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Editores: Alfonso García Ricardo Izquierdo Lauro Olmo Diego Peris © De la edición: Toletvm Visigodo, 2010 © De los textos, fotografías y dibujos: sus autores Diseño y Maquetación: www.elgremio.org Impresión: Anebri Artes Grá cas ISBN: 978 84 614 3838 9 D.L. CR 721/10



4 ÍNDICE

INTRODUCCIÓN. 06 Diego Peris Sánchez UN TERRITORIO URBANO EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO EL ESPACIO URBANO EN LOS SIGLOS VI Y VIII 13 ESPACIOS FUNERARIOS Y ESPACIOS SACROS EN LA CIUDAD TARDOANTIGUA. LA SITUACIÓN EN HISPANIA SPAZI ECONOMICI DELLE CITTÀ NELL’ITALIA DELL’VIII SECOLO IMPORTACIONES Y CONSUMO ALIMENTICIO EN LAS CIUDADES TARDORROMANAS DEL MEDITERRÁNEO NOR-OCCIDENTAL (SS. VI-VIII D.C.): LA APORTACIÓN DE LAS ÁNFORAS LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO CIUDAD Y ESTADO EN ÉPOCA VISIGODA: TOLEDO, LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PAISAJE URBANO LA PRESENCIA MUSULMANA EN VEGA BAJA

15 Josep M. Gurt i Esparraguera Isabel Sánchez Ramos 29 Paolo Delogu 45 Darío Bernal Casasola Michel Bonifay 65 Sauro Gelichi 87 Lauro Olmo 113 Ricardo Izquierdo Benito

LAS CIUDADES DE LA PENÍNSULA IBÉRICA 121 MÉRIDA CONTRA TOLEDO, EULALIA CONTRA LEOCADIA: 123 Sabine Panzram LISTADOS “FALSIFICADOS” DE OBISPOS COMO MEDIO DE AUTOREPRESENTACIÓN MUNICIPAL LEGIO (LEÓN) EN ÉPOCA VISIGODA: LA CIUDAD Y SU TERRITORIO 131 J. Avelino Gutiérrez González, Emilio Campomanes Alvaredo, Fernando Miguel Hernández, Carmen Benéitez González, Pilar Martín del Otero, Fernando A. Muñoz Villarejo y Felipe San Román Fernández ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CENTRO DE PODER DE 137 Saray Jurado Pérez CÓRDOBA DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS V-VIII) DE IULIA TRADUCTA A AL-YAZIRAT AL-HADRA. 143 Rafael Jiménez-Camino Álvarez, Ildefonso Navarro Luengo, LA ALGECIRAS DE LOS SIGLOS VI AL VIII A TRAVÉS DE LA EXCAVACIÓN José Suárez Padilla, José María Tomassetti Guerra ARQUEOLÓGICA DE LA CALLE ALEXANDER HENDERSON, 19-21 ¿CONTINUIDAD O CAMBIO EN LA DIETA ENTRE LA POBLACIÓN 153 Rafael Jiménez-Camino, Darío Bernal, José Antonio Riquelme, BIZANTINA Y PALEOANDALUSÍ? APROXIMACIÓN A PARTIR DEL REGISTRO Mila Soriguer, José Antonio Hernando, Cristina Zabala FAUNÍSTICO DE DOS INTERVENCIONES ARQUEOLÓGICAS EN ALGECIRAS LA TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE DEL ÁREA 165 Mª del Camino Fuertes Santos NOROCCIDENTAL CORDOBESA Y DEL PALACIO IMPERIAL DE Rafael Hidalgo Prieto MAXIMIANO TRAS LA CAÍDA DE LA TETRARQUÍA FORMACIÓN Y USOS DEL ESPACIO URBANO TARDOANTIGUO EN TARRACO 173 Ricardo Mar, J. Javier Guidi-Sánchez EL YACIMIENTO HISPANOVISIGODO DE “CÁRCAVAS” 183 Esther G. Domínguez Fernández EN ILLESCAS (TOLEDO). AVANCE DE LOS RESULTADOS Ramón López Lancha DE LA PRIMERA FASE DE LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA PREVENTIVA, EN UN ASENTAMIENTO DE AMPLIA DISPERSIÓN TRANSFORMACIÓN FUNCIONAL DE ESPACIOS 191 Victoria Amorós Ruíz REPRESENTATIVOS EN LOS INICIOS DEL EMIRATO. Víctor Cañavate Castejón LA BASÍLICA Y EL PALACIO EPISCOPAL DE EL TOLMO DE MINATEDA


5 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

CIUDAD Y TERRITORIO 199 LA ARTICULACIÓN DE LA CIUDAD Y EL TERRITORIO EN LA CUENCA MEDIA DEL DUERO DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. UNA PROPUESTA DE APROXIMACIÓN A PARTIR DE LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS EL YACIMIENTO DE CASA HERRERA EN EL CONTEXTO DEL TERRITORIO EMERITENSE (SIGLOS IV-VIII) EVOLUCIÓN Y TRANSFORMACIÓN URBANA DE LAS CIUDADES DEL ALTO VALLE DEL DUERO DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA CIVITAS, CASTELLUM, VICUS AUT VILLA EN EL DUCADO DE CANTABRIA. EL PANORAMA URBANO Y LAS FORMAS DE POBLAMIENTO EN EL DUCADO DE CANTABRIA CIUDAD Y TERRITORIO EN CATALUÑA DURANTE EL SIGLO VIII

201 José Mª. Gonzalo González Inés Mª. Centeno Cea Ángel L. Palomino Lázaro 211 Tomás Cordero Ruiz Isaac Sastre de Diego 219 Eusebio Dohijo 229 José Ángel Lecanda

239 Ramón Martí

OTROS TERRITORIOS 247 CIUDAD Y TERRITORIO EN RELACIÓN CON EL COMERCIO 249 Ramón Járrega Domínguez AFRICANO EN LA COSTA ESTE DE HISPANIA DURANTE LOS SIGLOS V Y VI. LA APORTACIÓN DE LA CERÁMICA A CIDADE DE BRAGA E O SEU TERRITÓRIO NOS SÉCULOS V-VII 255 Luís Fontes, Manuela Martins, Maria do Carmo Ribeiro e Helena Paula Carvalho CONIMBRIGA, THE SURROUNDING TERRITORY, 263 Adriaan De Man AND A SHORT REMARK ON LUSITANIAN LATE ANTIQUITY EL USO Y EL SUMINISTRO DE AGUA A LA CIUDAD DE 267 Javier Martínez Jiménez ROMA EN EL PERIODO OSTROGODO: 476-552 DC. TRANSFORMACIÓN URBANA Y DIVERSIDAD REGIONAL EN EL OCCIDENTE 275 Meritxell Pérez Martínez DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. LOS CASOS DE HISPANIA Y BRITANNIA LA VEGA BAJA DE TOLEDO 283 EL SISTEMA MONETARIO VISIGODO Y SU ALCANCE REGIONAL: EL EJEMPLO DE LA PROVINCIA CARTHAGINENSIS Y LA CECA DE TOLEDO DE TOLETUM A TULAYTULA: UNA APROXIMACIÓN AL USO DEL ESPACIO Y A LOS MATERIALES DEL PERIODO ISLÁMICO EN EL YACIMIENTO DE VEGA BAJA (TOLEDO) LA CONSERVACIÓN DEL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA VEGA BAJA GAYAPRO: UN MODELO DE GESTIÓN ARQUEOLÓGICA LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN EL MATERIAL ÓSEO TRABAJADO DEL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA VEGA BAJA (TOLEDO)

285 Manuel Castro Priego 295 Jorge de Juan Ares Yasmina Cáceres Gutiérrez 305 Mª Dolores Ortín Arranz 309 José Manuel Villasante, F. Javier García 315 Mª del Mar Gallego García 327 Yasmina Cáceres Gutiérrez Jorge de Juan Ares


6 UN TERRITORIO URBANO EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO

Ortoimagen de la ciudad de Toledo y alrededores en la actualidad


7 DiegoMeritxell Dra. Peris Sánchez Pérez Martínez (Institute for Medieval Studies-University of Leeds)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 6 - 12

UN TERRITORIO URBANO EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO

Casi todas las ciudades deben parte de su origen a algún hecho geográ co singular. Toledo tiene su origen ligado a una geografía y geología excepcionales. Una geología que conforma un territorio complejo de tiempos antiguos, de formaciones de rocas fracturadas y con fallas que se produjeron a lo largo de las eras geológicas anteriores1. Y una geografía que establece el contraste del rio Tajo que recorre sinuoso territorios blandos en dirección este-oeste y altera su curso al rodear la montaña en la que se construyó la ciudad, para continuar después en la Vega Baja un camino por un territorio llano en el que los meandros cambian con el trascurso del tiempo. Toledo es un lugar con unas características propias, con una historia, de manera que el territorio pasa a ser el depositario de la especi cidad de este lugar. El territorio es geología y geografía. El paisaje es el aspecto del territorio, se formaliza necesariamente sobre ese sistema territorial. Pero el paisaje no es el territorio, es la con guración morfológica de ese espacio básico y sus contenidos culturales, porque la condición cultural del paisaje es su sustancia esencial2. El paisaje es el lugar y su imagen y por ello los paisajes urbanos son reveladores de su historia. La ciudad de Toledo nos muestra su historia de siglos si bien de manera diferente en lugares y tiempos. La cartografía del territorio nos hace llegar, de alguna manera, esa realidad geográ ca impregnada por la historia. La imagen que históricamente más se ha divulgado de la ciudad de Toledo, con su recinto amurallado cercado en 3/5 partes de su trazado por

1. BATLLE, ENRIC, 2007, “Geografía, en VVAA: Landscape+ 100 palabras para habitarlo, Barcelona, Gustavo Gili, p. 83. 2. MARTINEZ DE PISÓN, EDUARDO, 2009: Miradas sobre el paisaje, Madrid, Biblioteca Nueva, Paisaje y teoría, p.35. 3. Tal y como señala J. ALONSO, “El Tajo traza alrededor del recinto amurallado de la Ciudad de Toledo un arco de circunferencia casi perfecto, correspondiente a la mitad de un meandro completo del río. La mayor parte de la ciudad histórica de Toledo queda comprendida en la orilla interna (margen derecha) de la primera mitad de este meandro, que se inicia en la central hidroeléctrica de Safont y naliza en la estación depuradora de aguas residuales (EDAR). Se trata de un meandro del tren general del Tajo Medio, con una longitud de onda de 4,6 km, una amplitud de 2,3 km, y un radio de curvatura de unos 1100 m; es, por tanto, uno de los mayores del tramo Aranjuez- Talavera de la Reina”.

el Tajo, es precisamente la del torno que el río describe a su alrededor3, en un evidente contrasentido geológico toda vez que su cauce abandona las terrazas sedimentarias de la Cuenca de Madrid y se interna en las rocas metamór cas e ígneas de la Meseta cristalina de Toledo, transformándose de manera brusca en una garganta estrecha4 y que A. Rey Pastor (1928) explicó a partir de líneas de reactivación geotectónica que produjeron la asimetría de las vertientes del valle. El paisaje debió transformarse sustancialmente a partir de la conquista y posterior romanización del territorio toledano. Un grabado anónimo de 1548 dibuja la ciudad de Toledo con forma circular, dos puentes simétricos, con sus torres y tres puertas de entrada con tres torreones. “Esta es la visión imposible del Toledo renacentista. Esta es la imagen más repetida de la ciudad en los años centrales del siglo XVI. En impresos de nales de siglo, la misma estampa aparece desgastada, desdibujada, por agotamiento de la madera que le da vida”5. El autor anónimo, hombre del Renacimiento hace el dibujo porque las ciudades se dibujan así, con una técnica sencilla como es la xilografía. La imagen de la ciudad en siglos posteriores es la que presenta El Greco en su vista y plano de la ciudad o el grabado de Anthon Wyngaerden. La imagen que ofrece Wyngaerden re eja detalladamente la realidad de sus edi cios singulares y presenta una panorámica de la ciudad construida sobre la roca y rodeada por el Tajo. Toledo aparece casi horizontal, en su con guración, para poder ofrecer una buena visión de todos los edi cios que quiere incluir en su vista. Sólo, en el per l del fondo, sobresalen las torres de la catedral, del Alcázar y en el otro extremo la Casa de Bargas. “Las vistas topográ cas son el precedente más próximo de lo que por esos años, una vez superados ciertos atavismos del clasicismo y de los gremios profesionales, se empezaría a denominar con propiedad paisaje”6.

4. Este mismo autor expone un resumen de las diversas hipótesis que se han formulado para explicar este hecho (ALONSO AZCÁRATE, J.; 2007: Paseo Geológico por los alrededores de la ciudad de Toledo. Cuarto Centenario). 5. PAU PEDRÓN, ANTONIO. 1995: Toledo grabado. Toledo, p.11. 6. MADERUELO, JAVIER. 2008: “Manera de ver el mundo. “De la cartografía al paisaje”, en: Paisaje y territorio, Abada Editores, p. 73.


8 UN TERRITORIO URBANO EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO

A principios del siglo XVIII Joseph de Arroyo Palomeque, maestro de obras, dibuja y omite fechar esta curiosa vista de Toledo en perspectiva caballera. Bastante tosca y casi infantil, hecha por un buen conocedor del casco urbano y por ello meticulosa en grado sumo, incluye todas y cada una de las manzanas que componían la ciudad, con el número de plantas de cada una, sus edi cios más importantes, los puentes, molinos y murallas, el Arti cio casi completo – cuya planta concuerda con la traza de El Greco – y el clavicote que la Santa Caridad tenía instalado en el centro mismo de Zocodover. El dibujo se realizó a comienzos del XVIII. Aparecen en él la torre almenada, con paso en codo, que cerraba la salida del puente de Alcántara, sustituida en 1721 por el arco barroco actual; luego ha de ser anterior a este año. Se rotula el Alcázar como “Palacio de la Reina”, alusión clara a doña Mariana de Neoburg, reina viuda de Carlos II que fue residenciada en él hasta 1706, en que fue llevada a Bayona. Entre ambas fechas, pues, y más cerca de 1706 que de 1721 pues no duraría mucho el recuerdo de doña Mariana, debemos situar el documento, que hoy posee la Biblioteca Pública de Toledo a la que debió llegar junto con la colección Borbón-Lorenzana7. El dibujo presenta no sólo los edi cios monumentales, sino también el conjunto residencial. Los pretiles ante San Sebastián, las Benitas, el Ayuntamiento o Santo Tomé, subsistentes hoy; los brocales de los pozos públicos en El Salvador, Barrionuevo o Pozo Amargo; la isla de Antolinez, el “puente de Julio César”. Construido por Juanelo para su Arti cio cruzara sobre la calle del Carmen y, como en el plano de El Greco, el “Brasero de la Vega”, al que añade los restos del circo romano, omitidos por Domenico y por Antón de Bruselas. Están también la azuda de la Huerta del Rey, el doble arco de la cuesta del Alcázar. En el plano de Arroyo Palomeque, la Vega aparece como un lugar amplio en el que se conservan algunas edi caciones. En una zona próxima a la puerta de Bisagra todavía se mantiene el Brasero de la Vega y restos del circo romano. El Brasero de la Vega lo dibujó también el Greco y tiene planta cuadrada con torres en sus esquinas. Cerca de él dibuja el humilladero de Montero y se hacen visibles estructuras del circo romano. En el centro de la zona aparece el convento de San Bartolomé de la Vega incendiado por los franceses y “luego demolido para reutilizar sus restos en el Presidio Correccional… Fue también dibujado, por su cara opuesta, por el citado Antón de Bruselas; pero el diseño de Arroyo es más completo, resaltando su planta rectangular, con un breve atrio en el ángulo izquierdo…”8.

7. PORRES MARTÍN-CLETO, JULIO. 1989: Planos de Toledo. Toledo, IPIET, Plano nº 10. 8. PORRES MARTIN CLETO, JULIO: Panorámica de Toledo de Arroyo Palomeque, IPIET, 1992.

El dibujo de la Vega Baja de Santiago Palomares9 de 1753 presenta en primer plano el convento de San Bartolomé como una gran construcción con sus torreones en sus esquinas. Al fondo de la imagen se observa el arco del circo romano. Una imagen del lugar con un fondo en el que el sol se hace presente en su esquina izquierda. En 1765 se publica el Plano de la ciudad de Toledo y sus inmediaciones realizado por el maestro de obras José Díaz10. El plano conservado en el Archivo del Servicio Geográ co del Ejército presenta el núcleo urbano de Toledo inserto en un amplio territorio circundante que recorre una tupida red de caminos. En la zona de la Vega próxima a la ciudad aparecen dibujados San Bartolomé y la capilla. De las puertas de Bisagra y del Cambrón parte multitud de caminos paralelos al perímetro de la ciudad y otros que en diversas direcciones se alejan de la misma especialmente hacia pequeñas edi caciones señaladas en la zona próxima al rio. El plano de Toledo realizado por Navia hacia 1776 fue publicado por A. Ponz en su “Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables”11. A nales del siglo XVIII Manuel Antonio Carbonero rma el Plano de Vista de las Vega que llaman de los Bartolos de la ciudad de Toledo. Un plano que dibuja la Vega Baja con el límite superior de la muralla de la ciudad y en su parte inferior el borde del Rio Tajo. La imagen del río Tajo y de sus riberas, desde Toledo hasta Alcántara, en el XVII ha quedado plasmada en la Coreographia hecha por Luis Carduchi en 1641 por encargo del Conde Duque de Olivares12 que se conserva en el Archivo Municipal de Toledo. En ella no sólo se dibujan los principales obstáculos que debían salvarse dentro del cauce uvial, sino que se van anotando las poblaciones y otras edi caciones menores existentes en sus márgenes, anotándose alguna de

9. En el dibujo aparece la inscripción Dyonis Palomares invent del Toleti 1753. 10. LÓPEZ BALLESTEROS, ANTONIO. “El plano de Joseph Diaz, de 1765” en: La ciudad medieval de Toledo: historia, arqueología y rehabilitación de la casa, Toledo, Universidad de Castilla-La Mancha, 2007, pp. 95-96. Joseph Diaz es maestro albañil, nombrado alarife por el ayuntamiento de Toledo el 15 de marzo de 1752, después de un examen práctico al que concurren otros dos maestros albañiles, Joseph Arroyo Palomeque y Diego Sánchez Román.. “Joseph Arroyo en lo teórico se allá muy olvidado a causa de su edad, y no haberlo ejercitado mucho tiempo á … y que Joseph Diaz se allá actualmente mas versado en la arquitectura, geometría y promptitud y rmezsa en sus cuentas… a votar … quedan empatados Joseph Arroyo, y Joseph Díaz, entre quienes se debe volver a votar… Hecha la nueva votación quedo nombrado Joseph Díaz” 11. PONZ, 1787: Viaje de España, Tomo I, Madrid: Imp. de la Viuda de Ibarra, p. 116. Posteriormente, algo modi cado, se publica en el Semanario Pintoresco Español, 11 (15 de marzo de 1857) p. 84. 12. El reconocimiento exhaustivo del río tenía como nalidad estudiar su navegabilidad con el n de enviar por barco soldados y bastimentos que impidieran la separación del reino de Portugal de la Corona española.


9 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRร NEO (S. VI - VIII)

Plano general de la Vega Baja con las estructuras arqueolรณgicas excavadas hasta el momento y รกreas declaradas BIC.

BIC Vega Baja, 1992

BIC Vega Baja, ampliaciรณn 2008

BIC Fรกbrica de Armas 2009


10 UN TERRITORIO URBANO EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO

las ventas que acabamos de citar. A nales del siglo XVIII y con la llegada del gobierno ilustrado de Carlos III el proyecto de las Reales Fábricas creó en Toledo el inicio de un complejo industrial de importancia para la ciudad y de un valor singular por la conformación que posteriormente ha tenido como ciudad industrial. “El plano levantado y publicado a costa y bajo la dirección de D. Francisco Coello por D. Maximiano Hijón presenta una Vega como gran espacio agrícola. Desde la Puerta de Bisagra salen un conjunto de caminos, uno de ellos conduce al Cementerio General donde se encuentra con el Camino de la Vega. A la izquierda del anterior el Camino carretero a Talavera de la Reina pasa por las Ruinas del Circo romano, por las Ruinas que se suponen son del Templo de Marte o de Hércules y en la parte norte del plano por las Ruinas que se suponen son de las termas. Más a la izquierda, el Camino de la Fábrica de Espadas que atraviesa las ruinas de la Naumaquia. En dirección este- oeste otro camino que se encuentra con el Paseo de la Vega baja, pasa por las ruinas del convento de Mínimos de San Bartolomé hasta encontrarse con otro camino de la fábrica de espadas. El Paseo de la Vega parte de la Basílica de Santa Leocadia llamada del Cristo de la Vega junto a la cual está el Enterramiento de los canónigos y a su derecha la capilla. Desde el camino carretero a Talavera a la izquierda el terreno aparece roturado en parcelas de diferentes dimensiones que explican un uso agrícola del territorio. En la parte superior del plano y en dirección este - oeste aparece el trazado del Sifón para el riego de la Vega Baja que viene desde los molinos de Safón atravesando las huertas de Safón y la carretera de Madrid”13. En 1880 se publicó el plano de Toledo dibujado por Augusto Thiollet que aparece en el libro Itinéraire général descriptif, historique et artistique de l’Espagne et du Portugal de A. Germond de Lavigne14. De 1882 poseemos otro documento grá co de gran importancia: el “Plano de la ciudad de Toledo y plantas de sus principales edi cios” que fue levantado por el Instituto Geográ co y Estadístico, siendo su director Don Carlos Ibañez Ibero.15, en el que aparecen la Fábrica de Armas, los molinos y presas de Azumel, las ermitas del Cristo de la Vega y San Ildefonso, el Campo de tiro y la Mina de Safont, con un trazado de viario similar al actual. Un levantamiento ya realizado con técnicas modernas y con la precisión de la topografía del momento que garantiza dimensiones y cotas de altura de toda la ciudad de Toledo y numerosos edi cios proviniciales.

13. PERIS SÁNCHEZ, DIEGO y VILLA, RAMÓN, 2009, “Territorio, historia, cartografía e imagen”, en La Vega Baja de Toledo, p. 45. 14. GERMOND DE LAVIGNE, A. 1880, Itinéraire général descriptif, historique et artistique de l’Espagne et du Portugal, Paris : Librairie Hachette et Cie. 15. De este plano se conserva una copia fechada el 26 de noviembre de 1900 en el Ayuntamiento de Toledo [ed. Facsímil del COACM, Delegación de Toledo] SHM 1341, A-14-43] (95).

Zonas de estudio de la prospección ARP.

De este mismo año es el primer plano conservado en la serie del Instituto Geográ co Nacional, que nos presenta a escala 1:50.000 la ciudad y su entorno más próximo. Las diferentes ediciones de esta planimetría (1934, 1937, 1944, 1974 y 2001) permiten apreciar lo que será el desarrollo urbanístico de Toledo y sus alrededores a lo largo del siglo XX, que, en la Vega, se va a producir sutilmente en sus inicios, con la agrupación de una serie de viviendas alineadas junto a un lateral del circo romano (la Venta de Aires16,


11 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Datos iniciales de la prospección.

la principal de ellas, se sitúa frente a éstas). Este desarrollo urbanístico será detenido con el ajardinamiento del Campo Escolar sobre el hemiciclo y rehabilitación de esta parte del circo17. En el plano guía de Toledo de don José Reinoso, de 1892, aparecen en la esquina superior izquierda el Cristo de la Vega o Basílica de Santa Leocadia, el cementerio de la Misericordia y la trama de caminos que parten 16. El edi cio y negocio actual se fundaron en 1891, convirtiéndose en lugar de encuentro de los intelectuales que visitaban Toledo en el primer tercio del siglo. Debía existir otro anterior en el mismo lugar o muy cercano, pues una noticia recogida por F. Sierra nos informa de que el 2 de mayo de 1831, hubo una reyerta en el ventorrillo del Cristo de la Vega en la que se produjo una víctima mortal (DEL CERRO, 2007). 17. La actuación de rehabilitación fue dirigida por Ignacio Alvarez Ahedo, arquitecto municipal.

hacia la Fábrica de Espadas y Talavera, el paseo de la Vega Baja y las ruinas de Mínimos de San Bartolomé. Un plano a menor escala de los Contornos de Toledo presenta la compleja red de caminos que partiendo de las Puertas de Bisagra y el Cambrón se han de nido en el territorio. El plano que acompaña a la guía del vizconde de Palazuelos18 marca esa zona como suelo agrícola con los viarios iguales a los señalados en el plano de Reinoso y los mismos referentes de edi caciones o restos. De 1892 es el plano de Juan Marina que completa la abundante cartografía de este siglo XIX. Las distintas excavaciones arqueológicas realizadas en la zona a lo largo del siglo XX han ido dejando constancia puntual de la realidad histórica y de la cultura material que se conserva en este territorio19. Las actuaciones realizadas en la zona del Circo romano han puesto de mani esto el interés excepcional de este elemento y la presencia de la civilización romana en este espacio. La documentación de la Consejería de Cultura de la JCCM20 que recogemos indica el conjunto de actuaciones arqueológicas realizadas por diversas razones el esta zona. La decisión de construir más de mil viviendas con la obligación de realizar estudios arqueológicos previos puso en marcha el proceso que llevó a la decisión nal de declarar la zona Bien de Interés Cultural y anular el proceso edi catorio en ese territorio21. Las excavaciones realizadas por las distintas empresas constructoras generaron una información de cada una de las áreas donde trabajaban de manera aislada. El inicio en 2008 de campañas de excavación coordinadas y uni cadas por la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-la Mancha comenzó a generar una documentación que ofreció una imagen general de los conocimientos arqueológicos de la Vega Baja. El Plano de imagen de la zona en el que se han unido los trabajos realizados en los últimos tres años da una idea global de la importancia del yacimiento en el territorio y de la dimensión urbana que tiene la actuación. En un territorio de más de 85 hectáreas el yacimiento ocupa un área parcialmente excavada de unas 20 hectáreas22. Para completar esta información Toletum Visigodo realizó en el año 2009 una serie de estudios de prospección geofísica en, aproximadamente, 10 hectáreas de super cie del entorno. Se utiliza un dispositivo multipolar ARPO3 (Geocarta) compuesto de una cabeza dipolar que emite 18. Plano de la ciudad de Toledo grabado por C. Bachiller (Escala 1:4000)18. Fue realizado en Madrid en la Lit. de J. Palacios. Publicado en el libro Toledo: Guía artístico - práctica del Vizconde de Palazuelos, Toledo: Imprenta, librería y encuadernación de Menor Hermanos, 1890. 19. PERIS SÁNCHEZ, DIEGO y VILLA, RAMÓN, 2009, “Territorio, historia, cartografía e imagen”, en La Vega Baja de Toledo, pp. 21-94. 20. Plano realizado por Ramón Villa. 21. PERIS SÁNCHEZ, DIEGO, 2008, Tiempos de la Vega Baja, Toledo, UCLM. 22. Presentamos el plano de la imagen general de la zona y un plano de detalle de la zona 10.000 excavada en estos años.


12 UN TERRITORIO URBANO EN LA VEGA BAJA DE TOLEDO

una corriente eléctrica seguida de tres dipolos receptores de medidas del potencial eléctrico, resultadod e la circulación de corriente en el suelo. La distancia entre los dipolos, correspondiente a la distancia emisor-receptor (50 cm, 1 m y 2m) permiten integrar volúmenes crecientes de suelo y por extensión profundidades mayores (respectivamente 50 cm, 1m y 1,7 m). La corriente utilizada permite realizar medidas de resistividad cada 20 centímetros. Las medidas se realizan con un quad y la velocidad puede llegar a 10 Km/h. La posición de las medidas está garantizada por un sistema de GPS controlado en tiempo real23. Con el objeto de completar esta información se realizaron una serie de sondeos físicos24 en las zonas indicadas como más importantes en la anterior información y que con rmaron en su mayor parte la prospección realizada con la tecnología ARP. Una información que nos indica que el espacio arqueológico de la zona se extiende fuera de los límites arti ciales acotados actualmente por unos viarios construidos en los siglos XIX y XX. El territorio con su vida cultural, que poco a poco vamos conociendo y cartogra ando se convierte en el paisaje de la Vega Baja. Al objeto de compartir experiencias y recibir opiniones de diferentes especialistas, en el otoño del 2009, se celebró, en Toledo, en el campus universitario de la Fábrica de Armas el I Congreso Internacional: Espacios urbanos en el occidente mediterráneo (s VI-VIII)25. Las ponencias y comunicaciones de dicho Congreso se recogen es esta publicación que quiere ser una re exión internacional, desde el paisaje de la Vega Baja de Toledo.

Plano de interpretación de la prospección ARP.

23. Informe de la empresa ARP sobre la prospección geofísica realizada en Toledo incluye datos generales de la misma y la documentación grá ca que, parcialmente, recogemos en esta presentación. 24. Informe realizado por la empresa de Juan Manuel Rojas. 25. El Comité cientí co estuvo integrado por el Dr. Bryan Ward Perkins de la University of Oxford, el Dr. Claudio Torres del Campo Arqueológico de Mértola, el Dr. Ricardo Olmo Izquierdo Benito de la Universidad de Castilla-la Mancha, el Dr. Lauro Olmo Enciso de la Universidad de Alcalá, el Dr. Ángel Fuentes de la Universidad Autónoma de Madrid, la Dra Sonia Gutierrez Lloret de la Universidad de Alicante, el Dr. Luis caballero Zoreda del CSIC y la Dra. Gisela Ripoll de la Universitat de Barcelona.




15 Josep M. Gurt i Esparraguera (Universitat de Barcelona) Isabel Sánchez Ramos (Universitat de Barcelona)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 15 - 28

ESPACIOS FUNERARIOS Y ESPACIOS SACROS EN LA CIUDAD TARDOANTIGUA. LA SITUACIÓN EN HISPANIA

Palabras clave: Topografía, cristianización, Hispania, mundo urbano, necrópolis, conjuntos eclesiásticos, grupo episcopal. Resumen: Se estudian los espacios urbanos destinados a necrópolis así como otros espacios esenciales en la ciudad hispana tardoantigua, como son los nuevos conjuntos eclesiásticos. Se propone una reinterpretación espacial de estos contextos para contribuir al conocimiento de los que fueron los nuevos lugares simbólicos y de referencia de las comunidades urbanas de la época.

Key words: Topography, Christianization, Hispania, urban spaces, burials, sacred architecture, bishops group. Abstract: The urban spaces destined for necropolis are studied and also other essential spaces in the Late Antiquity city, like are the new ecclesiastic complexes. One proposes a spatial reinterpretation of these contexts in other to contributed to the knowledge of those who were the new symbolic places and of reference to urban communities of these period.

Nuestro propósito en estas páginas es analizar conjuntamente, y siempre a partir de la evidencia material, los espacios que en la ciudad hispana tardoantigua se destinan a necrópolis y también aquéllos relacionados íntimamente con estos últimos, que desempeñan otras funciones de carácter litúrgico y martirial. Desde el estricto punto de vista de la topografía urbana, trataremos de comprender la interconexión indisociable y consecuente que parece existir entre espacios funerarios y espacios sacros, así como el diálogo constante que éstos mismos mantienen con la evolución y estructuración de la propia ciudad. Una ciudad en la que como es conocido se produce una profunda transformación social que terminará por subvertir el concepto de la urbe clásica precedente. De ella destacaríamos como aspecto más relevante el proceso de cristianización de las comunidades locales y la aparición de unas nuevas élites dirigentes, porque ambos factores tuvieron su re ejo topográ co equivalente, aunque no inmediato, en la imagen urbana de la ciudad del momento1. Una reconsideración del estado de conocimiento que actualmente se tiene de la topografía funeraria, es la razón que nos motiva a plantear, o a evocar, también para el caso hispano, una serie de realidades de mayor alcance que son, por un lado, consubstánciales a la estructuración de la ciudad tardoantigua, y por otro, también son resultado en la mayoría de los casos de un largo proceso de transformación de la ciudad romana. El estudio de los espacios de necrópolis, y de sus antecedentes catastrales, nos servirá para obtener una interpretación espacial con la que pretendemos avanzar en la comprensión del signi cado de los contextos urbanos, es-

pecialmente de los que se constituyen como los nuevos lugares simbólicos y de referencia para la población que los habita. Se trata, por tanto, de analizar en profundidad las necrópolis y los conjuntos eclesiásticos, sobre todo los episcopales, para descodi car la semántica urbana de la que son producto. Partiendo siempre de los trabajos que distintos equipos de investigación vienen realizando en numerosas ciudades hispanas sobre el período histórico que nos ocupa, se detecta que los núcleos urbanos en curso de estudio re ejan una realidad urbana a veces tan diferente entre sí, que resulta arriesgado establecer un modelo concreto de transformación y de estructuración de la topografía fácilmente extrapolable2. Uno de los problemas que condiciona la investigación actual es conseguir delimitar espacialmente con la su ciente precisión el solar o la super cie de la ciudad en su fase tardoantigua. Por ejemplo, existen ciertas dudas sobre la con guración de la ciudad de Emporiae durante el intervalo que quizá pudo haber, aunque desconocemos cuánto se prolongaría en el tiempo, entre el abandono de la ciudad romana y la constitución del nuevo núcleo urbano en Sant Martí3. Mismas incertidumbres afectan a Clunia donde habrá que preguntarse cuál es el espacio concreto codi cado como

1. WICKHAM, 2009, 857.

2. Se mantiene que la evolución de las ciudades estuvo sujeta a unas determinadas circunstancias históricas –económicas, políticas, sociales, etc.-. Es razonable imaginar que estas condiciones, al mismo tiempo, acentuaron considerablemente no sólo las diferencias administrativas o de status entre las distintas ciudades, sino también las urbanísticas. Véase, WICKHAM, 2009, 846-983. 3. AQUILUÉ et alii, 2003, 15.


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urbano durante la Antigüedad tardía4, o lo mismo se podría argumentar para otras ciudades como Segobriga5. Esta situación, no debe hacernos olvidar que existen unos fenómenos de transformación comunes que afectan al resto de ciudades del Mediterráneo occidental6. Y, no obstante, más allá de situaciones urbanas especí cas que puedan caracterizar de manera particular la topografía de según qué ciudad, es ya indiscutible señalar que en la estructuración de todas ellas existe un componente clave, invariable y constate. Y ese es el conjunto episcopal, en el caso de las sedes episcopales, y no sabemos muy bien a ciencia cierta si en ciudades sin este rango sería la existencia de una iglesia o de un conjunto eclesiástico el que cumpliría un papel equivalente. Es por eso que sean las ciudades episcopales donde con mayor certitud podamos considerar que es el lugar que ocupan estos espacios o referentes sacros y la arquitectura que los monumentalizan, la esencia misma de la ciudad tardoantigua, y que son éstos mismos los que terminarán por borrar los símbolos de la urbe altoimperial. Muy probablemente los conjuntos episcopales no fueron los únicos referentes urbanos, sino que es posible que tengamos que considerar también la existencia de otras construcciones destacables de tipo civil (como el pretorio o palacio), aunque por lo que se re ere a Hispania en estos momentos no se conocen su cientes edi cios de este tipo como para plantear hipótesis sólidamente fundamentadas en este sentido. Como excepciones señalaremos una construcción en Barcino interpretada como el palacio de las élites civiles, que desde el siglo VI se emplaza en el mismo espacio episcopal7. Otro complejo más quizá en Recopolis junto a la gran iglesia que ocupa una evidente posición central8. Y en Toledo habría que remitir a las distintas construcciones que se están documentando en el antiguo suburbio, donde se podrían localizar algunos de los edi cios áulicos de la capital del nuevo reino Visigodo9. En este caso no debemos olvidar la valoración que se ha hecho en repetidas ocasiones de los restos de una construcción monumental hallada junto a la iglesia del Cristo de la Vega que, a pesar de no haber sido fechada por la arqueología, posiblemente puede atribuirse a época visigoda; lo que ha llevado a ponerla en relación con la iglesia de Santa Leocadia que citan las fuentes. Este hecho refuerza toda interpretación que pueda hacerse de los nuevos restos monumentales recientemente detectados en el mismo suburbio10. 4. RIPOLL, 1989, 389-418. 5. ABASCAL, ALMAGRO y CEBRIÁN, 2008, 221 y 222. 6. CANTINO WATAGHIN, 1995a, 235-261; Ead., 1995b, 201-239; CANTINO WATAGHIN, GURT y GUYON, 1996, 17-41; BROGIOLO, GAUTHIER y CHRISTIE, 2000, entre otros. 7. BONNET y BELTRÁN DE HEREDIA, 2005, 170. 8. OLMO, 2008, 44; RIPOLL y VELÁZQUEZ, 2008, 215. 9. ROJAS y GÓMEZ, 2009, 68.

Fig. 1. Espacio episcopal de Valentia junto al antiguo foro. A) Localización de la primera necrópolis circ. segunda mitad del siglo V (Ribera, 2005, 215, fig. 8); B) Conjunto monumental y necrópolis episcopal circ. finales del siglo VI-inicios del siglo VII (Ribera, 2005, 232, fig. 28).

Pero en este trabajo que presentamos vamos a centrarnos en dos de los aspectos que fueron quizá los que tuvieron un mayor grado de impacto en la transformación global del paisaje urbano, además de que consideramos que pueden ser dos de los mejores exponentes disponibles para valorar la dinámica urbana de la ciudad tardoantigua. El más signi cativo, aunque lo abordaremos en último lugar, es la presencia de contextos funerarios intramuros ya sea del recinto de época clásica, ya sea del nuevo solar de la ciudad tardoantigua cuando eventualmente se ha detectado que hubo un desplazamiento del hábitat urbano; y el segundo, concierne a la fuerza que ejercieron las necrópolis emplazadas en el antiguo suburbio romano para el establecimiento de los nuevos conjuntos monumentales: funerarios, martiriales o eclesiásticos como podrían ser los episcopales. Serán varias las ocasiones en las que destacaremos un estudio de reciente publicación que permite hablar del grupo episcopal de Egara, constatado desde la segunda mitad del siglo V, como paradigma en Hispania de la correspondencia entre espacios funerarios y espacios sacros11. En otras ciudades veremos que no 10. PALOL, 1991, 787-832; VELÁZQUEZ y RIPOLL, 2000, 554-558; BARROSO y MORÍN DE PABLOS, 2007, 113-116.


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Fig. 2. Corduba en la Antigüedad tardía. A) Planta de la ciudad. B) Propuesta de restitución de la teórica iglesia episcopal tardoantigua en el marco de la mezquita posterior (Sánchez, 2009, 142, fig. 9).

resulta tan fácil intuir esa misma relación; sin embargo, Egara, plantea otro tipo de problemáticas, pues desconocemos la correspondencia espacial exacta que mantuvo el grupo episcopal con respecto al municipio egarense, ya que no se sabe si éste se encontraría bien en una zona urbana de la ciudad romana bien en una zona perteneciente al suburbio. LA CIUDAD TARDOANTIGUA Y EL GRUPO EPISCOPAL Respecto a la ubicación espacial del episcopio es necesario aclarar que el grupo episcopal no es solamente uno de los principales referentes topográ cos en la ciudad tardoantigua, sino que en algunos casos podremos observar que los conjuntos episcopales son en sí mismos la propia ciudad, y que también existe al margen de ésta. Para valorar el proceso de transformación urbana durante la Antigüedad tardía se ha demostrado como fundamental conocer dónde se encuentran ubicados estos conjuntos, su localización, y la detección por ejemplo de traslados, pues hay casos en los que su desplazamiento comporta excepcionalmente una probable movilidad espacial de la ciudad. Aunque en general, el tema de los traslados, en los que intervendrían situaciones y factores muy locales, lo debemos considerar una discusión menor en las ciudades del Occidente romano12. La situación más frecuente en Hispania

11. GARCIA, MORO y TUSET, 2009. 12. Podríamos citar entre otros los casos de Aix-en-Provence (GUYON, 2005, 21) y Módena (CANTINO WATAGHIN y GUYON, 2007, 293). En Módena, además, no sólo se produce un traslado del grupo episcopal cuando la ciudad romana se abandona por problemas hidrogeológicos, al parecer en el siglo IV, sino que la ecclesia busca y se instala extramuros en un contexto funerario y martirial vinculado con San Giminiano.

también es la inmovilidad y permanencia espacial de las construcciones pertenecientes al grupo episcopal. Tan sólo Tarraco podría representar en estos momentos una de las excepciones más elocuentes por las particularidades de su topografía, como trataremos más adelante, aunque en realidad las propuestas interpretativas que giran acerca del conjunto fundacional son aún hipótesis abiertas13. Quizás más importante que la localización sea conocer los precedentes catastrales al establecimiento del conjunto religioso. De los avances que la investigación ha realizado en este sentido, se desprende que existe una casuística muy diversa que, probablemente, tiene muy poco que ver con el concepto de un urbanismo clásico y una mayor relación con una dinámica urbana nueva desarrollada durante este periodo que, hoy por hoy, nos es muy difícil de modelizar. Es más que probable que los factores locales sean los que ubiquen espacialmente el episcopio. Así, por estadística y por cronología, la sociedad civil juega un papel determinante para conseguir un emplazamiento donde poder construir el grupo episcopal, siendo los espacios de habitación los que guran como los más utilizados. Mientras que la ocupación del espacio público parece algo posterior con excepciones14. La situación del episcopio intramuros en Hispania se conoce por ejemplo en Barcino desde inicios del siglo V, que nace a partir de una gran domus con un complejo industrial asociado en el ángulo nordeste junto a la muralla15. En Valentia, el grupo episcopal ocupará, que sepamos desde el siglo VI, un solar habilitado en la zona suroriental del foro romano; pero según parece su ubicación estuvo condicionada por motivos distintos relacionados con un espacio martirial, que ha sido detectado por la presencia temprana de una zona de necrópolis en el lugar16 ( g. 1). En Tarraco, también se encuentra en el lugar que ocupaba el templo del foro provincial, al menos desde el siglo VI17. Mientras que en Corduba, unas estructuras que podrían pertenecer probablemente a la iglesia episcopal se sitúan junto al Kardo Maximus y próximas al lienzo Sur de la muralla18 ( g. 2). Otro conjunto de localización intramuros es la iglesia episcopal de Egitania19, y la de Ilici si se con rmara la transformación de la iglesia conocida en el ángulo suroeste intramuros en la sede del obispado del siglo VI20.

13. MACIAS, 2000, 264. 14. GUYON, 2005, 18. 15. BONNET y BELTRÁN DE HEREDIA, 2005, 155-180. 16. RIBERA, 2005, 212. 17. MENCHON, MACIAS y MUÑOZ, 1994, 229. 18. SÁNCHEZ, 2009, 127. 19. ALMEIDA, 1977, 13; UTRERO, 2006, 602. 20. POVEDA, 2000, 573; Id., 2005, 328.


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Se comienza, además, a tener referencias más precisas para conocer la estructuración diocesana del territorio, puesto que la investigación más reciente está corroborando la existencia de un buen número de nuevas sedes episcopales, la mayoría del siglo VII, que se crearán en asentamientos menores. Algunos de ellos son por ejemplo Dumio (a. 558) y Begastri (a. 610). Dumio es quizás el caso más claro en Hispania de la existencia de un grupo episcopal sin ciudad, si tenemos en cuenta que la nueva sede episcopal se establece en un monasterio del siglo VI, que se había fundado previamente en una villa localizada en el territorio inmediato a Bracara Augusta21. Y en la ciudad-frontera de Begastri22 se documenta por la epigrafía una iglesia consagrada por el obispo Vitalis23, sin que haya sido identi cada entre las estructuras recuperadas hasta el momento24. Pero existen otros casos en los que aún no se sabe sobre seguro cuáles de los conjuntos eclesiásticos documentados en enclaves como son Algezares25, El Monastil26 y El Tolmo de Minateda, le correspondió una nueva sede episcopal. A todas luces, este último, es decir, la antigua ciudad augustea de Ilunum parece ser el ejemplo más signi cativo del cual destacaríamos la creación de un nuevo lienzo y la construcción de un complejo eclesiástico monumental en el siglo VII de porte episcopal27 ( g. 3). No podemos pasar por alto aquellos grupos episcopales que, sin estar establecidos en un espacio suburbial ni claramente rural, fundiario, presentan una relación muy especial con una estructura urbana. Ya habíamos adelantado que el grupo episcopal de Egara es el resultado de un proyecto compacto, asentado sobre un espacio ocupado previamente en distintas fases (una de las últimas y previa a las primeras estructuras de culto es de tipo funerario28), pero que no muestra relación alguna con su entorno directo, el que representaba el municipio de Egara que no ha podido ser concretado desde el punto de vista topográ co29, ni en época clásica ni durante el período tardío30. Por el contrario, sí es posible relacionarlo con Barcino y su episcopado ( g. 4). No en vano constituye una creación del mismo, y por tanto, una escisión territorial a partir de mediados del siglo V. Por lo cual, la implantación del grupo episcopal podría de nirse como un episcopio que controla un territorio sin un núcleo habitado; o lo que es 21. DÍAZ, 2000, 414-419. 22. VALLALTA y OCHOTORENA, 1984, 32. 23. ICERV 318. GARCÍA y LLINARES, 1984, 39; ESPULGA, MAYER y MIRÓ, 1984, 66-71. 24. GONZÁLEZ, MOLINA y FERNÁNDEZ, 1998-1999, 148-156; GONZÁLEZ, FERNÁNDEZ y PEÑALVER, 2003, 327. 25. RAMALLO y RUIZ, 2000, 307. 26. POVEDA, 2003, 113-126. 27. GUTIÉRREZ y CÁNOVAS, 2009, 92. 28. GARCIA, MORO y TUSET, 2009, 45-53. 29. GARCIA, MORO y TUSET, 2009, 62. 30. GURT, 2003, 140.

Fig. 3. La necrópolis ad sanctos del conjunto monumental del siglo VII de El Tolmo de Minateda (Gutiérrez y Cánovas, 2009, 104, fig. 6).

lo mismo, Egara parece también manifestar con delidad la idea de cómo el grupo episcopal durante la Antigüedad tardía puede llegar a de nir por sí mismo la ciudad. Sin embargo, en el contexto del Occidente romano puede que Terrasa no represente un caso tan excepcional. Otras ciudades no hispanas como son Grado31, Sabiona32 y Digne33 presentan unas características parecidas a las descritas para Egara, porque en la actualidad es difícil conocer el soporte urbano que teóricamente acogería al episcopio, y porque en todas ellas consta la existencia previa de un espacio funerario. De todo lo dicho, quizás la principal novedad referente a la ubicación del grupo episcopal y a los precedentes catastrales del espacio urbano ocu31. CANTINO WATAGHIN, 1989, 46. 32. CANTINO WATAGHIN y LAMBERT, 1989, 201. 33. CANTINO WATAGHIN y GUYON, 2007, 294.


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Fig. 4. Egara. A) Ubicación de los primeros enterramientos justo detrás del ábside de la iglesia posterior (Garcia, Moro y Tuset, 2009, 48, fig. 70). B) Iglesia y espacio funerario anteriores a la fase episcopal (Garcia, Moro y Tuset, 2009, 52, fig. 81). C) Iglesias y nuevos sectores de necrópolis del conjunto episcopal en su fase de la segunda mitad del siglo VI (Garcia, Moro y Tuset, 2009, 107, fig. 203).

pado por el mismo, y aunque lo hayamos dicho sin destacarlo, reside en el hecho de con rmar que grupos episcopales considerados urbanos, utilizando una nomenclatura clásica, buscan y se establecen sobre espacios de necrópolis. Se trata de una situación que, además de los ejemplos citados anteriormente, ya se había demostrado en otros lugares como Concordia34 y en otras ciudades del Mediterráneo occidental, como re ejan desde momentos iniciales varias de las sedes sardas35. Pero a pesar de ello, bien es cierto que esta particular ubicación espacial del conjunto episcopal no es la más común, y a la que habrá que dar su razón correspondiente por varios motivos. Uno, por la propia existencia de necrópolis en espacios urbanos desde un momento temprano; y dos, porque estas necrópolis continuarán

34. CANTINO WATAGHIN y GUYON 2007, 292. 35. MOTTA, 2006, 334 ss. El rasgo común en todas ellas es, por un lado, la implantación monumental de la iglesia episcopal en una zona funeraria extramuros originada en época bajoimperial, que en determinados casos pudo estar ligada a un culto martirial local (Porto Torres o Sulci); y por otro, el traslado del núcleo habitado con la consecuente constitución de un nuevo espacio urbano en torno a los nuevos conjuntos religiosos (Cor nio).

activas junto al grupo episcopal creándose un constante dialogo entre ambas estructuras, lo que nos indica que la primera de las razones no es gratuita sino que tiene su sentido. CONJUNTOS MONUMENTALES EXTRAMUROS Por lo que concierne a los cambios que afectan al suburbio, cabría reiterar el protagonismo y la capacidad de atracción que tuvieron los espacios destinados a necrópolis para el establecimiento de los nuevos conjuntos monumentales. Ciñéndonos a las informaciones disponibles, la transformación de la topografía extramuros, aunque no se produce por igual en todas las ciudades hispanas ni en tiempo ni de igual forma, parece que se inicia justo desde el momento en que sectores situados fuera de las murallas, fundamentalmente los espacios de habitación, se abandonan, expolian, amortizan y en muchos casos se reocupan por necrópolis. Por un lado, tanto la desaparición, como sobre todo el cambio de función de los espacios y la utilización de una nueva arquitectura, son los aspectos que con mayor determinación van a ir generando una topografía dinámica, cambiante y nalmente distinta. En numerosas ocasiones no se puede demostrar que el cristianismo sea el germen o el primer y único factor responsable de la transformación del suburbio, si bien es cierto, que el nacimiento de no pocas áreas funerarias cristianas estuvo marcado y condicionado por un contexto martirial o por la presencia de reliquias. Algunas de las necrópolis hispanas ofrecen indicios


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su cientes para plantear que, por lo menos, parte de los nuevos espacios funerarios se forman con probabilidad en torno a una estructura primitiva que canaliza la veneración de unos restos. La sacralidad del lugar donde surgen estas estructuras, que actúan como memoria de aquello que se venera, permanece a través de construcciones sucesivas que no pierden nunca su vinculación con los referentes de origen. Entre los ejemplos en los que se emplea una arquitectura para monumentalizar un espacio conectado con un culto martirial, se podría citar la estructura conservada en Emerita, de planta rectangular rematada en ábside que contiene varios enterramientos que se propone identi cadar con el martyrium, tumulus o memoria de Eulalia al que aluden autores como Prudencio y Gregorio de Tours. El pequeño edi cio excavado de teórico origen martirial forma parte de una necrópolis ad sanctos más extensa creada desde la segunda mitad del siglo IV36. Con el tiempo, en la segunda mitad del siglo V, se construye directamente sobre la necrópolis una iglesia que engloba en el ábside el monumento retenido como el origen de toda la zona funeraria, e interpretado como tumulus de la mártir. Tarraco y Valentia son otras ciudades donde la sacralización de unos determinados lugares, y la aparición de necrópolis que se les asocian, ilustran perfectamente el cambio en la funcionalidad de edi cios y de los espacios más emblemáticos del urbanismo altoimperial (como son el an teatro y los edi cios civiles próximos al foro, respectivamente), ahora transformados en los nuevos referentes litúrgicos de la topografía tardoantigua. En Tarraco, la reexcavación de la iglesia del an teatro y el posterior estudio de C. Godoy permiten por una parte, justi car la exacta ubicación topográ ca de un escenario martirial, así como de nir con precisión la función de la estructura documentada. Y por otra, también Godoy identi có este edi cio con la ecclesia Sancti Fructuosi que cita el Oracional de Verona en relación a la litúrgia estacional de la ciudad37. El espacio destinado al culto martirial se hace coincidir aquí con el lugar donde exactamente condenaron al obispo Fructuoso y a sus diáconos Augurio y Eulogio († 259). Es en la parte de la arena, justo donde transcurre el foso transversal del an teatro, en la que se ubicarán los cimientos de la parte occidental de la iglesia. La sacralización de este espacio generó con una cronología avanzada de siglo VI una nueva necrópolis ad sanctos alrededor38. En Valentia, la peculiaridad mayor es que se trata de un contexto martirial intramuros. Desde la segunda mitad del siglo V surge una necrópolis junto a un edi cio administrativo de la fase bajoimperial situado tras el ángulo sudeste del foro, que es entendido como sacro al considerarse tam36. MATEOS, 2005, 55. 37. GODOY y GROS, 1994, 248. 38. TED’A, 1990, 234; MACIAS, 1999, 227-230.

bién como uno de los escenarios clave en la passio del mártir San Vicente39. Ya en el siglo VII este lugar quedará incorporado al grupo episcopal, justamente edi cado en el lugar, y se señaliza convenientemente con la incorporación de una estructura, de la cual, se conoce un pequeño ábside de herradura muy similar al de la basílica del an teatro de Tarraco. En torno a este ábside se forma genera una nueva necrópolis que se caracteriza por el uso de grandes cistas de losas y la práctica habitual de la inhumación múltiple. En este mismo sentido, tendríamos que detenernos en el mausoleo recuperado en Barcino en una antigua villa suburbana en el que apareció una lauda sepulcral de mosaico posiblemente del siglo V ( g. 5). Mausoleo que, quizás, deberíamos incluirlo dentro de la categoría de ábsides como es el ya citado en Valentia y otro más documentado en Baetulo40. Las posibles diferencias con respecto a éstos es que la estructura de Barcino no es sólo un ábside, sino que es el conjunto de ábside y espacio rectangular donde se concentran varios enterramientos. Este edi cio no se encontraba aislado, sino integrado en un área funeraria más amplia próxima a la muralla de Barcino donde constan enterramientos desde nales del siglo III o inicios del siglo IV. Un aspecto interesante en la transformación de la villa altoimperial es la naturaleza de la reocupación funeraria en sí, es decir, la connotación de este espacio funerario en cuanto a la posición privilegiada de los individuos allí enterrados. Que tal vez son ad sanctos si aceptáramos, por un lado, identi car la construcción analizada con una cella memoria; y por otro, que la sepultura que está cubierta por el mosaico perteneció a un personaje destacado de la comunidad local, y que es ésta la que atrae a todas las demás. La existencia misma de la lauda, su iconografía como es el crismón central enmarcado por una corona símbolo que se asimila al triunfo tras el martirio, y la ausencia de epita o o referencia explícita al personaje inhumado, son algunos de los argumentos que apoyarían esta interpretación como ya lo indicara en su momento G. Ripoll41. Los otros enterramientos no destacan precisamente por su tipología, pues algunos utilizan cubiertas de tegulae, sino que como hemos comentado sobresalen por su posición o ubicación espacial. Dado que el edi cio y la lauda se han fechado hacia el siglo V, este conjunto debería contextualizarse en el marco urbano de su época y, por tanto, se podría relacionar con los nuevos espacios sacros de la ciudad tardía como es el grupo episcopal que se encuentra

39. ALAPONT y RIBERA, 2006, 168; RIBERA, 2007, 383. 40. PADRÓS, 1999, 89-90. La recuperación de varias tumbas en un lugar cercano al antiguo foro y, sobre todo, el emplazamiento de una estructura absidada que contiene dos enterramientos en formae -la cual pudo constituir un espacio de culto martirial-, determinaría siglos después el sitio preciso donde construir la primera iglesia medieval. 41. RIPOLL, 2001, 235.


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B

A

C

Fig. 5. Barcino. A) Topografía de la ciudad tardía (Beltrán de Heredia, 2008b, 286, fig. 8). B) Monumento funerario que reocupa parte de una villa altoimperial (Ripoll, 2001, 43, fig. 18). C) Lauda sepulcral de mosaico que cubre a unos de los enterramientos hallados en la citada construcción (Ripoll, 2001, 43, fig. 19).

muy cerca de este lugar, aunque está intramuros, y también tiene su precedente espacial en una domus. En estas fechas no se tiene noticia de la existencia de una necrópolis episcopal ni de ningún tipo de sepultura en el espacio hasta ahora conocido el propio complejo cristiano; razón por la cual cabría plantearse la posibilidad de si esta construcción pudo ser plani cada y utilizada por las élites laicas, o más bien por un sector social ligado al entorno episcopal y perteneciente a la jerarquía eclesiástica. A la construcción de Barcino, hay que sumar otra más documentada hace pocos años en una necrópolis tardoantigua localizada al Norte de Hispalis, que cuenta con una fase de ocupación funeraria altoimperial. Hablamos de un monumento que presenta un ábside de planta poligonal orientado al Oeste y con cripta, pero donde no se han encontrado enterramientos. Sí aparecen inhumaciones, por el contrario, en otras construcciones de la misma necrópolis que adoptan también la forma de estructura semicircular42.

Del mismo modo, en las zonas extramuros se construyen nuevos edi cios e iglesias funerarias capaces de albergar un gran número de enterramientos bajo su pavimento, como sucede en la iglesia de ábsides contrapuestos de Myrtilis43 y en la iglesia septentrional del suburbio suroccidental de Tarraco44, entre otras. En ciertas ocasiones estos lugares bene ciarán, a su vez, la construcción de auténticos complejos asistenciales y de gestión en su entorno, recordemos el caso de Emerita, sin descartar la posibilidad de que el propio núcleo rector de la ciudad cristiana, el grupo episcopal, se instalara próximo a estos nuevos espacios generadores de fe. Todo ello contribuirá a dar una dimensión nueva al suburbium, aunque en no pocas ocasiones el panorama hasta ahora delineado se nos muestra mucho más complejo. Contamos con algunos ejemplos que, aun sirviéndose también de una arquitectura monumental, se podría discutir si el compo-

42. CARRASCO et alii, 2004, 125-148; BARRAGÁN, 2006, 124.

43. LOPES y MACIAS, 2005, 451. 44. LÓPEZ, 2006, 250.


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nente martirial es siempre el origen más probable atribuible a la aparición, primero del cementerio cristiano, y luego de un posterior conjunto eclesiástico. Nos referimos a espacios funerarios bastantes conocidos. En Tarraco no se conoce hasta el momento la tumba o la teórica estructura martirial a partir de la cual se ha explicado la formación del conjunto cristiano del Francolí45 ( g. 6). Es la mayor de las necrópolis cristianas entre las conocidas en Hispania. Está delimitada y cerrada por una vía romana, la misma que pasa delante de la iglesia funeraria septentrional antes mencionada, y presenta una estructura más o menos homogénea, sin que espacialmente se aprecie un núcleo generador. Es la única necrópolis de Tarraco donde las superposiciones funerarias son una constante, y en la que sus sepulturas presentan una mayor suntuosidad y riqueza. Indicador claro del sentido de comunidad y prestigio de la necrópolis. Las ánforas señalan el siglo IV y la primera mitad del V como el período funerario más intenso, mientras que su uso parece detenerse en el siglo V46. Los escasos datos epigrá cos oscilan, no obstante, entre los años 393 y 503. A partir del siglo V se construye un complejo organizado a partir de una iglesia de gran tamaño (38.6 m x 19 m) que se proyecta y actúa como nuevo recinto cementerial, pero que se encuentra descentrado respecto a la necrópolis que ya existía. Las sepulturas, muchas de ellas sarcófagos y algunas señaladas con una lauda hecha de mosaico, a partir de este momento quedarán reducidas a la propia basílica y a varios mausoleos que se le adosan, o que están directamente conectados con ella como la cripta de Los Arcos. Al Sur, se localizan múltiples dependencias anejas entre las que destacar un baptisterio que, al parecer, quedará anulado a lo largo del siglo VI. Estaríamos, por tanto, ante un amplio conjunto arquitectónico, bien articulado, que pudo tener un acceso monumental a través del pórtico tetrástilo documentado47. La interpretación del conjunto como basílica martirial ha estado en cierta manera sujeta a la recuperación de un epígrafe muy fragmentario donde se citan los nombres de los tres mártires de Tarraco [...Fru]ctuosi Au[gurii et Eulogii]48. Según Y. Duval no se puede considerar el epita o de los mártires sobre sus tumbas49. Sí, probablemente, como perteneciente a una memoria en la que podrían hallarse algunas de sus reliquias50. La epi-

45. SERRÁ VILARÓ, 1930; Id., 1935; Id., 1936; VIVES, 1941, 47-60; PALOL, 1953; AMO, 1979, 243. 46. KEAY, 1984; REMOLÀ, 2000. 47. LÓPEZ, 2006, 250. 48. Restitución en SERRA VILARÓ 1936, 61; VIVES 1941; Id., 1969, nº 321. 49. DUVAL, 1993, 175, fecha el epígrafe en el siglo V, por lo que no se puede relacionar con la primitiva necrópolis cristiana. 50. GODOY, 1995, 194.

Fig. 6. El suburbio suroccidental de Tarraco. Localización de los conjuntos monumentales y de la necrópolis cristiana del área del Francolí (a partir de López, 2006, 276, fig. 314).

grafía funeraria recuperada contiene, por otra parte, expresiones como in sede sanctorum, que debe aludir a la presencia y conmemoración martirial, e in sancta Christi sedes, que según Godoy estaría haciendo referencia a un edi cio de culto eucarístico51. Muy brevemene, creemos que de todo ello se puede deducir que necrópolis e iglesia son dos realidades diferentes. Por un lado, existe una necrópolis cristiana donde no está tan claro que una sepultura martirial sea el núcleo primigenio más probable. Y por otro, existe un complejo eclesiástico que, a su vez, genera una nueva necrópolis de uso mucho más restrictivo y de carácter privilegiado, que no parece depender de unos enterramientos generadores de un culto especí co. Este conjunto monumental es un nuevo punto de referencia de la litúrgia estacional de la ciudad, aunque sorprendentemente advierte una precoz decadencia hacia mediados o nales del siglo VI. Quedará aún por explicar el porqué de su declive, dado que su aparente desarticulación no parece que pueda relacionarse, en tiempos más o menos iguales, con la construcción de la iglesia en el an teatro, pues ambos complejos fueron concebidos con características muy distintas. Quizás la explicación más probable sea pensar en un traslado. En tal caso, y

51. GODOY, 1995, 190.


23 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Fig. 7. Emporiae. A) Enterramientos junto a la piscina bautismal ubicada en el antiguo suburbio de la ciudad romana (Foto: Archivo Museu d’Arqueologia CatalunyaEmpúries). B) Lauda sepulcral de mosaico perteneciente a una de las tumbas (Foto: J. Curto). C) Topografía de Ampurias (Nolla y Sagreda, 1999, 98).

de aceptar que las construcciones detectadas en el Francolí no pertenecieron únicamente a un complejo religioso, funerario ni martirial, deberíamos considerar si tal vez estamos ante un espacio episcopal52. Emporiae ofrece un panorama tan rico en información como la misma Tarraco porque son varias las iglesias construidas en ambientes funerarios. Pero quisiéramos destacar aquí el único baptisterio conocido en Emporiae hallado bajo la iglesia de Santa Margarita y construido también, a su vez, sobre una zona funeraria tardía. Éste tendría sin duda una gran iglesia asociada ( g. 7). Recalcaremos como signi cativo la presencia de una lauda sepulcral con inscripción que se leería entrando desde el Norte al mismo espacio bautismal. El personaje al que corresponde la lauda –tal vez un posible obispo- está enterrado en un gran sarcófago monolítico. A su alrededor se entierran posteriormente otros individuos. La relación de la inscripción

con el baptisterio, y todo ello superpuesto a una antigua necrópolis, nos hace pensar en un paralelismo mani esto con el caso de Tarraco que, como aquél, contribuye a reforzar la hipótesis de la existencia de complejos eclesiásticos de porte monumental, levantados sobre espacios de necrópolis. Asimismo nos obliga a replantear, o cuando menos a matizar, algunos de los estereotipos –de motivación y topográ cos- manejados hasta el presente en relación al discurso cristiano utilizado en los ámbitos urbanos. Por último, en Segobriga, que será sede episcopal desde el último tercio del siglo VI, conocemos otra iglesia extramuros de grandes dimensiones (48 m x 26 m) que se encuentra rodeada de una extensa necrópolis de época visigoda53. El supuesto carácter martirial, o su concepción como memoria, se le atribuyó entre otros motivos por la constatación de varios enterramientos ad sanctos situados próximos al sanctuarium y que corresponden a miem-

52. MACIAS, 2000, 264.

53. ABASCAL, ALMAGRO y CEBRIÁN, 2008, 224.


24 J.M. GURT / I. SÁNCHEZ: ESPACIOS FUNERARIOS Y ESPACIOS SACROS EN LA CIUDAD TARDOANTIGUA. LA SITUACIÓN EN HISPANIA

bros de la jerarquía eclesiástica54, a obispos. También su construcción sobre una zona de necrópolis altoimperial ha servido para vincular el edi cio con un antiguo martyrium del que, sin embargo, se desconoce cualquier tipo de testimonio55. Una vez más, seguimos sin conocer con exactitud cual sería el origen más probable de la construcción de la gran iglesia en un contexto funerario que, además, como hemos hablado para otros casos, la necrópolis continuará en el siglo VII en los alrededores del edi cio56. SEPULTURAS URBANAS Una numerosa y reciente bibliografía da testimonio en muchas ciudades de la existencia de sepulturas en el interior de los antiguos recintos urbanos, sin poder precisar con exactitud en la mayoría de los casos conocidos la cronología y qué relación guardarían con su entorno más inmediato. Este último aspecto es de difícil solución por la falta de información arqueológica en multitud de ocasiones, que permita situar en el tiempo todas y cada una de las tumbas, así como el propio alcance de tales acciones57. El problema resulta menor cuando reducimos el ámbito de dicho fenómeno a aquellas necrópolis que tienen un contexto de carácter cultual claro, y que está de nido normalmente por el propio grupo episcopal con el cual se vinculan, aunque no necesariamente58. La aparición de enterramientos intramuros es, sin embargo, un fenómeno más amplio y de justi cación diversa de la relacionada con la ciudad episcopal. En este sentido, esta situación nos obliga, una vez más, a cuestionarnos qué es la ciudad de la Antigüedad tardía como estructura física y como espacio de relación. Habrá que plantearse, por un lado, el vínculo que la población mantiene con sus difuntos y la forma que los contemporáneos perciben y viven el espacio urbano59; y por otro lado, deberíamos re exionar sobre la nueva dinámica de la ciudad que ahora se organiza en función de distintos enclaves sacros y distantes que se encuentran tanto dentro como fuera de las murallas60, y que están conectados entre sí a través de una liturgia estacional61.

54. GODOY, 1995, 246. 55. ALMAGRO y ABASCAL, 1999, 155. 56. Si la gran basílica de Segobriga fuese la catedral, el gran cementerio que la rodea podría ser otra necrópolis episcopal del siglo VII que, a diferencia de las conocidas en Barcino y en El Tolmo de Minateda, se asemejaría más a la de Valentia por el empleo preferente de las losas y cistas en las sepulturas; aunque en ellas predomina un uso de carácter individual bien lejos de las tumbas colectivas valencianas (RIBERA, 2008, 316). 57. CANTINO WATAGHIN, 1999, 147-180. 58. GODOY, 2005, 66. 59. GALINIÉ, 1996, 18. 60. FASOLA y FIOCCHI NICOLAI, 1989, 1195. 61. SAXER, 1989, 917-1021.

En cuanto a las sepulturas ad sanctos, en primer lugar, comentábamos la relación existente entre necrópolis y grupo episcopal, y los casos que pueden ilustrar y testimoniar este fenómeno se encuentran repartidos por toda la geografía del Imperio62. Sin embargo, se aprecia que este vínculo no es siempre el mismo, pues en algunas ocasiones parece evidente la atracción que ejerce el propio grupo episcopal para el establecimiento de una necrópolis en su espacio de in uencia, como sucede en Barcino63, Ilunum64, Tarraco65 e ¿Ilici66?; mientras que en otros, ya hemos visto que la relación es más sorprendente, dado que es el grupo episcopal el que busca la presencia de una necrópolis anterior para asentarse. Cuando esta última situación se con rma, observamos que las necrópolis de origen adoptan ubicaciones espaciales muy distintas. En Valentia, se elige un lugar adyacente al foro donde existe un componente martirial67; y en Egara, sin embargo, la necrópolis conocida es difícilmente atribuible a un entono urbano, pero se le asociará un edi cio de culto que es el mismo que posteriormente se transformará en la iglesia episcopal a mediados del siglo V68. También en Lucus Augusti69 y en Iria Flavia70 se conoce la presencia de necrópolis intramuros. Si en ellos se admite o se con rma que las necrópolis correspondientes están, o son, el origen de supuestos edi cios de culto que podrían ser anteriores al episcopio, tendríamos dos casos que mani estan una evolución muy similar a la que conocemos en Egara. ¿Pasaría lo mismo en Tarraco, Emporiae y en Segobriga donde conocemos importantes conjuntos eclesiásticos asentados en las necrópolis extramuros? En segundo lugar, hay otras situaciones en las que cabría imaginar la presencia de inhumaciones ad sanctos, aunque no siempre se documente una arquitectura sacra que las aglutine. Este podría ser el caso de los enterramientos aparecidos en las inmediaciones de la antigua plaza del foro provincial en Tarraco, uno de los verdaderos núcleos de habitación de la 62. REYNAUD y JANNET-VALLAT, 1986, 98; CANTINO WATAGHIN y LAMBERT, 1998, 95 y 103; LEONE, 2003, 446. 63. BELTRÁN DE HEREDIA, 2008a, 235. 64. ABAD et alii, 2008, 330. Muy probablemente sede episcopal. 65. HAUSCHILD, 1992, 107-135; Id., 1994, 153; Id., 1996, 157-163. 66. POVEDA, 2005, 327. 67. RIBERA, 2007, 383. 68. GARCIA, MORO y TUSET, 2009, 106. La reutilización de iglesias preexistentes es habitual también en las ciudades orientales. Por ejemplo cuando Gortyna (Mitropolis) se convierte en sede episcopal en 528, la nueva iglesia episcopal ocupa el lugar donde ya existía una iglesia del siglo V (FARIOLI CAMPANATI, 2009, 23). 69. FERNÁNDEZ, MORILLO y LÓPEZ, 2005, 99. Sólo conocemos las estructuras eclesiales de época medieval. La aparición de una piscina o balneum junto a la misma se interpretó como una posible instalación litúrgica de época tardoantigua. 70. LÓPEZ y LOVELLE, 1998, 1395-1409. Como en el caso anterior, únicamente conocemos las estructuras eclesiales de época medieval.


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ciudad tardoantigua. No debemos descartar la posible relación de algunas de estas tumbas, además de con el conjunto episcopal del siglo VI, con otros edi cios de culto presentes en esta parte de la ciudad que por el momento no han sido identi cados con claridad, pero se sabe de su existencia por el Liber Orationum71. Un planteamiento similar se puede argumentar, por ejemplo, en la antigua isla de San Martí, en Emporiae, donde la aparición de algunas tumbas en la zona amurallada podría ayudar a localizar un complejo cristiano en este sector tal como sería de esperar72. En Valentia se conoce una segunda necrópolis próxima al episcopio que pudo estar relacionado con otra teórica iglesia todavía sin documentar73. Y en Conimbriga, sobre los niveles de destrucción del foro, que se fechan a partir de la segunda mitad del siglo V, surgen dos nuevos sectores funerarios delante del templo del foro y en las termas74. En tercer lugar, los avances logrados en el conocimiento de otras ciudades hispanas permiten intuir y plantear, en cuanto a sus contextos funerarios, que son muy pocas las diferencias con respecto a las necrópolis analizadas que se asocian a los conjuntos episcopales. En este sentido, muchas ciudades que son municipia en época altoimperial, que no alcanzan el rango episcopal, presentan como elemento común la aparición de enterramientos que pueden fecharse hacia el siglo VI, sino antes, en los espacios centrales de carácter público donde algunos siglos después se establecerá la parroquia medieval. Son muy ilustrativos, por ejemplo, los casos de Iluro75, Iesso76 y Baetulo77 porque las necrópolis constatadas podrían estar señalando edi cios de culto desconocidos hasta el presente que en época altomedieval son sustituidos por estructuras de mayor entidad. En Carteia78, Clunia79 y Pollentia80, también aparecen necrópolis con este mismo per l, aunque en estas ciudades (tampoco sedes episcopales) la realidad arqueológica es menos evidente aún si tenemos en cuenta que, por un lado, prácticamente no se conoce nada de su estructura urbana en este período; y por otro, que las necrópolis tardías no tuvieron una continuidad, ni parece, o al menos no tenemos evidencias, que en su contexto se construyeran iglesias en época medieval. O si existieron fueron de en-

tidad menor como podría ser el caso de Clunia. En Clunia, precisamente, justo al Norte de la necrópolis tardoantigua a caballo entre la denominada “casa 3” y el posible antiguo macellum del foro, se construirá una pequeña ermita medieval. Más allá de las valoraciones realizadas sobre el fenómeno de las inhumaciones ad sanctos no podemos olvidar que la aparición de necrópolis intramuros también se debe al abandono de un sector de la ciudad romana y la consecuente reducción del perímetro de la ciudad tardoantigua en relación a la anterior. Con lo cual, las nuevas necrópolis siguen estando fuera de la nueva ciudad. Esto es lo que sucede en Carthago Nova donde se con gura una extensa necrópolis extramuros que amortiza múltiples estructuras (domus y calzadas) correspondientes al trazado urbano de época clásica. Astigi es otra ciudad donde se ha documentado a partir del siglo V una amplia necrópolis en el antiguo centro monumental, en el cual ya se había establecido una zona de habitación anterior81. Por último, es necesario considerar la documentación de tumbas aisladas o casuales que mantienen unos rasgos en común. Se trata de enterramientos normalmente de cronología avanzada, y coincidentes con el momento de plena consolidación de la ciudad tardoantigua82. En el estado actual de conocimiento, lo verdaderamente interesante es destacar que las nuevas relaciones espaciales derivan en cierta manera del cambio en el concepto de ciudad en la que conviven, y alternan sin solución de continuidad espacios ocupados, ya sean de carácter productivo, habitacional, vertederos, tumbas, las construcciones sacras, y espacios desérticos. Llegados a este punto, sería necesario aclarar que no en todas las ciudades hispanas que durante la Antigüedad tardía reducen la super cie habitada, y que cuentan igualmente con amplios espacios vacíos remanentes intramuros, existe por norma una ocupación funeraria de las áreas desurbanizadas83. Es llamativo que en casos como el de Tarraco que se contrae de manera signi cativa, siendo tan sólo habitada en la parte alta intramuros donde sí se contabilizan varios enterramientos asociados a supuestas iglesias84, no exista ningún indicio de presencia funeraria en una extensa área

71. GODOY y GROS, 1994, 252. 72. AQUILUÉ y BURÉS, 1999, 396-398. 73. RIBERA, 2008, 317. 74. ALARCÃO y ETIENNE, 1977, 169, láms. LVIII y XCVI. 75. REVILLA y CELA, 2006, 102. 76. PERA y USCATESCU, 2007, 204. 77. PADRÓS, 1999, 89-90. 78. BERNAL, 2006, 454 ss. 79. RIPOLL, 1989, 397; PALOL, 1994, 22. 80. ARRIBAS y TARRADELL, 1987, 135. En este caso sigue sin existir una evidencia arqueológica clara que permita situar esta necrópolis al nal del periodo de la Tardoantigüedad.

81. SÁEZ, ORDÓÑEZ y GARCÍA-DILS, 2005, 104. 82. RIBERA y ROSSELLÓ, 2000, 163-164. 83. Es difícil saber si hubo una razón concreta por la cual esos espacios no se destinaron nunca a necrópolis: bien porque no se pudiera legalmente, bien porque no hubiera necesidad o interés..., son sólo algunas de las situaciones hipotéticas que podríamos imaginar. La investigación no ha podido alcanzar una explicación concluyente al respecto, pero es que tal vez no haya que encontrar una respuesta precisa a esta aparente ausencia de enterramientos y tengamos que plantearnos, por el contrario, que el hecho de que aparezcan tumbas con posterioridad a una reducción del perímetro de la ciudad es un proceso que no habría necesariamente que generalizar. 84. BOSCH et alii, 2005, 170.


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en la parte baja de la ciudad que, aparentemente, permaneció sin ningún tipo de ocupación. Sin embargo, se trata del sector donde se encontraba el foro colonial en el que no se podría descartar novedades en cuanto a la documentación de alguna actividad durante la fase tardoantigua, a pesar del intenso proceso de excavación desarrollado85. También en Emporiae, donde la realidad urbana es más radical dado que todos los testimonios disponibles apuntan a que a nales del siglo III la ciudad romana se abandona por completo, sorprende que ésta, más allá del estado de degrado o ruina de sus edi cios, no se utilizara nunca como espacio funerario cuando por esas mismas fechas se están formando nuevas necrópolis en el suburbio86. La excepción, claro está, es una importante necrópolis urbana establecida sobre parte de unas termas y de la stoa en la Neápolis, un sector ubicado junto al puerto que desde inicios del siglo II ya presentaba signos de abandono87. La discusión pertinente no reside únicamente en cuestionar el hecho de que no haya indicios de enterramientos en la ciudad romana, si a la población no le interesó o no tuvo necesidad real de destinar el solar ocupado en época altoimperial a necrópolis. También tendríamos que discutir si entre su desaparición y la reaparición de un nuevo núcleo urbano –ya desplazado– en Sant Martí, cuya muralla tardía se propone fechar a nales del siglo IV o principios del V, hubo un intervalo –que desconocemos– durante el cual pudo haber una descolocación del hábitat urbano88. Entre los ejemplos aquí analizados, Ampurias constituye uno de los más interesantes puesto que por el momento no somos capaces de comprender por completo esa transformación tan drástica de la ciudad, de auténtica ruptura espacial entre dos momentos históricos que se suceden. En todo este complejo proceso es probable que todo esté relacionado: aparición de nuevas necrópolis, de nuevos conjuntos religiosos e incluso la creación de un núcleo urbano desplazado del anterior. Es por esto que las necrópolis tardías documentadas en el antiguo suburbio romano de Ampurias puedan llegar a ser muy importantes para la investigación actual, en el sentido de que no habría que excluir en ellas la existencia de un referente clave y monumental, para la organización de la ciudad.

85. MACIAS, 2000, 259-271; MACIAS y REMOLÀ, 2005, 178. 86. NOLLA y AQUILUÉ, 1999, 98. 87. NOLLA y SAGREDA, 1995. 88. AQUILUÉ y BURÉS, 1999, 389. CASTANYER, 2007, 14 ss. Esta situación podría plantearse con una argumentación más precisa si llegara a con rmarse la datación en el siglo V del tramo de muralla de opus quadratum conocido. La cronología que se le asigna se basa fundamentalmente en la técnica constructiva y en su comparación con otras murallas tardías próximas a la ciudad romana de Ampurias como es la muralla de Gerunda.

