, y en relación al conjunto de las documentadas en el territorio peninsular, parecen situarse todas ellas en zonas de peligro o inseguridad, y ello permitió su lánguido mantenimiento, más por cuanto de refugio y bastión tenían que por su importancia
3. IGLESIAS y RUÍZ, 1995. Iuliobriga (SOLANA, 1981) o Clunia (PALOL, 1984 y 1991) alcanzarán este estatuto con posterioridad a su fundación. (ABÁSOLO; 1993: 192). Son, junto a Iruña-Veleia (FILLOY y GIL, 2000), los mejores modelos de urbanismo colonial romano en la región. 4. En nuestro trabajo hemos tenido en consideración, además de las citadas en la nota anterior, las palentinas Saldania y Pisoraca, las burgalesas Segisama-Iulia, Salionca, Segisamunculum y Virovesca, las cántabras Portus Blendium, Portus Victoriae Juliobrigensium y Portus Vereasuecae, y las mansios alavesas de Arcaia, Suessatio,Tullonium y Uxama Barca. Sobre todas ellas hay información arqueológica y bibliografía. 5. Caso que, para nosotros, debe admitirse con muchas dudas ya que sus excavadores han negado sistemáticamente la existencia de niveles atribuibles a esta fecha en el yacimiento, donde reconocen dos fases de ocupación, la protohistórica y la histórica, datando a ésta última entre el siglo XI y el XIII. (CENICEROS, PEREZ y ANDRÉS, 1993: 235.)
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administrativa, económica o política. Pero tanto para unas como para otras la documentación parece denotar su pérdida de importancia y representatividad. Desde luego, a estas alturas, nada de urbanismo en términos de trama, estructura, equipamiento o función, queda en ellas. (García Moreno, 1989: 255-256) Además, y en tanto que este fenómeno del amurallamiento obedece a razones de seguridad y no solo de prestigio, el modelo y la necesidad provocan la reutilización de los antiguos emplazamientos castreños abandonados desde la conquista o el nacimiento de nuevos emplazamientos enriscados. Por tanto, y como resumen, sigue resultando muy expresiva la cita de Balil (1977: 92): “son escasísimos aquellos (núcleos) que un romano habría considerado como ciudades propiamente dichas y abundan centros de población que hoy llamaríamos villorrios”. 6 Por su parte, las tipología de hábitat rural más extendida era la villae, aunque va evolucionando de forma paralela a la de la ciudad, es decir, empobreciéndose desde el punto de vista constructivo y simplificándose desde el punto de vista conceptual, alejándose del prototipo gran propiedad con orientación comercial dirigida a la ciudad para encaminarse hacia el de conjunto de propiedades fundiarias de carácter agropecuario autosuficiente. Dadas las limitaciones que este tipo de comunicación conllevan, no podemos dedicar más páginas a esta primera parte de nuestro trabajo, el dedicado al estudio del Ducado de Cantabria y del panorama urbano de época romana en la región. Del mismo modo, evitaremos extendernos en la descripción de los yacimientos del Desfiladero de La Horadada, Mijangos, Reyes Godos, Peña Partida y Tedeja, los que nosotros mismos hemos excavado, remitiendo al lector a la bibliografía oportuna, dado que se trata de un estudio analítico de carácter general y sintético.
El Obispado de Oca: La primera mención documental se fecha en el tercer congreso de Toledo (589), lo que parece ser prueba de su inexistencia anterior, aún cuando ciertos autores, como Serrano, piensen que ya estaba creado7. No puede establecerse con plena certidumbre su delimitación territorial. Es verdad que hay datos indiscutibles, como que perteneció y se extendió por la provincia Tarraconense y más concretamente en el Convento Cluniense, por tanto que sus límites quedaban dentro de las de ésta8 y éste. El problema es que desde Constantino y Diocleciano, la provincia vio modificados sus límites, ciñéndose en lo sucesivo a la cuenca del Ebro y dejando, por ello, Cantabria, para la Gallaecia. Como las provincia intentaban respetar los antiguos límites tribales, el Obispado no comprendería inicialmente ningún territorio de Cantabria, ni tierras antiguamente ocupadas por vacceos ni arévacos (que quedarán en la Cartaginense), sirviendo, por ello, solo a turmogos, autrigones (Martínez Díez, 1984: 481) y, tal vez, en parte, a pelendones. Así, el Obispado de Oca comprendería, además de parte de la actual Rioja, las comarcas de Mena, Sopuerta, Carranza, Castro-Urdiales, Laredo y Valle del Asón. También las Montaña de Burgos y, posiblemente, La Bureba y los llanos del centro provincial, hasta el Arlanzón, pues en el pleito entre Ascanio, Metropolitano de Tarragona, y el Obispo Silvano de Calahorra, los terratenientes Veroviscentium civitatis no parecen adscritos a Calahorra, por lo que su atención espiritual debería hacerse desde Auca (Sagredo, 1979: 72). A ellas se añadirán todas aquellas tierras de Cantabria conquistadas por Leovigildo, alcanzando desde entonces sus fronteras los cauces del Deva y el Pisuerga, por el este y oeste. Al menos esos fueron sus límites al restaurarse la vieja sede en el siglo XI9, porque siempre se consideró que la diócesis de Burgos era sucesora canónica de la de Oca10.
LAS CREACIONES VISIGODAS: AMAYA Y AUCA Frente a ese panorama poblacional de las viejas ciudades romanas, poco propicio a ser calificado como de “urbano”, excepto como una convención, en época hispano-visigoda, en los siglos VI-VII, se “recrea” una ciudad por parte del estado, como capital del Ducado, Amaya, y se reactiva y relanza a un papel protagonista a otra vieja urbe, de función episcopal, la romana Auca.
