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239 Ramón Martí (Universitat Autònoma de Barcelona)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 239 - 245

CIUDAD Y TERRITORIO EN CATALUÑA DURANTE EL SIGLO VIII

Nuestra aportación rastrea la información disponible sobre las sedes episcopales del área catalana durante el siglo VIII, añadiendo los principales resultados que aquí hemos obtenido al estudiar el desarrollo de su antigua organización territorial durante esta fase histórica1. Esta centuria concierne la totalidad del periodo islámico en buena parte del ámbito estricto de la denominada Catalunya Vella, cuyos territorios fueron incorporados progresivamente a la soberanía franca, hasta rendir la ciudad de Barcelona en el año 801. Aquí, de norte a sur, el periodo islámico apenas sumaría 40 años o poco más en el sector narbonés, cerca de 70 años en las comarcas de Girona y unos 85 años en las de Barcelona. Pese a su brevedad, este espacio de tiempo fue suficiente para que los conquistadores árabes aplicasen un proyecto de estado vigoroso y original, si bien fracasado finalmente ante el renovado imperio cristiano de Carlomagno. CIUDADES, OBISPOS Y OBISPADOS Durante la antigüedad clásica ciudad y territorio forman un todo homogéneo, una unidad que engloba los términos de polis y de civitas, distinguiéndose netamente de otras concepciones territoriales generadas durante la Edad Media, tanto en Cataluña como en el conjunto de Hispania. De hecho, cada ciudad poseía un ager específico y un territorio propio cuyos límites fueron claramente fijados para distinguirlo de otros territoria vecinos que, a su vez, podían gravitar sobre aquella ciudad. Pese a las profundas transformaciones que sufrieron las ciudades durante la antigüedad tardía, todo parece indicar que la organización territorial clásica aún se mantuvo, preservándose, en el ámbito de las primitivas diócesis episcopales. En cualquier caso, la reforma más duradera que generó el Bajo Imperio parece corresponder a la fijación de las sedes episcopales cristianas hacia el siglo IV, cuando se legaliza y se oficializa esta religión, un proceso que

atribuye nuevas jurisdicciones a los obispos en el contexto de una sociedad que deriva hacia la teocracia. Pero sólo un reducido grupo de antiguas ciudades recibieron la consideración de sede episcopal, tal vez aquellas que por entonces ejercían competencias territoriales más destacadas, todas ellas situadas en la proximidad de las redes viarias y portuarias principales. Este reducido elenco de antiguas ciudades fue gobernado desde entonces por obispos vinculados a ilustres familias senatoriales y, después, por miembros de la aristocracia hispanovisigoda, incluso más allá de la conquista musulmana. De hecho, hoy cabe relativizar el impacto que inicialmente pudo tener la ocupación islámica sobre la iglesia hispánica, no siendo tan devastador como a menudo supone nuestra tradición historiográfica. Sin que la conquista islámica estuviese exenta de episodios violentos que precedieron pactos de rendición, la devastación genérica que a menudo se invoca suele ser, tan sólo, una escusa para obviar los problemas que el siglo VIII aún plantea a los historiadores y que constituyen un reto en si mismos. El nutrido grupo de profesionales que viene estudiando el proceso de formación de al-Andalus durante las últimas décadas sabe, por experiencia, que ésta no es tarea fácil y conoce hasta que punto aquella tradición catastrofista ha influenciado el despegue de la práctica arqueológica. Por haber reconducido la problemática propia de nuestro sector, hoy resulta especialmente útil el planteamiento analítico de Manuel Acién, quien no encuentra diferencias substanciales con el sur de al-Andalus, donde los mismos obispos siguieron colaborado con el nuevo estado musulmán y con su administración territorial. Así, su examen de las fuentes narbonenses y tarraconenses destaca la resistencia que las ciudades de estos distritos opusieron al avance franco y las reticencias carolingias a la hora de conceder nuevas dotaciones a sus sedes2. Como en el conjunto de la Narbonensis, también en el ámbito estricto de las diez sedes del área catalana se observa

1. Investigación que hoy prosigue en el marco del proyecto Organización fiscal y ocupación del territorio durante la Alta Edad Media (HAR2009-07874), financiado por la Subdirección General de Proyectos de Investigación y ejecutado por el Grup de Recerca Emergent sobre Ocupació, organització i defensa del territori medieval (OCORDE), 2009 SGR 727, con el reconcimiento y apoyo de la Agència de Gestió d’Ajuts Universitaris i de Recerca de la Generalitat de Catalunya.

2. ACIÉN, M.: Fracaso del “incastellamento” e imposición de la sociedad islámica. El final de los elementos feudales en al-Andalus, “L’incastellamento”. Actes des rencontres de Gérone (1992) et de Rome (1994), M. Barceló et P. Toubert (dirs.), École Française de Rome - Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, Roma 1998, p. 291-305; La herencia del protofeudalismo visigodo frente a la imposición del Estado islámico, Anejos de AEspA 23 (2000) p. 429-441.