REFLEXIÓN ¿Hasta qué punto los espacios funerarios y espacios sacros de la ciudad tardoantigua cristiana hispana desarrollan un lenguaje común, lenguaje que en gran medida debería de nir a la ciudad tardoantigua, a su paisaje, un paisaje común? ¿Existe realmente este lenguaje común? Muy probablemente debamos concluir que, si bien hubo una unidad de comportamiento, ésta inicialmente no desembocó en un lenguaje urbano único, sino en diversos lenguajes urbanos, distintos o parcialmente diferentes y difíciles de explicar a causa de las limitaciones –en cuanto a potencialidades- que presenta el propio método de estudio. En general, se observa una topografía dinámica que, basada en una unidad de comportamiento, se encamina hacia la búsqueda de un lenguaje común que tan sólo se conseguirá –creemos- a nales del período en cuestión. Pero son más las dudas que las certezas. Cabría re exionar sobre la verdadera relación de las necrópolis con las estructuras religiosas, y cuestionar si cuando dicha relación existe, es siempre la misma, es decir, si se produce o responde a causas similares. Recalcaremos aquí fundamentalmente que la realidad arqueológica muestra en algunos casos que incluso el grupo episcopal busca, y se establece, sobre un espacio funerario previo. ¿Cuál es el signi cado de esta acción, y más cuando aparentemente la necrópolis o los enterramientos previos no tienen una atribución clara? El valor de esta relación debe de ser necesariamente muy elevado, cuando la topografía funeraria parece primar por encima del “valor urbano” en el momento de ubicar las estructuras que determinan el centro del poder eclesial, cuando no político, de la ciudad. ¿Y qué decir cuando el espacio funerario deja de ser un espacio periférico para pasar a ser un espacio central? ¿Demuestra esta situación que la relación espacio funerario-espacio sacro crea una relación circular de retroalimentación? En cualquiera de los casos expuestos, estas tumbas revelan que se ha superado la estricta separación de época clásica entre los espacios de necrópolis restringidos al suburbio y los espacios circunscritos por la muralla. Un cambio en la mentalidad social que conduce a una unidad de comportamiento que desemboca, ahora quizás sí, en un lenguaje topográ co común.


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29 Paolo Delogu

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 29 - 43

SPAZI ECONOMICI DELLE CITTÀ NELL’ITALIA DELL’VIII SECOLO

Abstract: Le città tardo-romane in Italia sono interessate da fenomeni di disgregazione del tessuto urbanistico e della funzionalità urbana, che si sviluppano progressivamente tra il VI e il VII secolo, giungendo al massimo verso la metà del VII secolo. Essi riguardano, con caratteri e intensità diversi, sia le regioni controllate dai longobardi che quelle rimaste sotto l’impero bizantino, e si riscontrano tanto al nord che al sud della penisola. Non vi sono fondazioni di città paragonabili a quella di Reccopolis o al quartiere regio di Toledo in Spagna. Tuttavia verso la fine del VII secolo si colgono indizi di una nuova vitalità espressa dalla società post romana, sia nei territori rurali che nelle città, dove sono nuovamente attestate

attività edilizie e monumentali che si consolidano e si moltiplicano nel corso dell’VIII secolo. Contemporaneamente si registrano tracce di collegamenti economici interregionali e vi sono testimonianze di attività commerciali che non ricalcano i circuiti caratteristici del sistema tardo-romano. La valutazione della natura e della consistenza di queste attività economiche nuove e dei loro riflessi sulla struttura urbana costituisce un problema storiografico importante su cui è in corso in Italia un vivace dibattito, stimolato anche da nuove acquisizioni archeologiche. La comunicazione svilupperà alcune considerazioni su queste problematiche.

La scelta dell’VIII secolo come ambito cronologico speci co per questa comunicazione dipende dal fatto che nel quadro della transizione dalla tarda antichità all’alto medioevo è questo un periodo sul quale le conoscenze sono attualmente più incerte, soprattutto se riferite alla sionomia archeologica delle città e delle loro attività. Fino al VII secolo compreso, gli scavi condotti in un numero ormai rilevante di città italiane, tra cui Roma, Brescia, Napoli, Rimini, oltre alle prospezioni sempre più estese nei territori rurali, hanno messo in luce dati che consentono ricostruzioni d’insieme delle trasformazioni urbanistiche, con accettabili inferenze relative al sistema economico che sosteneva l’istituzione urbana. Dopo il VII secolo invece l’informazione archeologica diviene assai meno sicura e dettagliata. Proprio per questa relativa oscurità, l’VIII secolo in Italia costituisce oggetto di una questione storiogra ca aperta che può essere così sommariamente esposta: si trattò di un’epoca di relativa depressione economica e di stagnazione della vita cittadina, oppure si possono riconoscere in essa aspetti che suggeriscono un dinamismo economico e sociale nuovo, anche riguardo alla vita delle città ? In termini più generali e più suggestivi: si può affermare che col VII secolo viene a compimento la lunga crisi della tarda antichità e che nell’VIII già si manifesta un nuovo sistema, che possiamo chiamare medievale e che presenta caratteri non più recessivi, ma in certa misura espansivi ? Le osservazioni che presento in questa sede intendono discutere alcuni aspetti di questa problematica, nella persuasione che la frontiera della ricerca altomedievale, archeologica e storica, si stia oggi spostando, in Italia, appunto verso l’VIII secolo e oltre.

Per quanto riguarda la trasformazione delle città in Italia fra il V e il VII secolo, gli aspetti salienti sono ben noti. Abbandono, degrado e riduzione ad usi impropri di grandi monumenti civili della città antica: terme, an teatri, porticus, fori; ne della manutenzione e conseguente degrado delle infrastrutture di servizio: vie lastricate, fogne, acquedotti; creazione di spazi aperti in aree precedentemente edi cate, semplicemente in conseguenza dell’abbandono dei quartieri residenziali e del crollo degli edi ci, ma anche per la creazione intenzionale di spazi utilitari che rispondono a funzioni inconsuete nella città antica, quali l’utilizzazione agraria, il deposito dei ri uti o la sepoltura dei morti, ottenuti mediante la rimozione o il livellamento delle macerie e l’apporto di terra sciolta; istallazione di of cine artigianali all’interno della città; degrado di domus e insulae e diffusione di un’edilizia privata di tipo rustico, che utilizza parti degli edi ci antichi, ristrutturandole con pareti di legno; riduzione dei volumi delle costruzioni; emergere di tipologie edilizie che associano funzioni residenziali e funzioni utilitarie. Si tratta di fenomeni che ricorrono, sia pure con aspetti localmente diversi cati, anche nelle altre province occidentali dell’impero, e un poco più tardi in quelle orientali, e sono stati identi cati e descritti in grandi opere di sintesi, come quelle di Wolfgang Liebeschuetz, di Claude Lepelley, e più recentemente, di Chris Wickham1. 1. Per l’Italia si rimanda alla sintesi di BROGIOLO-GELICHI 1998 e inoltre ai contributi raccolti in AUGENTI (ed.) 2006; inoltre DELOGU c.s. Per i quadri generali i riferimenti fondamentali sono LEPELLEY 1996; LIEBESCHUETZ 2001; WICKHAM 2005.


30 P. DELOGU: SPAZI ECONOMICI DELLE CITTÀ NELL’ITALIA DELL’VIII SECOLO

Anche nelle varie città italiane le trasformazioni presentano intensità ed evoluzione diverse, pur essendo presenti in tutte le regioni in cui si articola la penisola italiana. Esse si accentuano poi col trascorrere del tempo. Nel V secolo, quando cominciano a manifestarsi in modo consistente, sembra che le trasformazioni vengano ancora pilotate, nell’intento di adeguare la forma e le funzioni della struttura urbana al modi carsi della società e delle condizioni economiche. Il VI secolo, con la lunga e devastante guerra greco-gotica, aggravò il dissesto delle città, molte delle quali ebbero mura e servizi distrutti. La successiva riconquista bizantina promossa da Giustiniano favorì la selezione delle città, la cui evoluzione fu in uenzata dal peso strategico che assunsero nella nuova organizzazione militare e istituzionale. Così in alcune città all’impoverimento dell’edilizia comune e al diradamento dell’abitato fanno riscontro il restauro delle mura, la costruzione di edi ci residenziali di prestigio destinati agli alti funzionari dell’amministrazione bizantina e un’edilizia ecclesiastica monumentale. Invece altre città, meno rilevanti nella geogra a amministrativa bizantina, si ridussero a centri rurali, perdendo popolazione e funzioni o addirittura cessarono di esistere, soprattutto nell’Italia meridionale, in Puglia e nel Salento2. L’occupazione longobarda di gran parte dell’Italia settentrionale e centrale nella seconda metà del VI secolo introduce un fattore di complicazione nell’evoluzione della città italiana, che da allora si svolge in modo differenziato, anche se parallelo, nei territori divenuti longobardi e in quelli conservati dall’impero bizantino. In entrambe le aree si registrano fenomeni analoghi, ad esempio per quanto riguarda la ruralizzazione del panorama urbano che è comune, o la crescente diffusione delle strutture in legno nell’edilizia abitativa, anche se l’uso del territorio urbano e in sostanza il governo della città sembra assai più controllato nelle città bizantine che in quelle longobarde, così come sembra che nelle città bizantine le tipologie edilizie non siano mai scese al livello della capanna infossata nel terreno – il grubenhaus – che invece compare, almeno occasionalmente, nelle città dell’Italia settentrionale longobarda3. La cultura materiale suggerisce anch’essa sviluppi diversi cati. Almeno le principali città bizantine, che per lo più si trovavano sul mare o in prossimità di esso, continuarono ad essere raggiunte da merci importate dall’Africa e dall’Oriente ancora per gran parte del VII secolo, mentre le città dell’interno longobardo si adattarono ad una condizione di isolamento economico di cui è testimonianza la ceramica, prodotta localmente, con aree di distribuzione limitate, fattura spesso grossolana e limitazione delle forme, segno di una limitazione delle funzioni4. 2. ARTHUR 1999; VOLPE 2006; DELOGU c.s. 3. BROGIOLO (ed.) 1994; BROGIOLO (ed.) 1996; in particolare i contributi dello stesso G.P. Brogiolo e di S. Gelichi ivi contenuti.

Sia nell’area bizantina che in quella longobarda la massima depressione della struttura urbana si riscontra nel VII secolo. Strutture di servizio, come il sistema fognario, sporadicamente rimaste in uso, vengono sigillate da strati di VII secolo, mostrando di aver cessato de nitivamente di funzionare proprio allora5. Allo stesso modo anche le istallazioni portuali di alcuni centri risultano abbandonate o fortemente ridotte in quell’epoca6. Le ricerche di Gian Pietro Brogiolo sulle città padane hanno identi cato una fase di VII secolo dell’edilizia privata caratterizzata da case con alzato ligneo su zoccolo in muratura di cattiva qualità o anche capanne con armatura di pali in ssi nel terreno e pareti di ramaglie tamponate con argilla7. Per quanto riguarda le città bizantine un dato che consente di misurare la riduzione dell’attività urbana è offerto dall’edilizia monumentale ecclesiastica. A Ravenna, Roma e Napoli, cioè in tre città che conservarono un ruolo eminente nell’organizzazione civile e religiosa delle province bizantine in Italia, il VI secolo registra ancora la costruzione di nuove basiliche monumentali, con un complesso programma architettonico e consistenti investimenti nanziari. E’ suf ciente ricordare, oltre ai monumenti giustinianei di Ravenna, le basiliche dei santi Filippo e Giacomo e di San Lorenzo fuori le Mura a Roma; quelle di Santa Maria Maggiore, San Lorenzo Maggiore e San Giovanni Maggiore a Napoli. Nel VII secolo quest’attività viene meno pressoché completamente: le poche imprese edilizie attestate a Roma o a Ravenna consistono nella trasformazione in chiese di monumenti profani antichi o nell’allestimento di oratori, cioè di piccole cappelle, all’interno o in contiguità di chiese già esistenti. Il dato assume rilievo a confronto di quanto accade poi nell’VIII secolo, quando le costruzioni riprendono, tornando ad essere consistenti per numero e per dimensioni8. In area longobarda non è possibile una statistica dello stesso genere per assenza di suf cienti informazioni, ma probabilmente anche perché l’atti-

4. Sulla ceramica gli studi di vari autori contenuti in SAGUÌ (ed.) 1998, tra cui BROGIOLOGELICHI 1998 a; inoltre BROGIOLO-GELICHI 1992. 5. BROGIOLO-GELICHI 1998, pp. 78 ss.; GELICHI 2000. 6. Classe: AUGENTI 2006; AUGENTI 2008; CIRELLI 2009. Porto di Roma: COCCIA 1993, che segnala rarefazione e cambiamento di funzioni già dal VI secolo e no alla metà dell’VIII, quando l’occupazione riprende. Napoli: interramento di uno dei due porti antichi: GIAMPAOLA et aliae 2005, p. 228. 7. BROGIOLO 1996. La rilevanza dell’edilizia in legno negli abitati longobardi è evidenziata da alcune disposizioni dell’Editto del re longobardo Rotari (a. 643): Cf. Leges Langobardorum, Rothari, c.282: “Si quis de casa erecta lignum quodlibet aut scindolam furaverit, conponat solidos sex”; c. 283: “Si quis de lignamen adunatum in curte aut in platea ad casam faciendam furaverit, conponat solidos sex”. 8. I dati in AUGENTI 2006; CIRELLI 2008, pp. 100-108 (Ravenna); WARD-PERKINS 1984, pp. 236-241, in particolare l’osservazione relativa al VII secolo a p. 238; DELOGU 1988 (Roma); ARTHUR 2002 (Napoli).


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vità costruttiva mancò del tutto o fu ridottissima, con la parziale eccezione delle sedi regie: Milano e Monza agli inizi del VII secolo, per le cure del re Agilulfo e della regina Teodolinda; Pavia nella seconda metà del secolo, quando i re sembrano porvi residenza ssa e attrezzarla come sede rappresentativa del regno e della dinastia9. Non si ebbero invece fondazioni di città nuove per iniziativa dei re, paragonabili a Reccopolis o al quartiere regio di Toledo nel regno visigotico. Le uniche fondazioni urbane attribuite a sovrani longobardi – Modena alla ne del VII secolo e la vicina Cittanova ai primi dell’VIII - avvennero in un’epoca successiva, quando già si manifestava l’uscita dalla crisi, e comunque sembra che fossero più operazioni di immagine che di sostanza, data la modesta evidenza archeologica ad esse riferibile10. Anche le villae suburbane, che avevano costituito dimore di prestigio e centri di organizzazione produttiva per i ceti elevati della società tardoromana mostrano un eguale processo di degrado e riduzione che inizia dal V secolo e giunge a compimento nel VII, quando l’uso padronale o rustico delle villae cessa completamente e il sito viene abbandonato o conosce solo frequentazioni sporadiche11. La trasformazione delle città italiane tra V e VII secolo rinvia alla trasformazione delle condizioni e delle funzioni economiche della città, in Italia come nelle altre province dell’impero romano. La tendenza fondamentale andava verso il graduale restringimento dell’economia delle città verso l’autosuf cienza nella produzione e nei consumi, realizzata con le risorse di un distretto limitato, che all’estremo poteva coincidere col territorio suburbano, accompagnata da un progressivo distacco dalle reti di circolazione delle merci, prima a livello internazionale, poi anche a livello interregionale. Nelle città che conservarono un ruolo politico o amministrativo rilevante, l’autosuf cienza tendenziale poteva fare assegnamento su un bacino più ampio di produzione e rifornimenti e nelle città bizantine della costa la produzione regionale poteva essere integrata, in misura che resta dif cile determinare, dalle importazioni sostenute dalla politica imperiale. Il grande deposito archeologico della Crypta Balbi ha rivelato che merci africane e orientali continuarono a giungere a Roma sino alla ne del VII secolo12 e inoltre ha documentato che in città aveva luogo una produzione artigianale organizzata, destinata al mercato interno e forse in parte anche a scambi con l’esterno13. Ma sia l’opi cio della Crypta Balbi che le importa-

zioni transmediterranee cessarono alla ne del VII secolo, senza riprendere in seguito. In altre città, non altrettanto sostenute dall’organizzazione statale, sia nell’Italia bizantina che in quella longobarda, l’autosuf cienza fece probabilmente assegnamento su un bacino produttivo più ristretto, con una più accentuata ruralizzazione dell’economia locale, una produzione artigianale dispersa e minime occasioni di mercato. Per gran parte del VII secolo, nell’Italia longobarda è dubbia anche la funzione della moneta, giacché il monopolio imposto dai re sull’oro e sulla sua coniazione, dovette restringere la produzione di moneta forse ad un’unica zecca, posta direttamente sotto il controllo del re, con problemi consistenti di distribuzione e circolazione. Non a caso nel regno longobardo del VII secolo non c’è traccia di quei monetieri che assicuravano una produzione monetaria diffusa nella contemporanea Gallia merovingia14. Queste città di secondaria importanza sembra che assumessero un carattere di centri agrari non diverso da altri insediamenti aggregati che esistevano nel territorio rurale, soprattutto longobardo, e che vengono indicati come castelli15. La tendenza caratterizzata dalla disgregazione progressiva dell’insediamento tardoantico, sia urbano che rurale, sembra esaurirsi nel corso del VII secolo per cedere il posto ad una tendenza opposta, rivolta alla riorganizzazione dell’insediamento in forme e con distribuzione completamente diverse, senza relazioni con la struttura precedente. Questa nuova tendenza diviene consistente a partire dalla seconda metà del VII secolo e si sviluppa con continuità nel successivo. Si tratta di un fenomeno cui si è prestata nora scarsa attenzione, ma che viene confermato dalla espansione della ricerca archeologica in diverse regioni italiane. In Toscana la trasformazione dell’insediamento è stata messa in luce dalle ricerche di Riccardo Francovich e di Marco Valenti sull’origine dei villaggi. Risulta che dopo un periodo di insediamento sparso, seguito alla crisi delle villae tardoantiche, durante il VII secolo l’insediamento rurale si riorganizzò in forme aggregate, in siti elevati, scelti sia per motivi di sicurezza che di salubrità dell’aria, con un abitato costituito da capanne di legno e fango. Questi abitati sono all’origine dell’insediamento medievale che si sviluppò successivamente negli stessi siti no a dar luogo ai castelli e ai villaggi in pietra dell’XI e XII secolo16.

9. BROGIOLO 2000 b. 10. GELICHI 1989. 11. BROGIOLO (ed.) 1996; FRANCOVICH-HODGES 2003; BROGIOLO-CHAVARRIAVALENTI (edd.) 2005; BROGIOLO-CHAVARRIA 2005. 12. Importazioni mediterranee a Roma: ARENA et alii 2001; SAGUÌ 1998; SAGUÌ 2002. 13. Sull’opi cio della Crypta Balbi: RICCI 1997; RICCI et alii 2001.

14. Situazione nell’Italia settentrionale padana: BROGIOLO-GELICHI 1998 a; WICKHAM 2005, pp. 731 ss. Sulla monetazione longobarda BERNAREGGI 1983; ARSLAN 2000. Monopolio regio sulla moneta: Leges Langobardorum, Rothari, c. 242. 15. Sui castra nell’insediamento longobardo: BROGIOLO-GELICHI 1996; BROGIOLOCHAVARRIA 2005, pp. 87 s. 16. VALENTI 2004; VALENTI 2005; FRANCOVICH-HODGES 2003.


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In Sabina, una regione del Lazio vicina a Roma, già oggetto degli studi di Pierre Toubert, le indagini della Scuola Britannica di Roma hanno riscontrato un’analoga trasformazione dell’insediamento rurale, caratterizzato dalla formazione di piccoli nuclei di capanne, separati dagli impianti delle villae tardoantiche, e caratterizzati da corredi ceramici di tipo nuovo e di buona qualità. Anche questi nuovi insediamenti compaiono nel corso del VII secolo e si sviluppano nell’VIII, quando danno origine ai casali che costituirono la tipica forma di colonizzazione del territorio rurale pilotata dalla grande abbazia di Farfa17. Nell’estremo lembo meridionale dell’Italia, la penisola salentina, le indagini sistematiche condotte da Paul Arthur, dell’Università di Lecce, hanno egualmente rilevato la nascita di insediamenti rurali nuovi, che compaiono nel tardo VII secolo e si diffondono nell’VIII, anche qui realizzando una ricolonizzazione del territorio che agli inizi del secolo pareva invece colpito da una grave crisi di spopolamento18. In altri territori, come alcuni settori del territorio padano, dove le indagini non sono state altrettanto sistematiche, si sono comunque riscontrati sintomi di un cambiamento delle forme e della dislocazione dell’insediamento rurale con la stessa cronologia19. La comparsa simultanea, in regioni molto distanti fra loro e appartenenti sia all’area longobarda che a quella bizantina, di nuove forme di insediamento rurale, senza rapporto con la distribuzione dell’insediamento tardoantico e associate alla conquista del territorio agrario, fa pensare che si sia davanti ad un nuovo dinamismo della società italiana, che prende consistenza nella seconda metà del VII secolo e si sviluppa ininterrottamente nell’VIII ed oltre. Dif cile identi care le cause di questo fenomeno, senza ricorrere a congetture per ora prive di riscontro. Tuttavia esso trova conferma da ultimo nelle ricerche di Sauro Gelichi a Comacchio. Esse hanno rivelato che questo centro lagunare in prossimità di Ravenna a partire dalla ne del VII secolo è stato fortemente strutturato e organizzato per farne uno scalo portuale. Le indagini hanno messo in luce l’attrezzatura delle rive e dei moli; la creazione di spazi di manovra e di deposito; l’edi cazione delle terre emerse; la costruzione di una chiesa in pietra. Inoltre l’insediamento ha restituito ceramica, sia d’importazione che di produzione locale, e probabili resti della lavorazione artigianale di oggetti di pregio. Un abitato a Comacchio esisteva già prima del VII secolo, ma la sua riorganizzazione in funzione di un’attività di traf ci navali si colloca nella seconda metà del VII secolo e conosce uno sviluppo ininterrotto nell’VIII e nel IX, no alla

17. MORELAND et alii 1993; PATTERSON-ROBERTS 1998; FRANCOVICH-HODGES 2003. 18. ARTHUR 2005. 19. SAGGIORO 2005.

distruzione del centro nel 932 ad opera dei veneziani. Il caso di Comacchio non sembra peraltro isolato. Le indagini dello stesso Gelichi e della sua scuola nella laguna veneta accreditano l’ipotesi che altri centri, come Torcello, Mazzorbo, Malamocco, abbiano avuto lo stesso sviluppo con la stessa cronologia e che dunque tutta l’area lagunare veneto-romagnola sia stata interessata dalla creazione di un nuovo sistema di insediamento, contemporaneamente a quanto avveniva in Toscana, in Sabina e in altre regioni, anche se in un ambiente geogra co ed economico evidentemente diverso, caratterizzato più che dalla riconquista agraria, dallo sfruttamento delle risorse delle lagune e da traf ci che giungevano no ad esse20. Si può facilmente notare che la riorganizzazione dell’insediamento su basi territoriali nuove rispetto all’assetto tardoantico è stata rilevata essenzialmente in ambiente rurale, mentre non si sono nora prodotte osservazioni altrettanto signi cative ed estese riguardo alle città. Anche i centri lagunari di cui si è appena detto, nella loro fase iniziale non hanno ancora sionomia o consistenza propriamente cittadina. Ci si può dunque domandare se il nuovo dinamismo che si rileva in ambiente rurale si manifesti anche nelle città; se cioè vi siano testimonianze di una riorganizzazione materiale dell’insediamento cittadino, accompagnata da un recupero di funzioni sociali ed economiche tali da modi care la tendenza recessiva che caratterizza l’evoluzione no alla metà del VII secolo. Sfortunatamente, come ho già accennato, i dati archeologici relativi alle città nell’VIII secolo non sono così ben conosciuti come quelli relativi ai secoli precedenti. Sembra comunque che alcuni aspetti del panorama urbano non subissero sostanziali mutamenti. Ad esempio, si continua a riscontrare all’interno delle città la presenza di vasti spazi aperti destinati a colture agrarie o ad altre funzioni utilitarie e l’edilizia privata continua ad utilizzare in prevalenza il legno come materiale da costruzione, sia in area longobarda che in area bizantina21. La produzione e la circolazione dei manufatti ceramici appare ancora circoscritta in ambiti locali o regionali, mentre sono rare le testimonianze che possono accreditare una circolazione interregionale di contenitori e di merci22. Tuttavia altre indicazioni suggeriscono che le città progressivamente accentrassero alcune funzioni e servizi tornando così a distinguersi dall’insediamento rurale. Queste indicazioni provengono però principal20. GELICHI et alii 2006; GELICHI 2007. 21. Edilizia in legno: BROGIOLO 1996; GELICHI 1996; VALENTI 1997; GELICHI-LIBRENTI 1997; BROGIOLO-GELICHI 1998, P. 106; AUGENTI 2004; GALETTI 2004; GALETTI 2009. Casi particolari: NEGRELLI 2006 (Rimini); FRANCOVICH et alii 2006 (Siena). Per le città toscane cf. anche la sintesi di VALENTI 2008, pp. 229-235. 22. Ceramiche di VIII sec. nella Crypta Balbi: ROMEI 2001, in ARENA et alii (edd.) 2001; a Siena: CANTINI 2007, pp. 298 s.; a Poggibonsi: FRANCOVICH-VALENTI (ed.) 2007, pp. 216-221. Inoltre i saggi raccolti in GELICHI-LIBRENTI (ed.) 2007.


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mente dalla documentazione d’archivio, che nell’VIII secolo comincia ad essere consistente, soprattutto in alcune città dell’Italia longobarda, tra cui Lucca, in Toscana, il cui archivio vescovile ha conservato un numero di documenti per l’epoca eccezionale. In conseguenza le osservazioni che seguono verteranno essenzialmente sulle città dell’Italia settentrionale longobarda. La documentazione d’archivio conferma l’aspetto largamente rurale conservato dalle città nell’VIII secolo: le case d’abitazione di Lucca, anche situate nel centro della città, sono di regola dotate di una corte, un pozzo, un orto, e talvolta anche di un granaio o un enile e di altri edi ci di servizio. Frequentemente esse gurano come centri padronali di una azienda che dispone di terreni coltivati e incolti posti fuori città, che fanno parte integrante della proprietà come dipendenze della casa23. Tuttavia la documentazione d’archivio mette anche in evidenza che n dagli inizi dell’VIII secolo le città recuperano funzioni specializzate che restituiscono loro centralità rispetto al territorio rurale. Queste funzioni consistono principalmente nella creazione di servizi sociali localizzati al loro interno e nella comparsa di artigiani professionisti residenti in città. Si tratta di fenomeni noti da tempo, che tuttavia possono essere riconsiderati per mettere in evidenza le loro implicazioni per quanto riguarda l’evoluzione dell’istituzione urbana. Quella che ho chiamato, un poco immaginosamente, creazione di servizi sociali si manifesta, nelle condizioni culturali dell’epoca, essenzialmente attraverso la fondazione, all’interno delle città, di chiese e monasteri per iniziativa e a spese di patroni che talvolta sono ecclesiastici, per lo più i vescovi locali, ma più frequentemente sono laici, abitanti della città, o comunque legati ad essa da interessi personali. Gli enti ecclesiastici che vengono fondati sono nuovi, in quanto non riposano su enti o edi ci preesistenti e la loro concentrazione nel secolo VIII è indice di un nuovo atteggiamento verso la città, in cui la devozione privata trova opportuno manifestarsi.

E’ indice inoltre della formazione di ricchezze private consistenti, tali da consentire non solo l’edi cazione degli edi ci, ma anche la costituzione di un patrimonio fondiario, che i fondatori donano all’ente all’atto della sua costituzione, ricavandolo dalle loro proprietà personali e familiari, che vengono trasferite integralmente o parzialmente alla fondazione. Infatti i donatori sembrano appartenere ad un ceto elevato della società longobarda, non solo per la consistenza dei patrimoni donati, abitualmente costituiti da numerose aziende agrarie di varia organizzazione e natura, fornite di dipendenti e servi, ma anche per le loro relazioni sociali che non di raro arrivano sino al rapporto diretto con i re24. Fondatori di un ceto meno elevato dovevano associarsi per riuscire a fondare un monastero cittadino e nell’unico caso attestato sembra che avessero dif coltà a mettere insieme un patrimonio fondiario suf ciente, tanto che integrarono le donazioni di terra con donazioni di denaro, per consentire l’acquisto di altre terre, ritenute necessarie25. Con le loro fondazioni questi personaggi intendevano ovviamente acquistarsi meriti e intercessione ecclesiastica per la salvezza dell’anima loro e dei loro familiari, ma miravano contemporaneamente a dotare le città cui erano legati di enti che dovevano svolgervi essenziali funzioni sociali. Alle chiese e ai monasteri ad esse associati, venivano infatti attribuiti dai fondatori compiti istituzionali precisi. Uno di questi era l’accoglienza delle donne rimaste senza protezione familiare, per la morte del marito o del padre, ma titolari di un patrimonio, che veniva posto sotto la tutela dell’ente ecclesiastico in cui le donne del fondatore avrebbero potuto condurre vita riservata ma sicura, conservando la disponibilità dei loro beni. Intorno al nucleo familiare del fondatore si prevedeva la costituzione di una congregazione in cui anche donne di altre famiglie avrebbero goduto dello stesso genere di tutela. Tutti i monasteri femminili in quest’epoca risultano fondati all’interno delle città, certamente perché queste erano considerate luoghi protetti e controllati, ove poteva essere garantita la sicurezza e l’onestà della con-

23. CDL I, nr.65, a. 738, p. 204: casa “infra civitatem, cum fundamento, orto seu puteo”; CDL II, nr. 127, a. 757, p. 8: “casa illa qui est solario .... cum fundaminto ubi ipsa posita est, cum curte, orto, granario, vel omnis fabricis ...”; CDL II, nr.148, a. 761, p. 60: casa “... hic infra civitatem nostram Lucense ... una cum fundamento, corte, orticellu, cum parte mea de puteu, cum omnis ede cias suas”; CDL II, nr. 178, a. 764, p. 146: “fundamentum infra civitate ... cum curte et puteum, cum granario et ipsa sala comodo ipsi istaf li positi sunt, seo et orto comodo sepis circumdatu fuerit ...”; CDL II, nr. 207, a. 767, p. 222: casa “prope porticalem eiusdem basilicae [dell’episcopio] ubi est scola: ipsam casam cum fundamento, curticella, orto ...”; CDL II, nr. 229, a. 769, p. 282: “casam habitationis ... prope ecclesiam sancti Frediani, id est sala una de transmontante, cum fundamento et curte ante se et fenile cum suo fundamento, sorte da meridia [....] et edi cio eius et arboribus infra ipsam curtem ... simul et aliquantulo orto adunato ad fundamento de ipsa casa ...”.

24. Sull’archeologia e la sociologia dell’edilizia ecclesiastica in Rucca nell’alto medioevo fundamentale QUIRÓS 2002. Censimento delle fondazioni religiose in Lucca: WARD PERKINS 1984, pp. 245-249. Si vedano comunque. CDL I, nr. *7, a. 685; CDL I, nr.24, a. 720; CDL I, nr.28, a. 720; CDL I, nr.30, a. 722; CDL I, nr. 48, a. 730; CDL I, nr. *114, a. 754; CDL II, nr. 127, a. 757; CDL II, nr. *170, a. 763; CDL II, nr. 175, a. 764; CDL II, nr. 178, a. 764; CDL II, nr. *194, a. 765; CDL II, nr. *219, a. 768. Fondazione di chiese e monasteri in altri centri cittadini: CDL I, nr. 18, a. 714 (Pavia); CDL I, nr.50, a. 730 (Siena); CDL I, nr. 83, a. 745 (Verona); CDL I, nr. 96, a. 748 (Pistoia); CDL I, nr. 116, a. 754 (Pisa); CDL II, nr. *183, a. 765 (Pisa); CDL II, nr. 203, a. 767 (Pistoia); CDL II, nr. 231, a. 769 (Monza). (Con l’asterisco * sono indicati chiese e monasteri che risultano fondati precedentemente alla stesura del documento). Sul rilievo socio-economico della fondazione di monasteri cittadini nell’VIII secolo cf. anche BALZARETTI 2000, con speciale riferimento all’Italia settentrionale. 25. CDL I, nr. 24 e nr. 26, a. 720 (Lucca).


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gregazione. Già questa può essere considerata una forma di recupero della centralità urbana per funzioni che precedentemente non avevano collocazione de nita26. Ancora più chiaramente questo risulta dalla fondazione dei monasteri maschili, che sono più numerosi dei monasteri femminili. Ad essi veniva normalmente associato un senodochio, destinato all’assistenza di pellegrini e poveri, non di raro speci cando la quantità e la composizione delle prestazioni, consistenti in vitto, talvolta in vestiario o anche in servizi igienici come i bagni27. Anche in questi casi, la motivazione devozionale si univa alla predisposizione di un servizio sociale af dato alla fondazione. Non dipende solo dai casi della documentazione il fatto che monasteri con senodochio risultino particolarmente numerosi a Lucca, che era una tappa importante sulla via dei pellegrinaggi verso Roma. Si può osservare che anche questo intensi carsi del movimento delle persone bisognose di assistenza sui grandi itinerari è sintomo del nuovo dinamismo dell’epoca. Comunque anche in centri dell’Italia padana, che non sembrano toccati da itinerari di pellegrinaggio, l’assistenza sociale è posta come nalità primaria delle fondazioni devote. Il fatto che queste istituzioni assistenziali venissero localizzate in città è segno di una concentrazione appunto nelle città delle relative funzioni, che ripristina, almeno sotto questo pro lo, un centralità gerarchica della città rispetto al territorio rurale. Nuove chiese vennero infatti fondate in gran numero anche nei centri rurali e sono ben documentate ancora una volta nel territorio lucchese. Anch’esse sono espressione della riorganizzazione del territorio rurale che si è rilevata a partire dalla ne del VII secolo, ma hanno caratteristiche sociali diverse dalle contemporanee fondazioni cittadine: vengono infatti fondate per iniziativa di ecclesiastici locali, che intendono risiedervi ed esercitarvi il loro ministero, oppure di laici che le destinano a membri ecclesiastici della loro famiglia; ricevono dotazioni patrimoniali molto più modeste delle fondazioni cittadine e solo raramente sono deputate alle funzioni di servizio sociale che caratterizzano quelle cittadine28. Fondazioni monastiche extraurbane di grande consistenza esistono nell’Italia longobarda dell’VIII secolo, ma sembrano rispondere a criteri e intenti diversi rispetto ai monasteri cittadini. Esse sono per lo più fondazioni regie e o ducali, cioè promosse dai massimi poteri istituzionali del regno

26. Monasteri femminili a Lucca: CDL I, nr. 30; CDL II, nr. 178. In altri centri: CDL I, nr. 18 (Pavia); CDL I, nr. 83 (Verona); CDL I, nr. 96 (Pistoia); CDL II, nr. 155 (Lodi); S. Salvatore di Brescia: CDL III, nr. 33, nrr. 36-41, nr. 44. 27. A Lucca su dodici notizie di fondazione, sette menzionano esplicitamente un senodochio; negli altri centri censiti a nota 24, senodochi sono menzionati in quattro casi, cui si può aggiungere CDL II, nr. 163, a. 762, probabilmente riferito a Pisa.

o da membri dell’alta aristocrazia che agiscono d’accordo con i sovrani e i duchi, per loro impulso e col loro patrocinio. I grandi monasteri extraurbani vengono fondati in siti strategici, lungo vie di comunicazione importanti o in aree di con ne tra i territori longobardi e quelli romanico-bizantini. Si possono ricordare, da nord a sud, Nonantola, Berceto al passo appenninico del Bracco, Brugnato a quello della Cisa, San Salvatore al Monte Amiata, San Vincenzo al Volturno e le rifondazioni di Farfa e Montecassino29. Anche queste fondazioni rientrano fra gli indizi di rilancio dell’attività sociale nell’Italia dell’VIII secolo e con la loro localizzazione testimoniano l’attenzione che i poteri politici attribuivano al movimento delle persone, cercando allo stesso tempo di assisterlo e di controllarlo. Contemporaneamente i monasteri mostrano che le città non erano l’unica istituzione in grado di attrarre e riorganizzare il territorio rurale; anche i grandi monasteri extraurbani divennero centri di vastissime proprietà fondiarie che attribuirono alle comunità monastiche e ai loro abati rilievo politico ed economico di primo piano. Si deve però osservare anche che le fondazioni regie e ducali sono localizzate in territori in cui le città erano distanti e la loro in uenza più debole. All’interno delle città monasteri di fondazione regia o ducale sono assai poco documentati: non è sicuro ad esempio che alcuni monasteri patrocinati dai re longobardi nelle città regie di Pavia e Milano fossero veramente nuove fondazioni30. Singolare appare, vista la relativa ricchezza della documentazione d’archivio lucchese, l’assenza di una fondazione cittadina attribuibile ai duchi che reggevano la Toscana longobarda. La fondazione monastica cittadina patrocinata da un re longobardo su cui le informzioni sono più sicure è il monastero di San Salvatore a Brescia, che però era un monastero femminile, quindi necessariamente urbano, promosso e patro28. Su ventuno documenti di fondazioni rurali in diocesi di Lucca, uno soltanto non corrisponde completamente a questo modello. Solo in tre casi sono imposte alle fondazioni limitate funzioni assistenziali (CDL I, nr. 34; CDL II, nr. 140; nr. 204). In altre regioni si registrano solo due casi di fondazioni laiche in cui il fondatore non esprime intenzione di vita religiosa (CDL I, nr. 82 – con annesso senodochio - ; CDL II, nr. 225). Su alcuni casi interessanti di fondazioni e fondatori di enti ecclesiastici rurali cf. STOFFELLA 2008 (con qualche riserva sull’impiego del termine di “aristocrazia” per quali care la condizione sociale dei fondatori). 29. Fondazioni regie di monasteri nell’VIII secolo: VOIGT 1909, pp. 8-17; KURZE 2008. In particolare su Nonantola: SPINELLI 1980; VILLANI 1985; MALAGOLI-PICCININIZAMBELLI 1986; GELICHI 1993; GELICHI-LIBRENTI 2004; GELICHI-LIBRENTI (edd.) 2005; FARFA: MCCLENDON 1987; LEGGIO 1994; LEGGIO 2006; Montecassino: AVAGLIANO (ed.) 1987; San Vincenzo al Volturno: AVAGLIANO (ed.) 1985; HODGES-MITCHELL (edd.) 1985; DELOGU et alii 1996; HODGES 1997. 30. Fondazioni regie di monasteri in città: VOIGT 1909, pp. 8-17; pp. 20-30; KURZE 2008; CANTINO WATAGHIN 1989; CANTINO WATAGHIN 2000 con estesa bibliogra a. Relativamente sicure sembrano solo le fondazioni di S. Salvatore (Ariperto), S. Agata (Pertarito), S. Pietro in Ciel d’Oro (Liutprando) a Pavia; Monastero Maggiore (Desiderio) a Milano.


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cinato dalle donne della famiglia reale, in una regione in cui questa sembra avesse proprietà e interessi già prima dell’ascesa al trono di Desiderio, sicché la fondazione appare come una grande operazione di sistemazione di un patrimonio familiare favorita dal potere regio, per sottrarlo agli incerti della lotta politica nel regno, allora particolarmente insidiosa31. La dotazione ecclesiastica e assistenziale delle città sembra insomma che fosse principalmente cura e interesse dei ceti egemoni cittadini. Sfortunatamente si conoscono pochi resti architettonici dell’attività edilizia in cui si concretizzarono le fondazioni di chiese e monasteri, urbani e rurali. I resti più comuni sono i frammenti degli arredi liturgici in pietra – cibori, transenne, plutei – che sono pressoché assenti nel secolo VII, mentre divengono numerosi nell’VIII, sia in area longobarda che in area romanico-bizantina. Con la ricchezza fantasiosa dell’ornato essi testimoniano l’esistenza di maestranze di lapicidi specializzati, che lavoravano su modelli iconogra ci originali, facendoli circolare largamente su tutto il territorio italiano32. Non è certamente un caso che a questa stessa epoca risalgano le disposizioni legislative dei re longobardi che determinano le tariffe delle prestazioni dei maestri commacini, cioè le maestranze edili specializzate, facendo riferimento con grande minuzia ai materiali da costruzione, ai vari tipi di muratura e di copertura degli edi ci, nonché alla fabbricazione di lastre marmoree e di colonne33. Il secondo fatto che le fonti d’archivio mettono in luce, relativamente all’evoluzione delle città nell’VIII secolo, è la comparsa di artigiani specializzati che gurano abitualmente, come autori o come testimoni, in documenti rogati in città, e ciò suggerisce che facessero parte della società cittadina. Il numero di mestieri attestato non è molto ampio: sono ricordati calzolai, fabbri, calderari, ore ci e monetieri; isolate sono la menzione di un “lurigarius” che potrebbe essere un fabbricante di armature, e di un “pittore”, che non si sa se associare alle attività edilizie o all’esercizio dell’arte gurativa, ma che era comunque una personalità di riguardo, con proprietà fondiarie consistenti e rapporti diretti con i re34. Si possono poi aggiungere i medici, anch’essi bene attestati come gure professionali distinte e rico-

31. Su San Salvatore /Santa Giulia di Brescia cf. VOIGT 1909, pp. 20 ss.; BOGNETTI 1963, pp. 437-446; STELLA-BRENTEGANI (edd.) 1992; BROGIOLO 2000 a; STRADIOTTI (ed.) 2001. 32. PERONI 1984; BERTELLI 2000; IBSEN 2007. 33. Memoratorium de mercedibus magistri commacinorum, in Leges Langobardorum, pp. 177 ss. Il ricorso a maestranze professionali nell’edilizia monumentale è attestato in CDL I, nr. 42, a. 728: i fondatori di una chiesa ricordano che “... per manus arti cum a fundamentis construximus” (p. 144); CDL I, nr. 67, a. 738: “per manum arti cium ... ad fundamenta construximus “ (p. 209).

nosciute e bene incardinati nelle città, dove avevano case e interessi35. Tutte le attività artigianali documentate richiedevano competenze specializzate, e alcune di esse anche l’impiego di materie prime pregiate come il ferro, l’oro e il rame e ciò può essere messo in relazione con il loro incardinamento cittadino. Signi cativo anche il fatto che monetieri e ore ci siano attestati solo nelle città sede di zecca. Non si può escludere che attività artigianali venissero praticate anche nei centri rurali: una divisione di dipendenti tra il vescovo di Lucca e un suo familiare menziona un calzolaio, un fornaio, un “vestorario” ed una enigmatica “cornisiana”36. Il documento potrebbe dunque accreditare la pratica della produzione artigianale all’interno della grande proprietà fondiaria; ma la maggior parte degli artigiani che compaiono nei documenti d’archivio sono uomini liberi, che hanno residenza e interessi in città e svolgono la loro attività senza vincoli di dipendenza dai grandi proprietari fondiari37. Peraltro quegli artigiani non si presentano come operatori economici che vivessero esclusivamente dell’attività artigianale, in quanto vendevano e acquistavano anche proprietà fondiarie di cui probabilmente convogliavano i redditi nelle città ove risiedevano. Ciò è tanto più vero per gli enti ecclesiastici cittadini, i vescovati, le chiese e i monasteri di nuova fondazione, che diventano i centri di coordinamento economico delle proprietà ricevute in dote e continuamente accresciute per successive donazioni, acquisti e permute. I redditi prodotti dovevano essere almeno in parte portati in città per servire al sostentamento del personale ecclesiastico, all’arredo sacro e all’illuminazione, oltre che ai ni assistenziali imposti all’atto della fondazione. Queste circostanze possono far concludere che nonostante le funzioni di servizio e di produzione recuperate rispetto al territorio rurale, le città continuassero ad essere entità economiche relativamente autosuf cienti, i cui consumi, magari accresciuti, venivano però sempre soddisfatti dalla produzione di un distretto rurale circoscritto, in cui si trovavano le proprietà dei cittadini, che tendenzialmente consumavano i loro stessi prodotti senza attivare funzioni di mercato se non per bisogni limitati e in circostanze particolari. L’ipotesi può essere confermata dal fatto che contenitori e stoviglie ceramiche continuano ad avere una produzione diffusa e un’area di

34. Maestranze edili: CDL I, nr. 64, 71; calzolai: CDL II, nr. 130, 154, 278; fabbri: CDL I, nr. 38, 60; CDL II, nr. 218; calderari: CDL I, nr. 80; CDL II nr. 267; ore ci: CDL I, nr. 69; CDL II, nr. 155, 171, 219; monetieri: CDL II, nr. 130, 190, 210, 220, 278; lurigarius: CDL I, nr. 36; pictor: CDL I, nr. 113 (lo stesso personaggio menzionato anche in CDL II, nr. 170) 35. Medici: CDL I, nr. 38, 96; CDL II, nr. 203. 36. Che l’editore ipotizza essere una latrice: CDL II, nr. 154, p. 75. 37. Uomo libero è anche il sartor che sottoscrive come testimone un documento rogato in un sito rurale della Lucchesia: CDL II, nr. 269.


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distribuzione circoscritta. Questa è del resto la conclusione cui è giunto, ad esempio, Ross Balzaretti analizzando la struttura economica delle città padane nell’VIII e IX secolo, e sostanzialmente corrisponde alle riserve di Chris Wickham, il quale considera il commercio come una attività marginale nel sistema economico dell’Italia e di conseguenza anche nel fondamento delle economie cittadine, almeno per tutto l’VIII secolo.38. Tuttavia la questione è stata riaperta dalle ricerche di Sauro Gelichi su Comacchio. L’organizzazione complessa del porto, la presenza di ceramica d’importazione, le probabili tracce di produzione artigianale, hanno restituito interesse ad un famoso documento che risale ai primi decenni dell’VIII secolo (715 o 730) e contiene un patto stipulato dal re longobardo Liutprando con i rappresentanti degli abitanti di Comacchio, per concordare le tariffe doganali che questi dovevano corrispondere per i traf ci che svolgevano in territorio longobardo, risalendo il Po con carichi di sale e altre merci, e facendo sosta in diversi approdi corrispondenti alle principali città padane toccate dal ume, o collegate ad esso dalla rete uviale minore39. Intorno a questo documento si è riaperta la discussione. Ci si domanda se esso testimoni l’esistenza di linee di traf co che dall’Adriatico penetravano all’interno della pianura padana, mettendo in collegamento l’area marittima bizantina con le città del regno longobardo - quasi un’anticipazione di quella che un secolo più tardi sarà la funzione di Venezia - oppure se si tratti semplicemente di un traf co elementare di un genere primario di sussistenza, praticato anche nelle economie primitive, che non implica perciò l’esistenza di un vero sistema commerciale, basato sulla produzione per il mercato e sullo scambio come mezzo di soddisfacimento di bisogni diffusi. Va osservato che il patto di Liutprando con i Comacchiesi fa riferimento al trasporto di altre merci, oltre al sale, e cioè pepe, olio e garum; resta inoltre aperta la questione di come potesse avvenire il pagamento delle derrate importate: in moneta o con merci prodotte nel territorio longobardo magari proprio in vista dello scambio ? La documentazione archeologica non aiuta, per ora, a rispondere a queste domande e crea, se mai, qualche problema supplementare. Il sito di Comacchio è caratterizzato dalla presenza di un tipo di anfore – le anfore cosiddette globulari – parte delle quali sembra prodotta localmente, ma parte sembra importata da un ampio bacino, che va dall’Italia meridionale no alle isole dell’Egeo e che corrisponde all’area marittima che all’epoca era ancora controllata dall’impero bizantino40. Un’area di cui Comacchio alla ne del VII e nella prima metà dell’VIII secolo faceva parte, insieme

38. BALZARETTI 1996; WICKHAM 2005, pp. 732-734. 39. GELICHI et alii 2006; GELICHI 2007; GELICHI 2008. Il patto di Liutprando con i Comacchiesi edito da HARTMANN 1904, pp. 123 s. Commento del Pactum in MONTANARI 1986.

agli altri insediamenti della laguna veneta. Se si potesse dimostrare che le anfore orientali, con il loro contenuto, proseguivano verso l’interno della pianura padana insieme al sale prodotto nelle lagune, l’insediamento di Comacchio assumerebbe il carattere di gateway community, o, come si dice ora più volentieri, di emporium, cioè di centro mercantile operante al punto di contatto tra due aree economiche e culturali diverse. Verrebbe confermato in termini nuovi un assunto tradizionale della storiogra a italiana, che ha attribuito ai traf ci dei comacchiesi una essenziale funzione di stimolo dell’attività commerciale nelle regioni interne dell’Italia settentrionale. Secondo questa ricostruzione, grazie all’apertura di questa linea di traf ci proveniente dall’esterno, le città padane sarebbero divenute già nell’VIII secolo nodi di scambio tra prodotti locali e merci importate; una funzione che si sarebbe poi sviluppata nei secoli seguenti41. Tuttavia le conoscenze archeologiche non consentono attualmente di confermare tale ipotesi. Nelle città padane sono stati registrati nora solo pochi frammenti di anfore globulari, in numero talmente modesto da non accreditare l’esistenza di traf ci signi cativi. Non è ancora chiaro se questa “assenza di evidenza” dipenda dal fatto che solo recentemente si è cominciato a distinguere e datare le anfore globulari, che dunque potrebbero essere sfuggite alle indagini precedenti, o se effettivamente questo tipo di merci non giungesse nell’entroterra padano in quantità signi cative. Quest’ultima circostanza non escluderebbe di per sé l’esistenza di movimenti commerciali. I comacchiesi potevano trasportare merci che non erano contenute nelle anfore, come il pepe, appunto, ma anche altre spezie o manufatti di varia natura, e per no stoffe pregiate, magari di contrabbando. Tuttavia in mancanza di evidenza positiva queste pur ragionevoli considerazioni sono destinate a rimanere sul piano delle congetture, almeno sino a quando indagini archeologiche mirate non recupereranno maggiori informazioni sul problema. Frattanto si possono però ancora cercare nella documentazione scritta dati signi cativi sul sistema economico delle città longobarde nell’VIII secolo. Per quanto riguarda l’area bizantina infatti la natura della documentazione scritta non consente osservazioni analoghe. Nelle carte d’archivio, accanto agli artigiani e ai professionisti di cui si è già detto, compaiono anche negutiantes, come autori o come testimoni di documenti, peraltro sempre in transazioni immobiliari, mai in relazione a speci che attività mercantili. I negutiantes sono anzi essi stessi proprietari fondiari e compaiono talvolta come fondatori di chiese e senodochi, in città e fuori42. 40. GELICHI et alii 2006, pp. 38 ss.; GELICHI 2008, pp. 90 ss.; NEGRELLI 2007 a; AURIEMMA-QUIRI 2007 ; CORTI 2007 ; NEGRELLI 2007 b. 41. HARTMANN 1904; VIOLANTE 1953; FASOLI 1978; MONTANARI 1986.


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Le poche, ma esplicite testimonianze relative all’esistenza di una gura professionale dedita ad attività commerciali e come tale identi cata nella nomenclatura sociale dell’Italia longobarda, sia in Toscana che nella regione padana, vengono confermate dalla legislazione dei re longobardi dell’VIII secolo, che dimostra che i negotiantes costituivano una categoria sociale e professionale ben presente ai sovrani, che si preoccupavano di regolare aspetti speci ci della loro attività. Il testo più importante è un complesso di leggi promulgate dal re Astolfo nell’anno 750, che regolavano l’attività dei negotiantes, prevedendo che essa potesse esercitarsi per nave e per terra; che i negotiantes avessero rapporti d’affari con controparti “romane”, cioè appartenenti alle regioni bizantine dell’Italia. Qualche decennio prima, i negotiatores erano stati già oggetto dell’attenzione di un altro sovrano longobardo, il quale constatava che essi si allontanavano dal luogo di residenza abituale per svolgere i loro affari sia all’interno del regno che fuori di esso (extra provincia), e pose limiti al prolungarsi della loro assenza43. Alla metà dell’VIII secolo questa categoria di operatori economici doveva avere raggiunto una consistenza tale che il re Astolfo ritenne necessario regolare anche le loro prestazioni militari. Nell’ordinamento pubblico longobardo l’armamento dei liberi tenuti al servizio militare era commisurato alla consistenza del patrimonio fondiario, in rapporto al quale poteva essere più o meno completo. Nel caso dei negotiatores però il re sembra aver presente che essi potevano avere ricchezze notevoli, cui non corrispondeva necessariamente un patrimonio fondiario altrettanto signi cativo, sicché la loro ricchezza, e il loro armamento in caso di guerra, dovevano essere valutati con criteri differenti, che sembrano fare riferimento al prestigio sociale dei singoli e alla consistenza delle loro operazioni commerciali44. Il problema è ricostruire cosa commerciassero questi negutiantes, in che modo la loro attività si inserisse nel sistema economico tendente all’autosuf cienza dei proprietari fondiari; veri care se disponevano di strumenti nanziari o praticavano prevalentemente lo scambio diretto delle merci.

42. CDL I, nr. 24, a. 720: Nandulus negutians partecipa con altri alla fondazione di una chiesa cui dona terre (sottoscrizione a p. 95). Un gruppo di documenti lucchesi dà notizie di un Crispinus o Crispinulus negutians che acquista terre in Lucchesia e fonda una chiesa a Lunata; cf. CDL I, nr. 80, 88, 102, 106; CDL II, nr. 179 ( su questo personaggio vedi da ultimo STOFFELLA 2008, pp. 295-297). CDL I, nr. 113, a. 754: Grasulus negudias è incaricato insieme ad altri dal duca Alpert di stimare il valore di alcuni beni della corte regia di Lucca (p. 330). CDL II, nr. 229, a. 769: Fluripertus negutians e Perulus negotians menzionati in un atto di permuta dell’episcopio di Lucca (pp. 283, 284). CDL II, nr. 231, a. 769: due negotientes a Pavia sottoscrivono la disposizione testamentaria di un diacono insieme ad altri testi tra cui un monetiere, un medico e un ore ce (p. 292). 43. Leges Langobardorum. Ahistulf, leggi dell’anno I (750), c. 4 (“de illis hominibus qui negotium fecerint ... cum Romano homine”); c. 6: “de navigio et terreno negotio”, sui traf ci per nave. Il sovrano precedente è Liutprand, leggi dell’anno VIII (720), c. 18.

Poiché nemmeno le fonti scritte offrono spunti suf cienti per affrontare queste questioni, la risposta non può essere che congetturale, partendo da alcune osservazioni empiriche. La produzione artigianale specializzata non richiedeva di per sé l’intervento di intermediari commerciali per raggiungere i consumatori. E’ possibile che gli stessi artigiani provvedessero direttamente alla vendita dei loro prodotti, nelle botteghe in cui li lavoravano, forse anche su commissione diretta dei clienti. Un indizio più signi cativo di traf ci commerciali è la menzione di tessuti di pregio e oggetti preziosi che facevano parte del corredo femminile dei ceti più elevati e della dotazione di chiese ed ecclesiastici. Vi sono documenti che ricordano infatti mantelli di seta, tessuti broccati d’oro e stoffe di porpora, oltre a gioielli esotici, che è lecito considerare voci di importazione45. Ma, come è del resto stato osservato da chi tende a limitare l’importanza del movimento commerciale nell’Italia dell’VIII secolo, importazione e smercio di prodotti di lusso destinati ad una clientela ristretta non presuppongono l’esistenza di linee di traf co consolidate e durevoli tra il Mediterraneo e l’interno dell’Italia longobarda, e nemmeno con gurano un sistema in cui il mercato abbia un ruolo strutturale accanto alla produzione agraria. Pezze di tessuti preziosi,

44. Leges Langobardorum. Ahistulf, leggi dell’anno I (750), c. 3. Il testo tradito dai codici prevede che vi siano negotiatores che non dispongono di “pecunias”. Beyerle nella sua edizione ha corretto la tradizione eliminando il “non”, così implicitamente suggerendo che “pecunias” signi chi “ricchezza mobile”. La documentazione d’archivio è peraltro suf cientemente esplicita nell’utilizzare il termine, con gli imparentati “peculiare”, “peculia”, per indicare la proprietà fondiaria organizzata; cf. ad esempio CDL I, nr. 104, a. 752, (Soana): Arnifredo si impegna a risiedere vita natural durante “... in casa quandam Mastaloni socero meo ... quod nulla conbersationem facias nec in Clusio [Chiusi] nec in alia cibitatem ad abitandum nisi in suprascripta pecunia de socero meo Mastalone. Et si forsitan ... de iam dicta pecunia exire voluero ... ”. CDL II, nr. 155, a. 761 (Brescia): acquisto di una curtis “... cum medietate de omnibus rebus ad ipsam curtem pertinentem tam de massariis vel de peculiare, id est cum omnem edi cia, curte, orto, area, campis, vineis, pascuis, silvis, astalariis, rivis atque paludibus ...”. CDL I, nr. 82, a. 745 (Agrate): Rotperto assegna alla moglie in caso di vedovanza “... domocolta mea in Cortiniano cum casa trebutarias ... seo et domoculta in Buriate insimul cum casas trebutarias ibique pertinente ... nam post eius decessum ipsa peccunia ad heredibus meis deveniat in integrum ...”. Cf anche CDL I, nr. 83, a. 745 (Verona); CDL I, nr. 96, a. 748 (Pistoia); CDL I, nr. 116, a. 754 (Pisa); CDL II, nr. 168, a. 762 (Ceneda). Pertanto la disposizione andrebbe intesa nel senso che anche i negotiatores che non avevano proprietà fondiarie erano tenuti al servizio militare in ragione della loro “potentia” (= “giro d’affari” ?). Sulla questione cf. anche GASPARRI 2005, p. 162, nota 11. 45. CDL I, nr. 50: mantoras siricas, palleas, tunicas, bulas maurenas a Siena; CDL I, nr. 82: vestito vel ornamento adque frabricato auro ad Agrate; CDL I, nr. 158: stoffe de blata melesla e de blata fusca a Brescia; CDL III, nr. 33, Diploma del re Desiderio a. 760: pallia a Brescia (p. 206). L’importazione di tessuti pregiati di fattura orientale è confermata da rarissimi pezzi sopravissuti, come le dalmatiche di S. Ambrogio a Milano, la più antica delle quali è attribuita ai secoli VII-VIII (DE CAPITANI 1941, p. 71; BETTELLI 1994, p. 36) o un frammento bresciano attributo alla ne dell’VIII /inizi del IX secolo (BETTELLI 1994, pp. 40 s.) .


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gioielli e altre merci di lusso potevano giungere in modo occasionale e saltuario, attraverso canali disparati, senza costituire oggetto di un’attività che desse origine a gure professionali specializzate. Si può però congetturare che i negutiantes delle fonti non limitassero la loro attività a traf ci di questo genere. Ci si può domandare infatti se la proprietà fondiaria poteva realmente soddisfare tutti i bisogni di ciascun produttore e quelli determinati dalla convivenza in un organismo urbano. La domanda vale ad esempio per i prodotti di colture specializzate, come il vino e l’olio, che non allignavano ovunque. Non a caso l’olio gura nel patto del re Liutprando con i comacchiesi come genere d’importazione, sia pure sussidiario; la possibilità che esso venisse prodotto a ni commerciali anche all’interno dei territori longobardi è suggerita dal caso di proprietari che investivano ricchezza nell’acquisto di oliveti con un raggio d’azione che sembra eccedere le necessità dell’autoconsumo (46). Questo vale anche per i grandi proprietari che concentravano rendite in natura presumibilmente eccedenti i loro bisogni, e potevano disporre di surplus da destinare allo scambio. La carne costituiva una voce fondamentale dell’alimentazione, e soprattutto per quanto riguarda i consumi cittadini poteva essere oggetto di attività commerciali (47). Ma potevano richiedere una distribuzione commerciale anche le bre tessili – lana, lino, canapa – che potevano essere oggetto di lavorazione domestica, ma non sempre di produzione padronale; così pure le materie prime destinate alla lavorazione artigianale, tra cui i metalli – ferro, oro, argento, rame – come anche il legname, sia da costruzione che da fuoco, che non tutti potevano produrre in proprio, e altri materiali da costruzione, pietra, calce, tegole, menzionati nel Memoratorium dei maestri commacini. Un documento pavese attesta l’esistenza di gline in territorio di Monza, che, se la lettura del documento è esatta, dovrebbero essere stabilimenti per la produzione di laterizi, che è dif cile credere destinati al solo uso del proprietario48. Si può dunque congetturare che l’attività economica dei negutiantes longobardi traesse origine dall’esigenza di fornire quei beni primari che non potevano essere prodotti da tutti i proprietari fondiari, af ancando, ma anche sostituendo i rapporti di scambio diretto fra produttori e consumatori che sono facilmente ipotizzabili. Una attività che dovette avere le sue premesse nella riorganizzazione del territorio rurale, nella concentrazione della 46. Cf. GASPARRI 2005. 47. Il carme in lode di Milano composto circa l’anno 740 informa che grano, carne e vino erano le vettovaglie essenziali per il benessere di una città. Il testo in PIGHI 1960, vv. 51-53, pp. 141 s.: “[Milano] ... rerum cernitur cunctarum/ inclita speciebus // generumque diversorum/ referta seminibus // vini copia et carnes/ ad uenter nimis”. 48. CDL II, nr. 231: “simul et offero ibi casas duas, una in Iutuno ... et alia in Gummeri, quem mihi in portione advenit de consobrinis meis, cum feglinas meas in Iutuno ...” (p. 289, rr. 22-24).

proprietà fondiaria e nella crescita delle funzioni specializzate nelle città. E’ probabile che inizialmente essa si avviasse in ambiti territoriali circoscritti, ma i negutiantes con maggiori risorse e capacità di movimento potevano cercare merci e prodotti anche fuori dai con ni del territorio cittadino e degli stessi ambiti regionali, no ad agganciarsi in alcuni casi alla circolazione di merci di alto pregio e provenienza esotica che permaneva nei mari circostanti la penisola italiana, e in particolare nell’Adriatico, dove nell’VIII secolo l’impero bizantino consolidava le proprie basi in Sicilia, Calabria, nelle Isole Ionie, e conservava rapporti con i suoi territori dalmati, istriani e veneti49. Una articolazione a diversi livelli di iniziative e di imprenditori commerciali corrisponderebbe alla previsione di una delle leggi del re Astolfo, già ricordata, che distingueva i negotiantes in tre classi economiche, maiores, sequentes e minores (Ahist. c.3). Avrebbe inoltre il pregio di non far dipendere l’attività commerciale all’interno del regno da un movimento proveniente dall’esterno, elevando a modello il caso dei comacchiesi. Traf ci commerciali si sarebbero formati spontaneamente, all’interno del regno longobardo, con operatori indigeni e circuiti di distribuzione adatti alle esigenze interne della società in espansione dell’VIII secolo; del resto si può notare che gli scali lungo il corso del Po, menzionati nel patto di Liutprando con i comacchiesi, già esistevano quando venne stipulato l’accordo, segno di una navigazione uviale già operante. L’attività dei negutiantes in territorio longobardo dovrebbe dunque essere originata insieme alla riorganizzazione dell’insediamento rurale e al potenziamento delle città per rispondere alla domanda che non poteva essere soddisfatta nel sistema di economia di autosuf cienza di piccoli e anche grandi proprietari. In questo sistema i negutiantes piuttosto che come operatori stabili insediati nelle città possono essere immaginati come procacciatori mobili di beni essenziali per il funzionamento della vita associata, soprattutto nelle città, che si procuravano le merci ricercando i surplus di produzione agraria dove questi si trovavano, le fonti di materie prime e le occasioni di scambi con partner commerciali che potevano trovarsi anche fuori dal regno. Da ciò la previsione delle leggi, che essi si allontanassero anche per lunghi periodi dal luogo di residenza. 49. Sulla presenza bizantina in Adriatico tra VII e IX secolo cf. in generale FERLUGA 1976; GOLDSTEIN 1992; GOLDSTEIN 1998; PRIGENT 2008. Inoltre sulle diverse province: organizzazione di tipo tematico della Sicilia negli ultimi anni del VII secolo: TREADGOLD 1997, p. 339; COSENTINO 2008, pp. 142 s.; istituzione di un’organizzazione tematica in Cefalonia nell’VIII secolo: FERLUGA 1978, p. 131 nota 139; costituzione del ducato delle Venezie tra la ne del VII e l’inizio dell’VIII secolo: CARILE 1978; AZZARA 1994, pp. 97 s.; COSENTINO 2008, p. 140; Istria bizantina: FERLUGA 1987 b; Dalmazia: FERLUGA 1978. L’importanza del canale adriatico per le comunicazioni tra Italia e Mediterraneo orientale è stata sottolineata da McCORMICK 2001, pp. 523 ss., che peraltro ne posticipa il decollo alla seconda metà- ne dell’VIII secolo. Inoltre FERLUGA 1987 a.


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Quale sia il ruolo strutturale di questa attività in un sistema economico che è comunque caratterizzato dalla preminenza della produzione agraria e dalla tendenza all’autosuf cienza dei produttori va naturalmente discusso. Henri Pirenne, costruendo il suo modello dell’economia chiusa di età carolingia, ammetteva senza problemi che qualche forma di scambio vi fosse comunque presente, rilevando che nessuna società e nessun sistema economico può farne completamente a meno. Rispetto a questa raf gurazione, va però notato che ciò che caratterizza l’economia longobarda dell’VIII secolo è il fatto che i negutiantes sono gure professionali riconosciute, e che agiscono come imprenditori autonomi, collegati a società cittadine in espansione, anziché come produttori che andassero direttamente sul mercato o come gli agenti al servizio di grandi enti ecclesiastici o della corte regia, attestati nella Francia carolingia. Per lo stesso motivo sembra dif cile considerare l’attività mercantile come un fenomeno di super cie, che riguarda solo forniture di prestigio ad un sottile strato sociale di consumatori privilegiati. Se le ipotesi che si sono delineate sono attendibili, l’intermediazione mercantile per la circolazione dei beni sembra avere un ruolo più sostanziale nella società longobarda dell’VIII secolo, cioè essenzialmente quello di soddisfare una domanda in crescita sia di materie prime e prodotti alimentari che di manufatti, destinati a consumi sia essenziali che voluttuari. In mancanza di dati speci ci nella documentazione d’archivio, la documentazione numismatica consente qualche osservazione supplementare su questo problema. Alla ne del VII secolo in tutti i territori longobardi – l’Italia settentrionale, la Toscana e il ducato di Benevento - vennero create monete di nuovo tipo50. La coincidenza cronologica con i fenomeni di riorganizzazione ed espansione dell’insediamento non può essere priva di signi cato. Le nuove coniazioni poterono avere intenti sia ideologici che economici. Certamente implicazioni ideologiche ebbero i tremissi aurei del re Cuniperto, su cui per la prima volta il nome e l’immagine di un re longobardo vennero impressi sul diritto della moneta aurea, mentre sul rovescio gurava l’arcangelo Michele, protettore dei longobardi. Questa monetazione, regia e nazionale, fu iniziata dopo che la pace stipulata nel 680 con l’impero bizantino aveva riconosciuto l’esistenza del regno longobardo, e l’altissimo contenuto aureo potrebbe avere anch’esso valore dimostrativo, ponendo la moneta regia in competizione con quella imperiale bizantina51. Tuttavia vi sono indizi che la moneta avesse anche una funzione economica. La coniazione dei nuovi tremissi fu preceduta infatti da quella di un nominale d’argento, in cui il nome del re era reso in

50. La circostanza rilevata in DELOGU 1994. 51. Sulla nuova monetazione aurea di Cuniperto cf. ARSLAN 1984; ARSLAN 1986; ARSLAN 2000.

monogramma. Pur rifacendosi a precedenti bizantini, la moneta d’argento aveva un signi cato ideologico meno rilevante di quella d’oro, e la sua coniazione sembra perciò determinata essenzialmente dal bisogno di moneta divisionale, tanto più che vennero coniate anche frazioni di minimo peso52. Che la nuova moneta longobarda avesse comunque funzione economica è confermato anche dalle coniazioni regionali toscane, che hanno carattere diverso da quelle dell’Italia settentrionale: sono anch’esse tremissi, con un valore nominale e un titolo simile a quello della moneta regia, ma non recavano il nome del re, sostituito da quello della città di emissione, cioè Lucca, presto af ancata da Pisa. Con queste caratteristiche, la moneta non era espressione di sovranità, né regia né ducale, e la sua creazione sembra rispondere essenzialmente alle esigenze economiche delle città ove era coniata53. Il sistema bimetallico oro-argento che si affermò nei territori del regno tra la ne del VII e la metà circa dell’VIII si accorda bene con una attività commerciale come quella che si può desumere dai documenti d’archivio. La presenza e la diffusione del nominale d’argento suggerisce infatti che l’uso della moneta si articolasse in due livelli, uno medio-basso per transazioni di modesto valore, ed uno alto, in cui la moneta, oltre a costituire una riserva di ricchezza, veniva impiegata per operazioni di importo consistente: transazioni immobiliari quali quelle attestate dalle carte, ma forse anche operazioni commerciali importanti, che potevano svolgersi anche nelle regioni bizantine. L’esistenza di questi traf ci è suggerita dai rinvenimenti di moneta aurea longobarda in Sardegna, associata spesso a moneta bizantina. La Sardegna non faceva parte dei domini longobardi, ma nei primi decenni dell’VIII secolo fu oggetto di attenzione da parte dei re, testimoniata tra l’altro dalla spedizione del re Liutprando per recuperare le reliquie di sant’Agostino, che furono trasportate a Pavia e tumulate nella chiesa di San Pietro in Ciel d’Oro54. I rinvenimenti di moneta longobarda in Sardegna fanno pensare che l’attenzione devozionale e militare del re af ancasse un interesse economico di imprenditori commerciali, che poteva essere motivato dalla ri-

52. Silique argentee coniate già al nome di Pertarito, predecessore di Cuniperto e poi anche al nome di quest’ultimo. Cf. ARSLAN 2000, pp. 199 s.; ROVELLI 2000 a, pp. 200 ss.; ARSLAN 2002. 53. Sulla monetazione toscana e le sue caratteristiche BERNAREGGI 1963; BERNAREGGI 1983; ARSLAN 2000, pp. 201 s. 54. Spedizione di Liutprando in Sardegna: Paolo Diacono, Historia Langobardorum, VI, c. 48. Rinvenimenti di monete longobarde in Sardegna: ARSLAN 1994, p. 504 nota 62; ARSLAN 2000, p. 207. Cf. anche dello stesso Arslan il Repertorio di ritrovamenti di monete altomedievali in Italia (489-1002) (Testi, studi, strumenti del CISAM, 18), Spoleto 2005. Il Repertorio è disponibile anche in rete, dove viene continuamente aggiornato dal curatore, all’indirizzo www.ermanno.arslan.eu/repertorio .


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cerca delle materie prime, per esempio minerarie o tessili, che la Sardegna poteva offrire. Dif cilmente si può infatti immaginare che la Sardegna fosse esportatrice di manufatti di lusso55. L’attenzione dei longobardi verso le grandi isole del Mediterraneo occidentale è confermata in quell’epoca dalle proprietà familiari che alcuni vescovi di Lucca avevano in Corsica e dal rinvenimento, anche in Corsica, di monete longobarde56. Al di là di questi dati, non è però possibile valutare l’intensità e i volumi del commercio sostenuto dalla moneta longobarda sulla base della sua presenza negli strati archeologici. La moneta aurea si trova principalmente nei tesoretti, dove peraltro testimonia più l’accumulazione che la circolazione; la moneta d’argento non è stata nora rilevata con suf ciente meticolosità, anche a causa della sua fragilità, che ne pregiudica la conservazione, e di conseguenza il rinvenimento, negli strati di vita57. E’ possibile però che la moneta non circolasse su aree molto estese. Le modalità di produzione e diffusione sono sostanzialmente sconosciute; tuttavia il fatto che le città toscane producessero moneta propria può indicare che la produzione delle zecche regie dell’Italia settentrionale non raggiungeva la Toscana. Si potrebbe dunque concludere che la moneta avesse sostanzialmente una circolazione regionale, anche se occasionalmente poteva sostenere traf ci di ampiezza interregionale, come nel caso della Sardegna58. Il quadro relativamente coerente della monetazione alla ne del VII e nei primi decenni dell’VIII si complica nel corso dell’VIII secolo, assumendo aspetti contraddittori. Il fatto più rilevante è la svalutazione continua della moneta d’oro, che nel corso del secolo passa da un contenuto di no di oltre il 70%, al 42% circa a metà del secolo scendendo poi a valori prossimi al 30%59. Inoltre verso la metà del secolo venne abbandonata la coniazione della moneta d’argento. Contemporaneamente aumentò sensibilmente il numero delle zecche che coniavano la moneta d’oro svalutata, e venne adottato, anche nelle zecche dell’Italia padana, il tipo della moneta cittadina toscana, caratterizzato da una stella o una rosetta al centro del diritto, circondata dal nome della città sede della zecca, aggiungendo sul rovescio il nome del re60. La spiegazione di questo complesso di dati resta problematica.

La ne della coniazione dell’argento può indicare una contrazione del ricorso al mercato per transazioni di importo modesto. Ciò può porre qualche interrogativo sulla reale funzione che essa poté avere anche nel periodo precedente. Sembra però che transazioni di modesto valore continuassero ad esistere e venissero regolate su base locale con vari espedienti. I documenti d’archivio riferiscono infatti di pagamenti e censi che potevano essere corrisposti in oro o in merci equivalenti, a seconda della disponibilità momentanea del debitore61, o anche in frazioni di tremisse, che non corrispondevano a moneta coniata62, ma che rinvenimenti di frammenti di tremisse fanno pensare che rispondessero alla pratica concreta di spezzare le monete63. Il deprezzamento della moneta d’oro fu probabilmente causato da dif coltà di approvvigionamento del metallo prezioso. Il fenomeno infatti interessa anche la zecca bizantina di Roma, che verso la metà del secolo produceva solidi teoricamente aurei, ma in pratica di rame bagnato nell’oro. Il caso di Roma viene spiegato con i con itti del papato con l’impero bizantino, che portarono alla sospensione dei rifornimenti alla zecca di Roma. Nello stesso periodo anche a Ravenna la zecca imperiale cessò di produrre, dopo che i longobardi conquistarono la città. Il prosciugamento dell’oro bizantino poté ripercuotersi sulle zecche longobarde, che non avevano fonti interne di rifornimento del metallo, salvo quello che poteva essere estratto dai umi, in quantità peraltro imprecisabili64. Tuttavia il bisogno di moneta nell’economia del regno sembra mantenersi, se non addirittura crescere. In questo senso si può interpretare la moltiplicazione delle zecche, che nella seconda metà del secolo passarono da quattro a tredici o più, di cui almeno nove nell’Italia settentrionale. La dislocazione delle nuove sedi di zecca può suggerire le ragioni del provvedimento: accanto a quelle che già funzionavano nelle città regie dell’Italia padana, Pavia e Milano, e a Lucca, centro del ducato di Tuscia, nuove zecche vennero aperte a Piacenza sul Po, già luogo di approdo dei Comacchiesi, in città prossime ai territori veneti, come Treviso e Vicenza, o anche in centri di castello posti all’ingresso delle vie che portavano ai passi alpini del Sempione e dello Spluga come Castelseprio e Novate. In Toscana furono sede di zecca Pisa, sulla costa tirrenica, e Pistoia in prossimità dei valichi appenninici65.

55. Per la sionomia economica della Sardegna in quest’epoca cf. COSENTINO 2002. 56. Possedimenti lucchesi in Corsica: CDL I, nr. 114 (p. 335); CDL I, nr. 116 (p. 348). Per le monete longobarde rinvenute: LAFAURIE 1967. 57. Considerazioni in ROVELLI 2000 a, p. 200; ROVELLI 2009, p. 47 ; ROVELLI 2001, pp. 830 s. 58. Monete longobarde (120 tremissi di Liuprando), trovate anche in Canton Ticino a Balerna; cf. ARSLAN Repertorio, sub voce 59. ODDY 1972.

60. ARSLAN 2000, pp. 203 ss. 61. Ad esempio: CDL II, nr. 174 (a Chiusi) : “... pretium ... inter bobes et auro in adpretiato solidos viginti et uno” (p. 136). 62. CDL I, nr. 52: “ ... auri tremisse nomero duos et tres portionis de tremisse ”; CDL I, nr. 64: “... auri tremisse nomero quinque et quarta parte de sexto tremisse ”; CDL II, nr. 130: “... auri solido uno et medio tremisse ”. 63. ARSLAN 2000, p. 203. 64. ODDY 1988; ROVELLI 2000 b. ; ROVELLI 2001, pp.838-840.


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Sembra legittimo concludere che le nuove zecche vennero istituite in località che si trovavano lungo itinerari commerciali importanti, interni ed esterni al regno. Le sedi di produzione della moneta venivano così avvicinate ai luoghi dove lo scambio era più attivo, eliminando le dif coltà di distribuzione implicite in una produzione centralizzata. Inoltre estendendo l’esperienza della monetazione municipale già sperimentata in Toscana, i sovrani potevano fronteggiare la scarsità dei rifornimenti d’oro, af dando alle singole comunità locali il carico di provvedere la materia prima della moneta, forse anche portando a fondere oro privato, ottenuto in modi vari. Il deprezzamento della moneta d’oro non sembra aver creato intralcio alla sua utilizzazione. Esso poté forse consentire di mantenere costante il volume delle emissioni e contemporaneamente produrre una moneta più leggera, adatta a scambi di varia portata, e forse anche al rapporto con la moneta argentea in uso nei paesi transalpini66. Non è possibile però veri care se contemporaneamente esso provocasse in azione dei prezzi. Sfortunatamente le condizioni dei rinvenimenti archeologici, cui si è fatto già riferimento, non consentono di de nire quale fosse l’area di diffusione della nuova moneta di tipo municipale. La moltiplicazione delle sedi di emissione suggerisce però che essa restasse limitata prevalentemente ad ambiti distrettuali o regionali. Probabilmente lontano dalle sedi di zecca era per no dif cile procurarsi moneta coniata67. Se si vogliono ora riassumere le osservazioni n qui esposte, relative alle città italiane e alla loro sionomia economica nell’VIII secolo, sembra di poter dire quanto segue: - in un contesto di prevalente economia agraria e di permanente tendenza alla soddisfazione dei bisogni fondamentali attraverso l’autoconsumo dei produttori, il commercio era un’attività professionale riconosciuta e autonoma;

- la moneta veniva utilizzata certamente per ni di tesaurizzazione e di investimento patrimoniale, ma anche per sostenere lo scambio commerciale; - i traf ci ipotizzabili sulla base dei dati esistenti e di plausibili congetture – no a quando osservazioni archeologiche adeguate non produrranno informazioni più abbondanti – potevano riguardare in parte merci che viaggiavano in contenitori anforici, ma in parte anche merci di consumo essenziale che non richiedevano contenitori, la cui visibilità archeologica è dunque scarsa o nulla, senza che questo pregiudichi la loro esistenza. Merci di lusso potevano aggiungersi, in misura che è dif cile da determinare; - i traf ci dovevano svolgersi normalmente in ambito circoscritto, distrettuale o regionale, ma potevano agganciarsi anche a più estese linee di circolazione interregionale, la cui portata resta da determinare; - le città costituivano sedi preferenziali dell’attività commerciale, regionale ed interregionale, e polo di gravitazione per essa dei territori extraurbani. Nell’VIII secolo l’organizzazione sociale ed economica delle città sembra dunque caratterizzata da una recuperata complessità entro orizzonti mutati rispetto all’epoca precedente. Tuttavia si tratta di una situazione ancora uida che non è opportuno interpretare come l’inizio di un processo di crescita lineare che si sarebbe sviluppato senza interruzione nei secoli successivi. La conquista carolingia dell’Italia longobarda probabilmente modi cò le condizioni dello sviluppo economico, e ancora si sa troppo poco sui dati materiali di questa ulteriore fase della storia delle città per poter ricostruire attendibilmente quello che allora avvenne68. La documentazione n qui acquisita consente al momento di formulare alcune domande e di pre gurare alcune possibili risposte. Un compito per l’archeologia italiana dei prossimi anni è proprio quello di trovare informazioni che consentano risposte più sicure69.