7. Cree, por pruebas indirectas, documentar su asistencia al Congreso de Zaragoza del año 380. Además mantiene que la mayor parte de las sedes episcopales fueron creadas antes del dominio de Hispania por los visigodos, siendo, de hecho, muy pocas las creadas con posterioridad. (SERRANO, 1935: 19-21). 8. De modo sintético podemos establecer estos del Cantábrico al Duero y del Urumea al Sella. (GARCÍA MERINO, 1975: 18-21) 9. Congresos de Husillos y Burgos, del 1088 y 1136 respectivamente. Por otro lado, la apócrifa Hitación de Wamba, que tal vez posea un trasfondo real de época visigoda pero tan adulterada entre el siglo XI y XII que ya fue considerada como una fuente falsa e inutilizable en el siglo XII, delimitaba la sede de Oca poniendo el Pisuerga como frontera e incluyendo gran parte de Cantabria en la misma. (SERRANO,1935: 24-34) 10. Fue norma general que a medida que avanzaba la Reconquista se fuera restaurado, tanto en lo político como en lo religioso, la vieja organización visigoda, según la frase del Abeldense “Omnemque Gothorum ordinem sicut Toleto fuerat, tam in ecclesia quam palatio cuncta statuit”. (MANSILLA, 1986, 297)
6. Los abundantes estudios históricos relativos al urbanismo romano en la meseta norte nos permiten sintetizar las afirmaciones expuestas. Sin embargo, pese a la cantidad, es muy poco lo que sabemos de su morfología urbana, de sus características urbanísticas, porque son muy pocas –y por lo general parciales- las excavaciones arqueológicas practicadas en ellas. (ABÁSOLO, 1993: 192).
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En tiempos de Leovigildo fue elegido Asterio Obispo de Oca; éste fue quien firmó en las actas del tercer concilio toledano11. El segundo obispo conocido es Amasugo, que asistió al IV, en el 663, al V, en el 636 y al VI, de 638. Litorio en el 653 acudió al VIII, como luego lo hará al IX y X, de 656. Sucedió a Litorio un tal Stercorio que no asistió al XII, pero le vemos firmando entre los asistentes al XIII (683) y XV (688) congresos toledanos. Constantino, su sucesor, asistió al XVI, en el 693, siendo el último reconocido por las fuentes (Serrano, 1935: 51-60). Sin embargo, desconocemos el emplazamiento real de la sede episcopal12, su templo y palacio anexo, su contexto constructivo que, en muchos casos, se ha llegado a situar en San Félix de Oca, edificio prerrománico, de época visigoda, que ni siquiera se ubica en la vieja ciudad13. Pero, entonces, ¿En qué consistió la “fundación” del obispado? ¿En la restauración nominal de una jerarquía sobre un conjunto urbano mínimo? Amaya, capital del Ducado: Es relativamente abundante la bibliografía sobre Amaya. De su lectura podríamos derivar no solo su importancia geopolítica sino, también, como una consecuencia “lógica” de la anterior, una imagen de urbe importante. Amaya aparece citada en las fuentes a raíz de las campañas de Leovigildo contra los cántabros14, lo mismo que más tarde por las crónicas musulmanas y cristianas de la Reconquista, aunque textos epigráficos de época romana15 también nos hablan de su pretérita existencia. Cuando los cántabros, tras varias campañas dirigidas por distintos reyes, fueron definitivamente sometidos, se creó el Ducado, entre el 653 y
11. SERRANO, 1935: 41-43. Queremos señalar, también, que es precisamente este obispo el documentado en el epígrafe consagratorio de Santa María de Mijangos, como veremos más adelante. 12. La Auca romana, en el actual Villafranca Montes de Oca, debe situarse en el lugar llamado Somorro, donde los restos arqueológicos parecen denotar una ocupación romana. Es un castro romanizado, pero de sus características urbanas, nada sabemos. Sí que en cierta medida articuló el hábitat a su alrededor, pues tenemos otro núcleo amurallado y romanizado en La Pedraja, así como una villa en San Felices (GARCÍA MERINO, 1975: 225). Para otros autores (MARTÍNEZ DÍEZ, 1984: 482) es precisamente La Pedraja o La Llana, a dos kilómetros al sur/suroeste de Villafranca, el emplazamiento de la antigua sede. 13. ANDRÉS ORDAX (1984: 457), al describir estos restos arquitectónicos, que data por tipología en el siglo VII, mantiene esta no coincidencia: “…en un lugar próximo a la sede del Obispado de Oca.” 14. “Leovigildus Rex Cantabriam ingressus, provinciae pervasores interficit, Amaiam occupat, opes eorum pervadit, et provincia in suam revocat dictionem”, Cr. Biclarense (c.597) 15. Itinerario de Barro.
683 de nuestra era16. La plaza será elegida como sede ducal. El Ducado será uno de los ocho con los que contó el Reino de Toledo17, una vez que partiendo de la vieja división territorial romana de seis provincias, se creara ésta y la de Asturia para permitir un mejor control del territorio allí donde este control había sido, tradicionalmente, menos efectivo. Y así debió ser, pues la Crónica Albeldense nos indica que el padre del rey Alfonso I fue el Duque Pedro de Cantabria, y para la Crónica Rotense Amaya debió ser la capital, pues califica a la ciudad de Patricia. Tampoco podemos olvidar el hecho de que la plaza fuera atacada y tomada por las tropas musulmanas de Tarik ben Ziyad en el 712 y nuevamente atacada el 714, no solo porque aquí fue donde se refugiaron los últimos defensores del Reino de Toledo, si no porque la plaza constituía uno de los jalones de poder18 . Por la misma razón fue objetivo prioritario en la política de desertización asturiana19, por su significado político y su potencial militar20. No menos expresivo de su pasado esplendor fue el premeditado y simbólico acto de su repoblación oficial en el 860 por parte del poder regio asturiano, enviado a su delegado, Rodrigo, bajo título condal, a tomar posesión de la plaza21. Rodrigo será el primer conde de Castilla. Para verificar todos estos extremos, y más allá de las viejas exploraciones arqueológicas practicadas desde el siglo XIX22, nuevas campañas arqueológicas recientes, desarrolladas por Alacet Arqueólogos s.l.23, nos muestran la cara más real y objetiva de la ciudad de Amaya y sus características urbanas. Pese a las tres campañas de excavación y varias de prospección intensiva, el uso de fotografía aérea y de medios físicos y
16. El primer duque documentado de Cantabria lo es gracias a su firma en las actas del XIII Congreso de Toledo, el año 683. 17. Documentadas explícitamente en el Anónimo de Rávena. 18. MARTÍNEZ DÍEZ, G., 1986: 43. 19. Crónica de Alfonso III, edición de Gómez Moreno en BRAH, 100 (1932), pp. 601-602 20. Amaya, junto a otras plazas de la meseta norte comprendidas en el ámbito espacial que ahora estudiamos, fueron atacadas expresamente por Alfonso I. Así lo señalan las crónicas, lo cual hace pensar en una importancia nada despreciable a tenor del esfuerzo que dichas campañas suponían. 21. “Populavit Rodericus Comes Amajam per mandatum Regis Ordonii”, Cr. Burgense y “Populavit Rodericus Comes Amajam mandato Ordonii Regis”, A. Compostelanos (Ed. GÓMEZ MORENO, 1917) 22. Desde el punto de vista material, el lugar es conocido arqueológicamente desde 1553 cuando Florián Ocampo describe sus ruinas. En el siglo XVIII el Padre Flórez, en su España Sagrada, habla de ella como de una ciudad antigua y populosa, con un castillo, reconociendo restos de ambos. Ceán Bermúdez, Madoz, Romualdo Moro, Setenach… la lista de sus estudiosos es amplia, pues también los materiales arqueológicos son significativos desde antaño: Terra sigillata gris estampillada, del siglo V d.C., un sello signatario, dos broches de cinturón de tipo bizantinizante, propios del siglo VI-VII, un triens de Recaredo, sin menospreciar las estructuras arqueológicas emergentes visibles aun hoy en día.