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que la mayoría de enclaves episcopales ofrece síntomas suficientes de permanencia durante todo el siglo VIII, resultando mucho más traumáticas, paradójicamente, las consecuencias que para esta iglesia supuso la conquista carolingia. Baste con considerar los datos más relevantes. Pero para prevenir una precipitada valoración continuista del aparato episcopal visigodo en al-Andalus temprano, cabe comenzar, no obstante, por plantear las posibles excepciones a la norma, empezando por el notable ejemplo de Tarraco, su sede metropolitana, que pudo extinguirse como tal tras la precipitada huida de su arzobispo Próspero en tiempos de la conquista. De hecho, al-Razi relata que la ciudad fue destruida entonces por Tariq, mientras que otros textos árabes distinguen el lugar por sus antiguos monumentos y por seguir siendo titular de un extenso distrito, pese a ver reducida su consideración a simple aldea3. Con una topografía eclesiástica tardoantigua sólo conocida parcialmente, sobre su primitiva catedral apenas si se cuenta con indicios indirectos que sugieren localizarla intramuros, en el antiguo recinto de culto, mientras que la práctica arqueológica hoy confirmaría, al menos, la desaparición de Tarraco como urbe activa a partir del siglo VIII4. Por ahora resulta imposible saber cómo se resolvió la sucesión episcopal en esta sede, si bien resulta evidente que la acción de Tariq habría conseguido decapitar el gobierno provincial, así como hizo previamente en Toledo, una acción que a largo plazo acabaría por beneficiar la extensión del arzobispado narbonés. Otra sede episcopal que pudo extinguirse con la conquista musulmana sería la de Emporiae, aunque los datos disponibles tampoco son concluyentes. Así, en el plano arqueológico cabe destacar que hoy aún se ignora el emplazamiento exacto de su catedral, si bien se conocen diferentes edificios de culto con sus respectivas áreas cementeriales. Aquí destacan la basílica y las diversas necrópolis existentes entre las ruinas de la Neápolis, un conjunto funerario que se relaciona con el obispado y cuyo abandono consideran sus últimos analistas que se habría producido hacia el segundo cuarto del siglo VIII, no disponiendo de dataciones absolutas5. Poco puede afirmarse, en cambio, sobre su iglesia catedral, cuyo localización hipotética tanto se postula en la Paleápolis fortificada de Sant Martí d’Empúries, sede condal considerada civitate por un texto del año 843, como en el entorno de Santa 3. BRAMON, D.: De quan érem o no musulmans. Textos del 713 a 1010, Vic-Barcelona 2000, p. 118-123. 4. MACIAS, J. Mª; et alii: De seu del Concili Provincial a Seu Metropolitana. Treballs arqueològics a la Catedral de Tarragona (2000-2003), Arqueologia Medieval. Revista Catalana d’Arqueologia Medieval 3 (2008) p. 8-29. GODOY, C.: Topografia cristiana de Tàrraco segons l’Oracional de Verona, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 81-83. 5. NOLLA, J. Mª; SAGRERA, J.: Civitatis Impuritanae coementeria. Les necrópolis tardanes de la Neàpolis. Estudi General 15, Universitat de Girona, Girona 1995.