Fonti. CDL I – Codice Diplomatico Longobardo, a cura di L. Schiaparelli (Fonti per la storia d’Italia dell’Istituto Storico Italiano), Roma 1929 CDL I I – Codice Diplomatico Longobardo, a cura di L. Schiaparelli (Fonti per la storia d’Italia dell’Istituto Storico Italiano), Roma 1933

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65. GRIERSON- BLACKBURN 1986, pp. 59 s.; ARSLAN 2000, p. 203; ROVELLI 2008. 66. Sul rapporto di cambio fra il tremisse svalutato e il denaro d’argento franco v. ROVELLI 2005. 67. Pagamenti in merci equivalenti sono registrati a Sovana e a Chiusi; cf. rispettivamente CDL I, nr. 58; CDL II, nr. 174.

68. Fondamentali a questo proposito le osservazioni di ROVELLI 2000 a; ROVELLI 2009 sulla penuria monetaria nell’Italia carolingia e le sue ripercussioni sull’attività economica. L’età carolingia è invece considerata come l’inizio di un consistente sviluppo economico anche in Italia da McCORMICK 2001, su cui peraltro v. le riserve di DELOGU 2007; DELOGU 2008. 69. Nuovi dati e osservazioni sull’edilizia residenziale nel IX e X secolo raccolti ora in GALETTI (ed.) 2010.


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45 Darío Bernal Casasola (Universidad de Cádiz) Michel Bonifay (Centre Camille Jullian. Aix Marseille Université/CNRS)

E S PA C I O S U R B A N O S E N E L O C C I D E N T E M E D I T E R R Á N E O ( S . V I - V I I I ) / 4 5 - 6 4

IMPORTACIONES Y CONSUMO ALIMENTICIO EN LAS CIUDADES TARDORROMANAS DEL MEDITERRÁNEO NOR-OCCIDENTAL (SS. VI-VIII D.C.): LA APORTACIÓN DE LAS ÁNFORAS

1. LAS ÁNFORAS, UN BUEN ESPEJO DE LA ECONOMÍA DE LA CIUDAD TARDOANTIGUA MEDITERRÁNEA El avance en nuestro conocimiento sobre las ciudades tardoantiguas en el Mediterráneo en las últimas décadas puede ser cali cado, sin duda, de espectacular. De Oriente a Occidente la documentación disponible es tremendamente rica y renovada a efectos tanto metodológico-conceptuales (como por ejemplo Wickham, 2005) como arqueológicos. Con unos indicadores arqueológicos cada vez menos generosos –materiales edilicios perecederos, escasez de construcciones monumentales, parquedad de las fuentes epigrá cas…-, siguen siendo las evidencias funerarias y los edi cios de culto re ejo de la intensa cristianización de la topografía urbana- los indicadores más dedignos para la reconstrucción de las pulsiones vitales de las urbes mediterráneas de los ss. V, VI y VII d.C. Para poder valorar la dinámica comercial y la vitalidad económica de nuestras ciudades tardorromanas las fuentes aportan multitud de documentación, que ofrecen un panorama de gran interés sobre las intensas relaciones marítimas Oriente-Occidente, como ilustran magistralmente las peregrinaciones, los exilios ultramarinos y un sin n de episodios normalmente vinculados a la Historia de la Iglesia (Pellegrini, 2008) que ilustran la apertura del Mare Nostrum, los contactos entre obispados y las constantes rutas entre Hispania, las Galliae, Italia y la Pars Orientalis. No obstante, descender de lo general a lo particular, de la importancia de los dominios episcopales a saber si tal o cual ciudad disponía de praedia y a donde enviaba los excedentes son aspectos difíciles de precisar por el carácter genérico de las fuentes, salvo honrosas excepciones como ilustra, entre otros casos, la vida de Casiodoro en la Italia meridional (Zinzi, 1994). En estos contextos el “redescubrimiento” de las cerámicas tardías desde los trabajos de Hayes en los años setenta del siglo pasado ha tenido una importancia exponencial. De ahí que durante años, especialmente en dicha década y en la siguiente, fuesen faraónicos los esfuerzos destinados a valorizar las producciones cerámicas como elemento tanto cronológico –no nos olvidemos de la complejidad en dichas fechas de una datación precisa en muchos de nuestros asentamientos tardoantiguos- como, especialmente, económico. Y de ahí el avance en el conocimiento de la importancia del Africa Proconsular y las provincias limítrofes a partir de época severiana,

que de la mano de A. Carandini fue progresivamente cobrando cada vez más fuerza. En este contexto, ¿cuál fue la importancia de las ánforas de transporte? En primer lugar recordar su singularidad en relación a otras clases cerámicas, ya que además de cuestiones de procedencia (origen) y cronología permiten valorar apriorísticamente el tipo de producto envasado, facultándonos con ello a realizar una serie de inferencias económicas que las han convertido desde la época de Dressel a nales del s. XIX en artefactos privilegiados por su potencialidad económica (baste recordar las antiguas pero atinadas y plenamente vigentes observaciones de Zevi y Tchernià al efecto de las series africanas tardías). Las ánforas tardorromanas fueron las últimas en ser sistematizadas, ya que la riqueza epigrá ca de las series republicanas y altoimperiales –entre otros motivos que sería extenso sintetizar aquí- generó una atención más precoz por parte de los investigadores. En la fecha de celebración de este encuentro, la ordenación de las ánforas tardoantiguas cumple, grosso modo, sus bodas de plata. Sin ánimo de ser exhaustivos, efectivamente en 1984 se producen algunos catalizadores que aceleraron el proceso. Por un lado, la síntesis de S. Keay sobre las evidencias de la Tarraconense septentrional, que constituyó el primer gran impulso de caracterización de las familias tardías (Keay, 1984), obra que durante años –hasta prácticamente hace menos de una década- ha constituido nuestro libro de cabecera al respecto. Y por otro, la publicación de contextos tardíos en multitud de ciudades tardoantiguas, comenzando por la propia Cartago con las intervenciones británicas –entre otras- en la Avenue Habib Bourguiba (Fulford y Peacock, 1984), y otras como Turris Libisonis (Villedieu, 1984), Marsella –excavaciones en “La Bourse”- (Bonifay, 1986), o Tarraco con el “abocador” (Remolà y Abelló 1989), que generaron un modelo de la potencialidad del análisis de la cerámica tardorromana –especialmente las ánforas, como decimos- para la comprensión de las ciudades tardorromanas mediterráneas. Todo ello propició la gestación de un modelo interpretativo trimodal, en el cual se planteaban normalmente tres preguntas básicas: ¿Cuánto material africano? ¿Qué llega de la Pars Orientalis? ¿Qué presencia de producciones locales/regionales existen en el registro? Y además, todo ello bien cuanti cado por épocas, siguiendo normalmente el tetranomio bajoimperial/vándalo/bizantino/“godo” (adaptado al grupo étnico presen-


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te en cada país mediterráneo), o bien por horizontes estratigrá cos, como ilustra, por ejemplo, el caso de Tarraco (Remolà, 2000), reproducido en la gura 1.

Figura 1.- Porcentaje de frecuencia de materiales africanos y orientales en Tarraco entre el s. V y el VII (Remolà, 2000, 307, gráfico 10).

Con posterioridad, y debido a los interesantes resultados con la posibilidad de elaborar comparativas inter-urbanas, tanto en histogramas de frecuencia que recogiesen porcentajes de áreas productoras por épocas como en general por la presunción de la mayor importancia de las urbes tardoantiguas derivada de una mayor o menor presencia de materiales importados, se generó un “efecto dominó” al cual se han ido sumando multitud de ciudades atlántico-mediterráneas. Entre las más signi cativas, contamos con ejemplos desde la costa hispana mediterránea pasando por Carthago Spartaria (recientemente Vizcaíno, 2009), Lucentum (Reynolds, 1995 y 2010) o Tarraco (Remolà, 2000) hasta Marsella (síntesis en Bonifay y Raynaud, 2007, dir), Roma con la Crypta Balbi (Saguì, 1998), Nápoles (Arthur, 1998) y los ejemplos ya mencionados de Cartago. Únicamente se advierte una cierta discontinuidad en las Mauretaniae, derivada de retrasos en la investigación, a excepción de la Tingitana más septentrional (Villaverde, 2001; Bernal, 2007), y datos dispersos en la fachada atlántica que tenuemente están siendo sistematizados, como sucede en Bracara Augusta (Morais, 2005). Esta situación de intensi cación de los estudios y fecunda publicación de resultados -basta ojear las actas de los congresos LRCW 1, 2 y el 3 a punto de editarse para percatarse de la avalancha de novedades- ha generado

una situación nueva sobre la cual consideramos conviene re exionar. A ello dedicamos este trabajo, en el cual vamos a realizar una serie de re exiones, en una triple línea. De una parte, el planteamiento de algunos de los problemas metodológicos actuales vinculados con la seriación de las ánforas tardorromanas, a efectos tipo-cronológicos y del contenido envasado (apartado 2). En segundo término, valorar sucintamente la documentación disponible actualmente en el Mediterráneo para evaluar los contextos de época vándala, bizantina y visigoda/ostrogoda/franca, con los problemas detectados. Y en último término incidir en algunos aspectos históricos de notable calado que se desprenden del análisis del registro anfórico en relación a la dinámica comercial general, valorando cuestiones políticas y de carácter macroeconómico, terminando al nal con una serie de aspectos/hipótesis a analizar en los próximos años. Todo ello con el objetivo de ilustrar la notable potencialidad que se desprende de los estudios anforológicos para la comprensión de la dinámica vital de las ciudades tardorromanas, siendo ésta nuestra aportación al I Congreso Internacional Espacios Urbanos en el Occidente Mediterráneo (ss. VI- VIII), centrada como se verá más en aspectos comerciales que estrictamente relacionados con el aprovisionamiento urbano, y con un marcado sesgo metodológico y crítico. 2. SÍNTOMAS DE MADUREZ: PROBLEMAS METODOLÓGICOS ACTUALES DE LAS SERIES ANFÓRICAS TARDOANTIGUAS Actualmente disponemos de un conocimiento bastante aquilatado de las series anfóricas tardoantiguas, con buenos trabajos de síntesis para las producciones orientales (de Arthur, 1998 a Pieri 2005), africanas (Bonifay, 2004), suritálicas/sicilianas (Pacetti, 1998) y bético-lusitanas (AA.VV. 2001; Alarcão y Mayet, 1990; Filipe y Raposo, 20001). A continuación vamos a presentar algunos de los aspectos objeto de debate y/o investigación en la actualidad, atendiendo a los grandes temas (origen, cronología y contenido). 2.1. De los focos de producción de las ánforas. Planteamientos actuales Realizando una valoración desde el Finis Terrae hacia Oriente, inicialmente nos encontramos con las producciones hispánicas. Entre ellas, empezamos por las ánforas denominadas “sudhispánicas”, epíteto que engloba a las cerámicas –ánforas básicamente y en menor medida cerámicas comunesfabricadas tanto en la Lusitania –desde Olisipo (Lisboa) hasta el Algarvecomo en Baetica. Este es el primer problema “real” existente: distinguir 1. Así como todas las recientes novedades presentadas en el Seminário e Ateliê de Arqueologia Experimental “A Olaria Romana” (Seixal, febrero de 2010), cuyas actas se encuentran en prensa (www.cm-seixal.pt/ecomuseu).


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aquellos envases portugueses de los andaluces, que fue lo que provocó que en su momento –S. Keay- se acuñase este manejado epíteto. A efectos del comercio “internacional” dicha precisión no resulta excesivamente signi cativa –pues en de nitiva se trata de importaciones “hispanas”-, pero a nivel intra-hispano o del Mediterráneo Occidental es fundamental precisar, a efectos de valorar las rutas y el carácter redistributivo o directo de las actividades comerciales. Este aspecto afecta especialmente a las ánforas de garum y salazones de pescado (Almagro 51 a-b/Keay XIX, Almagro 51c/Keay XXIII, y otras en menor proporción -Beltrán 72, Almagro 50/Keay XXII….), pues todas ellas se fabrican en aguas tanto atlánticas como mediterráneas, y la práctica total ausencia de epigrafía no ayuda en dicho sentido. La tendencia actual es tratar de discriminar macroscópicamente entre las producciones del “Tajo/Sado”, las meridionales o del “Algarve” y las béticas. También es importante recordar que existen una serie de formas menos conocidas –y por ello desapercibidas a los ojos de los arqueólogos- que viajan fuera de los límites hispanos, a cuya sistematización habrá que dedicar esfuerzos en el futuro: baste el ejemplo de las ánforas de salsamenta a nes a las Almagro 50 y a la forma Majuelo I aparecidas en Caesarea Maritima en Palaestina (Oren-Pascal y Bernal, 2001, 1007-1008, g. 10, nº 14-17), como botón de muestra ( gura 2). Entre las ánforas hispanas es importante también valorar las producciones baleáricas, de las cuales están bien sistematizadas las que presentan decoración tomorfa incisa en los hombros -Keay LXX y especialmente LXXIX- (Bernal, 2001, 368-369, gs. 44 y 45), aparentemente las más frecuentes ( gura 3, nº 1). No obstante, existen otras producciones menos conocidas, como se ha planteado recientemente (Ramon, 2008, 576, g. 7; ilustradas en la gura 3, nº 2-4), las cuales aparentemente también viajan, al menos hasta las costas hispanas, como evidencian ejemplares recientemente identi cados en Baelo Claudia aún inéditos. No olvidemos que la Balearica permaneció bajo dominio bizantino hasta momentos muy posteriores a la conquista islámica, no habiendo formado parte nunca del Visigothorum Regnum (Vallejo, 1993), lo que quizás permitió una prolongación de la manufactura de estas producciones en el s. VII y quizás más tarde, que habrá que aclarar en los próximos años. También será tarea de futuro con rmar si la propuesta de manufactura tarraconense de las ánforas Keay 68/91, mantenida hasta fechas recientes (Remolà, 2000, 196-198, g. 67, nº 4-9 y gs. 68 y 69), se con rma, no siendo conscientes por el momento de su exportación fuera del cuadrante NE peninsular. Y unir a los ya conocidos el foco productivo de la Tarraconense meridional, con ánforas tipo spatheia monoansadas o sin asas conocidas desde hace años (Ramallo, 1985), a las cuales debemos sumar ahora los envases con las características incisiones peinadas en el cuello, así como producciones a nes a las Matagallares I (Berrocal, 2007; Bernal, 2009).

Es importante asimismo recordar que el umbral de exportación de las ánforas salazoneras hispanas se ha prolongado hasta mediados del s. VI d.C., en una tendencia defendida desde hace años, y cuyo cese se vinculó en su momento con la llegada de las tropas de Justiniano al Fretum Gaditanum en el segundo cuarto del s. VI d.C. (Bernal, 2001). Hallazgos posteriores tales como la con rmación de la continuidad de la actividad de las factorías salazoneras de Lagos (Rua Silva Lopes), en el Sur de Portugal, hasta mediados del s. VI (Ramos, Laço, Almeida y Viegas, 2007) ha permitido prolongar algunas décadas más su producción y, evidentemente su exportación, por lo que muchos contextos que hasta ahora considerábamos como residuales posiblemente no lo sean: baste el ejemplo de la Lusitana 8/Keay LXXVIII procedente de un nivel fechado en el 530 circa en la Avenida Habib Bourguiba en Cartago (Peacock, 1984, 127-128, g. 38, nº 52). El mismo repaso que hemos hecho con las producciones hispanas –más interesantes para Toletum por su cercanía- lo podríamos hacer para las demás áreas productoras mediterráneas, que limitamos a breves comentarios por cuestiones de espacio. Las producciones suritálicas/sicilianas de fondo plano de la familia de las Keay LII y a nes hacen su aparición cada vez con más fuerza ( gura 4), presentando una amplia dispersión occidental que adolece de problemas de identi cación, especialmente en España y Portugal. Actualmente sus focos de producción en Calabria y Sicilia están bien de nidos (Pacetti, 1998), aunque no debemos olvidar que en los años ochenta engrosaban la nómina de las producciones orientales (Keay, 1984, 267). Es interesante recordar que constituyen todos ellos envases de vino, siendo ésta la única zona del Mediterráneo Occidental que exporta caldos masivamente en la Antigüedad Tardía. Las denominadas comúnmente “ánforas orientales” incluyen un amplio grupo formal que agrupa a las producciones del egeo, anatólicas, sirio-palestinas y egipcias. Actualmente las denominadas “series internacionales” están muy bien de nidas ( gura 5 a), tratándose de siete formas perfectamente identi cadas y seriadas (una síntesis en Arthur, 1998; Remolà, 2000, 204-233; y recientemente Pieri, 2005 y Marchand y Marangou, 2009 ed.): LRA 1 de Cilicia o Chipre; LRA 2 y M273 Samos Cistern Type del Egeo, LRA 3 de Anatolia occidental (Éfeso/Afrodisias), LRA 4 de la región de Gaza, LRA 5/6 de Palaestina o Egipto y LRA 7 egipcias. Todas ellas están presentes habitualmente en Occidente en porcentajes elevados, a excepción de las egipcias, documentadas de manera ocasional, pero que sí llegan hasta Roma, Ostia y Porto (Rizzo, 2009), las Galias (Pieri, 2005; Laubenheimer, 2009) y Britannia (Williams y Tomber, 2009), por lo que su ausencia en otros lugares –como Hispania- debe responder únicamente a problemas de identi cación; y también escasean las LRA 5/6, muy mal identi cadas por su habitual confusión con la vajilla común de


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Figura 2.- Ejemplo de producciones salazoneras mal seriadas tipológicamente, caso de las Almagro 50 similis (arriba) y las afines a las Majuelo I (derecha) documentadas en Caesarea Maritima (Oren-Pascal y Bernal, 2001, 1007-1008 y 1030, nº 14, 15, 16 y 17).

mesa, aunque claramente presentes en la Pars Occidentis, como re ejan los contextos del sur de Francia, con más de una decena de atestaciones (Pieri, 2005, 121). No obstante, y como se ha indicado, en algunos casos la bipolaridad es patente, no resultando fácil discernir la autoctonía de las costas de Cilicia o de tierras chipriotas de las LRA 1, ni a efectos macroscópicos ni arqueométricos, ya que los talleres de manufactura están aún en fase de estudio y/o caracterización. Lo mismo que les sucedía anteriormente a las producciones lusitanas/béticas les acontece ahora a las “bag

shaped” o ánforas de saco, de producción tanto egipcia como palestina. Junto a todas ellas, que constituyen la base de nuestros análisis tipológicos, seguimos disponiendo de una pléyade de envases “orientales” de producción indeterminada, que llegan conjuntamente y que no han sido aún bien precisadas, como las dadas a conocer en Tarraco sin bautizar o con denominaciones preliminares, como las denominadas “ánforas tardías tipo A, B o C”, a pesar de disponer de per les prácticamente completos (Remolà, 2000, 234-240); o las referenciadas en el sur de Francia, que ilustran la gran complejidad formal del tema que nos ocupa –formas LRA 8 a 15- (Pieri, 2005, 132-140). El porcentaje de ánforas indeterminadas –aunque presumiblemente en su mayoría del Egeo o de Oriente- sigue siendo alto, como ilustra el caso de Tarraco, con entre el 15-20% entre


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1 Figura 3.- Ánforas baleáricas del tipo Keay LXXIX (1) y de tipología indeterminada (2-4), según Ramon (2008, fig. 9, 1 y 9; fig. 7, 1 y 3).

los ss. V y VII d.C. (Remolà, 2000, 307, grá co 10). Una dinámica ésta que podemos sumar a las producciones del área occidental del Mar Negro, recientemente agrupadas (Opait, 2004), cuyo reconocimiento es mínimo o inexistente fuera del área de origen. ¿No viajan o es que no se identi can aún con claridad en los contextos de consumo? En relación a las omnipresentes ánforas africanas actualmente disponemos de una tipo-cronología actualizada ( gura 6), con una serie de formas de exportación y otras, a partir del s. VI d.C., destinadas al comercio local/regional, como las denominadas Hammamet 3 entre nales del s. V y el VII d.C. (Bonifay, 2004, 93-97, gs. 94-96). Las singulares características macroscópicas de sus pastas y la sencilla con rmación petrográ ca a través de la identi cación del cuarzo eólico permiten, en general, una rápida identi cación por parte de la comunidad arqueológica, si bien no debemos olvidar la presencia de pastas amarillentas/blanquecinas en las últimas fases productivas –especialmente el s. VII d.C.-, que durante años han sido consideradas erróneamente como indicios de imitaciones “provinciales”. Gracias a notables esfuerzos de equipos franco-tunecinos en los últimos

Figura 4. Ánfora suritálica del tipo Keay LII procedente de Roma (Pacetti y Paganelli, 2001, 217, I.816).


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como de la Zeugitania (territorium de Sullecthum). Otro problema adicional estriba en que las ánforas de la Mauretania Caesarensis no se conocen bien, ni tipológicamente ni en relación a sus focos de producción, a excepción de las excepcionales series de TVBVSVCTV o a nes, bien atribuidas gracias a la generosidad de la epigrafía. No olvidemos que la Diócesis de Africa incluía a todos estos territorios, por lo que su valoración macroeconómica está infravalorada, a tenor de la escasez de referencias a esta área geográ ca, que permanece como el foco productivo tardoantiguo más virgen –o menos transitado arqueológicamente- de todos los existentes. Otro elemento fundamental en el estudio de las series africanas, que son actualmente las mejor fechadas en relación a otras áreas geográ cas –aunque es ésta una cuestión extrapolable a otros tipos-, es la complejidad de determinar el carácter pre-vándalo, vándalo o bizantino de algunos tipos. Por poner únicamente dos ejemplos, en las Keay XXXV resulta complejo determinar, sin otros elementos contextuales, si nos encontramos ante producciones de época romana tardía o de época vándala, como sucede en el “abocador” de Tarraco (fechado entre el 425-450, Remolà-Abelló, 1989) o bien en el pecio Dramont E en Saint-Raphaël (igualmente fechado entre el 425-450, Santamaría, 1995); y en el caso de las Keay LXII A, las mismas variantes –aparentemente o por nuestra imposibilidad actual de realizar ulteriores precisiones- se sitúan bien a inicios del s. VI o bien a mediados de siglo: la prudencia, por ello, se impone a la hora de decidir: como por ejemplo en el pecio de La Palud en Port-Cros (Long y Volpe, 1996), ya que es difícil discernir si nos encontramos ante producciones de época vándala tardía o bizantina. Como líneas de trabajo válidas para todos los focos de producción para los próximos años, consideramos prioritarias, al menos, las siguientes cuestiones: Figura 5.- Principales tipos “internacionales” de las producciones orientales tardorromanas (LRA 1 a 7), con sus respectivas áreas de producción (según Pieri, 2005, 171, fig. 107 y 311).

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años las cuestiones tipológicas o tipo-cronológicas parecen en general bien de nidas y el avance ha sido tal que incluso se ha comenzado la caracterización de algunos ateliers, como ilustran los casos de Nabeul, Sidi Zahruni o Henchir Chekaf, entre otros (Capelli y Bonifay, 2007). No obstante, y a pesar de que las atribuciones directas a glinae son posibles gracias a las caracterizaciones arqueométricas y a la edición de macrofotografías en fractura de muestras de pastas de algunos alfares, se detectan problemas a resolver en el futuro, que requieren la generalización de dicha aproximación petrográ ca. Tal es el caso de la producción de los mismos tipos anfóricos en talleres distintos, como ilustran para el s. VI d.C. las Keay LXII, que pueden ser productos tanto de glinae de la Byzacena (del entorno de Neapolis)

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Continuar con la precisión tipocronológica, para lo cual es clave disponer de ejemplares íntegros o individuos con per les completos reconstruibles. Potenciar los estudios de carácter inductivo, de lo particular a lo general. No disponemos de prácticamente ningún taller alfarero mediterráneo estudiado exhaustivamente, realizándose las atribuciones por exclusión o de manera genérica. Es necesario para poder avanzar caracterizar la producción de las glinae –de las cuales se conocen varias decenas en todo el Mediterráneo-; y una vez determinados los Grupos de Referencia y los estudios arqueométricos tratar de rastrear sus producciones en contextos de consumo, y no al contrario. Potenciar la arqueometría, al menos a nivel básico, de manera que se generalice la edición de fotografías de las fracturas “frescas” de los ejemplares a alta resolución, algo que facilita notablemente la com-


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Figura 6.- Tipo-cronología de las ánforas africanas tardías (Bonifay, 2004, fig. 46).

parativa visual, como parece comenzar a generalizarse en los estudios de los últimos años (un ejemplo reciente en Delgado y Morais, 2009). Es evidente que una caracterización arqueométrica integral (mineralopetrográ ca y físico-química) es la vía correcta de análisis, pero actualmente los elevados costes y la notable inversión temporal (varios meses, debido a la escasez de buenos especialistas con el correspondiente “overbooking” de los laboratorios activos) y la imposibilidad de realizar

estos estudios de manera generalizada (imaginemos cualquier excavación con centenares de individuos) hacen que esta propuesta alternativa sea, a corto y medio plazo, una de las más fructíferas. 2.2. El contenido de las ánforas tardorromanas: la gran asignatura pendiente del s. XXI Es evidente que el producto transportado es el elemento de mayor interés en el trá co comercial, y cómo de él únicamente nos quedan los envases que permiten su caracterización, normalmente de manera indirecta. Los criterios


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utilizados habitualmente para plantear el contenido de las ánforas de manera directa son los siguientes: los tituli picti o inscripciones pintadas relacionadas con el producto envasado, escasísimas en la Antigüedad Tardía: por poner un ejemplo en Hispania no llegan a cinco –siendo generosos– los existentes sobre ánforas lusitanas y sudhispánicas, como el alusivo a os(s) M(uriae) en una Almagro 51c de Tossalet en Valencia (Fernández Izquierdo, 1984, 54, g. 21, nº 153); las muestras físicas de paleocontenidos (escasísimas, por otro lado, como se puede documentar para las producciones africanas en Bonifay, 2004, 463-467); y –hasta ahora– la presencia de resina adherida a las paredes, que parecía excluir un contenido oleico en el envase, axioma planteado desde los estudios de F.Formenti en los años setenta del siglo pasado, aunque esta a rmación ha sido cuestionada tras estudios analíticos recientes (Garnier, 2007 a); además, los análisis de residuos orgánicos adheridos a las paredes de los envases –a través del binomio Cromatografía de Gases/Espectrometría de Masas– están aportando desde los años setenta muchas novedades (algunas de ellas sintetizadas en Bernal, 2004 y 2009, 34-38).

De manera indirecta es la tipología el principal caballo de batalla, pues determinados contenidos suelen remitir a parámetros formales coincidentes, como sucede para el vino, para cuyo envasado desde el s. II d.C. se suele recurrir a las ánforas de fondo plano, siendo las producciones suritálicas/calabresas del tipo Keay LII y a nes un buen ejemplo de ello. También la tradición de la economía primaria de cada zona geográ ca es un elemento que se valora retrospectivamente (qué zonas producen vino, aceite o salazones desde tiempos inmemoriales y dónde se ubican los alfares). Si dispusiésemos de tiempo y espacio para analizar forma por forma de cada una de las áreas productivas de ánforas en la Antigüedad Tardía podríamos extraer la siguiente conclusión: más del 90% de los tipos carecen de información empírica asociada, siendo las atribuciones indirectas o basadas en información parcial (alguna inscripción aislada o restos de paleocontenidos en algún pecio –normalmente no estudiados exhaustivamente, tratándose de noticias o datos antiguos–).


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Por si fuera poco, estamos habituados a valorar la trilogía aceite, vino y salazones de pescado, cuando la problemática es mucho mayor: baste recordar los análisis realizados a las LRA 3 documentadas en los contextos del s. V d.C. de la Schola Praeconum en el Palatino, que se relacionaban con aceite de sésamo (Whitehouse et alii, 1982); o las referencias en los papiros y ostraca egipcios relativos a las ánforas de Gaza y Askelon (LRA 4), que denotan una polifuncionalidad mani esta, con referencias a leche, queso o incluso lana (Mayerson, 1992); o la potencial presencia de aceite de ricino, como parece haberse documentado en los spatheia y otros envases africanos del excepcional depósito de los horrea portuarios de la Rávena del s. V d.C. (Pecci, Salvini y Cirelli, en prensa), que parece no constituir un caso aislado, como denotan otras determinaciones en curso de estudio por parte de estos investigadores (aunque es cierto que se trata de interpretaciones de determinados markers en los cromatogramas, inferencias todas ellas en fase de interpretación actualmente, que pueden deparar sorpresas a medio plazo). Y todo ello sin olvidar el problema de las reutilizaciones de las ánforas, mucho más frecuentes de lo que habitualmente pensamos, como nos ha recordado recientemente Peña en relación al ciclo de vida de todo artefacto: producción – distribución – uso primario – reutilización – mantenimiento – reciclaje – descarte y reaprovechamiento (2007, 8-9, refrendado por otros autores: Tomber, 2008). Cuando disponemos de contextos amplios y con evidencias arqueológicas y epigrá cas al unísono, como ilustran casos como los del almacén de Tomi con las LRA 2 (Radulescu, 1973) o el pecio de Grado (Auriemma y Pesavento, 2009), parece que el re-envasado era una práctica común, de ahí los diversos dipinti que a veces encontramos en el mismo envase –o un único con trazas de otros cancelados intencionalmente–. Por citar algunos casos concretos con una problemática económica de gran trascendencia, vamos a sintetizar a continuación el estado de la cuestión en el caso de las ánforas africanas, sobre cuya problemática se ha trabajado recientemente (Bonifay y Pieri, 1995; Bonifay, 2004 y 2007). Tradicionalmente consideradas como envases olearios, su importación a la Urbs –y en general a todo el Mundo Antiguo– justi caba el reemplazo del aceite bético tras el abandono del Testaccio a nales del s. III d.C., en consonancia con el oruit del Africa Proconsular y la Tripolitania desde época severiana en adelante, como ha sido durante décadas defendido (Beltrán, 1984). Dicha tendencia se sigue manteniendo por buena parte de la comunidad cientí ca actual, que sigue utilizando de manera indiscriminada las ánforas africanas como envases olearios de manera unidireccional (Lagóstena, 2007). Un escrutinio bibliográ co exhaustivo realizado en su momento sobre los contenidos macroscópicos asociados a las series africanas tardorroma-

nas puso en evidencia la multiplicidad de restos físicos: conchas y/o crustáceos, restos de ictiofauna, huesos de aceitunas, restos de higos… (Bonifay, 2004, g. 260). Además, se detectó la presencia de resina en muchos de los contenedores africanos, especialmente en los de contexto subacuático, como en las Keay XXV y los spatheia de Port-Vendres 1, las Keay XXV de Niza, las Keay XXV y las Africanas II D de la Pointe de la Luque B o de Catalans o Salakta, los spatheia del Dramont E o las Keay LV y LXII de La Palud (Garnier, 2007 a). La presencia de resina excluía apriorísticamente un contenido oleico, si bien como hemos comentado recientes estudios han con rmado la coexistencia de resina y aceite, interpretando los envases analizados como ánforas reutilizadas (Garnier, 2007 b); no obstante, también podemos interpretar estos análisis quizás como resultado de contenidos de base piscícola con adición oleica (túnidos o escómbridos en escabeche o aceite), un producto de amplia tradición en la gastronomía mediterránea. Además, durante los años noventa, un activo programa de prospecciones franco-tunecino permitió documentar varias decenas de viveros y cetariae a lo largo de la totalidad del litoral de Túnez, entre la isla de Djerba y Útica, que revalorizaban la importancia de la explotación de los recursos del mar en época romana (Slim et alii, 2004). La excavación casi integral de una de estas cetariae cerca de Cap Bon, en Nabeul (Slim et alii, 2007) ha permitido valorar la importante producción de salsamenta y salsas de pescado en estas fábricas norteafricanas, orientadas evidentemente a la exportación. Determinar qué ánforas se utilizaron para la exportación de las salsas de pescado tardorromanas de la Byzacena y la Zeugitania es, evidentemente, una incógnita por el momento irresoluta. Un panorama similar lo encontramos para el vino, cuya importancia fue capital en esta zona –recordemos las Tabulae Albertini de nales del s. V y los numerosos epígrafes relativos a los contratos de explotación de viñedos y su conductio-. El área argelina, evidentemente, se debió sumar a esta tendencia, que por el momento tampoco encuentra en las ánforas norteafricanas ningún candidato claro para su exportación transmediterránea, a excepción de algunos envases de cuerpo piriforme invertido (Keay I y a nes). Otro de los ejemplos capitales en este sentido por su ecuménica distribución es el ilustrado por las Late Roman 1. Sabemos que en casos fueron envases para el transporte vínico, pues algún titulus parece alusivo al vino de Rodas (C.I.L. XV, 4893), si bien también se envasó aceite en ellas, como parece deducirse de alguna inscripción pintada egipcia (Kirwan, 1938, pl. 117, 9), aunque la lectura de ésta última es compleja: es decir una dinámica compleja que ha hecho recurrir lógicamente al panorama productivo de la región de origen para intentar valorar si estas ánforas que poblaron los puertos mediterráneos entre el s. V y el VII d.C. transportaban vino chipriota o de Cilicia, que parece la propuesta más aceptada actualmente (Pieri, 2005, 81-85; Fournet y Pieri, 2008, 184). Quizás en éste caso asistimos a


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un envase polifuncional, ya que se trata de un tipo anfórico producido en una zona amplísima a lo largo de más de trescientos años, aspecto éste que podría complicar aún más la ya de por sí difícil hermenéutica. La solución a este palimpsesto pasa, inexcusablemente, por una serie cruzada y signi cativa estadísticamente de analíticas de residuos en los principales tipos de ánforas problemáticas a dichos efectos. Para ello se trató en el año 2007 de crear una plataforma de trabajo, denominada en origen con el acrónimo CORONAM –Contents on Ancient Roman Amphoraeque aglutinaba a arqueólogos de varias instituciones internacionales (Centre Camille Jullian-Aix-en Provence, Universidad de Cádiz, Universidad de Lovaina y Universidad de Oxford), con el apoyo de tres laboratorios de química orgánica y unidades especializadas de arqueometría (Lovaina, Oxford y Laboratorios Garnier en Vic-Le-Comte, Francia), que trató de especializarse en estas temáticas a través de la European Science Foundation, sin éxito por falta de apoyo nanciero, a pesar de algunos resultados parciales (Romanus et alii, 2009). Con posterioridad se ha generado un proyecto de investigación (denominado PROTEOART), en el marco de los proyectos de la Agence Nationale de la Recherche del Gobierno de Francia, que con algunos de los partners iniciales (Centre Camille Jullian-Aix, Universidad de Cádiz y Laboratorios Garnier) y el apoyo del equipo químico de la Universidad de Lille trata actualmente de avanzar sobre estas temáticas, especialmente para precisar en la caracterización de los marcadores del pescado, que presentan problemas interpretativos en la actualidad. El futuro debe decantarse en esta línea, que constituye un problema de Historia Económica de profundo calado atlántico-mediterráneo. Por último, queremos insistir sobre un aspecto metodológico vinculado con nuestro proceso de cuanti cación tradicional de los contenidos de las ánforas romanas que di culta la valoración de las magnitudes objeto de comercio: nos referimos a la valoración de las ánforas y a su comparativa entre diferentes áreas productivas por NMI (Número Mínimo de Individuos) y no por capacidad. Veamos un ejemplo práctico al respecto. En el caso de un contexto de Marsella fechado entre el 425-450 (Bonifay, 2004, 446, g. 251), la cuanti cación por el NMI de las ánforas africanas y orientales arrojaba unos porcentajes claramente preponderantes de los envases orientales ( gura 7), que triplicaban a las ánforas africanas (18 individuos del tipo Keay XXXV frente a 60 orientales -29 LRA 1, 25 LRA 3 y 6 LRA 4); por el contrario, si evaluamos la cuestión teniendo en cuenta la volumetría de cada envase, los parámetros se invierten: 1260 litros de alimentos africanos (70 litros de cada Keay XXXV por 18) frente a 1138 de mercancías orientales (26 litros de cada LRA 1 – 754 en total- + 12 de en cada LRA 3 – 300- + 14 de las LRA 4 – 84-): es decir una importación paritaria en términos cuantitativos, que hace pensar en una mercancía “estrella”, importada a granel, del Norte de África, seguida de otros productos en mucha menor

Figura 7.- Análisis comparado por NMI y capacidad (en litros) de las ánforas del mismo contexto de Marsella (s.V), con resultados claramente diferenciados (Bonifay, 2004, fig. 251).

cuantía (envasados en las LRA 1 y LRA 3) y una mercancía posiblemente de alta calidad, debido a su escasez (LRA 4). Si además a este complejo ambiente de trabajo le sumamos la práctica “invisibilidad” arqueológica de los odres y toneles, muy utilizados en el comercio marítimo y uvial como demuestran las fuentes iconográ cas y los restos arqueológicos de botas/barriles ( gura 8), especialmente en Centroeuropa (Marlière, 2002), la cuestión se complica mucho más aún. Es prácticamente imposible proceder a una cuanti cación real del volumen total de mercancías comercializadas, pero al menos sí proceder a la cuanti cación relativa por áreas de procedencia en cada contexto arqueológico, de lo que se pueden inferir muchos aspectos, máxime si se introduce la variable diacrónica –por épocas-. Con todo y con eso la presencia de importaciones en las ciudades de la Antigüedad sigue siendo un elemento de “prestigio” o, al menos, un indicador de la apertura de su puerto al comercio atlántico-mediterráneo, por lo que la compleja valoración de estos complejos aspectos cuantitativos no minimiza, ni mucho menos, la importancia de su constatación. 3. UNA VALORACIÓN DE LOS CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS DISPONIBLES EN EL MEDITERRÁNEO NOR-OCCIDENTAL (MITAD DEL S. V – INICIOS DEL S. VIII) Desde su primera aplicación en Ostia y Cartago durante los años setenta del siglo pasado, la cuanti cación de la cerámica hallada en contextos arqueológicos ha proporcionado una cantidad de datos astronómicos para la mayor parte de las ciudades mediterráneas. Ya hemos visto anteriormente, de manera sucinta, los diferentes problemas vinculados a dichos esfuerzos


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los resultados de dichas cuanti caciones incluso si los métodos usados por los diferentes ceramólogos di eren entre sí (son interesantes las re exiones de Tomber, 1993). Evidentemente no es nuestro objetivo reformular lo que ya ha sido propuesto por diferentes investigadores interesados en las importaciones mediterráneas y en el consumo alimenticio en determinadas ciudades de algunas áreas geográ cas del Mediterráneo Occidental durante la Antigüedad Tardía (como por ejemplo Panella, 1993; Panella y Saguì, 2001; Reynolds, 1995 y 2010; Remolà, 2000, 269-287; Bonifay y Raynaud, 2007), sino únicamente señalar algunos aspectos signi cativos a nuestro entender de los datos disponibles, con el objetivo de estimular la discusión. Para acometer tal objetivo, consideramos necesario valorar no únicamente los dos siglos en los cuales se ha centrado este Congreso (ss. VI-VII d.C.), sino también lo que sucedió antes y después.

1 a 4 toneles 5 a 9 toneles 10 a 19 toneles 20 toneles o más

Figura 8.- Mapa de distribución de toneles en Centroeuropa (Marlière, 2002, 42, fig. 43).

de cuanti cación, así como los relacionados con el origen de las ánforas, su contenido y datación. También podríamos mencionar la cuestión de la cuanti cación en sí misma, es decir las diferentes maneras de contabilizar o pesar los restos cerámicos para de nir parámetros o aspectos comerciales, con los problemas mencionados en el párrafo anterior, entre otros. Se ha dedicado en los últimos años mucha literatura a estas espinosas temáticas (recientemente remitimos a Peña, 2007), si bien recientes análisis sobre la economía del mundo hispanorromano y de Hispania en la Antigüedad Tardía (Reynolds 1995, y 2010) han demostrado que resulta posible comparar

3.1. Contextos arqueológicos anteriores al s. VI d.C. En primer lugar, consideramos que puede resultar de utilidad examinar, en términos comparativos, algunos contextos que se han fechado antes que la fecha fatídica del 455, momento en el cual el reino vándalo de África dejó de rendir tributo alguno al Imperio. Incluso si los historiadores están aún discutiendo sobre la importancia de dichos impuestos en especie, fundamentalmente durante la Antigüedad Tardía (Vera, en prensa), la historiografía sobre el sistema annonario presenta contradicciones en relación a la interpretación económica de los contextos con cerámica romana. Por tanto, tenemos que tenerla muy en cuenta. No faltan contextos anteriores al año 455 en el Mediterráneo nor-occidental. Multitud de depósitos ceramológicos, situables entre Roma y Valencia y a lo largo del sur de Francia y Cataluña, se re ejan unos a otros por su similitud, y nos ofrecen un modelo de comportamiento bastante homogéneo de los elementos importados de diversos focos mediterráneos, así como del consumo urbano de alimentos por parte de estas ciudades antes del colapso del sistema económico basado –por lo menos parcialmente- en el pago de impuestos al Imperio. Por ejemplo, el contexto del “Saggio I-L” del templo de la Magna Mater en Roma, el depósito nº 1 de “La Bourse” en Marsella (datado en torno al 450 circa; Bonifay, 1983, Bonifay, et alii, 1998), el contexto del “Teatro Romano” de Arlés (contemporáneo al anterior; Richarté y Glibert, 2008), y el vertedero de ‘Vil.la Roma’ en Tarragona (del segundo cuarto del s. V d.C.; Remolà y Abelló, 1989; Remolà, 2000) ofrecen todos ellos una asociación de importaciones muy similar. En otras ciudades disponemos de contextos cerámicos similares, como en Narbona (depósito del ‘Hôtel Dieu’: Ginouvez, 1996-97) o Iesso/Guissona (Uscatescu y García, 2005). En ellos, una ingente cantidad de contenedores cerámicos atestigua el suministro de diversas mercancías alimenticias de África, del


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Mediterráneo Oriental, de España/Portugal y de Italia. La proporción de productos africanos y orientales es bastante estable (entre el 25-30% para cada área productora en cada yacimiento citado); por otro lado, las proporciones de productos hispánicos e itálicos varían en función de la situación geográ ca de cada yacimiento. Así, en Roma y Marsella son prácticamente inexistentes las ánforas hispánicas en contextos del segundo cuarto/mediados del s. V, mientras que por el contrario los envases sicilianos o calabreses alcanzan en torno al 15% del porcentaje total de importaciones. Por el contrario, en Arlés y en Tarragona las ánforas suritálicas están ín mamente representadas, mientras que por el contrario los envases béticos y lusitanos sí alcanzan cotas elevadas (20% en Arlés y 35% en Tarragona). Como se ha tratado de recordar en el apartado previo, resulta actualmente muy difícil distinguir entre los diferentes contenidos o alimentos objeto de comercio, si bien los vinos importados parecen proceder del Mediterráneo Oriental e Italia, mientras que el pescado salado y/o el aceite parecen ser de procedencia hispánica y africana. Un mejor conocimiento de los contenidos de las ánforas nos permitiría evaluar con más precisión la naturaleza y cantidad de las mercancías alimenticias de producción local (fundamentalmente aceite y vino), posiblemente transportadas en contenedores perecederos (odres y barriles/botas). Las ingentes cantidades documentadas de sigilatas africanas (ARS) también parecen evidenciar la circulación de cereales, al menos a través de una ruta primaria directa entre África y Roma, seguida a continuación de una difusión capilar a través de de todo el tramo costero del Mediterráneo Occidental; la exportación de clases cerámicas minoritarias (en particular las sigilatas lucentes y las “derivadas de las sigilatas paleocristianas” –o DSP-, ambas de producción gálica) parece reforzar esta percepción de una estrecha inter-conexión entre las diferentes regiones del Mediterráneo nor-occidental. Así pues, hasta mediados del s. V d.C. el modelo de importaciones característico de estas ciudades no parece muy diferente del patrón comercial existente en el s. IV d.C., de lo que podemos inferir una aún amplia integración de la población urbana en lo(s) mercado(s) globalizados del Imperio. ¿Asistimos a cambios en la segunda mitad del s. V? Algunos contextos excavados y estudiados en las mismas ciudades evaluadas anteriormente nos podrían ayudar a responder a dicha cuestión, si bien es importante recalcar que este tipo de depósitos cerámicos son mucho menos frecuentes. Por ejemplo, podemos traer a colación el contexto I de la Schola Praeconum (fechado en su momento en el segundo cuarto del s. V, pero posiblemente de fechas más tardías dentro del mismo siglo; Whitehouse, et alii, 1982), el depósito denominado ‘Puits de la rue du Bon-Jésus’ de Marsella (del último tercio del s. V; Reynaud, et alii, 1998), y en Tarragona la conocida como ‘Antiga Audiencia’ (sincrónico al anterior; Remolà, 2000). Sorprendentemente los porcentajes no parecen cambiar de una manera drástica, al menos en el caso de los pro-

ductos africanos y orientales (30-40% del total en cada caso), a excepción de las ánforas hispánicas e itálicas, que se rari can fuera de sus zonas de origen (como en el sur de las Galias); así como la constatación de que la cifra de los tipos “no identi cados” asciende. Por tanto, a primera vista podemos concluir que las cosas no cambian sustancialmente a nivel general, si bien en detalle el suministro urbano parece más diversi cado, incluso podríamos cali car de atomizado: escasos envases de muchas cosas/tipos diversos, sin que sea posible distinguir en ocasiones su área de procedencia. Esta observación es también válida cuando analizamos la cerámica na de mesa. En vez de constatar importaciones de ARS de los principales talleres del área de Cartago (como de El Mahrine), encontramos cerámicas manufacturadas en un amplio rosario de alfarerías, localizadas principalmente fuera de la región de Cartago (atelier de Sidi Khalifa y formas en C5 del centro de Túnez), e incluso a veces de talleres muy pequeños y de escasa calidad (Nabeul - Sidi Zahruni). Las sigilatas gálicas aún viajan en el ámbito del arco mediterráneo nor-occidental, pero también asistimos a la llegada de productos del Mediterráneo Oriental (sigilatas foceas). Asimismo, mientras que las cerámicas de cocina antes de mediados del s. V eran mayoritariamente africanas, en la segunda mitad de esta centuria se usan con mucha frecuencia en las cocinas una amplia variedad de vajillas culinarias del Mediterráneo Central y Oriental. Por tanto, si no podemos estar seguros de que se reduzca el porcentaje de alimentos importados en términos generales, sí parece evidente que dichas importaciones fueron mucho más diversi cadas que las observadas con antelación. 3.2. Contextos cerámicos de los ss. VI y VII d.C. El verdadero problema de los contextos urbanos de los siglos VI y VII es evaluar el impacto de la (re)conquista de algunos territorios africanos y luego itálicos e hispánicos en relación al suministro general de las ciudades de todo el Mediterráneo Occidental. Este aspecto ya ha sido analizado con maestría con anterioridad por M. Fulford y C. Panella en el caso de África (Peacock, 1983; Panella, 1993), y posteriormente por E. Zanini para Italia (Zanini, 1998) y por S. Gutiérrez Lloret para Hispania (Gutiérrez, 1998; recientemente remitimos a Vizcaíno, 2009; Reynolds, 2010). ¿Debe tenerse muy en cuenta a la autoridad gobernante en una región a la hora de interpretar un contexto cerámico? Para poder evaluar este problema, podría ser interesante la comparación de algunos contextos excavados en la capital de la Hispania bizantina (551-625 circa): Cartagena; o en Roma, integrada en el Imperio Bizantino desde el 536 en adelante, así como otros depósitos excavados en ciudades visigodas hispanas, como Illuro/Mataró; y nalmente en Marsella, que permaneció bajo dominio franco desde el 536, tres años después de que África se convirtiese en bizantina.


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Desde mediados del s. VI en adelante, el aprovisionamiento de las ciudades bizantinas –como Cartagena y Roma- está ampliamente dominado por los productos bizantinos de procedencia africana. Al nal del período de ocupación bizantina, Cartagena aún recibe aproximadamente el 60% de ánforas africanas, frente a un 20% de orientales. Por su parte las sigilatas africanas son también abundantísimas, así como una pléyade de cerámicas de cocina y comunes procedentes de territorios bajo ocupación de los imperiales (Ramallo, Ruiz y Berrocal, 1996; Reynolds 2010, Table 21). Un patrón similar se puede observar en contextos contemporáneos de Roma (Pacetti, 2004, 441), si bien en este caso las ánforas procedentes de la Pars Orientalis parecen más numerosas (37%), como también parece acontecer en Nápoles. La mayor parte de las cerámicas de mesa y las lucernas son asimismo de procedencia africana en todas las restantes ciudades bizantinas del Mediterráneo Occidental. Disponemos de varios contextos cerámicos en la ciudad visigoda de Illuro (Mataró), siendo dos de ellos especialmente interesantes, pues se fechan en el segundo cuarto del s. VI d.C. (Cela y Revilla, 2004: UE 1006 and 1038). En ambos conjuntos las ánforas africanas representan aproximadamente el 40/5’% del total de las importaciones, mientras que las orientales y las hispanas (incluyendo a las procedentes de las Baleares) solamente alcanzan el 10% y el 20% respectivamente. Por su parte, en relación a la vajilla na de mesa, las ARS alcanzan el 70% en uno de los casos citados. Estos depósitos demuestran claramente que justo unos pocos años antes del desembarco bizantino en el sur de Hispania una ciudad visigoda peninsular no encontraba problema alguno en abastecerse de todo tipo de bienes de consumo y mercancías procedentes del África bizantina. La misma tendencia se documenta en otras ciudades visigodas del tramo costero catalán, como Tarragona, en la cual las ánforas africanas representan el 75% de las importaciones durante la segunda mitad del s. VI d.C. (Remolá, 2000). Este modelo no es nada sorprendente si consideramos que buena parte de la tipología de las ánforas africanas del s. VI d.C. (Keay, 1984, tipo LXII) fue creada precisamente en base al estudio de la documentación arqueológica procedente de las necrópolis de Ampurias y de la de Tarraco. Por último, en el caso de la Marsella bajo dominio franco, los contextos de mediados del s. VI a inicios del s. VII ilustran más o menos el mismo esquema que en la Roma bizantina: en torno a un 55% de envases africanos y un 20% de ánforas procedentes del Mediterráneo Oriental (Bonifay, 1986; Bonifay, et alii, 1998). Por tanto, cuando analizamos contextos cerámicos, cada vez parece más difícil la distinción entre ciudades bizantinas y no bizantinas en el Mediterráneo Occidental durante los ss. VI y VII d.C.

Figura 9.- Vista general de los contextos cerámicos de la Crypta Balbi, actualmente en exposición en el Museo homónimo en Roma.

3.3. Contextos cerámicos de nales del s. VII e inicios del s. VIII ¿Qué sucede al nal de la Antigüedad Tardía cuando las ciudades mediterráneas entran de lleno en época medieval? Debemos comenzar diciendo que hay muy pocos ejemplos de contextos cerámicos publicados para estos momentos tan tardíos. El más importante de todos ellos es la fase tardorromana de la Crypta Balbi de Roma ( gura 9), datada muy a nales del s. VII d.C. por multitud de monedas, la más reciente de las cuales presentaba los tipos de Justiniano II –primer reinado: 685-695- (Saguí, 1998). Cuando fue descubierto este depósito en los años noventa del siglo pasado, fue notable la sorpresa al evidenciar que a nales del s. VII la ciudad eterna aún mantenía un suministro con más del 50% de ánforas africanas y más del 20% de envases orientales. Además, se recuperaron más de 3000 fragmentos de sigilatas africanas, así como algunos elementos de vajilla de cocina importada. No debemos olvidar, no obstante, que Roma en dichos momentos era aún una ciudad bizantina. En fechas prácticamente coincidentes, excavaciones preventivas acometidas en Marsella permitieron la exhumación de una serie de depósitos cerámicos que parecen muy similares a los documentados en Roma (Bien, 2003, 2005 y 2007). Una vez estudiados los mismos, se pudo con rmar que a nales del s. VII los francos aún consumían más del 55% de importaciones norteafricanas y en torno al 20% de productos procedentes del área oriental del Mediterráneo ( gura 10). Otros contextos similares excavados en las ciudades bajo dominio visigodo de Tarragona y Barcelona (Macías y Remolà, 2000; Reynolds, 2010) ofrecen un comportamiento similar, en el cual la llegada de envases africanos y orientales es muy abundante. Así, en


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dataciones muy claras en la primera mitad del s. VIII para algunos estratos (Saguí, Ricci y Romei, 1997; Romei, 2001). En este caso, el horizonte ceramológico es completamente diferente al de momentos precedentes. En primer lugar, parece que el porcentaje medio de ánforas ha decrecido sustancialmente: del 50% del total de individuos cerámicos a nales del s. VII al 25% en la primera mitad del s. VIII. En segundo término, y a excepción de escasos ejemplares de ánforas globulares procedentes del Norte de África y/o el Mediterráneo Oriental, la presencia mayoritaria de importaciones es representada por las ánforas globulares fabricadas en el sur de Italia y en el Norte de Sicilia. Y en tercer lugar, las cerámicas nas de mesa africanas han desaparecido completamente, siendo reemplazadas por un repertorio de cerámica común local con pastas depuradas. Por todo ello, la primera mitad del s. VIII parece ser una verdadera ruptura en la historia de las importaciones alimentarias y el consumo en las ciudades del Mediterráneo nor-occidental, incluso en el caso de una de las más importantes de ellas, la propia Roma. No hay duda alguna de que la escasa representatividad de los contextos cerámicos del sur de las Galias y de Hispania mediterránea cobra total sentido en este ambiente general de retracción comercial. 4. LA INTERPRETACIÓN HISTÓRICA. UNAS PINCELADAS GENERALES Teniendo muy presentes los problemas metodológicos evocados en el primer apartado así como la relativa escasez de datos entre los ss. VI y VIII sintetizada en el capítulo precedente, ¿hasta dónde es posible avanzar en términos interpretativos?

Figura 10.- Contextos cerámicos de finales del s. VII e inicios del s. VIII en Marsella (Bien, 2007, fig. 6 y 7).

ambos casos (sur de Francia franco e Hispania visigoda) el suministro de las principales ciudades (¿portuarias únicamente?) no di ere sustancialmente del de la Roma bizantina. Si los contextos de nales del s. VII son raros, los fechados en el s. VIII son prácticamente inexistentes en las ciudades del Mediterráneo nor-occidental, como ha sido puesto en evidencia recientemente para la Península Ibérica (Alba y Gutiérrez, 2008). Una vez más la excepción procede de Roma, en la cual las excavaciones de la Crypta Balbi también ofrecieron

4.1. Algunas tendencias generales En primer lugar, es conveniente plantearse si es posible determinar algunos comportamientos generales en las importaciones mediterráneas que nutrieron a las ciudades mediterráneas. Incluso si los datos para los ss. VI-VII d.C. son en general escasos, es obvio que las ciudades costeras están mucho mejor documentadas que las interiores. Por otro lado, no debemos olvidar que la difusión de las ánforas mediterráneas ha sido mayoritariamente de carácter litoral, a lo largo de la totalidad de la Antigüedad Clásica. Es decir, que las ánforas constituyen un vector esencial del comercio marítimo. No obstante, debemos hacer una excepción: aquellas ciudades vinculadas al mar por un río, caso de Córdoba, Zaragoza, Lyon y otros tantos ejemplos (incluimos en este grupo a las ciudades italianas vinculadas al valle del Po y al Mar Adriático). No obstante, y en relación a los ss. VI y VII d.C. normalmente solo se documentan en ellas algunas importaciones puntuales de lucernas y vajilla de mesa, fundamentalmente africanas, con un panorama tipológico muy restrictivo (Córdoba: Fuertes e Hidalgo, 2003; Zaragoza: Paz, 2003; Lyon: Silvino, 2007), con


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algunas excepciones como en Sevilla, que debemos considerar más bien una ciudad “litoral”, a pesar de su ubicación al interior (Amores, García y González, 2007). Las ánforas y especialmente los contenedores africanos de gran tamaño suelen ser excepcionales en dichos ambientes. Dicha constatación enfatiza la excepcional situación de algunas ciudades particulares, como es el caso de Recopolis, como parecen demostrar recientes estudios (Bonifay y Bernal, 2008), o la capital del Visigothorum Regnum, Toledo, en la cual las excavaciones en la Vega Baja han comenzado a proporcionar las primeras evidencias de ánforas africanas –spatheia fundamentalmente(Gallego et alii, 2009, 121, gs. 1 y 2) así como algunas importaciones orientales2, que auguran interesantes perspectivas de futuro. En estos casos singulares, muy alejados de la línea de costa, asistimos a la llegada de todo tipo de importaciones africanas, incluso en pleno s. VII como demuestra el caso de Recopolis. Es por ello que no todas las tendencias comerciales generales pueden ser explicadas desde una perspectiva geográ ca. Los productos hispánicos viajaron mayoritariamente antes de mediados del s. V d.C. y principalmente en la parte más occidental del Mediterráneo, aunque también se constatan importaciones singulares a contextos urbanos como Cartago o incluso a Oriente, como demuestran los hallazgos de Caesarea Maritima o Beirut. En las Galias la frontera la marca con claridad el curso del río Ródano. Este tipo de comercio parece concentrarse especialmente en el aceite bético del Valle del Guadalquivir (envasado en Dressel 23 y formas a nes) y salsamenta producidos en Lusitania y en Baetica (en Almagro 51 a-b/Keay XIX y Almagro 51c sobre todo). A partir del s. VI en adelante el comercio de ánforas hispánicas tiende a concentrarse en las ciudades de la Península Ibérica, aunque con exportaciones puntuales a otros lugares, a excepción de las ánforas de la isla de Ebusus, posiblemente de vino, que fueron exportadas a Italia, a África y a otros contextos. En una situación similar a la planteada por las ánforas hispánicas, los productos itálicos también viajaron principalmente antes de mediados del s. V, y especialmente en la zona más oriental del Mediterráneo Occidental; en Francia, las ánforas hispánicas son muy abundantes en Arlés, mientras que los envases itálicos son más numerosos en Marsella, incluso si los productos exportados son diferentes. No hay excesivas dudas de que la mercancía exportada en las ánforas Keay LII calabresas y sicilianas fue vino. A partir del s. VI en adelante, como ilustran las exportaciones españolas, el vino itálico circula mayoritariamente dentro de la propia península italiana. Algunos ejemplares tardíos de ánforas de la Calabria y Sicilia siguen llegando a Roma hasta nales del s. VII d.C., y las de cuerpo globular lo siguen haciendo hasta el s. VIII. 2. Como es el caso de una LRA 4 o “ánfora de Gaza” documentada en un contexto arqueológico tardorromano objeto de estudio por J. de Juan, presentado en este Congreso.

Los productos del Mediterráneo Oriental invaden el Mediterráneo noroeste desde las primeras décadas del s. V en adelante. Como atestiguan las fuentes literarias, la mercancía más frecuentemente exportada fue el vino. La cuestión es plantear qué tipo de consumo es el que corre parejo a estas importaciones: ¿uso generalizado o privilegiado? Probablemente, una vez más en esta ocasión depende de la localización física de estas ciudades, bien en la costa –accesibilidad- o en el interior –excepcionalidad-. No hay duda que las cantidades astronómicas de LRA 1 de Cilicia abandonadas en el puerto de Marsella no estuvieron destinadas al consumo de la élite social; como tampoco las decenas de ánforas orientales que colmataban las piletas de salazón de las fábricas salazoneras de Traducta, en el área del Estrecho de Gibraltar, en momentos cercanos al año 500 (Exposito y Bernal, 2007); si bien posiblemente en Toulouse, en Toledo o en Recópolis posiblemente sí. La evolución de las importaciones orientales durante los ss. VI y VII varía ostensiblemente de unas regiones a otras: en la parte nor-occidental (Tarraconensis, sur de las Galias), el retroceso es evidente desde nales del s. VI en adelante, mientras que en la zona suroriental (Roma, Nápoles, Cartago) las importaciones aún son importantes hasta nales del s. VII. El caso particular de la Hispania bizantina requiere más investigaciones, pues únicamente disponemos del caso de Cartagena, no siendo de momento las demás ciudades imperiales parangonables, ya que de ellas –Malaca, Carteia o Septem- disponemos de escasos depósitos ceramológicos de gran cuantía publicados. Hasta al menos el 625 la uidez mercantil fue notable en territorio peninsular, prolongándose más tarde aún en las Baleares y en Septem, en la orilla africana del Estrecho de Gibraltar. Las importaciones africanas no parecen decrecer hasta mediados del s. V d.C. (únicamente cambia el tamaño de los contenedores). A partir de entonces la situación no es aún muy clara: no sabemos si el volumen general decae o no, si bien resulta signi cativo el hecho de que los focos de producción sí cambian (área de Nabeul y Centro y Sur de Túnez en vez del área de Cartago como en momentos precedentes – gura 11-). Al menos una cosa sí parece clara: las ánforas africanas del s. VI presentan una difusión ecuménica en el Mediterráneo Occidental, y su difusión no acaba hasta mediados o nales del s. VII. La extremada frecuencia de ánforas africanas en la zona costera mediterránea de Hispania, en áreas tanto controladas por Bizancio como en territorios visigodos, constituye una cuestión relevante, cuyas causas habrá que indagar en el futuro. Otra línea a desarrollar es la potencial localización de importaciones africanas en el umbral del s. VIII en algunos lugares como Roma, Marsella o Tarragona. Por otro lado, las exportaciones de ánforas africanas globulares en pleno s. VIII no parecen ser signi cativas. Con todo y con eso el problema de la totalidad de ánforas africanas sigue siendo que aún ignoramos el contenido preciso de estos envases: ¿aceite, salsas/salazones de pescado o vino?


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Figura 11.- Mapa de los centros alfareros norteafricanos (Bonifay, 2004, fig. 2).

Aunque este trabajo está dedicado únicamente al análisis de la evidencia cerámica, sería un craso error ignorar las demás fuentes disponibles (remitimos a Loseby, 2007). Es evidente que los registros anforológicos no pueden evidenciar la totalidad del carácter polimór co del comercio. Incluso si no tenemos constancia de ánforas hispánicas en Marsella desde el s. VI en adelante, sabemos a ciencia cierta que los contactos comerciales no fueron interrumpidos, como por ejemplo con rma la cita de Gregorio de Tours en el año 588 alusiva a la llegada de un barco desde Hispania como su “cargamento habitual”. La visibilidad arqueológica del transporte de grano es complejísima: únicamente debemos pensar que no se han documentado hasta la fecha barcos con cargamentos annonarios entre la costa de África y Roma; ¡mientras que por el contrario los textos aportan multitud de información acerca de la consideración de África como el granero de Roma!

Figura 12.- Detalle del cargamento del pecio “Saint Gervais 2”, del s. VII d.C. (según Jézégou 1998, fig. 305-310).

En este caso la única información se sitúa en pleno s. VII. Se trata del pecio “Saint-Gervais 2” (Jézégou, 1998), excavado en Fos-sur-Mer, entre Marsella y Arlés, que contenía un cargamento de trigo asociado con un ete de ánforas africanas, estando constituido el equipamiento de la tripulación de a bordo por sigilatas africanas y cerámicas comunes ( gura 12). Finalmente, es obvio que multitud de mercancías fueron transportadas en odres y barriles, no únicamente las producidas localmente sino también aquellos alimentos procedentes de lugares muy distantes; desgraciadamente este tipo de envases deja mínimas evidencias arqueológicas, como hemos citado anteriormente.


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Figura 13.- Detalle de los grafitos pre-cocción con motivos religiosos (crismones) de las ánforas africanas (Keay LXII) procedentes del pecio de La Palud (nº 1-3), del segundo cuarto del s. VI (según Long y Volpe, 1998, fig. 281-282) y del taller alfarero de Sidi Zahruni (nº 4) en Nabeul (Mrabet y Ben Moussa, 2007, fig. 31).

4.2. Los factores políticos y macroeconómicos Cuando consideramos los factores políticos y macroeconómicos implicados en el estudio de los contextos cerámicos, la primera cuestión a afrontar es el carácter tributario de los antiguos imperios romano y bizantino. Efectivamente, como recordamos en el anterior apartado, el colapso del sistema annonario en torno al 455 pudo haber sido no tan traumático en relación al suministro urbano, como ha demostrado la incesante investigación sobre la distribución de las ánforas africanas en el Mediterráneo Occidental hasta bien entrada la segunda mitad del s. V d.C. Es más, la difusión de las sigilatas africanas, incluso si aparecen en porcentajes inferiores a partir de estos momentos, podría evidenciar tras de sí la distribución del grano procedente del Norte de África. Por otra parte, quizás se han hipervalorado los efectos negativos de la conquista bizantina de África, del sur de Italia y de la Hispania meridional: de hecho, el panorama ceramológico no parece diferenciar a las ciudades bizantinas del Mediterráneo nor-occidental de aquellas que no lo eran, al menos durante los ss. VI y VII; y quizás el grano de África aún llegaba al tramo costero meridional del reino franco a nales del s. VII d.C….

Figura 14.- Ejemplos de tituli picti con motivos religiosos asociados a ánforas orientales del tipo LRA 1 procedentes de contextos de consumo franceses (Pieri, 2005, 262, pl. 22).

Por tanto quizás, como ha propuesto recientemente D. Vera (Vera, en prensa), el comercio liberalizado debe ser un tema a repensar a la luz de la interpretación de los contextos ceramológicos tardoantiguos. Dicho comercio libre funcionaba con asiduidad entre los reinos “bárbaros” (Hispania visigoda, sur de la Galia visigoda u ostrogoda, Italia ostrogoda y África vándala), así como entre los nuevos territorios bizantinos y los reinos “bárbaros” de nueva creación (Galia franca e Italia lombarda), e incluso con el Imperio omeya (Levante y Egipto desde el 640 en adelante; y Byzacena desde el 670). Ya hemos podido analizar anteriormente cómo las fuentes del suministro urbano cambiaron notablemente entre los ss. V, VI y VII, incluso si para los consumidores el aceite seguía siendo aceite y el vino era simplemente vino. Pero ¿fue consciente la población urbana de este cambio? ¿Se percataron del cambio sustancial en el origen de las importaciones de aceite, vino y salazones de pescado?¿Se quejaban de la reducción relativa del suministro de vajilla de mesa africana, parcialmente reemplazado por un incremento de las producciones regionales (como las DSP gálicas)? ¿Se acostumbraron fácilmente a los nuevos menajes de cocina? Incluso si otros factores contribuyeron evidentemente a modi car la vida de la población durante la segunda mitad del s. V –y quizás desde un poco antes-, no podemos negar que las estructuras políticas y económicas cambiaron radical-


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mente entre el 455 y el 475. Cambios de similar magnitud acontecieron a mediados del s. VI, y más drásticamente a inicios del s. VIII. Pero también debemos admitir que el comercio inter-regional y el suministro urbano se adaptaron perfectamente a estas mutaciones. La parte más compleja del problema es determinar el papel de la propia administración municipal en el suministro de las ciudades: ¿en qué medida estaban implicadas en la localización de nuevas fuentes de abastecimiento del mismo tipo de alimentos? Es también importante valorar el creciente papel de la Iglesia en la producción y comercio de bienes de consumo. Los obispados adquieren a partir del s. IV muchas de las funciones anteriormente encomendadas a los organismos de gestión de la ciudad (Pellegrini, 2008). Conocemos mejor los sistemas productivos eclesiásticos a pequeña escala, como ilustran magistralmente los monasterios, especialmente fecundos en Oriente pero también ampliamente dispersos por el Mediterráneo Occidental (López Quiroga, Martínez y Morín, 2007). Y tenemos constancia de la potencial existencia de talleres eclesiásticos o vinculados/dependientes de la iglesia, como denotan los sellos pre-cocción alusivos a monogramas de autoridades religiosas, especialmente ilustrativos en los Late Roman Unguentaria y en el material constructivo latericio. En el caso de las ánforas un ejemplo podría quizás ser el ilustrado por los gra tos pre-cocción in collo, con motivos claramente religiosos (crismones), como los aparecidos en el cargamento africano del pecio de La Palud ( gura 13), del segundo cuarto del s. VI (Long y Volpe, 1996 y 1998); o en el taller alfarero de Sidi Zahruni en Nabeul (Mrabet y Ben Moussa, 2007, g. 31). Pero también es posible hipotetizar la implicación de la Iglesia en aspectos comerciales a tenor de la multitud de tituli picti en las ánforas LRA 1. Las invocaciones y fórmulas religiosas ( gura 14), más que alusivas a la consagración del producto transportado –hipótesis tradicional-, podrían tener como objetivo principal la protección de las ánforas –y de todo el cargamento-, además de garantizar la conservación del vino. No obstante, algunos antropónimos en los mismos tituli picti parecen designar con claridad a monasterios (Fournet y Pieri, 2008, 184; Derda, 1992, 137). Se trata de cuestiones interpretativas complejas -¿dipinti alusivos a los anagramas de los destinatarios -obispados, monasterios, parroquias- o indicativos de los agentes comerciales vinculados al estamento eclesiástico? (una síntesis de ello en Bernal, en prensa), pero en cualquier caso tendentes a valorar la importancia del factor religioso en los aspectos productivos y comerciales de la Antigüedad Tardía, un tema poco transitado aún por la investigación arqueológica. 4.3. Aspectos a valorar en el futuro Finalmente, debemos valorar el siguiente aspecto ¿Puede la distribución de cerámica vincularse con acontecimientos políticos? En otras palabras: ¿es posible trazar fronteras entre el suministro anfórico de ciudades go-

bernadas por diferentes banderas? La documentación presentada anteriormente demuestra claramente que no es fácil hacerlo. Incluso en la Antigüedad Tardía las reglas económicas no siguieron las mismas sendas que las directrices políticas (Gutierrez Lloret, 1998). El sentimiento general es que las normas políticas e incluso económicas cambiaron sustancialmente entre los siglos V y VIII, si bien los agentes económicos y los cargos políticos a nivel local gestionaron las cosas para poder compensar estos cambios para ofrecer o suministrar a los consumidores la misma variedad de alimentos. El único problema es que es realmente difícil valorar con precisión las cantidades medias de alimentos que llegaron a las ciudades a lo largo de este período. Y en este caso el sentimiento es que dichas magnitudes no dejaron de decrecer entre la primera mitad del s. V y mediados del s. VIII. Por tanto, ¿cómo podemos explicar la caída de las importaciones mediterráneas y la tendencia a la autosu ciencia de las ciudades del Mediterráneo nor-occidental? Quizás los cambios políticos y las notables di cultades para encontrar nuevas fuentes de abastecimiento no son los únicos factores a tener en cuenta. Como puso en su momento sobre la mesa E. Fentress, el decaimiento de las exportaciones de ARS en el Mediterráneo Occidental no debe ser vinculado unidireccionalmente con la conquista vándala de África, sino que el mismo comenzó antes y quizás tenga que ver con la merma de la población de Roma después del año 411 (Fentress, et alii, 2004). Una vez dicho esto, podemos considerar dicho descenso de las importaciones mediterráneas como una consecuencia de la reducción del consumo urbano y una manifestación de la persistente crisis urbana en el Mediterráneo noroccidental desde mediados del s. V en adelante. Algunas de dichas urbes se bene ciaron de condiciones políticas favorables, aunque fuese temporalmente (como Cartagena), mientras que otras resistieron durante más tiempo (Roma, Marsella o Tarragona), si bien todas ellas se encontraban en una situación precaria que como tarde podemos situar en la primera mitad del s. VIII. Un último interrogante: ¿signi ca el nal del comercio en ánforas el n del abastecimiento de todo el Mediterráneo? Incluso si el comercio a nivel local/regional parece ser favorecido por parte de la mayor parte de las ciudades del noroeste del Mediterráneo al inicio de la Edad Media, bien sea porque la reducida tasa de población no necesitaba importaciones procedentes del exterior o bien porque las mismas ya no estaban disponibles en los mercados, la ausencia de cerámica no tiene por qué signi car necesariamente el nal del suministro transmediterráneo a las ciudades. Como ya se ha comentado, una parte muy importante del comercio, al menos en términos nancieros, no se re eja en la cerámica (tejidos, especias, materias primas…). No obstante y de hecho, la escasez de fuentes textuales para evaluar el comercio en el s. VIII se asemeja sorpresivamente al silencio que proporcionan las evidencias ceramológicas para dichas fechas.


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65 Sauro Gelichi (Università Ca’ Foscari - Venezia)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 65 - 85

LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

1. COME PRIMA, MEGLIO DI PRIMA? Tra gli anni ’80, e i primi anni ’90 del secolo scorso, possiamo dire si sia consumato il dibattito archeologico sulla città tardo-antica ed alto-medievale in Italia. Prima di quel periodo, gli archeologi si erano dimostrati scarsamente interessati a questi temi. Quando non storici dell’arte antica, ma topogra e antiquari, gli archeologi avevano analizzato la città (quella greco-romana, intendo) sul piano essenzialmente dei suoi valori formali, preferibilmente architettonici e urbanistici. La tarda antichità, per non dire l’alto-medioevo, erano stati sentiti come periodi di esclusivo declino di tali valori formali, dunque scarsamente interessanti. Così, per quanto alcune città continuassero a essere de nite tali (nella documentazione scritta) e molte di queste fossero sopravvissute, si poteva supporre indenni, ai ‘secoli bui’ del medioevo, il raccordo tra le due Rinascenze (quella della classicità greco-romana e quella dell’età comunale) era riconosciuto in una forma indistinta e generica, comunque marginale, sia per comprendere la storia dell’antichità che quella del tardo medioevo. Anche gli studiosi più accreditati a occuparsi delle fasi ultime del mondo romano, come Cagiano de Azevedo, ad esempio, o gli archeologi paleocristiani, utilizzavano ‘di fatto’ gli stessi paradigmi oppure indirizzavano il loro sguardo verso una speci cità tematica, come la cristianità dei luoghi, ma soprattutto, ancora una volta, verso i valori formali e architettonici che quella cristianità esprimeva. Le ragioni che portarono a un cambiamento di prospettiva nello studio della città tardo-antica e alto-medievale, intorno alla seconda metà degli anni ’70, vanno ricercate in un ampliamento cronologico e qualitativo dell’azione archeologica: l’affermazione di un’archeologia del medioevo, da una parte, e lo scavo stratigra co, dall’altra. Ma fu soprattutto il modo con cui, da quegli anni, si cominciò ad affrontare il tema dell’archeologia urbana ( no ad allora concepita come un’archeologia in città, e non della città o per la città), che consentì, soprattutto nel nord della penisola, di ripensare in forme davvero nuove alle forme nuove che le città antiche avevano assunto dopo la tarda età imperiale. I principali tematismi che hanno coinvolto storici e archeologici in quegli anni sono stati brillantemente analizzati da Bryan Ward Perkins in un suo articolo del 1997, intitolato Continuists, catastrophists and the town of

post-roman Northern Italy1, articolo nel quale il fenomeno è sottoposto alla lente d’ingrandimento di una lettura socio-antropologica delle motivazioni, e delle attitudini o orientamenti culturali dei vari protagonisti di quella discussione. Questo lavoro, insieme a qualche altro di sintesi (tra cui mi permetto di annoverare anche la monogra a che ho scritto con Gian Pietro Brogiolo nel 1998)2, rappresenta una sorta di punto di arrivo, e non di partenza, di questo dibattito. Naturalmente tutto ciò non signi ca che siano mancati, anche in seguito, lavori molto importanti sulla città alto-medievale, e questo soprattutto nel centro sud della penisola, dove tale interesse si è sviluppato con un po’ di ritardo. Tuttavia, con qualche eccezione di cui avremo modo di parlare, queste ricerche (mi riferisco ad esempio a quella eccellente di Paul Arthur su Napoli)3, dipendono troppo, e in gran parte, dai paradigmi individuati nel nord, oppure, e vorrei richiamare le ricerche su Roma (divenuta un altro grande cantiere urbano dai primi anni ’80 con il progetto sulla Crypta Balbi)4 troppo autoreferenziali e troppo sopra le righe (come la città del resto) per offrire paradigmi per vecchi e nuovi tematismi.

1. WARD PERKINS 1997. 2. BROGIOLO - GELICHI 1998. Si possono citare anche gli atti del convegno tenuto a Ravenna nel 2004 (AUGENTI 2006) e un volume di sintesi, ancora più recente, che riprende e in parte aggiorna (soffermandosi in modo particolare sugli aspetti economici) alcune tematiche affrontate nel mio testo del 1998 (GONELLA 2008). 3. ARTHUR 2002. 4. Sugli scavi della Crypta Balbi sono stati pubblicati cinque volumi di una serie (peraltro rimasta incompleta): MANACORDA 1982, 1983 e 1985; GABUCCI - TESEI 1989 e SAGUÌ - PAROLI 1990. Una sintesi raccontata dei risultati è in MANACORDA 2001. I risultati delle ricerche alla Crypta Balbi sono stati poi ridiscussi, tenendo in considerazione anche i dati archeologici provenienti da altri scavi, in due poderosi volumi: ARENA et alii 2001; PAROLI - VENDITTELLI 2004. Su Roma si segnalano anche le ricerche archeologiche di Gabriella Maetzke (1991) e, più di recente, quelle di Meneghini e Santangeli Valenzani, i cui risultati, riguardanti il medioevo, sono stati ripresi in un volume di sintesi: MENEGHINI - SANTANGELI VALENZANI 2006. Sui recenti scavi nei Fori Imperiali, vd. ancora MENEGHINI-SANTANGELI VALENZANI 2007, pp. 114-165 (per quanto riguarda le fasi post-antiche). Nel contempo si segnalano anche lavori di sintesi su aree cruciali della topogra a romana nell’alto-medioevo, come il Palatino (AUGENTI 1996). In ne, le ricerche archeologiche hanno anche rappresentato un’occasione per discutere alcuni aspetti tematici, come l’economia, su cui vd. PAROLI - DELOGU 1993.


66 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

Figura 2. Luni (La Spezia). Foto aerea dell’area dove sorgeva la città antica.

Figura 1. Carta con la localizzazione delle principali città menzionate nel testo. 1. Susa. 2. Pollentia. 3. Pavia. 4. Brescia. 5. Verona. 6. Venezia. 7. Torcello. 8. Cittanova Eracliana. 9. Grado. 10. Aquileia. 11. Piacenza. 12. Cittanova (MO). 13. Claterna. 14. Ferrara. 15. Comacchio. 16. Ravenna. 17. Rimini. 18. Luni. 19. Lucca. 20. Cosa/Ansedonia. 21. Leopoli/Cencelle. 22. Roma (Leopolis e Iohannopolis). 23. Ostia (Gregoriopolis). 24. Napoli. 25. Amalfi.