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electromagnéticos de prospección, nada que pueda parecerse a una ciudad –y menos de importancia - se registra en el lugar24. El epicentro poblacional de Amaya se sitúa en el extremo oeste del cerro amesatado, en el área denominada La Peña; el castillo y el castro se localizan aquí, ocupando una superficie de 42 Ha. Es aquí donde encontramos restos de edificaciones que, por su cantidad y disposición, pueden interpretarse claramente como pertenecientes a un poblado, pero jamás a una ciudad. Tal vez el yacimiento se encuentre muy alterado, al menos si comparamos lo actualmente conservado con lo descrito en el XVIII y XIX, pues nada relevante se ha podido identificar durante los trabajos de excavación como correspondiente a época visigoda en relación a los aspectos urbanísticos que venimos tratando, pero tampoco de la fase romana. Es la etapa plenomedieval la única claramente representada y la más rica en restos. Y si esto es así, si a la escasa tradición y materialización urbana romana en el área que venimos estudiando le sucede una etapa de decadencia bajoimperial y el mundo visigodo parece desmarcarse definitivamente de los entornos urbanos, llegando al paradigma de Amaya, una creación estatal en calidad de capital ducal ¿Podemos, entonces, hablar con propiedad de “paisajes urbanos” en el ámbito motivo de estudio? Porque lo que parece evidente es que cualquier vestigio mínimamente significativo de urbanismo ya había desaparecido con anterioridad a la creación del Ducado. Entonces, ¿Qué otros tipos de poblamiento conocemos en esta unidad político-administrativa? ¿Se corresponden éstos con los modelos que se derivan de las fuentes documentales? En definitiva, ¿Cuáles fueron las formas poblacionales dominantes y sus rasgos formales? ¿Resulta apropiado hablar de ellos bajo su consideración como “paisajes urbanos”? Dos parecen ser las tipologías más representativas en el territorio de Ducado de Cantabria durante la etapa hispanovisogoda: la pequeña villa aldeana y el asentamiento enriscado. EL PAISAJE VILICARIO: DE LA VILLAE AL FUNDI Desde muy pronto en la región, y especialmente desde el Bajo Imperio, la villa suburbana se mostraría, también, como una forma de población 23. Intervenciones del año 2000, 2001, 2002 y 2006. Expedientes BU 33/2000, Bu 29/2001 y Bu 77/2002, así como el Expediente de B.I.C. elaborado para el yacimiento en 2006. Documentos administrativos inéditos, depositados de acuerdo con la normativa vigente en la materia en el Archivo del Servicio Territorial de Cultura en Burgos de la Junta de Castilla y León. El arqueólogo responsable de las intervenciones, Quintana López, anuncia en ellos la próxima publicación de una monografía. 24. La búsqueda e investigación se ha extendido a la totalidad de la superficie de la meseta. A efectos operativos el yacimiento se ha dividido en distintos sectores: La Peña, la Plataforma de Ladera Sur, la Plataforma Intermedia, la Plataforma Superior y El Castillo.