Margarida d’Empúries, una antigua basílica parcialmente conocida que aún se reformaría en época carolingia, como ocurre en el conjunto funerario cercano de Santa Magdalena d’Empúries6. Cabe añadir aún que la conquista musulmana parece encontrar en estos territorios una seria resistencia a su avance, especialmente en el territorium Petralatanse contiguo, en la vertiente meridional del Pirineo marítimo: aquí el castellum visigodo de Puig-rom en Roses debió abandonarse por entonces7; aquí también dos tradiciones textuales confluyen en señalar la existencia del antiguo monasterio de Santa Maria de Magrigul o Magregesum que, con sus iglesias, sería devastado y abandonado durante la conquista musulmana, fracasando los intentos de restaurarlo con la ofensiva carolingia de fines del siglo VIII, cuando habría ardido toda la montaña de Roses8. En cualquier caso, la definitiva desaparición de la sede episcopal de Empúries es ya un hecho consumado en época franca, cuando sus territorios se incorporan definitivamente al obispado de Girona, si bien también es cierto que durante todo el siglo IX tiende a perpetuarse una dinastía condal ampurdanesa que ejerce su influencia en ambas ciudades. Sobre otras dos sedes inexistentes en época carolingia también suele afirmarse que habrían desaparecido con la conquista islámica. Sin datos precisos, uno de estos casos lo constituye la sede episcopal de Osona (Auso)9, donde la conquista carolingia de fines del siglo VIII no mostró interés alguno en restaurarla, priorizando en cambió la fortificación de antiguos oppida como el de Roda de Ter. Además, hacia los años 826-827 esta última “civitate” fué destruida tras una sublevación, mientras que Osona y otros distritos de Cataluña central aún se reintegraron durante medio siglo a la órbita andalusí, siendo finalmente el conde Guifré de Cerdanya quien repuso esta sede tras su propia conquista10. 6. AQUILUÉ, X.; NOLLA, J. Mª: Basílica de Santa Magdalena d’Empúries, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 199-200; Basílica de Santa Margarida d’Empúries, Idem, p. 200-201. 7. PALOL, P. DE: El castre de Puig Rom, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 158-159. 8. Una de las tradiciones sobre las incidencias en este monasterio se contiene en un falso precepto de Carlomagno para Sant Policarp de Rasés, en la Narbonense, que habría sido elaborado hacia finales del siglo IX. ABADAL, R D’: Catalunya Carolíngia I-1. El domini carolingi a Catalunya, Barcelona 1986, p. 101 y 253. MÜHLBACHER, E.: Die urkunden Pippins, Karlmanns und Karls des Grossen. Monumenta Germaniae Historica. Diplomatum Carolinorum 1, Hannover 1906, p. 458-460. Otra tradición distinta se recoge en la copia de una donación condal del año 976 al monasterio de Santa Maria de Roses, donde se inserta la segunda parte de los hechos referidos. MARQUÈS, J. M: El Cartoral de Santa Maria de Roses (segles X XIII), Barcelona 1986, p. 27-28. 9. CABALLÉ, A.; MOLAS, M. D.; OLLICH, I.: La ciutat d’Ausa (o Auso), Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 92-94. 10. OLLICH, I.: Roda: l’Esquerda. La ciutat carolíngia, Catalunya a l’època carolíngia. Art i cultura abans del romànic (segles IX i X), Barcelona 1999, p. 84-88.


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En cambio, el ejemplo de Egara hoy ofrece argumentos suficientes para defender la continuidad de su obispado durante todo el siglo VIII11. Con un grado extraordinario de conservación, este conjunto episcopal ha sido objeto de excavaciones arqueológicas recientes en toda su extensión, desentrañando así su secuencia evolutiva y confirmando la persistencia de sus edificios en época islámica, sin que se aprecien cambios significativos hasta bien avanzado el periodo carolingio12. Sin embargo, el dominio franco del distrito comportó la pérdida de su rango episcopal y la transferencia de su capitalidad territorial al Terracium castellum contiguo, ahora subordinado en régimen suburbial (suburbium) a la ciudad de Barcelona13. Resulta paradigmático, en cualquier caso, el ejemplo de la diócesis de Urgell sobre las tensiones a que estuvieron sometidos los obispos hacia el final de este agitado siglo VIII. Aquí la conquista carolingia se abrió con el conocido proceso teológico contra el adopcionismo, que juzgó repetidamente a su obispo Félix acusándole de herejía, condenándole y forzando su destierro. Tal proceso también condena, de hecho, a la iglesia hispánica en su conjunto y al arzobispo Elipando de Toledo en particular, a cuya autoridad Félix se mantuvo fiel durante el conflicto14. Pero la problemática específica que afecta este caso se comprende mejor si se identifica el emplazamiento primitivo que parece ocupar la sede urgelitana en la antigua ciudad de Guissona (Lleida), una propuesta que venimos defendiendo desde hace una década con el apoyo de diferentes indicios: en el plano arqueológico, la ciudad romana de Iesso se abandona definitivamente en el transcurso del siglo IV, constituyéndose por entonces un potente enclave cementerial o cultual contiguo donde, más tarde, se levanta un núcleo fortificado15; la posición en campo abierto que ocupa este lugar, a levante de los llanos de Urgell, le hace especialmente vulnerable a las acciones del ejército franco que desde fines del siglo VIII ocupa las comarcas del Pirineo, aunque no consigue someter Guissona hasta comienzos del siglo XI; pero, como es

11. SOLER, J.: El territori d’Ègara, des de la seu episcopal fins al castrum Terracense (segles V-X). Alguns residus antics en la toponímia altmedieval, Terme 18 (2003) p. 59-95. 12. GARCIA, G.; MORO, A.; TUSET, F.: De conjunt paleocristià i catedralici a conjunt parroquial. Transformacions i canvis d’ús de les esglésies de Sant Pere de Terrassa. Segles IV al XVIII, Terme. Revista d’història 18 (2003) p. 29-57; La seu episcopal d’Ègara. Arqueologia d’un conjunt cristià del segle IV al IX, Institut Català d’Arqueologia Clàssica, Tarragona 2009. 13. SOLER, J.: El territori d’Ègara, des de la seu episcopal fins al castrum Terracense (segles V-X). Alguns residus antics en la toponímia altmedieval, Terme 18, (2003) p. 80-87. 14. ABADAL, R. D’: La batalla del Adopcionismo en la desintegración de la Iglesia visigoda, discurso de ingreso a la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona, Barcelona 1949; Catalunya Carolíngia. El domini carolingi a Catalunya I, Barcelona 1986, p. 93-181. 15. DDAA: Iesso. Guissona. La descoberta d’una ciutat romana, Patronat d’Arqueologia de Guissona, Guissona 2006.