L’azione degli archeologi si è mossa essenzialmente in due direzioni: la prima è stata quella di analizzare soprattutto gli aspetti materiali (strutturali ed infrastrutturali) della città; la seconda è stata quella di concentrarsi sulle città antiche sopravvissute (per quanto uno dei primi scavi dove si era avuta una vaga percezione di che cosa fosse una città alto-medievale fosse stato quello di Luni, un centro urbano abbandonato nei pressi del golfo di La Spezia)5 ( gg. 2-3). Tutto questo non era casuale e dipendeva in parte dalla natura intrinseca della documentazione materiale che, ancora in periodo processualista, sembrava particolarmente adatta a descrivere le forme piuttosto che a spiegare ideologie o economie (con tentativi anche di generalizzazione in qualche caso necessariamente precoci). Dall’altra, questa tendenza si coniugava perfetta5. Su Luni nell’alto-medioevo, a seguito anche delle ricerche archeologiche, vd. WARD PERKINS 1977, 1978, 1981a e 1981b; LUSUARDI SIENA 1977 e 2003 (nello speci co sulla chiesa cattedrale).

mente con i processi di trasformazione delle città a continuità di vita, e dunque con la loro archeologia6. Relegava, di fatto, gli antichi centri abbandonati (o i nuovi insuccessi) in un ‘purgatorio’ dal quale era dif cile sottrarsi, poiché l’archeologia in generale restava d’emergenza (e quale emergenza maggiore, se non quella che si era costretti ad applicare alle città ancora vive?). Ma c’era, credo, un ulteriore e più nascosto motivo, quello che in un apparente e dichiarato superamento delle tradizionali barriere che con navano l’azione archeologica alla sola antichità classica, il mondo tardo-antico, e a maggior ragione l’alto medioevo, continuavano a essere ‘di fatto’ percepiti come marginali, secondari, quasi delle appendici: dunque da registrare, e nel caso studiare, solo perché ingombranti ostacoli verso un passato tanto più lontano, quanto più signi cativo (quello del mondo greco-romano). L’archeologia in città cambiava pelle (i depositi post-antichi non erano più cancellati dalle ruspe), ma non sostanza. Questo spiega, a mio avviso, la scarsa attenzione archeologica riservata, con rare eccezioni, a città ancora in vita (ma non di fondazione romana) come Venezia, Comacchio e Amal 7, dove un’archeologia urbana, una volta tanto, non avrebbe intercettato i resti di civiltà più antiche. 6. Non è un caso che, insieme a questo dibattito, se ne fosse aperto un altro, quello sull’archeologia urbana. Sono gli anni, infatti, in cui l’impatto delle trasformazioni delle città a continuità di vita innesca una discussione sul destino della risorsa archeologica urbana, con i primi tentativi di carte di rischio (HUDSON 1981; BROGIOLO 1984). 7. Per quanto riguarda Venezia la situazione è un po’ diversa, dal momento che un’archeologia in città (e nella laguna) è nota n dall’800 (ma si tratta di un percorso archeologico un po’ singolare): vd. comunque infra. Per quanto riguarda Comacchio, le ricerche archeologiche si sono dimostrate realmente funzionali solo negli ultimi anni (vd. ancora infra). Su Amal , invece, l’archeologia non ha ancora prodotto alcun dato (se ne vedano alcune considerazioni in ARTHUR 2002, passim).


67 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

traducono molto di frequente la percezione che le élite dovevano avere dello spazio urbano, piuttosto che descriverne la sua reale con gurazione.

Figura 3. Luni (La Spezia). Luni nell’alto-medioevo, con le indicazioni dei ritrovamenti archeologici (da BANDINI 1999).

Nello stesso tempo qualcosa si muoveva anche nell’ambito dell’epistemologia delle fonti scritte, quelle fonti cioè, di natura pubblica o privata (o anche narrativa), no allora saccheggiate per esempi come se rappresentassero, senza ltri, gli spazi urbani e i loro caratteri: testi descrittori dell’organizzazione dell’insediamento all’interno del tessuto cittadino, della dislocazione e tipologia del costruito, della consistenza e natura delle infrastrutture. Queste fonti erano state utilizzate dagli storici (e anche da qualche archeologo) per ricostruire una dimensione urbana no allora scarsamente percepita (e percepibile) attraverso la documentazione materiale: per provare la radicale trasformazione dell’edilizia, sia pubblica sia privata, per cogliere diversità di accenti e soluzioni nel ‘decoro’ cittadino tra territori culturalmente e politicamente diversi (ad esempio tra il regno longobardo e le aree sottoposte al controllo dei Bizantini)8. Tuttavia, una tale prospettiva si è rivelata spesso insoddisfacente, quando ci si è resi conto che le carte 8. La descrizione più o meno dettagliata delle case, ad esempio, che ritroviamo in una serie di documenti d’area ravennate potrebbe essere in relazione non tanto con la diversa struttura degli edi ci, quanto con una diversa volontà di rappresentazione da parte delle élite. Così, anche la frammentazione dell’insediamento all’interno del perimetro urbano, che costituisce un fenomeno noto archeologicamente, non è comunque elemento suf ciente a dimostrare che la città non venisse percepita come un’unica entità, come dimostra ad esempio una serie di documenti lucchesi (vd. LA ROCCA 2006). Sulla diversità dell’urbanesimo tra area longobarda ed area bizantina si sono scritte molte pagine, a partire da Vito Fumagalli (FUMAGALLI 1969 e 1979; vd. successivamente GALETTI 1985): per una lettura più sfumata del fenomeno vd. GELICHI 1996.

2. CIASCUNA A SUO MODO Archeologi e storici hanno parlato a lungo di città, ma hanno ri ettuto poco su che cosa s’intenda con città nei periodi che hanno studiato, come se gli oggetti materiali della loro attenzione fossero rappresentati da insediamenti omogenei, che mutano sicamente, ma non concettualmente, nello spazio e nel tempo. Nel passato ci sono stati, comunque, dei tentativi per individuare i parametri che potrebbero quali care una città. Ad esempio, Martin Biddle ne aveva riconosciuti dieci, e aveva sostenuto che se un insediamento avesse posseduto almeno tre o quattro di questi parametri variamente associati, avrebbe potuto de nirsi una città: (1) difese (2) impianto stradale (3) mercato (4) zecca (5) autonomia legale (6) un ruolo come central place (7) una relativamente larga/densa popolazione (8) una diversi cazione nella struttura economica (9) case di tipo urbano (si presume diverse da quelle del mondo rurale) (10) una differenziazione sociale (11) un’organizzazione religiosa complessa (12) funzioni giuridiche9. Tuttavia si tratta di una soluzione un po’ semplicistica e impraticabile, poiché, come giustamente ha reso evidente Chris Wickham, “questi parametri non sono tutti di uguale importanza” (“these elements are not all of equal importance”)10. Alcuni di questi, poi, dipendono gli uni dagli altri, oppure si riferiscono alla sola sfera economica, oppure a quella istituzionale, o ancora a quella materiale: l’associazione dei parametri, dunque, non può essere automatica. Di recente si è suggerito di usare una de nizione derivata da modelli di tipo sociale e antropologico, mutuata dai geogra . In questo caso una città può dirsi tale quando dipende “da un surplus suf ciente a garantire l’esistenza di una sostanziale proporzione di lavoratori non contadini” (“a town must depend upon having a surplus suf cient to allow for the existence of a substantial proportion of non-agricultural workers”)11. Com’è stato opportunamente messo in evidenza, però, anche questa de nizione può riferirsi a insediamenti che non sono chiaramente città, così come alcuni monasteri per esempio, o certi castelli, coinvolti nel commercio o nello sfruttamento dei territori agricoli dipendenti12. Anche il ricorso alle fonti scritte, che a prima vista potrebbe sembrare risolutivo (dobbiamo chiamare città quegli insediamenti che i documenti de niscono tali), è ugualmente insoddisfacente. Proprio perché il loro utilizzo

9. BIDDLE 1976. 10. WICKHAM 2005, p. 592. 11. ARTHUR 2002, p. XIV. 12. BROGIOLO 2006, pp. 615-616.


68 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

è stato troppo spesso poco avvertito, molti studiosi hanno teso a sempli care, con errori di prospettiva anche grossolani. Qualche tempo fa notavo, ad esempio, come Giovanni diacono, l’autore che nel secolo XI scrisse l’Istoria Veneticorum, de nisca in maniera diversa dei siti che si quali cano, sul piano istituzionale e delle strutture materiali, in maniera abbastanza simile13, come Civitas Nova Eracliana (un insediamento di VII secolo a nord-est della laguna veneziana, di cui parleremo)14 e Comacchio (nei pressi delle foci del Po)15. Il primo insediamento viene chiamato civitas, il secondo alternativamente villa, castrum, o insula. Tutto ciò nonostante che ambedue fossero state sedi episcopali e, almeno nel caso di Cittanova, ducali16; non solo, ma ambedue i centri, di nuova fondazione, si somigliano molto anche a livello di strutture materiali (ubicazione, distribuzione degli spazi, tipologie edilizie)17. Tale ambiguità semantica è stata riscontrata anche in altre circostanze: tra le più comuni, sia per città di nuova fondazione (come nel caso di Leopoli-Cencelle, nel Lazio) che per città antiche sopravvissute (ad es. Pollentia, in Piemonte), nell’alternanza dei vocaboli castrum/civitas18. In sostanza, mentre il termine di città, in età romana (almeno no alla media età imperiale) quali ca un insediamento, sia sul piano istituzionale

13. GELICHI 2007, pp. 83-84; vd. anche BERTO 2001. 14. Il sito di Cittanova, la cui fondazione viene tradizionalmente (ma erroneamente) associata all’imperatore Eraclio (ROSADA 1986), è noto per essere stato sede episcopale e, per un breve periodo, luogo del potere ducale. Sulle ricerche archeologiche, condotte verso la ne degli anni ’80 del secolo scorso, vd. SALVATORI (1989, 1990 e 1992). Per una rilettura aggiornata di queste ricerche e un’originale interpretazione dello sviluppo dell’insediamento vd. CALAON in GELICHI 2007, pp. 88-93 e CALAON 2006. 15. Per la bibliogra a su Comacchio vd. infra. 16. Si trattarebbe del duca Paulicio che, secondo Giovanni diacono, Istoria Veneticorum, I, 6 e II, 2, sarebbe stato eletto democraticamente e poi del duca Orso (726-737): ma sulla veridicità di queste gure vd. CALAON 2006, pp. 216-217. Per quanto riguarda Comacchio, invece, non conosciamo quasi nulla della sua struttura sociale, se non i riferimenti contenuti nel c.d. Capitolare di Liutprando, un patto stipulato tra i Comacchiesi e i longobardi per il commercio lungo le foci del Po e dei suoi af uenti. Il testo, forse un apografo del IX secolo, venne incluso nel XIII secolo dal vescovo di Cremona Sicardo in una raccolta di documenti che dovevano testimoniare l’antichità e la legittimità dei diritti di quell’episcopio (per una trascrizione del documento buone edizioni sono quelle di HARTMANN 1904, n. I, pp. 123-124 e di FASOLI 1978; sul documento vd. anche MONTANARI 1986). Questo documento menziona, come rappresentanti degli abitanti di Comacchio, un presbyter, Lupicino, un magister militum, Bertarene e due comites, Mauro e Stefano. 17. Questo tipo di insediamenti, imperniati su un corso d’acqua (il caso di Cittanova) o ubicati all’interno di una laguna (il caso di Comacchio) sembrano caratterizzati dalla presenza di un’area accentrata (la sede del potere ecclesiastico e forse civile) e un abitato sparso (lungo il canale, ancora a Cittanova, oppure su isolotti, a Comacchio). E’ molto probabile che anche l’insediamento che, a partire dagli inizi del IX secolo, si sviluppò intorno al Rivoalto, nella laguna veneziana, e che dette origine a Venezia, fosse dello stesso tipo (vd. AMMERMAN 2003). 18. Su Pollentia vd. MICHELETTO 2006; su Leopoli/Cencelle vd. infra.

sia materiale, in maniera piuttosto chiara (la civitas è qualcosa di differente da un vicus e, ovviamente, da una villa intesa come domus), tra la Tarda Antichità e l’Alto Medioevo notiamo come le fonti scritte tendano a variare il loro lessico, sia de nendo in maniera diversa uno stesso luogo, sia attribuendo una diversa quali ca a insediamenti, almeno in apparenza, simili (una civitas non è sempre qualcosa di molto differente da una villa intesa come villaggio o da un castrum). Naturalmente il comportamento delle fonti scritte (qui di necessità accomunate in un’unica generica valutazione, ma che andrebbero invece analizzate con più precisione all’interno dei sistemi in cui sono state prodotte), è in qualche caso spiegabile con le nalità, ad esempio celebrative, del documento (come nel caso ricordato dell’Istoria Veneticorum) oppure con la dif coltà a distinguere sul piano istituzionale tipologie d’insediamenti che dovevano apparire formalmente simili (famoso è il caso della città di Susa, in Piemonte che, una volta forti cata, doveva apparire simile a un castrum)19. Ancora una volta dobbiamo riconoscere che le fonti scritte sono più ef caci nell’illustrare la percezione che le aristocrazie avevano della città, piuttosto che descrivere le loro reali condizioni materiali (nuove o vecchie che fossero). La dif coltà a quali care la città alto-medievale non ha impedito che si elaborassero comunque tentativi più raf nati di modellizzazione. Così, negli ultimi tempi, alla tradizionale suddivisione tra città sopravvissute, città scomparse e nuove città, si sono aggiunte altre categorie, desunte ancora una volta dagli studi di geogra a storica, come città di successo e insuccesso o, ancora meglio, città naturali e arti ciali20. In sostanza, le città naturali sarebbero quelle che dispongono di risorse, e di un territorio che consente loro di produrre un surplus in grado di mantenere in vita un’economia di artigianato e di commercio. Siamo ancora a un concetto di città di stampo eminentemente economicistico ma Paul Arthur ha utilizzato tali paradigmi con pro tto al momento di analizzare le città bizantine dell’Italia meridionale, dove ha rilevato che, comunemente, il successo e l’insuccesso coinciderebbero con il fatto di essere città naturali o arti ciali. Del resto, che il destino delle esperienze urbane sia già presente n dagli inizi nel loro codice genetico, era stato l’argomento usato, qualche anno fa, per spiegare l’elevato numero di abbandoni nel Piemonte del sud o nell’Abruzzo interno. Qui, però, il successo o l’insuccesso non deriverebbe solo dall’avere o no a disposizione “un territorio in grado di produrre un surplus”, ma anche dall’estraneità stessa del modello di vita urbano in quei territori: l’arti cialità e la naturalità coinciderebbero, in questo caso, con l’identi carsi o meno in quel modello da parte delle comunità locali21. 19. Così San Gerolamo (BROGIOLO - GELICHI 1996, p. 8). 20. ARTHUR 2006. 21. LA ROCCA 1994 (per il Piemonte meridionale); MIGLIARIO 1995 (per l’Abruzzo).


69 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Nella dif coltà a mettere a fuoco l’identità urbana alto-medievale gioca, a mio parere, anche il fatto che la nostra archeologia resta ancora fortemente dipendente dai paradigmi creati in seno all’archeologia classica. Sono gli stessi paradigmi che fanno dichiarare ad un nostro famoso archeologo, Andrea Carandini, che addirittura la città (e la civiltà urbana) legittimerebbero euristicamente l’esistenza stessa di un’archeologia che si possa de nire classica22. La “città antica” occuperebbe uno spazio cronologico ben preciso del passato, e cioè dalla metà dell’VIII secolo a. C. no al VI d. C.: prima della metà del secolo VIII, scrive ancora Carandini, non si conosce la città (se non centri proto-urbani), mentre dopo il VI “le città decadono e si ruralizzano, scomparendo o trasformandosi in villaggi, - anche se reputano ancora di essere centri urbani, almeno dal punto di vista simbolico”. L’alto-medioevo senza città coinciderebbe dunque con “il momento più ‘buio’ della nostra storia [...] quando un grande strato ha ricoperto come tetro sudario i monumenti pubblici di una Roma in rovina...”. Con questa potente immagine di un’età senza città, e dunque grigia e sterile (come la morte), potremmo dire chiusa la nostra ri essione: quali città stiamo infatti cercando se le città non esistono più, ma solo loro parvenze? distretti insediativi che si quali cano solo per il segno meno rispetto ad un rutilante ed immagini co passato, dove tutto era ordine, solidità, coerenza? Di fronte ad una ’provocazione’ di questo tipo, un passo indietro è d’obbligo. Perché se la città, come ci suggerisce Italo Calvino in una delle sue “Lezioni americane”23, è “il simbolo ideale della costante frizione tra il desiderio di un ordine razionale e geometrico della realtà e il caos pulviscolare che la sottende”24, allora dobbiamo squarciare il nto “sudario” che ricopre le rovine e guardare con attenzione al loro interno, dove ancora è in fermento il “groviglio delle esistenze umane”. 3. UNA, NESSUNA O CENTOMILA La variegata congerie di insediamenti che vengono quali cati come città, o che perlomeno si richiamano al concetto di città elaborato nel mondo classico (e che in quel mondo, ma certo per un periodo non lunghissimo di tempo, aveva trovato una sua coerente traduzione nelle forme materiali), ci spinge non tanto a rigettare il termine (ed insieme ad esso anche il concetto) di città, quanto a provare a declinarlo nelle forme che l’archeologia (cioè la fonte materiale) comincia a consentirci.

22. CARANDINI 2007, p. 39 (anche per le citazioni successive). 23. CALVINO 1988, p. 70. Il passo recita testualmente: “Un simbolo più complesso, che mi ha dato le maggiori possibilità di esprimere la tensione tra razionalità geometria e groviglio delle istanze umane è quello della città”. 24. Cito da F. MARCOALDI, L’Atlante di Calvino. Se le città invisibili raccontassero i nostri sogni, “La Repubblica” martedì 11 agosto 2009, pp. 36-37.

Prima di tutto, però, dobbiamo chiederci quale sia la lezione che abbiamo imparato, in questi ultimi trent’anni, dall’archeologia; quali informazioni, cioè, le fonti materiali sono state in grado di fornirci in merito a questo tipo di insediamenti. Sintetizzando, gli archeologi hanno riconosciuto i seguenti principali parametri25: - un differente destino degli spazi pubblici26 e una nuova dislocazione di quelli che sorgono durante la Tarda Antichità e il primo alto medioevo, soprattutto in ragione della comparsa delle strutture ecclesiastiche. Questo ha fatto parlare, a ragione, di cristianizzazione degli spazi e ha sviluppato un percorso di indagine molto pro cuo, che ha avuto come suoi obbiettivi principali di studio l’analisi dei complessi episcopali e delle chiese cimiteriali27. La presenza di questi nuovi poli, la cui localizzazione non segue logiche univoche, ma dipende da fattori piuttosto diversi (non ultimo quello connesso con la disponibilità di terreno), condiziona e indirizza, a sua volta, una sorta di nuova polarizzazione dell’insediamento civile; questo spiega anche perché si percepisca sempre di meno la distanza tra un fuori e un dentro la città, come mostra, ad esempio, il caso delle sepolture all’interno dell’abitato28; - una maggiore presenza, ancora all’interno della città, di aree vuote e prive di costruzioni, rispetto a quanto è documentato per l’antichità, ma spesso coincidenti con la porzione più interna delle insulae29; tuttavia questo processo non ha impedito che, in molti casi, i percorsi stradali (anche se non la strada in quanto tale) rimanessero immutati, in alcune città (come Pavia o Piacenza, ad esempio) addirittura con una coincidenza che ha del sorprendente;

25. Questi parametri sono stati ampiamente discussi in BROGIOLO - GELICHI 1998 e successivamente in GELICHI 2002. 26. Il problema della trasformazione degli antichi spazi pubblici (fora, teatri, an teatri, templi) ha intercettato, è ovvio, un dibattito che viene da molto lontano. Un lavoro ancora centrale per valutare, anche sul piano archeologico, l’eredità dell’antico sulla città alto-medievale resta quello di WARD PERKINS 1984. 27. E’ evidente, in questo tipo di ricerche, il ruolo giocato dall’esperienza francese, in particolare quella maturata all’interno del gruppo di Topographie Chrétienne e di Antiquité Tardive. Sul problema dell’ubicazione delle chiese cattedrali in Italia, vera vexata quaestio degli anni ’80 e ’90 del secolo scorso, resta fondamentale il lavoro di TESTINI - CANTINO WATAGHIN - PANI ERMINI 1989. 28. Il problema delle sepolture ‘in urbe’, un fenomeno che per la sua visibilità non ha mancato di essere segnalato molto precocemente nelle relazioni di scavo, è stato al centro di un ampio dibattito, su cui si vd. principalmente LA ROCCA 1986 e LAMBERT 2003. 29. Questo fenomeno, addensamento dell’edi cato sulle strade e abbandono (o uso a coltivo) delle aree interne delle antiche insulae in cui era divisa la città romana, è un processo che è stato evidenziato per Verona, con dovizia di particolari, da LA ROCCA 1986. Il fenomeno è stato poi riscontrato anche archeologicamente in altri siti, come ad esempio a Rimini nello scavo di piazza Ferrari (NEGRELLI 2008).


70 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

- la crescita delle altimetrie dei piani d’uso (un aspetto già a suo tempo evidenziato da Bognetti)30, imputabile a svariati fattori (ovviamente non sempre le alluvioni, come si credeva), ma che rappresenta un ulteriore elemento che indica un minore controllo sul ‘decoro’ e funzionamento urbano; - l’edilizia abitativa è quella che registra trasformazioni molto più radicali; le case mutano dislocazione topogra ca (si assiste ad esempio ad una accentuata distribuzione lungo le strade) e cambiano nella forma (risultano molto spesso dal frazionamento di antiche unità catastali, con spazi più ridotti e funzionalmente sempli cati); cambia anche il materiale da costruzione utilizzato (ora preferibilmente legno e terra)31, mentre i pavimenti in opus sectile, mosaico e mattoni vengono abbandonati; tutto questo, comunque, non signi ca che pietra e mattone non siano più utilizzati, e ovviamente non solo per edi ci di carattere amministrativo, laico o ecclesiastico32; - in ne, le infrastrutture che caratterizzavano le antiche città (acquedotti e condotti fognari) tendono ad entrare in disuso, sebbene questo possa aver avuto minori ripercussioni sulla vita cittadina di quanto inizialmente si possa essere pensato. Attraverso questi parametri si sono costruiti modelli, con una loro coerenza anche territoriale (ad esempio, basandosi su una sorta di equipollenza diversità politica = diversità dell’urbanesimo, tra le città dell’Italia longobarda e quelle dell’Italia bizantina)33. Tuttavia, in generale, si è riconosciuto che, dove la continuità è certi cata, i processi di trasformazione del tessuto urbano hanno seguito più o meno gli stessi percorsi. Tutto ciò è vero, ma rimangono aperte alcune questioni su cui sarà opportuno ri ettere. La prima riguarda il carattere stesso del record archeologico, nello speci co la sua oggettiva frammentazione, una componente che rende spesso abbastanza dif coltosa la ricostruzione degli assetti insediativi su aree che non siano piuttosto limitate: si dispongono di buone ed articolate sequenze

30. BOGNETTI 1959. 31. Un buon esempio di città in cui attraverso l’archeologia è stato possibile ricostruire la varietà e l’evoluzione dei modelli edilizi è Brescia (vd. BROGIOLO 1996). Sull’edilizia altomedievale, almeno nel nord Italia, vd. un quadro di sintesi in GELICHI - LIBRENTI 1997, 2006 e, più recentemente, 2010 (anche se quest’ultimo articolo si riferisce essenzialmente ai tipi prevalenti tra IX e X secolo). 32. Purtroppo sono al momento pochi i casi di edi ci abitativi urbani alto-medievali costruiti in pietra e mattone. Un esempio signi cativo resta tuttavia quello scavati nel foro di Nerva, a Roma, su cui vd. SANTANGELI VALENZANI 1997. 33. Vd. bibliogra a citata alla nota 8.

Figura 4. Rimini. Ubicazione di piazza Ferrara all’interno della città.

di qualche isolato all’interno di una città, ma la comparazione tra i vari spazi che compongono il tessuto cittadino appare dif coltosa, e spesso estremamente ipotetica. Ad esempio, resta più di un dubbio sul fatto che la stessa frammentazione dell’insediamento, all’interno della città, sia da far derivare dalla discontinuità topogra ca della documentazione e non, invece, da reali processi di nuclearizzazione. Inoltre, anche dove questa nuclearizzazione appare un processo plausibile, sfuggono in genere i connettivi, senza contare che le dinamiche insediative documentate in un contesto ben scavato si devono relazionare con il resto della documentazione prodotta, non sempre della medesima qualità. Un esempio illuminante è quello dello scavo di piazza Ferrari a Rimini (una importante città romana dell’antica regio VIII e poi, per un breve periodo, anche capitale della Pentapoli d’Italia sotto la dominazione bizantina)34 (Fig. 4). Lo scavo, che ha interessato una buona porzione di un isolato della città, è stato realizzato in più momenti (Fig. 5). In una prima fase, gli archeologi arrivarono quasi direttamente agli splendidi mosaici di età romana e furono ‘distratti’ da un eccezionale ritrovamento, un set di strumenti da chirurgia. In quella parte di scavo, le fasi post-antiche vennero

34. Lo scavo, per la fasi tardo-antiche ed alto-medievali, è stato più volte discusso da Claudio Negrelli (per una sintesi vd. NEGRELLI 2008), soprattutto anche per quanto concerne l’evidenza ceramica (NEGRELLI 2006a-b). Più in generale sulla domus del chirurgo, anche in età romana, vd. ORTALLI 2000 e 2007.


71 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Figura 5. Rimini, piazza Ferrari. Pianta dell’area di scavo (dis. C. NEGRELLI).

Figura 6. Rimini, piazza Ferrari. Particolare della pianta precedente, con evidenziati gli spazi della domus con mosaici di epoca tardoantica (dis. C. NEGRELLI).

interpretate come prolungati momenti di abbandono, senza che venissero riconosciute, no ad alcune ghiacciaie d’epoca moderna, tracce signi cative di occupazione. In una seconda tranche dei lavori, l’ampliamento dell’area di scavo (e, dobbiamo aggiungere, una maggiore sensibilità nei confronti di problemi collegati con l’urbanesimo tardo-antico ed alto-medievale) ha consentito agli archeologi di completare una sequenza di lunga durata, che arriva no alle soglie dell’età moderna. Ma è proprio il periodo compreso tra il V e il secolo VIII (quello dei ‘prolungati momenti di abbandono’), che mostra una sorprendente complessità e varietà nelle soluzioni insediative. Tra V e VI secolo, l’antica domus del ‘chirurgo’ (distrutta drammaticamente a seguito di un evento bellico nel corso del III secolo d. C.) venne ripristinata secondo i dettami di un’edilizia ‘aulica’ (sia nell’impianto planimetrico che nei materiali da costruzione) (Figg. 6-7). Successivamente, dopo una fase di degrado, in questo spazio si impiantò un piccolo cimitero (VI secolo) (Figg.89). Poi, nel corso del VII secolo, l’uso abitativo di questa area riprende, anche se con un cambiamento davvero radicale, che documenta uno spostamento verso la strada degli spazi residenziali e l’impiego quasi esclusivo di materiali ‘poveri’ da costruzione, come pavimentazioni in terra battuta e alzati in legno (Figg. 10-11). Ci sono diversi aspetti in questo scavo che varrebbe la pena di discutere, come ad esempio il signi cato dei marcatori archeologici, l’identità sociale dei possessori e la loro variabilità nel corso del tempo35. Ma qui vorrei pormi un’altra domanda: qual è la sequenza giusta? e anche se lo fosse, come crediamo, la seconda, è esportabile a tutta la città? rappresenta cioè la regola o l’eccezione? e in ne, cosa c’è tra questo luogo e il resto dell’abitato e quali strumenti abbiamo per comprenderlo, considerando la qualità dei dati archeologici di cui disponiamo? Un secondo aspetto che è opportuno sottolineare riguarda la ‘regolarità’ delle vicende di trasformazione degli spazi urbani. Nelle città a continuità di vita, la tenuta del modello urbano viene in genere data per scontata dal momento che i due estremi del percorso sono città; invece, come dimostrano molto bene i casi di alcune città abbandonate, i percorsi di declino sono tutt’altro che lineari e simili.

35. Tale evidenza materiale si coniuga con attestazioni di ben altro segno, come monete arabe, ceramiche depurate ed anfore di provenienza orientale; inoltre, sempre da questa area, proviene un sigillo in piombo che, se non è possibile attribuire al proprietario del complesso abitativo (o a chi lì viveva), ci dice perlomeno del ruolo, certo non marginale, del luogo. Lo scavo di piazza Ferrari, dunque, non solo torna ad individuare, dopo la metà del VI secolo (o comunque almeno nella prima metà del seguente), quel punto di ‘criticità’ nell’edilizia residenziale che qual ica i modi di abitare per il resto dell’alto-medioevo italico, ma indica come non vi sia una dissonanza tra marcatori che un tempo sarebbero apparsi di segno molto diverso tra di loro. In sostanza, case dalla struttura più semplice nell’organizzazione degli spazi, piani in terra battuta e strutture in legno non sono necessariamente associabili a radicali spostamenti di proprietà, né sono incompatibili con livelli sociali che potremmo de nire medio-alti.


72 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

Figura 7. Rimini, piazza Ferrari. Domus tardo-antica con pavimenti a mosaico.

La città di Cosa-Ansedonia, fondata nel III secolo a. C. nella Toscana meridionale, doveva svolgere all’inizio un’importante funzione di controllo militare-strategico36. Le sue funzioni si svilupparono, poi, nel corso dei secoli successivi, grazie anche al rapporto che la città seppe istituire con le strutture produttive del suo territorio, diventando un approdo signi cativo per i commerci marittimi. Ma venute meno le funzioni militari e precocemente venuto meno il modello (schiavistico) delle grandi aziende agricole del suo territorio, la città cominciò a declinare e a niente valsero gli sforzi, in età augustea e durante il regno dei Severi, di rivitalizzarla, anche attraverso la realizzazione di alcune opere pubbliche. Tra II e III secolo d. C. Cosa-Ansedonia aveva perso de nitivamente il suo statuto cittadino, anche se ciò non aveva signi cato la deserti cazione di un sito. Come hanno dimostrato gli scavi archeologici, infatti, tra V e VI secolo l’area dell’antica città dovette venire parzialmente rioccupata: nell’arce, dove forse si deve identi care una mansio forti cata, e nella zona centrale (Foro), dove si costruisce una chiesa ed alcuni edi ci abitativi di fattura piuttosto modesta, forse protetti da un muro di cinta. La fase successiva documenta invece l’abbandono dell’arce, ma non dell’area centrale, dove si ricostruisce una nuova chiesa con cimitero. Tra IX e XI secolo, in ne, si realizza una forti cazione in terra e legno nella zona orientale della città e si abbandona invece la chiesa nel Foro. L’ultima fase corrisponde ad un tardivo processo di incastellamento, quando l’area passò sotto il controllo

36. Su Cosa e sui risultati conseguiti negli ultimi scavi vd. FENTRESS - HOBART - CLAY - WEBB 1991; FENTRESS - CELUZZA 1994; HOBART 1995. Una buona sintesi è in BALDASSARRI 1999. Successivo è il volume di FENTRESS 2004.

Figura 8. Rimini, piazza Ferrari. Pianta dell’area con il posizionamento delle sepolture (dis. C. NEGRELLI).

Figura 9. Rimini, piazza Ferrari. Foto della necropoli alto-medievale.


73 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Figura 10. Rimini, piazza Ferrari. Foto dell’edificio alto-medievale.

Figura 12. Pollentia (CN). L’evoluzione dell’abitato nel corso del medioevo (da MICHELETTO 2006).

degli Aldobrandeschi, fenomeno che rappresenta davvero l’ultimo atto insediativo avvenuto all’interno delle mura urbiche, ancora miracolosamente ben conservate. Una storia altrettanto complessa nella sua evoluzione nel tempo (per quanto con tratti di similarità con l’episodio che abbiamo citato in precedenza), sembra quella di Pollenzo (CN)37 (Fig. 12), in Piemonte. Anche qui gli scavi hanno dimostrato l’assenza di una precoce deserti cazione e un’alternante sequenza di crisi e di riprese nel lungo periodo. Il destino di questo luogo si gioca nel potenziamento di funzioni (ad esempio itinerarie e militari nel VI secolo, culminate con la costruzione di un castrum adiacente all’antica città) e poi nella ‘rinascita’ intorno alla chiesa di San Vittore, non più di una città, ma di un villaggio tra X e XII secolo, connesso alla fondazione del priorato brementense. Ma la casistica offre soluzioni ancora alternative, come quella ad esempio di Claterna (BO) (Fig. 13), un municipio lungo la via Emilia tra Bononia e Forum Cornelii, abbandonato in epoca tardo-antica (anche se forse le ultime attestazioni risalgono al VII secolo)38 (Fig. 14) e sostituito, di fatto, da un più modesto nucleo insediativo intorno ad una chiesa, ubicato a qualche chilometro di distanza. Oppure, di converso, documentano tenute signi -

Figura 11. Rimini, piazza Ferrari. Pianta dell’edificio alto-medievale (dis. C. NEGRELLI).

37. Questi dati sono tratti da MICHELETTO 2006, che sintetizza i risultati di recenti ed importanti campagne di scavo. 38. Su Claterna (e il suo territorio) vd. ORTALLI 1996. Sullo spostamento del centro demico, verso l’area che poi diverrà nel medioevo Castel San Pietro e che documenta, in epoca tardo-antica, un’importante struttura ecclesiastica (scavi ex cinema teatro “Bios”) vd. ORTALLI 2003


74 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

Figura 13. Claterna (BO). Fotografia aerea dell’area dove sorgeva l’antica città romana.

cative no ad epoca tardo-medievale, come nel caso, già citato, di Luni, importante sede vescovile per tutto l’alto-medioevo (e la cui continuità è stata documentata anche dagli scavi)39. La storia di questi siti (ma ne potremmo citare molti altri), quando oggetto di un’archeologia attenta anche alle fasi post-antiche, dimostra che l’esito nale, la de nitiva deserti cazione, non è conseguenza né di abbandoni precoci né di una regolarità dei processi. Viene da chiedersi se anche la continuità (spesso apparente?) delle funzioni cittadine di molte delle città ancora esistenti non sottintenda processi altrettanto irregolari, meno ben leggibili (ed interpretabili) proprio in ragione delle condizioni particolari del record archeologico urbano. 4. LA NUOVA CITTÀ Le città di cui abbiamo no ad ora parlato sono centri urbani sorti nell’antichità, e di cui l’archeologia ha cercato di seguire, in qualche caso, i destini. Ma esiste anche un’altra categoria di città, quella cioè degli insediamenti che sorgono durante l’alto-medioevo, di cui invece l’archeologia si è, no ad oggi, poco occupata. Dedicherò il tempo che mi resta, allora, per analizzare, seppure in una forma molto preliminare40 proprio la casistica delle ‘nuove città’. 39. Si veda la nota 5 e, per una sintesi aggiornata agli anni ’90 del secolo scorso, BANDINI 1999.

Figura 14. Claterna (BO). Ricostruzione sulla base dei ritrovamenti archeologici dell’antica città romana di Claterna.

Nell’ambito della penisola italica, il numero delle città di nuova fondazione (o di quegli insediamenti che vengono quali cati come tali nelle fonti scritte) si distribuisce nel tempo e nello spazio in maniera relativamente articolata. Il fenomeno, tuttavia, spesso anche inquinato da casi dubbi (o non certi cabili: si tratti di ’invenzioni’ di epoca medievale o successiva), può essere ricondotto a due principali categorie: quello della città la cui fondazione è attribuibile all’azione di un potere esterno (re, imperatore, papa) e quello di città, invece, la cui nascita non sembra essere esplicitamente ricondotta a nessun atto speci co di fondazione (o perlomeno non se ne hanno notizie speci che). Il primo gruppo è, almeno ad un iniziale censimento, il più numeroso, anche se molti casi in realtà vanno espunti. Tra questi sicuramente va annoverato quello di Cittanova Eracliana, un insediamento oggi abbandonato ai margini settentrionali della laguna veneziana41 (Fig. 15). La sua

40. Sul fenomeno dei castra-civitates vd. BROGIOLO-GELICHI 1996, pp. 35-43. 41. Una sintesi su Cittanova, anche con una revisione della documentazione scritta e, soprattutto, una originale rilettura dei risultati delle campagne di ricognizione del secolo scorso, è in CALAON 2006.


75 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

La prima volta in cui compare l’appellativo Eracliana è in documenti della metà del X secolo, prodotti in area veneziana: l’accostamento, dunque, sembra essere avvenuto per ni eminentemente propagandistici e in una fase piuttosto avanzata del medioevo. In ogni caso, Cittanova fu un insediamento importante, almeno per il periodo in cui fu sede ducale e vescovile (VII-VIII secolo). L’area in cui sorgeva l’abitato è stata oggetto di indagini archeologiche negli anni ’80 del secolo scorso, quando dalle foto aree si era avuta l’impressione che sotto i campi si celasse una nuova Venezia (canali compresi). La delusione degli archeologi fu forte, dal momento che trovarono solo le tracce di canalizzazioni (ma agrarie) e non quegli edi ci monumentali lungo un canale (come il Canal Grande) che verosimilmente si aspettavano. Ciò forse spiega anche il motivo per cui, all’impegno economico di lunghe campagne di survey, non seguirono che relazioni preliminari, dalle quali tuttavia è stato possibile, recentemente, proporre una plausibile ricostruzione dell’abitato durante l’alto medioevo (Fig. 16). La Civitas Nova (Eracliana) era un insediamento che si sviluppava effettivamente lungo un canale, ma con un abitato sparso che si disponeva all’interno di appezzamenti agricoli, con accessi sul canale. Le strutture abitative dovevano essere completamente in legno, con l’eccezione dell’area occupata dalle strutture del potere ecclesiastico, e cioè la sede episcopale, con edi ci (battistero e chiesa) costruiti in pietra e mattone, identi cati negli anni ’50 del secolo scorso in una zona ben precisa a nord-est del canale. E’ molto probabile

Figura 15. Localizzazione di Cittanova e degli altri centri di nuova fondazione nell’arco nord adriatico.

origine sarebbe da ricollegare all’azione dell’imperatore bizantino Eraclio, che l’avrebbe fondata dopo la distruzione di Opitergium, avvenuta in due tempi, nel 639-641 e nel 667, per opera dei Longobardi. In realtà, come è stato giustamente notato, nei primi documenti in cui troviamo traccia di questo sito, l’appellativo di Eracliana non compare mai. Questo dato, peraltro, si riscontra anche nelle fonti di parte bizantina, come il De admistrando Imperio di Costantino Por rogenito, dove Cittanova-Eracliana viene chiamata Neocastron (che non è altro che la traduzione di Civitas Nova). 41. Una sintesi su Cittanova, anche con una revisione della documentazione scritta e, soprattutto, una originale rilettura dei risultati delle campagne di ricognizione del secolo scorso, è in CALAON 2006.

Figura 16. Cittanova (VE). Foto aerea con evidenziate le lineazioni dei canali e le altimetrie (da CALAON 2006).


76 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

certi cata solo da un’iscrizione (che si trovava murata sulla parrocchiale di San Pietro) (Fig. 18), nella quale tuttavia non si fa riferimento né ad una città, né ad un atto fondativo42. Le fonti scritte cominciano a parlare di Cittanova, infatti, solo a partire dal IX secolo, quando il luogo è menzionato come sede comitale carolingia43. Il conte avrebbe di fatto ereditato le strutture materiali di un sito che, nella precedente età longobarda, avrebbe avuto una funzione meramente collegata al sco regio (e dunque al massimo sede di un gastaldo)44. La sua funzione viene spiegata nell’ambito di una con ittualità tra l’emergente potere episcopale e quello rappresentato dal conte, in una dualità che, nei primi decenni del IX secolo, vedrebbe in competizione l’antico centro (la Mutina di origine romana sopravvissuta a tutta una serie di catastro , anche naturali) con quello nuovo (la Civitas Nova, appunto). Tale competizione verrebbe meno nella seconda metà del secolo IX, quando il potere episcopale acquisisce competenze di natura pubblicistica, no a controllare anche sicamente il nuovo centro, con la realizzazione di un castrum ad esso adiacente. Anche in questo caso, la documentazione scritta risulta ambigua nelle sue espressioni e la realtà materiale di questo nuovo centro relegata ad un’archeologia che ha restituito solo le tracce di un castrum (quello del 904 del vescovo Gotefredo) (Fig. 19), ma non certo di una città (o di una parvenza di essa)45. Dalla documentazione che possediamo si può desumere, dunque, che Liutprando non sia affatto da annoverare tra i fondatori di città, ma abbia solo realizzato un centro direzionale del sco regio46, divenuto, in epoca carolingia, sede di un potere pubblico (e da qui forse la sua elezione, almeno nominale, a

Figura 17. Cittanova (VE). Ricostruzione dell’insediamento nell’alto-medioevo (da CALAON 2006).

che questa fosse anche l’area dove vanno ricercate le strutture di pertinenza dogale. Dunque, per riassumere, si trattava di un insediamento con uno spazio ben de nito di destinazione pubblica e uno spazio abitativo a maglie larghe disposto lungo un corso d’acqua importante (Fig. 17): ubicazione e distribuzione degli spazi insediati sembrano dunque tradire una vocazione agricola (lo sfruttamento delle aree coltivate su cui insiste l’area insediata) e commerciale (il corso d’acqua e i suoi accessi). Insieme a Cittanova Eracliana, anche la Cittanova fondata nei pressi di Modena costituirebbe un episodio da riferire all’azione di un sovrano, in questo caso il re longobardo Liutprando. L’abitato che ancora oggi porta questo nome, si trova a pochi chilometri di distanza dal centro di Modena, lungo la via Emilia occidentale. In realtà l’associazione con Liutprando è

42. GELICHI in GELICHI et alii 1989, p. 601. L’iscrizione, mutila purtroppo nella parte terminale, fa riferimento ad un generico stato di insicurezza in cui si sarebbero trovati quei luoghi. Sempre dalla stessa zona di Cittanova provengono due frammenti di epigra (ibid. pp. 601-602), una delle quali attribuibile, con certezza, al regno di Liutprando (LABATE in GELICHI et alii 1989, p. 578 e GELICHI in GELICHI et alii 1989, pp.601-602, Figg. 544-545). 43. RINALDI in GELICHI et alii 1989, pp. 599-601; BONACINI in GELICHI et alii 1989, p. 596. 44. BONACINI in GELICHI et alii 1989, p. 596. 45. Sul castello realizzato da Gotefredo vd. ancora BONACINI in GELICHI et alii 1989, p. 596; sulla possibilità che nelle strutture rinvenute a nord della via Emilia (in ricognizioni di super cie e dopo una serie di sondaggi: CATTANI in GELICHI et alii 1989, pp. 580-581, GELICHI in GELICHI et alii 1989, pp. 583-585 e MINGUZZI-PELLICIONI in GELICHI et alii 1989, pp. 586-587) siano da riconoscere i resti del castrum di Gotefredo vd. GELICHI in GELICHI et alii 1989, p. 602. 46. Dobbiamo ricordare che Liutprando aveva realizzato anche un altro centro del genere nel territorio pavese, quello di Corte Olona, dove avrebbe fatto costruire, secondo Paolo diacono, un palatium (Historia Langobardorum, VI, 58). Sul palazzo, che non è mai stato scavato, vd. CALDERINI 1975 e BROGIOLO 2000, pp.150-151. Dall’area dove si presume fosse il palazzo proviene un noto e signi cativo frammento scultoreo (PERONI 1978, pp. 107-108, Fig. 7).


77 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Figura 18. Cittanova (MO). Epigrafe del periodo di Liutprando un tempo conservata nella parrocchiale, ora al Lapidario Estense di Modena.

civitas). La modestia delle strutture materiali esistenti (o emerse nelle ricerche archeologiche) sono spiegabili non solo con i materiali utilizzati (eccetto la chiesa di San Pietro, legno e terra preferibilmente), ma anche con l’incapacità di questo luogo a divenire un centro demico capace di competere con la vicina Modena (e con la forza del potere episcopale che ancora rappresentava). Un altro gruppo di nuove città è tradizionalmente posto in relazione con lo spostamento di un potere ecclesiastico, in questo caso episcopale: si tratta di una serie di centri dell’arco Adriatico settentrionale, tra cui Grado e Torcello. Grado, un insediamento ubicato all’interno di una laguna vicina alla città romana di Aquileia (Fig. 20-21), secondo la tradizione cronachistica, sarebbe stata fondata dopo la distruzioni di Aquileia da parte di Attila47 oppure dopo la calata dei Longobardi in Italia48. Gli scavi archeologici hanno dimostrato che la laguna (con acqua marina) si sarebbe formata nel corso del V secolo e che nel luogo dove sorgerà l’abitato di Grado erano già presenti, durante il IV secolo, due importanti aree con valenza religiosa49. Solo nel VI secolo (nello speci co durante la guerra greco-gotica) si sare-

47. Per una sintesi del dibattito sulla distruzione di Aquileia da parte degli Unni si rimanda a TAVANO 1995 e relativa bibliogra a. 48. Giovanni diacono, Historia Veneticorum I, 4 e Paolo diacono, Historia Langobardorum, II, 10. Mentre Paolo diacono diacono chiama Grado insula (ibid.), Giovanni diacono la chiama castrum, poi urbs o civitas (Giovanni diacono, Historia Veneticorum, I, 4, 11; I, 4; II, 22, 25 passim; III, 7; IV, 32). 49. I dati che qui si riportano sono desunti da BROGIOLO - CAGNANA 2005, che tornano sui problemi insediativi della laguna gradense dopo una serie di nuovi scavi.

Figura 19. Cittanova (MO). L’area di Cittanova con posizionate le zone degli scavi degli anni ’80 del secolo scorso e l’ubicazione ipotetica del castrum di Gotefredo.

bbero costruite le mura dell’abitato (Fig. 22). Le indagini archeologiche, dunque, hanno dimostrato come l’insediamento si sia formato nel tempo, come un’accelerazione (rappresentata dalla costruzione delle mura) sia avvenuta in relazione ad una instabilità di carattere militare prolungata nel tempo (le guerre greco-gotiche) e non un episodio speci co di raid, e come anche il trasferimento delle funzioni episcopali sia da riconoscere nella progressiva perdita di funzioni economico-commerciali di Aquileia (e del suo porto-canale) piuttosto che in motivi di insicurezza. Uno spostamento in massa (vescovo e popolo) viene associato anche ad un altro importante insediamento, questa volta della laguna veneziana, e cioè Torcello: se Grado è l’erede di Aquileia, Torcello lo è di Altino. Qui, la tradizione cronachistica sarebbe suffragata dal ritrovamento di un’epigrafe che indicherebbe l’anno di fondazione della chiesa episcopale di Santa Maria Assunta (il 639)50. Tuttavia gli scavi archeologici hanno dimostrato, anche nel caso Torcello, che un insediamento stabile sull’isola è databile verso

50. Sull’epigrafe, rinvenuta sul nire dell’800 alla base delle mura presbiteriali della chiesa, vd. LAZZARINI 1913-1914 e PERTUSI 1962. Su una recente lettura dell’evidenza archeologica relativa alla chiesa e una ricontestualizzazione dell’epigrafe vd. BAUDO 2006.


78 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

Figura 20. Grado (UD). Foto area dell’abitato (da BROGIOLO - CAGNANA 2005).

Figura 21. Grado(UD). Ubicazione dell’abitato nella laguna in rapporto con Aquilieia (da BROGIOLO - CAGNANA 2005).

gli inizi del V secolo, e che la chiesa venne costruita nella seconda metà del VII secolo (Fig. 23). C’è una certa discrepanza, dunque, tra fonti letterarie ed epigra che e dati archeologici. In ogni caso, anche Torcello, quasi una periferia di Altino in epoca tardo-romana, svolse funzioni economico-commerciali sempre più signi cative (tanto da essere de nita, ma siamo nel IX secolo, emporion mega) con lentezza e nel tempo. Il trasferimento delle prerogative episcopali deve essere considerato, allora, l’episodio nale di un processo e non l’atto fondativo di un insediamento. Un insediamento, peraltro, che si può supporre essenzialmente in legno51, in sintonia con quanto sappiamo dell’edilizia abitativa in laguna e di altri centri dell’altoadriatico, archeologicamente meglio conosciuti (Fig. 24) Un ultimo gruppo che rientra nella categoria delle città di fondazione è rappresentato da quelle di emanazione papale, tutte databili nei quarant’anni centrali del secolo IX (dunque in una fascia cronologica che deborda di poco i limiti che ci siamo proposti di analizzare). Si tratta di un fenomeno che vede protagonisti i ponte ci Gregorio IV (827-844), Leone IV

51. Purtroppo al momento si hanno pochi dati relativi all’edilizia abitativa di Torcello (al momento sono noti solo alcuni edi ci anteriori all’edi cazione della basilica episcopale, che si è ipotizzato essere in legno con zoccolo in muratura). Su Torcello e sui recenti scavi vd. una sintesi interpretativa in GELICHI 2006 (con bibliogra a precedente). Dati sull’edilizia abitativa sono purtroppo scarsi in generale per la laguna. Di recente è stato scavato, e pubblicato, un edi cio in legno nell’area del Casinò di Venezia (GOBBO 2005), databile tra VIII e IX secolo. Alcune considerazioni preliminari sull’edilizia abitativa in laguna sono in GELICHI in stampa.

Figura 22. Grado (UD). Pianta dell’abitato con la ricostruzione dell’andamento delle mura (da BROGIOLO – CAGNANA 2005).


79 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

(847-855) e Giovanni VIII (872-882)52. Testimone di queste intraprese è sostanzialmente il Liber Ponti calis Ecclesiae Romanae (con l’eccezione delle vita di Giovanni VIII), alcuni testi epigra ci e, in qualche caso, anche la documentazione archeologica. Queste fondazioni si quali cano per una serie di tratti comuni, rappresentati dal fatto che i ponte ci dettero a queste nuove città il loro nome (anche se tale appellativo non rimane sempre nella documentazione scritta successiva) e le dotarono di mura. In tutti questi casi il motivo scatenante è riconosciuto nelle incursioni Saracene della prima metà del secolo IX. Nell’813 i Saraceni avrebbero distrutto (o profondamente danneggiato) la città romana di Centumcellae (l’attuale Civitavecchia), tanto da causare la dispersione di quella popolazione, che avrebbe vagato per selve e monti inesplorati come le bestie53. In realtà, le motivazioni di queste nuove impegnative intraprese vanno ricercate nelle politiche del papato dopo la ne del controllo bizantino su Ravenna (750) e la conquista del regno longobardo da parte dei Franchi (774): in sostanza nei rapporti instaurati tra i ponte ci romani e i sovrani franco-carolingi, alcuni dei quali non furono del tutto estranei, attraverso anche elargizioni, alla loro realizzazione54. Spogliate del loro signi cato fortemente ideologico55, queste “nuove città” rappresentano degli episodi piuttosto singolari. In tre casi si tratta, chiaramente, di mura che vanno a proteggere spazi suburbani di due antichi centri: Roma ed Ostia. La civitas Leoniana, fondata da Leone IV, non è altro che il suburbio nel quale si trovava la basilica di San Pietro (con il relativo borgo), al di fuori delle mura Aureliane. L’intrapresa di Leone IV, dopo l’incursione Saracena dell’847 e quella, però, disastrosa dell’ 849, consistette dunque nel dare una protezione sica (grazie anche alle elargizioni di Lotario) ad un spazio precedentemente abitato. Poiché larghi tratti

52. Sulle città papali di nuova fondazione vd. l’ottima sintesi di MARAZZI 1993. Ci sarebbe poi da aggiungere all’elenco una quinta città, attribuita con incertezza all’azione del papa Leone III, la civitas o castrum Leopolis, ubicata nei pressi di Minturno, ma di cui non esistono tracce archeologiche. 53. Liber Ponti calis Ecclesiae Romanae (Le liber Ponti calis, Texte, introduction et commentaires par L. Duchesne, I-II, Paris 1886-1892, vol. II, pp. 131-132). 54. BOURGARD in BOUGARD-PANI ERMINI 2001, pp. 129-130. 55. Concordo pienamente con quanto scrive al proposito MARAZZI 1993, pp. 271-272, che si sofferma molto sul signi cato che viene attribuito alle mura, quasi una sorta di “unifome” che protegge la residenza dell’autorità civile o religiosa o, in assenza di essa, ne rappresenta l’intento ordinatore del territorio. Marazzi si sofferma poi ad analizzare altri aspetti fortemente simbolici (e che le fonti ovviamente tendono a sottolineare), come l’arbitrio della decisione, l’imposizione del nome, l’elargizione che avveniva al momento della dedicazione, che non fanno altro che rimarcare il signi cato che tali iniziative vengono ad assumere nel quadro di una precisazione delle funzioni politiche esercitate dai ponte ci su Roma e sul suo territorio.

Figura 23. Torcello (VE). Foto degli scavi nell’area del battistero.

delle mura leonine sono ancora conservati56, si può stabilire con una certa precisione l’estensione dell’area che esse andavano a circoscrivere. In una situazione analoga va inserito l’episodio della fondazione di un’altra nuova città, la Iohannopolis voluta dal papa Giovanni VIII. Anche in questo caso l’appellativo di città appare piuttosto eccessivo, dal momento che si tratta di un altro suburbio di Roma, quello in cui si trovava la basilica di San Paolo, che il ponte ce provvide a recingere di mura57. Ancora simile è in ne il caso di Gregoriopolis, fondata da papa Gregorio IV. In questa circostanza il luogo prescelto è Ostia (e sono ancora i Saraceni la causa scatenante), ma le mura che il papa fa erigere per proteggere gli abitanti di quei luoghi vanno a delimitare uno spazio ai con ni della città antica, nei pressi della chiesa di S. Aurea. Dunque, non si tratta ‘tecnicamente’ di una nuova città, ma di uno spazio connesso con una città antica (e già comunque abitato): il ponte ce se ne appropria in qualità di rifondatore e non fa altro che dare ad esso una perimetrazione sica58.

56. Sulle mura leonine vd. GIBSON - WARD PERKINS 1979 e 1983. 57. MARAZZI 1993, p. 269. Non mi risulta che di queste mura siano rimaste tracce conservate in alzato. L’episodio, l’ultimo della serie, è ricostruibile soprattutto sulla scorta di fonti epigra che (ibid.).


80 S. GELICHI: LA CITTÀ IN ITALIA TRA VI E VIII SECOLO: RIFLESSIONI DOPO UN TRENTENNIO DI DIBATTITO ARCHEOLOGICO

L’unico caso sicuro di fondazione ex nihilo di città resta quello di Leopoli-Cencelle59, un abitato sorto in un’area precedentemente inedi cata nell’entroterra di Civitavecchia, ai con ni tra le terre della Tuscia e quelle del Patrimonium Sancti Petri (Figg. 25-26). La realizzazione di Leopoli-Cencelle si deve ancora una volta all’iniziativa di papa Leone IV, che l’avrebbe consacrata, seguendo un rituale che trova molti confronti con quello che il Liber Ponti calis attribuisce alle altre fondazioni papali, il 15 agosto dell’85460. Di questa “nuova città”, abbandonata nel corso del tardo medioevo, restano consistenti tracce materiali, a partire dal circuito delle mura che gli archeologici attribuiscono, almeno nella sua estensione planimetrica, al primitivo impianto61. Tuttavia gli scavi archeologi, condotti a partire dal 1995, non hanno no ad oggi portato alla luce che modeste tracce delle fasi alto-medievali: alcuni frammenti scultorei riferibili ad arredi liturgici62 e un solo signi cativo contesto da scavo, con materiali ceramici databili tra IX-X secolo63. L’assenza di fasi alto-medievali può trovare intrinseche spiegazioni nei caratteri che hanno portato alla formazione delle strati cazioni del luogo64,

Figura 24. Torcello (VE). Ricostruzione ipotetica dell’area insediata nell’altomedievo rispetto alle zone scavate. 58. Sull’ubicazione di Gregoriopolis naturalmente il dibattito degli studiosi è stato molto acceso, anche perché non tutti condividono l’ipotesi che vada identi cata nell’area suburbana tra la via Ostiense e il Tevere. Le ricerche archeologiche non hanno offerto, no ad oggi, dati particolarmente signi cativi, anche se non sembra esservi dubbio sul fatto che Gregoriopolis debba essere identi cata nell’area del borgo ancora oggi esistente intorno alla chiesa di S. Aurea, a cui si aggiunse, nella seconda metà del XV secolo, la rocca di Giulio II (BROCCOLI 1985). 59. Il sito si trova attualmente nel comune di Tarquinia (provincia di Viterbo), lungo la strada che collega l’Aurelia al centro di Allumiere (ERMINI PANI - GIUNTELLA 1999, p. 7). Dell’antico centro abitato rimangono ampi tratti della cinta muraria, con sette torri e tre porte (ibid.). Dal 1994 è stato oggetto di scavi da parte dell’Università “La Sapienza di Roma”, in collaborazione con l’Università G. D’Annunzio di Chieti e l’Ecole Française de Rome (PANI ERMINI 2003, p. 4). Sulla città resta fondamentale LAUER 1900; successivamente sono da segnalare una serie di contributi che rendono conto delle attività di ricerca archeologica: ERMINI PANI 1998, il volume miscellaneo Leopoli-Cencelle 1996 e BOUGARD - PANI ERMINI 2001. 60. Liber Ponti calis Ecclesiae Romanae (Le liber Ponti calis, Texte, introduction et commentaires par L. Duchesne, I-II, Paris 1886-1892, vol. II, pp. 131-132). 61. Le mura sarebbero state tuttavia costruite al di sopra di un precedente circuito di epoca etrusca, di cui restebbero anche le tracce. Questo spiegherebbe, secondo alcuni ricercatori, l’eccessiva estensione dell’area perimetrata rispetto a quella effettivamente insediata al momento della fondazione (BOUGARD in BOUGARD - PANI ERMINI 2001, p. 136). Sulle mura vd. NARDI 1990 e DE MINICIS - NAZZARO in Leopoli-Cencelle 1996, pp. 40-53. 62. Leopoli-Cencelle 1996, schede alle pp. 103-104. 63. Si tratta del riempimento di un silos rinvenuto nel settore II, in associazione con focolari e buche di palo, interpretate in maniera piuttosto incerta come resti di strutture abitative lignee (DE MINICIS - MARCHETTI 2003, pp. 11-12). Il riempimento del silos avvenne in un unico momento, a seguito della sua defunzionalizzazione, con materiali ceramici prelevati da un altro contesto (si può dedurre anche dal loro grado di frammentazione). La cronologia di questi reperti oscilla tra IX e X secolo (PRANDI-SILVESTRINI 2004, pp. 177-188) ed è sicuramente da un deposito di quel periodo che devono provenire.

ma resta più di un sospetto che tale assenza, di fatto, tradisca il sostanziale fallimento, in termini insediativi, di questa nuova città. Non è un caso che le tracce materiali più consistenti ancora conservate siano collegate ad edi ci ecclesiastici (sappiamo che il ponte ce fondò due chiese di cui, quella intitolata a San Pietro, divenne anche cattedrale)65, alle mura e ad una eccezionale epigrafe dedicatoria (Fig. 27), rinvenuta alla ne dell’800 nei pressi della porta orientale della città66. François Bougard mette opportunamente in collegamento la fondazione di Leopoli-Cencelle con l’interesse, da parte dei ponte ci, di controllare uno spazio economicamente nevralgico, quello cioè dei Monti della Tolfa, ricchi di minerali e soprattutto di minerali monetabili67. Tuttavia anch’egli non manca di rilevare come, anche attraverso la documentazione scritta, l’insediamento di questo territorio resti per tutto il IX e X secolo essenzialmente sparso (se così si devono interpretare i riferimenti ai casalia). In

64. Il sito conobbe un’importante fase tardo medievale (XIV secolo) che, anche sul piano dell’organizzazione urbanistico architettonica degli spazi, sia pubblici che privati, può avere notevolmente condizionato la conservazione dei depositi più antichi. 65. Il sito di Leopoli-Cencelle restò sede del presule di Centumcellae no al 1050. 66. MARUCCHI 1899; ERMINI PANI in Leopoli-Cencelle 1996, pp. 22-23. L’epigrafe, che riprende nel tono generale alcune argomentazioni contenute nel Liber Ponti calis, rientra nel programma celebrativo dei ponte ci. 67. BOUGARD in BOUGARD- PANI ERMINI 2001, pp. 132-133.


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Figura 25. Cencelle (VT). Foto aerea della città.

conclusione, anche nella storia del nome (Leopoli compare solo nel Liber Ponti calis, mentre successivamente è solo Cencellae) e nell’alternanza dell’appellativo con il quale viene quali cato nella documentazione scritta successiva (sia civitas che castrum)68, si deve leggere non solo un problema più generale di ambiguità lessicale (di cui abbiamo parlato), ma anche il segno di una realtà insediativa che non riusciva a decollare. Nessun atto fondativo da parte di un’autorità esterna è invece noto per le città di Venezia, di Comacchio e di Ferrara (Comacchio e Ferrara vengono associate all’azione dell’esarca bizantino Smaragdo che le avrebbe fondate a difesa delle terre dell’esarcato, ma si tratta di fonti poco attendibili, di epoca umanistica)69. Anzi, dove esiste, come nel caso di Venezia, una tradizione cronachistica consolidata, si fa strada l’esatto contrario, cioè il 68. BOUGARD in BOUGARD- PANI ERMINI 2001, p. 134. 69. La notizia, che si deve a Flavio Biondo (“Argenta oppidum simul cum Ferraria a Smaragdo exarcho... primo moenibus circundatum”), viene ritenuta certa da molti studiosi, compresi il DIEHL (1888, p. 57), il GUILLOU (1969, p. 58) e più recentemente la BOCCHI (1974, pp. 34-35, con alcune diversità di posizioni rispetto alle fonti del Biondo) e la PATITUCCI UGGERI (1976). In realtà l’evidenza archeologica relativa a questo castrum bizantino è al momento del tutto inesistente, anche in quelle aree dove gli studi storico-topogra ci lo ubicano, lasciando più di un sospetto sull’attendibilità della fonte e sull’esistenza di una forti cazione, poi futuro centro di aggregazione demica, in questo periodo (vd. già alcune riserve in proposito: GELICHI in BROGIOLO-GELICHI 1996, pp. 49-57).

Figura 26. Cencelle (VT). Planimetria della città con l’andamento delle mura.

mito delle ‘origini selvagge’, che toglie nobiltà al passato, ma risulta più funzionale a consolidare le rivendicazioni autonomistiche. Non c’è tempo, in questa sede, per discutere questi casi uno ad uno (e peraltro l’abbiamo già fatto in più di una occasione e di recente)70. Tuttavia anche in questi casi (con l’eccezione forse di Ferrara, sulle cui origini l’archeologia non ha fornito ancora risposte soddisfacenti) l’insediamento sembra svilupparsi progressivamente a partire dalla tarda antichità (IV-V secolo per Olivolo, una delle isolette che compongono Venezia; V-VI secolo per loc. Villaggio San Francesco, un quartiere alla periferia di Comacchio) (Fig. 28), con un processo di nuclearizzazione al momento della creazione di un forte potere pubblico (civile ed ecclesiastico nel caso di Venezia, sicuramente ecclesiastico in quello di Comacchio), cioè nell’VIII e IX secolo. Niente dell’ordine classico, della struttura organizzata e dell’edilizia della città antica compare in questi luoghi. Si potrebbe, a ragione, invocare la speci cità dell’ambiente a condizionare la forma urbis: e ciò è vero. Ma questo sembra avvenire anche

70. Su Venezia vd. GELICHI 2006. Più in generale su queste ‘nuove città’ o nuovi centri demici vd. GELICHI 2007 e 2008.


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Figura 27. Cencelle (VT). Epigrafe dedicatoria di fondazione.

in altre nuove città, come Ferrara (disordinatamente sviluppata lungo il corso del Po e con un’edilizia in legno ancora nel XII secolo)71, oppure Cittanova- Eracliana. Città che, solo in un secondo tempo, come Venezia, o forse mai, come Comacchio e Cittanova (prematuramente declinate), sentono il bisogno di ritrovare alcuni segni forti di identità urbana nella realizzazione (vera o nta che sia) della mura urbiche. Ci sono alcuni elementi che vale la pena di sottolineare a proposito dei casi che abbiamo succintamente discusso in questa circostanza. Il primo riguarda il fatto che, generalmente, queste nuove città (fondate o meno che siano da un agente esterno) hanno bisogno di ricostruirsi una sorta di pedigrée. Pertanto ognuna di loro diviene l’erede di qualcos’altro che l’ha preceduta: Mutina per Cittanova, Opitergium per Cittanova-Eracliana, Altino per Torcello, Aquileia per Grado, Centumcellae per Leopoli-Cencelle. L’accostamento è tuttavia un’operazione arti ciale, spesso tardiva, solo raramente (come nel caso di Leopoli-Cencelle) creata già al momento dell’atto fondativo. Il secondo aspetto è che le fonti scritte individuano sempre un elemento scatenante esterno (Unni, Goti, Longobardi e Saraceni) e tendono ad accreditare l’idea di spostamenti di popolazioni e l’esistenza di ‘fondatori’. Invece, salvo rarissimi casi, queste città non sorgono affatto dal nulla e solo successivamente ci si appropria delle loro origini legandole ad un episodio evenemenziale speci co.

Il terzo aspetto è che le poche città davvero di fondazione sono città arti ciali e dunque destinate al fallimento, anche in quei casi, come LeopoliCencellae, in cui l’impegno economico profuso dovette essere consistente. Ciò non signi ca che le città naturali necessariamente sopravvivano. Ma in questo caso, come dimostra chiaramente l’esempio dell’arco adriatico nordorientale, alla base della selezione sta una lunga competizione, dagli esiti nali a lungo incerti72. Il quarto, ed ultimo aspetto da sottolineare, sono i caratteri materiali di queste città. Qui la documentazione disponibile fornisce un quadro contraddittorio. In alcuni casi, come Leopoli-Cencelle, è molto probabile che l’idea di città antica sia stata n dall’inizio presente nell’azione programmatrice del papa (per quanto declinata in una forma distante anche dagli episodi, peraltro contaminati, di città islamiche come ‘Anjar o visigote come Reccopolis). Ne sono una testimonianza il dispiego di energie profuso per realizzare un grande abitato e un grande circuito di mura (per quanto vi sia più di un sospetto che il papa ne abbia in realtà ripreso uno precedente, di epoca pre-romana), l’intento organizzatore, anche se fallito, di dare una struttura all’abitato (con spazi di destinazione ecclesiastica e spazi di destinazione abitativa), la presenza di un’epigrafe dedicatoria (secondo una tradizione, ad esempio, che ritroviamo ancora agli inizi del X secolo nell’Oviedo di re Alfonso III). In altri casi, come in quelli di quasi tutte le città naturali, l’idea della città

71. Sull’edilizia in legno ferrarese restano ancora fondamentali i risultati degli scavi di Corso Porta Reno sui quali vd. GADD -WARD PERKINS 1991.

72. LA ROCCA 2005 e ancora GELICHI 2008.


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Figura 28. Comacchio (FE). Ricostruzione dell’insediamento alto-medievale.

antica viene recuperata solamente in un secondo momento, come nel caso di Venezia, quando agli inizi del IX secolo si costruiscono (forse) le mura. Per il resto, queste nuove città si sviluppano più liberamente, con un’edilizia abitativa essenzialmente in legno. Si potrebbe obbiettare che sono i luoghi a condizionare questo tipo di sviluppo, ma è anche nella scelta dei luoghi (impensabile nel mondo antico) che a mio giudizio va riconosciuta un’ulteriore e decisiva componente di innovazione, originalità ed autonomia rispetto al passato.

5. COSÌ È (SE VI PARE) Chris Wickham, nel suo recente volume Framing the Early Middle Ages, ha riconosciuto nella ‘variabilità’ il paradigma che contraddistingue l’altomedioevo europeo e mediterraneo. Sono convinto che ‘stress the variability’ sia la scelta migliore anche per affrontare, nuovamente, il fenomeno dell’urbanesimo alto-medievale. Innanzitutto credo che, se vogliamo capire qualcosa di nuovo dell’urbanesimo alto-medievale, dobbiamo rassegnarci ad analizzarlo allontanandoci da una prospettiva che ci proviene dall’antichità classica. Non mi interessa sapere, con Carandini, se la città esprima al più alto livello la classicità del mondo greco-romano. Per quanto sia consapevole che l’eredità è pesante, e talvolta imprescindibile, il risultato produce oggetti nuovi, molto più diversi tra di loro di quanto l’archeologia abbia no ad oggi descritto. Ritornare dunque a raccontare e interpretare questa diversità, comporta cambiare registro di approccio, elaborare progetti speci ci e di lunga durata, volti ad analizzare in profondità singoli contesti (piuttosto che lavorare a scale più ampie, ma sprovvisti di una documentazione adeguata). Se la cornice generale entro la quale inserire l’urbanesimo alto-medievale è abbastanza chiara, infatti, i singoli quadri sono ancora a livello di abbozzo. Questo non signi ca abdicare a sintesi generali, ma a ripensarle nell’ambito delle singolarità dei processi. L’inerzia dei luoghi comuni è terribile: produce risposte buone ed etichette per qualsiasi situazione. La cristianizzazione degli spazi, la ruralizzazione delle città, la frammentazione dell’insediamento, sono diventate parole d’ordine, scorciatoie verso una complessità non sempre facile da scavare e comprendere. Dobbiamo fare tesoro di un’ambiguità lessicale, e concettuale, che rende dif cile la messa a fuoco dell’urbanesimo altomedievale. E’ una spinta a guardare questo fenomeno con occhi diversi, a relazionarlo con altri paradigmi no ad oggi completamente assenti (o quasi), nel dibattito scienti co: il territorio, l’economia, la società. Distolti dall’assordante rumore della caduta del mondo antico, forse non ci siamo accorti di che cosa avevamo di fronte.


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ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 87 - 111

CIUDAD Y ESTADO EN ÉPOCA VISIGODA: TOLEDO, LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PAISAJE URBANO

1. INTRODUCCIÓN1 El panorama del paisaje de las ciudades de la Península Ibérica durante el siglo VI estuvo de nido por la heterogeneidad. Heterogeneidad que fue consecuencia de un proceso provocado por los cambios producidos a lo largo del siglo V, y que supuso la transformación de la organización social con el consiguiente re ejo en la articulación del espacio peninsular –transformación urbana, abandono de las villae, aparición de aldeas,…etc.-. Todo ello tuvo como una de las consecuencias la formación de un nuevo paisaje, tanto en el ámbito urbano como en el rural, que se consolidó a lo largo del siglo VI d.C. En lo referente al ámbito urbano, este proceso de cambios se desarrolló fundamentalmente en la segunda mitad del siglo VI. En este nuevo paisaje urbano, junto a la ya conocida intervención de la Iglesia en la trama urbana, la investigación arqueológica documenta el desarrollo de proyectos urbanísticos de carácter estatal, que constituyeron la materialización del éxito inicial del Estado visigodo. Por tanto, junto a la aceptada consolidación de la ciudad episcopal como transmisora del mensaje ideológico de la ciudad cristiana (Gurt, Sánchez Ramos, 2010), comprobaremos como también se mani esta a partir de la segunda mitad del siglo VI, una ciudad impulsada desde la iniciativa estatal y transmisora, igualmente, de un mensaje ideológico. La interacción entre ambos paisajes urbanos y sus desarrollos diacrónicos es uno de los elementos esenciales, junto con la consideración de paisajes urbanos menos dinámicos, típicos de las ciudades desestructuradas, para entender el modelo de ciudad y sus variables que se de ne en este periodo. 2. EL ESTADO Y LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO URBANO 2.1. Toledo: el proceso de gestación de una capital y de un nuevo paisaje urbano 2.1.1. La Antigüedad Tardía La ciudad de Toledo experimentó a lo largo de los siglos IV y V d.C. un proceso de transformaciones que introdujeron en su sonomía elementos 1. Quiero agradecer a Mª Mar Gallego Gracía arqueóloga y miembro del equipo de investigación arqueológica del “Proyecto Vega Baja” la ayuda y sugerencias aportadas durante la redacción de este trabajo.

diferenciadores respecto al paisaje urbano de época altoimperial, transformándola en una de las ciudades más importantes del centro peninsular. De ello da testimonio la investigación arqueológica que en los últimos años viene ofreciendo datos sobre un crecimiento de la ciudad particularmente notable en sus zonas suburbanas, así como una importante ocupación del espacio periurbano con villae y establecimientos rurales re ejo de la riqueza agrícola del valle del Tajo y de una potente clase de possessores (Fuentes Domínguez, 2006: 192-195). Testimonio de este auge creciente en época bajoimperial, es su papel como relevante sede episcopal para el centro peninsular desde los primeros momentos de institucionalización del cristianismo. De hecho fue la única de toda esta zona presente en el Concilio de Elvira, primera reunión de la Iglesia hispana entre los años 300-302, y su importancia quedaría consolidada con la celebración del I Concilio de Toledo en el año 400 d.C., sínodo de gran trascendencia por la condena del priscilianismo, movimiento que, por sus derivaciones sociales y religiosas, había cuestionado la estructura ideológica de la Iglesia de la época. En lo referente a la plasmación material en el paisaje urbano de la importancia de esta sede hay que lamentar que la investigación arqueológica, a diferencia de lo que sucede para otras ciudades peninsulares, no ha ofrecido evidencias concluyentes sobre el complejo episcopal toledano. Sin embargo, hay que destacar como P. de Palol defendió en un sugerente trabajo, la existencia de un grupo episcopal, ya desde el siglo V d.C., en la zona central del interior del recinto urbano toledano, formado por el templo catedralicio dedicado a la Virgen María, que se localizaría bajo la actual catedral, y, probablemente, el núcleo episcopal relacionado con la iglesia bautismal de San Juan. Avalarían esta localización de la iglesia de Santa María, unas prospecciones geofísicas realizadas en la década de los años ’70 del pasado siglo, en la que se detectaron en el sector N.O. de la actual catedral, restos de una posible construcción con planta de cruz griega (Palol i Salellas, 1991: 787-832; Von Konradsheim, 1979 : 95-99). Pero es en la zona periurbana de las Vegas Alta y Baja donde la arqueología ofrece evidencias sobre las transformaciones que entre los siglos IV y V se produjeron en la ciudad y que, como ya se ha citado, introdujeron en su sonomía elementos diferenciadores respecto a la época altoimperial


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que apuntan, en el caso de la Vega Alta, a un poblamiento con una estructura de ocupación dispersa (Rojas Rodríguez Malo, 1996: 79-80; Carrobles Santos, 1999:193-200) así como a una mayor densi cación del paisaje urbano de este periodo en la zona suburbana de la Vega Baja. Todos estos hallazgos ofrecen un paisaje urbano diverso al que había con gurado la ciudad altoimperial, organizada en torno al original asentamiento carpetano y republicano aprovechando la altura del cerro. Estos cambios parecen centrarse en una generalización del poblamiento suburbano que, en el caso de la Vega Baja, se basaría fundamentalmente en el reforzamiento de una corona inmediata de villae suburbanas, en un contexto de ocupación del espacio que tendría su proyección a toda la zona periurbana del territorio toledano, y en otra de nida por la existencia del Circo y del Teatro, así como áreas de necrópolis. De estos edi cios el Circo siguió en uso por lo menos hasta principios del siglo V, tal y como se ha interpretado por la datación de una pieza perteneciente a una sella curulis, el már l de Hipólito que fue fechado en el año 400 (Sanchez Palencia, 1989: 377-401). Testimonio de la ocupación residencial, lo constituiría la villa de la Fábrica de Armas, con una pars urbana con dos mosaicos de inicios del siglo IV (Mélida, 1923: 19-23; San Román Fernández, 1934: 339-347; Balil, 1962: 123-128; Balil, 1984: 433-439), así como una zona de infraestructuras hidráulicas destinadas al suministro de todo el complejo (Rojas Rodriguez-Malo, Villa González: 1996: 225-237; Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 51). Con este tipo de establecimientos podría relacionarse la existencia de unas pequeñas termas, fechadas entre los siglos IV y V, que ha sido constatada recientemente y que se encuentran asociadas a una serie de edi cios organizados en recintos ortogonales (Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 75, 83). Asimismo, se han identi cado tres áreas cementeriales, una de ellas al oeste del circo, datada a partir del siglo III d.C., inicio de la ocupación cementerial que alcanzaría gran desarrollo en época visigoda relacionada con el complejo dedicado a la mártir toledana Santa Leocadia (García Sánchez de Pedro, 1996: 153-157). Otra de estas, una zona de enterramientos infantiles, se localizó al N. de la villa de la Fábrica de Armas (Maquedano Carrasco, Rojas Rodriguez-Malo, Sánchez Peláez, Sainz Pascual, Villa González: 2002: 36), y la tercera de estas zonas cementeriales bajoimperiales se localiza al E. del actual yacimiento en la Avenida de la Reconquista (Palol i Salellas, 1972: 787-832; Maquedano Carrasco, Rojas Rodriguez-Malo, Sánchez Peláez, Sainz Pascual, Villa González: 2002: 30). Se ha interpretado esta ocupación del suburbio debido a la escasa disponibilidad de espacio dentro de la antigua ciudad, para albergar residencias con las dimensiones y características urbanísticas que de nen a estas villae (Fuentes Domínguez, 2006: 193-195). De con rmarse esta teoría, que implicaría cambios en el interior del recinto urbano primitivo, podría

también relacionarse con la tesis, aquí expresada de P. de Palol, sobre la localización en esta época de la sede episcopal toledana en la zona de la actual catedral, donde también se ha apuntado la localización del Foro de la ciudad altoimperial. Todo esto llevaría a considerar para el Toledo tardoantiguo el mismo proceso de cambios en el paisaje urbano que se comprueba en otras ciudades hispanas del momento, si bien en el caso que aquí nos ocupa la investigación arqueológica tiene que ofrecer todavía mucha más información relevante. Un proceso que da paso a un modelo de ciudad que di ere del anterior pero que también generará una nueva imagen en el que se hallarán presentes una nueva arquitectura del poder, ligada al mensaje ideológico del cristianismo así como nuevas con guraciones del espacio urbanístico, valorización de los espacios suburbanos, y todo ello conectado con la evidencia de que la Antigüedad tardía sigue siendo un mundo urbano en el que la ciudad se proyecta hacia todo el territorio (Gurt Esparraguera, Sánchez Ramos, 2008: 184-202). 2.1.2. La gestación de una capital: Toledo en la primera mitad del siglo VI La posición relevante que la ciudad de Toledo había experimentado durante la época anterior, se muestra más acentuada desde principios del siglo VI, momento en que ya forma parte del Estado visigodo. Testimonio de ello lo ofrece la celebración del II Concilio de Toledo, efectuado en el año 527 durante el reinado de Amalarico, en el que se resalta el carácter metropolitano de la sede toledana, y parece constatarse su jurisdicción sobre un territorio que comprendía Carpetania, Celtiberia y la Submeseta Norte, bajo control efectivo del estado visigodo, tal y como se reconoce en el último canon del Concilio. A este sinodo asistió una alto dignatario real con potestades disuasorias, dato a favor de la importancia que la ciudad poseía ya para la monarquía visigoda (Vives, 1963: 42-52; Olmo Enciso, 1988: 50-53: Velázquez, Ripoll, 2000: 536-537; Olmo Enciso, 2007: 167-168). Pero será a partir del reinado de Teudis, cuando ya se puede intuir el carácter relevante de Toledo como sede regia, tal y como se deduce de la promulgación en esta del único documento legislativo de su reinado, la Ley de Costas Procesales, en el año 546. El hecho de que esta ley formara parte del intento de a rmar el poder de la monarquía sobre los altos funcionarios pertenecientes a los grupos dominantes de la sociedad hispanovisigoda, y que en su rma Teudis utilizara el apelativo Flavius ha sido de nido como el inicio del proceso de “imperialización” de la realeza visigoda (García Moreno, 1991: 157). A partir de estos hechos se ha defendido una presencia prolongada de este rey en Toledo lo cual sería síntoma de la jación de la capitalidad en la ciudad (Olmo Enciso, 1988a: 52; Velázquez, Ripoll, 2000:532-538), así como de una forma de emular a los estados más potentes de la época. En esta línea, se ha defendido acertadamente, como uno de los factores que favorecieron la capitalidad, el hecho de que, a diferencia de otras


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desde mediados del siglo VI, obliga, a la hora de hablar de sedes regias en el reino visigodo, a distinguir dos etapas. La primera, datada a partir del colapso del reino de Tolosa, con capitales ocasionales del reino, en función de una serie de condicionantes, fundamentalmente políticos, y de las necesidades de una débil estructura política e ideológica no cohesionada y en proceso de formación. La segunda, estaría de nida por la consolidación y a anzamiento de una estructura estatal con voluntad centralizadora, que permitirá crear unas sedes regiae de acuerdo con las necesidades derivadas de esta organización (Olmo Enciso, 2007: 161-162).