concentrada, cada vez más relevante al hilo del progresivo empeoramiento de la situación jurídico social del común, acorde al proceso de ruralización que se está produciendo en la base misma de la estructura productiva en la región. La riqueza mostrada por estos complejos, en especial por las construcciones de la pars urbana, nos indica claramente que pese a su dedicación económica agraria, su producción está dirigida a ser comercializada en la red urbana. Por eso sufrieron también un proceso similar al de las ciudades, tanto con las convulsiones del siglo III como con las del V d.C. Muchas de ellas desaparecerán ahora. Les sucederá una nueva versión, menos sofisticada desde el punto de vista material pero mucho más efectiva desde el punto de vista productivo y, a la larga, mucho más duradera atrayendo población, consolidándose como elemento articulador del poblamiento y conformándose, en definitiva, como el modelo poblacional dominante y el crisol de las nuevas realidades jurídico-sociales. (Abásolo, 1984: 358362) El modelo inicial es bien conocido desde hace bastantes años, pues no son pocas las villas documentadas en la región25, veamos algunos casos significativos. La palentina villa de Quintanilla de la Cueza es uno de los mejores testimonios del modo de vida rural de los grandes potentiores tardorromanos, propietarios de grandes latifundios en la meseta norte. Su ciclo vital se constata sin problemas de forma continua hasta el siglo VI d.C., aunque su apogeo se produce, por lo general, desde finales del siglo III y durante el IV. A partir del siglo V, quizá por el asentamiento definitivo de los visigodos o por el propio decaimiento del modo de producción latifundista, se va produciendo un proceso de abandono (García Guinea, 1990: 5-8). Sin que podamos detectar niveles de incendio o destrucción, se produce su abandono a comienzos del siglo VI d.C. (García Guinea, 1990: 46-47). Ejemplo similar, pero con final distinto, violento en este caso, es de la villa de La Olmeda, en Pedrosa de la Vega (Palencia). Surge en el siglo
25. En Palencia, por ejemplo, destacan las de Quintanilla de la Cueza o Pedrosa de la Vega, junto a las identificadas en Baños del Cerrato, Calahorra de Boedo, Calabazanos, Dueñas, Herrera de Valdecañas, Palenzuela, Tasariego, Valsadornin, Villalcazar de Sirga, Ventosa de Pisuerga, etc. En Burgos hay también bastantes: Arauzo de la Torre, Arroyo de Muño, Baños de Valdearados, Barrio de Díaz Ruíz, Barrio de Muño, Belbimbre, Briviesca, Buniel, Cabia, Castrogeriz, Cerezo de Río Tirón, Cubillejo de Lara, Cuevas de Amaya, Covarrubias, Haza, Hinojnar del Rey, Huercemes, Jaramillo Quemado, Lara de los Infantes., Lerma, Mamblilla de Lara, Mazariegos, Mazuelo de Muño, Padilla de Arriba, Palacios de Benaver, Plasencia, Quemada. Quintanilla de las Viñas, Revilla del Campo, San Martin de Losa, Sasamon, Solarana, Soto de Bureba, Villafranca Montes de Oca, Villaquirán, Villarmentero, Villavieja de Muñó … sin querer ser exhaustivos… (GARCÍA MERINO, 1975) No faltan tampoco en las actuales Álava o Cantabria.
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I d.C. y su ciclo existencial nos llevará hasta la disolución de las estructuras clásicas romanas, en un periplo de cinco siglos con distintas fases. La primera de ellas durará hasta aproximadamente el año 275, y nos habla de una villa rural clásica. Tras su colapso, la villa se reedificará de nueva planta, y tendrá vida hasta mediados del siglo V d.C., luego fue destruida y abandonada. En un entorno como el de la meseta palentina, donde no hubo grandes ciudades, fueron estas villae centros autosuficientes y alojamiento de la vieja aristocracia romana. Aquí recreará un nuevo sistema de relaciones sociales en las que volverá a situarse en la cumbre. Grupos armados privados garantizan su seguridad y superioridad26, mientras que el poblamiento aldeano rural se distribuye a su alrededor. (Palol, 1998: 67-689) También villas de menor enjundia, como la de Cabriana27, en Comunión, Álava, son reflejo de este mismo proceso de ruina y abandono para comienzos del siglo V d.C. (Filloy y Gil, 2000: 125) Por lo tanto, parece claro que en época visigoda empezamos a reconocer el ocaso de este modelo, su progresiva y definitiva sustitución por otro. Mencionada y descrita la villa en las Etimologías isidorianas como forma de poblamiento agrupado en el medio rural28, y hasta como sinónimo de una amplia demarcación territorial con un núcleo agrupado y compuesto por uno o varios dominios señoriales y diversas explotaciones campesinas, lo hasta ahora verdaderamente difícil de comprender no es la desespecialización del término, si no las características morfológicas de la nueva realidad vilicaria. En las fuentes, entre el V y el VII, cada vez aparece menos la voz clásica, en favor de otras como fundus, domus, praedium y, sobretodo, locus: gran dominio provisto de un centro edificado de carácter señorial y con los apéndices territoriales propios de toda gran explotación agraria. Comienza ahora la transformación conceptual y “urbanística” de la villae a la villa aldeana, en coherencia con la transformación social y jurídica que el campesinado está experimentado en estos momentos. (García Moreno, 1989: 205-206). 26. El autor del estudio llega a plantear la posibilidad de que el propietario pudiera ser el General Asturius, Dux de la Tarraconense entre el 441 y 443. 27.El conjunto actualmente está siendo objeto de reinterpretación, proponiéndose vincularlo a la mansio Deobriga, tanto por su localización en la calzada Astorga-Burdeos como por una serie de aras dedicadas a divinidades acuáticas relacionadas con los ninfeos documentados, lo que parece hablar de un centro de culto en relación a las aguas. (FILLOY y GIL, 2000: 127). 28. Junto con el vicus, el castellum y el pagus. El primero, con cierta organización urbanística, carece de defensas, lo contrario del segundo, y tercero es una agrupación aldeana de muy marcado carácter rural. Entre vicus y villa parece existir solo una diferenciación de base cuantitativa, siendo, desde el punto de vista del tamaño de la agrupación, mayor el primero que la segunda. (GARCÍA MORENO, 1989: 205).