sabido, las primeras acciones carolingias se emprenden contra la autoridad del obispo de Urgellum, a quien se captura y desposee, trasladando y regenerando la sede diocesana en su definitivo enclave de La Seu d’Urgell; en cualquier caso, éste último lugar no cuenta con argumentos suficientes que avalen su antigua eminencia, denominándose villa Vico y localizándose in suburbio urgellitano en la primera documentación local. Al otro extremo de la antigua Tarraconensis, este episodio evoca el desenlace de la sede episcopal de Osma por entonces, con su obispo Etéreo fugitivo y refugiado en Liébana junto a Beato, ambos personajes relevantes por su oposición a la jerarquía toledana, siguiendo el posicionamiento que adopta el reino astur durante el conflicto adopcionista. Como sucede en Urgell, apenas nada puede aducirse contra la continuidad de las cinco sedes episcopales restantes de nuestro sector durante todo el siglo VIII, sin otro argumento que el silencio de una documentación muy escasa para defender su abandono. Así sucede en la vertiente norte del Pirineo con la sede rosellonesa de Elna, estrechamente vinculada al devenir de Narbona y de Ruscino, donde el ejército musulmán estuvo presente17. La sede rosellonesa ocupa el enclave de un castrum creado hacia el siglo IV sobre las ruinas de la antigua Illiberris y sabemos que disponía de obispo hacia el año 783, ya bajo dominio franco18. También consideramos que pudo ser titular de esta sede el obispo Nambado, quien pereció durante la revuelta del caudillo berebere Munusa en el año 731. Entregada la ciudad a los francos hacia el año 785, el caso de la sede episcopal de Girona no debió ser distinto, aunque aquí no se documente su obispo hasta el año 817. Inicialmente, su complejo episcopal debió situarse extramuros y en el entorno de la iglesia martirial del patrón de la urbe, mientras que, intramuros, se mantuvo la estructura del foro, aunque añadiendo un nuevo gran edificio a sus pies hacia fines del siglo V. En cualquier caso, cabría esperar hasta época carolingia para que se realizasen reformas de consideración en este espacio público, ampliando la muralla norte de la ciudad e incorporando definitivamente su sede episcopal al antiguo espacio sacro19.

16. MARTÍ, R.; VILADRICH, M. M.: Guissona, origen del bisbat d’Urgell, El Comtat d’Urgell 4, Lleida 2000, p. 37-66. 17. MARICHAL, R.; SÉNAC, PH.: Ruscino : un établissement musulman du VIIIe siècle, Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIè-XIè siècle): la transition, Ph. Sénac (ed.), CNRS - Université de Toulouse - Le Mirail, Toulouse 2007, p. 67-93. 18. PONSICH, P.: Vila d’Elna, Catalunya romànica. El Rosselló 14, Barcelona 1993, p. 196199. 19. NOLLA, J. Mª; et alii: Del fòrum a la plaça de la Catedral. Evolució historicourbanística del sector septentrional de la ciutat de Girona, Ajuntament de Girona - Universitat de Girona, Girona 2008.


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Como en Girona, también en Barcelona el espacio episcopal visigodo no sería completamente remodelado hasta pleno siglo IX, una transformación que se coordina con el desarrollo del palacio condal carolingio20. Situadas intramuros, las estructuras que hoy conocemos del conjunto catedralicio tardoantiguo de Barcino incluyen el palacio del obispo con dos de sus iglesias, un baptisterio y otros espacios anexos, sin que se consideren cambios substanciales en época musulmana21. Finalmente, los casos de Tortosa y de Lleida cierran la serie, representando la propia evolución de las ciudades andalusíes más allá de nuestro periodo de interés. En cuanto a Dertosa los datos arqueológicos disponibles son muy limitados y sólo evidencian puntualmente ciertos sectores de habitación o de necrópolis, sin aportar información alguna sobre el conjunto episcopal primitivo22. En cualquier caso, la vitalidad de esta antigua ciudad y de sus distritos en época andalusí quedó bien probada por su resistencia ante las persistentes expediciones que el ejército franco lanzó contra ella a inicios del siglo IX. Por su parte, en el caso de la ciudad de Ilerda los datos arqueológicos de época tardoantigua no superarían el umbral del siglo V, sin que pueda precisarse apenas nada sobre el primitivo enclave catedralicio23. Cabe considerar, no obstante, que ésta sede debió proseguir su actividad diocesana hasta tiempos muy avanzados. Así se comprueba en el año 987 al documentar al presbítero Fortún como juez de todos los cristianos de Lleida y ejerciendo sus funciones en la lejana población de Aguilaniu, donde se percibió el impuesto correspondiente (azeka) al regular el uso de unas salinas entre dos comunidades rurales24. Cabe concluir, por tanto, que si la continuidad episcopal parece haber sido mayoritaria durante el primer siglo de formación de al-Andalus, también es cierto que la organización diocesana preexistente debió mantenerse como marco territorial de encuadramiento de la población dimmi sometida al nuevo estado. Por su parte, el distrito o a’mal árabe debió comenzar por adaptarse a los territoria vigentes, aunque incorporando precoces iniciativas que iban a implicar profundas transformaciones de orden social y también territorial.