Figura 1. Localización de la catedral de Sta. María, la Iglesia martirial de Sta. Leocadia y la Iglesia palacial de Santos Apóstoles Pedro y Pablo

ciudades importantes de la península, el poder eclesiástico en Toledo no estaba en grado de eclipsar a la nueva corte (Ripoll, 2000: 393-396; Velazquez, Ripoll, 2000: 535). El carácter de capital estará plenamente de nido ya bajo el reinado de Atanagildo, tal y como re eja el hecho de que de esta ciudad salieran, en el 566, las hijas del rey para contraer matrimonio en la Galia (Ven. Fortun. Carmn VI, 5. 13.) o que en ella muriera este rey en el 567 (Isid. Hisp., H.G., 47) (Olmo Enciso,1988a: 52-54; Olmo Enciso, 2001: 379-386). Hasta ese momento el Estado visigodo no habían tenido una capital con las características que van a con uir en Toledo, puesto que no habían consolidado una estructura estatal como la que caracterizará al Reino Visigodo a partir de la segunda mitad del siglo VI. Así pues, el papel de Toledo como capital irá intrínsecamente unido al nacimiento de la estructura que dio lugar a un Estado centralizado. Por todo ello, el éxito de la organización estatal,

2.1.3. La consolidación de Toledo como capital y el nuevo paisaje urbano de inspiración estatal Las excavaciones arqueológicas en la Vega Baja, comienzan a transmitir datos sobre una destacable actividad constructiva cuyo momento de mayor desarrollo debería situarse entre la segunda mitad del siglo VI y mediados del siglo VII d.C., relacionado con todo un fenómeno de revitalización urbana que afecta a las principales ciudades hispanas de la época (Olmo Enciso, 2007a: 189-195). Durante este periodo Toledo adquirió una nueva sonomía, como ya intuyó en su día P. de Palol (1991:787-788), consecuencia del intento de crear una liturgia cortesana y urbana imperial por mimetismo con Bizancio, lo que conllevaría la presencia, característica de las grandes capitales, de tres edi cios basilicales, la Catedral, la Iglesia áulica o palacial y la Iglesia Martirial. En el caso de Toledo estos corresponderían a la Iglesia de Santa María, la basílica de Santa Leocadia y la Iglesia de los Santos Apóstoles, también denominada de San Pedro y San Pablo o Iglesia praetoriensis (Fig. 1). La investigación arqueológica de los últimos años, y la contextualización a la que esta obliga de la documentación escrita y arqueológica anterior, revela como en época visigoda, se asiste a una transformación del paisaje urbano, que había caracterizado el suburbio toledano hasta ese momento. En gran parte de la Vega Baja, se con rma la existencia de un nuevo desarrollo urbanístico (Olmo Enciso, 2007b: 167-171; Olmo Enciso, 2009: 81-88) relacionado con la consolidación del Estado visigodo y de su capital que supuso la plasmación de una imagen nueva de ciudad. Este programa, se basó en la organización de plan urbanístico jerarquizado – complejo palatino, áreas de viviendas y posibles zonas comerciales y artesanas- y regularizado. En él la mayor parte de los espacios y construcciones, amortizaron,


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a tenor de lo que transmite la evidencia arqueológica, gran parte de las edi caciones de la fase anterior, o se situaron en espacios hasta entonces no construidos. Todo ello produjo que la época visigoda se caracterizara por la mayor densi cación urbanística del suburbio toletano hasta ese momento. Este nuevo paisaje urbano consecuencia de la ampliación y el nuevo desarrollo urbanístico de época visigoda en el suburbio toletano, supuso por tanto la adquisición de una sonomía diversa a la que había de nido, durante los inicios de la Antigüedad Tardía, a Toledo un centro urbano que probablemente, y al igual que otros, había estado caracterizado únicamente por la actividad edilicia de la Iglesia (Olmo Enciso, 2009: 69-73). En lo que se re ere a la época de inicio del complejo palacial edi cado …in suburbio toletano… y aunque los datos arqueológicos no son aún concluyentes, y la documentación escrita tampoco proporciona información al respecto, ya se ha argumentado como debe ser considerada la época de Leovigildo como un momento central para el desarrollo de todo este complejo (Olmo Enciso, 2009: 75). Sin embargo, es necesario señalar que este nuevo desarrollo urbano no debió constituir un modelo estático ni homogéneo, sino que más bien debió estar sometido a un proceso diacrónico de ampliaciones, transformaciones o incluso reducciones a lo largo de toda la época visigoda, como tendremos ocasión de demostrar más adelante, a tenor de los recientes hallazgos. La consecuencia de estas dinámicas, pudo deberse en parte a un proceso de cambios, transformaciones y necesidades del Estado visigodo así como de sus sucesivos monarcas. Esta, por el momento, hipótesis, encontraría su apoyo en el proceso de transformaciones que las ciudades más activas de la época visigoda experimentaron en su paisaje, tanto en la fase de revitalización urbana, acontecida entre mediados del siglo VI y primera mitad del siglo VII, como en la posterior de desestructuración, a lo largo de la segunda mitad del VII y principios del VIII, ligada esta última a la crisis del Estado visigodo (Olmo Enciso, 1998: 109-118; 2001: 382-383; 2007a: 188-190; 2007b: 166; 2008: 60; 2009: 74-75, 84-88). 2.1.3.1. Basílica de Santa Leocadia La basílica de Santa Leocadia estaba situada en el suburbium de la ciudad tal y como transmiten el IV Concilio (633), apud Toletanam urbem .....in basilicam beatissimae et sanctae martyris Leocadiae; el V (636), apud urbem Toletanam .... in basilicam sanctae martyris Leocadiae..; el VI (638), donde se señala su situación en el pretorio de la ciudad, in praetorio Toletano in ecclessiam sanctae Leocadiae martyris..; el XVII (694), que ofrece una localización más precisa al señalar el suburbio y resaltar el posible carácter martirial del templo al señalar como éste es el lugar de enterramiento de la Santa, …in ecclesia gloriosae uirginis et confessoris Christi sanctae Leocadiae, quae est in suburbio Toletano ubi sanctum eius corpus requiescit… (Vives, 1963: 186, 226, 233 y 522; Puertas Tricas, 1975: 30-31; Velazquez

Ripoll, 2000: 554; Olmo Enciso, 2007b: 169; Balmaseda Muncharaz, 2007: 201-204). Las actas conciliares transmiten la existencia de un monasterio vinculado a esta basílica, cuyo abad Valderedo rmó las actas del XI Concilio toledano (Vives, 1963:369; Puertas Tricas, 1975: 30; Balmaseda Muncharaz, 2007: 202). Un posible origen de esta basílica ya desde el siglo V, ha sido apuntada por I. Velazquez y G. Ripoll, quienes interpretan que la referencia sobre la celebración del II Concilio de Toledo apud Toletanam urbem podría signi car que esta iglesia fuera de la ciudad se identi cara con un primitivo templo martirial (Velazquez Ripoll, 2000:553). Este complejo de Santa Eulalia, fue adquiriendo una importancia creciente a lo largo del siglo VII, y existen testimonios, transmitido por el Apologeticum de Eulogio de Córdoba, que hacen pensar en unas obras de remodelación, embellecimiento y ampliación del primitivo templo ordenadas por el rey Sisebuto y consagrado por el obispo Eladio el año 618 (Palol, 1991:791; Velázquez, Ripoll, 2000:556; Balmaseda Muncharaz, 2007: 202). El prestigio en aumento de dicho templo, se mani esta por los testimonios de diversos textos

Figura 2. Fragmento del Credo epigráfico


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Figura 3a. Restos del gran edificio áulico excavado por P. de Palol en 1972 (Palol, 1991)

que sitúan en él enterramientos de reyes, como Suintila, Sisenando, Wamba y Witiza, y obispos como Eugenio II, San Ildefonso y Julián de Toledo (Palol, 1991: 791; Velázquez, Ripoll, 2000: 557)2. La tradición que identi caba la situación de Sta. Leocadia en la zona de la iglesia del Cristo de la Vega, donde ya desde principios del siglo XX se habían descubierto piezas escultóricas y otros materiales de época visigoda (De los Rios Villalta, 1905: 36-37), se fundamentó arqueológicamente con la aparición en 1956, como consecuencia de unas obras de saneamien-

2. Quienes señalan las noticias proporcionadas por Julián de Toledo en su Elogio de San Ildefonso en lo referente a los enterramientos de Eugenio II y S. Ildefonso; por Felix de Toledo en su Vida de S. Julián de Toledo, para el propio Julián; y en lo que se re ere a los reyes se hacen eco de lo transmitido por la Crónica del Moro Rasis, para Suintilia, Sisenando, y Wamba, por el Chronicon de Luitprando para Witiza.

to, de una serie de piezas de época visigoda. Entre ellas destacaban dos fragmentos de una lápida de piedra caliza con inscripción perteneciente a un Credo epigrá co, una placa nicho fragmentada, así como diferentes elementos decorativos (Fig. 2), que fueron interpretados por M. Jorge Aragoneses como pertenecientes a la Basílica martirial de Santa Leocadia (Jorge Aragoneses, 1957: 295-323)3. La intervención arqueológica realizada en 1972 por P. de Palol (Palol, 1991: 787-832) junto a la ermita del Cristo de la Vega, proporcionó una secuencia arqueológica con testimonios que abarcaban desde la época moderna a la romana. Se localizaron los restos de un gran edi cio, con muros de 2 m. de anchura y doble paramento exterior e interior de sillares de granitos con relleno de mampuestos y todas las hiladas trabadas con mortero de cal, que en su cara exterior tenía contrafuertes de sillería de granito y situados cada 3,5 m. (Fig. 3a). Palol relacionó estos restos, por la calidad de su factura, con una construcción áulica, vinculada con algún conjunto palatino, si bien es verdad que dudaba para su atribución cronológica entre época romana o visigoda. Ya señalé, en su momento, cómo gracias al conocimiento de la arquitectura de época visigoda, presente en las construcciones áulicas de Recópolis, con aparejos similares a estos y con sistemas de contrafuertes en todos los edi cios más signi cativos del complejo áulico, así como en los restos del edi cio aparecido en la zona de la calle de San Pedro el Verde - en la actualidad en el sótano de la clínica Fremap - todos ellos con similitudes constructivas con la construcción hallada por Palol, había que apostar por una datación en la época visigoda, máxime cuando los recientes hallazgos arqueológicos en otros centros urbanos documentaban para sus edi cios técnicas similares (Olmo Enciso, 1988: 164-166; 2008:47-49; 2009: 78). Al sur de esta construcción se hallaron restos de un edi cio interpretado como de carácter monacal (García Sánchez de Pedro, 1996: 149-153,156-157, g. 4, lám. V), que podrían identi carse con los restos del ya citado monasterio vincu3. La lectura ofrecida por este autor fue complementada en 1970 por H. SCHLUNK, H., “Beiträge zur kunstgechichtlichen Stellung Toledos im 7. Jahrhundert”, Madrider Mitteilungen, 11, 1970, págs. 161-186.


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lado a esta basílica mencionado en el XI Concilio toledano (Fig. 3b). En relación con este edi cio y todo el complejo de Sta. Leocadia, existía una necrópolis de época visigoda, continuación de la iniciada en el siglo III d.C., cuyos primeros indicios datan de 1918 y 1921, y que en su extensión habría que relacionar con los enterramientos situados al N.O. en la zona ocupada por la actual Consejería de Obras Públicas (García Sánchez de Pedro, 1996; ibídem; Rojas Rodríguez-Malo, J.M., Villa González, R., 1996: 227-230, 235-236, g. 3, fot. 3 y 4). 2.1.3.2. El complejo palatino: Pretorio e Iglesia de Santos Apóstoles El conjunto palatino, del que formaría parte el Palacio y la Iglesia de los Santos Apóstoles, estuvo igualmente situado fuera del recinto urbano en el citado suburbio toledano (Ewig, 1963 : 25-72 ; Vives, 1963: 233, 390, 449; García Moreno, 1978: 311-321; Olmo Enciso, 1988; 570; Olmo Enciso, 2007: 171; Olmo Enciso, 2009: 79). Las primeras noticias sobre la localización del palacio en el suburbio toledano la proporciona el VI Concilio, en el que, como ya se ha citado, se asocia al pretorio de la ciudad a la iglesia de Santa Leocadia, in praetorio Toletano in ecclessiam sanctae Leocadiae martyris.., posteriormente ya se vincula al templo de los Santos Apostoles, tal y como es denominada en los Concilios, XII, donde también se alude a su situación in suburbio Toletano in ecclesia pretoriensi sanctorum Petri et Pauli; en el XV …in ecclesia praetoriensi sanctorum apostolorum Petri et Pauli; y en el XVI … in praetoriensis basilica sanctorum Petri et Pauli…. La existencia de un palacio en esta ciudad es algo que, igualmente, transmiten las Vitas Patrum Emeritensium, sin que haya más noticias acerca de su exacta localización (V.P.E., XII, 31). El carácter áulico del templo toledano, igualmente defendido por Palol (1991: 790), viene complementado por la propia denominación como pretoriense, ya que esta indica una iglesia palatina asociada, por tanto, al palacio (Olmo Enciso, 1988: 568-570; Palol, 1991: 790). De hecho aquí debe identi carse ya praetorium como palacio, algo ya conocido para otros reinos contemporáneos del visigodo, debido a que ya desde el siglo V había desaparecido la distinción legal romana entre palatium y praetorium, de niendo ambas un mismo concepto palatino (Brühl, 1977: 421-422).

Figura 3b. Estructuras pertenecientes al edificio interpretado como monástico cercano a los restos de Sta. Leocadia (según García Sanchez de Pedro, 1996)

Dentro de este complejo, la iglesia pretoriense de los Santos Apóstoles adquirió especial importancia a lo largo de la segunda mitad del siglo VII, de hecho la primera noticia sobre ella es la relativa a la celebración del VII Concilio del año 653, momento a partir del cual fue sede de los concilios XII (681), XIII (683), XV (688), y XVI (693), y albergó otras serie de expresiones ligadas al ceremonial real. Estas actividades de protocolo áulico, fueron la ceremonia religiosa de la unción real - recibida por los reyes Wamba, en el 672, Egica, en el 687, y Witiza, en el 711-, las manifestaciones efectuadas con motivo de la marcha y retorno de los reyes a las campañas militares, e incluso la ordenación de un obispo por el rey Wamba, así como otros también realizados en ella durante la segunda mitad del siglo VII (McCormick, 1986: 297-327; Palol, 1991: 790). Asimismo, hay que recordar el hecho de


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Figura 4. Restos de la construcción palacial de la calle San Pedro el Verde (según Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009)

que todos los concilios celebrados en esta iglesia llevaban la rma de los viri illustres (García Moreno, 1978: 320). Incidiendo en el carácter áulico de esta iglesia, en su día apunté (Olmo Enciso, 1988a: 568-569; 1988b 177-178; 2007b: 170; 2009: 79-80) como esta advocación a los Santos Apóstoles, remite un grupo de templos edi cados en su mayoría por iniciativa imperial, el primero de los cuales sería el Apostoleion, iglesia de planta cruciforme ordenada construir por Constantino en Constantinopla como mausoleo imperial y posteriormente, reconstruida entre 536 y 550 d.C. por Justiniano (Procopio, De Aedi ciis, I, IV, 9), o ya en Occidente la Iglesia la mención a la iglesia de los Santos Apóstoles de Paris, fundada por Clo-

vis como mausoleo real (Ward Perkins, 2000: 75). Sin embargo, es necesario apuntar que a diferencia de estas, que tenían como función fundamental su carácter de mausoleo, la iglesia toledana nunca tuvo esa función, que sí cumplió la basílica de Santa Leocadia. En esta línea de valoración del aspecto áulico hay que destacar la hipótesis planteada por Ripoll y Velázquez, sobre la posibilidad de que esta iglesia “sustituyera” a Sta. Leocadia como iglesia palatina a partir de la citada celebración del VIII Concilio (Velázquez, Ripoll: 2000: 560). En lo que se re ere a la localización arqueológica de este conjunto, M. Jorge Aragoneses, ya señaló la vinculación de la zona donde existió hasta nales del siglo XVIII la ermita de San Pedro el Verde con la Basílica de


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Figura 5. Restos constructivos vinculados al conjunto áulico (Fotografía y planimetría de Javier García González)

los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y adscribió los fragmentos escultóricos aparecidos en la Fábrica de Armas, a dicha basílica, aunque, igualmente, manifestó como esta hipótesis debería fundamentarse de forma más concluyente (Jorge Aragoneses, 1957: 315-316, 320-322). Sin embargo, los hallazgos arqueológicos producidos en los últimos años son los más determinantes a la hora de localizar este complejo palacial en la zona de San Pedro el Verde. En este sentido, hay que llamar la atención sobre la identi cación de los restos de una cuidada construcción, en esta zona de la Vega Baja, ya que todo ello apunta a la existencia de un proceso de urbanización de nueva planta y de construcción de edi cios signi cativos, avalado por los últimos resultados que estan deparando las investigaciones arqueológicas en la actualidad. En el año 2001, se pudieron llegar a documentar unas estructuras pertenecientes a lo que, indudablemente, fue un notable edi cio, que desapareció en gran parte como fruto de unas

obras realizadas sin control arqueológico, otros de cuyos restos pudieron excavarse en 2003, localizados bajo el actual nº 25 de la calle de San Pedro el Verde. Dicho edi cio ha sido interpretado como perteneciente al complejo palatino, y dentro de éste identi cado posiblemente con la Basílica de San Pedro y San Pablo y fechado en función de los testimonios transmitidos por la actas conciliares en el primer tercio del siglo VII (Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 55, gs. 4 y 5)4. Los restos que se documentaron correspondían a una construcción de nueva planta de gran calidad, con muros de 1,25 m. de ancho, con cimentaciones de 1,60 m de ancho y 40 cm de profundidad, realizada con aparejo de mampostería dispuesto en hiladas trabadas con argamasa de buena factura y sillares de granito en las esquinas y entronques (Fig. 4). De la unión de ambas zonas de excavación, se ha planteado una propuesta interpretativa en la que se de ende la posibilidad de un edi cio de planta cruciforme que pudiera relacionarse con la citada iglesia de San Pedro y San Pablo, sin que los restos aparecidos hasta el momento puedan ser concluyentes en lo que respecta a dicha identi cación5. Lo que es indudable es que el edi cio formó parte del conjunto de edi caciones áulicas y, en este sentido, hay que citar su similitud en lo que a la técnica constructiva se re ere respecto al conjunto palatino de Recópolis – ya 4. Respecto a la datación que ofrecen estos autores, conviene recordar que las fuentes no dicen en ningún momento que tanto la iglesia de San Pedro y San Pablo, como el Palacio se edi caran en el primer tercio del siglo VII (pág. 55), simplemente los primeros testimonios literarios que citan la Iglesia de San Pedro y San Pablo son del año 653 con motivo de ser sede del VIII Concilio, y respecto al Palacio su existencia aparece citada por vez primera con motivo del VI Concilio en el año 638. Se trata, por tanto, de primeras citas literarias sin que ello re eje una fecha fundacional. Desafortunadamente, no se pudo datar estratigrá camente este complejo, con lo que al parecer la arqueología poco puede ofrecer, hasta el momento, para solucionar esta cuestión. 5. Ya desde antiguo se viene identi cando la zona de S. Pedro el Verde como lugar de la localización de la Iglesia de Santos Apóstoles, lo cual ha podido in uir en la interpretación sugerida. Interpretación que se basa en la proyección de los muros aparecidos en 2001 y 2003 hasta ver una planta cruciforme, que se antoja algo forzada. A este respecto, no deja de ser curioso que dichos autores no citen para reforzar sus argumentos a la iglesia de Recópolis, conocida y publicada repetidamente en los últimos 60 años, hasta el momento la única de carácter áulico que se conoce y la única que ofrece una planta cruciforme que podría relacionarse con la interpretación que ellos de enden.


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Figura 6. Planta y alzado parciales de la construcción vinculada conjunto áulico, así como de la secuencia estratigráfica (documentación gráfica elaborada por MªM. Gallego García)

observada respecto a éste y el edi cio excavado por Palol identi cado con Sta. Leocadia -. De esta misma época, destacan los restos de un muro de sillares trabados con cal, de 1,10 m. de anchura, situados a unos 100 m. al sur de las anteriores construcciones, y para el que ha sido apuntada la posibilidad de tratarse de una muralla asociada al conjunto palatino (Rojas Rodríguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 71, guras 3 –nº 5 y 6-, y 18). Sin embargo, el hecho de que a ambos lados del muro conserve

restos de pavimentos de opus signinum muestra que nos encontramos ante una cuidada obra, conservada a nivel de cimentación, perteneciente más a un edi cio representativo. Si a ello se le añade el dato de que dicha estructura posee las mismas características constructivas y medidas que las presentes en la primera fase del conjunto palatino de Recópolis, todo aparece apuntar más a su interpretación como parte del conjunto de construcciones áulicas (Fig. 5).


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Figura 7. Características constructivas y alzado de la construcción de época visigoda

A este complejo de construcciones hay que adscribir una estructura de grandes dimensiones, en proceso de excavación en la actualidad, pero que ya nos ofrece pruebas estratigrá cas que fechan su edi cación en la segunda mitad del siglo VI d.C. (Fig. 6). Se localiza a 125 m. al S.E. de los restos anteriormente descritos como parte del conjunto palatino, en el área 10.000 de la excavación (uu.ee.mm. 10424, 11236, 11237 y 11243). Los

6. La excavación de este edi cio corresponde al área 10.000 de las actuales investigaciones realizadas desde su inicio manualmente, lo cual posibilitó ampliar notablemente la secuencia de ocupación de la zona, frente a lo expresado por otros equipos que anteriormente habían trabajado en la zona, que comprende desde niveles datados en el siglo XX hasta los actuales niveles de época visigoda, sin que hasta el momento se haya agotado la excavación de este sector (ver GALLEGO GARCÍA, Mª.M., 2010). “La secuencia cerámica de época visigoda de Vega Baja. Una primera aproximación” en este mismo volumen, donde se describe y argumenta esta secuencia desde criterios estrictamente estratigrá cos). Una primera excavación se acometió por parte de la empresa J.M. Rojas-Arqueología S.L., durante los años 2004-2005, en lo que entonces se denominó parcela R-1 y vial 5, en la zona denominada B.3, como consecuencia del proyecto urbanizador que se quiso acometer. La excavación de una de las habitaciones, permitió fechar la ocupación más antigua en época visigoda y la más moderna en época emiral. Veáse J.M. ROJAS RODRÍGUEZ-MALO, A.J. GÓMEZ LAGUNA, op. cit. 2009, pág. 68,78-79, gs., 14 B.3 y 15.

restos visibles, hasta el momento, presentan una construcción en principio de planta rectangular que en su lado este posee los estos de una torre rectangular de proyección exterior. Sus medidas son de 10,60 m. de largo por 4,70 m en su parte más ancha, y 1,65 m en la más estrecha, y la mayor altura conservada desde la cimentación es de 3,35 m. Está realizada en sillarejo careado de piedras de gneis y calizas colocado en dos paramentos de hiladas que tienden a la regularidad, con un relleno interior de piedras de gneis y grava y dispuestas en capas horizontales coincidiendo con las hiladas de los paramentos, trabadas con un mortero muy rico en cal, mortero que a su vez sirvió de enlucido que recubrían los citados paramentos, técnica similar a la de las construcciones más signi cativas de Recópolis (Olmo Enciso, 2008: 47, 49 y 55; Gómez de la Torre Verdejo, 2008: 82-84). De hecho la técnica constructiva de este edi cio así como sus dimensiones, por el momento parciales, recuerdan igualmente, las construcciones cercanas citadas anteriormente e interpretadas como áulicas, así como las del complejo palatino de Recópolis. Las relaciones estratigrá cas de este elemento con el resto del conjunto así como su propia secuencia aportan por primera vez en las intervenciones efectuadas en la Vega Baja evidencias clari cadoras sobre la fecha de construcción de este tipo de edi cios, cuya datación habría que situar, en función de su posición estratigrá ca, en la primera fase del desarrollo urbanístico de época visigoda. La cimentación de esta estructura, con una altura máxima en su parte más profunda de 1,60 m, rompe la U.E. 11246 (Fig. 7) que contiene un conjunto de fragmentos cerámicos de época visigoda entre los que destaca una forma Hayes 104C Tipo 56 Variante C (Hayes, 1972: 160-166; Bonifay, 2004, pp.181-183) (Fig. 8), fechable entre el 550 y el 625 d.C. La posición estratigrá ca, unida a la siguiente fase de actividad de época visigoda en la que se amortiza este edi cio, viene a avalar la fecha de construcción que venimos defendiendo para este en torno a las últimas décadas del siglo VI o principios del VII d.C.. Esta construcción fue amortizada por un edi cio perteneciente a una segunda fase de época visigoda, fechado en la segunda mitad del VII (Gallego García, MªM., 2010: en este mismo volumen) con unas dimensiones de 700 m2 aproximadamente, que fue objeto de diferentes ocupaciones y expolios6, aunque en el momento de s construcción ambos elementos tuvieron algunas fases de uso similares, dado que parte de los muros del edi cio anterior fueron nivelados a ras de los suelos de


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Figura 8. Cerámicas de las UU.EE de época visigoda. Framento superior derecho forma Hayes 104 C variante C (Dibujos MªM. Gallego García)

frecuentación de la nueva construcción (Fig. 6). La fase original de esta nueva construcción estaba formada por una estructura de de planta ligeramente trapezoidal formada por cuatro crujías rectangulares organizadas en torno a un espacio central o patio, que llevaba asociada en su lado N.O. una cisterna de cuidada construcción en opus signinum, también sometida a diversos usos y expolios posteriores. Los muros del edi cio se construyeron en sillarejo de piedra de gneis, en dos paramentos careados con relleno de mampuestos, cantos y fragmentos de tejas, trabados con mortero de arcilla y cal. Presentan refuerzos de sillares en las esquinas, sillares que también se usan como jambas en los vanos, generalmente elementos reutilizados.

De estos muros los maestros presentan un ancho entre 0.80 y 0.90 m., mientras que los destinados a compartimentaciones entre 0.60 y 0.70 m.. Todos ellos constituían los zócalos sobre los que se elevaban las paredes de tapial, estando las cubiertas formadas por un tejado de imbrices (Gallego García, MªM., 2010: en este mismo volúmen). El interés de esta secuencia, desde la perspectiva de la comprensión de las dinámicas del espacio urbano, se fundamenta en que nos está indicando un cambio en la funcionalidad de esa zona concreta que pasaría de tener un edi cio notable a albergar una zona destinada probablemente a actividades productivas a tenor de lo que parecen indicar las fases de ocupación nales


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Sin embargo, una de las novedades que están proporcionando los trabajos arqueológicos que desde los últimos años se vienen realizando en la Vega Baja, es la existencia de un nuevo desarrollo urbano de época visigoda que permite contextualizar las citadas edi caciones áulicas en todo un plan urbanístico de nueva planta, resultado de una plani cación y jerarquización del espacio urbano de inspiración estatal que se inicia en esta zona probablemente a partir del último cuarto del siglo VI d.C. (Olmo Enciso, 2007b: 167-171; Olmo Enciso, 2009: 81-88). Este nuevo paisaje urbano va a estar de nido por los resultados obtenidos en una serie de sectores de la Vega Baja, que permiten defender la existencia de una plani cación estructurada en manzanas de edi cios organizados en torno a patios centrales y una red viaria adaptada a esta nueva situación. Ejemplos aparecen en el triángulo formado por el Poblado Obrero, la Avenida Más del Rivero y la Fábrica de Armas (Maquedano

Figura 9 a): Edificios de época visigoda en la zona de Avda. Mas de Rivero

de la época visigoda (Gallego García, Mª.M., ibídem). Todo ello, conduciría a pensar en la hipótesis, sin ser todavía concluyente mientras la investigación arqueológica no avance más en este sector, sobre una posible reducción del complejo palatino en esta zona, o en la readaptación de parte de éste como zona vinculada a actividades productivas, dentro de un esquema por otro lado no extraño a la topografía de inspiración estatal como veremos a más adelante. Lo que si es evidente es que el proceso, derivado de la secuencia estratigrá ca obtenida, re eja la existencia de un proceso de cambios topográ cos en la zona del conjunto palatino, que nos recuerda las transformaciones que se suceden en otras ciudades a partir de mediados del siglo VII d.C. (Olmo Enciso, 2001: 390-392; Olmo Enciso, 2007a: 192-193; Olmo Enciso, 2008: 58, 60). 2.1.3.3. Nuevos espacios urbanos Lo anteriormente citado revela la constatación arqueológica de una serie de construcciones mencionadas por las fuentes y situadas in suburbio toletano.

Figura 9 b): Edificios al sur de la Avda. Carlos III (ambos en curso de excavación)

Carrasco, Rojas Rodriguez-Malo, Sánchez Peláez, Sainz Pascual, Villa González: 2002: 34; Olmo Enciso, 2009: 81-83). Algunas de estas viviendas tenían unas dimensiones de 400 m2 (Fig. 8), y en una de ellas situada en la zona E del yacimiento, próxima a la Avda. de Mas de Rivero, se encontró un tesorillo de 30 tremises correspondientes a acuñaciones de Leovigildo, Sisebuto, Suintila, Sisenando y Chintila, con un porcentaje decreciente en su proporción de oro según el estudio que se está efectuando7. Esta misma organización con edi cios ortogonales y trama urbana similar se localizó


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en las excavaciones realizadas en esta misma zona, denominada como Plataforma Superior T1, si bien aquí no se pudo llegar a los niveles de época visigoda. La excavación ofreció datos sobre la existencia de edi cios de destacables dimensiones con habitaciones rectangulares, algunas de 120 m2, estructurados en torno a grandes espacios abiertos –posibles patios(Rojas Rodríguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 73, 75, y gs. 2, 10, 13 y 14) (Fig. 9a). Al O. de este sector se localizaron una serie de espacios construidos cuya orientación difería de las antes descritas y presentaba mayores similitudes con la zona próxima al conjunto palatino. El hallazgo más notable fue el de un edi cio de grandes dimensiones del que se pudieron excavar dieciséis habitaciones de planta cuadrada y rectangular dispuestas alrededor de un patio. Se comprueba como en esta construcción fueron integrados muros de construcciones anteriores que, estas sí, guardaban una orientación similar a las descritas anteriormente para el sector Este del yacimiento. Todo este complejo se abandonó a principios del siglo VIII, sin que se pueda de nir la fecha inicial al no haberse nalizado la excavación de estos recintos. Entre los espacios de este edi cio tiene particular interés un conjunto de habitaciones relacionadas, situadas en su esquina E., que comunicaban con una de mayores dimensiones, 18 m. de longitud por 7,2 de anchura, en una disposición que sus excavadores relacionan con el edi cio del complejo episcopal de Eio-Tolmo de Minateda. (Rojas Rodríguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 77, g. 19). Para la zona más cercana al complejo palacial, se observó una organización del espacio diferente con edi cios que aparecían como una suma de recintos, con amplios espacios abiertos y organizados en función del trazado viario de esta zona, todo ello conviviría con las áreas descritas organización del espacio descrita anteriormente (ibídem, 2009: 76-77). Bien es verdad, que los avances efectuados en esta zona documentan como algunas áreas de este sector pertenecieron en los orígenes del desarrollo urbanístico de época visigoda al complejo palatino, como es el caso del edi cio anteriormente descrito del área 10.000, pasando en una fase posterior visigoda, a estar de nido por construcciones posiblemente asociadas a actividades productivas pertenecientes o vinculadas a dicho conjunto palatino. El sector S.O. del yacimiento, al S. de la Avenida de Carlos III también ofreció datos sobre la ocupación de época visigoda. En la zona situada entre dicha avenida y el campus de la Fábrica de Armas, se detectó un edi cio de grandes dimensiones, con muros perimetrales de más de 50 x 25 m. de lado, junto al que se localizaron dependencias rectangulares de menor 7. R. CABALLERO, R. MAQUEDA, V. REQUEJO, E. SÁNCHEZ, 2008: Conferencia sobre las excavaciones efectuadas en las parcelas R-4 y R-6 de la Vega Baja, con motivo de las Jornadas Técnicas organizadas por Toletum Visigodo y celebradas en mayo de 2008.

tamaño y posiblemente relacionadas entre si. Estos recintos están asociados a dos calzadas, una de las cuales tiene una anchura de 6 m. para la que se ha sugerido que podía comunicar el recinto palatino con la Iglesia de Santa Leocadia (Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 65-66). En el extremo más meridional del yacimiento, entre la citada avenida de Carlos III y al N. de la actual consejería de Obras Públicas, aparecieron las estructuras de un gran conjunto edi cado asociado a una calzada, que se relacionan con la reorganización urbanística de época visigoda. Dicha construcción era de destacables dimensiones, con una super cie de 900 m2, y con sus crujías abriéndose a un patio central8 (Fig. 9b). La investigación arqueológica actual, ofrece un interesante conjunto de materiales adscritos a la época visigoda, que nos ayudan a entender las características del yacimiento. La producción cerámica está presente con una serie de formas ligadas a contenedores y de cocina –ollas, ollitas, marmitas, tapaderas y botellas, fundamentalmente- así como cuencos, todas ellas realizadas a torno. Hay que destacar la aparición de cerámicas de importación fundamentalmente, ARSW, ánforas y anforiscos –spatheia- norteafricanos, dedicados al transporte de vino y aceite, así como producciones próximoorientales como LRA4, de la zona de Gaza (Gallego García, MªM., 2010: en este mismo volumen). Especial interés tiene este conjunto de producciones mediterráneas, ya que nos está re ejando la llegada de productos fruto de un comercio de larga distancia al interior de la meseta, aspecto que hasta el momento solo estaba presente de forma cuantitativamente notable en Recópolis. Todo el conjunto cerámico aparecido con rma la existencia de unas tipologías de cerámica dominantes en el ámbito urbano, al mostrar su similitud con los materiales de este tipo presentes en Recópolis (Gallego García, MªM., 2009: 119-121; Gallego Gracía, MªM., 2010: en este mismo volumen). En esta misma dirección apuntaría el hecho de que, hasta el momento, la mayoría de la cerámica pertenezca a producciones de cocina y contendores ya que al igual que en esta ciudad en la Vega Baja la vajilla de mesa estaría formada por producciones en vidrio. La producción en vidrio presenta conjuntos de diversa funcionalidad, destacan los de mesa de nidos por la presencia de cuencos, vasos y botellas, junto co utensilios de uso doméstico, como los ungüentarios, así como objetos destinados a la iluminación, tales como lámparas, tulipas y “policándela”. La aparición de numerosos crisoles de fundición, así como de

8. A. RUIZ TABOADA, B. MARTÍN; Conferencia sobre las excavaciones efectuadas en la parcelas R-12 de la Vega Baja, con motivo de las Jornadas Técnicas organizadas por Toletum Visigodo y celebradas en mayo de 2008. Los autores defendieron la datación en época visigoda de este edi cio así como de la citada calzada, aunque se argumentó que los hallazgos correspondían a las unidades estratigrá cas más recientes, de época emiral, ya que no se había podido completar la investigación de esta parcela.


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vidrio triturado destinado al reciclado hace bastante verosímil la existencia de un taller de vidrio de fundición y reciclado en esta zona de la Vega Baja (García Gonzalez, 2009: 132-136). Los materiales metálicos de esta época se centran en los destinados al uso personal como anillos, hebillas, broches de cinturón, colgantes y al leres, así como objetos para la iluminación como lampadarios. Así mismo aparecieron tres ponderales y objetos de balanza. Por su calidad destaca una cuenta de amatista engarzada en oro. La producción eboraria ha proporcionado piezas excepcionales como el bote con una escena del Nuevo Testamento, así como cajitas cilíndricas, dados, botones, agujas, y placas en hueso cuya función pudo ser la de apliques destinados a objetos muebles (Juan Ares, J. de, 2009: 137-140; Cáceres Gutiérrez, Y., 2010: en este mismo volumen). Los diferentes hallazgos arqueológicos realizados en la Vega Baja durante la presente década con rman la ya defendida existencia de un nuevo desarrollo urbanístico para la época visigoda impulsado a partir de la consolidación del Estado visigodo (Olmo Enciso, 2007b: 167-171), que destaca por la calidad y dimensiones de los distintos espacios construidos localizados. Este nuevo paisaje urbano dotó a la zona de Vega Baja de una sonomía diferente respecto a la anterior ocupación tardoantingua. Destaca en todo ello, los indicios sobre la existencia de un programa urbanístico ligado a los nuevos espacios de poder, fundamentado por la presencia de un conjunto de edi caciones áulicas en su franja occidental y en las cercanías de la ribera del Tajo. A continuación de éste se con guraron una serie de nuevos desarrollos urbanísticos, en gran parte de nueva planta –si bien el algún sector se reutilizaron construcciones de época anterior-, organizados en diversas franjas situadas al E. y al S. de este complejo. El estado actual del conocimiento sobre la zona, permite apuntar a una ocupación dinámica y sometida a cambios y transformaciones, muestra de unas dinámicas urbanas no estáticas y que enlazan con un proceso de cambios que se produjo en otras ciudades de la época visigoda entre los siglos VI y principios del VIII (Olmo Enciso, 2007a: 189-195; Olmo Enciso, 2008: 59-60). Queda por de nir la división del nuevo espacio urbano y aunque pueda ser prematuro, los resultados que se están obteniendo en la actualidad nos permiten sugerir algunas hipótesis. La diferenciación, entre los espacios de poder y nuevas zonas de habitación, podría ampliarse a la existencia de áreas productivas y comerciales como parecerían sugerirlo los materiales que se van encontrando en las excavaciones. Esto se fundamenta en la aparición en la zona más próxima al conjunto palatino, de materiales ligados a este tipo de actividades, ponderales, elementos de balanzas, presencia creciente de materiales de importación norteafricana, evidencias sobre la existencia de un taller de producción de vidrio … (Fig. 10) Todo ello plantea la posibilidad sobre presencia de una zona comercial y artesana próxima al palacio, dentro de un esquema consolidado para esa época en el urba-

nismo de inspiración estatal. El ejemplo más próximo, en sus acepciones topográ cas, temporales y geográ cas, lo proporciona Recópolis, donde a ambos lados de la calle principal, en la parte más próxima al palacio y a continuación de la puerta monumental, se situaban dos grandes edi cios dedicados a actividades comerciales y artesanas de prestigio. Esta disposición se inserta en un esquema urbanístico presente en numerosas ciudades del ámbito mediterráneo oriental de esa época, y cuyo origen conceptual se encuentra en la Constantinopla de Justiniano, Conjunto de los palacios imperiales, Puerta Monumental y a continuación las áreas comerciales relacionadas con la calle principal, la Vía Mesa. Este esquema se expandirá hacia Occidente y se aplicará en la ampliación de la ciudad natal de este emperador, rebautizada como Justiniana Prima, y alcanzará el occidente europeo. Aquí, además del ya citado ejemplo de Recópolis, se conoce para el Paris merovingio, en este caso sólo a través de los testimonios literarios de Gregorio de Tours (Olmo Enciso, 2008: 52-53, y 55-56, g. 3). De con rmarse esta posibilidad, constituiría un elemento más a favor de la existencia en la capital toledana de una plani cación urbanística de inspiración estatal según el modelo de bizantino de Constantinopla. Los datos aquí analizados, tanto literarios como arqueológicos, constatan la existencia de un proceso de ampliación de la ciudad de Toledo en un suburbio que había comenzado a desarrollarse desde época bajoimperial. La aparición de nuevas edi caciones, testimoniadas por la documentación escrita y arqueológica, así como de amplias áreas inéditas hasta el momento, con rma la existencia de un proceso de ampliación de la ciudad en época visigoda. Dicho proceso conllevaría, por tanto, un desarrollo urbanístico de nueva planta que supuso la construcción del complejo palatino y los templos más importantes de la ciudad, a excepción de la catedral, en el citado suburbio, pero que también ocupó una gran parte del espacio de la Vega Baja con un amplio programa de construcciones destinadas a viviendas y otros usos, que con rió a la ciudad una nueva imagen. El ejemplo de este nuevo desarrollo urbanístico, sirve para entender mejor esta imagen de ciudades de nidas por el impulso estatal, que hasta el momento sólo se defendía para Recópolis, y lleva implícito el concepto del monarca fundador de ciudades, como un elemento de clara a rmación del poder estatal, y como se acaba de mencionar, el impacto de los modelos presentes en Constantinopla que ya intuyó P. de Palol (Olmo Enciso, 2009: 88). 2.2. Plasmación de un proyecto urbanístico de inspiración estatal Para entender la naturaleza y características del Estado toledano hay que centrarse en su proceso de formación y como este se impulsa desde mediados del siglo VI, entre la elección como capital de Toledo y la fecha del III Concilio de Toledo donde dicho Estado alcanza la cohesión ideológica. Por tanto, este proceso de formación y consolidación se desarrolla durante los


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Figura 10. Cerámicas de importación y ponderales hallados en la campaña de 2008 en la Vega Baja

reinados de Teudis, Atanagildo, Leovigildo y Recaredo, y va a estar de nido por la creación de un Estado territorial centralizado, inspirado conceptualmente en el modelo bizantino. Ahora bien, para entender el éxito de este Estado centralizado, es necesario analizar su capacidad de coerción scal, que hacía indispensable la existencia de un efectivo sistema que convirtiera los diferentes tipos de excedentes en moneda destinada a satisfacer las necesidades recaudatorias

destinadas al mantenimiento de este Estado. Para ello recientes investigaciones en el campo de la numismática nos permiten conocer la naturaleza de su estructura scal, que es la base que ayuda a entender el éxito de su consolidación. El proceso de a rmación de la monarquía y de reivindicación de su voluntad centralizadora, comienza a documentarse arqueológicamente en torno al año 576 d.C., fecha que señala el inicio de las acuñaciones de tremisses por Leovigildo con leyenda en solitario a su nombre, y en las que


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se representa al modo de los emperadores bizantinos, con diadema y manto (Olmo Enciso, 1988: 287). Por tanto, señala el inicio de la consolidación del poder de este rey y de un proceso que entre los años 576 y 578 d.C. va a ofrecer los símbolos más evidentes de esta, como son las acuñaciones de moneda a su nombre, la fundación de la ciudad de Recópolis, así como la adopción de vestiduras reales, utilización del solio ….primusque inter suos regali opertus solio resedit…. (Isid. Hisp., H.G., 51) hechos que deben situarse entre aquellos años (Olmo Enciso, 1988: 287-297; Olmo Enciso, 2001: 380-381). Todo lo cual además, vendría apoyado por la investigación numismática que documenta un crecimiento del volumen de tremisses en circulación (Gomes, Peixoto y Rodrigues, 1995: 223), que debe relacionarse en con el hecho de que el único poder reconocido para acuñar moneda sea el rey (Castro Priego, 2010). Esta clara muestra del monopolio del Estado sobre la producción de moneda (Retamero, 2000:127), elemento fundamental con la que se hacía frente a la recaudación de impuestos y a la inversión de éstos en todo tipo de operaciones necesarias para el mantenimiento, en todos sus aspectos, de la estructura estatal (Hendy, 1991: 639, 657-658), proporciona el elemento fundamental que ayuda a entender el éxito inicial de este modelo de Estado. En este sentido, hay que tener en cuenta cómo el máximo porcentaje de oro en los tremisses durante toda la existencia del Estado visigodo, corresponde a la época de Leovigildo (Fig. 11). Asimismo, este éxito inicial del sistema scal ayuda a entender la participación estatal en la plani cación urbanística de la época a través del impulso y ejecución de nuevos desarrollos urbanísticos, como en el caso del Toledo, o de fundaciones de nueva planta como en Recópolis. El éxito de la organización estatal bajo Leovigildo así como de su participación en materia urbanística viene avalado por las noticias que documentan la fundación de Recópolis, pero que ayudan a entender todo el programa ideológico que propició el desarrollo urbanístico del suburbio toletano en la Vega Baja. Para ello es fundamental la noticia de Juan de Biclaro quien transmite en su Chronica dentro de los hechos acaecidos en el año 578: Figura 11. Tabla del porcentaje de oro en los tremisses de época visigoda (Gomes Peixoto y Rodrigues, 1995)

“ANNO II TIBERII IMPERATORIS QUI EST LIVVIGILDI IX REGIS AN. X” “Liuigildus rex extinctis undique tyrannis, et pervasoribus Hispaniae superatis sortitus requiem propiam cum plebe resedit civitatem in Celtiberia ex nomine lii condidit, quae Recopolis nuncupatur: quam miro opere et in moenibus et suburbanis adornans privilegia populo novae Urbis instituit” (Campos, 1960: 88). También Isidoro de Sevilla en su Historia Gothorum se re ere a la fundación de la ciudad, siguiendo lo ya expresado por Juan de Biclaro. Esta obra nos ofrece un dato de gran interés que, sin embargo, ha pasado

desapercibido. Se trata de la vinculación que el autor establece entre la fundación de Recópolis y las determinaciones que toma Leovigildo, fundamentales para entender su programa de consolidación del Estado visigodo como una entidad centralizada y sustentada, para su mantenimiento, en una base scal: “Aerarium quoque ac scum primus iste auxit, primusque inter suos regali ueste opertus solio resedit, nam ante eum et habitus et consessus


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communis ut genti, ita et regibus erat. Condidit autem ciuitatem in Celtiberia, quam ex nomine lii Recopolim nominauit” (Historia Gothorum, 51, 5. edición de: Rodriguez Alonso, 1975: 258-259). Estas dos noticias de la época referidas a la fundación de Recópolis, nos muestran la excepcional importancia que las fuentes conceden al hecho de una fundación urbana, al integrarlo como parte de los acontecimientos fundamentales que muestran el proceso de consolidación del Estado toledano y ayudan a entender la trascendencia de la intervención estatal en el paisaje urbano. Por tanto, en relación con el nuevo desarrollo urbanístico ejecutado en el suburbio toletano hay que situar la fundación de Recópolis en el año 578 d.C., ya que ambas constituyen el máximo ejemplo de expresión material en el paisaje urbano de su proyecto ideológico. Como centro urbano, Recópolis tuvo una vida dinámica que se desarrolló a lo largo de la época visigoda ( nales del siglo VI - principios del siglo VIII) – con cuatro fases documentadas -, y de la primitiva época andalusí (principios del VIII – primera mitad del IX) – con tres fases, a su vez -(Olmo Enciso, Castro Priego, Gómez de la Torre-Verdejo, Sanz Paratcha, 2008: 6575). Las tres primeras fases de época visigoda documentan un primer momento de plani cación urbanística, jerarquización del espacio y dinamismo de la vida ciudadana, seguido, hacia la mitad del siglo VII –cuarta fase-, de un proceso de alteración y cambios en la trama urbana, menor calidad constructiva, pérdida del dinamismo, re ejo todo ello de un proceso de desestructuración conectado con la crisis de la estructura estatal y los cambios sociales que se están produciendo. Todo ello transmite la evidencia sobre un espacio urbano no estático ni homogéneo y, por tanto, sometido a unas dinámicas de transformación, que como ya se ha defendido en otros trabajos, están conectadas con el proceso de cambios que se desarrolla en la estructura social de la época (Olmo Enciso, 2008: 41-62). Nos centraremos a continuación en el análisis de la primera fase de Recópolis, que comprende desde la fundación de la ciudad en el 578 d.C. hasta mediados del siglo VII, y que coincide con el proceso de fortalecimiento de la estructura estatal y la formación de un nuevo paisaje urbano (Fig. 12). La investigación arqueológica con rma la fundación de Recópolis a fundamentis, a través de la constatación en las zonas excavadas de la existencia de un plan urbanístico previo a la construcción de la ciudad. La intensa actividad documentada supuso una alteración de las características físicas del terreno, con considerables obras de aterrazamiento, sondeos para la localización de estratos geológicos sólidos en roca para proceder al retalle de éstos, movimiento de tierras.... Particularmente interesante es la evidencia de un diseño urbano previo, re ejado por la presencia de una serie de zanjas destinadas a la construcción de edi cios, diseño que en alguno de los casos fue alterado por replanteos posteriores que provocaron la amorti-

zación de dichas zanjas en función de las nuevas necesidades constructivas (Olmo Enciso, Castro Priego, Gómez de la Torre Verdejo, Sanz Paratcha, 2008: 65-69). Estas alteraciones de la plani cación original, que se efectúan en la primera fase de la ciudad, y que serían contemporáneas del ya citado proceso de reformas y de continuidad de la monumentalización del conjunto palatino, constituyen una prueba evidente del dinamismo en el proceso de edi cación, ampliación y reformas de la ciudad entre la fecha de su fundación y principios del siglo VII. La presencia de una calle que partiendo del conjunto palatino se orienta, por el momento, en dirección N.S., y la otra a través de la artesa natural a encontrar la puerta de la muralla, hacen pensar en una red viaria a partir de dos ejes con tendencia a la regularidad. La plani cación urbanística de Recópolis se desarrolló siguiendo una jerarquización del espacio urbano de nido a partir de un conjunto de edi cios principales localizados en la zona más alta de la ciudad. Este conjunto de edi caciones palatinas, entendidas por su función administrativa y residencial, se localiza en esta zona superior de la ciudad y era visible desde toda ella y gran parte del territorio cercano. Está formado, hasta el momento, por los restos de un complejo de edi cios estructurados alrededor de una gran plaza. Se encontraba ésta cerrada en sus lados Norte y Sur por los dos edi cios de mayor envergadura, que en su origen eran de dos plantas. La plaza cerraba en su lado Este por otro edi cio de planta rectangular de menor tamaño que los anteriores, con unas dimensiones de 40 m. de longitud por 10 de anchura, y por la iglesia palatina de planta cruciforme inscrita en un rectángulo. La investigación emprendida actualmente está re ejando la existencia de sucesivas reformas y ampliaciones y, por tanto, la presencia de varias fases en él. Esto lleva a plantear la hipótesis de que todo este proceso se sucedió, fundamentalmente, a partir de la construcción original, durante la primera fase de la ciudad, entre nales del siglo VI y las primeras décadas del VII. El acceso a este conjunto palatino se efectuaba a través de una puerta monumental, que constituía el elemento de comunicación con el resto de la ciudad y de la que partía la calle principal. A ambos lados de la calle principal, en la parte más próxima al palacio y a continuación de la puerta monumental, dos grandes edi cios se dedicaron a las actividades comerciales y artesanas, en tiendas con sus correspondientes talleres o almacenes. Los materiales encontrados en estos espacios indican que en ellos hubo talleres de orfebrería y de producción de vidrio (Castro Priego, Gómez de la Torre-Verdejo, 2008: 117-128), y que también se comercializaron los bienes de consumo que llegaban a Recópolis, procedentes de otras zonas de la Península y así como del ámbito mediterráneo norteafricano y próximo-oriental (Bonifay, Bernal Casasola, 2008: 99-115).


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Figura 12. Vista aérea de la zona excavada en Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara)

Las zonas de viviendas, excavadas hasta el momento, se localizan al sur del complejo de edi caciones palaciales y a continuación del área de nida por los edi cios destinados a actividades comerciales y artesanas. Con los datos existentes, se puede apuntar cómo en el momento de inicio de la construcción, se plani có una zona de viviendas estructurada en manzanas trazadas siguiendo el modelo de tendencia regular que caracteriza el urbanismo de la fase fundacional de Recópolis. Los ejemplos de estas viviendas, hasta ahora excavadas, muestran una organización del espacio formada por habitaciones rectangulares de diferente funcionalidad – estancias, zonas de cocina, de almacenaje, establos -, articuladas en torno a patios, parte de los cuales podían estar cubiertos. Las casas excavadas, hasta el momento, estaban construidas con zócalos de mampostería y paredes de tapial todo ello enlucido, cubiertas con techumbre de tejas y pavimentos de arcilla apisonada y trabada con cal o de mortero de cal (Olmo Enciso, Castro Priego, Gómez de la Torre-Verdejo, Sanz Paratcha,2008: 68-70). Recópolis po-

seía dos sistemas de suministro de agua, de nidos por la existencia de un acueducto y la presencia de cisternas (Olmo Enciso, 2008: 54-55), re ejo de un sistema mixto también existente en otras ciudades de la época, como Mérida y Tarragona (Gurt, Sánchez Ramos, 2008: 187188). La ciudad estaba rodeada por una muralla, jalonada por torres, en la que se abrían las puertas de entrada al recinto urbano coincidiendo con los accesos naturales, estaba realizada en sillería y recubierta por un enlucido de mortero de cal (Gómez de la Torre-Verdejo, 2008: 7786) (Fig. 13). El proyecto estatal de fundación o ampliación de ciudades, tuvo su expresión más clara para el Reino Visigodo en las ciudades de Toledo y Recópolis, donde es posible rastrear en su sonomía, tal y como se ha venido argumentando, el impacto de los modelos urbanísticos bizantinos que ambas experimentaron. En ambos casos, se plasmaron estas concepciones que, in uidas desde Bizancio, ofrecieron una nueva topografía del poder re ejo de la propia naturaleza del Estado y ejemplos de una arquitectura civil que no había generado conjuntos tan notables desde hacía casi dos siglos. Periodo de tiempo durante el cual, la vida ciudadana había entrado en un proceso de transformaciones y de “localización” en la que el re ejo de las estructuras estatales, debido a su práctica inexistencia, había desaparecido como elemento determinante del paisaje urbano. Cuando vuelvan a aparecer, ya como consecuencia de la consolidación del Estado toledano, su propia intervención en el urbanismo re ejará, como en los casos de Recópolis y Toledo, una nueva imagen de ciudad. Esta imagen mostrará como las concepciones urbanísticas de la época, contienen ya elementos diferenciadores respecto al de las ciudades bajo imperiales (Olmo Enciso, 1988a; Olmo Enciso, 2008: 58-59). El nuevo desarrollo urbano en la Vega Baja toledana y la fundación de Recópolis, formaron parte de todo un programa de aemulatio imperii constatable en otros aspectos desde el momento de consolidación del Estado visigodo por Leovigildo –acuñaciones, fundación de ciudades, in uencia


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Figura 13. Recópolis (planta).

de la topografía constantinopolitana en estas ciudades, adopción del solio y vestimentas diferenciadas, ..- que avalan la importancia de la recepción de la in uencia bizantina. De hecho, en el siglo VI Constantinopla se había consolidado como el centro dominante, política y culturalmente, de ese periodo y su territorio ideológico se había extendido bastante más allá de sus fronteras, sobre los antiguos territorios romanos de Occidente, no sólo en las aspiraciones de los emperadores sino también en las mentes de los denominados reyes bárbaros que buscaron emularlo (Ward Perkins, 2002: 329-330). En este sentido, ya he señalado como junto a la evidencia material que nos ofrecen Toledo y Recópolis al respecto, y dentro de esta política de aemulatio imperii en el Occidente, el impacto de la topografía imperial es posible rastrearlo en otras sedes regiae del occidente. Son testimonio de ello, en estos casos basado en la documentación escrita, otras ciudades como Paris, con la existencia de una iglesia dedicada a los Santos Apóstoles, un palacio real merovingio –en la zona occidental de la “Ille de la Cité”-, así como la presencia de una zona comercial situada a ambos lados de la calle

principal (Greg. Tours, H. 8, 32) con un esquema similar al de Recópolis, o Soissons, donde Chilperico construyó un circo en el 577 (Ward Perkins, 2002: 329-330; Gauthier, 2002: 61-62). En el reino Suevo, podríamos contar con otro ejemplo, de con rmarse la liación áulica de la acrópolis excavada en la colina de Falperra en la ciudad de Braga, de la que han sido señaladas sus similitudes con Recópolis (Real, 2000: 26-27; Olmo Enciso, 2006: 261; Olmo Enciso, 2007a: 191; Olmo Enciso, 2008: 51 y 53). Junto a los elementos ideológicos que con uyen en estas fundaciones, es evidente que estas se inscriben en un impulso urbanístico, que protagonizado por el Estado y la Iglesia, re ejaba la importancia que la ciudad poseía en la articulación del modelo social de la época. Este produjo otra serie de centros urbanos que fundados o rehabilitados y ampliados a lo largo de esta fase, situada entre la segunda mitad del siglo VI y primeras décadas del VII, ofrecen la prueba de la necesidad, por parte del Estado, de contar con una red de ciudades que estructuraran el territorio. Además de las menciones que la documentación escrita nos ofrece sobre otras iniciativas urbanísticas efectuadas durante el reinado de Leovigildo como fueron la fundación en el año 581 de la ciudad de Victoriaco, y la restauración en el 583 las murallas de Itálica, la investigación arqueológica ofrece datos sobre la fundación de nuevos centros que se situarían estos en zonas estratégicas para la implantación del Estado Visigodo. Este fue el caso de la nueva fundación de Elo-El Tolmo de Minateda, inscrita dentro de ese fenómeno de revitalización que también se constata en el S.E., del que asimismo, serían ejemplos la construcción y refuerzo de murallas en Begastri y Cerro de la Almagra, y que se explica en función de la voluntad del Reino de Toledo de controlar de forma efectiva territorios cercanos a los bizantinos (Abad Casal, L., Gutiérrez Lloret, S., Gamo Parras, B., 2000:196). La fundación de esta ciudad, en un periodo comprendido entre los reinados de Recaredo (586-601), Liuva II (601-603) y Witerico (603-610), fue acometida por el Estado visigodo para ser cabeza de un obispado que administrara los territorios bajo control visigodo que hasta ese momento estaban adscritos a la bizantina diócesis de Illici (Gutiérrez Lloret, Abad Casal, Gamo Parras, 2005:363; Abad Casal, Gutiérrez Lloret, Gamo Parras, Cánovas Guillén, 2008: 323-325, 332-333). Este hecho creo que nos ofrece un dato de indudable valor histórico, como es el de la fundación de una ciudad episcopal por iniciativa estatal, acontecimiento que avala su datación con posterioridad al pacto que se produce entre el Estado visigodo y la Iglesia Católica expresado por el III Concilio de Toledo del


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589 (Olmo Enciso, 2001: 382-383; Olmo Enciso, 2007a: 194; Olmo Enciso, 2008: 59-60). Hay que señalar en este sentido, como el reconocimiento por el rey Recaredo del protagonismo social de esta institución, re eja la necesidad de incorporarla a la propia estructura del Estado y supondrá la aceptación del papel de los obispos en el gobierno de las ciudades, así como de sus competencias en materia de recaudación scal, tal y como testimonia la Epistola de Fisci Barcinonensi y sirve para entender el contexto político, así como sus cambios respecto a la época de Leovigildo, en que se desarrollaron las causas que motivaron y con uyeron en la fundación de Elo-Tolmo de Minateda (Olmo Enciso, 2001: 382-383; Olmo Enciso, 2008: 59). En esta misma época se asiste a un proceso de ampliación de una serie de conjuntos episcopales - cuya construcción se había iniciado en la mitad del siglo VI – en Barcelona, Tarragona, Valencia, Mérida, para el que no deja de ser sugerente su vinculación con estos acontecimientos derivados de las consecuencias del III Concilio. Del mismo modo, en esta época el Estado continuará con su política de ampliación y monumentalización urbana, como sucede en Recópolis o en Toledo (Olmo Enciso, 2008: 58-60), o incluso de fundación de ciudades destinadas a estructurar y controlar territorios, como será el caso de la creación de Ologicus con el tributo impuesto a los vascones (Isidoro de Sevilla, Historia Gothorum, 63, 10) realizada durante el reinado de Suintila (621-632). Lo hasta aquí analizado contiene su cientes elementos para defender el carácter generador de esta segunda mitad del siglo VI y principios del VII, en la que se asiste al proceso de formación y consolidación del Estado visigodo de Toledo. Uno de los efectos más signi cativos de este proceso es el fenómeno aquí documentado de fortalecimiento urbano, necesario para el mantenimiento de la organización estatal. Estará de nido por la imposición de una estructura scal favorecedora de un dinamismo urbanístico, derivado de la fundación de ciudades o la revitalización de otras y su función como centros de la estructuración territorial, así como por el papel que juegan en su gobierno y en las transformaciones de su paisaje las jerarquías civil y religiosa. Estos grandes centros urbanos como Toledo, Mérida, Córdoba, Sevilla, Valencia, Tarragona, Barcelona, Recópolis...., son centros económicos y bases del sistema scal, tal y como demuestran el que todos ellos posean ceca, su jerarquización urbanística, la presencia de actividad comercial y productiva o la diversi cación de sus materiales arqueológicos. Por supuesto, ya he apuntado como este proceso de revitalización urbana, afecta a un buen número de ciudades, pero no puede generalizarse a todo el marco peninsular. De hecho, la realidad urbana de la península no sólo está determinada por este tipo de ciudades, las excavaciones en otros centros apuntan a un fenómeno urbano no homogéneo y más bien de nido por la heterogeneidad, es decir, por las características socioeconómicas del territorio en que se emplazan (Olmo

Enciso, 1992; Olmo Enciso, 2001: 380-386; Olmo Enciso, 2008: 60) y todo ello debe ser contextualizado en un marco general que permita entender como todo ello re eja un proceso de cambios y transformaciones sociales que generaron un nuevo paisaje. 3. UN NUEVO PAISAJE: LA FORMACIÓN DEL ESPACIO ALTOMEDIEVAL En la zona central de la península centros como Toledo y Recópolis, expresión espacial del urbanismo estatal, se insertan y forman parte de un nuevo paisaje que ya se encuentra consolidado a mediados del siglo VI. Un paisaje heterogéneo en el ámbito urbano de este periodo en el que, al igual que en otras zonas peninsulares y mediterráneas, conviven junto a estas ciudades dinámicas, hasta por lo menos mediados del siglo VII, otras desestructuradas urbanísticamente. Ciudades, esta últimas, que eran sedes episcopales, como Complutum, Segóbriga, Ercávica y Valeria, pero que ya en el siglo VI se caracterizaban por un hábitat disperso y donde los nuevos espacios de poder eclesiásticos se situaban fuera del perímetro que había de nido al anterior urbanismo bajoimperial (Olmo Enciso, 2006: 254-255 y 260-262). Es precisamente ese carácter de sede episcopal el que sirvió para mantener y cohesionar un hábitat fragmentado fruto del ya citado proceso de desestructuración urbanística iniciado en el siglo V. A este respecto, ya he señalado como este tipo de ciudades son contemporáneas de las que protagonizaron todo un fenómeno de revitalización urbana, fueran estas sedes episcopales o impulsadas por iniciativa estatal, como los casos de Barcelona, Valencia, Córdoba, Mérida, Toledo o Recópolis. Y como el éxito de estas últimas, entre la segunda mitad del VI y la primera mitad del VII, se debe a su carácter de centros económicos y bases del sistema scal, dado que todas ellas poseyeron ceca, al contrario de las citadas Complutum, Segóbriga, Ercávica y Valeria (Olmo Enciso, 2006: 252 y 260262; Olmo Enciso, 2008: 59-60). Y es este aspecto de centros económicos el que ayudaría a entender el dinamismo de algunas de estas ciudades peninsulares, y no su carácter episcopal o estatal. Incidiendo en el centro peninsular, esta línea vendría avalada por la presencia en las dos ciudades que acuñaron moneda, Toledo y Recópolis, de una apreciable cantidad de materiales de importación del ámbito mediterráneo, norteafricano y próximo oriental, hasta hace poco desconocida en el interior peninsular. Presencia que testimonia el carácter de estas ciudades como centros económicos receptores de un comercio de largo alcance y su carácter redistribuidor en un marco regional y comarcal (Olmo Enciso, 1992: 189; Olmo Enciso, 2006: 257-259; Olmo Enciso, 2007a: 190; Bonifay, Bernal Casasola, 2008: 110-112). Es evidente que este impulso y dinamismo urbano de una parte de las ciudades peninsulares durante la segunda mitad del VI y primera mitad del VII, protagonizado tanto por el Estado como por la


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Iglesia, se realiza durante la fase de formación y consolidación del Estado y debe por tanto interpretarse como un ejemplo del éxito inicial de éste. Asimismo, la crisis del Estado visigodo fue el factor fundamental para analizar el proceso de decrecimiento de la actividad urbanística en la segunda mitad del siglo VII, que se produjo en el grupo de ciudades caracterizadas por su dinamismo de la fase anterior. Se produce en esta época una importante disminución de la actividad urbanística, testimoniada por la escasez de testimonios escritos y arqueológicos, a diferencia de lo que sucedía en el VI (Olmo Enciso, 1998; 2006: 261-262; Olmo Enciso, 2007a: 194-196; Olmo Enciso, 2008: 58-60). Un factor que ayuda a entender el debilitamiento del Estado y de su capacidad recaudatoria, se produce a lo largo de la segunda mitad del siglo VII cuando el valor medio de los tremises pasará de poseer un 80% de oro a poco menos de un 30% a comienzos del siglo VIII, así como un descenso del peso con unas magnitudes similares a la bajada del contenido en oro y, por tanto, con un sistema monetario en crisis (Retamero, 2000: 101; Castro Priego, 2008: 139 y 140; Castro Priego, 2010) que afecta notablemente a una estructura tributaria debilitada en favor de un ascendente proceso de feudalización que se produce en la segunda mitad del VII. Estas ciudades representan, por tanto, el éxito inicial de un paisaje urbano posibilitado por el funcionamiento de un sistema de tributación cuyo posterior fracaso irá homogeneizando el paisaje de estos centros con el de las otras ciudades que hacía ya varias décadas presentaban una trama urbana fragmentada y desestructurada. Esto último más acorde con el proceso al que se venía asistiendo en la orilla europea del mediterráneo central así como en otras zonas del continente donde el proceso de desintegración de la estructura urbana bajoimperial había dado lugar a nuevas realidades urbanas desestructuradas espacialmente (Verhulst, 199: 24; Wickham, 2005: 652-654, 665-667; Francovich, 2007: 139 y 150; Henning, 2007: 3). Pero lo que es evidente es que a lo largo del siglo VI este nuevo paisaje urbano, diferente al anterior, ya es el dominante en el ámbito urbano de Hispania (Arce, Chavarría, Ripoll, 2007: 322-323). Un paisaje de nido por una ciudad en la que se ha producido la desintegración y transformación del orden urbanístico anterior, bien constatada por la estrati cación arqueológica de áreas urbanas como sucede en Barcelona, Tarragona, Valencia, Cartagena, Sevilla. Córdoba, Mérida Complutum, etc., y como se intuía en Toledo y ahora se documenta arqueológicamente a través de lo aquí analizado de Vega Baja. Ciudades, y no todas, que analizadas desde la diacronía estratigrá ca, ofrecen para este momento un espacio urbano simpli cado con dotaciones reducidas en el mejor de los casos a murallas, espacios de poder civiles o eclesiásticos, áreas comerciales y artesanas, y una reducción generalizada del mantenimiento y de las infraestructuras, particularmente notable en la práctica desaparición de los sistemas de alcantarillado, y de -

nida, hasta el momento, por la existencia de un sistema de abastecimiento de agua basado, fundamentalmente, en una red de cisternas así como en menor medida en la continuidad de uso del algunos acueductos, o en su construcción ex novo como en el caso del de Recópolis destinado al suministro del conjunto palatino. Incluso atendiendo a la diversidad de situaciones que se presentaban en un primer momento entre ciudades con dinámicas urbanísticas activas y ciudades desestructuradas y fragmentadas, se comprueba que existieron entre ellas una serie de elementos comunes en sus paisajes. Valgan como ejemplo la mayor homogeneización edilicia con técnicas constructivas en las que, exceptuando las presentes en los espacios de poder y murallas, impera las construcciones en tapial con zócalos de mampostería, o en madera, la pavimentación de calles con tierra apisonada a veces mezclada con mortero de cal, el sistema de cisternas, etc. A este respecto hay que recordar como esta homogeneización edilicia se produce también con el ámbito rural, y sus diferentes tipos de asentamientos, con la presencia de técnicas constructivas en tapial o en madera y modelos de viviendas similares a los, que analizado desde un perspectiva diacrónica de ne un periodo de mayor uniformidad edilicia en relación con otros (Olmo Enciso, 1992: 189 y 195; Olmo Enciso, 1995: 217; Olmo Enciso, 2000: 390; 2006: 261-262). Este proceso de cambios que generaron un nuevo paisaje urbano tuvo su correspondencia en el ámbito rural de una forma quizás más determinante, con el n de la villa (Chavarría, A., 2007) como tipo de asentamiento y de la tradición romana de paisaje rural, cambio que, como bien ha sido argumentado, afectó a las relaciones de poder existentes en el ámbito rural (Wickham, 2005: 481) y que, como sugirió Francovich (2007: 142 y 147), produjo un proceso de transición de un sistema de possessores cuyo poder se basaba en la posesión de territorios a otro en el que el poder de los possessores se basaba en la posesión de ncas. Lo que es evidente es que todo lo que hasta aquí estamos analizando marca el inexorable proceso de abandono de la estructura de asentamiento romana (Francovich, 2007: 141 y 150) y la formación de un paisaje constituido mayoritariamente por nuevos poblados y aldeas, así como por algunos centros monásticos, iglesias rurales y otros conjuntos posiblemente ligados a posesiones de la aristocracia, y que, por tanto, debe ser interpretado como el momento de formación del paisaje altomedieval. Para la zona central de la península, y más concretamente para la cuenca hidrográ ca del Tajo –fundamentalmente en torno a Madrid-, en el siglo VI el paisaje rural va a estar de nido por una serie de asentamientos, aldeas y poblados, con construcciones de zócalo de mampostería y paredes de tapial, cabañas de suelo rehundido, pozos y silos, recintos para el ganado, así como espacios artesanos para la producción alfarera y metalúrgica, así como necrópolis asociadas. Estos asentamientos,


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Zona 10.000 general.

se basaban en una explotación agrícola y ganadera del territorio y en lo concerniente a su estructura social tenían un escaso nivel de jerarquización interna, aunque quizás dependiente de un élite probablemente localizada en la ciudad (Vigil Escalera, 2006: 110-112; Vigil Escalera, 2006: 106). Junto a este paisaje vinculado a las formas de organización campesina habría que asociar la presencia de poblados en altura, como en los casos de Cancho del Confesionario, Cerro de la Cabeza en La Cabrera, Carabaña, Raso de Candeleda, que con guran un nuevo espacio bien conocido en la zona occidental de la submeseta Norte (Caballero Zoreda, Megías Pérez,

1977; Yañez, López, Ripoll, Serrano, Consuegra, 1994: 259-287; Rascón, 2000: 219; Balmaseda Muncharaz, 2006: 240). Igualmente, en esta nueva articulación del ámbito rural hay que incluir la presencia de conjuntos monásticos, como serían en esta zona central Melque, San Pedro de la Mata (Caballero Zoreda, Murillo Fragero, 2005: 258-268; Caballero Zoreda, 2007: 94-99), o de residencias aristocráticas, si bien es verdad que de estos últimos poseemos contados ejemplos, y exceptuando el caso de Pla de Nadal (Ribarroja de Turia, Valencia), la investigación se mueve en el campo de las hipótesis, aunque quizás haya que revisar algunos yacimientos asocia-


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Detalle zona 10.000.

dos a la Iglesia, ya que pudieran tratarse de residencias aristocráticas, como en el caso sugerido recientemente del conjunto de Los Hitos en Arisgotas (Orgaz-Toledo) (Moreno Martín, 2008). La contextualización de todos los hallazgos de época visigoda en un marco espacial, en un paisaje, permite comprender la construcción de este y como en él se mani estan diferencias notables respecto al anterior bajoimperial, diferencias que transmiten como ya en la segunda mitad del siglo VI está consolidado un nuevo paisaje, esto es un nuevo espacio socialmente concebido.

A modo de colofón quiero nalizar citando lo expresado por Riccardo Francovich sobre este periodo en uno de sus últimos trabajos, al comentar como los nuevos documentos construidos a partir de una investigación arqueológica más so sticada, nos permiten por un lado volver sobre las fuentes con nuevas herramientas interpretativas y reescribir capítulos de historia que parecían consolidados, y por otro nos abren un nuevo camino para este vasto pero no ilimitado patrimonio de información constituido por la áreas y monumentos arqueológicos de la alta Edad Media (Francovich, 2007: 150).


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113 Ricardo Izquierdo Benito (Universidad de Castilla-La Mancha)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 113 - 120

LA PRESENCIA MUSULMANA EN VEGA BAJA

Entre los años 2005 y 2006, un conjunto de empresas de arqueología realizaron excavaciones en las distintas parcelas en las que estaba previsto edi car en el gran espacio de Vega Baja. Puede decirse que en todos los lugares aparecieron restos arqueológicos pero desgraciadamente no han sido objeto del correspondiente análisis sistemático y de una difusión a través de publicaciones, por lo que desconocemos el auténtico signi cado de los mismos. Una de esas empresas, encabezada por Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo, tuvo a su cargo la intervención en las parcelas que dependían de la Empresa Municipal de la Vivienda, promotora del proyecto inmobiliario. Fue muy extensa la super cie que se excavó –aunque no en toda ella se profundizó de la misma manera- por lo que fueron muy abundantes los restos arquitectónicos que quedaron exhumados. El estudio y la interpretación de los mismos han sido recogidos en una publicación en la que se presenta una hipótesis del proceso histórico que se desarrolló en la ocupación de este territorio, que se habría desarrollado entre la etapa romana y la islámica (emiral) sin solución de continuidad1. Para los autores del trabajo, el suburbium de la Toletum romana habría sido un espacio densamente urbanizado, que reaprovechó la monarquía visigoda para establecer en el mismo un complejo palatino junto al que se levantaría la basílica pretoriense de los Santos Pedro y Pablo, cuyos supuestos restos habrían sido localizados hace unos años por ellos mismos. El entramado urbano tardorromano sería adaptado por la población que sobre él se estableció en época visigoda y con el paso del tiempo, a la par que crecía en extensión, sería modi cado con la construcción de nuevos edi cios al mismo tiempo que también se modi caba la trama urbana adaptándola a la orientación de los edi cios del complejo palatino que se habría levantado a comienzos del siglo VII. Las excavaciones han demostrado que esta zona estuvo ocupada por los musulmanes, aunque no llegaron a generar un modelo urbanístico distinto al que se encontraron. Posiblemente no tuvieron mucho tiempo para ello,

1. ROJAS RODRÍGUEZ-MALO, J. M.- GÓMEZ LAGUNA, A, J., 2009: “Intervención arqueológica en la Vega Baja de Toledo. Características del centro político y religioso del reino visigodo”, en: Anejos de AEspA LI, pp. 45-89

pues su presencia parece que no iría más allá del siglo IX. Según estos investigadores, “en el conjunto de las zonas excavadas se percibe una clara continuidad en el hábitat del siglo VII, en el que se llevan a cabo notables reformas de los edi cios (clausura de puertas originales con apertura de otras nuevas, erección de muros y tabiques que dividen y subdividen estancias, etc.). En de nitiva, se reutilizaron una parte de los edi cios ya existentes, a la vez que se comenzó un proceso de expolio de los materiales constructivos de otras edi caciones de las fases anteriores, que ya habían sido abandonadas”2. Sin embargo, a pesar de lo interesante de estas conclusiones, consideramos que, dada la envergadura del yacimiento, no se pueden considerar como de nitivas, en especial en lo referente a la presencia islámica en el lugar, tema que es el que ahora nos interesa. Podrán servir como hipótesis de partida de cara a los trabajos que desde el año 2007 se están realizando, una vez que se paralizó el proyecto inmobiliario y se decidió continuar las excavaciones de una manera sistemática bajo la gestión de la Empresa Toletum Visigodo que se constituyó al respecto3. Podemos anticipar que, en las zonas en las que se está interviniendo, hasta el momento la presencia musulmana queda circunscrita a algunos hallazgos descontextualizados, la mayoría de los cuales han aparecido en unos hoyos que muy posiblemente se excavaron para servir de basureros. En los edi cios que se están exhumando no se pueden señalar modi caciones que fuesen el re ejo de la adaptación de los mismos a los nuevos ocupantes musulmanes. En general, podemos considerar que estos trabajos, y los anteriores realizados por otras empresas, no han avanzado lo su ciente como para poder precisar el auténtico impacto material que la presencia musulmana tuvo sobre el espacio de Vega Baja. Hasta el presente no podemos, por consiguiente, señalar en qué consistió, sobre el terreno, el alcance de ese asentamiento y como pudo afectar al conjunto urbanizado. ¿Se modi có en todo

2. Ídem, p. 85. 3. Como avance de estos trabajos puede verse OLMO ENCISO, L., 2009: “Las Vega Baja en época visigoda: una investigación arqueológica en construcción”, en: La Vega Baja de Toledo, Toledo, pp. 69-88.