Tal vez uno de los ejemplos más palpable de esta transformación del término es el fenómeno de no reutilización residencial ni productiva de antiguas villae romanas. En los últimos años, diversos hallazgos y excavaciones, así como la reinterpretación de algún yacimiento ya conocido, parecen poner de manifiesto este doble proceso y que estas nuevas formas de habitación, control y explotación del territorio, tuvieron una gran difusión y no poco éxito29. La villa de Camesa-Rebolledo, en Valdeolea, Cantabria, resulta explícito paradigma del primer proceso: el de abandono y no reutilización de la pars urbana de una villae como tal, para pasar a convertirse en una villa, agrupación poblacional aldeana agrupada30. La villa nació en el siglo I d.C. dentro del entorno suburbano de la civitas Juliobriga, junto a una calzada (Solana, 1981: 216-219). De la misma conocemos no solo la parte residencial del propietario31, sino también parte de la zona rústica, un área de almacenamiento o residencial de siervos y colonos, dispuesta en torno a un patio grande, a modo de foro32 (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 12). La villa residencial contaba con todas las comodidades propias de este tipo de establecimiento. Desde finales del siglo III parece detectarse un paulatino declinar, por abandono ya que no hay signo alguno de destrucción, llegando al siglo IV d.C., momento en que la villa se abandona, permaneciendo así también durante el V. En el VI grupos tardorromanos reocupan sus ruinas, tal vez para acomodar alguna vivienda, pero desde luego como necrópolis. Así, durante el siglo VII de nuestra era la villa volverá a convertirse en elemento aglutinante y jerarquizador del poblamiento, aunque no con funciones residenciales sino como ciudad de muertos, que perdurará en el tiempo mediante su consolidación en torno a una construcción religiosas cristiana prerrománica. 29. Ejemplos de hábitats campesinos agrupados adyacentes a antiguos establecimientos agrícolas señoriales tardorromanos, en fechas que oscilan entre el siglo V y VI, perdurando hasta mucho después, los tenemos en las cercanías de Alcalá de Henares, en Fuentespreadas (Zamora), Dehesa de La Cocosa (Badajoz), La Alberca (Murcia) o Santiscal (Arcos de la Frontera, Cádiz), etc. Siendo de destacar que el punto de referencia espacial más importante es, en la mayoría de estos casos, una construcción de carácter basilical o martirial edificada junto, o en, la antigua estructura señorial tardorromana. (GARCÍA MORENO, 1989: 206) 30. Este yacimiento está siendo motivo de reinterpretación en nuestros días por parte de algunos investigadores. Por ejemplo CEPEDA, 2007: 157, quién propone considerar estos restos como parte de un gran complejo termal público perteneciente a la ciudad romana de Octaviolca, citada en el Itinerario de Astorga y situada, según este documento, a 15 kilómetros de Juliobriga. En cualquier caso y siguiendo a este autor, esta ciudad “parece estar formado por varios yacimientos”, lo cual, a efectos del presente trabajo, habla explícitamente sobre la escasa urbanización de este núcleo. 31. La parte actualmente visitable , “El Conventón”. (GARCÍA GUINEA y VAN DEN EYNDE, 1991: 12). 32. En el actual pueblo, en el margen izquierdo de la carretera.
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Que la ruina estuviera motivada por la pérdida de importancia económica de la calzada y de los núcleos urbanos que unía, o que estuviera motivada la inseguridad del siglo V es lo de menos en estos momentos, pero lo cierto es que solo después de las campañas de Leovigildo, que permitieron retomar el control sobre estos espacios, detectamos una “reutilización” de la villa, aunque con ese nuevo matiz. (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 12-18). La existencia de la necrópolis exige de la existencia de un núcleo habitado, cuya ubicación aún desconocemos pero que necesariamente debe encontrarse en sus inmediaciones33, teniendo la necrópolis como elemento de referencia especial y como muestra de deseo de continuidad en el territorio. (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 18-21). La construcción del templo prerrománico parece marcar el inicio de esta nueva etapa poblacional, sin solución de continuidad con la anterior. La fecha de erección debe situarse en los inicios del siglo VIII, pues su tipología es común a las conocidas para esas fechas34 y las dataciones más tempranas del nuevo nivel cementerial35 así lo conforma (720 d.C.). El yacimiento perdurará ya hasta el siglo XI de nuestra era (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 23-25). De todo lo anterior se desprende que sigue habiendo un claro predominio del poblamiento agrupado sobre el disperso, incluso en el medio rural, aunque desde el punto de vista de su caracterización constructiva y espacial son parcas las fuentes y pocas las evidencias arqueológicas hasta ahora exhumadas y analizadas. Cabe sospechar que este tipo de núcleos, aunque pudieran alcanzar dimensiones de cierta importancia y jugar a escala comarcal el papel de cabeceras, presentarían un escaso desarrollo físico y ordenamiento urbano. Podríamos estar hablando del pagus, distrito territorial dotado de un centro, y del vicus, aldea de cierta importancia. (García Moreno, 1989: 206). Que los vicus pasen al rango de fundus tan vez no dependa solo de su mayor complejidad urbana, sino del estatuto diferenciado que, si no de iure si de facto, le otorgaría ser propiedad de un elemento privilegiado de la sociedad.
33. Si la villa había dejado de tener sentido residencial, lo más probable es que el poblamiento se estableciese cerca, en los márgenes del río Camesa, de forma semi agrupada. 34. Se citan como paralelos las de Portera y Santa Olalla, en Extremadura, estudiadas por CERRILLO, E. “Las ermitas de Portera y Santa Olalla. Aproximación al estudio de las cabeceras rectangulares del siglo VII” en Zephyrus, XXXII-XXXIII, 1981, pp. 233-243. 35. Separado del anterior por un nivel estéril, muestra además nuevas tipologías de sepulturas.
Con total seguridad uno de esos casos es Santa María de Mijangos (Merindad de Cuesta Urria, Burgos), pues el epígrafe consagratorio de la iglesia relacionada con este yacimiento, donde se documentan también necrópolis y lugar de habitación, nos habla, expresa y literalmente de un locus: “…consacratus est locus Sancte Mariae..”. Fechado en tiempos del Obispo Asterio de Oca y del rey Recaredo36, es un caso único y absolutamente seguro (Lecanda,1994:189-191), confirmado además por el conocimiento arqueológico del yacimiento, en el que hemos realizado siete campañas de excavación37. La consagración no se produce en el momento fundacional, ni sobre un edificio nuevo; ya existía una basílica paleocristiana en el lugar, desde la primera mitad del siglo V d.C.; se trata de su readaptación al culto católico y, desde luego, a su conversión en punto referencial de un locus. Otro posible ejemplo, muy cercano al anterior, lo tenemos en el yacimiento en Santa María de los Reyes Godos (Trespaderne, Burgos), a 4 kilómetros de la anterior y, tal vez, parte del mismo latifundio fundiario38. En este caso no tenemos epígrafe ni documento alguno que demuestre nuestra afirmación, pero, en nuestra opinión, la etimología de la toponimia local, interpretada a la luz a de los restos arqueológicos exhumados, así parece demostrarlo. El yacimiento39 (iglesia, necrópolis con mausoleo familiar privilegiado incluido, lugar de habitación, posible instalación metalúrgica y clausura protegida por una turris sobre la misma entrada al cañón) (Lecanda, 2000: 197-199), se encuentra en la embocadura de un largo y profundo desfiladero, la Horadada, a los pies de la fortaleza de Tedeja40 (tardorromana, visigoda y altomedieval), justamente a un kilómetro escaso del actual núcleo de población de Trespaderne.