21. BELTRÁN, J. (DIR.): De Barcino a Barcinona (segles I-VII). Les restes arqueològiques de la plaça del Rei de Barcelona, Ajuntament de Barcelona, Barcelona 2001. 22. ARBELOA, J. M.: Ciutat de Dertosa, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 83-84. 23. PÉREZ, A.: Ciutat d’Ilerda, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 95-96. 24. ABADAL, R. D’: Catalunya carolíngia. Els comtats de Pallars i Ribagorça III-2, Barcelona 1955, doc. 270.

PALACIOS Y FAROS, FUNDAMENTOS DEL PRIMER ESTADO ANDALUSÍ Desalojado el poder visigodo del dominio militar o político y ocupadas sus ciudades, el nuevo poder musulmán aún impuso, diseñó y desarrolló su propio modelo de gestión a muy corto plazo, tanto en materia logística como en defensa territorial. Hoy tales cambios se revelan con nitidez en nuestra área, donde las primeras manifestaciones propiamente andalusíes delatan la implantación de un sólido proyecto de estado que se aplica sobre el conjunto del territorio y que se dota con una compleja red de enclaves fiscales y con sistemas de vigilancia y de alerta que son originales. Así sucede en el plano logístico con la creación inmediata de un extenso dispositivo de enclaves rurales que reciben la denominación genérica de palatium u otros derivados suyos en las fuentes latinas ulteriores, equivalente al empleo que pueda tener el término balat en las fuentes árabes sobre el emirato andalusí. De hecho, en el área catalana, cuando se documentan estos palacios se trata siempre de simples topónimos carentes de significado, distinguiéndose netamente del carácter usual que aún presenta el término palatium en la documentación del resto del norte peninsular más allá del periodo islámico25. Nuestra hipótesis, enunciada hace una década, ha sido aplicada con éxito tanto en Cataluña como en los distritos de Narbona, concretándose un corpus que ya acumula cerca de 200 casos seguros, bien documentados en su mayor parte26. El carácter público reiterativo que se desprende del término palatium o su elevado número son los factores que nos permitieron plantear su correspondencia con el khums o quinto legal adscrito al estado omeya, una práctica institucional que también afectaría las tierras conquistadas y cuya aplicación en al-Andalus revestía ciertos problemas27. Esta práctica de quinteo ya se remonta a las conquistas iniciales protagonizadas por Tariq y Musa (años 711-713), mientras que, poco después, cuando llegó al-Samh (años 719-721) con un nuevo contingente de tropas árabes aún ejecutó órdenes del califa en el mismo sentido, justo antes que la muerte

25. GARCÍA DE CORTAZAR, J. A.; PEÑA, E.: El palatium, símbolo y centro de poder en los reinos de Navarra y Castilla en los siglos X a XII, Mayurqa 22 (1989) p. 281-296. 26. MARTÍ, R.: Palaus o almúnies fiscals a Catalunya i al-Andalus, Les sociétés méridionales à l’âge féodal. Hommage à Pierre Bonnassie, Toulouse 1999, p. 63-70. SOLER, J.; RUIZ, V.: Els palaus de Terrassa. Estudi de la presència musulmana al terme de Terrassa a través de la toponímia, Terme 14 (1999) p. 38-51. FOLCH, C.: Estratègies de conquesta i ocupació islàmica del nord-est de Catalunya, Quaderns de la Selva 15 (2003) p. 139-154. CANAL, J.; CANAL, E.; NOLLA, J. Mª; SAGRERA, J.: Girona, de Carlemany al feudalisme (785-1057). El trànsit de la ciutat antiga a l’època medieval (II), Ajuntament de Girona, Girona 2004. GIBERT, J.: Els palatia septimans: indicis de l’organització territorial andalusina al nord dels Pirineus, Anuari d’Estudis Medievals 37/1 (2007) p. 1-26. 27. CHALMETA, P.: Invasión e islamización, Madrid 1994, p. 227-230.