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o en parte el trazado urbano? ¿Cómo se adecuaron los edi cios existentes a las necesidades de una nueva sociedad? ¿Se ocupó todo el complejo urbanizado o solamente una parte del mismo? ¿Hasta cuando duró la presencia islámica en el lugar? Todas estas interrogantes, y otras más, podrán ser precisadas cuando los trabajos arqueológicos avancen y contemos ya con elementos su cientemente signi cativos al respecto. Las fuentes escritas islámicas apenas ofrecen información alguna de interés urbanístico sobre la ciudad y su entorno, que nos pudiese servir como elemento de referencia. Por ello, y ante la di cultad para intentar buscar una respuesta dedigna a lo que pudo haber pasado -especialmente en el espacio suburbano-, tanto en los primeros momentos de la presencia musulmana como en los años posteriores, en esta intervención nos limitaremos a plantear una serie de hipótesis basadas en la lógica que pudieron haber tenido en la zona de Vega Baja los acontecimientos históricos conocidos y que luego, llegado el caso, la arqueología nos podrá con rmar o desmentir. No nos detendremos en el análisis de los materiales islámicos hasta ahora encontrados en las actuales excavaciones, pues ello será objeto de una comunicación especí ca en este congreso, a la cual remitimos como referencia evidente de la con rmación de una presencia musulmana en el espacio que se está excavando, y ya atestiguada con anterioridad en otros puntos por las excavaciones previamente realizadas. Nos encontramos ante un signi cativo ejemplo de cómo, ante la falta de un apoyo documental su ciente y able, la reconstrucción histórica de un determinado lugar se puede intentar realizar a partir de la interpretación de unos restos materiales recuperados en unos trabajos arqueológicos. Siempre lo deseable es poder contar con ambas fuentes, las materiales y las escritas, pero, desgraciadamente en este caso, no es así. Procurando no caer en especulaciones arriesgadas difíciles de demostrar y manteniendo siempre la prudencia que cualquier interpretación ha de conllevar, vamos a señalar a continuación algunas deducciones que pueden entrar dentro de una cierta lógica a tenor de los acontecimientos conocidos. Surgirán muchas interrogantes que no siempre tendrán respuestas rotundas ni tal vez, convincentes. Pero de momento es a lo más que podemos llegar. Ya hemos visto cómo son muchas las preguntas que nos podemos plantear acerca de lo que pudo haber supuesto el asentamiento de los musulmanes en esta zona. Sin embargo, consideramos que se pueden reducir a cinco, cuyas respuestas, que tendrían que venir por una vía arqueológica apoyada en los acontecimientos históricos, nos permitirían tener una visión ajustada a lo que verdaderamente aquí ocurrió entonces4: 4. Algunos de estos planteamientos ya han sido abordados con anterioridad por nosotros. IZQUIERDO BENITO, R., 2009: “¿De complejo palatino a arrabal islámico?, en: La Vega Baja de Toledo, Toledo, pp. 95-109.

- ¿En qué momento se produjo la ocupación permanente de Vega Baja por parte de los musulmanes? - ¿Cómo y cuando se llevó a cabo esa ocupación teniendo en cuenta el origen de los pobladores? - ¿Se ocupó todo el espacio o quedaron zonas abandonadas? - ¿Se modi có el trazado urbano que se había constituido en época visigoda? - ¿Cuánto duró la permanencia de un hábitat estable en el lugar? Es lógico pensar que, cuando Tariq derrotó al rey Rodrigo en la llamada batalla de Gaudalete, su principal objetivo sería dirigirse a Toledo, para controlar cuanto antes el centro de poder que era, al ser esta ciudad la capital de la monarquía visigoda y máxime si venía en apoyo de un bando en un con icto dinástico. Se encontraría con una ciudad en la que, todo parece indicar, se podrían señalar dos ámbitos diferentes: la ciudad propiamente dicha, Toletum/Toleto, encaramada en un cerro, protegida por una muralla, y el complejo urbano que se había desarrollado en la parte baja, próximo al Tajo, (el suburbium, hoy conocido como Vega Baja), en torno al complejo palatino que, desde hacía ya casi dos siglos, la monarquía visigoda había levantado en aquella zona. En cierta medida, podríamos hablar de una ciudad “alta” y de una ciudad “baja”. Cómo se encontraron los musulmanes estos grandes espacios y cómo se produjo la ocupación de los mismos, son aspectos que desconocemos, aunque los resultados arqueológicos parecen señalarnos que en aquellos momentos la zona de Vega Baja posiblemente se encontraba ya en un proceso de despoblación. Nosotros nos centraremos en señalar algunas consideraciones sobre lo que pudo haber ocurrido en la parte baja que es la que está siendo objeto de un programa de excavaciones sistemáticas. Tariq llegó a Toledo en el mes de noviembre del año 711, y según las crónicas islámicas la ciudad estaba vacía. A qué ciudad se re eren ¿a la de arriba? ¿a la del suburbio? ¿o a todo el conjunto? Esto es algo a lo que no podemos responder pues no contamos con ningún elemento dedigno, aunque cabría pensar, dentro de una lógica, que los textos se re eren a la ciudad propiamente dicha, es decir, a la de arriba. Es muy posible que una gran parte de la población hubiese huido ante la llegada del ejército musulmán. No está constatado que se hubiese producido una resistencia. Quien hubiese podido encabezarla, como de hecho luego ocurriría en otras ciudades, sería el obispo, Sinderedo, pero según parece éste también había abandonado la ciudad y se había marchado a Roma de donde ya no regresaría, lo que supuso que, hasta su muerte, la sede toledana quedase sin representante efectivo. Cabe pensar que el complejo episcopal que se había constituido desde hacía ya tiempo


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bajo la advocación de Santa María quedase momentáneamente abandonado5. Carente la ciudad de una autoridad, tanto política como religiosa, no es sorprendente que su población hubiese huido o, al menos, no hubiese puesto ningún tipo de resistencia a los recién llegados. No se tiene constancia de ningún pacto establecido con los dominadores, como ocurriría en otros lugares, pues en realidad no había con quien pactar. En cualquier caso, es muy posible que los que abandonaron la ciudad volviesen pronto a la misma, acogidos a la política de interesada tolerancia de los musulmanes, a los que no les convenía encontrar ninguna resistencia. Es lógico pensar que se produciría un momento de confusión y hasta de pánico por parte de los habitantes de Toledo, ante la presencia de unos desconocidos cuyo afán principal parecía ser la consecución de botín. No sería sorprendente, por tanto, que mucha gente saliese huyendo, llevando consigo o escondiendo, aquello que de valor pudiesen tener. En aquella situación se debieron de producir muchas ocultaciones de objetos valiosos con la intención de dejarlos a resguardo temporalmente y de volverlos a recuperar cuando la situación se hubiese calmado. Pero, no siempre esos objetos volvieron a manos de sus antiguos propietarios y continuaron ocultos hasta que el azar quiso, en algunos casos, que al cabo del tiempo se volviesen a recuperar. El caso más signi cativo de ocultación es el conocido como “tesoro de Guarrazar”, un conjunto de coronas votivas vinculadas a varios reyes visigodos, del cual se sabe su lugar de aparición pero no su lugar de procedencia6. Otro ejemplo de ocultación lo han proporcionado las propias excavaciones realizadas en Vega Baja. Se trata de un “tesorillo” compuesto por un conjunto de 30 monedas de oro acuñadas por varios reyes visigodos, que aparecieron en el interior de una vivienda. Muy posiblemente, el que viviese en la misma las ocultó, en el momento de producirse la llegada de los primeros musulmanes, ante el lógico temor de que se las requisasen. Sin embargo, no las volvió a recuperar y allí permanecieron hasta que las excavaciones actuales las han vuelto a sacar a la luz. Esa cantidad de monedas, que suponían una verdadera fortuna para la época, nos ponen en relación con un individuo de una cierta posición económica (mercader) o política (noble).

5. Para datos relacionados con la basílica de Santa María, ver PUERTAS TRICAS, R., 1975: Iglesias hispánicas (siglos IV-VIII). Testimonios literarios, Madrid, pp. 29-30; BALMASEDA MUNCHARAZ, L. J., 2007: “En busca de las iglesias toledanas de época visigoda”, en: Hispania Gothorum. San Ildefonso y el reino visigodo de Toledo, Toledo, pp. 200-201 y BARROSO CABRERA, R.-MORÍN DE PABLOS, J., 2007: “La civitas toletana en el contexto de la Hispania de la séptima centuria”, en: Regia Sedes Toletana. La topografía de la ciudad de Toledo en la Antigüedad Tardía y Alta Edad Media, Toledo, pp. 104-108. 6. PEREA, A. (ED.), 2001: El tesoro visigodo de Guarrazar, Madrid.

Todo este ambiente habría que ponerlo en relación con otro de los objetivos que tendría Tariq en su empeño por llegar cuanto antes a Toledo, como sería el de hacerse con el tesoro que en el palacio de los reyes visigodos se custodiaba. Los musulmanes, en aquellos primeros momentos de la conquista, necesitaban conseguir botín, entre otras causas para recompensar a las tropas que estaban participando en todo el proceso militar. Tariq no habría tenido ninguna resistencia para entrar en el palacio, pues se encontraría abandonado ante la ausencia de la nobleza palatina que habría huido llevándose el tesoro, aunque al parecer lo recuperó al cabo de varios días, en tierras alejadas de Toledo. Entre las piezas recuperadas se encontraría la llamada mesa de Salomón que tanta literatura ha generado, especialmente en las fuentes islámicas, llegando a convertirla en un elemento casi legendario y fantasioso7. Aparte de por su valor material, la apropiación del tesoro tendría una carga simbólica de victoria militar para el poder omeya y en aquel caso como imposición fehaciente sobre el poder visigodo que se encontraba en pleno proceso de desaparición. En los meses siguientes a su llegada, los musulmanes se dedicarían a controlar el territorio circundante a Toledo y se producirían los primeros asentamientos de reducidos contingentes de soldados en los lugares que se considerasen más estratégicos. Es muy posible que estos individuos fuesen bereberes islamizados pertenecientes a diversas tribus que con el tiempo terminarían por establecerse en la región. Cabe pensar que el lugar de residencia de Tariq durante su estancia en Toledo sería el palacio real, en el que se establecería, junto con una tropa, pues en de nitiva era el representante del nuevo poder que sustituía al anterior. Desconocemos cuanta población podía seguir residiendo en aquel momento en el complejo urbano de Vega Baja. Es de suponer que la ciudad de arriba también sería controlada para evitar una posible resistencia al amparo de la muralla por parte de la población toledana que tal vez no hubiese huido o que hubiese regresado. Así transcurriría el invierno del año 711, sin que tengamos noticia alguna. En el verano del año 712, el árabe Muza, gobernador de Ifriqya, desembarcó en la Península con otro ejército, esta vez compuesto fundamentalmente por soldados de origen árabe. Al parecer se encontraba muy molesto pues no le habían llegado noticias de lo que Tariq estaba haciendo. Tras la conquista de otras ciudades en el sur, al año siguiente se dirigió a Toledo. Tariq salió a recibirle cerca de Talavera, produciéndose un encuentro que todos los textos musulmanes describen como muy tenso.

7. HERNÁNDEZ JUBERÍAS, J., 1996: La Península imaginaria. Mitos y leyendas sobre alAndalus, Madrid, pp. 208-248.


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Una vez en Toledo, Muza le exigió que le entregase todo el botín que había conseguido y que era lo que, una vez efectuado el reparto entre las tropas, correspondía al califa. Cabe pensar que se alojarían en el complejo palatino, aunque entonces el que actuaría como verdadero gobernador sería Muza. Si ellos se alojaron en el palacio, ¿dónde lo hicieron las tropas que les acompañaban? Desconocemos cuantos soldados podían encontrarse en aquellos momentos en Toledo, aunque cabe pensar que su número sería importante pues eran dos ejércitos los que se habían juntado. Una parte lo haría en el mismo palacio, actuando como guardia personal de los dos personajes. El resto cabe pensar que se hubiese dispersado por los edi cios que se encontrasen vacíos, tanto en la parte de arriba como en el complejo urbano del entorno del palacio. Pero también es muy posible que se hubiese montado un gran campamento, de tiendas de campaña, en el que alojar y tener concentradas a todas las tropas. ¿Estuvo este campamento en algún punto de Vega Baja? ¿Ha dejado alguna huella? Cabe pensar que así fuese. Muza y Tariq pasaron aquel invierno en Toledo preparando la campaña militar que al año siguiente realizaron por tierras del Ebro. En el tiempo que aquí estuvieron es innegable que tuvieron que contar, al menos, con una mezquita. Dentro de una lógica, bien pudiera pensarse que la primera mezquita toledana hubiese sido la basílica visigoda de los Santos Pedro y Pablo. Esta basílica, por su condición de “pretoriense” como aparece citada en varios textos, debía de encontrarse aneja al palacio real por lo que habría sido el lugar de culto “o cial” de la monarquía visigoda8. Si el edi cio se ubicaba contiguo o próximo al palacio, en el que se encontraba ahora alojado el nuevo poder dominante, ¿por qué no pensar que éste adaptó el edi cio para la práctica de su propio culto? Es lo que ocurrió en otros casos, en los que antiguas iglesias visigodas se convirtieron en mezquitas, con el añadido de un mihrab en el muro que se adecuaba a la orientación precisa. Muza ya había fundado anteriormente una mezquita en Algeciras, por lo que no sería sorprendente que aquí fundase otra, en el complejo palatino, por su valor simbólico al haber sido el antiguo centro de poder de la monarquía visigoda y como una manera efectiva de “islamizar” el lugar. Esto será algo que, llegado el caso, la arqueología podrá demostrar, si se localizase con precisión la basílica de los Santos Pedro y Pablo, y se comprobase que tiene añadido un mihrab. Entonces no habría duda que el edi cio fue convertido en una mezquita, aunque siempre nos quedará la duda de si fue verdaderamente la primera de Toledo.

Poco tiempo después del desembarco de Muza en la Península los musulmanes comenzaron a acuñar moneda propia. En su condición de gobernador, aquél tenía capacidad legal para hacerlo, por lo que con él traería una ceca ambulante que, con el metal precioso obtenido del botín, acuñaría monedas con distinta nalidad. Uno de sus objetivos, muy posiblemente, sería el de marcar las diferencias desde el primer momento con respecto al poder visigodo. Se trataba de piezas de oro, de mayor peso y menor tamaño que las visigodas, imitación de los sólidos bizantinos, y que al principio pudieron haber sido numerosas cuando se pudo disponer de metal abundante. Era también una manera de poner en marcha un incipiente sistema administrativo como demostración fehaciente de las intenciones de los nuevos ocupantes. En cualquier caso la dispersión de las nuevas monedas actuaría como un vehículo transmisor de la nueva realidad9. Muza necesitaba también las monedas para recompensar a las tropas que le acompañaban en esos primeros momentos de la conquista, cuando todavía no se realizaban repartos de tierras o de otros bienes. Por ello, no sería sorprendente que, durante su permanencia en Toledo aquí hubiese estado funcionando una ceca. En el complejo palatino se conservaría la ceca en la que algunos reyes visigodos habían acuñado moneda, por lo que es muy posible que Muza reaprovecharía su infraestructura para seguir con sus acuñaciones. De los ejemplares que se conocen de las primeras emisiones monetarias realizadas en al-Andalus, muy posiblemente varios de ellos tengan un origen en la ceca toledana. Una vez realizadas las compañas de conquista por el norte peninsular, en el año 714, Muza y Tariq –reclamados por el califa– se dirigieron a Damasco a rendir cuentas de lo que habían sido las operaciones militares en Hispania. Previamente se habrían reunido los dos en Toledo, donde Muza recogería la ceca y el botín. Sin embargo, una vez en Damasco, Muza cayó en desgracia, al ser acusado de haberse quedado con parte del botín10. A partir de entonces se deja de tener noticias de los que habían sido los conquistadores de Hispania y que habían pasado un tiempo en Toledo, dando los primeros pasos en lo que habría de ser el proceso de islamización de esta ciudad. Tras la marcha de Muza y Tariq quedaría nombrado un gobernador de Toledo y de su territorio, que sería un personaje de absoluta con anza, del cual no tenemos ninguna referencia. Con toda probabilidad sería un árabe pues los cargos de mayor responsabilidad eran desempeñados por gentes de este origen y no tanto por bereberes. Desconocemos si su residencia siguió

8. Para datos relacionados con la basílica de los Santos Pedro y Pablo, ver PUERTAS TRICAS, R., op. cit., pp. 31-32; BALMASEDA MUNCHARAZ, L. J., op. cit., pp.204-206 y BARROSO CABRERA, R.-MORÍN DE PABLOS, J., op. cit., pp.108-113.

9. MANZANO MORENO, E., 2006: Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de al-Andalus, Barcelona, pp. 55-59. 10. CHALMETA, P., 1994: Invasión e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus, Madrid, pp. 199-209.


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siendo el antiguo palacio visigodo aunque es muy posible que se estableciese en la parte alta de la ciudad, desde donde podía ejercer un mejor control sobre toda la población. Ello era lógico por tratarse de un lugar más idóneo desde el cual dominar y defenderse, pues una zona llana como Vega Baja quedaba más expuesta a posibles ataques por lo que era necesario contar con un lugar más protegido. Ello pudo suponer que el palacio se abandonase, siendo dedicado a otros usos que desconocemos. A partir de entonces, el entramado urbano que en su origen había surgido a su alrededor, cambiaba de sentido. Dejaba de ser un complejo orientado al abastecimiento de los residentes en el palacio y, falto de esa función, se empezaba a convertir en lo que podríamos considerar como un arrabal de la nueva Tulaytula, del que desconocemos la dedicación laboral de sus habitantes. Los musulmanes que permanecieron y no se fueron con Muza y Tariq se asentarían en aquellas casas que se encontrasen vacías, tanto en la parte alta de la ciudad, como en el complejo urbano de Vega Baja. En los años posteriores, consolidada la ocupación, llegarían nuevos contingentes que irían adecuando esos edi cios a sus nuevas necesidades, como han demostrado las excavaciones arqueológicas que se han realizado en esta zona, que permiten constatar, al menos hasta el momento, que no hubo una destrucción sistemática de los mismos11. No se trataría tanto de nuevas tropas sino de grupos familiares de los que se habrían asentado desde el primer momento. De esta manera la presencia de musulmanes se haría cada vez más numerosa, pues a ellos se añadirían los hispanovisigodos que se irían convirtiendo (los muladíes). Se ha señalado que en Toledo no hubo asentamientos árabes de importancia, mientras que en sus alrededores sí que fueron numerosos los grupos bereberes12. No obstante, todavía entonces la población toledana sería mayoritariamente cristiana, aunque en un gradual proceso de creciente disminución. Es curioso comprobar cómo, en el caso de Toledo, no se produjo el mismo fenómeno que ya había ocurrido anteriormente en otros territorios ocupados durante el proceso de expansión del Islam. Así, en Irán (Ctesifonte), en Egipto (Alejandría) y en el Norte de África (Cartago), sus centros de poder fueron abandonados –con una posible intención de degradarlos– y en sus inmediaciones se fundaron nuevas ciudades que en un primer momento actuaron como asentamientos militares13. No parece que ocurrió lo mismo con Toledo, pues la ciudad no fue abandonada, aunque tal vez pudo haber sufrido un cierto proceso intencionado de destrucción de edi cios signi cativos como expresión simbólica de ruptura con el pasado visigodo y

11. ROJAS RODRÍGUEZ-MALO, J. M. - GÓMEZ LAGUNA, A. J.: op. cit., p. 62. 12. MANZANO MORENO, E., 1991: La frontera de al-andalus en época de los omeyas, Madrid, p. 179. 13. COLLINS, R., 1991: La conquista árabe, 710-797, Barcelona, p. 45.

manifestación evidente de la imposición del nuevo poder. ¿Se re ejó todo esto en el complejo de Vega Baja donde la monarquía visigoda había tenido su sede efectiva en el palacio real? Como puede deducirse por las líneas precedentes, todo lo que podemos decir sobre lo que pudo haber supuesto el impacto del temprano asentamiento de los musulmanes en Toledo y, muy especialmente, en el espacio extramuros que constituiría el antiguo complejo urbano surgido al amparo del palacio real visigodo, se basa en hipótesis, las cuales, llegado el caso, la arqueología nos las podrá con rmar. Si desconocemos cómo se produjo la adaptación de la nueva sociedad musulmana sobre aquel espacio, tampoco sabemos durante cuanto tiempo éste estuvo habitado y cuales pudieron haber sido las causas de su de nitivo abandono. Los acontecimientos históricos internos por los que atravesó al-Andalus y las repercusiones que tuvieron en Toledo –referenciadas en diversas fuentes escritas– nos pueden seguir sirviendo de base para proseguir estableciendo hipótesis sobre lo que pudo haber continuado ocurriendo en lo que ya se estaba convirtiendo en un arrabal de la ciudad alta. El primer acontecimiento signi cativo fue la revuelta bereber que se desencadenó el año 742 en al-Andalus, y durante la cual Toledo fue asediada durante un mes, al cabo del cual los sitiadores fueron derrotados junto al arroyo Guazalete. Cabría pensar que este asedio se llevaría contra la ciudad propiamente dicha, la cual pudo haber resistido al amparo de su muralla. Pero esto nos lleva a plantearnos si la zona de Vega Baja fue también atacada. Es posible que sus habitantes hubiesen subido a refugiarse a la parte de arriba y que el lugar quedase despoblado. Pero en tal caso se presentaba como un espacio muy propicio para ser saqueado y, llegado el caso, incluso arrasado. Sin embargo no parece que así fuese –al menos en las zonas excavadas–, lo que nos lleva a considerar que, muy posiblemente, se debió a que este arrabal estaba, desde el primero momento, habitado por familias de origen bereber, por lo cual, de alguna manera también participaban de la revuelta y por eso no sufriría ninguna destrucción, al menos signi cativa. Tras el desembarco en al-Andalus del omeya Abd al-Rahmán b. Muawiya (futuro Abd al-Rahmán I) en el año 755 y su posterior proclamación como emir al año siguiente, el depuesto gobernador Yusuf al-Fihri, huido de Córdoba se refugió en Toledo donde contaba con el apoyo de su primo Hisam ibn Urwa. A pesar de algunos intentos del propio Abd al-Rahmán por tomar la ciudad, ésta no se rindió hasta el año 764. Todavía en el 785 los hijos de Yusuf al-Fihri protagonizaron una nueva revuelta en Toledo que fue pronto sofocada14. Desconocemos si estos acontecimientos pudieron haber tenido

14. Idem, pp. 119-120.


118 R. IZQUIERDO: LA PRESENCIA MUSULMANA EN VEGA BAJA

algún impacto en el espacio de Vega Baja y si fue escenario de alguna destrucción. El centro político del nuevo estado se estableció en Córdoba al decidirse el primer emir por esta ciudad y no por la antigua capital de la monarquía visigoda. Se ha constatado cómo la instauración del Emirato omeya modi có la estructura urbanística de muchas ciudades, que crecieron, lo que conllevó la aparición de arrabales exteriores, como ocurrió en Córdoba. Aquí en Toledo también se producirían transformaciones en la ciudad propiamente dicha, aunque posiblemente no fue necesario fundar ningún arrabal puesto que se podría considerar que éste ya existía en lo que había sido el antiguo complejo urbano de Vega Baja. Llegó incluso a contar con un pequeño cementerio como lo demuestra el conjunto de tumbas islámicas que han sido localizadas y cuyos análisis antropológicos nos permitirían constatar el origen de los individuos que en ellas están enterrados. Si se trata de bereberes o de hispanovisigodos convertidos al Islam. Desde su sede cordobesa los emires intentaron poner en práctica los mecanismos necesarios para ejercer un control sobre todo el territorio y su población, para lo que tuvieron que contar con colaboradores eles, que actuasen en nombre del nuevo poder. Sin embargo no siempre lo consiguieron, como ocurrió en Toledo, que se convirtió en el caso más paradigmático de ciudad rebelde frente al poder omeya durante la etapa del Emirato, siendo escenario de múltiples revueltas –a las que no nos vamos a referir de una manera pormenorizada– al negarse sus habitantes a reconocer el nuevo poder establecido15. Durante aquella etapa Toledo se convirtió en el centro militar más importante de la Frontera o Marca Media, frente al cada vez más consolidado reino astur. Sus obispos continuaron manteniendo la primacía eclesiástica entre la comunidad mozárabe de al-Andalus, pero en la ciudad ya no se volvieron a celebrar concilios. Los gobernadores enviados desde Córdoba tuvieron serias di cultades para ejercer su cargo, por las constantes sublevaciones que se producían, lo que supuso que durante casi toda aquella etapa, la ciudad se mantuvo en una situación de semi-independencia, llegando a recabar, en ocasiones, la ayuda militar de los cristianos del norte peninsular. También algunos musulmanes tomaron a Toledo como centro de sus revueltas y discordias civiles, aprovechando su alejamiento de la capital cordobesa y las características defensivas de la propia ciudad. El hecho fue que, entre unos y otros, Toledo se convirtió en la principal ciudad rebelde de al-Andalus durante aquella época. Los levantiscos habitantes de la ciudad contaban con una fuerte cohesión interna que les permitió disponer de tropas y desa ar a la autori-

dad cordobesa manteniéndose dentro de una cierta autonomía, lo cual no dejaba de ser sorprendente16. También se explicaría porque posiblemente Toledo consiguió controlar su territorio circundante, garantizando de esta manera su abastecimiento. Por ello, era frecuente que, en los momentos de sublevación, las campañas de castigo lanzadas desde Córdoba estuviesen orientadas al saqueo de las tierras de los alrededores. Al margen de las causas que estuvieron en el origen de esta actitud levantisca de los toledanos, nos podemos preguntar qué pudo haber pasado con el arrabal de Vega Baja en el contexto de aquellos acontecimientos. Es indudable que, por su posición extramuros, aquellas frecuentes situaciones con ictivas y su desenvolvimiento tuvieron que tener un evidente impacto en toda esa zona, pues no podía permanecer al margen y alguna determinación tenían que tomar sus habitantes en los momentos álgidos. Con motivo de algunas de las revueltas desde Córdoba se enviaban ejércitos con la intención de conseguir la rendición de la ciudad, lo que suponía que, durante un cierto tiempo, ésta era asediada. Entre los años 742 y 930 están documentados al menos 11 asedios, lo cual implicaba que el ejército atacante tenía que levantar un campamento. Según la topografía del entorno de Toledo lo lógico era hacerlo o en la hoy denominada Huerta del Rey –que desconocemos cómo se encontraba en aquellos momentos– o en la zona de Vega Baja más próxima a la ciudad. En cualquier caso, el arrabal quedaría aislado y podía ser objeto de un asalto. No podemos precisar la actitud de sus habitantes en los momentos con ictivos, si lo abandonaban y se refugiaban en la ciudad, o si por el contrario permanecían en él, sin participar en las sublevaciones, lo que no parece probable pues entonces podían ser hostigados por los propios rebeldes de la ciudad. Más bien cabría pensar que, en los momentos álgidos se refugiasen en la ciudad alta para regresar a sus viviendas cuando la situación se hubiese calmado. Pero ¿todo el arrabal permaneció incólume durante los con ictos? ¿No es lógico pensar que algún tipo de destrucción tendría que haber experimentado? Por su ubicación, esta zona de Vega Baja podía verse también afectada por las inundaciones del cercano río Tajo. Está documentado un desbordamiento que tuvo lugar en el año 850, a causa de intensas lluvias, aunque no sepamos las consecuencias destructivas que pudo haber tenido en el arrabal de Vega Baja y si ello pudo haber contribuido a su despoblamiento, pero es indudable que alguna incidencia negativa tuvo que haber tenido17. Aunque no contemos todavía con elementos muy precisos, sin embargo, a la luz de la información histórica que conocemos y de algunos resultados arqueológicos hasta ahora obtenidos, nos atrevemos a aventurar –como

15. PORRES MARTÍN-CLETO, J., 1985: Historia de Tulaytula (711-1085), Toledo.

16. MANZANO MORENO, E.: Conquistadores…, p. 327. 17. PORRES MARTÍN-CLETO, J.: op. cit., p. 30.


119 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

ya señalaron Juan Manuel Rojas y Antonio Gómez– que muy posiblemente esta zona ya estuviese despoblada a mediados del siglo IX. En primer lugar las referencias escritas nos aportan una información relacionada con las revueltas a las que nos acabamos de referir, que nos inducen a pensar que la vida en Vega Baja, en aquellas condiciones, se haría muy difícil, por lo que la población, de existir, sería muy exigua. Los asedios, como hemos señalado, fueron muy frecuentes. Los con ictos se intensi caron durante los gobiernos de Abad al-Rahmán II y de su sucesor Muhammad I. Éste, en el año 858 mandó derribar el puente de Alcántara que era uno de los principales accesos a la ciudad. Además, durante su gobierno, se fundaron enclaves como Qalat Rahba (Calatrava) y Madrid, y se levantaron las murallas de Talavera, constituyéndose de esta manera lo que Eduardo Manzano ha denominado como una “frontera interior” cuyo principal objetivo sería rodear a Toledo en un intento de aislar a su población rebelde18. En aquellas condiciones, ¿era factible que una población numerosa pudiese vivir fuera de los muros de la ciudad? No parece que así fuese, lo que nos lleva a considerar que entonces el arrabal de Vega Baja tendría que estar despoblado. Es posible que, en épocas de tranquilidad –que también las hubo- volviese a recuperar parte de su población, aunque ésta sería cada vez más exigua y residual pues se trataba de un espacio inseguro expuesto a cualquier nuevo ataque. En segundo lugar, otro argumento en esta dirección nos lo proporcionan los hallazgos numismáticas y cerámicos que se han realizado en las excavaciones. En Vega Baja, aparte de monedas de época romana y visigoda, han aparecido varios ejemplares de monedas musulmanas19. Se trata en su mayoría de feluses de cobre aunque también se ha recuperado algún dirham de plata. Algunas de ellas corresponden a los primeros momentos de la conquista y no descartamos que alguno de los ejemplares pudiese haber sido acuñado en la misma Toledo. En cualquier caso, aunque no en todos ellos se señala su fecha y lugar de acuñación, todo parece indicar que no van más allá de mediados del siglo IX. Y en cuanto a los hallazgos cerámicos, los correspondientes a la etapa islámica la inmensa mayoría de los mismos corresponden a época emiral20. 18. MANZANO MORENO, E.: La frontera…, p. 274. 19. GARCÍA LARGO, R. L. y OTROS, 2007: “Aportación de la numismática al conocimiento de las fases de ocupación de la Vega Baja de Toledo”, en: Arse (Boletín del Centro Arqueológico Saguntino), 41, pp. 115-138 y JUAN ARES, J. DE y otros, 2009, “La cultura material de la Vega Baja”, en: La Vega Baja de Toledo, Toledo, pp.127-130. 20. GOMEZ LAGUNA, A. J. - ROJAS RODRIGUEZ-MALO, J. M., 2009: “El yacimiento de la Vega Baja de Toledo. Avance sobre las cerámicas de la fase emiral”, en: Actas del VIII Congreso Internacional de cerámica medieval en el Mediterráneo, tomo 2, pp. 785-803 y JUAN ARES, J. de y OTROS, 2009: “La cultura material de la Vega Baja”, en: La Vega Baja de Toledo, Toledo, pp. 123-125.

Como puede deducirse, y a falta de futuros nuevos hallazgos que nos lo rea rmen o desmientan, todo parece indicar que hasta entonces es cuando se pudo haber mantenido un poblamiento más o menos estable en Vega Baja que quedaría de nitivamente abandonada cuando los con ictos se intensi caron. Además, las inundaciones que tuvieron lugar en el año 850 –a las que hemos hecho referencia–, sí que pudieron haber tenido una repercusión en una zona inundable como Vega Baja, causando destrozos en los edi cios y, en de nitiva, actuando como un factor más en el proceso de abandono de esta zona por sus habitantes. Todo lo cual nos lleva, por tanto, a considerar que, a mediados del siglo IX, concurrieron toda una serie de factores que tuvieron que incidir en el despoblamiento de este arrabal. Años después, en el 930 el entonces califa Abd al-Rahmán III se planteó someter de nitivamente a la levantisca Tulaytula, para lo cual llegó con un ejército y asedió la ciudad. Ésta, al cabo de dos años se rindió y el califa pudo entrar en la misma. Con el objetivo de controlar a sus habitantes, mandó edi car el al-hizam (el ceñidor) que vendría a ser como la alcazaba de Toledo, localizada en la parte oriental de la ciudad, dominando el puente de Alcántara. Para ello se levantó un sólido muro de sillares –que todavía en parte se conserva oculto–, en cuyo interior se reaprovechó material visigodo21. La construcción tenía que ser rápida y lo mejor era emplear un material ya preparado y en condiciones de ser utilizado de inmediato, por ello todo el material de construcción empleado en esta muralla era de expolio o acarreo. Ahora bien, ¿de qué edi cio –o edi cios– procedía todo este material? Es posible que fuese de un edi cio cercano y muy posiblemente de carácter religioso como parece deducirse por las características decorativas de algunas de las piezas reaprovechadas. Si era una iglesia, ésta tendría que haber tenido una cierta entidad arquitectónica habiendo quedado entonces completamente desmantelada si es que ya no estaba abandonada de antes, lo que nos re ejaría un evidente retroceso de la población mozárabe de la ciudad. Ahora bien, por qué no pensar que ese material constructivo podía proceder de la zona de Vega Baja en la que debía de haber varios edi cios de entidad arquitectónica abandonados desde hacía ya tiempo y cuyos materiales eran susceptibles de ser reaprovechados. Entre aquéllos las basílicas de los Santos Pedro y Pablo22 –que, como ya se ha señalado, se pudo haber convertido en una mezquita posteriormente abandonada– y la de Santa

21. ROMÁN MARTÍNEZ, P., 1942-43: “La muralla de Zocodover”, en: Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, LIX. 22. ROJAS RODRIGUEZ-MALO, J. M., 2001: “Las ocupaciones humanas de la Vega Baja a lo largo de la Historia”, en: El edi cio Sabatini en la Fábrica de Armas, Universidad de Castilla-La Mancha, pp. 41-47.


12 0 R. IZQUIERDO: LA PRESENCIA MUSULMANA EN VEGA BAJA

Leocadia23, construcciones en las que se habían celebrado concilios en época visigoda y que debían de llevar ya varios años sin culto por lo que se encontrarían en un proceso de creciente ruina. En el caso de esta última, es muy posible que en la segunda mitad del siglo IX, mozárabes toledanos que emigraron a tierras del norte peninsular, se llevarían las reliquias de la Santa a Oviedo, y las de San Ildefonso –también enterrado en esta basílica– a Zamora, donde todavía hoy en día se veneran. En tal situación, ausentes los restos de los dos personajes que le daban sentido, era evidente que en el edi cio ya no habría culto. En tal caso, la actividad de expoliación de esta zona, y que las excavaciones nos están con rmando, habría comenzado ya en época islámica –especialmente en los edi cios más signi cativos por contar con mejores materiales– aunque luego hubiese continuado en siglos posteriores en otras construcciones de menor entidad. Es decir, que el arrabal de Vega Baja, despoblado, estaba sirviendo de cantera para levantar otros edi cios en la ciudad alta y se estaba convirtiendo en el inmenso yacimiento arqueológico que es hoy en día. También es muy posible que Abd al-Rahmán III, en su objetivo de terminar de nitivamente con las revueltas toledanas, hubiese considerado procedente agrupar a toda la población dentro del recinto urbano, para mantenerla controlada desde el recién construido al-hizam. Si todavía entonces alguna población residual vivía en Vega Baja, habría sido obligada a abandonar la zona y establecerse en la parte alta. Pero en tal caso no en el interior de la ciudad, en la que no tendrían cabida, sino también en el exterior, aunque junto a la muralla, dando origen a la constitución de un nuevo arrabal, el que sería conocido como el arrabal de Toledo y que terminaría por rodearse de una muralla. En de nitiva, como ya hemos indicado, son todavía muchas las interrogantes que se ciernen sobre el espacio de Vega Baja en lo concerniente al tiempo que estuvo ocupado por una sociedad islámica. Las respuestas

23. Para datos sobre la basílica de Santa Leocadia, ver PUERTAS TRICAS, R.: op. cit., pp. 30-31; BALMASEDA MUNCHARAZ, L. J: op. cit., pp. 201-204 y BARROSO CABRERA, R.MORÍN DE PABLOS, J.: op. cit., pp. 113-116. Hace ya unos años se realizaron excavaciones junto al lugar en el que según la tradición se ubicaba la basílica de Santa Leocadia y que dieron como resultado la aparición de una esquina de un edi cio de cierta entidad arquitectónica con una orientación coincidente con la del cercano circo romano (PALOL, P. DE, 1991: “Resultados de las excavaciones junto al Cristo de la Vega, basílica conciliar de Santa Leocadia de Toledo. Algunas notas de topografía religiosa de la ciudad”, en: Actas del Congreso Internacional del XIV Centenario del Concilio III de Toledo (589-1989), Toledo, p. 787-832).

a todo el conjunto de hipótesis que hemos señalado tendrán que venir –a falta de referencias escritas– por vía arqueológica. A medida que las excavaciones avancen, se podrá comprobar el auténtico impacto que supuso la presencia islámica en el complejo palatino de época visigoda y en el entramado urbano que junto al mismo se desarrolló. Todo parece indicar que éste pronto se convirtió en lo que podríamos denominar como un arrabal, dependiente de la ciudad que se encontraba en la parte alta. Por los resultados actuales parece que al menos hasta mediados del siglo IX contó con la presencia de una población musulmana la cual, indudablemente, tuvo que dejar su huella. Hasta qué punto conservó o modi có las anteriores estructuras constructivas y urbanísticas de época visigoda será lo que se podrá comprobar a medida que los trabajos arqueológicos avancen. Dado que la ocupación musulmana no fue muy prolongada, es muy posible que el entramado urbanístico apenas se modi case –al contrario de lo que ocurrió en la ciudad de arriba– pues en realidad no hubo tiempo para ello. Solamente se producirían cambios en los edi cios que se reaprovechaban para adecuarlos a su ocupación posiblemente por diferentes familias. Otro objetivo a constatar será si la población que vivió en Vega Baja fue toda ella musulmana o si también vivieron algunas familias mozárabes, cuyos componentes podrían ser descendientes de los que ya estaban establecidos en el lugar en época visigoda y que no se convirtieron al Islam cuando Toledo fue conquistada por los musulmanes. En tal circunstancia, mientras residieron en el arrabal tuvieron que haber mantenido algún lugar de culto de época visigoda, muy posiblemente la basílica de Santa Leocadia –mientras se conservaron las reliquias de ésta– y que también les serviría como lugar de enterramiento. Esperemos que todas estas preguntas puedan encontrar pronta respuesta y esta zona nos desvele las muchas incógnitas históricas que todavía oculta.




12 3 Dr. Sabine Panzram ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 123 - 130 (Historisches Seminar - Arbeitsbereich Alte Geschichte Universität Hamburg. Von-Melle-Park 6 / VIII. D-20146 Hamburg / Alemania e-mail: Sabine.Panzram@uni-hamburg.de)

MÉRIDA CONTRA TOLEDO, EULALIA CONTRA LEOCADIA: LISTADOS “FALSIFICADOS” DE OBISPOS COMO MEDIO DE AUTOREPRESENTACIÓN MUNICIPAL

Roma no había dejado un vacío tras de sí: cuando, como consecuencia de la conquista de los visigodos, la Península Ibérica había dejado de formar parte del Imperio Romano, el momento de reordenación y desorientación político-social parece haber sido corto, si es que llegó a darse.1 En una época sin fuerza supralocal e ciente, se estableció un nuevo mando político-religioso a nivel local: el de los obispos. Cartas, crónicas y actas conciliares recogen sus nombres, los sitúan en una esfera de actuación y dan noticia de su postura frente a las herejías o respecto a problemas actuales de sus comunidades cristianas, en pleno período de expansión en el seno de una sociedad mayoritariamente pagana. Las hagiografías, o mejor dicho, su valor testimonial traspasa por de nición este tipo de información en cuanto nos dan noticia sobre persecuciones y martirios, acciones de “santos patrióticos”, el programa de vida cristiana y la lucha de los obispos por las reliquias en las disputas internas de la sociedad gótica.2 Los listados de obispos, por su parte, ofrecen sólo nombres: pero su existencia es decisivo en el proceso de formación de las tradiciones de la comunidad cristiana, en tanto ésta legitima cada uno de los obispos en el cargo y garantiza la difusión de la verdadera doctrina. Díos se la había conferido a Cristo, Cristo a los apóstoles y los apóstoles, por su parte, a los obispos, es decir, la legitimación de cada obispo procede de la vinculación del cargo, la sucesión en el cargo y la “verdad”. La transmisión de la “verdad” exigía, sin embargo, una sucesión ininterrumpida de obispos o, dicho de otra forma, el primer lugar ocupan estas comunidades en las que la sucesión se pueda remontar hasta los apóstoles: en ellas reside, por esto mismo, la “verdad”.3 Los listados de obispos realmente se ofrecieron, por lo tanto, como un medio de representación del poder político-religioso local; quien, al redactarlos, se atribuyese un poder inmediato de interpretación histórica, quería ejercer indirectamente una in uencia política suprarregional.

1. El tema ha sido estudiado con referencia a las Galias de modo convincente por JUSSEN 1995 resp. 1998. 2. Es el caso, por ejemplo, de las Vitas Sanctorum Patrum Emeretensium editadas por MAYA SÁNCHEZ 1992 o por GARVIN 1946 (con un extenso comentario lológico-teológico). 3. MARTIN 2003.

El listado de obispos de Toledo se inicia a comienzos del siglo IV con un tal Melantius (~306 d. C.),4 mencionado en las actas del Concilio de Elvira como episcopus Toletanus.5 La información sobre este siglo y el siguiente es muy incompleta: se han transmitido los nombres de Augentius (~390 d. C.)6 y Asturio (~400 d. C.),7 pero en ambos casos sin la cronología de su episcopado; conocemos simplemente su participación en el Primer Concilio de Zaragoza respectivamente en el Primer Toledano.8 Esta tendencia continúa durante la primera mitad del siglo VI: mientras que sólo podemos determinar la nalización9 del obispado de Celso (~523 d. C.),10 de Montano (~523~531 d. C.),11 sabemos únicamente que en su función de metropolitano de la Cartaginense presidió el Segundo Concilio de Toledo en el año 531 d. C.12 Hacia nales de la segunda mitad, la transmisión se va haciendo más abundante y a comienzos del siglo VII incluso deja de tener lagunas: Eufemio (~587~589 d. C.)13 rma en segundo lugar, a continua-

4. FLÓREZ 42002, 207-213; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51. 5. MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 233-268, aquí 240; VIVES 1963, 1-15; MANSI 1960 Vol. 2, 1-406, aquí 5. 6. FLÓREZ 42002, 220-223; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51. 7. FLÓREZ 42002, 223-229; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51 aduce en este punto el año 390 d. C. por motivos inexplicables. Sobre el tema, véase ORLANDIS / RAMOS-LISSÓN 1981, 33. 8. Primer Concilio de Zaragoza, clebrado en el año 380 d. C.: MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 291-296, aquí 292; VIVES 1963, 16-18; MANSI 1960 Vol. 3, 633-640. – Primer Concilio de Toledo, celebrado en el año 400 d. C.: MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 323-344, aquí 326; VIVES 1963, 19-33; MANSI 1960 Vol. 3, 997-1014. – CODOÑER MERINO 1972, cap. 1. 9. CODOÑER MERINO 1972, cap. 2. 10. FLÓREZ 42002, 229-230; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51 habla del año 520 d. C.; mantiene, sin embargo, una postura contraria y convincente KAMPERS 1979a, pág. 21/n.o 62. 11. FLÓREZ 42002, 230-233; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51, opina que el obispado de Montanus comienza ya en el año 522 d. C. debido a la mencionada datación de Celso; KAMPERS 1979A, 21-22/n.o 63. 12. VIVES 1963, 42-52, aquí 45; MANSI 1960 Vol. 8, 784-788, aquí 787; CODOÑER MERINO 1972, cap. 2. 13. FLÓREZ 42002, 233-238; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 113/n.o 242.


124 S. PANZRAM: MÉRIDA CONTRA TOLEDO, EULALIA CONTRA LEOCADIA:LISTADOS “FALSIFICADOS” DE OBISPOS...

ción de Masona de Mérida, las actas del Tercer Toledano en el año 589 d. C.,14 Adel o (~597 d. C.),15 hace lo propio en las del sínodo celebrado en Toledo ocho años más tarde.16 El obispado de Aurasio (~603~615 d. C.)17 comprende doce años,18 a éste le sigue Heladio (~615~633 n. Chr.),19 durante dieciocho años, que antes de obispo había sido vir illustrissimus aulae regiae.20 Justo (~633~636 d. C.)21 participa en el Cuarto Concilio de Toledo en el año 633 d. C.,22 luego ostenta el cargo de metropolitano Eugenio I (~636~646 d. C.).23 Éste representa a su sede episcopal en el Quinto y Sexto Concilio Toledano.24 Eugenio II (~646~657 n. Chr.)25 está presente en el Séptimo y el Octavo Toledano,26 así como también, en 655 d. C., en el sínodo provincial y, al año siguiente, en el concilio imperial que nuevamente tiene lugar.27 Ildefonso (~657~667 d. C.)28 es conocido como autor de un tratado De Viris Illustribus, en el que retrata, entre otros, también a siete de sus predecesores –concretamente a Asturio, Montano, Aurasio,

14. VIVES 1963, 107-145, aquí 136; MANSI 1960 Vol. 9, 977-1010, aquí 1000. 15. FLÓREZ 42002, 237-238; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 113/n.o 243. 16. VIVES 1963, 156-157; MANSI 1960 Vol. 10, 477-480, aquí 478; CODOÑER MERINO 1972, cap. 4. 17. FLÓREZ 42002, 238-239; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, págs. 113-114/n.o 244. 18. CODOÑER MERINO 1972, cap. 4. 19. FLÓREZ 42002, 239-242; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, págs. 114-115/n.o 245. 20. CODOÑER MERINO 1972, cap. 6. 21. FLÓREZ 42002, 242-246; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, págs. 115-116/n.o 246. 22. VIVES 1963, 186-225, aquí 222; MANSI 1960 Vol. 10, 611-650, aquí 641; CODOÑER MERINO 1972, cap. 7. 23. FLÓREZ 42002, 246-251; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 116/n.o 247. 24. Quinto Concilio de Toledo, celebrado en el año 636 d. C.: VIVES 1963, 226-232, aquí 230; MANSI 1960 Vol. 10, 653-658, aquí 656. – Sexto Concilio de Toledo, celebrado en el año 638 d. C.: VIVES 1963, 233-248, aquí 246; MANSI 1960 Vol. 10, 659-674, aquí 671. – CODOÑER MERINO 1972, cap. 12. 25. FLÓREZ 42002, 251-254; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 117-118/n.o 248. 26. Séptimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 646 d. C.: VIVES 1963, 249-259, aquí 257; MANSI 1960 Vol. 10, 763-774, aquí 770. – Octavo Concilio de Toledo, celebrado en el año 653 d. C.: VIVES 1963, 260-296, aquí 287; MANSI 1960 Vol. 10, 1205-1244, aquí 1222. – CODOÑER MERINO 1972, cap. 13. 27. Noveno Concilio de Toledo, celebrado en el año 655 d. C.: VIVES 1963, 297-307, aquí 306; MANSI 1960 VOL. 11, 23-32, aquí 31. – Décimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 656 d. C.: VIVES 1963, 308-324, aquí 319; MANSI 1960 Vol. 11, 31-46, aquí 43. 28. FLÓREZ 42002, 254-268; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 118-119/n.o 249.

Heladio, Justo, Eugenio I y II.29 Su sucesor en el cargo, Quiricio (~667~679 d. C.),30 es el presidente del sínodo provincial que tiene lugar en el año 675 d. C. en la iglesia de Santa María de Toledo.31 Y Juliano (~680~690 d. C.)32 está presente, durante la década en la que él ejerce la función de obispo metropolitano, en un total de cuatro concilios.33 Lo sigue Sisbertus (~690~693 d. C.),34 que es destituido a consecuencia de su participación en una conspiración: de la sede de Toledo se hace cargo, como consecuencia, el metropolitano de Sevilla, Félix (~693~698 n. Chr.).35 Él es quien rma también las actas del Décimosexto Concilio de Toledo.36 El listado de obispos de Mérida se remonta hasta mediados del siglo III. Los primeros titulares del obispado son Marcial y Félix (~252 n. Chr.).37 Las actas del Concilio de Elvira de principios del siglo IV han transmitido otro representante de la comunidad cristiana de Emerita: el obispo Liberio ( nales del siglo III ~ 314 d. C.),38 el cual participará también en el Concilio de Arlés que tuvo lugar en el año 314 d. C.39 Florencio (~321~357 d. C.)40 representa a la capital de la Lusitania en el Concilio de Sárdica (342?/343? d. C.).41 Las consecuencias que acarrean las heterodoxias conforman igualmente el contexto de la transmisión de otro obispo del siglo IV: se trata de Hidacio

29. CODOÑER MERINO 1972, cap. 1, 2, 4, 6, 7, 12 y 13. 30. FLÓREZ 42002, 268-271; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 119/n.o 250. 31. VIVES 1963, 344-369, aquí 367; MANSI 1960 Vol. 11, 129-152, aquí 146. 32. FLÓREZ 42002, 271-274; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, págs. 119-121/n.o 251. 33. Duodécimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 681 d. C.: VIVES 1963, 380-410, aquí 401; MANSI 1960 Vol. 11, 1023-1044, aquí 1039. – Decimotercero Concilio de Toledo, celebrado en el año 683 d. C.: VIVES 1963, 411-440, aquí 431; MANSI 1960 Vol. 11, 1059-1082, aquí 1075. – Decimocuarto Concilio de Toledo, celebrado en el año 684 d. C.: VIVES 1963, 441-448, aquí 447; MANSI 1960 Vol. 11, 1085-1092, aquí 1091. – Decimoquinto Concilio de Toledo, celebrado en el año 688 d. C.: VIVES 1963, 449-474, aquí 471; MANSI 1960 Vol. 12, 7-26, aquí 21. 34. FLÓREZ 42002, 288-289; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, págs. 121-122/n.o 252. 35. FLÓREZ 42002, 289-292; GAMS 1957, pág. 80/n.o 51; GARCÍA MORENO 1974, pág. 122/n.o 253. 36. VIVES 1963, 482-521, aquí 518; MANSI 1960 Vol. 12, 59-88, aquí 84. 37. FLÓREZ 42004, 144-151; para GAMS 1957, pág. 51/n.o 14, los primeros obispos de Emerita son Basílides y Sabino, parece claro que los ha confundido con los ocupantes del cargo en Legio et Asturica; cf. CLARKE 1971 sobre Cypr. epist. 67. 38. FLÓREZ 42004, 152-153; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 39. Concilio de Elvira: MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 233-268, aquí 240; VIVES 1963, 1-15; MANSI 1960 Vol. 2, 1-406. – Concilio de Arlés: MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 15-23; MANSI 1960 Vol. 2, 463-512, aquí 477. 40. FLÓREZ 42004, 154-159; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 41. MANSI 1960 Vol. 3, 1-140, aquí 38; JORGE 2002, 99-102.


12 5 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

(~379~385 d. C.),42 ante quien Higinio de Córdoba denuncia a Prisciliano por herejía,43 y que participa, en el año 380 d. C., en el Primer Concilio de Zaragoza, donde se pronuncia a favor de la ejecución de Prisciliano.44 El sucesor inmediato de Hidacio parece haber sido Patruino (~385~402 d. C.),45 quien el 11 de septiembre de 400 d. C. rma in ecclesia Toleto [sic] en contra del priscilianismo.46 A su vez, a Patruino le sigue un tal Gregorio (~402 n. Chr.),47 cuyo nombre se puede extraer de un escrito de Inocencio I (401?-417 n. Chr.);48 sin embargo, dicha misiva papal no nos transmite más que su simple mención. Antonino (~445~448 n. Chr.)49 se entera en el año 445 d. C. de que en Astorga han sido “descubiertos” algunos maniqueos.50 Zenón (~483 d. C.) aparece en una función no tematizada en la tradición hasta ese momento: como constructor, concretamente en la propia Emerita.51 Un tratado hagiográ co anónimo, las Vitas Sanctorum Patrum Emeretensium,52 nos da a conocer en el siglo VI a un Paulo (~530~560 d. C.),53 a un Fidel (~560~571 d. C.)54 y a Masona (~573~606 n. Chr.).55 A éste último se le considera, según Juan de Bíclaro, prestigioso representante del catolicismo,56 rma como primer prelado en el Tercer Toledano detrás del Rey y delante de los otros cuatro metropolitanos: Eufemio de Toledo, Leandro de Sevilla, Migecio de Narbona y Pantardo de Braga;57 aún ocho años

42. FLÓREZ 42004, 159-169; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 43. Sulp. Sev. chron. 2, 46, 7-8. 44. MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 291-296, aquí 292; VIVES 1963, 16-18; MANSI 1960 Vol. 3, 633-640. Véase ORLANDIS / RAMOS-LISSÓN 1981, 31-39; JORGE 2002, 113-116; CHADWICK 1976; ESCRIBANO PAÑO 2002. – Sulp. Sev. chron. 2, 51, 6. 45. FLÓREZ 42004, 169-172; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 46. MARTÍNEZ DIEZ / RODRIGUEZ 1984, 323-344, aquí 326; VIVES 1963, 19-33; MANSI 1960 Vol. 3, 997-1014. – Hyd. chron. II p. 16,31. 47. FLÓREZ 42004, 172-174; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 48. MANSI 1960 Vol. 3, 1066-1071, aquí 1068; JAFFÉ 1956, c. 404: 292 (89) epist. 3, 5. 49. FLÓREZ 42004, 174-178; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 50. Hyd. chron. II p. 24,130. 51. Frente a FLÓREZ 42004, 225-227, y GAMS 1957, pág. 51/n.o 14: ~687 d. C., cuyos datos basados en una datación en época del rey visigótico Ervigio (680-687 d. C.), que también DIEHL 1925, n.o 777 había postulado en su momento, han sido superados de forma convincente por VIVES 1941 en una nueva lectura de la cifra de la era; cf. ahora RAMÍREZ SÁDABA / MATEOS CRUZ 2000, págs. 41-44/n.o 10. 52. VSPE Ed. MAYA SÁNCHEZ 1992: 4,1-5; 4,6-10; 5,1-13. 53. FLÓREZ 42004, 178-183; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 54. FLÓREZ 42004, 183-186; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14. 55. FLÓREZ 42004, 186-209; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, págs. 166-169/n.o 435. 56. Ioh. Bicl. chron. II p. 213,8. 57. VIVES 1963, 107-145, aquí 136; MANSI 1960 Vol. 9, 977-1010, aquí 1000.

después, está testimoniada su presencia en un sínodo en Toledo.58 El sucesor inmediato de Masona en el cargo, Inocencio (~606~616 d. C.),59 rma el llamado Decretum Gundemari;60 y a él le sucede Renovato (~616~632 n. Chr.).61 Las actas del Cuarto Concilio de Toledo62 atestiguan la presencia del obispo metropolitano Esteban I (~632~637 d. C.).63 El sucesor de Esteban I es un tal Oroncio (~638~653 d. C.),64 que parece haber ocupado el cargo durante dos décadas y media, como deja ver su presencia en las actas de diversos concilios (Sexto, Séptimo y Octavo Toledano) y unas obras en Mérida, concluidas sub Horontio vate, en el año 661 d. C.65 En otro sínodo celebrado poco antes de su muerte, logra el restablecimiento de la unidad territorial de la provincia eclesiástica de la Lusitania.66 Su sucesor Pro tius (~666 n. Chr.)67 preside un concilio provincial organizado el 6 de noviembre de 666 d. C. en la iglesia más antigua de Mérida, la Sancta Iherusalen.68 A Pro tius le sucede Festo (~672 n. Chr.),69 al que conocemos únicamente a través de su mención en las actas del Decimosexto Concilio del Toledo, en las cuales, a modo de edicto real, se declara nulo el nombramiento de un numerarius que él mismo había llevado a cabo.70 Esteban II (~680~684 d. C.)71 es el último

58. VIVES 1963, 156-157; MANSI 1960 Vol. 10, 477-480, aquí 478. 59. FLÓREZ 42004, 210-211; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 170/n.o 437; KAMPERS 1979a, 170. 60. VIVES 1963, 380-410; MANSI 1960 Vol. 10, 510-512, aquí 511. – VSPE Ed. MAYA SÁNCHEZ 1992: 5,14. 61. FLÓREZ 42004, 212-216; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 171/n.o 438; KAMPERS 1979a, pág. 59/n.o 201 y pág. 161. – VSPE Ed. MAYA SÁNCHEZ 1992: 5,14 resp. 2. 62. VIVES 1963, 186-225, aquí 222; MANSI 1960 Vol. 10, 611-650, aquí 641. 63. FLÓREZ 42004, 216-217; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 171/n.o 439; KAMPERS 1979a, 168. 64. FLÓREZ 42004, 217-220; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 171-172/n.o 440; KAMPERS 1979a, pág. 78/n.o 280 y pág. 155. 65. Sexto Concilio de Toledo, celebrado en el año 638 d. C.: VIVES 1963, 233-248, aquí 248; MANSI 1960 Vol. 10, 659-674, aquí 672. – Séptimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 646 d. C.: VIVES 1963, 249-259, aquí 256; MANSI 1960 Vol. 10, 763-774, aquí 770. – Octavo Concilio de Toledo, celebrado en el año 653 d. C.: VIVES 1963, 260-296, aquí 287; MANSI 1960 Vol. 10, 1205-1244, aquí 1222. – RAMÍREZ SÁDABA / MATEOS CRUZ 2000, págs. 30-31/n.o 4. 66. VIVES 1963, 330-331; MANSI 1960 Vol. 11, 80. 67. FLÓREZ 42004, 220-221; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 172/n.o 441; KAMPERS 1979a, 193. 68. VIVES 1963, 325-343; MANSI 1960 Vol. 11, 75-100, aquí 89. 69. FLÓREZ 42004, 221-222; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 172/n.o 442; KAMPERS 1979a, 193. 70. VIVES 1963, 482-521, aquí 517-518; MANSI 1960 Vol. 12, 59-88, aquí 83-84; ZEUMER 1902, 483-484. Véase GARCÍA MORENO 1974, págs 78-79/n.o 148; ORLANDIS / RAMOS-LISSÓN 1981, 303-304; DURLIAT 1990, 159-160.


12 6 S. PANZRAM: MÉRIDA CONTRA TOLEDO, EULALIA CONTRA LEOCADIA:LISTADOS “FALSIFICADOS” DE OBISPOS...

en rmar de los metropolitanos tras Julián de Toledo y el obispo de Sevilla, del mismo nombre, así como Liuva de Braga, el Duodécimo Concilio de Toledo.72 Participa también en el Decimotercer Toledano, que da comienzo el día 4 de noviembre de 683 d. C.,73 y cuando se celebra el Decimocuarto Concilio de Toledo, en noviembre del año 684 d. C., aún ocupaba el cargo de metropolitano emeritense.74 En éste le representa, sin embargo, un abad llamado Máximo, que parece haber sucedido nalmente a Esteban en el cargo (~ 688 ~ 693 d. C.);75 eso sugieren, al menos, las actas del Decimoquinto –y también del Decimosexto– Toledano.76 La comparación de ambos listados de obispos pone de mani esto que el de Mérida comienza ya medio siglo antes que el toledano, el cual no se inicia sino con el participante en el Concilio de Elvira, el primero de la Iglesia hispánica después de las persecuciones.77 Además, con frecuencia se transmiten no sólo los nombres de los obispos que atestiguan su implicación en procesos decisorios, sino también informaciones que prueban la percepción del obispo como persona que ocupa el cargo. Para la autorepresentación de la ciudad debe haber sido ser decisivo, junto con la gran antigüedad de la sede episcopal, el hecho de que Mérida, a la larga, pudiera presentar veinte obispos –Toledo, en cambio, sólo diecisiete.78 Al observar las fuentes del listado de obispos emeritenses llama la atención que la existencia de cinco obispos entre los años 530 y 632 d. C. se remonte a un testimonio: las Vitas Sanctorum Patrum Emeretensium, un hagiografía anónima que data de los años treinta del siglo VII, respectivamente a una versión revisada y completada que un tal Paulo editó cuatro décadas más tarde. Vitas de obispos, pues, que intentan relacionar la descripción cronológica

71. FLÓREZ 42004, 222-225; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, págs. 172-173/n.o 443; KAMPERS 1979a, págs. 168 y 193. 72. VIVES 1963, 380-410, aquí 401; MANSI 1960 Vol. 11, 1023-1044, aquí 1039. 73. VIVES 1963, 411-440, aquí 431; MANSI 1960 Vol. 11, 1059-1082, aquí 1075. 74. VIVES 1963, 441-448, aquí 447; MANSI 1960 Vol. 11, 1085-1092, aquí 1091. 75. FLÓREZ 42004, 227-228; GAMS 1957, pág. 51/n.o 14; GARCÍA MORENO 1974, pág. 173/n.o 444. 76. Decimoquinto Concilio de Toledo, celebrado en el año 688 d. C.: VIVES 1963, 449-474, aquí 471; MANSI 1960 Vol. 12, 7-26, aquí 21. – Decimosexto Concilio de Toledo, celebrado en el año 693 d. C.: VIVES 1963, 482-521, aquí 511; MANSI 1960 Vol. 12, 59-88, aquí 84. 77. Para un estado de cuestión en cuanto a la fecha de este concilio véase PANZRAM 2007a, que ofrece una interpretación de los canones desde una perspectiva histórico-social; cf. también SOTOMAYOR / FERNÁNDEZ UBIÑA 2005. 78. Este recuento comúnmente aceptado sigue los listados habituales de FLÓREZ 42002 [Madrid 1750] y 42004 [Madrid 1756] resp. de GAMS 1957 [Reimpr. Ratisbona 1873-1886]. La comprobación llevada a cabo en el margen de este estudio ha demostrado que las revisiones afectan como mucho a la datación del cargo de los obispos –como en el caso del emeritense Zenón (véase nota n.o 51)– pero no ponen en duda su existencia.

de las etapas vitales de un obispo con la representación atemporal de sus cualidades, su ser y al mismo tiempo deber ser, la verdad históricamente comprobable y la verdad teológicamente admitida.79 La problemática del género es, por tanto, evidente, pero no ha afectado a la interpretación de estas Vitas episcopales con nes prosopográ cos o a las investigaciones llevadas aún más allá de esta intención.80 El cotejo con otras fuentes arroja, sin embargo, con un resultado negativo para tres de los cinco obispos –concretamente para Paulo, Fidel y Renovato: no hay ningún tipo de testimonio, crónica ni acta sinodal que remita a la existencia de estas personalidades de la vida cristiana. Pueden, pues, considerarse, como ha demostrado un análisis detallado presentado en otro lugar,81 “inventos” del desconocido autor, que a rma haber desempeñado el cargo de diácono en la Iglesia de Santa Eulalia. Dicho autor escribió las Vitas episcopales plausiblemente en tiempos del episcopado de Esteban I y, por tanto, el desencadenante de la obra fue una situación que se podría cali car como “de crisis”; se habría dado un cúmulo de circunstancias que se repetiría, mutatis mutandis, aproximadamente cuatro décadas más tarde. El examen de la génesis de la primacía eclesiástica de Toledo revela un aumento continuo de la relevancia de la urbs regia en el transcurso del siglo VII: el motivo está en la argumentación del rey Gundemaro, que pone en pie de igualdad la antigüedad de los derechos toledanos con los derechos de los obispados sufraganos en su totalidad y considera inadmisible y erróneo someter a una única provincia a la jurisdicción de dos metropolitanos diferentes –aquí se hace referencia al nombramiento de obispos sin participación de Toledo. En su opinión, todos los obispos de la Cartaginense tenían ya un metropolitano en la época del Segundo Concilio de Toledo en el año 531 d. C. al que debían rendir honores (Decretum Gundemari, 610 d. C.). Aproximadamente tres décadas y media después el rey Chindasvinto con rma y completa esta atribución introduciendo el deber de residir en Toledo durante un mes para los obispos de la Cartaginense (Séptimo Concilio de Toledo, 646 d. C.). El escritor anónimo se vio, cuando quiso recordar el pasado en la medida en que se hizo literalmente necesario, obligado a enfrentarse con una listado de obispos que nalizaba ya en el año 483 d. C. con Zenón, es decir, incluso antes de que Emerita ganase como ciudad “cristianizada” la importancia que alcanzó durante su vida. Así pues, intentó al menos presentar los

79. Véase HAARLÄNDER 2000; cf. VOSS 1970, SCHEIBELREITER 1988, SCHARER / SCHEIBELREITER 1994. 80. VIVES 1967; GARCÍA MORENO 1974, pág. 166-171/n.o 435, 437 y 438; KAMPERS 1979a, pág. 170, pág. 59/n.o 201 y pág. 161. – Véase, por ejemplo, las contribuciónes de MATEOS CRUZ 1999 resp. 2000 y ARCE 1999. 81. A este respecto y como base de la argumentación que sigue, en detalle, PANZRAM 2007b.


127 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

últimos cien años de su sede metropolitana desde una perspectiva histórica e inventó dos de las Vitas: le pareció un procedimiento necesario por motivos teológicos y políticos82 que además sirvió para propagar la “singularidad” de Mérida: la antigua capital diocesana de las dos Hispanias, capital provincial y sede arzobispal de Lusitania, sin duda la residencia episcopal más signi cativa de la Península Ibérica durante el siglo VI. En una época en la que un tal Isidoro de Sevilla domina el discurso intelectual y cultural y en la que se consolida la posición de Toledo como capital de los visigodos católicos, “en la nueva España isidoriana y toledana” por lo tanto,83 en la que ya no parecía signi cativo un estatus como “centro creador” en el ámbito de la plástica arquitectónica84 o como “el” lugar de acuñación de monedas del imperio, no sirven,85 es decir, cuando ya no son válidos los criterios tradicionales, en esa época, el anónimo hace de la “historia” el argumento: Toledo no dispone de un pasado similar al de Mérida y mucho menos de una Santa Eulalia, Leovigildo la designó urbs regia ante todo a causa de su favorable situación geoestratégica. El escritor anónimo hace coincidir el comienzo del tiempo del obispado de Paulo con el n del de Montano, de manera que los obispados de Paulo y de Fidel, de una duración de unas cuatro décadas en total, llenasen, más o menos, las lagunas que presenta el listado toledano en esa época. De este modo puede presentar catorce obispos frente a los nueve de la urbs regia. La in uencia de Mérida no puede haber sido insigni cante, pues sabemos por las actas que sus metropolitanos rmaban siempre entre los cinco primeros participantes clericales del concilio. Por otra parte, la diócesis de la Lusitania no volvió a disponer de su territorio en su extensión original hasta los años sesenta del siglo VII: es decir, cuando Oroncio toma la iniciativa y dispone que las cuatro diócesis Lamego, Viseu, Coimbra y Egitania deben separarse de la jurisdicción de Braga (Concilio Provincial de Lusitania, 666 d. C.). Este retorno al ámbito de la jurisdicción de su metrópoli original, Mérida, puso n a un estado de excepción de casi ochenta años. Pues aunque el reino suevo que anteriormente se había anexionado este área y había declarado a su metrópoli Braga de su pertenencia, ya no existía desde la conquista de Leovigildo en el año 585 d. C., las fronteras habían quedado tal como estaban. Aproximadamente una década más tarde, el redactor Paulo se remite, en el marco de su amplia revisión de las Vitas Sancto-

82. También un llamado Paulo Diácono puso en práctica este procedimiento alrededor de siglo y medio después en la corte de Carlomagno, como pudo demostrar GOFFART 1986 (cf. también 1966). 83. FONTAINE 1992, 9-25, aquí 22. 84. CRUZ VILLALÓN 2001. 85. MILES 1952, esp. 100-102 y 117-120; sobre las reservas a la hora de valorar los hallazgos, véase METCALF 1999.

rum Patrum Emeretensium, a este restablecimiento de la unidad territorial cuando parece que desea acaparar literalmente la más representativa personalidad de la sede episcopal de Braga, Fructuoso.86 Así, de los capítulos interpolados de su Vita se desprende que Fructuoso se había dirigido a Mérida movido por la veneración por Santa Eulalia y que de camino había pasado también por Egitania, una de las cuatro diócesis ahora despojadas de la jurisdicción de Braga. Puesto que este recorrido debió suponer hacer un rodeo, se puede deducir que el escritor ngió esta visita para crear un nexo entre el arzobispo “vencido”, uno de sus antiguos sufragáneos y Eulalia. Paulo le había puesto al tratado un título que expresaba claramente lo que debía gurar junto a la propagación de “verdad” en el sentido de una ininterrumpida sucesión de obispos. Decía así: Incipiunt capitula de opuscvlis (miracvlorvm xxxvi) qve continentvr in hoc libello de Vitis Patrum Emeretensivm (et de his) qve a Domino facta svnt per interventvm Sancte Evlalie virginis, y hacía referencia al “poder” de Santa Eulalia y con ello a la propagación del culto.87 A largo plazo, Santa Eulalia se tornaría en el “capital simbólico” –utilizando la expresión de Bourdieu– verdaderamente signi cativo de la ciudad.88 Un obispo, por su parte, sólo hacía de “médium”, y con esa intención había dibujado ya el escritor anónimo el propio retrato de Masona, bajo el cual el obispado se caracterizó de forma decisiva y cuyo grado de popularidad personal está fuera de toda cuestión allende las fronteras regionales. En esa época, cuando el rey Ervigio establece el primado de Toledo sobre la iglesia del Reino visigodo,89 mientras concede al metropolitano de la urbs regia autorización para emitir el iudicium episcopale en la toma de posesión del obispado en cuanto a la idoneidad de un candidato, y a llevar a cabo la ordenación episcopal (Duodécimo Concilio de Toledo, 681 d. C.), surge en el Reino visigodo un género literario de alabanza a los mártires, las denominadas passiones. Mientras que la passio de Eulalia se remonta a las Acta martyrum y a un himno de Prudencio,90 la passio de la toledana Leocadia, a falta de tradición, tuvo que ser redactada ex novo; en este sentido parece lógico que la noticia del martirio de Eulalia instase a Leocadia a seguir su ejemplo.91 Los textos se leen los días de las respectivas muertes

86. DÍAZ y DÍAZ 1974; véase al respecto también MAYA SÁNCHEZ 1978. 87. PRINZ 1992. 88. BOURDIEU 1987 resp. 1989. 89. CODOÑER MERINO 1972, 58-64; KAMPERS 1979b; ORLANDIS / RAMOS-LISSÓN 1981, 325. 90. FÁBREGA GRAU 1953, 78-86, resp. 1955, 68-78; cf. RIESCO CHUECA 1995, 4969. 91. FÁBREGA GRAU 1953, 67-78, resp. 1955, 65-67; cf. RIESCO CHUECA 1995, 4147.


12 8 S. PANZRAM: MÉRIDA CONTRA TOLEDO, EULALIA CONTRA LEOCADIA:LISTADOS “FALSIFICADOS” DE OBISPOS...

de las santas en el contexto de la liturgia: el 9 de diciembre la passio de Leocadia, concisa, y que no excede las exigencias de la estructura esquemática; y el 10 de diciembre la de Eulalia, que tiene casi cuatro veces la extensión de la anterior y hace un relato detallado. Si bien el llamado “Oracional visigótico” registra para ambas casi el mismo número de oraciones,92 ciertos indicios como la antigüedad del culto y su extensión geográ ca, la existencia de reliquias y la consagración de iglesias apuntan al papel predominante de Eulalia.93

En el contexto de la autorepresentación de la ciudad, Mérida no podía ignorar el estatus político y religioso de Toledo, jurídicamente fundado, pero la sede episcopal emeritense preparó, sirviéndose de la hagiografía94 y del listado de sus obispos, un potencial de argumentación in politicis al que tuvo que enfrentarse aun una ciudad que tenía el estatus de “almost Spanish Rome“.95 La rivalidad entre Mérida y Toledo se iría acabando sólo cuando apareció pero literalmente la única ciudad de la Península Ibérica que puede acogerse a la apostolicidad de una sede episcopal –Santiago de Compostela.96 Pero eso ya es otra historia.

92. VIVES 1956, n.o 121-149/ págs. 39-49 resp. n.o 153-183/págs. 50-61. 93. GARCÍA RODRÍGUEZ 1966, 246-253 resp. 284-303.

94. El primero en referirse a la función política de una hagiografía de forma convincente fue FONTAINE 1980, con el ejemplo de la Vita Desiderii de Sisebuto. 95. HILLGARTH 1985, 483-508, aquí 500. 96. VONES 1993, esp. 23-87.


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131 J. Avelino Gutiérrez González (Universidad de Oviedo) Emilio Campomanes Alvaredo (Talactor S.L.) Fernando Miguel Hernández (Arqueólogo) Carmen Benéitez González (Arqueólogo) Pilar Martín del Otero (Talactor S.L.) Fernando A. Muñoz Villarejo (Talactor S.L.) Felipe San Román Fernández (Talactor S.L.)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 131 - 136

LEGIO (LEÓN) EN ÉPOCA VISIGODA: LA CIUDAD Y SU TERRITORIO

La ciudad de Legio tiene su origen en los sucesivos campamentos romanos asentados en el inter uvio de los ríos Torío y Bernesga, bien atestiguados desde comienzos del siglo I d.C., aunque es el último de ellos, el perteneciente a la legio VII gemina, el que mejor se conoce. En estos últimos años se han ido descubriendo sus diferentes edi cios, como murallas y puertas, unas grandes termas interiores de carácter monumental, el an teatro extramuros, así como una serie de edi cios legionarios, como principia, parte de las domi tribunorum y barracones de tropa (García Marcos et alii, 2006; Morillo & García Marcos, 2006; Muñoz Villarejo et alii, 2002; San Román et alii, 2006). La legio VII está bien constatada en el registro arqueológico y epigrá co durante todo el Alto Imperio hasta nales del siglo III dC., momento en el que muchos de los edi cios se colapsan en casi todo el recinto y algunos de los tipos epigrá cos más signi cativos desaparecen, como las marcas latericias militares con epítetos imperiales. En el siglo IV la Notitia Dignitatum Occidentalis atestigua su presencia aunque el registro arqueológico es ya muy parco en estas fechas y denota una reducción sustancial de la ocupación militar. Aún así, en Legio se erigió una potente muralla que no redujo el primitivo perímetro, como fue frecuente en muchas ciudades, sino que se ciñó al antiguo trazado campamental. Esta construcción se levantó en torno a nales del siglo III ó comienzos del siglo IV d.C. y se adosó por el exterior a la antigua forti cación legionaria, mediante una potente cinta muraria de 5,25 m de espesor con torres de planta semicircular peraltada situadas a breves intervalos, del mismo estilo que otras ciudades próximas como Lucus, Asturica o Bracara. En un momento impreciso del Bajo Imperio el asentamiento debió abandonar su carácter militar y la población que habitaba en las cannabae extramuros pudo haber pasado a ocupar el interior del recinto amurallado y convertirse, de esta manera, en un núcleo plenamente civil. Paralelamente, se daría un proceso similar en el territorio que rodeaba el campamento legionario, que pasaría de estar bajo el control militar a manos civiles, y ya a lo largo del siglo IV aparece rodeado por una aureola de villae suburbanas que delatan cómo el territorio se organizaba de forma idéntica a otras ciudades.

A mediados del siglo V Legio no aparece en la relación de ciudades asaltadas en la campaña de Teodorico y que nos transmite Hydacio, a diferencia de otros núcleos cercanos, como Asturica o Coviacense Castrum (Valencia de don Juan). Después de ello la ciudad debió pasar a manos suevas, tal y como se desprende del parroquial suevo, dependiendo de la diócesis de Asturica (David, 1947), aunque no se sabe con precisión el papel que jugaría en los con ictos con el reino visigodo de Toledo. Más tarde se constata una ceca en Leione (621), al igual que muchos núcleos del noroeste, que posiblemente indiquen los avances del reino visigodo o bien se encuentre en relación con algunas campañas contra los astures, contra los que pudo haberse convertido en una base militar. LA ZONA URBANA En la arqueología de la ciudad es frecuente constatar un largo paréntesis en la ocupación entre el Bajo Imperio y la Edad Media, que a veces ha conducido a realizar consideraciones engañosas sobre el carácter de este periodo histórico, deduciendo de manera precipitada la ruina y abandono del asentamiento romano hasta la supuesta “repoblación” astur. En realidad, la incidencia de las intervenciones arqueológicas ha tenido como resultado el hallazgo de varias secuencias en el interior del recinto legionario y sus alrededores, que en algunos casos nos han permitido establecer la continuidad a lo largo de la tardoantigüedad hasta la alta Edad Media. Hoy es posible describir un panorama algo más preciso sobre el poblamiento en el interior del recinto amurallado, donde efectivamente se constatan amplias extensiones urbanas vacías desde nales del siglo III, pero también hay que hacer hincapié en la persistencia de la ocupación en algunas áreas diseminadas en todo el núcleo urbano de las que hemos podido deducir algunos patrones ( g. 1). Las murallas debieron ser uno de los elementos urbanos que suscitaron mayor interés y preocupación por su mantenimiento y conservación. Las excavaciones arqueológicas en la puerta oriental del recinto (porta principalis sinistra) mani estan esta preocupación por mantener habilitado el acceso así como la calle (via principalis) de unión con la porta principalis destra, uno de los ejes urbanos más importantes.


13 2 J. AVELINO et alii: LEGIO (LEÓN) EN ÉPOCA VISIGODA: LA CIUDAD Y SU TERRITORIO

En el siglo II d.C. se había levantado una gran puerta monumental en este sector, con dos grandes vanos y torres cuadradas de anqueo que se prolongaban al interior con unos amplios cuerpos de guardia. El conjunto comienza a ser modi cado en el siglo III con el tapiado de uno de sus arcos y en el Bajo Imperio se dan otras transformaciones con la construcción de la muralla y la elevación de la calle mediante la construcción de un nuevo pavimento viario (García Marcos et alii, 2004). En la tardoantigüedad se emprenden nuevas reformas, como el refuerzo del vano ya tapiado desde el siglo III, mediante la construcción de otro muro que engrosaría el cierre para dotarle de una mayor solidez. El cuerpo de guardia septentrional se redujo de tamaño y sus sillares fueron reutilizados en otras obras, como en el tapiado de sus vanos interiores, mientras que el espacio resultante se pavimentó con una solera de ladrillos, procedentes de las vecinas termas. Todo el proceso supuso una importante elevación de los niveles de circulación en todo el sector, documentándose la construcción de un nuevo pavimento viario de la antigua via principalis, de factura algo menos cuidada que en épocas precedentes, pero que debió permanecer en uso hasta el siglo X u XI cuando se rehace de nuevo la calle. Entre los materiales asociados se encuentran algunos fragmentos cerámicos de imitaciones de TSGGT que proporcionan la pauta cronológica, en torno a los ss. V-VI (Muñoz Villarejo, et alii, 2002: 655, García Marcos et alii, 2004: 39). No parece ser una situación aislada, puesto que en el lateral norte de la muralla, en una parcela conocida como Santa Marina, también se ha constatado una estructura adosada a la muralla, de planta rectangular, pavimentada con lajas de pizarra, asociada a un hoyo fechado en el siglo V y algunos niveles de ocupación de este periodo. A falta de otros indicios, como pudieran ser la presencia de elementos domésticos o de otra naturaleza consideramos que pudo haber tenido un uso vinculado a la proximidad con la forti cación (Muñoz et alii, 2002: 656). Otro referente muy frecuente en las ciudades tardoantiguas lo constituyen los grandes edi cios romanos aún en pie, frecuentemente ocupados y transformados para nuevos usos. Son llamativos los casos de las construcciones de carácter monumental, que por su gran solidez, gozaron de una dilatada pervivencia y que eludieron temporalmente su destino como cantera. En Legio hemos constatado evidencias en los latera praetori, lo que hoy podríamos identi car con más seguridad como el pretorio o residencia del comandante de la legión, donde aparecen indicios de este tipo de ocupación, que por la limitada extensión de las intervenciones arqueológicas aún no han podido ser determinadas con precisión (Muñoz Villarejo, et alii, 2002: 654). Sin embargo, otras construcciones que a priori pudieron haber atraído un interés por su ocupación no han proporcionado registros tardoantiguos, como es el caso del an teatro militar extramuros, del que se han excavado dos amplias parcelas sin que hayan proporcionado, hasta la fecha, evidencias de ocupación en este periodo.