36. El epígrafe, según nuestra edición y eliminando los elementos de transcripción paleográfica, dice: “Consacratus est locus Sancte Mariae. Pontifice Asterio sub die pridie nonas maias XVI gloriosi Domini nostri Reccaredi”. Tanto por sus grafías, como por los nexos y fórmulas protocolarias y, sobre todo, por los personajes, la data debe fijarse al filo del año 600 (LECANDA, 1994: 187-192) 37. En este sentido pueden consultarse nuestros artículos LECANDA, 2000 y 2000 (c) 38. La monumentalidad del yacimiento facilitan su puesta en relación con algún personaje relevante; si a ello unimos su vinculación con el yacimiento militar de Tedeja y la turris de Peña Partida parece razonable asignarle a éste un papel militar y si, finalmente, las crónicas musulmanas hablan, en el 863, de un Príncipe de Mijangos, donde sin embargo no hay ninguna estructura militar conocida pero si la cita al locus, ¿No parece razonable vincular todo el conjunto e interpretarlo en términos de fundi y territorium? Una buena reflexión en este sentido podemos ver en CADIÑANOS (2002: 65-101). 39. Remitimos a nuestro artículo de síntesis LECANDA (2000) y a los informes de las dos campañas realizadas, depositados en el Servicio Territorial de Cultura de la Junta de Castilla y León en Burgos.
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Lugar éste de etimología problemática para los investigadores anteriores41, ahora, creemos que puede interpretarse en relación al antropónimo romano Paternus o Paternianus42, a modo de frase sincopada “trans Paternus” y traducirse como “después de o más allá de (lo de) Paterno”43, ¿La villa o locus de otro potentior o possesor? En nuestra opinión sí, pero tal vez debamos usar con mayor propiedad para este emplazamiento el término de castrum o castellum, con el sentido descrito por San Isidoro. EL PAISAJE ENRISCADO: LOS CASTELLA Y LAS CLAUSURAS Vacías de significación política, funcionalidad administrativa, potencia económica y capacidad de estructuración social las aparentemente numerosas ciudades romanas en el ámbito del Ducado de Cantabria, cuando no directamente abandonadas muchas de ellas en estos momentos, vemos su escasa representatividad como forma dominante de poblamiento. Su mínima materialización urbanística nos habla de que su calidad urbana se basó más en las funciones administrativas que desempeñaban para el Imperio que en su realidad física. Por ello, de forma paralela, parece consolidarse progresiva y paulatinamente un hábitat rural, articulado inicialmente en torno a las villas. Ciertamente, para estos momentos, éstas también parecen un valor devaluado en relación a las antiguas villae romanas. En realidad, aunque las fuentes sigan denominando así a unas y otras, lo que estamos viendo surgir y consolidarse como elementos de articulación territorial, desde época bajoimperial y sobretodo visigoda, son viejas formas de poblamiento, poco urbano pese a que en algunos casos puede llagar a ser una agrupación habitacional considerable. Además, tras la prolongada fase de inestabilidad del siglo III y más especial y directamente la del siglo V, muchos de estos poblados rurales buscarán la protección de un emplazamiento enriscado, en lugares estratégicos, aunque no necesariamente en castros prerromanos reutilizados. Son los castella, otra forma de habitación rural de la que nos hablan las fuentes y que en muchos casos serán ya enclaves con solución de continuidad en los siglos posteriores. (Abásolo, 1984: 360-316. Arce, 1982: 65-67).
41. Sobre la dificultad etimológica y, consecuentemente, las más pintorescas interpretaciones puede verse RIVERO-MENESES, J.Mª, 1984, Cantabria cuna de la humanidad. 2 vols. Ed. Cámara, Santander. 42. Paternus y Patierna (fem.), o Paternianus, son antropónimos documentados en la zona con varios epígrafes de estelas funerarias romanas -de Ranera y Barcina de los Montes-. Se trata de un cognomen de clara raíz latina. ELORZA, J.C. y ABÁSOLO, J.A. (1974) “Un posible centro de culta de época romana en la Bureba (Burgos)”, en Durius, 1974, fas.1, pp. 114-120. 43. CADIÑANOS, 2002: 73.
La caracterización principal de este tipo de agrupación habitacional, al margen de su tamaño y su estructuración urbana, muy parecida en esencia a los modelos aldeanos vistos con anterioridad, es la de contar con defensas, naturales y, generalmente, artificiales. Esta realidad física seguramente denota también alguna diferencia sociológica, y desde luego funcional, respecto a los otros tipos de poblamiento rural44. Posiblemente estamos hablando del asentamiento en ellos de un colectivo humano de funcionalidad militar y no esencialmente agraria, lo que dada la estructuración sociopolítica del reino visigodo podría denotar el establecimiento de miembros de una cierta élite, dotada de poderes delegados en tanto que responsables últimos de la seguridad de ciertos pasos estratégicos o zonas peligrosas. Desde luego la función de control de rutas estratégicas y protección de núcleos importantes parece ser el origen de este tipo de asentamientos en época bajoimperial (Nuño, 1999:176-177), fecha a partir de la cual se irá produciendo su transformación de asentamiento militar hacia asentamiento también poblacional. 45 Pregunta oportuna es si, a partir de este proceso, el enclave pudo convertirse en centro aglutinante y articulador desde el punto de vista jurisdiccional y militar de distritos rurales, prefigurando lo que con el tiempo llegarían a ser las castellanías del feudalismo clásico46… tema en el que ahora no podremos entrar pero que en nuestro caso parece tener no poca relevancia a tenor de los hechos posteriores, cuando varios de estos lugares sean considerados poblaciones de interés prioritario y control territorial en la política de resistencia asturiana contra los musulmanes47 (García Moreno, 1998: 207-208), o puntos de necesaria destrucción por parte de los islamitas en sus primeras campañas de contrataque. Mijangos, Tedeja y Reyes Godos parecen ser un claro ejemplo de ello48, como hemos apuntado, pero hay otros paradigmas en la zona, conocidos ya hace algunos años, como por ejemplo Monte Cildá (Olleros de Pisuerga,
44. NUÑO (1999:177), habla de “puestos militarizados” señalando que esta pudo ser la misión de las tropas regulares asentadas en la Península Ibérica en el siglo IV relacionadas por la Notitia Dignitatum. 45. Es significativo en este sentido el que los materiales de los escasos yacimientos de este tipo excavados hasta la fecha –por ejemplo el Castro de La Yecla- sean tanto o más elementos de funcionalidad productiva agropecuaria que ajuares de funcionalidad militar. (GARCÍA MORENO, 1989: 207). 46. La posibilidad se deriva de dos noticias procedentes de los últimos momentos del Reino Visigodo de Toledo, una ley de Ervigio que supone la existencia de una autoridad civil distinta del obispo para castigar las blasfemias en un castrum, y la personalidad jurídica y administrativa señalada en el XVIII Congreso de Toledo para las clausurae del Pirineo catalán. GARCÍA MORENO, 1989: 207) 47. Son varias de las plazas atacadas, destruidas y despobladas por las campañas de Alfonso I, según la Crónica de Alfonso III.