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Foto 1.- Obispados, faros y palacios en cataluña.

le sorprendiese en las fronteras de la Narbonense28. Sólo entonces puede darse por concluido el quinteo en esta parte de al-Andalus, permitiéndonos datar el origen de la institución durante la segunda década del siglo VIII o al comienzo de la siguiente. De este modo, con la red de palatia nos encontramos frente a un dispositivo vinculado al poder efectivo de los árabes y del ejército ocupante, vertebrado desde las ciudades conquistadas y que alcanza a todos los distritos. Su distribución territorial nos permite definir dos tipos distintos de palatia según la posición que ocupan en el distrito. Los unos, periurbanos, se sitúan alrededor de una ciudad episcopal, de un centro territorial de otro tipo (vicus, villa) o de una fortificación relevante, controlando sus principales accesos y explotando una parte de su terrazgo (ager). Cabe anotar, no obstante, que los palacios periurbanos son raros en los agri inmediatos a las ciudades principales de Narbona, de Barcelona y de Tarragona, si bien proliferan en los territoria colindantes. En cualquier caso, la noción de pa-

28. BRAMON, D.: De quan érem o no musulmans. Textos del 713 a 1010, Vic-Barcelona 2000, p. 157.

lacio periurbano confirma nuestra propuesta sobre el rol que mantuvieron las sedes episcopales, puesto que los casos de Elena, Emporiae, Gerunda, Auso, Egara o Urgellum se encuentran, literalmente, rodeados por ellos. Los demás palacios, que son de hecho su gran mayoría, podemos denominarlos viarios o territoriales y se caracterizan, en cambio, por su dispersión estratégica sobre el conjunto de la red viaria, pudiendo constituir escalas o puntos de avituallamiento de guardias permanentes, de postas o de tropas en movimiento. Su relación con el primer estado andalusí se explicita puntualmente entre su onomástica fiscal redundante, como sucede con Palacio Salatane (= sultán), P. Fisco y P. de Reig. Otras veces su nombre alude directamente al origen étnico de sus ocupantes y así se registran hasta cuatro casos inequívocos de Palacio Moro, P. Maurorum o Palamors, si bien cabría dudar si se trata necesariamente de bereberes o si el término maurus también se aplica a los árabes. Son personajes árabes, en cualquier caso, los titulares de ciertos palacios, como sucede con un probable Abu Said (P. Auzido) en Barcelona o con un seguro Abu Tawr (P. Abtauri) en Girona. Como se ha observado, este último personaje posiblemente sea el mismo Abitauri que junto con Sulayman ibn al-Arabi entregaron rehenes a Carlomagno sobre sus ciudades de Huesca, Barcelona y Girona cuando el ejército franco llegó a las puertas de Zaragoza en el año 778, un detalle que sólo aportan los Annales Petaviani entre otras fuentes menos concisas29. No obstante, se viene identificando Abitauri con su homónimo Abu Tawr ibn Qasi, a quien se atribuye el gobierno de Huesca, miembro de una ilustre genealogía muladí estudiada en profundidad recientemente30. Pero todo parece indicar que se trata de dos personajes distintos y que aquel acto de entrega de rehenes como garantía junto al titular de Barcelona sólo puede deberse al hecho de que un segundo cuerpo del ejército franco se desplazó hasta Zaragoza siguiendo la ruta del Pirineo oriental como se pactó previamente, atravesando sus distritos. Cabe relacionar además este Abu Tawr gerundense con la villa de Campdorà (< Campo Taurani) que se localiza en las cercanías de la puerta norte de Gerunda, tratándose posiblemente del mismo Abutaurus sarracenorum dux que hacia el año 790 y de acuerdo con otros habría enviado nuncios y

29. CANAL, J.; CANAL, E.; NOLLA, J. Mª; SAGRERA, J.: Girona, de Carlemany al feudalisme (785-1057). El trànsit de la ciutat antiga a l’època medieval (II), Ajuntament de Girona, Girona 2004, p. 18. ABADAL, R D’: Catalunya Carolíngia. El domini carolingi a Catalunya I-1, Barcelona 1986, p. 43 i 44. SÉNAC, PH.: Les Carolingiens et al-Andalus (VIIIe-IXe siècles), Maisonneuve et Larose, Paris 2002, p. 52-64. 30. LORENZO, J.: La dawla de los Banu Qasi. Origen, auge y caída de un linaje muladí en la Frontera Superior de al-Andalus, tesis doctoral inédita, Universidad del País Vasco, Vitoria 2008.