Figura 1. Plano de situación de los lugares citados en el texto, plantas de Legio y los yacimientos de Navatejera y Marialba de la Ribera.

La construcción campamental más emblemática que ilustra la continuidad de la ocupación la constituyen las termas intramuros. Se trata de un complejo de grandes dimensiones que se encuentra bajo la actual Catedral, superándola en extensión por tres de sus lados, del que se conocen algunos espacios de forma muy fragmentaria. Algunos de ellos fueron documentados en la rehabilitación del templo durante el siglo XIX, a los que hay que sumar el hallazgo reciente de unas letrinas muy próximas a la porta principalis sinistra. Los edi cios de los antiguos baños llegaron a la Edad


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Figura 2. Materiales procedentes de la excavación de la calle Cervantes en León.

Media en un relativo buen estado por lo que se convirtieron en palacio real, ya desde el siglo IX y en el año 916 fueron donadas por Ordoño II para sede de la iglesia episcopal (Boto Varela, 1995). Las excavaciones realizadas en el espacio de las letrinas constatan esta continuidad a través de algunas reformas y el desmantelamiento de algunos de sus elementos en época tardoantigua, con el n de reutilizar los materiales constructivos en otros edi cios como pudo ser el caso del cuerpo de guardia de la vecina puerta del recinto. Entre los rellenos de colmatación de la canalización hidráulica se han documentado, además, algunas cerámicas tardoantiguas (TSGGT, iTSGGT) que muestran ya el nal del uso originario de las letrinas, aun manteniendo parcialmente sus estructuras. Todavía en el siglo VIII se constata la utilización de este espacio con otros nes: una serie de hoyos (¿silos, basureros?), que cortan los sedimentos de colmatación de la canalización y sus pavimentos, aparecen rellenos con materiales cerámicos tardoantiguos así como otros aportados ahora por nuevos ocupantes, seguramente un contingente militar árabo-bereber; se trata de cerámicas torneadas, ollas de base convexa, jarras, de factura exógena en claro contraste con las producciones locales coetáneas (ollas grises reductoras no torneadas y decoradas con incisiones simples) (Gutiérrez & Miguel, 2009). Parece evidente que el edi cio termal y sus letrinas se mantuvieron visibles hasta bien avanzada la Edad Media, cuando se construye la Catedral gótica, momento en el que seguían en pie algunos de sus espacios (García Marcos et alii, 2003). Constatamos otros casos de ocupación de edi cios sin el carácter monumental de los ejemplos ya mencionados, que nos permiten pensar que no

fue solo el criterio de la solidez de las estructuras el que prevaleció a la hora de elegir el hábitat, sino que otras construcciones se debieron conservar y habitar durante un largo periodo de tiempo. Uno de ellos se ha excavado en dos parcelas contiguas de la calle Cervantes de la ciudad. Se trataría muy posiblemente de una de las residencias de los primi ordines, o centuriones de la I cohorte de la legio, en cuyas inmediaciones se han localizado los barracones de esta unidad (San Román et alii, 2004: 733-734). Esta vivienda había sido levantada en el Alto Imperio y mostraba un gran número de fases constructivas, algunas de ellas pertenecientes al Bajo Imperio y en uso hasta el siglo VI, consistentes en nuevos muros de mampuestos trabados con barro. En estos contextos se documentaron algunos materiales cerámicos pertenecientes a esa fase (Muñoz Villarejo et alii, 2002), sobre los cuales nuevas intervenciones en la zona nos han permitido obtener una visión bastante más precisa. En la ocupación tardoantigua de este edi cio se han recuperado varios fragmentos de un mismo plato de TS focea del tipo Late Roman C, de la forma Hayes 3 E, ( g. 2.1) cuya fecha abarca desde nales del siglo V hasta el siglo VI y que sin duda se trata de un hallazgo bastante excepcional en la arqueología leonesa, sobre todo por tratarse de productos más frecuentes en yacimientos costeros. Esta pieza se asocia a imitaciones de TSGGT, cuyas formas más frecuentes son los cuencos carenados, a veces estampillados como es el caso de un cuenco con un círculo que inscribe una cruz griega ( g. 2.3). En este tipo de contextos, que pudieran pertenecer a fechas algo más avanzadas, la presencia de TSHT es prácticamente ocasional y residual aunque en este caso proporcionó una Hispánica 63 ( g. 2.2) siendo más frecuente la aparición de cerámicas comunes, entre las cuales suelen estar presentes grandes vasijas de almacenaje a veces estampilladas en sus paredes exteriores ( g. 2.4) o bien ollas de cocina, de buen acabado. Otro edi cio de unas características similares lo encontramos en la calle Cardenal Landázuri ( g. 3.2 y 3), sobre el que ya llamábamos la atención en otra ocasión y cuya identi cación originaria es más problemática debido a lo reducido del espacio excavado (San Román et alii, 2006: 738 y ss). Se trataba de un edi cio altoimperial, levantado con zócalos de mampostería, alzados de tapial y pavimentado con opus signinum, que en planta se conformaba por dos pabellones paralelos y alargados de los que se documentó tan solo la primera de sus dependencias. Una de ellas había experimentado el proceso habitual en el campamento con su amortización a nales del siglo III dC, bien fechada por materiales cerámicos y abundantes fragmentos de las tegulae pertenecientes a su cubierta, con sellos legionarios del periodo. En cambio, el otro pabellón se había mantenido en uso hasta al menos el siglo V ó VI, sin que se hubiera realizado ningún tipo de reforma constructiva. Los primeros depósitos, de esta época, se encontraron directamente sobre los suelos de opus signinum. En esta ocasión aparecía una mayor


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variedad de imitaciones de TSGGT, con los habituales cuencos carenados, a veces con baquetón exterior y pies de copas, un fragmento de un borde poligonal de plato de la forma 8A de Paz Peralta / Rigoir 3b y una tapadera Rigoir 30 con estampillas de palmetas dispuestas de forma radial, con un barniz denso y brillante que hay que suponer una importación de un taller de la región Narbonense. En esta ocasión estaba mucho mejor representada la TSHT, mediante los platos de la forma 4, lo que nos hace pensar en una fecha entre mediados del siglo V hasta el VI (San Román et alii, 2006: g 6). La secuencia estratigrá ca se prolongaba con una serie de materiales cerámicos que llegaban a enlazar con las primeras evidencias de los siglos IX-X, ya bien documentadas en la ciudad de León y que constituyen hasta la fecha una de las pocas evidencias de esta fase de transición (Gutiérrez & Miguel, 2009). El panorama de Legio en la tardoantigüedad no se reduce a la simple ocupación o reforma de edi cios romanos, sino que se debe completar con otras construcciones realizadas de nueva planta. Se trata del citado caso aparecido en la parcela de Santa Marina, o una construcción localizada en la excavación de la iglesia de Palat de Rey, de la que se conservaban unos potentes cimientos de cantos rodados trabados con barro, asentados sobre la calle campamental y asociados también a imitaciones de TSGGT (Miguel, 1996; Miguel & Gutiérrez, 1997). El territorio próximo a Legio se articuló aún en función de la antigua red de vías romanas y su poblamiento se encuentra en distintos radios, a modo de círculos concéntricos. El anillo más próximo lo constituyen algunos núcleos religiosos suburbanos y los más alejados estarían constituidos por una aureola de villae en torno a Legio. LOS AMBIENTES SUBURBANOS En el área suburbana de Legio nos encontramos con una serie de necrópolis y edi cios con advocaciones religiosas pertenecientes a los mártires del primitivo cristianismo local, como san Marcelo, centurión de la legio VII martirizado en los tiempos de Diocleciano, su esposa santa Nonia y san Claudio, que son las únicas referencias topográ cas claras de un culto de estas características en la ciudad de León (Risco, 1784), de los que aún queda por esclarecer su origen y sus conjuntos constructivos. La iglesia de San Marcelo se encuentra extramuros ante una de las puertas del recinto romano y aparece citada en la documentación desde mediados del siglo X aludiendo a una presumible antigüedad mayor (Estepa Díez, 1977: 115), no del todo esclarecida y sin excavaciones arqueológicas que permitan aportar nuevos datos sobre su origen. Algo similar ocurre con la capilla dedicada a Santa Nonia, más alejada del recinto amurallado y próxima a San Claudio. A pesar de lo tardío de las referencias documentales existentes se trata de un templo ubicado sobre una antigua

Figura 3. Vista general del edificio de planta cruciforme de la villa de Navatejera, imagen y planta de la intervención en la calle Landázuri de León y planta y hallazgo en el monasterio de San Claudio de León (seg. González Fernández, 1994).

necrópolis tardorromana, de la que existen algunas noticias de hallazgos fortuitos en la zona. De esta capilla sabemos que en 1800 se demolió una construcción anterior para levantar la actual iglesia, que era de planta octogonal, con un pozo (Risco, 1784: 350), lo que podría sugerir un posible baptisterio, a juzgar por la tradición de la existencia de un pozo ante el altar. Algo más alejado, al suroeste de la ciudad, se sitúa el monasterio de San Claudio, al que la tradición local (Leccionario catedralicio) concede ser una de las fundaciones más antiguas de León, erigida sobre el sepulcro del santo martirizado a nes del siglo III y del que existen referencias epigrá cas y tradicionales de algunos de sus abades en época visigoda, como san Vicente o san Ramiro (Risco, 1784: 353 y ss.). En la actualidad no se conservan restos del monasterio, desamortizado en 1835, y sobre cuyas ruinas se levantó


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a mediados del siglo XX uno de los barrios de la ciudad que ha borrado por completo sus trazas. Sin embargo, en 1991 se realizó una intervención arqueológica ante la construcción de un edi cio de nueva planta, que ha permitido obtener algunos datos del periodo que nos ocupa. La intervención arqueológica reveló una necrópolis bajo las estructuras conventuales del siglo XVI ( g 3.4), con sepulcros de cistas hechas con material latericio reutilizado, otras de tegulae a doble vertiente y de estructuras de mampostería. Los materiales asociados iban desde mediados del siglo IV hasta el siglo VI, mostrando una amplia pervivencia de este espacio cementerial. Los niveles asociados proporcionaron el hallazgo de diversos fragmentos de TSHT y TSGGT, cerámicas comunes, así como un olpe de época visigoda de doble asa, típica en ambientes funerarios ( g 3.5). En relación con los enterramientos se identi caron una serie de retazos de una estructura muy desmantelada por construcciones posteriores que no permitió otras consideraciones (González Fernández, 1994). EL ÁMBITO RURAL En un radio más amplio hay que hacer mención a algunos asentamientos tardorromanos, mayoritariamente villae con una dilatada pervivencia, de las que únicamente dos han sido excavadas con su ciente intensidad como para determinar con precisión su evolución. Se desconoce el proceso por el cual el territorio de Legio, originariamente de carácter militar y por lo tanto estatal, acaba pasando a manos de possesores privados. El caso es que en estos dos yacimientos excavados se registran fases de ocupación altoimperiales, vinculadas a la legio VII, por la aparición de materiales latericios con el sello de esta unidad, que posteriormente se transforman en villae. Es el caso de la villa de Navatejera, a 4 km al norte de León ( gs 1 y 3.1), en la que se ha excavado una amplia super cie de la pars urbana, con termas y algunas estancias pavimentadas con mosaicos, así como de la pars rustica con estructuras tardías de almacenamiento y producción latericia. En un espacio contiguo se construyó posteriormente un edi cio que ha venido interpretándose tradicionalmente como una posible iglesia paleocristiana, precedente de la arquitectura altomedieval; se trata de una construcción con planta cruciforme inscrita en rectángulo, con triple cabecera orientada al norte. Las diferencias técnicas con las estructuras tardorromanas (construida con mampostería cogida con barro negro) y las relaciones estratigrá cas (la cimentación se superpone a algunas partes del edi cio anterior, del siglo V) permiten considerar su cronología tardoantigua. Así mismo, la existencia de enterramientos en su entorno a anza la idea de su función religiosa. Entre los materiales recuperados en las excavaciones se encuentran abundantes cerámicas de cronología tardoantigua (TSHT) del siglo V en adelante (Miguel & Benéitez, C, 1996).

En un radio similar, pero más al noreste de la ciudad, se ha excavado la necrópolis de Vegazana ( g. 1), con tumbas construidas con ladrillo, tegulae o cantos y cubiertas planas o a capuccina, cuya cronología se extiende entre los siglos IV a VII, aunque no se documentó el hábitat al que estarían asociadas (Liz & Amaré, 1993). A 6 km al sur de la ciudad se encuentra el yacimiento de Marialba de la Ribera ( g. 1), situado en las inmediaciones de la via que partía de Legio hacia el sureste. De este yacimiento se conoce una gran basílica martirial excavada en los años 60 por el Instituto Arqueológico Alemán (Hauschild, 1968), ahora en proceso de reexcavación y estudio por nuestra parte. Partiendo de un edi cio tardorromano previo, de planta rectangular con cabecera ultrasemicircular, cuya función es aun desconocida, se produce la transformación progresiva a partir del siglo V en un centro de culto mediante la adición sucesiva de elementos como una cabecera triconque, inscrita en la cabecera ultrasemicircular, a la que sigue la construcción de una serie de trece tumbas en tres hileras, inscritas en ella; un banco perimetral exterior; cuatro grandes apoyos de bóveda en los ángulos de la nave; un nártex o pórtico funerario a los pies; ya en época visigoda se añade un baptisterio con sus anexos, fechado en los siglos VI–VII. En todos los espacios al interior y exterior de la basílica se realizaron sucesivos enterramientos desde época tardoantigua que se prolongan hasta el siglo XI ó XII, momento en el que se abandona. Las actuaciones arqueológicas ahora reemprendidas tienen entre sus objetivos comprender e interpretar el carácter y evolución arquitectónica y funcional de este importante conjunto. Aunque aún no se puede precisar si el monumental edi cio basilical tardorromano formaba parte de una villa romana u otro tipo de asentamiento complejo, como sugieren sus grandes dimensiones y la amplia dispersión de materiales constructivos, las transformaciones arquitectónicas indican sucesivos cambios funcionales: quizás del aula inicial se mudó primero su cabecera en mausoleo y martyrium, posteriormente pasaría a ser una iglesia bautismal y más tarde pequeño monasterio altomedieval. En suma, el panorama arqueológico que ofrece Legio y su entorno en época tardoantigua comienza a asemejarse al de otras ciudades hispanas, con un centro urbano heredado del mundo romano, mediante la pertinente transformación de un campamento militar en una civitas cuyos habitantes utilizan y modi can la red viaria y los edi cios legionarios de acuerdo a nuevos patrones de ocupación. A pesar de la reducción del espacio ocupado, es patente la preocupación por el mantenimiento, reparación y reforma de sus principales estructuras urbanas vigentes, como las murallas, sus puertas y parte del viario principal. Aunque algunos edi cios notables habían sido ya desmantelados para construir con sus sillares las murallas, otros se conservan y mantienen, ofreciendo muestras


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de continuidad de uso y ocupación, aun con modi caciones. A pesar de la retracción productiva y comercial, la población participa de los circuitos comerciales de la época, que incluyen productos aquitanos y mediterráneos.

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El interior del recinto parece mostrar, por el momento, un uso civil sin construcciones religiosas, que se localizan ahora en su entorno suburbano, como el monasterio de San Claudio, en la villa de Navatejera o el templo funerario de Marialba, los cuales han ido incorporando nuevos espacios sacros que tendrán un hondo arraigo en la Edad Media local.

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137 Saray Jurado Pérez (Universidad de Córdoba)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 137 - 141

ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CENTRO DE PODER DE CÓRDOBA DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS V-VIII)

El centro de poder de Córdoba (complejo episcopal y palacio del gobernador) durante la Antigüedad Tardía se situó en el cuadrante meridional de la ciudad, en los alrededores del río Guadalquivir y del puerto uvial que se levantaba junto al mismo. Este sector, nacido en época augustea, creció y prosperó merced a la presencia de enclaves tan importantes como el teatro (y las plazas adyacentes), el centro de culto dinástico de los Altos de Santa Ana y, sobre todo, el río, su puerto y el puente de piedra que unía ambas orillas del Baetis (LEÓN ALONSO, 1999) (Lám. 1). Sin lugar a dudas éste, fue uno de los principales motores económicos de Colonia Patricia durante toda la Antigüedad y, probablemente, uno de los aspectos que propiciaron la erección del centro de poder cristiano en este sector de la ciudad (CARRASCO, 2003). La nalidad de este estudio es la de dar a conocer la evolución del cuadrante meridional cordobés entre los siglos V y VIII y el papel que jugó el Guadalquivir en la elección de este enclave1. CÓRDOBA EN ÉPOCA BAJOIMPERIAL Desde mediados del siglo III comenzaron a vislumbrarse en la capital de la Bética importantes cambios urbanísticos similares a los que se observaron en la mayor parte de las ciudades del Imperio. Entre las principales transformaciones destacan la ocupación y aumento de la cota de suelo de algunas vías públicas, el espolio de grandes edi cios y espacios o la paulatina disminución, hasta su desaparición de nitiva, de agua corriente en las calles y en las casa (HIDALGO, 2005) (Lámina 2). Esta tendencia se observa igualmente en el ámbito de lo privado. Así, una domus documentada a las espaldas del teatro inició su deterioro a mediados del siglo III y a lo largo del IV la ocupación de la misma fue marginal en torno a hogueras y calerines (SORIANO, 2003, 252) A pesar de estos síntomas de recesión, el sector meridional cordobés mantuvo un cierto status privilegiado con respecto al resto de la ciudad. Por un lado, gracias a la epigrafía, podemos intuir la localización, en el entorno del río, de la residencia o cial del gobernador de la Bética2, (SALVADOR, 1998) hecho que debió dotar de gran vitalidad a la zona. Por su parte, el puerto uvial, a pesar de algunos indicios de recesión como el desmonte de varias tabernae, el colapso de las cloacas y el robo

de algunas de las losas de la plaza (CASAL y SALINAS, 2009), no dejó de funcionar tal y como atestigua la presencia de materiales importados y el mantenimiento de los talleres de los alrededores3 (MORENA 1997) LA CIUDAD “INDEPENDIENTE” (SIGLO V-572/584) La segunda de las etapas por las que pasa la capital cordobesa abarca el siglo V y gran parte del VI, un periodo caracterizado por una cierta independencia política y económica de las ciudades de la Bética. Tras 411 las provincias Tarraconense, Baleárica y Mauritania Tingitana se mantuvieron bajo control directo del Imperio, mientras que el resto quedaron bajo

1. Tal ha sido el papel del río a lo largo de la historia cordobesa que muchos de los principales programas urbanísticos desarrollados en la ciudad incluyeron actividades en su entorno: puente, murallas, embellecimiento, molinos etc… (LEÓN, LEÓN y MURILLO, 2008, 264). 2. Alguno de estos personajes se pueden rastrear gracias a los hallazgos epigrá cos de la zona: Quintus Aeclanius Hermias, vir perfectissimus, miembro del ordo equester, ostentó el cargo de agens vices praefectorum praetorio per Hispanias, máxima dignidad política de la Diocesis y el de iudex sacrarum cognitionum, es decir, principal autoridad judicial, entre 312 y 315 (CIL, II/7, 263; SALVADOR, 1998, 25). Entre los praesides Baeticae tenemos constancia de un personaje llamado Egnatius Faustinus, caballero que gobernó entre 310 y 312 (CIL, II/7, 264; SALVADOR, 1998, 70), Octavius Rufus entre 312 y 314, (CIL, II/7, 261; ARCE, 1982, 40; SALVADOR, 1998, 154) y Decimius Garmanianus (CIL, II/7, 265) miembro de la aristocracia senatorial romana, gobernador entre 353 y 360, antes de convertirse en viceprefecto del pretorio de las Galias en 361 y praefectis praetorio Galliarum en 363 (SALVADOR, 1998, 65). En último lugar contamos con la gura del cónsul Usulenio Prosperio, praeses de la Bética en un momento desconocido del siglo IV (STYLOW, 2000, 430). 3. A escasos 100 metros del foro portuario, se documentaron restos habitacionales e industriales, construidos con sillares y losas de arenisca, asentados en seco, con ripios y lajas de piedra que se disponen directamente sobre el terreno geológico. Su erección, por la presencia de sigillata africana C de la forma Hayes 50, se puede datar a nales del III o inicios del IV, suponiendo la amortización del kardo augusteo, aunque no de su cloaca, que fue remodelada y continuó en uso. Este espacio ofrece una información cuando menos novedosa acerca de las actividades industriales en época tardorromana en Córdoba. El hallazgo de fragmentos y piezas completas de tortas cóncavas de metal fundido, compuestas de una aleación de plomo, sulfuro de cinc y cobre indican que en este lugar existían hornos de fundición de metal, al menos de plomo, fechables sin ningún género de dudas en época tardorromana gracias a la presencia de un follis de bronce de Maximino Daza, acuñado en la ceca de Constantinopla en el año 312/313 d.C. (MORENA, 1997).


13 8 S. JURADO: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CENTRO DE PODER DE CÓRDOBA DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS V-VIII)

un hipotético control “bárbaro4” aunque manteniendo el sistema administrativo romano. Esto, en la práctica, signi có una cierta “autonomía” de esas ciudades que aún se regían por el sistema clásico (ARCE, 2005, 192). Las ciudades están regidas, siguiendo un sistema administrativo eminentemente romano, por los miembros de la aristocracia fundiaria, de origen hispanorromano cuyo prestigio radica en sus grandes latifundia y en las relaciones de dependencia que establecen con los miembros de las clases inferiores que trabajan en sus campos (SALVADOR VENTURA, 1990, 145). El urbanismo cordobés mantuvo en esta época las mismas tendencias que en la etapa anterior: ocupación de espacios públicos, utilización de spolia etc… En cuanto a edi cios públicos no existen muchas evidencias claras de su presencia, salvo la propia tradición del entorno y la edi cación levantada sobre las antiguas termas de la plaza de Maimónides cuya funcionalidad se desconoce (MORENO y GONZÁLEZ, 2001) (Lámina 3). Por otro lado, hasta el momento no hay constancia para este periodo de ningún rastro en los alrededores del Alcázar. No obstante, la utilización de este espacio como centro de poder civil y su perduración durante los siglos posteriores, hacen pensar que en el siglo V la sede civil debió localizarse por esta zona.

4. En la provincia Baetica se asentaron los vándalos silingos, que debían ser alrededor de unos 20.000 efectivos que, ante la imposibilidad numérica de tomar las ciudades béticas, muy probablemente se instalarían en ncas rústicas situadas en los principales ejes de comunicación: el Guadalquivir, el eje Sevilla-Mérida y el estrecho de Gibraltar con la intención de controlar las encrucijadas de caminos (GIL EGEA, 2006, 262). No obstante, su corta presencia en el mediodía peninsular apenas ha dejado huella arqueológica, lo que hace pensar que las elites hispanorromanas, los potentes y possesores seguían al frente de sus propiedades, manteniendo así su prestigio, autoridad e in uencia (ARCE, 2005, 121). 5. El mosaico, realizado con teselas blancas, negras y rojas, presenta un esquema de rectángulos decorados con el nudo de Salomón, cruces de Malta y ores de cuatro pétalos con peltas compuestas entre rombos en sus bordes. Una cruz y una crátera oreada anqueada por una paloma y una corona de espinas, símbolos del Espíritu Santo y el martirio, son los elementos gurados más destacables de este conjunto. Una orla exterior de semicírculos entrelazados que dan como resultado una cadena de ovas y triángulos curvilíneos completa la composición (BLÁZQUEZ, 1981, 34). La tipología y características de este mosaico hicieron pensar a Blázquez que estaba ante un pavimento del siglo IV; sin embargo, su directa relación con el muro de opus vittatum mixtum y nuevos estudios sobre su iconografía permiten llevarlo a nales del V o inicios del VI (MARFIL, 2000, 165). 6. Esta misma técnica edilicia se documentó en los niveles más antiguos excavados en la fachada de la Mezquita, en el Patio de los Naranjos, acompañada de un pavimento de opus signinum a una cota de -3.00 metros (MARFIL, 2000, 165). 7. Precisamente alguno de los muros de opus vittatum mixtum del palatium de Cercadillas cuentan también con una leyenda; en este caso: SOLLEMNIS NICARE (CIL, II2/7, 699)

En lo que respecta a la edilicia religiosa, el complejo de San Vicente se erigió, precisamente, en estos momentos. Las estructuras excavadas más antiguas, con una cronología de nales del V o inicios del VI, pertenecen a una estancia de tendencia cuadrangular y al arranque de un muro con tendencia absidada (Lám. 4). Dicha estancia, pavimentada de mosaico con iconografía esencialmente cristiana5, tiene un aparejo de opus vittatum mixtum, una técnica poco usada en la ciudad cuyo principal referente debió ser el palatium de Cercadilla6. En uno de sus muros destaca la presencia de varios ladrillos, fechados a nes del V, en los que se puede leer la leyenda EX OF LEONTI7 (NIETO, 1998). En cuanto a las piezas correspondientes a este periodo, se encuentran Lámina 1. Plano de la Córdoba altoimperial una placa nicho con claros paralelos 2003, 46) emeritenses (BERMÚDEZ, 2005), así como la denominada por santos Gener como “pila bautismal visigoda” caracterizada por un gran crismón inciso de brazos iguales (NIETO, 1998, 46).

Lámina 2. Ocupación de un Kardo en el entorno del puente (MORENA, 1997, 112)

(VAQUERIZO,


139 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

LA ÉPOCA VISIGODA (572/584-711) La ciudad de Córdoba, tras la independencia de facto que disfrutó durante gran parte del siglo VI, terminó por insertarse en el reino visigodo de Toledo. La necesidad de conquistarla en dos ocasiones (572 y 84, esta última tras la rebelión de Hermenegildo) hizo que Leovigildo acuñara moneda con la siguiente leyenda: CORDOBA BIS OPTINUIT (RODRÍGUEZ, 1988). A pesar del mantenimiento de los procesos anteriormente expresados, todo parece indicar que el sector meridional cordobés experimentó un cierto desarrollo de la mano de los nuevos líderes godos (Lám. 7). De hecho, habría que poner en relación con esto, algunos cambios que se operan en la ciudad, como las colmataciones de algunas calles, que suponen el recrecimiento de la cota de paso, así como la erección de un barrio “ex novo” sobre los escombros del antiguo teatro patriciense8 (JURADO, 2008). En cuanto a la edilicia monumental, las fuentes escritas de época de la conquista islámica coinciden en la existencia de “palacios”, en los alrededores del río, pertenecientes a las élites civiles y eclesiásticas de la ciuLám. 3. Planimetría del edificio de posible uso público (MORENO y GONZÁLEZ, 2001, 167) dad.

Una vez más, son muy escasos los vestigios de edilicia civil monumental y de actividades llevadas a cabo por el gobernador de la ciudad. No obstante, con esto se pueden relacionar algunos hallazgos localizados junto a la puerta del Puente y en las excavaciones del Patio de Mujeres del Alcázar de los Reyes Cristianos. De este modo, se han podido documentar intervenciones en la muralla de la ciudad, marcadas por la restauración de algunos lienzos, por el cegamiento de una de las escalinatas que bajaban al puerto uvial (CARRASCO, 2003, 290) y por la erección de un recinto forti cado, el denominado “castellum”, en la esquina suroeste que sobresale del lienzo amurallado (LEÓN y MURILLO, 2009). Por otro lado, el Alcázar de los RRCC cuenta con una interesante colección de piezas decorativas visigodas9 halladas en las distintas remodelaciones del monumento. Se desconocen por completo los edi cios a los que podrían corresponder (BERMÚDEZ y LEÓN, 2008), de tal manera que no se puede descartar que alguna de éstas perteneciera al conjunto áulico visigótico.

Lám. 4. Restos hallados en el subsuelo de la Mezquita-Catedral. Resaltados aquellos pertenecientes a la fase del siglo V-mediados del VI (MARFIL, 2006, 54)

Lám. 5. Distribución de los complejos religioso y civil, este último con el castellum sobresaliendo de la línea de muralla (LEÓN y MURILLO, 2009, 405)

8. Este barrio se articuló junto a un gran muro de contención que dividía el espacio en una zona baldía, en la que desaguaban las cloacas, y otra habitada. En ésta se han podido documentar varias viviendas levantadas mediante un pseudo opus africanum –de nuevo una técnica edilicia prácticamente inédita en la ciudad de Córdoba- que utilizaban el mencionado muro como pared trasera de las viviendas. Las casas, al menos las mejor conocidas, contaban con estancias de tendencia rectangular y pavimento de tierra batida (Lám. 6) (MONTERROSO y CEPILLO, 2002, 163-165). 9. Esta colección está formada por tres capiteles de columna, varios fragmentos de placas (calada, decoradas con cuadrifolias o cruces), un fragmento de friso y una placa-nicho (BERMÚDEZ y LEON, 2008)


140 S. JURADO: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CENTRO DE PODER DE CÓRDOBA DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (SIGLOS V-VIII)

De mediados del VII no se han exhumado restos en el interior de la Mezquita, pero sí varias piezas de decoración como un cimacio, una placa de cancel y un pie de altar ricamente decorado (Lám. 8). A escasos 200 metros, en el Patio de los Naranjos a mediados de los años ’30, se descubrieron restos de un edi cio de planta basilical con cabecera triabsidada al que se asociaban algunas columnas y capiteles, así como una cucharilla de posible uso litúrgico (Lám. 9) (SANTOS GENER, 1958, 156). Al margen de la propia basílica de San Vicente y del palacio episcopal (del cual no conocemos su localización), en los alrededores de este centro de poder se localizaron otras iglesias como las documentadas en la calle Buen Pastor y en Rey Heredia (MARFIL, 2006). Lám. 6. Estructuras del barrio visigodo levantado sobre la cavea del teatro (MONTERROSO y CEPILLO, 2002, 163 y 166)

En lo referente al mundo religioso, todo parece indicar que en estos momentos el complejo episcopal de San Vicente se convirtió en el gran centro de poder cristiano de la ciudad. Su propia localización bajo la Mezquita Catedral y sus alrededores han hecho prácticamente imposible la de nición de dicho complejo. De hecho sólo contamos con estructuras aisladas y piezas de decoración arquitectónica sin ningún contexto arqueológico. No obstante, se pueden distinguir dos fases diferentes en el desarrollo del citado complejo que se pueden poner en relación con dos acontecimientos históricos importantes para la ciudad: la propia toma de la misma por parte del estado toledano a nales del VI y las reformas de Chindasvinto, a mediados del VII, que tanto favorecieron a las oligarquías del Sur de la Península (GARCÍA MORENO, 2006, 112-124). A esta primera etapa de época visigoda pertenecen algunas potentes estructuras pavimentadas de mosaico excavadas en los años ’30 del siglo XX en el interior del oratorio. Características similares se documentaron en las excavaciones de los ’90 en el Patio de los Naranjos (MARFIL, 2006, 51). A este periodo cronológico se pueden adscribir un conjunto de ladrillos decorados y algunas placas de cancel expuestos actualmente en el Museo de San Vi- Lám. 7. Tenante de altar. Museo de Vicente (foto de la autora). cente.

CONCLUSIONES De este modo, la sede del poder político y religioso de Córdoba durante la Antigüedad Tardía se localizó, sin ningún género de dudas, en el entorno del río Guadalquivir, auténtico eje económico de la ciudad en estos momentos (JURADO, 2008, 224-225). Esta unión entre motor económico de la ciudad, élites de la misma y origen del complejo episcopal no es un unicum cordobés ya que cuenta con importantes paralelos como la ciudad de Barcino (BELTRÁN DE HEREDIA, 2001). Sin lugar a dudas las élites cordobesas decidieron ubicar su centro de poder en éste, y no otro lugar, por su localización estratégica junto al principal nudo de comunicaciones de toda la Bética, fuente de su riqueza y, en consecuencia de su poder.

Lám. 8. Croquis realizado por D. Samuel de los Santos Gener en el que refleja los restos encontrado en el Patio de los Naranjos (MARFIL, 2006, 57)


141 BIBLIOGRAFÍA / ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

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14 3 Rafael Jiménez-Camino Álvarez (Fundación Municipal de ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 143 - 152 Cultura “José Luis Cano”; Ayuntamiento de Algeciras) Ildefonso Navarro Luengo (Ilmo. Ayuntamiento de Estepona) José Suárez Padilla (Arqueotectura, S.L.), José María Tomassetti Guerra (Arqueotectura, S.L.)

DE IULIA TRADUCTA A AL-YAZIRAT AL-HADRA. LA ALGECIRAS DE LOS SIGLOS VI AL VIII A TRAVÉS DE LA EXCAVACIÓN ARQUEOLÓGICA DE LA CALLE ALEXANDER HENDERSON, 19-21

1. LA CIUDAD ROMANA DE IULIA TRADUCTA (ALGECIRAS) Existe cierto consenso entre los investigadores en la identi cación de la Iulia Traducta de las fuentes clásicas y la epigrafía monetal con el yacimiento romano localizado en el barrio denominado “Villa Vieja” de Algeciras. Este asentamiento fundado en torno al siglo I a.C. en la misma bahía en la que se situaba la ciudad de Carteia ocupa, según la información arqueológica disponible, una meseta con una extensión de 11 Ha (Jiménez-Camino y Bernal, 2007), desde la que se domina el río de la Miel. Hasta la fecha se han realizado excavaciones en catorce parcelas situadas en la periferia de lo que se supone el núcleo público y doméstico –éste último no ha podido ser investigado ya que coincide con una zona protegida por el Plan General Municipal de Ordenación debido a sus valores medioambientales–. En todas estas intervenciones1 se han localizado bien áreas de enterramiento (avenida de la Marina, Plaza del Coral y calle Alexander Henderson 1921), bien ámbitos industriales, en concreto alfares y factorías de salazón (antigua fábrica de conservas Garavilla, Alexander Henderson 26-28, San Nicolás, 1, 3-5 y 7, Sureste de las Murallas de la Villa Vieja). Las caetariae son las que han aportado más información sobre la evolución del urbanismo algecireño. Las excavaciones en el complejo conservero de la calle San Nicolás (Bernal y otros, 2003; Bernal, ed., e.p.) muestran un tejido urbano con un diseño ortogonal que apenas varía entre el siglo primero y la primera mitad del sexto, lo que demuestra una esmerada plani cación urbanística (Bernal y Expósito, 2006; Jiménez-Camino y Bernal, 2007). Ello es perceptible en el mantenimiento de un eje vial de notables dimensiones en torno al que se articulan las diferentes factorías, cuya estructura básica prácticamente no cambia durante ese período, salvo pequeñas reestructuraciones internas.

2. LA TRADUCTA BIZANTINA Desde 1998 se vienen produciendo hallazgos en solares de esta zona con una cronología bizantina respaldada por el repertorio anfórico, la vajilla de mesa y el numerario recuperado (Navarro y otros, 2000a)2. La llegada de los bizantinos supone la reorganización espacial del asentamiento –desaparición de los ejes viarios y de las tradicionales factorías salazoneras en una fecha cercana a los años centrales del siglo VI3– y de las actividades productivas – n de la economía de las grandes exportaciones del pescado y derivados (Bernal, 2008)–. Hasta la fecha los hallazgos se concentran en la zona norte de la Villa Vieja, tanto sobre los restos del área habitada en época alto y bajoimperial como en otros lugares desocupados hasta ese momento –se ha documentado un proceso de expansión del asentamiento hacia el Oeste a partir de las excavaciones en la calle Doctor Fleming, 6 (Jiménez-Camino y Bernal, e.p.) y Alexander Henderson, 19-21–. No son muchas las estructuras exhumadas de estos momentos, de hecho las mejor conservadas pertenecen a la intervención arqueológica que centra este trabajo. De ellas, hablaremos más adelante. En el resto de excavaciones, se han detectado pavimentos, canalizaciones, pero sobre todo depósitos: ya sean vertidos o derrumbes estructurales (Jiménez-Camino y Bernal, 2007: 183-185). El registro material está compuesto por los típicos repertorios de los asentamientos de ésta época –ánforas africanas (Keay LXI, LXII y spatheia) y orientales (Keay LIII y LIV bis), vajilla de mesa en ARSW D, Late Roman Ungüentaria, cerámicas manufacturadas a torno lento procedentes del mediterráneo central, etc… (v.g. Bernal, ed., e.p.; Jiménez-Camino y Bernal, e.p.)–. Lo fragmentario y parco de las estructuras localizadas no nos permite hacer mayores precisiones sobre el urbanismo y la orientación productiva de este núcleo de población. Se ha señalado que

1. Remitimos al estudio de JIMÉNEZ-CAMINO y BERNAL (2007) donde se encontrará, además de la explicación de la evolución del modelo urbanístico de la ciudad entre los siglos I al VII, el resultado de estas intervenciones y un listado bibliográ co con las referencias oportunas. Dos nuevas excavaciones no aparecen reseñadas en esta síntesis por haberse realizado con fecha posterior a su publicación, nos referimos al complejo alfarero del solar de la antigua fábrica de conservas Garavilla (TOMASSETTI y OTROS, 2009) y a las estructuras altoimperiales y al enterramiento tardoantiguo hallados en el entorno de la Plaza del Coral (BRAVO y TRINIDAD, 2009).

2. Un estado de la cuestión sobre la arqueología bizantina y visigoda en la comarca del Campo de Gibraltar y sobre los hallazgos descontextualizados de ésta época en Traducta, previos a las primeras excavaciones, puede leerse en BERNAL y LORENZO (2000). 3. Algeciras cuenta actualmente, junto con Lagos (Portugal), con la cronología más tardía de amortización de un conjunto industrial de salazón de pescado en el Mediterráneo Occidental (BERNAL, 2008: 43). Este hecho ha servido de base al citado autor para plantear la relación entre ambos procesos –abandono de las factorías y llegada de los bizantinos–.


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Lámina 1. Situación de la ciudad medieval de “al-Yazirat al-Hadra” y de la romana de “Iulia Traducta”, ambas bajo el centro urbano de la moderna Algeciras (fotografía: Google Earth). Se indica el emplazamiento de la excavación de la calle Alexander Henderson y, en el recuadro superior derecho, se reproduce una fotografía aérea de la Bahía de Algeciras donde se señala la localización de las dos ciudades romanas que la ocupaban: “Carteia y Iulia Traducta”.

quizás haya que buscar las claves de interpretación de los asentamientos de la Spania bizantina en su vocación comercial y en la vida portuaria (Bernal y Vallejo, 2003). 3. LA INTERVENCIÓN DE LA CALLE ALEXANDER HENDERSON 19-21 Entre octubre del año 2005 y julio del año siguiente un equipo de arqueólogos dirigidos por uno de nosotros, José María Tomassetti, llevó a cabo una intervención arqueológica en un solar con fachada a las calles Alexander

Henderson e Ignacio de Zuloaga (Tomassetti y otros, e.p.). Este lugar se emplaza en la denominada “Villa Vieja” de Algeciras, zona protegida por la normativa arqueológica municipal, por lo que la actividad se realizó como diagnosis previa al desarrollo del proyecto de nueva edi cación. El solar, de 770 m2, contaba con una serie de edi caciones preexistentes que condicionaron la estrategia de excavación. Una nave en la esquina sureste de la que sólo se había eliminado parcialmente la cubierta determinó la instalación de un corte en su interior (sondeo “E”). La zona noreste de la parcela se encontraba escalonada en dos niveles, en cada uno de los cuales se replanteó un sondeo (“C” y “D”). Finalmente, el corte de mayores dimensiones (“A”) diagnosticó el resto de la parcela (esquina suroeste). El sondeo “B” reservado para evaluar la zona ocupada por un edi cio colindante incluido en el proyecto de edi cación no fue nalmente ejecutado, ya que la dirección facultativa decidió su rehabilitación. Por tanto, la excavación se desarrolló en cuatro sondeos: A, C, D y E (vid. lámina 2.6). Los trabajos han dado como resultado la documentación de una secuencia estratigrá ca estructurada en cinco fases, las dos primeras, datadas entre la segunda mitad del siglo VI y nales del siglo VII, son las que centrarán nuestro estudio y las otras tres: fase III (maqbara islámica), fase IV (viviendas tardomedievales -2ª ½ s. XIV-) y fase V (construcciones contemporáneas) pueden consultarse en Tomassetti y otros (e.p.). El período tardoantiguo inaugura la secuencia del poblamiento en el solar, dentro del mismo se han exhumado tres conjuntos estructurales diferenciados: una estancia interpretada como almacén por contener hasta ocho ánforas y nueve spatehia en su interior, una necrópolis y un edi cio de considerable envergadura a juzgar por el grosor de los muros conservados. Todas estas estructuras se disponían directamente sobre el nivel geológico lo que ha di cultado la determinación de las relaciones temporales entre ellas. Sin embargo, los autores de la excavación han podido establecer una secuencia clara entre el almacén y el cementerio, fundamentalmente, a partir de la relación existente entre una de las tumbas (D40), y el muro D35 (vid. lámina 2.6), correspondiente al edi cio, que aparece roto por esta inhumación. Es decir, se ha determinado que el cementerio es posterior al almacén. 3.1. El almacén bizantino (fase I. 575-625 d.C.) En el extremo sureste del sondeo D, tras su ampliación, se pudo documentar la esquina de una estancia parcialmente excavada en el sustrato y rodeada por dos muros de mampostería adosados, orientados Norte-Sur y Este-Oeste, en cuyo interior se documentaron un número mínimo de ocho ánforas y nueve spatehia. Los fondos de algunas de estas ánforas estaban apoyados sobre el suelo de arcilla apisonada, volcados contra el muro norte, lo que hizo suponer a sus excavadores que se hallaban completas antes del


14 5 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Lámina 2. La excavación de la calle Alexander Henderson 19-21. Almacén bizantino de la fase I con ánforas Keay LXI y “spatheia in situ” (1); Vista del cementerio de la fase II (2); Cimiento del gran edificio tardoantiguo (¿basílica?) (3); Imagen de una de las inhumaciones (4); Broche de cinturón descontextualizado (5); Planta de la excavación con indicación de los sondeos, dispersión de los enterramientos, restitución de los muros del almacén y del gran edificio tardoantiguo (¿basílica?) (6).


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derrumbe de la edi cación (Tomassetti y otros, e.p.). Esta argumentación se ha visto apoyada por la cantidad de galbos recuperados y el hecho de que, en el transcurso de este trabajo se haya podido reconstruir una de las ánforas y un spatheion casi al completo. Los contenedores, oscurecidos al interior, estaban insertos en una matriz rubefactada con restos de ceniza y carbón, lo que se ha interpretado como un nivel de incendio (U.E. 44) que supuso el colapso de la habitación. Se le sobreponía una unidad de semejantes características (UE 46). Por encima fueron excavadas tres unidades más con abundantes mampuestos provenientes del derrumbe de los muros (UU.EE. 32, 33 y 42), todas de esta misma fase. Sus excavadores han planteado que la funcionalidad de la estancia sea la de un almacén en vista de la cantidad de ánforas apiladas. En este sentido se han interpretado algunas de las habitaciones de igual fábrica -muros de mampostería y suelos de tierra apisonada- halladas en Cartagena (Ramallo y Ruíz, 2000: 316), donde los almacenes se encontraban junto a los espacios domésticos y patios, en lo que se ha interpretado como un barrio de viviendas. En Málaga (Navarro y otros, 2000b), sin embargo, la concatenación de habitaciones, construidas con idéntica técnica edilicia y, también, repletas de ánforas en una zona cercana al puerto ha llevado a plantear la función comercial de este barrio. Teniendo en cuenta lo limitado del registro algecireño y que la evidencia material es prácticamente la misma en Málaga y Cartagena no tenemos elementos de juicio su cientes para determinar si la estancia localizada en la excavación de la calle Alexander Henderson formaba parte de un núcleo doméstico o comercial. El depósito anfórico estaba constituido como decíamos por un número mínimo de ocho ejemplares4 –contabilizados a partir del borde– del tipo Keay LXI (Keay, 1984: 303-304 o tipo 49 de Bonifay, 2004: 139), dos fragmentos –uno con restos del borde, el cuello y un asa; y otro con el fondoclasi cados preliminarmente como Keay XXXII ( g. 1.b.2), nueve spatheia tipo 3 –o ánfora tipo 33- de Bonifay (2004: 127-129) y un mortero de visera de cerámica común ( g. 1.b.1). Dentro de uno de los contendores, en concreto el “f” (U.E. 44), apareció un AE 4 de Teodosio (388-395 d.C.)5,

4. Hemos clasi cado otro contenedor pero no formaba parte del depósito del almacén ya que el borde del ánfora fue rescatado del interior de uno de sus muros (nº 690 - D43). Esta pieza establece un terminus post quem para la construcción de esa estancia. 5. La moneda (nº inv. 616) no presenta ceca legible. Debemos su lectura a la amabilidad de la profesora Dra. Dª. Alicia Arévalo y es la siguiente: Anv.- [dn] THE[odo-sivs pf aug]. Busto diademado de Teodosio a izquierda. Rev.- [salus rei-publicae]. Victoria a la izquierda con trofeo y arrastrando a cautivo con la mano izquierda. Peso: 1,35 g: Módulo 13,23 mm. Posición de cuños: 12.

cuya data demuestra la enorme residualidad atestiguada para la circulación monetaria tardoantigua -especialmente del numerario del siglo IV–, documentada para el caso de Algeciras en el reciente estudio de Arévalo y Mora (e.p.) sobre un conjunto de más de un millar de piezas. El tipo Keay LXI presenta gran variabilidad en el formato del tercio superior de las piezas, especialmente del borde, pudiendo encuadrarse los ejemplares estudiados en las variantes A, B y D (vid. g. 1.a). Los fondos se corresponden con los dos tipos clasi cados por Keay (1984: 304). El segundo grupo más numeroso de ánforas, el de los spatheia, contiene tres de las cuatro principales variantes de nidas por Bonifay (2004): B, C y D. Ambos tipos de envases norteafricanos –Keay LXI y spatehia– son característicos de los conjuntos bizantinos del Mediterráneo occidental y se encuentran entre la segunda mitad del siglo VI y, al menos, el primer cuarto del siglo VII. En los niveles de destrucción de los barrios bizantinos de Cartagena y Málaga hallamos algunas de las variantes documentadas aquí de Keay LXI en asociación con el ánfora Keay XXXII (Navarro y otros, 2001; Ramallo, Ruíz y Berrocal, 2002). En Málaga a estos dos tipos se le unen dos variantes de spatheia (Navarro y otros, 2001, g. 1) y en Cartagena uno (Ramallo, Ruíz y Berrocal, 2002: 184, g. 21). Este tipo de contenedor se constata de forma abundante en niveles de nales del siglo VI y hasta la mitad del siglo VII en San Antonino di Perti (Manonni y Murialdo 2001: 273-277). Tanto en Algeciras –6 ejemplares– como en San Antonino la variante más abundante es la B (o tipo 18a de San Antonino: “spatheia” de pequeñas dimensiones, Manonni y Murialdo, 2001: 273, Tav. 12.83-113). Esta variante se localiza también en el pecio “Yassi Ada 1” (Bass y Van Doorninck, 1982, g. 8.18), donde se le atribuye una data del 625/626 d.C. o algo posterior. Según Bonifay (2004: 127) la variante B aparece asociada a la C en los niveles de nales del VII de la Cripta Balbi. En general, el estudio de Michel Bonifay otorga fechas más modernas a todas la variantes, tanto de Keay LXI –desde nes del s. VI a inicios del VII para la B y D; segunda mitad del VII para la A– como de spatheia -todas las halladas en Algeciras estarían encuadradas en el siglo VII, la variante C pertenecería a la segunda mitad de esa centuria (Bonifay, 2004: 129)-. Sin embargo, en este artículo planteamos una datación en consonancia con la evidencia de los registros de la última fase bizantina en Málaga y Cartagena (hacia el 620), dejando abierta la posibilidad de que la destrucción del almacén algecireño se produzca en un momento algo posterior –mediados del siglo VII–. Este grupo de ánforas seleccionadas para el estudio demuestra la doble tendencia emprendida en la Tardoantigüedad hacia la miniaturización –el spatheion completo mide 42 cm de altura– y la elaboración de grandes contenedores –el ánfora completa mide 107 cm de alto–. En cuanto a la tafonomía, señalar que se han encontrado fragmentos de un mismo ejemplar en diferentes niveles –v.g. algunos fragmentos del


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Figura 1. Repertorio cerámico recuperado en el almacén bizantino: (A) ánforas Keay LXI procedentes de las UU.EE. 43 (8), 46 (1), del perfil S.E. (9), de la U.E. 44 (7 y 10) y de los siguientes sectores dentro de ésta: 44a (5), 44b (6) 44d, (2, 3 y 11) y 44h (4); (B.1) Mortero de la U.E. 46 y (B.2) fondo de ánfora Keay XXXII de la U.E. 44a.


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Figura 2. “Spatheia”. Variante B –ejemplar de la U.E. 33- (1); Variante C –ejemplar de la U.E. 46- (2) y Variante D –ejemplar de la U.E. 44g- (3), según la clasificación de Bonifay (2004).


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ánfora 729/730/748 fueron documentados en el nivel superior (U.E. 33) y otros en el inferior (U.E. 44)–. Algunos fragmentos concertados de ánforas presentaban además alteraciones diferentes. Se identi caron, por ejemplo, fragmentos ennegrecidos por el humo en la pared interior del ánfora 727/732 que casaban con otras piezas que carecían de esa huella. De ello concluimos que este envase se había fragmentado y esparcido antes de producirse el incendio del almacén. 3.2. El cementerio visigodo (fase II. c. 625-692 d.C.) El cementerio estaba compuesto por veintiséis tumbas, orientadas EsteOeste pero sin una organización clara. Se han distinguido dos variantes que utilizaban un mismo tipo de cubierta realizado con lajas de piedra, pero diferenciándose por el receptáculo para alojar los cadáveres: cista de mampostería en la mayoría de los casos –con dos o tres hiladas y que en un caso conservaba restos del revestimiento– o fosa simple en los restantes. Todas las inhumaciones excepto una se han depositado en decúbito supino, con la cabeza en el Oeste y los pies al Este. Los brazos presentaban cierta variedad de posiciones: paralelos a lo largo del cadáver, manos en la pelvis o bajo el vientre y un brazo en el abdomen y otro a lo largo del cuerpo. En tres ocasiones se ha reaprovechado la sepultura para introducir un nuevo enterramiento, amontonándose los restos del más antiguo a los pies. En un caso (A31) se ha dispuesto una laja que separaba ambos cuerpos. En cuanto al ritual funerario, destacar el hallazgo de dos lajas hincadas verticalmente en el suelo que han sido interpretadas como estelas anepígrafas. Se sitúan junto a las tumbas de dos niños, una en la cabecera y la otra, bien en la cabecera, bien en los pies de una tercera inhumación. Otro elemento remarcable es la documentación de una perforación circular en una de las lajas que cubre un enterramiento y su posterior cerramiento con un opérculo también pétreo. Tomassetti y otros (e.p.) han interpretado su posible relación con la introducción de alimentos o líquidos durante el “banquete ritual”. El estudio antropológico (Tomassetti y otros, e.p.)6 se realizó sobre una muestra de 27 individuos –tres sepulturas no pudieron ser levantadas y tres enterramientos eran dobles– y permitió precisar que la mayoría de los inhumados eran varones (11, lo que supone el 40,74%), aunque con una importante representación femenina (8, es decir el 29,63%) e igual número de alo sos. La distribución por edades se organizaba de la siguiente forma: 3 neonatos (11,11%), 5 infantiles I (18,52%), 1 adolescente (3,70%), 11 adultos jóvenes (40,75%), 6 adultos (22,22%) y un individuo del que sólo se podía precisar que se incluía en el intervalo adolescente-joven o en alguno de los siguientes (3,70%). 6. Realizado por Alfonso Palomo Laburu y sufragado por la empresa Arqueotectura, S.L.

La datación del cementerio y su adscripción cultural es complicada, al carecer todas las tumbas de ajuar7 y de depósitos funerarios. Los niveles de colmatación tampoco han aportado información relevante, dado lo escaso y poco signi cativo del material. Ante la parquedad del registro, el Departamento de Arqueología de la Fundación Municipal de Cultura “José Luis Cano” decidió nanciar la datación radiocarbónica del fémur de uno de los inhumados (Mestres, 2007)8. Ésta ofreció una cronología absoluta que lo situaba en una fecha calibrada entre el 562 y el 692 d.C. Aunque el arco cronológico de este tipo de ensayos es amplio, en nuestro caso no carece de importancia, puesto que aunque sitúa la fecha de la muerte de este individuo entre la 2ª ½ del siglo VI y el siglo VII al completo, nos informa de que al menos esta tumba es anterior a la ocupación musulmana, aportando una interesante fecha ante quem para el cementerio9. La datación de los contenedores bizantinos de la fase sobre la que se asienta el espacio funerario concretan una fecha post quem a partir del primer cuarto del siglo VII. Todo ello apunta a que la necrópolis estaría funcionando, por tanto, en una horquilla cronológica situada entre el 625 y el 692. Sin embargo, a diferencia de Málaga y Cartagena, en Algeciras no sabemos cuándo los bizantinos abandonan el asentamiento y si éste estuvo en manos visigodas10. El cambio radical de funcionalidad de este sector del yacimiento –pasando de un área doméstica o comercial a una sacra– y el arrasamiento de las estructuras bizantinas previas11 –a lo que hay que sumar la documentación de un nivel de incendio en la fase de abandono de esta habitación y en, al menos, otra estancia coetánea en el solar de la calle

7. El único elemento hallado en la excavación, propio de este tipo de contextos, estaba en posición secundaria. Nos referimos a un broche de cinturón liriforme (lámina 2.5) que pertenecería al tipo H3, muy difundido durante el siglo VII (RIPOLL 1998: 127-178), con el espacio decorativo dividido en tres registros en los que se representan dos prótomos de grifos separados por un motivo vegetal. 8. El análisis fue realizado por el profesor J. Mestres en el Laboratorio de datación por radiocarbono de la Facultad de Química de la Universidad de Barcelona. 9. Lo que cobra especial importancia después de que se haya documentado cómo alguno de estos enterramientos, datados genéricamente entre los siglos VI y VII, perduran hasta el siglo VIII, gracias al hallazgo de un triente emitido entre el 698 y el 702 en el interior de una tumba en Ronda (NIETO y otros, 2007: 154-155). 10. Recientemente se ha enunciado una hipótesis muy sugerente (BERNAL, 2009) en la que se propone la existencia de una “microprovincia” bizantina en torno al Estrecho de Gibraltar que perduraría hasta la conquista islámica, en base a una serie de indicios indirectos entre los que destacan: la ausencia de cecas hispanovisigodas a pesar de ser una zona de con icto, el episodio del conde Julián transmitido por las fuentes y la fosilización de esta demarcación en la futura “Cora” de Algeciras en época islámica. 11. El enterramiento (D40) que corta el muro (D35) de la habitación bizantina se realiza cuando gran parte de la habitación se ha derrumbado y sus muros han quedado arrasados al mismo nivel del suelo –en sus lados oeste y norte–.


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San Nicolás, 1 (Navarro y otros, 2000a)– se convierten en los principales avales para explicar un cambio drástico en la organización del yacimiento que proponemos, a modo de hipótesis, se debe a la caída del enclave en la órbita goda, tal y como ya habían adelantado los autores de la intervención (Tomassetti y otros, e.p.). 3.3. El edi cio ¿previo? La intervención ha documentado dos paramentos de otra edi cación. El de mayores dimensiones se ha localizado en el sondeo E (UE 21/26) y tiene 1,20 m de anchura y 5 metros de largo. Su prolongación hacia el Oeste coincide con el trazado del muro A25; juntos conformaban la esquina de un edi cio del que sólo se han conservado los cimientos. Éstos estaban excavados en el sustrato terciario y presentaban una peculiar puesta en obra. El fondo de la fosa de fundación se había nivelado con mampuestos de mediano tamaño a modo de preparación (lámina 2.3) sobre los que se colocaron otros de mayor tamaño, combinados con sillarejo y trabados con barro. Una fosa de expolio realizada en época tardomedieval ha desmantelado parte del muro. Tampoco queda rastro de los niveles de pavimentación y abandono que estarían asociados a la vida del inmueble. Ello ha complicado la datación estratigrá ca situando el terminus ante quem en la Baja Edad Media. Sin embargo, el hecho de que los muros del edi cio se dispongan con una orientación diferente a la bajomedieval –Noroeste-Sureste y Noreste-Suroeste–, nos hace descartar su adscripción a este período. Por el contrario, la habitación que describimos en la fase I, bien datada en época bizantina, presenta la misma orientación que esta construcción, lo que llevó a sus excavadores (Tomassetti y otros, e.p.) a suponer que se adosaba al edi cio, es decir que éste era más antiguo o coetáneo. Sin embargo, ambas estructuras –el edi cio y el almacén bizantino– se excavaron en sondeos diferentes y no han podido documentarse las relaciones físicas entre ambas, por lo que podría plantearse incluso que el edi cio fuera posterior al almacén. En este sentido, no puede descartase que esta construcción forme parte del complejo funerario. Desde esta lectura llama la atención que las tumbas tengan la misma orientación que el muro E21/26 y su organización en torno a este edi cio, a excepción de la E15 que se localiza al interior. La agrupación de tumbas en época tardoantigua en torno a los centros litúrgicos –basílicas– es una costumbre ampliamente conocida y documentada12.

12. El descubrimiento de un vaso litúrgico de bronce de los siglos VI-VII durante las obras de construcción del edi cio Cristina II, a tan sólo 80 metros del solar de la calle Alexander Henderson, 19-21, sirvió de base para especular sobre la presencia de una basílica en las inmediaciones (MARFIL y DE VICENTE, 1996; BERNAL y LORENZO, 2000).

4. AL-YAZIRAT AL-HADRA: EL YACIMIENTO PALEOANDALUSÍ (ss. VIII-IX) En los últimos años se han realizado muchos avances en el conocimiento del primer asentamiento islámico de Algeciras. Nuevas investigaciones (Jiménez-Camino y Tomassetti, 2006) han puesto en entredicho las tesis mantenidas hasta la fecha –últimamente actualizadas por Antonio Torremocha (2002 y 2005)– que apuntaban la superposición de la ciudad islámica al núcleo romano precedente, pasando por un breve episodio bizantino de contracción poblacional en un supuesto reducto o “acrópolis”. Sin embargo, las estratigrafías de las intervenciones algecireñas con fase romana son muy homogéneas y presentan en todos los casos un vacío poblacional entre el siglo VII y nales del siglo XIII (Jiménez-Camino y Tomassetti, 2006; Jiménez-Camino y Bernal, 2007). De su investigación se in ere que la “villa vieja”, el solar de Traducta, permaneció despoblado hasta la Baja Edad Media. Los primeros niveles de época emiral se localizan, por el contrario, sobre la colina y reborde de la meseta de la denominada “Villa Nueva”, un lugar no muy alejado de Iulia Traducta pero separado de ésta por el cauce del río de la Miel –el wadi l-Asal de las fuentes islámicas– (vid. lámina 1), cuya desembocadura está actualmente soterrada. En este lugar, una decena de excavaciones han aportado secuencias que se inician como muy tarde a mediados del siglo IX (Suárez y otros, 2005), pero que como veremos más adelante, podrían retrotraerse al siglo VIII. En todas ellas la fase omeya se sobrepone al substrato geológico, por lo que la fundación de la ciudad, atribuida a los contingentes árabo-beréberes se realizó en un lugar ex novo, en contra de lo que se pensaba. Este planteamiento sobre la refundación de la ciudad explica el nuevo nombre acuñado para designar el asentamiento13, al-Yazirat al-Hadra –la isla verde– topónimo que no guarda ninguna relación con el romano y que es recogido en las fuentes islámicas más antiguas. No sabemos si el cambio de nomenclatura se produce porque el enclave tardoantiguo había quedado despoblado, porque fue arrasado por los conquistadores o porque los recién llegados quisieron separar el asentamiento previo del campamento militar que daría más tarde lugar a la ciudad de Algeciras –si hacemos caso de las fuentes que apuntan a que Traducta estaba poblada a la llegada de los contingentes árabo-beréberes (Torremocha, 2005)–. Los indicios de este primer urbanismo islámico son, sin embargo, muy difusos (Suárez y otros, 2005; Jiménez-Camino y otros, e.p.). La mayoría de las intervenciones sólo han deparado fosas, basureros u hogares. En los 13. A pesar de que el topónimo romano se había transmitido hasta la Edad Media, al menos para referirse al paisaje circundante, como se deduce de las dos referencias de la Crónica Mozárabe a las montañas Transductinas (LÓPEZ, ed. 1980).


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casos en que se han localizado estructuras –Patio del Loro y calle Gloria 5155–, éstas se reducen a unos cuantos paramentos. Sin embargo, estamos en una fase embrionaria de la investigación y contamos con tan sólo una decena de excavaciones de este período de las que sólo se han publicado los materiales de tres de ellas (Suárez y otros, 2005). A pesar de estas particularidades, el área de dispersión de los hallazgos es casi tan grande como el de la ciudad romana: 10 Ha. En cuanto a la datación de esta fase, las publicaciones más recientes mantienen una cronología de mediados del siglo IX para los niveles más antiguos (Suárez y otros, 2005), en base a la comparación de éstos, fundamentalmente, con el repertorio sistematizado de Marroquíes Bajos (Jaén; Pérez, 2003) y al estudio preliminar de una decena de monedas halladas en los niveles de la calle San Antonio, 21. El de nitivo estudio de los feluses de esta última excavación (Canto y Martín, 2009) ha manifestado que las monedas asociadas a estos niveles pertenecen al período de conquista. Junto a ello, la comparativa con el material cerámico de los contextos de Saqunda (Casal y otros, 2005), presentado con posterioridad a la propuesta cronológica realizada para San Antonio, nos permite plantear ahora una datación anterior a lo expuesto en su momento. La presencia de una fase del siglo VIII se vería reforzada por contextos como el documentado en la calle Juan Morrison, 4-6 (Díaz, 2004) donde tanto las monedas como el repertorio cerámico apuntan a esas fechas. 5. CONCLUSIONES El análisis de los restos materiales de la intervención de la calle Alexander Henderson, 19-21 ha aportado una nueva visión del paso de la Tardoantigüedad al Altomedievo en Algeciras, una de las primeras fundaciones islámicas en suelo peninsular. Cuatro son las principales contribuciones de este estudio: En primer lugar, la intervención proporciona una secuencia estratigrá ca con dos fases tardoantiguas que abarcan el siglo VII, centuria vacía de contenido arqueológico hasta este momento –como pone de relieve Antonio Torremocha (2005: 109)–. A una fase bizantina cada vez mejor

conocida -gracias a las recientes excavaciones en la Villa Vieja- y de nida cronológicamente –por los avances en la caracterización arqueológica del material de este período– se le superpone otra más reciente y que hemos designado como visigoda debido a la importante reorganización del asentamiento que supuso la implantación de un espacio funerario sobre otro industrial o doméstico arrasado previamente; todo ello sin que se pueda descartar la posibilidad de que ambas fases correspondan a la presencia bizantina que se prolongaría hasta inicios del siglo VIII, según la reciente propuesta de Bernal (2009). En segundo lugar, hemos podido establecer una cronología ajustada –c. 625-692 d.C.- para este cementerio que pertenece a un tipo de amplia perduración –ss. V al VIII–, cuya datación con la metodología tradicional resultaba especialmente complicada debido a la ausencia de ajuares y depósitos funerarios. Todo ello gracias a la fecha radiocarbónica de una de las tumbas y a la comparación del registro material con el de la última etapa de la vida de dos ciudades bizantinas cuya fecha de abandono es bien conocida –Málaga (c. 619; Navarro y otros, 2001) y Cartagena (624/625; Ruíz, coord. 2005:23)-. En tercer lugar, este estudio aporta una fecha ante quem para la asociación de tres variantes de la forma Keay LXI y otras tantas de spatheia tipo 3 de Bonifay, en la segunda mitad del siglo VII. Al menos en Algeciras se ha podido comprobar que una fase, supuestamente visigoda, separa el mundo islámico del uso de estos contenedores. Es posible que la mayor precisión cronológica en la datación de estas ánforas pueda arrinconar al cementerio en algún momento de la segunda mitad de esa centuria. Pero como demuestra la datación de C-14, al menos uno de los enterramientos se produjo con anterioridad al período islámico, lo que establece una fecha tope para el uso de estas ánforas. En cuarto y último lugar, el trabajo hace hincapié en cómo el nuevo asentamiento islámico de al-Yazirat al-Hadra se funda, en contra de lo que se había mantenido hasta ahora, no sobre la ciudad romano-bizantina, sino sobre un emplazamiento creado ex novo -cuestión que avala su designación con un nuevo apelativo-.


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153 Rafael Jiménez-Camino (Fundación de Cultura “José Luis Cano”, ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 153 - 164 Ayuntamiento de Algeciras), Darío Bernal (Universidad de Cádiz) José Antonio Riquelme (Universidad de Granada), Mila Soriguer (Universidad de Cádiz) José Antonio Hernando (Universidad de Cádiz), Cristina Zabala (Universidad de Cádiz)

¿CONTINUIDAD O CAMBIO EN LA DIETA ENTRE LA POBLACIÓN BIZANTINA Y PALEOANDALUSÍ? APROXIMACIÓN A PARTIR DEL REGISTRO FAUNÍSTICO DE DOS INTERVENCIONES ARQUEOLÓGICAS EN ALGECIRAS 1. INTRODUCCIÓN Este trabajo analiza desde un punto de vista arqueozoológico el contenido de dos depósitos excavados en la ciudad de Algeciras, uno de época bizantina y otro emiral, formados por escombros y basuras entre los que se hallaron cierta cantidad de restos de fauna terrestre y marina. La investigación se integra en el marco de actuación del Proyecto de Excelencia SAGENA (HUM-03015), de la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía y se ha materializado gracias al convenio marco de colaboración que tienen suscrito el Ayuntamiento de Algeciras, a través de la Fundación Municipal de Cultura “José Luis Cano”, y la Universidad de Cádiz, a través del grupo de investigación HUM-440, en materia de investigación y divulgación de la actividad arqueológica de la ciudad. La primera de estas instituciones ha sufragado el estudio de la fauna terrestre, realizado por José Antonio Riquelme, mientras que la segunda se ha hecho cargo de la marina, en el que han participado: Mila Soriguer, José Antonio Hernando y Cristina Zabala. Este artículo constituye un segundo acercamiento al análisis arqueozoológico del yacimiento romano de Algeciras, iniciado con el “Proyecto de análisis arqueozoológico y palinológico de la factoría de salazones romana de Algeciras (c/ San Nicolás, 3-5)”, ejecutado por la Universidad de Cádiz mediante un contrato de transferencia de la investigación rmado con la Fundación Municipal de Cultura “José Luis Cano”. En aquel momento se analizaron 1767 restos óseos de fauna terrestre entre los que se halló un número mínimo de 158 individuos, 1787 restos de moluscos entre los que se contabilizó un número mínimo de 852 ejemplares y una pequeña muestra de peces. Por lo que se ha convertido en un trabajo de referencia que, además, ha deparado novedosas hipótesis y líneas de trabajo. Por señalar sólo los ejemplos más relevantes, el proyecto permitió constatar evidencias sobre la producción de conservas cárnicas en la factoría, documentar un vivero de ostras y su uso en la elaboración de conservas, la importancia en la explotación de pescados como la sardina o el boquerón y el uso de nuevos taxones en este tipo de contextos –caso del pargo, el mero, la ballena o el tiburón-, entre otras muchas cuestiones (BERNAL, ed., 2009, BERNAL, ed., e.p.; ROSELLÓ y MORALES, e.p.).

El yacimiento romano-bizantino de Algeciras se localiza en el extremo oeste de la bahía homónima, en el margen derecho de la desembocadura del río de la Miel, cuyo cauce está actualmente soterrado. Desde los años noventa se han realizado diferentes intervenciones arqueológicas en las que se ha descubierto parte del barrio industrial de una ciudad romana (BERNAL, ed., e.p.; JIMÉNEZ-CAMINO Y BERNAL, 2007). Los investigadores la identi can con la colonia Iulia Traducta citada por algunos autores clásicos. Está ciudad fue fundada en torno al cambio de era y estuvo ocupada, ininterrumpidamente, hasta la llegada de los contingentes árabo-beréberes a principios del siglo octavo. Éstos elegirán un nuevo emplazamiento (Jiménez-Camino y otros, 2010a), para la edi cación de la ciudad de al Yazirat al-Hadra, separado del anterior por el cauce del río de la Miel. La nueva fundación llegará a ser capital de una kora y permanecerá en manos andalusíes hasta nales del siglo XIV –con un breve episodio de domino castellano entre 1344 y 1369–, momento en el que los nazaríes la destruyen y abandonan. El objetivo del trabajo ha sido el análisis del contenido de estos basureros que tienen similares características en cuanto a la génesis de los depósitos y al volumen de especies incluidas en los mismos, para tratar de rastrear si las variaciones demográ cas, políticas y culturales producidas entre la Antigüedad Tardía y el comienzo del Período Islámico afectaron a la dieta de la población local. Somos conscientes de las limitaciones de la muestra debido, fundamentalmente, al discreto volumen de individuos y a la conservación del material óseo, por lo que este estudio pretende ser una primera aproximación al problema y un punto de partida para posteriores investigaciones. La escasez porcentual implica una representatividad relativa de algunas especies, que hay que tener en cuenta a la hora de valorar el registro, especialmente en el caso de la ictiofauna, donde llama la atención su casi nula visibilidad. Ello puede estar revelando un problema de orden metodológico. La ausencia de cribado del sedimento en ambas excavaciones ha podido condicionar la obtención de huesos en función del tamaño. De otro lado, la biomasa aportada por bivalvos y gasterópodos es muy reducida. Sin embargo, a pesar de estas limitaciones el estudio inicia un listado de taxones consumidos por épocas y ha permitido formular algunas hipótesis de carácter general para contrastar en el futuro.


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han seguido los criterios de BOESSNECK y otros (1964). Respecto a los restos óseos de especies en las que no quedaba muy clara su asignación a la forma doméstica o silvestre -como es el caso de cerdo y jabalí-, se ha optado por incluirlos en la forma doméstica, asumiendo el riesgo de que ésta se vea ligeramente sobrevalorada. La estimación del número mínimo de individuos (NMI), en el caso de la fauna terrestre, se ha calculado siguiendo el criterio de escoger entre los huesos pares aquellos que contaran con mayor número de piezas de uno de los lados. El NMI obtenido de esta forma se ha modi cado cuando la determinación de edades y sexos no concordaba con la primera estimación. El cálculo de la edad de sacri cio se ha realizado en función de la fusión de las epí sis en los huesos largos y el desgaste y reemplazo de las piezas dentales, siguiendo los criterios elaborados por el Laboratorio de Arqueozoología de la Universidad Autónoma de Madrid (Morales y otros, 1994). La diferenciación sexual se ha podido determinar a partir del dimor smo que han presentado algunas porciones esqueléticas, y que se mani esta tanto en diferencias morfológicas de tamaño como en la presencia/ausencia de caracteres concretos. No ha sido posible realizar el cálculo de la altura en la cruz de las especies animales determinadas al no aparecer ningún hueso largo completo.

Lámina 1. Situación de las intervenciones arqueológicas y de los yacimientos romano y andalusí de Algeciras.

La metodología para el estudio de moluscos y peces ha sido desarrollada en un reciente artículo (Soriguer y otros, 2009). En cuanto a los criterios para el análisis de la fauna terrestre destacar que la identi cación y clasi cación taxonómica de la muestra ósea se ha realizado con la colección comparativa de José Antonio Riquelme. La bibliografía complementaria empleada ha sido la siguiente: PALES y LAMBERT (1971) y BARONE (1966). Dentro de la categoría de ovicaprino se han incluido los fragmentos óseos en los que no ha sido posible diferenciar la oveja y la cabra, por tratarse de restos que carecían de zonas diagnósticas para su clasi cación o en los que éstas eran poco claras. De ahí que, en general, pueda observarse cierta complementariedad entre las piezas asignadas a ovicaprino y las de oveja y cabra, siendo en el primer caso costillas, vértebras y fragmentos de diá sis de huesos largos fundamentalmente. En los casos en que sí ha sido posible su diferenciación, se

2. LA EXCAVACIÓN DE LA CALLE DOCTOR FLEMING, 6 Y LOS VERTIDOS BIZANTINOS (C. 575-625 D.C.) En mayo del año 2006, uno de nosotros llevó a cabo una intervención arqueológica en un solar de la calle Doctor Fleming (Jiménez-Camino y Bernal, e.p). El diagnóstico consistió en la realización de tres sondeos de 3x3 metros que tenían por objeto evaluar la potencia arqueológica de la parcela. Sólo se agotó la secuencia en el primero y el tercero, situados en los extremos de ésta. En ambos se documentaron tres períodos –bizantino (c. 575-625 d.C.), bajomedieval (c. 1279-1369 d.C.) y contemporáneo (siglos XX y XXI)– separados por dos episodios de abandono prolongado correspondientes, grosso modo, con la alta Edad Media y la Edad Moderna. Dentro del período que nos ocupa se han determinado dos fases, compuestas ambas por un momento de construcción y uso; y otro de amortización: • Fase 1. En ambos sondeos se ha documentado cómo sobre el nivel geológico, compuesto por arcillas terciarias –posiblemente regularizadas para ser utilizadas como un pavimento en el sondeo 3–, se ha depositado un potente nivel de basuras y escombros. Este depósito que alcanza los 80 cm de espesor ha sido etiquetado con tres unidades estratigrá cas -115, 119 y 121- en el sondeo 1 y con otras tres en el sondeo 3 –316, 317 y 315, aunque ésta última posee muy pocas inclusiones–. Estaba compuesto por


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Tabla 1. Comparación de la fauna terrestre de los niveles bizantinos con los paleoandalusíes, en cuanto a: Número de Restos Determinados (NRD), Número Mínimo de Individuos (NMI) y peso de las especies de mamíferos determinadas (en gramos). (*) No se incluye en el peso del material determinado los 22 gramos correspondientes a las clavijas óseas de Bos taurus, ni los 89 gramos de esa misma porción esquelética de ovicaprino porque podrían distorsionar los valores reales.

mampuestos, restos de opus signinum, fauna terrestre y marina, objetos de vidrio y un variado repertorio cerámico muy fragmentado y rodado integrado por ánforas, cerámica común y vajilla de mesa. • Fase 2. Sólo se ha conservado en el sondeo 1, donde sobre los niveles de la fase anterior se construye un pavimento de grandes lajas. Posteriormente, un derrumbe de mampuestos –UE 116– en el que también quedaron atrapados restos de fauna selló de nitivamente la secuencia. Un estudio preliminar de los materiales hallados en ambas fases no ha deparado grandes diferencias cronológicas entre una y otra. El repertorio anfórico estaba constituido por contenedores, tanto africanos: Keay LXI, LXII y spatheia, como orientales: Keay LIII y LIVbis- y vajilla de mesa –ésta vez de procedencia exclusivamente africana: ARSW D: Hayes 91C, 99B y C, 103,

104A, 107, 108 y 109)– típico de los contextos bizantinos del Mediterráneo Occidental y que ha sido datado entre los años 575 y 625 d.C. (vid. Jiménez-Camino y Bernal, e.p.). La casi totalidad del registro analizado para este trabajo pertenece, no obstante, a la fase 1 –fauna terrestre: UU.EE. 115, 118, 119 y 121, en el sondeo 1 y UU.EE. 316 y 317, en el sondeo 3; fauna marina: UU.EE. 115, 119 y 121, en el sondeo 1 y UU.EE. 317 en el corte 3–, mientras que a la segunda fase –U.E. 116– sólo pertenecían cinco ejemplares de fauna terrestre –un fragmento de costilla, otro de la pelvis y una falange 2ª de Ovis aries (peso 15 gr.), un metatarso de ovicaprino (peso: 7gr.) y un fragmento indeterminado (peso: 12 gr.)– y otros tantos de marina –uno de Venus verrucosa, dos de Patella caerulea, uno de Patellea vulgata y otro de Monodonta turbinata–.