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Palencia). Además, cada día se detectan asentamientos enriscados nuevos en el reborde meridional de la Cordillera Cantábrica, sobre los pasos naturales que permiten cruzarla. (Novo, 1992, 114-116. Nuño, 1999). De acuerdo con la bibliografía publicada49, la antigua Vellica prerromana, es un antiguo castro cántabro que tras la conquista por Roma fue romanizado; la población, desde finales del siglo primero de nuestra era bajó al valle50, a Mave, donde quedó fijada hasta el siglo IV en que vuelve a recuperar el antiguo emplazamiento, ya que ante los diversos avatares de esos tiempos un lugar bien defendido y en posición estratégica parece ser un hábitat más conveniente y con mejor futuro. Así se reconstruyen las murallas en este siglo V. Conquistada Cantabria por Leovigildo en el 574, la fortaleza fue tomada y reocupada, mostrando sus principales niveles de ocupación durante el paréntesis del VI al VIII, después parece que se vuelve a abandonar la plaza, manteniendo episodios de reutilización en el contexto de la Reconquista hasta el siglo X d.C. (García Guinea, 1973: 45:48). Sin embargo, hay que señalar que nada de su estructura urbana nos es conocido51, si bien, lo excavado se centró básicamente en sus murallas52. Veamos pues algún otro ejemplo de lo que decimos. En 1993 se realizó una excavación de urgencia en la carretera nacional 232 a su paso por la Conchas de Haro, un corto pero angosto desfiladero tallado por el río Ebro antes de entrar en su tramo riojano. Sobre él, dado lo estratégico del paso, ya se conocía un castro prerromano, Buradón53, así como una serie de castillos alto54 y plenomedievales que, desde cada ribera, defendieron la frontera entre Castilla y Navarra durante siglos.
48. No deja de ser curioso en este sentido que las campañas de 865 y 866 contra las tierras gobernadas por Rodrigo, que tienen por destino, según las fuentes musulmanas, los distritos más importantes para el incipiente poder cristiano, señalen, expresamente a Mijangos, a cuyo frente identifican un “príncipe” (banu Gómez) distinto del Conde. (MARTÍNEZ DÍEZ, 1986: 54) La secuencia estratigráfica y las fases constructivas de Mijangos son coincidentes con esta periodización, lo mismo que la ocultación del altar de Santa María de los Reyes Godos (LECANDA y MONREAL, 2002: 69-70) o la instalación de un faro/guarda musulmán en la fortaleza de Tedeja (LECANDA, LORENZO y PASTOR, 2008: 255-258). 49. GARCÍA GUINEA, GONZÁLEZ ECHEGARAY y SAN MIGUEL, 1966 y GARCÍA GUINEA, 1973. 50. GARCÍA GUINEA, 1973: 6-7. 51. Al oeste de la plataforma, en su interior, más allá de las murallas, se excavó en 1963 una cabaña circular de tipo cántabro, y en la zona sur se documentaron una serie de compartimentos rectangulares que, por el conjunto cerámico recuperado, debe poner se en relación con la ocupación plenomedieval del cerro. (GARCÍA GUINEA, GONZÁLEZ ECHEGARAY y SAN MIGUEL, 1966: 13-14). 52. Campañas de 1963 a 1965 y de 1966 a 1969 (GARCÍA GUINEA, 1973: 5-6). 53. Incluido ya con anterioridad en el inventariado arqueológico por la Diputación Foral de Álava. 54. Documentado en registros del 964.
Lo novedoso de la intervención fue la documentación de una secuencia estratigráfica donde tiene gran peso un nivel de hábitat tardoantigüo, datable entre el siglo IV y VI de nuestra era, y al que le sucede directamente un nivel altomedieval con iglesia prerrománica incluida. (Martínez y Unzueta, 1994: 46) Iglesia que presenta diversas fases constructivas y tiene su comienzo en un templo de basilical, con piscina bautismal a los pies. Amortizada parcialmente después, sufrió la anexión de una cabecera de planta de herradura en el siglo X y otras, que ahora nos importan menos, en época plenomedieval. A su alrededor se documenta una agrupación poblacional de carácter rural, con construcciones domésticas distribuidas en terrazas escalonadas que permiten una tipo de construcción sencilla, a un agua, de dimensiones pequeñas, al pie de una construcción defensiva previa reutilizada y que permite cerrar, controlar, el desfiladero. El establecimiento de esta comunidad aquí no debió producirse de forma unitaria sino de forma gradual, en un proceso que se inicia en el siglo IV y culmina en el VI d.C. tal y como muestra la cerámica55 y la secuencia estratigráfica. Sus excavadores no dudan en identificarlo como un castellum, voz de difusa significación todavía, pues tanto sirve para describir una villa fortificada como un asentamiento en altura, que ahora recuperan su doble papel de puesto militar y hábitat civil, actuando como clausuras sobre vías estratégicas. (Martínez y Unzueta,1994: 58-59). CONCLUSIONES La reconversión definitiva del paisaje urbano de la submeseta norte, iniciado en el siglo IV y acelerado tras las nuevas convulsiones del V, se culmina en época visigoda; tras la estabilización, la realidad cotidiana finaliza el proceso de forma natural, sustituyéndose el decadente paisaje urbano por otro habitacional claramente rural, articulado en torno a las villae/locus y vicus tanto como en los castrum/castella, más receptivos y adaptados a las nuevas realidades estructurales. Hay, eso sí, una diferente proporción y distribución territorial entre los llanos y la montaña, en virtud de sus distintos ritmos estructurales, como hemos podido comprobar para el territorio burgalés. (Lecanda y Palomino, 2000). Resulta significativo que desde los primeros momentos en que se reconocieron yacimientos asignables al mundo visigodos en el territorio burgalés, se detectó una mayoritaria presencia de este colectivo fuera de las grandes urbes y centros de poder anteriores56 (Martínez Díez, 1984: 477-479).