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regalos a la corte aquitana de Ludovico Pío pidiendo la paz, según relata el Astronómo en su tardía biografía. Los anales, en cambio, afirman que Girona habría sido librada a los francos por sus hombres (homines) en el año 785, hecho que no impide que fuese su propio gobernador árabe, Abu Tawr, quien la entregase. Él mismo y la guarnición franca instalada en la ciudad recibirían su castigo durante la expedición del ejército emiral del año 79331. Baste el desarrollo de este ejemplo concreto para certificar el alto rango que alcanzaron algunos de sus titulares y, así, bien pudo corresponder al mismo Munusa, perecido en Cerdanya, un P. Monnos cercano a la antigua Ruscino32. No obstante, entre sus titulares también se cuentan otros ejemplos cuya fijación onomástica pertenece a la tradición indígena, latina o germánica, como ocurre con dos P. Rodegarii, P. Aries, P. Danum, P. Frugelli, P. Felmiro y, tal vez, P. Rafano, ejemplos que sugieren la posible participación de clientes muladíes en su gestión, aunque también puede tratarse puntualmente de propietarios ulteriores. Pero otros nombres aún delatarían arabismos, como P. Meserata (mazra’a = sembrado), P. Moronta (raíz rbt) y, posiblemente, P. Dalmalla. Otras veces su nombre compuesto sólo describe una característica del lugar, como ocurre en dos P. Siccus, P. Vitamenia y P. Serpentis, o aún alude a la antigüedad del asentamiento, como sucede en distintos P. Antiquum, P. Vetere o Vetulo y en P. Fractum. Pero la mayoría de palacios tan sólo recibe un nombre simple que no aporta mayores precisiones, si no son las que se desprenden de la forma diminutiva o plural del topónimo. En cualquier caso, se trata siempre de explotaciones agrarias inmediatas a sus campos, con dimensiones que se estiman reducidas o poco mayores, recibiendo habitualmente denominaciones como locus o villa en los primeros textos. Así se observó en el territorio del Berguedà (Barcelona) mediante prospección arqueológica, obteniendo muestras cerámicas altomedievales idóneas en los seis palatia que se identificaron, sin presencia de materiales antiguos en su entorno33. Pero si en el ámbito del Pirineo parece tratarse de fundaciones ex novo, en cambio, en las comarcas litorales y centrales ciertos palatia pueden confiscar o reocupar asentamientos preexistentes. Así pudo ocurrir en buena parte de los casos ampurdaneses que sirvieron

31. ABADAL, R. D’: Catalunya Carolíngia. El domini carolingi a Catalunya I-1, Barcelona 1986, p. 74 y 83. BRAMON, D.: De quan érem o no musulmans. Textos del 713 a 1010, Vic-Barcelona 2000, p. 183-185. 32. GIBERT, J.: Els palatia septimans: indicis de l’organització territorial andalusina al nord dels Pirineus, Anuari d’Estudis Medievals 37/1 (2007) p. 1-26. 33. CAMPRUBÍ, J.; MARTÍ, R.: Evolució del poblament al Berguedà durant la transició medieval. Arqueologia, toponímia i documentació, Conquesta i estructuració territorial del Berguedà (s.IX-XI). La formació del comtat, Espai / Temps nº46, Universitat de Lleida, Lleida 2006, p. 213-221.

para postular su origen romano y así ocurre también en el Vallès, junto a Terrassa, donde se ha propuesto identificar con la fase final de un asentamiento romano el emplazamiento del P. Fracto documentado, parcialmente excavado en los años ochenta y que contaba con un buen campo de silos34. También puede ser representativo el extenso yacimiento de Palous de Camarasa (Lleida), donde indicios puntuales prueban su ocupación antigua y andalusí o posterior aún, destacando la existencia de una necrópolis que se atribuye a los siglos VII y VIII35. Otros muchos palacios acumulan datos arqueológicos que abogan en el sentido de nuestra propuesta, tanto en Cataluña como fuera de ella. Contando con recursos tan amplios como los descritos, tampoco debe sorprendernos que, en el plano de la defensa territorial, durante los primeros tiempos de dominio islámico también se innovase mediante la implantación y el desarrollo en extensión de redes complejas de atalayas. Ha sido necesaria la celebración reciente de un congreso específico, Fars de l’islam, para comprobar que, bajo la denominación genérica de pharus o manara, una red de atalayas permanentes se extendió sobre todo el conjunto de al-Andalus, constituyendo dispositivos interterritoriales de alerta y de transmisión de señales visuales a larga distancia36. Si bien no se identifican fortificaciones sobre la mayoría de estos prominentes enclaves, en cambio, en la mitad oriental de Cataluña tales faros cuentan con la presencia de viejos torreones de planta circular, que hasta aquí se atribuían a época romana y que presentan grandes sillares de factura clásica, siguiendo un modelo estandarizado. Tales son las características del dispositivo que debió unir las ciudades de Narbona y de Barcelona hasta la caída de la primera ciudad hacia el año 75937. Se trata de un dispositivo complejo de vigilancia o de alerta que en su eje principal estaría integrado por unas diez