55. Terra sigillata estampada y gris. (MARTÍNEZ y UNZUETA, 1994: 54-55) 56. Los yacimientos eran el castro de la Yecla de Silos o Quintanilla de las Viñas y algunos materiales en Clunia, pero sobre todo necrópolis y hallazgos sueltos en Amaya, Barbadillo del Mercado, Hinojar del Rey, Castrillo del Val, San Millán de San Zadornil…
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Esta ruptura con los paradigmas poblacionales anteriores provocó no pocas dificultades interpretativas, pero las intervenciones arqueológicas de los últimos años en Burgos (Mijangos, Santa María de los Reyes Godos, Peña Amaya, etc.) o Álava (Buradón, Berberana, etc.), parece que han arrojado cierta luz sobre el tema, al hacer posible la comprobación material de lo que las viejas fuentes isidorianas ya señalaban: un claro predominio rural y enriscado. Esta inversión tipológica nos llevará a la visualización de un “paisaje urbano” donde los núcleos habitacionales, morfológicamente, no dispondrán de verdaderas características urbanas más allá de su posible tamaño significativo. En realidad, ante el difícil cotejo de la realidad institucional descrita en las fuentes isidorianas o en el Liber Iudiciorum con las realidades materiales concretas, cabe pensar que las diferencias entre estos enclaves pueden llegar a ser realmente importantes. A pesar de eso, la mayor parte de ellos serían pequeñas y pobres aldeas, siendo lo más normal que no sobrepasen el centenar de individuos, agrupados en torno a una construcción religiosa de tipo basilical, rustica, con su correspondiente necrópolis, en un conjunto de viviendas campesinas, pobres materialmente, pequeñas en dimensiones57, simples en su distribución interna58 y yuxtapuestas en su ordenación de conjunto. Casos expresivos son el del poblado de El Bovalar, en Serós, Lérida (García Moreno, 1998: 208) ó la Dehesa del Canal, en Pelayos, Salamanca (Storch, 1998) 59. Estos cambios en el paisaje urbano pueden ayudarnos a comprender procesos históricos de vital importancia, por constituir el punto de partida para la transformación estructural que se producirá desde este momento y que nos conducirá, ya en el Medioevo, a una sociedad feudal.
57. Aunque García Moreno habla de una de 84 m2 en Herrera de Pisuerga, lo más frecuente es que apenas alcancen los 20 m2 cubiertos. Según San Isidoro, casae: “morada rústica con cubierta a base de palos, matojos y cañas, que sirve a sus habitantes como protección del rigor del frío y del azote del calor”. 58. En el caso citado en la nota anterior, tres habitaciones y patio. Más frecuente una o dos. 59. Un conjunto de una docena de viviendas agrupadas a la vera de un pequeño curso de agua, que se disponen yuxtapuestas; de planta rectangular inmersa en un recinto de mayores dimensiones, a modo de encerradero de ganado, las viviendas son de uno o dos ambientes, sin suelos, se levantan en piedra hasta medio alzado, continuando luego con una arquitectura de madera que soportaría una cubierta también de tipo vegetal. El núcleo, carente de cualquier característica propiamente urbana, parece contar con muros delimitadores o protectores por algunas de sus orientaciones. Tres kilómetros aguas abajo se encuentra el Cuarto de En Medio, donde se documenta un conjunto arquitectónico de gran interés, un cenobio o monasterio, con edificio de planta basilical incluido.
En el Ducado de Cantabria, partiendo del modelo castellum/clausura es posible empezar reconstruir este proceso, muestra del cual, a pequeña escala, sin duda, pero suficientemente expresivo, es el Desfiladero de La Horadada y lo que narran las crónicas sobre la situación política de la naciente Castilla en el 865, cuando el futuro condado es todavía un mosaico de pequeños entes territoriales, nacidos por lo general del territorium adscrito a cada una de esas clausurae, bajo la tutela de diversos aristócratas locales a los que las fuentes musulmanas llaman, pomposamente para engrandecer sus victorias, “príncipes”: Mijangos, Oca, Álava, Castilla… (Novo, 1992: 36) Esta estructura militar, creada60 en época de Leovigildo según modelos bizantinos (Cadiñanos,2002: 41-53), será consolidada a lo largo del periodo hispanovisigodo. No cabe cuestionarse el modelo alegando que no funcionó lo que se refiere al establecimiento de ciudades de retaguardia, porque en nuestro caso y como ya hemos visto, si llegaron a existir tuvieron una escasa vida y, desde luego, los visigodos no fueron capaces ni de mantenerlas ni de crearlas: Oca y Amaya no fueron, físicamente, más allá de agrupaciones rurales. Lo que sí tuvo gran éxito fue el establecimiento de esa primera línea a base de castellum y clausuras en las zonas más amenazadas (Septimania, o sureste español) o bien menos integradas en la estructura propia del reino, como el norte peninsular (García Moreno,1989: 331-332), y en que a partir de ellas surgieran nuevas unidades de administración territorial y de articulación social, locus y villae/vicus, en ambos casos, con capacidad para proyectarse con éxito hacia los nuevos tiempos del medioevo.
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60. Adaptada por Leovilgildo, sería más correcto decir, de los modelos bizantinos de exarcados e incluso de su frontera en Spania. (GARCIA MORENO, 1989: 331)
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