34. BARRASETAS, E.; et alii: La vil•la romana de l’Aiguacuit, Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Barcelona 1994. COLL, J.M.; et alii: Alguns contextos ceràmics d’època tardoromana i visigòtica del Vallès Occidental, Actes de les Jornades de Joves Medievalistes del Vallès, Bellaterra 1998, p. 69-90. SOLER, J.; RUIZ, V.: Els palaus de Terrassa. Estudi de la presència musulmana al terme de Terrassa a través de la toponímia, Terme 14 (1999) p. 38-51. 35. ALÒS, C.; CAMATS, A.; MONJO, M.; SOLANES, E.: Organización territorial y poblamiento rural en torno a Madína Balagí (siglos VIII-XIII), Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIè-XIè siècle): la transition, Ph. Sénac (ed.), CNRS – Université de Toulouse – Le Mirail, Toulouse 2007, p. 157-181. GRIÑÓ, D.: Memòria de la intervenció arqueològica d’urgència realitzada la necròpolis de Palous (Camarasa, Lleida), Direcció General de Patrimoni Cultural de la Generalitat de Catalunya 2007 (www20.gencat.cat/docs/CulturaDepartament). 36. MARTÍ, R. (Ed.): Fars de l’islam, antigues alimares d’al-Andalus, Ediciones Arqueológicas y Patrimonio EDAR, Barcelona 2008. 37. SÉNAC, PH.: Les Carolingiens et al-Andalus (VIIIe-IXe siècles), Maisonneuve et Larose, Paris 2002, p. 37-43.


245 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

torres de carácter monumental, contando además con el apoyo de otros ejes secundarios que trasladaban la señal a los territorios vecinos y con numerosos puntos de guardia desplegados en ciertos puntos sensibles de cada territorio concreto38. Contando también con numerosas pruebas tanto documentales como arqueológicas, éste es, sin duda, un modelo innovador y puede considerarse como el más antiguo precedente entre un amplio espectro de sistemas de torres atalayas andalusíes de diferentes épocas, hasta aquí sólo estudiados puntualmente39. CONCLUSIONES Durante las páginas precedentes nos hemos aproximado a la dimensión territorial que pudo tener el primer estado andalusí mediante la observación de tres elementos básicos que se imbrican en su estructura, como son sus sedes episcopales, sus palatia y sus sistemas de vigilancia. Así se verifica que, tras la conquista musulmana, los antiguos obispados y sus territoria aún siguieron siendo el marco idóneo de gobierno de la población cristiana protegida por el Islam, sin que quepa postular destrucciones singulares ni deserciones masivas. Así se observa también que el nuevo estado construyó su propio aparato sobre la sólida base fiscal que representan los palatia rurales, adjudicándolos a los partícipes del nuevo poder, fueran éstos árabes, bereberes o muladíes. Así se detectan, final-

38. MARTÍ, R.; FOLCH, C.; GIBERT, J.: Fars i torres de guaita a Catalunya: sobre la problemàtica dels orígens, Arqueologia Medieval. Revista catalana d’arqueològia medieval 3 (2008) p. 30-43. 39. CABALLERO, L.; MATEO, A.: Atalayas musulmanas en la provincia de Soria, Arevacon 14 (1988) p. 9-15; El grupo de atalayas de la sierra de Madrid, Madrid del siglo IX al XI, Madrid 1991, p. 65-77.

mente, redes complejas de vigilancia que abarcan todo el ámbito territorial andalusí y que, en nuestra zona, incorporan torres atalayas monumentales de alto valor simbólico. Lo observado en el área catalana no parece ser muy distinto a lo que pudo suceder en el conjunto de al-Andalus, donde también intervienen estos tres elementos. No obstante, durante el siglo VIII el propio desarrollo histórico vino a transformar progresivamente las pautas primigenias, alterándolas aquí y allá en diferentes direcciones. Devaneos políticos como los de Munusa, Ibn al-Arabi y Abu Tawr frente al emir siempre colisionaron, de uno u otro modo, con la autoridad episcopal, como sucedió con Nambado y con Félix de Urgell, mucho antes de que la iglesia hispánica declinase definitivamente ante el avance creciente de la islamización. En Cataluña la conquista franca vino a imponer, al cabo, sus propios criterios en materia eclesiástica, no dudando en suprimir o en remover ciertas sedes al tiempo que reforzaba la autoridad de sus condes. En esta renovación eclesiástica la implantación de monasterios benedictinos juega un papel primordial por su tarea de zapa en el ámbito rural, mientras se fortalecen determinados enclaves castrales al frente de los territoria. Diezmadas las sedes, la fragua de nuevos condados instituyó distritos de menor extensión que las diócesis, sucediéndose ahora nuevos sistemas de gestión y de defensa territorial que, aquí, siguen patrones carolingios.



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