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2.1. La fauna terrestre La muestra alcanza un número de 17 individuos como mínimo. Salvo los restos pertenecientes a animales de compañía y, posiblemente, el équido, las demás especies representadas formarían parte del consumo alimentario. Se aprecia un claro predominio de restos óseos pertenecientes a cabañas ganaderas frente a fauna silvestre, entre las que destaca la presencia de la cabaña bovina que ocupa el primer lugar en NRD –Número de Restos Determinados–, NMI –Número Mínimo de Individuos– y peso del material óseo determinado. El ganado vacuno (Bos taurus), era la principal fuente alimentaria, ya que a éste corresponde el principal volumen de restos y, en consecuencia, su biomasa también se ha convertido en la de mayor signi cación en toda la secuencia. En cuanto a las porciones esqueléticas representadas (tabla 2), las apendiculares son las más numerosas seguidas por axiales y craneales, destacando por su número los fragmentos de vértebras, costillas y falanges. En la muestra se encuentran representadas las cohortes de edad juvenil subadulta y adulta, aunque los dos primeros grupos con valores mínimos. Resulta signi cativo que no haya ningún infantil y el claro predominio de los individuos sacri cados en edad adulta. Este último grupo de edad está representado tanto por machos –al menos dos individuos–, como por hembras, lo cual indica la utilización previa de estos animales en labores agrícolas y de transporte antes de servir como alimento. La distribución por sexos no presenta un predominio claro de ninguno de los grupos, indicándose una utilización de toda la cabaña con la misma nalidad de satisfacer la demanda existente. Se incide por tanto en esa idea de aprovechamiento previo de esta especie, considerando no sólo su fuerza sino también otros productos secundarios que puede aportar (leche o estiércol por ejemplo), retrasándose su sacri cio hasta momentos avanzados de su desarrollo. La cabaña ovicaprina ocupa el segundo lugar, tras el vacuno, en cuanto a NRD, NMI y peso del material óseo determinado. Se ha determinado la presencia de oveja (Ovis aries) y cabra (Capra hircus) en base sobre todo a fragmentos de clavijas óseas y zonas diagnósticas de huesos largos, aunque la escasez de material y la fragmentación que lo afecta ha impedido establecer con claridad la importancia de una especie u otra en la composición de los rebaños, si bien en este caso parece existir una pequeña diferencia a favor de la oveja. Al igual que ocurría en el caso anterior las porciones esqueléticas mejor representadas son las apendiculares seguidas de axiales y craneales (tabla 2), siendo los fragmentos de costilla y mandíbula las más numerosos. En relación con la edad de sacri cio, se encuentran representadas las cohortes de edad juvenil, subadulta y adulta. Aunque la escasez de material

óseo determinado y, por tanto, de individuos impide realizar apreciaciones sobre su distribución, el sacri cio de ovicaprinos, con una nalidad claramente alimentaria, podría haberse efectuado de forma prioritaria sobre los ejemplares que por lo menos hubieran superado los dos años, incluyéndose por tanto en la cohorte de adultos. En ningún caso hemos constatado la presencia de ejemplares que puedan considerarse claramente como seniles. De los ejemplares que se mantuvieron hasta una edad adulta podría considerarse que no sólo sirvieron para asegurar el reemplazo de la cabaña, sino que de los mismos también se aprovecharía tanto la leche de ovejas y cabras como la lana de las primeras. La cabaña porcina (Sus domesticus) ocupa el tercer lugar en NRD, NMI y peso del material óseo determinado, tras vacuno y ovicaprino. Las porciones esqueléticas mejor representadas son las pertenecientes al esqueleto apendicular seguidas por craneales y axiales (tabla 2), destacando por su número los fragmentos de mandíbula, costilla y húmero. Es de resaltar la ausencia de piezas vertebrales, hecho que debería asociarse a la fragmentación producida durante los procesos de despiece y consumo alimentario, lo que conlleva a la di cultad de identi cación de estas piezas y a su consiguiente inclusión en el grupo de los no identi cados. Debido a la escasez de material no se ha determinado preponderancia de ninguna de las cohortes de edad determinadas (juvenil, subadulta, adulta) en cuanto a la edad de sacri cio se re ere. La principal fase de sacri cio de los ejemplares de porcino se establece en el grupo que engloba los últimos estadios de la cohorte de juveniles y los adultos de primera edad, aproximadamente entre los 18 y los 30 meses. Este hecho unido a la presencia de cerdos de edades menores, plantea una estrategia de producción centrada en el abastecimiento cárnico, tras un período justo de cría, ya que en líneas generales no puede obtenerse ningún bene cio de ellos durante su vida. Sólo parte de la cabaña alcanzaría fases de edad superiores con la nalidad de asegurar su regeneración. Los restos óseos de perro (Canis familiaris) son relativamente escasos, aunque su presencia podría ser más numerosa en base a las huellas de mordeduras de carnívoros que presenta el material óseo. Por otra lado, es necesario tener en cuenta que esta especie sería responsable de la desaparición de parte del material óseo arrojado después de consumido por el hombre, sobre todo en lo que concierne a huesos de individuos infantiles. Como corresponde a una especie sin importancia alimentaria, la muerte del perro se produjo en estadios de edad avanzada. La fauna silvestre se encuentra representada por ciervo (Cervus elaphus) y conejo (Oryctolagus cuniculus), ambos relacionados con la actividad cinegética y con una presencia muy puntual. La única especie de ave de corral identi cada es la gallina (Gallus gallus), también con escaso material determinado.


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El análisis del material óseo analizado pone de mani esto la existencia de unas cabañas ganaderas cuyo control y reemplazo se encuentra plenamente asentado, fundamentado en la presencia de ganado vacuno, ovino, caprino y de cerda, en cuyo consumo se basa la alimentación. Tanto la edad de sacri co como la determinación del sexo, en los casos en que ello ha sido posible, indican un uso y control de los rebaños ganaderos para la obtención de toda una serie de productos básicos: carne, leche, lana, transporte y trabajo agrícola. La fauna silvestre tiene una escasa representación en cuanto a número de especies, determinándose sólo la presencia de ciervo y conejo con unos valores muy bajos en ambos casos. La presencia de especies que no tienen interés alimentario: caballo1 y perro, debería ponerse en relación con la existencia de algunos espacios dedicados a vertederos. En éstos no sólo se arrojarán desechos alimentarios, sino que también servirán de enterramiento o lugar de abandono de animales muertos. La escasez de material óseo perteneciente a especies silvestres impide matizar si su presencia se debería poner en relación con una caza que complemente y diversi que el consumo cárnico de especies domésticas, o bien se trataría de una actividad de tipo lúdico relacionada con el prestigio de las clases sociales superiores. 2.2. La fauna marina Se han localizado restos pertenecientes a nueve especies de bivalvos y siete de gasterópodos (vid. tabla 3 y gura 2). Éstos últimos dominan desde el punto de vista del NMI, sobre todo Monodonta turbinata, y de manera global los ejemplares del género Patella.

Lámina 2. Perfil estratigráfico de la excavación de la calle Doctor Fleming, 6 (arriba). 1. Fauna terrestre de la U.E. 115; 2. Selección de malacofauna de la U.E. 115: a. Patella sp; b: Acanthocardia echinata; c: Glycymeris sp; d: Cerastoderma edule; e: Venus verrucosa; f: Monodonta turbinata; g: Patella sp; h: Patella ferruginea; i: Ostraea edulis; j: Murex brandaris; 3. Mandíbula de cerdo; 4. Fragmento distal de húmero de cerdo con fractura; 5. Vértebra axis de carnero con huellas de despiece; 6. Diente inferior de caballo; 7. Calcáneo de ciervo; 8. Dientes superiores y fragmento distal de metatarso de vaca con huellas de mordedura de perro (individuo adulto); 9. Costilla de vaca con huellas de cortes, tanto en sus extremos como en el centro; 10 y 11. Material óseo de cabra (clavija, escápula y metacarpo). La clavija se encuentra serrada en su base y al metacarpo le falta la epífisis distal (carroñeada por perros).


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En cuanto al hábitat al que pertenecen estas especies, independientemente del grupo taxonómico, predomina el medio rocoso, tanto en gasterópodos como en bivalvos. Es signi cativa la ausencia de peces en el registro que interpretamos se debe a cuestiones de representatividad –volumen de la muestra y pertenencia a una única excavación– y metodología en la obtención de los datos –ausencia de criba que discrimina a favor de las especies más grandes–. 3. LA EXCAVACIÓN DE LOS VERTIDOS EMIRALES DE CALLE SAN ANTONIO, 21 (S. VIII/IX) Entre los meses de agosto y septiembre de 2002, uno de nosotros dirigió una intervención arqueológica de urgencia en un solar de la medina andalusí (vid. Suárez y otros, 2006). El diagnóstico consistió en la realización de tres sondeos. De especial interés para nuestro estudio es el resultado obtenido en el sondeo número dos –de 2,7x4,5 metros de super cie–, dónde se documentó la excavación de una fosa en el nivel geológico, posteriormente colmatada por un potente nivel de basuras y escombros (U.E. 2022) sobre el que se depositaron otros dos niveles de idénticas características (UU.EE. 2016 y 2019). Las tres unidades son, en realidad, un mismo paquete homogéneo con una potencia máxima de 1,30 metros formado por abundante material constructivo, restos de fauna terrestre y malacofauna –estudiados en el presente estudio–, escorias de mineral de hierro que indican la existencia, tanto de hornos de fundición como de un taller de forja en las inmediaciones (JIMÉNEZ-CAMINO y otros, 2010b), recipientes cerámicos muy fragmentados y una decena de feluses. Una primera aproximación al estudio del repertorio cerámico y numismático (SUÁREZ, y otros, 2006) situó el conjunto a mediados del siglo IX como fecha extrema, fundamentalmente, a partir de la comparación del material cerámico con el estudio sistematizado realizado en Marroquíes Bajos (JAÉN; PÉREZ, 2003). La catalogación posterior de las monedas (CANTO Y MARTÍN, 2009) y la publicación de contextos de características similares con una fecha ante quem situada a principios del siglo IX (CASAL y otros, 1. Se han recuperado restos de un único individuo adulto. Tanto la morfología como la biometría de sus piezas dentales ha permitido determinar que se trata de caballo (Equus caballus) y no de asno.

Tabla 2. Desglose anatómico de las especies de mamíferos determinadas en el nivel bizantino de la calle Doctor Fleming, 6.

2005), ha abierto la puerta para plantear una datación más antigua del conjunto –siglo VIII–. Sea como fuere estos niveles inauguran la secuencia de la ocupación medieval de Algeciras. 3.1. La fauna terrestre La mayoría de las especies de mamíferos representadas en el depósito formaron parte del consumo alimentario, a excepción de los équidos y los animales de compañía (perro y gato), donde no queda claro debido a la escasez del material identi cado. Se han documentado siete especies de mamíferos: équido, vaca, oveja, cabra, perro, gato y conejo. También se han recuperado diez huesos de gallina. La cabaña ovicaprina (Ovis aries/Capra hircus) se con gura como la base alimentaria de la población, con un consumo más signi cativo de ove-


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ja que de cabra. Ocupa el primer lugar en NRD y en NMI y se sitúa tras el ganado vacuno en cuanto a biomasa aportada para el consumo alimentario. Las porciones esqueléticas mejor representadas son las apendiculares, seguidas de las axiales y craneales, destacando por su número los fragmentos de costilla y tibia (vid. tabla 4). Una mayor presencia de animales sacri cados en edad juvenil y adulta, podría indicar la eliminación selectiva de individuos machos en esta etapa de su vida para el consumo de carne de mayor calidad, ya que su permanencia en el rebaño hasta la edad adulta no sería rentable. Mientras que el importante número de ejemplares sacri cados en edad adulta, principalmente hembras, parece apuntar tanto a la obtención de leche y lana, como al reemplazo de los rebaños. El ganado vacuno (Bos taurus) es la segunda cabaña ganadera mejor representada tras el ovicaprino en cuanto a NRD y NMI y la primera en biomasa aportada. Las porciones esqueléticas mejor representadas son las pertenecientes al esqueleto apendicular seguidas por axiales y craneales, destacando por su número los fragmentos de costillas, vértebras y metacarpo. En este caso sí que se encuentran presentes en el material óseo analizado tanto fracturas como huellas de cortes, que indicarían que estos animales fueron utilizados, principalmente, por su carne. Los restos recuperados han sido clasi cados por cohortes de edad dependiendo del estado de fusión epi saria y del desgaste y reemplazo de las piezas dentales. Se ha determinado la presencia de todas las cohortes de edad, salvo la subadulta. Por lo que éstas podrían estar indicando un sacri cio de animales jóvenes para el consumo cárnico y la existencia de animales adultos, tanto para el control y reemplazo de los rebaños –buscando la optimización de carne y la obtención de productos secundarios (leche y queso)–, como para las tareas de tiro y tracción. No aparecen restos óseos de cerdo, suponemos que por las prohibiciones al respecto de la ley islámica. Aunque hemos de apuntar que en otros yacimientos peninsulares de época medieval aparecen restos de esta especie, si bien en reducida cantidad. Se ha argumentado que su consumo, vinculado principalmente a zonas rurales, se debe a la alimentación tan económica que exige y a su aprovechamiento total (García, 1983, cfr. Martínez, 2009). El conejo (Oryctolagus cuniculus) está escasamente representado como es lógico en una especie de pequeña talla. Todas las porciones esqueléticas representadas son del esqueleto apendicular. Los restos pertenecientes a équidos han sido también escasos, hecho que ha impedido realizar la distinción a nivel de especie. No se han apreciado evidencias claras de cortes en el material óseo que pudieran indicar su inclusión en el consumo alimentario. Además, algunos autores árabes indican su escaso empleo como alimento (Díaz García, 1982-83). Por ello

nos inclinamos más a pensar en cuestiones relacionadas con el transporte y el trabajo agrícola como empleo principal de estos animales. La discreta presencia de animales de compañía –Canis familiaris y Felis catus– responde a que se trata de especies sin ningún interés desde el punto de vista alimentario. La presencia del perro es apreciada, también, a partir de las frecuentes marcas de mordeduras sobre el material óseo de otras especies. La gallina (Gallus gallus), por último, era un animal muy apreciado (García, 1983). Las fracturas y cortes presentes en el material óseo indican que estos animales fueron utilizados principalmente por su carne. Todos los individuos determinados han sido sacri cados en la edad adulta y sólo en un caso ha sido posible determinar el sexo gracias a un tarsometatarso –ejemplar macho–. Aunque la colección ósea estudiada es pequeña, de su análisis parece desprenderse que su recuperación provendría de un vertedero de desperdicios de todo tipo, no sólo por los desechos alimentarios sino también por la presencia de restos óseos de animales tanto de compañía (perros, gatos) como dedicados al transporte (asno) y que se arrojarían completos. 3.2. La fauna marina En esta excavación se han encontrado un total de ocho especies de bivalvos, mayoritariamente de conchas fuertes y robustas, en general muy fragmentadas y erosionadas. Además se han documentado dos especies de gasterópodos y una vértebra de osteíctio, posiblemente de Thunnus thynnus (vid. tabla 3). Desde el punto de vista del hábitat, se observa el predominio de especies de bivalvos de fondos blandos. 4. CONCLUSIONES Hemos de insistir de nuevo en el carácter poco representativo de la muestra analizada en términos cuantitativos y en la complejidad de realizar comparativas a nivel comarcal por la ausencia de evidencias publicadas. Con todo, sí parecen detectarse algunas apreciaciones sugerentes que a continuación presentamos. A tenor del registro faunístico analizado los cambios más signi cativos en el aprovechamiento de los recursos terrestres se deben a la ausencia de suidos2 en los niveles islámicos que, como sabemos, está originada en una restricción legal musulmana (GARCÍA, 1983) y a la aparente inexistencia de caza en éstos mismos niveles –aunque tenemos que remarcar que su cons2. También constatada en otra ciudad de este ámbito, Ceuta, pero en un momento posterior –el siglo XIV– (LOZANO, 2009). Aunque, excepcionalmente, se ha documentado su presencia en algunas alquerías islámicas (MARTÍNEZ, 2009: 74).


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tatación en los depósitos bizantinos es mínima–. Esto último contrasta con la importancia de la caza del ciervo y la posible utilización de su carne para la producción de conservas, documentada en la factoría de San Nicolás de esta misma ciudad de Algeciras, pocos años antes de la conquista bizantina –inicio del s. VI– (CÁCERES, e.p.). En cuanto a la fauna terrestre se observan, en general, dos características fundamentales: de un lado, el total predomino de la especies domésticas sobre las silvestres y, de otro, una especialización ganadera basada en la explotación de la cabaña bovina y ovicaprina –y dentro de ésta con predomino de la oveja– en los dos períodos, con preponderancia del ganado bovino en un primer momento y del ovicaprino en la Edad Media. En relación a los datos aportados para el período bizantino tenemos que resaltar que en la vecina ciudad de Ceuta (Riquelme, 1997), en este mismo período, se ha observado también la explotación de la cabaña ganadera centrada en tres especies –vaca, ovicaprino y cerdo– y la superioridad del ganado bovino sobre el ovicaprino, por un estrecho margen de diferencia, en una muestra del doble de individuos que en Algeciras –NMI: 31, en Ceuta 12 sobre 10; en Algeciras 6 sobre 4–3. Sin embargo, si comparamos la distribución de la cabaña dentro de la misma Algeciras entre los restos documentados a inicios del siglo VI en la calle San Nicolás y los de época emiral en la calle San Antonio, descubrimos como los porcentajes son prácticamente idénticos –a excepción, naturalmente, del aprovechamiento del cerdo–. Así el NMI de Bos taurus alcanza el 20,5% en San Nicolás y el 20% en San Antonio 21, mientras que Ovis aries/Capra hircus representan el 50,6% del total en el yacimiento tardorromano y el 53,32% en el paleoandalusí4. Es decir, que apenas hay diferencias en la explotación de las especies que componen la base alimentaria entre la tardoantigüedad y el mundo islámico salvo una pequeña inversión de los datos en época bizantina. Tendremos que valorar a partir de ahora si esta variación se debe a un cambio introducido por la población oriental asentada en ambas orillas del Estrecho o, lo que es más probable, que las diferencias, poco signi cativas de otro lado, estén originadas por lo reducido de las muestras. En este sentido, un estudio sobre una población también limitada de individuos, realizada en otro de los yacimientos

3. En Ceuta, la especie más importante en cuanto a NRD, NMI y peso es Bos taurus. En segundo lugar, en cuanto a NMI se encuentran los ovicaprinos, aunque los suidos se mantienen tras los bóvidos y delante de los ovicaprinos en lo referente a NRD y peso. 4. Estos mismos porcentajes se mantendrán en la Ceuta del siglo XIV, donde atendiendo nuevamente al NMI, los ovicaprinos representan el 44,63% y el ganado vacuno el 19,01% (LOZANO, M.C., 2009: 56). El predominio de la cabaña ovicaprina en los yacimientos islámicos es la tónica habitual (MARTÍNEZ, 2009: 74).

Tabla 3. Comparación de la fauna marina de los niveles bizantinos –se incluyen ambas fases- con los paleoandalusíes, en cuanto al Número Mínimo de Individuos (NMI). (*) Unidad estratigráfica de la segunda fase bizantina. El resto de unidades son de la primera fase.


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bizantinos peninsulares: Benalúa (Alicante), destaca la importancia de la explotación ovicaprina sobre la bovina en estos momentos (LARA y otros, 2007: 73-76). El análisis del material óseo analizado pone de mani esto la existencia de unas cabañas ganaderas cuyo control y reemplazo se halla plenamente asentado. La edad de sacri cio y determinación del sexo, en los casos en que esto ha sido posible, indican un uso y control de los rebaños ganaderos para la obtención de productos básicos (carne, leche y lana), transporte y trabajo agrícola, además de la selección de determinados individuos para el reemplazo del rebaño. En cuanto a la fauna marina, destacar la casi total ausencia de peces en ambas fases. Como señalamos en la introducción, es posible que ello se deba en parte a la metodología utilizada en la recuperación de la muestra, especialmente, en lo que se re ere a la ausencia de especies de pequeña talla. Hemos de recordar aquí la importancia de la producción de conservas de pescado en las factorías de salazones de la ciudad que estuvieron en activo desde el siglo I hasta mediados del siglo VI d.C. (Bernal, ed., 2009 y Bernal, ed., e.p.) –Algeciras es junto con Lagos la ciudad del Mediterráneo Occidental en la que más tarde se ha constatado hasta la fecha la pervivencia de esta industria (BERNAL, 2008)–. La llegada de los bizantinos supuso el cese generalizado de estas instalaciones y su abandono, con las implicaciones que esto debió conllevar en cuanto al modelo productivo –desaparición de las grandes exportaciones de pescado y derivados– aunque está por demostrar la continuidad de la pesca y de la industria conservera, cuya visibilidad arqueológica en el registro es muy baja, sin duda debido a cambios en el instrumental pesquero -posiblemente, con una presencia notable de utillaje en materia perecedera- y en las estructuras de producción, seguramente diferentes a los modelos de la Antigüedad. La constatación de la importancia de las salsas de pescado como alMurri (WAINES, 1991) en época islámica constituye una buena prueba de dicha continuidad, sobre la cual habrá que profundizar en el futuro. Precisamente, la vértebra de atún descubierta en los niveles islámicos constituye un discreto indicio de la continuidad de la pesca especializada no costera. Tenemos referencia escrita de la captura de esta especie en la zona del Estrecho, algo más tarde, gracias a las anotaciones realizadas en el siglo XII por al-Idrisi para Ceuta y al-Zuhri para Algeciras (vid. Arévalo y otros, 2004: 55-56). En cuanto a los moluscos, el repertorio exhumado en estas dos excavaciones está compuesto en todos los casos por especies de uso alimentario. En la fase tardoantigua se constata marisqueo, una mayor presión sobre especímenes de hábitat de roquedo y una mayor variedad de especies. En

Tabla 4. Desglose anatómico de las especies de mamíferos determinadas en el nivel emiral de la calle San Antonio, 21.

esta época dominan (valorando el NMI) los gasterópodos (sobre todo Monodonta turbinata y los del género Patella), frente a los niveles islámicos donde se imponen los bivalvos de fondos arenosos. Esta desviación en la época islámica del marisqueo hacia especies típicas de fondos arenosos, puede ser simplemente entendida como un re ejo de la disminución de la disponibilidad de las especies más abundantes típicas de fondos rocosos, señalada anteriormente, ya que las poblaciones de Patella suelen uctuar por efectos de una explotación excesiva, o bien por un cambio en los gustos hacia otro tipo de especies, o una modi cación en la línea de costa por procesos de sedimentación, aunque con los datos disponibles es muy difícil extraer una conclusión. También debemos destacar la diferencia entre los gasterópodos marinos, pues en época paleoandalusí se detectan únicamente murícidos, es-


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Lámina 3. Perfil estratigráfico de la excavación arqueológica de la calle San Antonio, 21 (arriba). 1. Oveja: tibias con marcas de fracturación y huellas de la actividad de carnívoros -el metatarso presenta huella de la mandíbula de un perro en la epífisis distal-; 2: Mandíbula y fémur de gato; 3: Vértebra axis de perro; 4: Metatarso de vaca. Corresponde a un individuo adulto. Se le ha fracturado la epífisis distal; 5: Material óseo de gallina: fracturas en húmero, tibiotarso y tarsometatarso como consecuencia de su consumo; 6: Clavija y tibia de oveja. La primera presenta cortes realizados con un instrumento metálico y su base se encuentra serrada para separarla del cráneo en el proceso de desmembramiento; 7: Conejo. Fragmento de húmero donde faltan las epífisis proximal y distal.


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pecies productoras de púrpura (Hexaplex trunculus y Thais haemastoma), frente a su carácter “episódico” en época bizantina. No tenemos constancia de su empleo en la producción de púrpura –ausencia de detección de patrón de fracturación y otros parámetros– en la calle San Antonio, por lo que posiblemente respondan a estrategias alimenticias. Su predominio en época medieval y la ausencia de especies procedentes de marisqueo en estos momentos (frente a su elevada presencia en los ss. VI/VII, ilustrada por el 18% de burgaillos y el 55% de lapas en la secuencia preislámica de la c/ Doctor Fleming) denotan estrategias pesqueras y/o de consumo de productos marinos claramente diferenciadas entre ambos momentos históricos.

Figura 2. Representación comparada del NMI de las diferentes especies de bivalvos y gasterópodos entre el período bizantino y el paleoandalusí. Figura 1. Representación comparada del NMI de las diferentes especies de fauna terrestre entre el período bizantino y el paleoandalusí.


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165 Mª del Camino Fuertes Santos (Red de Espacios Culturales de Andalucía Córdoba. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Grupo Investigación HUM048, U.C.O.) Rafael Hidalgo Prieto (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 165 - 172

LA TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE DEL ÁREA NOROCCIDENTAL CORDOBESA Y DEL PALACIO IMPERIAL DE MAXIMIANO TRAS LA CAÍDA DE LA TETRARQUÍA

RESUMEN Aportamos en este trabajo los datos con que contamos, a día de hoy, sobre la ocupación medieval más antigua de Cercadilla: la tardoantiguedad y el emirato, períodos hasta el momento escasamente documentados en Córdoba en general y en Cercadilla en particular, debido a la superposición estratigrá ca posterior.

Figura 1

INTRODUCCIÓN La transformación del palacio imperial de Maximiano en un centro de culto cristiano, no debió suceder mucho más tarde de su construcción. Con la progresiva implantación de los nuevos planteamientos geopolíticos constantinianos y, junto a ello, con la rápida expansión del cristianismo, se inicia la transformación y, en algunas ocasiones también, la “cristianiza-


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ción” de los palacios tetrárquicos. En el caso de los cambios acaecidos en el palacio de Córdoba se debe tener muy en cuenta a la gura del obispo cordobés Osio, consejero de Constantino quien, muy probablemente, pudo in uir ante la gura del emperador para hacer posible la cesión del palacio para su conversión en edi cio cristiano. La ocupación cristiana del palacio imperial no se llevó a cabo sobre todos los edi cios que conformaban el complejo palatino, sino sobre algunos de ellos: el aula de cabecera triconque norte ( g. 1, g. 2.9), el aula basilical menor norte ( g. 1. g. 2.7) y el ninfeo dispuesto entre ambos ( g. 1, g. 2.1). Alrededor de todos ellos y en su interior se dispuso, a partir del siglo VI, una importante necrópolis cristiana que seguirá funcionando durante el tiempo de la dominación islámica de la ciudad, al menos hasta el siglo XI, fecha en la que, tras la Fitna, se produce el desmembramiento del califato omeya ( g. 1). EL CENTRO DE CULTO CRISTIANO Como ya se ha dicho, para el nuevo uso cristiano era impensable el mantenimiento de un edi cio de las dimensiones y diseño del palacio imperial, que en ambos aspectos se aleja de manera evidente de las características propias de un edi cio cristiano de un momento temprano de la Antigüedad Tardía. Como se deduce de la tumulatio ad sanctos, el edi cio más importante de todo el complejo, sobre el que sin duda recae el mayor peso cultual, es la antigua sala de cabecera triconque que se dispone en el extremo norte del pórtico en sigma del palacio ( g.1, g. 2.9). Gracias a su orientación y a que su diseño es muy similar al de las basílicas paleocristianas, su planta se reaprovecha y adapta, transformando su compartimentación interna, originalmente organizada en tres naves transversales, mediante una nueva división en tres naves longitudinales. La recuperación en el edi cio o en su entorno inmediato de los testimonios que hacen referencia a dos obispos cordobeses antes no conocidos, Lampadio y Sansón, enterrados en Cercadilla, se debe entender como consecuencia de la importancia cultual y sin duda también martirial, del centro de culto aquí instalado, y, con ello, del deseo de los obispos de enterrarse en el más importante espacio martirial de la ciudad. Cualquier propuesta que pretenda situar en Cercadilla la sede episcopal cordobesa, denota, sin más, el desconocimiento completo de las formas arquitectónicas de la Antigüedad Tardía y de los procesos sociales e históricos vinculados a la implantación y desarrollo de las sedes episcopales en esos mismos momentos. Las características y peculiaridades de este conjunto, en las que aquí no cabe entrar por las lógicas limitaciones de espacio, permiten plantear que muy probablemente se pueda identi car con el centro de culto cristiano dedicado al mártir cordobés Acisclo (HIDALGO, 2002). Uno de los centros cristianos más importantes de la ciudad, desde un momento muy temprano

tras las persecuciones tetrárquicas, hasta que tras la caída del califato, la culminación del proceso de aculturación y la intransigencia religiosa, pondrán n a los centros de culto mozárabes, hasta tal punto que tras la conquista cristiana no quedará memoria histórica de su ubicación originaria. LA NECRÓPOLIS CRISTIANA La primera evidencia documentada del uso del área de Cercadilla como necrópolis cristiana, la encontramos en un fragmento de sarcófago de mármol paleocristiano, fechado entre los años 340-350 (SOTOMAYOR, 2000, 293-294) ( g. 2.4). Este área cementerial siguió funcionando como tal, al menos hasta principios del siglo XI, como así nos lo demuestra una lápida, reutilizada de un anterior enterramiento, en la que se hacía alusión a Cristófora, “sierva de Dios”, enterrada en el año 983 ( g. 2.12). Los enterramientos, por tanto, se efectuaron durante un arco temporal muy amplio, que abarcó unos setecientos años. Las sepulturas más antiguas detectadas son una inhumación, fechada en el siglo VI, con cubierta de tégulas y, al menos, otras tres con individuos enterrados con jarritos en la cabecera. La evolución del rito no sufrirá cambios a largo de su historia y, a excepción de algunos enterramientos con características propias, el común de los individuos fue enterrado según una tradición que experimentó pocas transformaciones. Adscritos cronológicamente al amplio periodo de la Tardoantigüedad, se han documentado individuos enterrados con un tipo de ritual característico. Y es que algunos de los enterramientos recuperados en la necrópolis de Cercadilla, aparecen acompañados por uno o más cráneos de otros inhumados con anterioridad. Un reciente descubrimiento nos ha permitido adscribir a una fase cultural concreta este tipo de rito funerario, practicado, eso sí, en escasas ocasiones Se trata de un enterramiento efectuado en cista de sillares en donde el individuo principal, además de haber sido enterrado junto a tres cráneos más dispuestos alrededor de su cabeza, se acompañó de un jarrito cuya tipología se adscribe a momentos pre-islámicos de origen visigodo1 (FUERTES et alii, 2007) ( g. 2.5).

1. Recientemente, en la conocida como la necrópolis del Ochavillo (Hornachuelos, Córdoba), se han exhumado numerosas tumbas en las que se repetía este mismo ritual, acompañándose los individuos de jarritos junto a su cabeza y de armamento característico de este momento (ASENSI y RODERO, 2008; MURILLO, 1995). También en Valencia, en la Almoina, se han localizado enterramientos visigodos en los que cabezas desarticuladas se han colocado junto a los cráneos de los últimos enterramientos, en muchos casos acompañados del clásico jarrito/a ritual. Los individuos se inhumaron en tumbas que sirvieron como lugar de enterramiento de grupos familiares de la nobleza visigoda. El deseo de situar los cráneos de los muertos con anterioridad con la de los últimos fallecidos es debido, según su investigador, a un reconocimiento del cráneo como elemento uni cador en donde se localizan las características físicas de cada conjunto familiar (CALVO, 2000).


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Figura 2

Los individuos fueron inhumados, orientados de oeste a este y depositados decúbito supino, con los brazos dispuestos, por regla general, sobre el abdomen, tórax o pelvis. Las piernas estaban extendidas o cruzadas a la altura de los tobillos. Se dispusieron en cistas o directamente en la tierra, aunque, a veces, las fosas se tallaron en las cimentaciones del palacio romano. La cubierta de las tumbas constaba de varias losas de distintos materiales -calcarenita, esquisto, pizarra, mármol, tejas, o, incluso, grandes contenedores cerámicos-. También se han localizado varias lápidas epigrá cas que permiten identi car a las personas allí enterradas, como la anteriormente mencionada Cristófora. De esta manera conocemos la existencia

de Acantia, muerta en 596; de Calamarius, del año 605 o 608; de Iquiecipo, enterrado en el año 877. Sabemos igualmente que aquí fueron enterrados el obispo Lampadio, muerto en 549 (CIL II2/7, 643), ( g. 2.3), y el obispo Samsón, al que conocemos gracias a su anillo-sello, fechado en un momento impreciso de la Tardoantigüedad (CIL II2/7, 643a)2 ( g. 2.2). Muchos de los individuos aquí enterrados lo fueron en sepulcros colectivos. Son habituales los enterramientos en donde el último sujeto se 2. Sobre estos documentos epigrá cos véase HIDALGO 2002. Estudios especí cos sobre la necrópolis en ORTIZ, 2002; 2003a; 2003b.


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Figura 3

acompaña de otros que o están situados a sus pies, amontonados en osarios, o están debajo de ellos, ocupando toda la tumba ( g. 2.10). Se han documentado, también, edi cios y/o estructuras arquitectónicas de gran entidad, –pertenecientes en todos los casos al palacio romano- que sirvieron como mausoleos y que acogieron a un grupo más o menos numeroso de tumbas ( g. 2.8, 2.10, 2.11). Mención especial merece, a tenor de las alteraciones postdeposicionales que sufrió, un enterramiento mozárabe situado en el interior de uno de los edi cios reutilizados en el nuevo centro de culto cristiano. En ese caso, en un momento indeterminado del uso de la necrópolis, se retiró cuidadamente la cabecera de la tumba, se extrajo el cráneo y posteriormente se volvió a cerrar la tumba ( g. 2.6). Es muy tentadora la posibilidad de

adscribir esta circunstancia al proceso de extracción de reliquias, que debió alcanzar un importante desarrollo en Córdoba a tenor de la expectación que el fenómeno martirial de los mozárabes cordobeses suscitó prácticamente sobre toda la cristiandad. Muy probablemente este proceso de extracción de reliquias afectaría a muchos enterramientos singulares, dispuestos en zonas importantes de los más destacados centros de culto de la ciudad. LA OCUPACIÓN DOMÉSTICA PRE-ISLÁMICA. SIGLO VII-PRINCIPIOS DEL SIGLO VIII Hasta el momento sólo hemos detectado presencia ocupacional vinculada a este período y asociada al uso de espacios como vivienda o refugio, en


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Figura 4

el interior del criptopórtico, en concreto en la zona donde este conserva la bóveda casi intacta ( g. 3.1). En un anterior trabajo especí co sobre el criptopórtico (HIDALGO et alii, 1996) estudiamos lo que hasta ese momento se conocía sobre este período tan difícil de precisar. Se trataba de una serie de suelos, que indicaban un uso, en precario, del interior de la galería romana. No obstante, una campaña de excavación más reciente nos ha permitido de nir algo mejor este momento. Aun cuando las conclusiones a las que hemos llegado no son diferentes de las que en su día expusimos, sí hemos podido, a partir del estudio minucioso de la cerámica asociada a esos suelos, precisar la cronología de todos ellos3.

Pues bien, hacia el siglo VII, se construye un muro de mampuesto irregular, que atravesaba de lado a lado la galería del critopórtico y que la dividía en dos zonas completamente distintas ( g. 3.3, 3.4). Este muro se sitúa en el centro del criptopórtico, en una zona donde se había producido el derrumbe y posterior reparación de la bóveda El nuevo paramento se construyó con mampuesto irregular, de mediano tamaño, de diferente composición (calcarenitas, cuarcitas, mármol y ladrillos reaprovechados de la obra romana), trabado con barro. Este muro, sin vanos, atravesaba la galería, de lado a 3. El estudio de la cerámica en FUERTES e HIDALGO, 2003b y FUERTES, 2010.


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lado y se alzaba hasta casi tocar la clave de la bóveda, sin que podamos determinar si, en un primer momento, llegó a conectar con ella. Hacia el sur de este paramento se comprobó la existencia de hasta seis suelos, con sus respectivas preparaciones, asociados a estructuras muy precarias que evidencian distintas ocupaciones del interior del criptopórtico de carácter esporádico, desde el siglo VII hasta el siglo VIII (HIDALGO et alii, 1996, 51-53). La última fase está relacionada con un suelo empedrado de poca consistencia y mal construido, que sirvió durante un corto período de tiempo. Su uso se debe asociar a una ocupación eventual ya que la altura a la que se encontraba, muy cerca de la clave, di cultaría el trasiego de personas sobre el mismo. Su abandono viene a coincidir con la renuncia al uso del espacio abovedado como zona de habitación, como lo demuestran los rellenos, con materiales residuales, acumulados sobre el maltrecho pavimento. El lado norte de la estructura también fue ocupado con intensidad. Sobre el primer suelo que se construyó asociado a este muro, de arcillas muy arenosas de color anaranjado, se encendieron varias hogueras, una de ellas sobre un ladrillo romano que sirvió como base de la misma y otras dos situadas, cada una de ellas, delante de dos de las ventanas del criptopórtico que fueron reaprovechadas como chimeneas ( g. 3.2). Este primer suelo se arregló continuamente, como lo demuestran los distintos “parches” que se le superponen. Asimismo, en la zona de contacto del suelo con el muro se dispuso un nivel de margas de considerable espesor con el n de impermeabilizarla y evitar, en la medida de lo posible, el ascenso de la humedad. Siempre dentro de este marco temporal, anterior a la llegada de las tropas islámicas, se detecta un nuevo abandono de la zona. El antiguo suelo se fue cubriendo paulatinamente de basura y los rellenos de tierra siguieron colmatando la galería. Sobre estos rellenos, se advierten dos nuevas ocupaciones, una de ellas muy puntual, sólo evidenciada por la presencia de una hoguera sobre un ladrillo romano reutilizado. La siguiente ocupación fue más duradera y afectó al muro, ya que su cara norte fue reutilizada para la construcción de un pequeño horno de planta semicircular ( g. 3.3). Para su ejecución se desmontó un pequeño tramo de aquel, añadiéndole algunos adobes que le con rieron esa nueva forma. Es, de todo punto, un horno doméstico asociado a un suelo arcilloso en el que se vertieron abundantes cenizas. Tras el derrumbe del horno se fueron acumulando distintas tierras con abundante material residual hasta que, en un momento muy concreto y como hecho completamente aislado, se procedió, ya durante el segundo tercio del siglo VIII, a efectuar un enterramiento (vid. infra). En el resto del yacimiento las evidencias edilicias asociadas a construcciones domésticas durante esta fase son muy escasas, en gran parte al-

teradas, sobre todo, por las edi caciones califales, siendo los testimonios indirectos -como, por ejemplo, la cerámica localizada en los vertederos-, los que demuestran la ocupación del área en esta etapa. EL BARRIO EMIRAL Emiral antiguo. 2º tercio siglo VIII- 3er. tercio siglo VIII No tenemos más constancia de ocupación relacionada con este momento concreto, que un enterramiento y un muladar, ambos documentados en el interior del criptopórtico. Si bien hemos tratado someramente la necrópolis más arriba, no podemos dejar de valorar y analizar en este apartado y con especial detalle, la presencia de esta inhumación en el interior de la galería. Son varias las razones que nos obligan a hacerlo. Por un lado porque, hasta la fecha, constituye el único enterramiento efectuado en el interior de este espacio del antiguo palacio, y, por otro lado, porque es, a día de hoy, el único individuo enterrado con ajuar monetal de todos los documentados en Cercadilla ( g. 3.4, 3.5, 3.6). Junto al hombro derecho del cadáver se depositó un saquito de lino y algodón que contenía un total de 32 feluses de cobre4, de los que en sólo uno de ellos se ha podido identi car la fecha, 110 de la Hégira / 728 d. C, mientras que en otros seis se ha conseguido leer la ceca, al-Andalus, en la orla5. No cabe duda de que nos encontramos ante uno de los primeros mozárabes cordobeses conocidos y su presencia ha sido fundamental para poder aislar el período pre-andalusí del medieval islámico. El lugar en el que se ubica el enterramiento, casi en el eje central del criptopórtico y, sobre todo, la presencia de las treinta y dos monedas, testi can que el individuo aquí enterrado ocupó dentro de su grupo social una situación relevante6. Sin embargo, resulta del todo incomprensible su carácter aislado, alejado tanto del resto de los individuos pertenecientes a su comunidad, como del espacio de culto propiamente dicho. Por otra parte y, a pesar de que el difunto posiblemente contase con una situación económica acomodada, su tumba no solo carecía de cubierta –circunstancia frecuente en Cercadilla- sino que, sobre aquella, sin ningún tipo de estruc-

4. Las monedas aparecieron unidas en una única masa informe compactada por depósitos calcáreos. Su separación y restauración, así como el análisis de las capas de corrosión y el de las bras textiles han sido llevados a cabo por el equipo de restauradores del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. 5. Agradecemos a A. Canto la información que aquí se ofrece sobre estas monedas. 6. En Jaén en la necrópolis Nº 5, de rito visigodo-cristiano, con individuos depositados decúbito supino, con las manos cruzadas sobre el pecho, se localizó, en las manos de uno de los individuos, un felús de época de la conquista, a modo de ajuar o amuleto. Su presencia se valora como un objeto de tipo simbólico, ya que este tipo de moneda no era de fácil acceso y estaría reservada a los nuevos dominadores, por lo que su posesión, en manos de un indígena, sería indicativo de un determinado “estatus” (SALVATIERRA et alii 2001).


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tura que lo pudiera aislar más que la simple tierra vertida para su cubrición, se formó, muy poco tiempo después de su deposición, uno de los basureros más voluminosos de los localizados en Cercadilla. La formación de este muladar sobre el enterramiento tiene una cronología post quem circa 730, que se puede precisar aún más, tanto por el estudio cerámico como por el análisis del material numismático recuperado en el sedimento: cuatro feluses de cobre. De las cuatro monedas recuperadas una es ilegible y otra de ellas presenta grafía árabe por los dos lados y se encuadra dentro del grupo XA de Froschoso (2001, 29). Las otras dos monedas poseen características muy similares: en el anverso una estrella (de seis y ocho puntas en cada uno de los casos), rodeada por una orla con una leyenda religiosa, y en el reverso la ceca: al-Andalus. Estas monedas se incluyen dentro del grupo XVII de Froschoso (2001, 41-43). Todas ellas se fechan durante el período de conquista, nunca más allá del primer tercio del siglo VIII, lo que nos proporciona un terminus post-quem para su formación de la 2ª mitad del siglo VIII, concretamente entre el segundo y el tercer tercio de esta centuria7. La entidad de este vertedero es su cientemente importante como para suponer una ocupación prolongada de la zona durante esta etapa. Emiral, siglos VIII – IX Las viviendas y los edi cios emirales, con toda probabilidad asociados a los grupos de mozárabes aglutinados en torno al centro de culto cristiano aquí instalado, han llegado hasta nosotros muy alterados, debido a que la mayor parte de ellos fueron arrasados o reutilizados para llevar a cabo la construcción de las posteriores viviendas califales, a excepción de unos baños de los que hablaremos más adelante. Sin embargo, no cabe duda de que la ocupación de este área, a lo largo de todo el emirato, fue muy intensa como nos lo demuestra, de nuevo, la abundante presencia de basureros y de pozos ciegos colmatados con el detritus generado por sus habitantes. Como ya hemos comentado, los restos arquitectónicos emirales con que contamos hasta el momento son escasos y se reducen, casi con exclusividad, al gran centro de culto cristiano vinculado probablemente a S. Acisclo, a un hamman y a algunos restos constructivos tales como suelos, canalizaciones ( g. 4.1), cimentaciones, hogueras, etc.… Todo ello no nos permite trazar una imagen certera del urbanismo de este período, aunque nos indica y rati ca la existencia de una ocupación continuada durante el mismo. Durante esta etapa se ha comprobado, igualmente, la existencia en esta zona de instalaciones industriales. Las de mayor relevancia se asentaron 7. Todas estas monedas, tanto las pertenecientes al enterramiento, como las localizadas en el muladar que lo amortiza, están siendo objeto de un estudio detallado por parte de A. Canto. Para la cerámica recuperada en el muladar, véase FUERTES, 2010.

en el interior del aula de cabecera triconque sur del palacio romano, en donde se construyó un pequeño horno ( g. 4.4). De planta circular de 1 m. de diámetro y 1,5 m. de altura conservada, esta estructura se excavó en los terrenos arcillosos precedentes. En su interior se construyó un único arco con ladrillos de módulo romano, robados al edi cio palatino, trabados con barro, del que se conservaba solamente el arranque y que separaba la cámara de combustión de la de cocción. El pasillo que daba acceso al interior de la cámara de fuego (no excavado), conservaba una altura de 80 cm. No tenemos claro el uso para el que se concibió tal estructura aunque, en su interior, se recuperaron algunos restos de escoria de vidrio. Del mismo momento que el horno y muy cercano a él, son varias fosas en las que se vertió gran cantidad de escoria de metal ( g. 4.3) (HIDALGO et alii, 1999). Indicios de ocupación habitacional del período emiral también se han documentado en el interior del criptopórtico. Se han constatado, en el espacio excavado hasta la actualidad, cuatro etapas de uso determinadas por la actividad allí documentada y relacionadas, por un lado, con dos saqueos puntuales del revestimiento de opus vittatum mixtum de la bóveda, separados por una ocupación temporal del espacio cuya huella ha quedado plasmada en varias hogueras y algo de basura acumulada. El último momento de uso de este tramo del criptopórtico ha quedado representado por el vertido de residuos de carácter industrial –con restos de cal, cenizas y escoria de hierro-, en el que se recuperaron cuatro feluses de cobre de los que sólo uno conservaba la leyenda, con una cronología que se extendía entre los siglos VIII y IX (HIDALGO et alii, 1996, 53-57). Existen, además, muestras de actividad industrial en otras zonas del yacimiento asociadas a este período. De hecho, bajo el suelo de una de las habitaciones de una de las viviendas del arrabal califal8, en el interior de un pequeño recinto cuadrangular, se localizó un crisol embutido en el suelo con restos de cenizas y escoria en su interior, asociado a una pileta y a un hogar fabricado en adobe con forma de embudo. Son estructuras que pudieron estar relacionadas con la fundición de metal ( g. 4.2). Por otro lado, no podemos olvidar lo que constituye hasta el momento uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes de este momento. Junto a la puerta de entrada al palacio romano (HIDALGO, 2007) se procede, en un momento indeterminado del emirato, a la reordenación urbanística de esta zona, que vendrá de la mano de la construcción de un camino -cuya creación quizás se pueda situar en los últimos momentos de la etapa tardoantigua- y de la parcelación privada y/o pública a ambos lados de la nueva vía. El nuevo camino discurría paralelo al cierre del palacio, en este 8. Concretamente bajo lo que fue durante el califato el Espacio 62 de la Casa 10 (FUERTES, 2005).


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momento completamente desaparecido, y posiblemente enlazaba con el camino romano y tardoantiguo que transcurría más hacia el Norte, junto al acueducto romano, ( g.1, g. 3.7) (HIDALGO y FUERTES, 2001; FUERTES e HIDALGO, 2002). Por otro lado se procederá a la construcción, entre otras edi caciones de menor envergadura, de un gran complejo identi cado como unos baños públicos, cuya planta arquitectónica –en la que se introduce el ábside para el coronamiento de una de las salas- y la técnica edilicia empleada en algunos de sus paramentos -opus vitattum de mediocre factura- bien pudieran haberse inspirado en el palacio romano ( g. 4.5, 4.6) (FUERTES et alii, 2007). Junto a lo antedicho, la existencia en este área urbana de un poblamiento continuado desde la Tardoantigüedad y durante el emirato, viene a ser con rmada y rati cada por la presencia de varios caminos antiguos –romanos y tardoantiguos-, de los que hemos localizado al menos tres ( g. 1). Uno de ellos, el localizado en la zona oriental, es el que discurría junto al acueducto y al que nos hemos referido más arriba. Mejor documentado arqueológicamente es otro camino, también de trazado norte-sur, localiza-

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do al oeste del yacimiento ( g.1). Esta vía, que al menos estuvo en uso desde época tardoantigua, quedó formalizada en época califal como una gran calle de casi ocho metros de anchura, pavimentada con un suelo de grava muy compactado. Uno de sus laterales era recorrido por una canalización de agua limpia, de más de un metro de anchura y medio metro de altura, que actuaba como un auténtico acueducto, hasta que en un momento indeterminado, en pleno período califal, se abandonó y se convirtió en una cloaca que se colmó con residuos. En una zona más centrada del yacimiento identi camos un gran espacio público que no es otra cosa más que una plaza, formalizada y en uso durante la etapa califal9, generada a partir del cruce de dos calzadas, una de ellas norte-sur y otra este-oeste –localizada también en otros dos puntos concretos del yacimiento-, que estuvieron en uso, al menos, desde momentos emirales ( g. 1). Ambas fueron pavimentadas con tierra apisonada, en algunos de sus tramos con gravas, y conformaron, en época califal, parte del entramado de las calles que organizaron el urbanismo del arrabal.

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17 3 Ricardo Mar y J. Javier Guidi-Sánchez (Universitat Rovira i Virgili, Tarragona) José Alejandro Beltrán-Caballero (Dibujos)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 173 - 182

FORMACIÓN Y USOS DEL ESPACIO URBANO TARDOANTIGUO EN TARRACO

INTRODUCCIÓN: TARRACO El desarrollo urbanístico de la ciudad de Tarraco en época tardorepublicana y altoimperial sintetizó y emuló las grandes estructuras arquitectónicas de Roma (Simulacra Romae), sirviendo de exemplum a las restantes civitates y poleis de toda la geografía del Imperio. En un largo proceso de evolución urbanística que abarca los siglos II a.C.-III d.C. la capital tarraconense se dotó de murallas, foros, templos, plazas, vías monumentales porticadas, edi cios de espectáculos como el teatro, circo y an teatro, ninfeos, ricas domus y un paisaje suburbano que alternaba espacios productivos y residenciales1 (Fig. 1, A). Durante las centurias tardorromanas (IV-V d.C.) la ciudad mantuvo su capitalidad en la Tarraconensis pese a las reformas dioclecianaeas y la escisión de la Gallaecia. Especialmente signi cativo es el hecho de que fuese la sede escogida como capital por parte del usurpador Máximo y su general britano Geroncio (410/411 d.C.). Durante todo el siglo V d.C., hasta la desaparición de facto de la Pars Occidentalis del Imperio en el 473 d.C., Tarraco se convirtió en la base militar de Rávena en su último y fallido intento por reestablecer un orden romanorum en la Península Ibérica2. En de nitiva, fue en la última capital provincial de Hispania. Del 473 al 714 d.C. la ciudad continuó siendo capital, ahora de la provincia tarraconensis del Regnum Gothorum (primero de Tolosa y luego de Toledo). Finalmente, a principios del s. VIII d.C., Tarragona acabó abandonada en el complejo proceso de consolidación de dos nuevos actores políticos: el conglomerado de condados cristianos del norte y sobre todo al-Andalus. Detrás de esta evolución política podemos identi car y de nir profundos cambios económicos, sociales e ideológicos que motivaron la transformación radical del paisaje urbano y suburbano de Tarraco. En el contexto 1. RUIZ DE ARBULO, JOAQUIN, “Edi cios públicos, poder imperial y evolución de las élites urbanas en Tarraco (s. II-IV dC.)”, Ciudad y comunidad cívica en Hispania (Madrid, 1990) Madrid, (1994), pp. 93-113. MAR, RICARDO; RUIZ DE ARBULO, JOAQUÍN; VIVÓ, DAVID, “El capitolio de Tárraco. Identi cación y primeras observaciones”, en (Vaquerizo, D.; Murillo, J.F. Eds.), El concepto de lo provincial en el mundo antiguo. Homenaje a la profesora Pilar León Alonso, Cordoba, (2006), pp. 391-417. 2. Fundamental la consulta e interpretaciones de ARCE, JAVIER, El último siglo de la Hispania romana (284-409 d.C.), Madrid (segunda edición de 2009); Bárbaros y romanos en Hispania (400-507 d.C.), Madrid (2007), ambos con abundante bibliografía.

de la actividad edilicia relativa a los siglos postclásicos o tardoantiguos una característica común de nuestra civitas y las restantes ciudades de Occidente (ahora disgregadas en distintos regna) y en buena parte del Imperium Orientalis es la readaptación de espacios arquitectónicos y uso de material constructivo (spolia) procedente de época altoimperial3. A partir de la segunda mitad del s. V d.C. la trama urbana de Tarraco evoluciona desde su Simulacra o Imitatio Romae originaria hasta consolidarse como una nueva realidad ideológica y material: la Civitas Christiana. Casos análogos los reconocemos en la propia Roma o en las megalópolis orientales de Alejandría y Antioquía4. Resulta paradigmática la urbanización de la acrópolis de Tarraco. Un sistema de tres terrazas culminada por el Templo de Augusto, que incluía una explanada monumental decorada con porticados y un circo ubicado a los pies del conjunto. Un extenso complejo arquitectónico que daba cobertura a la manifestación cívico-religiosa más importante del imperio: el culto al emperador. A partir del s. V d.C. se erigen diversos complejos de carácter cristiano, los porticados son desmontados o readaptados en la construcción de nuevos edi cios, y entorno al monumental themenos del templo de Augusto se construyen espacios de hábitat y cisternas. Los espacios del circo participan en esta nueva dinámica funcional y edilicia: sus bóvedas son compartimentadas y readaptadas como residencia. Pese a los pocos datos con los que contamos, podemos plantear que el Templo de Augusto fue desmontado en cronologías tardoantiguas y entre su posición y la sala axial avia se constituyó un edi cio cristiano con una necrópolis privilegiada anexa5.

3. BRENK, BEAT, “Spolia da Constantino a Carlo Magno: estetica versus idologia”, Architettura e immagini del sacro nella tarda antichità, Centro Italiano di Studi Sull’Alto Medioevo, Spoleto, (2005), p. 197 y ss; en el mismo volumen “Spolia e il loro effectto sull’estetica della varietas. Attorno al problema dei capitelli alternanti”, p. 205 y ss. 4. HAAS, CHRISTOPHER, Alexandria in late antiquity, topography and social con ict, Baltimore (1997). 5. MAR, RICARDO (ed.), Els monuments provincials de Tarrco, Documents d´Arqueologia Classica, 1, URV, Tarragona (1993), MAR, RICARDO y PENSABENE, PATRIZIO, “Dos frisos marmóreos en la Acrópolis de Tarraco, el Templo de Augusto y el complejo provincial de culto imperial”, Simulacra Romae (J. Ruiz de Arbulo ed.), Tarragona, (2004), pp. 73-86, con bibliografía precedente.


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En líneas generales, se podría a rmar que Tarraco en los siglos postclásicos retorna a una sonomía urbana análoga a la existente durante el periodo III-II a.C., cuando la acrópolis estaba ocupada por el campamento romano fundado por los Escipiones y entre éste y la costa marítima y el río Tulcis se extendía el oppidum indígena ibérico de Kesse. En época republicana entre el campamento y el oppidum se construyen las insulae que constituyen la malla urbana de la civitas6 (Fig. 1, A). A partir del s. V d.C. esta trama de insulae intramuros es abandonada paulatinamente de forma no violenta y la población se concentra en la acrópolis por una parte y en el suburbium del Tulcis y el área del portus. No debemos hablar de decadencia o regresión, sino más bien de nir estas transformaciones como consecuentes de una nueva realidad económica, social e ideológica. Durante las centurias que discurren del s. V al VIII d.C. existe una potente élite urbana que será la responsable de las nuevas iniciativas edilicias. Evidentemente tras la desaparición del aparato estatal romano los nuevos promotores no contarán con la capacidad económica de sus predecesores altoimperiales7, sin embargo no podemos entender estos fenómenos diacrónicos en términos de decadencia. Recordemos como a nales del s. II d.C. el teatro ya había sido abandonado como tal y ocupado parcialmente por estructuras que reaprovechan material constructivo del mismo8. El forum coloniae estaba ya colapsado entorno al 360 d.C.9 y su material arquitectónico y epigrá co reutilizado de forma masiva en la construcción de los monumentales complejos cristianos del río Tulcis, en la Basílica de los Mártires Fructuoso, Augurio y Eulogio, en la construcción del palatium episcopalis anexo a dicha basílica y en el templo ad monasterium que ocupaba un área septentrional respecto al conjunto funerario del Francolí (Fig. 1, B). Pese al colapso del foro de la Colonia a mediados 6. MAR, RICARDO, “De Kesse a Tarraco: L’assentament militar i la construcció d’una ciutat republicana”, Tarraco: Construcción y arquitectura de una capital provincial romana, Congreso en Homanaje a Theodor Hauschild, Tarragona (2009), en prensa. 7. RUIZ DE ARBULO, JOAQUIN, “Edi cios públicos, poder imperial y evolución de las élites urbanas en Tarraco (s. II-IV dC.)”, Ciudad y comunidad cívica en Hispania (Madrid, 1990) Madrid, (1994), pp. 93-113; MAR, RICARDO y PENSABENE, PATRIZIO, “Arquitectura i organització d’obres al Fòrum Provincial de Tarraco”, RODRÍGUEZ NEILA, JUAN FRANCISCO, “Administración municipal y construcción pública en la ciudad romana” ambos en Tarraco: Construcción y arquitectura de una capital provincial romana, Congreso en Homenaje a Theodor Hauschild, Tarragona, (2009), en prensa. 8. MAR, RICARDO; ROCA, MERCÉ y RUIZ DE ARBULO, JOAQUÍN, “El teatro romano de Tarraco: un problema pendiente”, Teatros Romanos de Hispania, Cuadernos de Arquitectura Romana Vol. II, (1993), pp. 11-23. 9. MAR, RICARDO; RUIZ DE ARBULO, JOAQUÍN, “La Basílica de la Colonia Tarraco. Una nueva interpretación del llamado Foro Bajo de Tarragona”, Los foros romanos de las provincias occidentales, Murcia, (1986), pp. 31-44. RUIZ DE ARBULO, JOAQUÍN, “El foro de Tarraco”, Cypsela, VIII, Girona, (1990), pp. 119-138.

Fig. 1: La ciudad romana de Tarraco. A: Planta general. B: El puerto y el suburbio del Tulcis. 1. Basílica jurídica y forum coloniae, 2. Capitolium, 3. Teatro y ninfeo, 4. Thermae monumentales, 5. Tholos y grandes domus, 6. Gran domus con balnea tardoantiguas, 7. Residencia aristocrática visigótica analizada, 8 y 9. zonas de enterramientos y hábitat, 10. vía funeraria altoimperial, 11. Basílica cristiana de los Mártires Fructuoso, Augurio y Eulogio y palatium episcopalis, 12. Basílica cristiana ad monasterium.

del s. IV d.C. el material que lo constituía “volvía a la vida” en las nuevas construcciones. Esta actividad expoliadora no sólo la identi camos en el suburbium meridionalis. En la construcción de la basílica en memoria de Fructuoso en el


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an teatro (datada a mediados del s. VI d.C.) también se hizo servir dicho material: todas las basas de las columnas están constituidas por pedestales recortados y trabajados para servir de apoyo a los fustes graníticos, también provenientes de un entorno foral, que separaban la nave central de las laterales10. También los capiteles que coronaban las columnas proceden del expolio general de la ciudad romana. El an teatro, que estuvo en uso hasta el s. V d.C. pudo haber acogido una Cella Memoria precedente que debió de ser arrasada en la nueva construcción visigótica. El edi cio basilical monumentalizaba el espacio sagrado en el que tuvo lugar la ejecución pública del obispo Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio11. En la composición del edi cio, en la construcción de las cimentaciones y en su aparejo, en el orden arquitectónico de los pórticos y en la “marmolización” de la cabecera y el altar reconocemos una arquitectura que remite a los precedentes tardoromanos “clásicos”, pero que incorpora novedades como el arco de herradura y que prescinde de elementos como el atrium12. En la Tarragona actual numerosos de estos restos arquitectónicos han quedado fosilizados en la trama urbana siendo actualmente visibles, como el complejo cristiano que debía extenderse entorno a las plazas de Rovellat y Dels Angels13 en la acrópolis frente a las instalaciones del Institut Català d’Arqueología Clàsica o en la Catedral, ubicada sobre el hipotético emplazamiento de Sancta Iherusalem a su vez construida sobre los restos del Templo de Augusto14. Sin embargo, son los resultados provenientes de una larga tradición anticuaria encabezada por la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense y más de treinta años de excavaciones urbanas las que nos ayudan a de nir la Tarraco antigua y postclásica. La brevedad del presente trabajo no nos permite sino exponer a grandes rasgos las dinámicas de transformación urbana y actividad edilicia propia de las centurias visigóticas15. Atendiendo al marco del presente Congreso e intentando establecer modelos, analogías y diferencias, entre el excepcional yacimiento de la Vega Baja de Toledo y el suburbium meridionalis de Tarraco hemos seleccionado un conjunto arqueológico cuyo estudio pretendemos que facilite una mayor comprensión entorno al fenómeno suburbial y edilicio en cronologías postclásicas. EL SUBURBIO DEL RÍO TULCIS El denominado suburbio del río Tulcis corresponde al crecimiento extramuros de la ciudad, entre la línea de costa, el puerto y la desembocadura del propio río (Fig. 1, B). Es una de las áreas arqueológicas más ricas de Tarraco, documentada en 30 años de arqueología urbana. Esta abundancia de evidencias nos permite restituir una evolución urbana que discurre desde el s. III a.C. hasta el VIII d.C. En época altoimperial la densa malla suburbial articulaba un espacio urbano discontinuo en el que se alternaban vías funerarias, stationes, almacenes, espacios residenciales, etc., que quedaban integrados en la monumentalización de la fachada marítima de la

ciudad. Se trata de un sistema urbano que se genera a partir de una serie de establecimientos rurales, de origen republicano, que explotan los campos situados en la inmediata periferia de la ciudad. Progresivamente, las necrópolis se van extendiendo alineadas en la fachada de las vías que permitían el acceso al originario sistema de explotación agraria. En época imperial, la densi cación de las actividades portuarias produce un incremento de edi cación en el sector del suburbio cercano a los muelles de descarga de las naves procedentes de los principales puertos del Mediterráneo. Crecen los almacenes abiertos a las vías principales que discurren en sentido este-oeste, paralelas a la línea de costa. Durante los siglos I y II d.C. el suburbio se densi ca con la construcción de grandes residencias aristocráticas dotadas de jardines aterrazados. Este conjunto heterogéneo de actividades consolida un sistema urbano cuyo origen se remonta a la época prerromana. La implantación en el s. V d.C. de un extenso conjunto cristiano que integra la Basílica de los Mártires Fructuoso, Augurio y Eulogio con baptisterio y palacio anexos, una residencia aristocrática y una segunda basílica probablemente monacal ha de relacionarse con la extensa necrópolis vinculada 10. GUIDI-SÁNCHEZ, JOSÉ JAVIER, “Spolia et varietas. la construcción de los complejos cristianos de Tarraco. El caso de la basílica del an teatro”, Tarraco: Construcción y arquitectura de una capital provincial romana, Congreso en Homenaje a Theodor Hauschild, Tarragona (2009), en prensa. 11. GODOY, CRISTINA, “La memoria de Fructuoso, Augurio y Eulogio en la arena del an teatro de Tarragona”, Bolletí Arqueológic, Tarragona, 16, (1995), pp. 181-210; Arqueología y litúrgia: Iglesias hispánicas (siglos IV al VIII), Barcelona, (1995); PRUDENCIO, AURELIO, Libro de las Coronas o Peristephanon. Barcelona, (1984). Maurice P. Cunningham, Nolas Rebull y Miquel Dolç (edición y comentarios). FRANCHI DEI CAVALIERI, PIERO, “Las actas de San Fructuoso de Tarragona”, Boletín Arqueológico, Tarragona, (1959), pp. 1-70. 12. TED’A, L’an teatre romà de Tarragona, la basílica visigòtica i l’església romànica, Memòries d’excavació 3, Tarragona, (1990); RUIZ DE ARBULO, JOAQUÍN, L’an teatre de Tarraco i els espectacles de gladiadors al món romà, Biblioteca Tarraco d’Arqueologia, Tarragona, (2006), pp. 34-53; GUIDI-SÁNCHEZ, JOSÉ JAVIER, “Spolia et varietas. la construcción de los complejos cristianos de Tarraco. El caso de la basílica del an teatro”, Tarraco: Construcción y arquitectura de una capital provincial romana, Congreso en Homenaje a Theodor Hauschild, Tarragona (2009), en prensa. 13. Carecemos de estudios monográ cos que integren los datos de hallazgos arqueológicos en relación a dichas estructuras y su contextualización urbana. AQUILUÉ ABADÍAS, XAVIER, “Referent a les estructures de l’antiguitat tardana de la Plaça Rovellat (Tarragona)”, Annals de l’Institut d’Estudis Gironins, núm. 37, (1996-1997), pp. 1169-1185. BERGES SORIANO, PEDRO MANUEL, “Columnas romanas y cruces visigóticas en la plaza de Rovellat de Tarragona”, Miscelania Arqueológica, vol. I, Barcelona, (1974), pp. 153-167. 14. HAUSCHILD, THEODOR, “Hallazgos de la época visigoda en la parte alta de Tarragona”, III Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispánica, (Maó, 1988), Barcelona, (1992), pp. 151-156, del mismo autor Arquitectura Romana de Tarragona, Tarragona, (1983), p. 16. 15. Siendo en la actualidad objeto de un estudio más amplio que está identi cando y de niendo la evolución urbana de Tarragona desde su fundación a la conquista islámica, cuyos resultados esperemos puedan ver pronto la luz.


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a la memoria de los mártires16. Fecha que coincide con la relativa recesión en la super cie urbana ocupada intramuros. Efectivamente, la cristianización del suburbium coincide con la polarización del poblamiento entre la acrópolis y el suburbio portuario. Es cierto que la arqueología demuestra que este suburbium perdió super cie a partir de la segunda mitad del s. V d.C., sin embargo, los datos materiales muestran que continuó siendo objeto de una importante actividad edilicia: el suburbio acoge no sólo los complejos cristianos, mausoleos y grandes cementerios, sino que en la línea portuaria se ubican una serie de espacios residenciales que en algunos casos constituyen auténticas viviendas aristocráticas dotadas de conjuntos termales privados. Algunos ejes viarios son privatizados en este proceso e integrados en las nuevas construcciones. Sin embargo, siempre se trata de calles secundarías que discurren en sentido norte-sur, perpendiculares a la línea de costa. Las calles principales cuyo origen se remonta al período republicano y que circulan en paralelo a la línea de costa, transformadas y a veces disminuidas, son mantenidas en uso. Es precisamente en una de estas calles donde se sitúa el yacimiento objeto de análisis que comentaremos a continuación. Como veremos, el registro arqueológico muestra la continuidad funcional del suburbio hasta por lo menos nales del siglo VII d.C. LOS ALMACENES PORTUARIOS DE LA c/PERE MARTELL 48-5017 El solar se ubica en el área central del suburbio portuario, a escasos metros de los muelles del puerto, en el eje central de las actividades mercantiles de la Colonia. Su posición extramuros coincide con el área de mayor actividad comercial de la ciudad antigua: próximo al teatro y a las termas monumentales tardorromanas, edi cios ya expoliados y transformados en lugares de hábitat en cronologías visigóticas. Los restos arqueológicos estudiados se ubican en el solar de las calles Pere Martell 48-50 y Felip Pedrell 3-5, cuyos trabajos arqueológicos se llevaron a cabo entre los años 1998 y 200118 en el contexto de las numerosas intervenciones de carácter urbano llevadas a cabo en el área para la construcción de nuevos edi cios residenciales (Fig. 2, Fase I, II y III).

16. SERRA I VILARÓ, JOAN, Excavaciones en la necrópolis romano-cristiana de Tarragona, Madrid (1928, 1929, 1930, 1932, 1935), AMO, M. D., Estudio crítico de la necrópolis paleocristiana de Tarraco, Tarragona (1981); LÓPEZ VILAR, JORDI, Les basíliques paleocristianes del suburbi occidental de Tarraco. El temple septentrional i el complex martirial de Sant Fructuós, Tarragona (2006). 17. Hemos de agradecer a J.A. Remolà las informaciones facilitadas en torno a esta excavación. 18. Las intervenciones arqueológicas fueron llevadas a cabo por la empresa CODEX, dirigidas por C.A. Pociña. FIZ FERNÁNDEZ, IGNACI et alii (dirección cientí ca), Planimetría arqueològica de Tarraco, Tarragona, (2007), pp. 150-151, núm. de cha 609, con sucinta descripción de los restos arqueológicos y sin análisis interpretativo de éstos.

Fig. 2: Fases constructivas documentadas en la excavación residencia C/Pere Martell 48-50: de los horrea altoimperiales al palatium visigótico.

Los primeros testimonios arqueológicos ofrecen un horizonte cronológico republicano en el que se documentaron una serie estructuras realizadas con ánforas, posiblemente vinculadas a la actividad de las primeras canabae de colonos y negotiatores romanos. La excavación puso al descubierto una importante vía en sentido E-W, paralela por tanto a la línea de costa así como una vía N-S, de menores dimensiones, que sirvió para el desarrollo de espacios funerarios, como demuestra el mausoleo que ha podido ser


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reconstruido a partir de las escuetas improntas dejadas en la roca después de su integral expolio. El originario edi cio funerario estaba formado por un cuerpo de planta circular forrado con sillares. En época visigótica, los sillares habían sido ya expoliados, sin embargo, la cámara interior, posiblemente en opus caementicium, fue incorporada a las construcciones del siglo VI d.C. Aunque las excavaciones sólo descubrieron las improntas del edi cio, ambos elementos, vía y edi cio funerario, deberían datarse en época altoimperial (Fig. 2, Fase I). El tejido urbano de carácter productivo se consolida en cronologías avias ( nales del I d.C. / principios del II d.C.) con la construcción de dos horrea monumentales formados por sendas hileras de naves de almacenamiento, cuya fachada se abría hacia la vía principal. La citada vía menor separaba ambos edi cios. Carecemos de datos para poder de nir el número de naves de almacenamiento en estos horrea debido al carácter limitado de la excavación. Sin embargo, podemos contabilizar hasta seis naves en el edi cio oriental (Fig. 2, Fase I, núms. 1-6) y dos en el occidental (Fig. 2, Fase I, núms. 7-8). Las naves denominadas como 5 y 6 presentan una profundidad menor que las restantes para poder respetar y conservar el mausoleo preexistente (Fig. 2, Fase I). Los horrea hallados en este sector siguen los modelos bien conocidos de estructuras de almacenamiento de gran capacidad documentados en toda la geografía del Imperio como los de Portus (Ostia), Roma, Leptis Magna, etc19. Los almacenes monumentales fueron construidos con un zócalo de opus caementicium sobre el que se apoyan grandes pilares compuestos por sillares para sostener la estructura de cubierta y un cerramiento formado por muros de tapial. El pavimento esta formado por un lecho de guijarros apoyado en un estrato arcilloso20. Las naves, que como ya hemos apuntado eran de distintas dimensiones, se articulaban en batería y en una segunda fase fueron precedidas por un pórtico constituido por pilares. Este conjunto de horrea estaban orientados hacia la paleocosta, es decir, al portus. Frente a los porticados discurría una amplia vía de cómo mínimo 11 metros de achura que discurría en paralelo al propio puerto y que debía de constituir uno de los principales ejes viarios mercantiles de la Tarraco altoimperial21. Las primeras transformaciones en el edi cio se han de ubicar presumiblemente en un momento indeterminado entre nales del II y la primera mitad del s. III d.C. Un caso análogo al que encontramos en el teatro, situado también frente al portus, que hemos de interpretar como una consecuencia directa del incremento de las actividades edilicias en una zona intensamente vinculada al comercio. En este caso, tres de las naves (Fig. 2, Fase II, núms. 2, 3 y 4) del horreum septentrional, el mejor documentado arqueológicamente, experimentaron una transformación general. Particularmente evidente en la nave numero 3: las originales paredes de tapial fueron sustituidas por muros de mampostería, se colocó un pavimento

en mosaico formado por gruesas teselas de mármol blanco, se construyó en el interior de la nave un impluvium rodeado por seis pilastras de base cuadrada y se introdujeron algunos muros de compartimentación interior. Estas evidencias nos aparecen cubiertas y muy alteradas por las construcciones posteriores del siglo VI d.C. A pesar de ello, es posible reconocer la transformación de dicha nave en el núcleo de una domus de atrio exástilo. Los muros internos documentados, aunque muy arrasados, nos permiten proponer una hipótesis de compartimentación interna de los espacios de la casa (tablinum, cubicula…). Resulta especialmente signi cativo que en el centro de la primitiva nave de almacenamiento se edi có, en perfecta ordenación axial, el impluvium exástilo, en de nitiva un atrium central entorno al cual se articularían las distintas estancias. En la habitación que hemos reconstruido en el extremo NW de la casa se documentó un hogar y diversos hallazgos de estucado que nos hace plantear que las paredes fueron pintadas. Asimismo, es posible proponer que el reducido ámbito delimitado en el extremo NE de la casa correspondía a una caja de escaleras para acceder a un probable segundo piso, en particular si tenemos en cuenta el refuerzo estructural de los primitivos muros (Fig. 2, Fase II). Las naves contiguas (Fig. 2, Fase II, núms. 2 y 4) experimentaron también transformaciones en este mismo momento. Es posible que ambas fuesen incorporadas a la domus de atrio exástilo como espacios productivos o comerciales, sin embargo, el estado de los restos documentados no permite a rmarlo con certeza. El resto de las naves continuaron dando soporte a la ingente actividad mercantil asociada al área portuaria. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA RESIDENCIA ARISTOCRÁTICA (S. VI D.C.) Se ha planteado a partir del registro arqueológico de la excavación que a mediados del s. III d.C. el edi cio padeció un colapso que implicó el derrumbe de buena parte de las estructuras y el abandono parcial de los viales que las circundaban22. Este colapso estaría vinculado a las invasiones bárbaras de mediados de la centuria. Sin embargo una lectura alternativa de los restos arqueológicos y arquitectónicos nos hace plantear una hipótesis menos catastro sta. En nuestra opinión debemos interpretar el supuesto colapso del s. III d.C. como niveles de arrasamiento, desmonte e ingente destrucción consecuente con los profundos cambios que padeció 19. RICKMAN, GEOFFREY, Roman granaries and store buildings, Cambridge, (1971). 20. FIZ FERNÁNDEZ, IGNACI et alii (dirección cientí ca), Planimetría arqueològica de Tarraco, Tarragona, (2007), pp. 150-151, núm. de cha 609. 21. Similar a los casos ostienses, MAR, RICARDO, “Ostia, una ciudad modelada por el comercio”, Mélanges de l’Ecole française de Rome, Vol. 114, nº 1, (2002), pp. 111-180. 22. FIZ FERNÁNDEZ, IGNACI et alii (dirección cientí ca), Planimetría arqueològica de Tarraco, Tarragona, (2007), pp. 150-151, núm. de cha 609.


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el edi cio en época tardorromana tardía y visigótica (Fig. 2, Fase III). Si el horreum-domus hubiese sido totalmente arrasado los arquitectos y operarios postclásicos no hubiesen podido readaptar las estructuras conservadas a las nuevas funcionalidades del edi cio. Por otro lado, los niveles de colmatación y arrasamiento pueden ser también interpretados como rellenos intencionales destinados a producir un cambio en la cota de circulación. Este planteamiento considera que no hubo una destrucción sistemática del horreum en el s. III d.C., sino su radical transformación asociada con las posteriores reformas del edi cio. En de nitiva, creemos que el argumento de las destrucciones provocadas por las invasiones del siglo III d.C. debería ser utilizado con mayor cautela a la hora de interpretar un registro arqueológico concreto. Como hemos apuntando anteriormente en cronologías tardorromanas se inicia la radical transformación del conjunto arquitectónico de origen altoimperial. En el s. VI d.C. el solar objeto de esta reseña fue ocupado con la construcción de un gran complejo edilicio que podemos catalogar como palatium o gran domus residencial de carácter aristocrático. El cambio material y funcional de las estructuras afectaron a los dos horrea, la vía funeraria y al mausoleo. Siguiendo una tendencia documentada en numerosas ciudades la vía funeraria (N-S) es privatizada y literalmente “devorada” por las nuevas construcciones. En cambio, la gran vía porticada de 11 metros de anchura paralela a la costa y el puerto mantuvo su funcionalidad23 (Fig. 2, Fase III y Fig. 3). La fachada principal del nuevo edi cio residencial, con su vanos de acceso, se orientaron hacia este importante vial, que continuó siendo un eje de comunicaciones de primer orden hasta principios del s. VIII d.C24. Destaca en todo el complejo la construcción de unas termas (Fig. 3, núm. 4). El atrio exástilo de la domus es readaptado en la construcción del balneum y el estanque del impluvium se transforma en la piscina del frigidarium Este so sticado edi cio del que tenemos numerosos datos arqueológicos permaneció en pie hasta el s. VIII d.C., cuando se documenta el paulatino espolio de los materiales constructivos; hecho que incide en la existencia de una relativa actividad edilicia en cronologías tardovisigóticas. Por otro lado el horreum meridional fue compartimentado en el espacio interno anexo al porticus, siendo tapiada la entrada monumental dejando como única vía de acceso una puerta de dimensiones mucho más reducidas. Queremos destacar que en paralelo a la compartimentación interna de la

23. En este sentido ver las interesantes re exiones de LAVAN, LUKE, “Streets of late antiquity”, en este mismo volumen, cuyas conclusiones pese a sustentarse principalmente en ejemplos de Oriente, puede ser aplicada (aunque con matices) al caso tarraconense. 24. Las calles comerciales como modeladoras del urbanismo ostiense en MAR, RICARDO, “Ostia, una ciudad modelada por el comercio”, Mélanges de l’Ecole française de Rome, Vol. 114, nº 1, (2002), pp. 111-180.

Fig. 3: Reconstrucción de los principales espacios que definen la residencia visigótica. 1 y 2: aula/cementerio sub tegulae; 3: restitución de las escaleras de acceso al segundo piso; 4: restitución del conjunto termal.

nave en diversos espacios se erigieron una serie de contrafuertes internos a modo de pilastras, hecho que induce a plantear de un segundo piso. En relación al crecimiento vertical de la construcción tenemos un par de escalones de piedra muy arrasados que discurrían junto al antiguo horreum (Fig. 3, núm. 3). Estos peldaños y el muro anexo apuntan de nuevo en la dirección de la existencia de un piso superior en este espacio (Fig. 4, restituciones).


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Tras la nave anteriormente descrita, en el área nordoccidental se documentó un espacio cerrado con diversos enterramientos en su interior (Fig. 3, núms 1 y 2). El conjunto conservaba, muy arrasados, los basamentos de un conjunto de pilares cuyo ritmo en relación a los escasos restos murarios interpretamos como una aula o conjunto basilical dividido en tres naves, siendo la central el doble de amplia que las laterales, separadas éstas por tres pilares de planta cuadrangular. La solución arquitectónica de cubierta podría ser en arcadas o arquitrabada, sin embargo no tenemos datos arqueológicos para poder de nirla con exactitud. En el interior de esta aula basilical se documentaron una serie de enterramientos perfectamente alineados en relación a los muros que delimitan la estructura. El hallazgo de este conjunto de tumbas nos fuerza a hipotetizar si el aula se construyó con una función inicial funeraria o fue reutilizada en un momento posterior como un cementerio cubierto, sub tegulae (Fig. 2, Fase III y Fig. 3, núms. 1 y 2). Ya hemos apuntado anteriormente como el mausoleo altoimperial padeció un espolio sistemático de los sillares que forraban la estructura de caementicium de planta circular. Probablemente estos sillares fueron reutilizados en la construcción de las nuevas estructuras. El núcleo de caementicium del mausoleo se integró en la residencia aristocrática formando parte de un sistema de evacuación de líquidos. La existencia de este conjunto de desagües así como los de las estancias del horreum septentrional hemos de vincularla a la constitución de espacios productivos. Por otro lado el horreum septentrional cambió formal y funcionalmente de forma radical. Las antiguas naves de almacenamiento avias fueron tapiadas cara la vía porticada principal y sus espacios internos fueron compartimentados, albergando el conjunto termal (Fig. 2, Fase III y Figs. 3 y 4). El esquema urbanístico que reconocemos en el yacimiento analizado responde a los palatia et domus ad portus documentados en lugares como Ravena y su puerto de Classe25, en Portus (Ostia)26 o en Constantinopla27. Si bien podría plantearse la insalubridad de la ubicación escogida por par-

25. AUGENTI, ANDREA, “Ravenna e Classe: archeologia di due città tra la tarda antichità e l’alto medioevo”, Le città italiane tra la tarda antichità e l’alto medioevo.Atti del convegno Ravenna, Ravena, 2006. 26. El propio puerto de Roma (Portus) se constituyó ascendió institucionalmente a Civitas Flavia Constantiniana en época de Constantino, como apunta la inscripción Thylander B336, con un episcopus que asistió al Concilio de Arlés del 314. BAUER, F.A. , HEINZELMANN, M. Y MARTIN A., “Ostia. Ein urbanistisches Forschungsprojekt in den unausgegrabenen Bereichen des Stadtgebietes. Vorbericht zur 2. Grabungskampagne 1999”, RM 107, 2000, pp. 375-416. 27. MAGDALINO, PAUL, “The maritime Neighborhoods of Constantinople: Commercial and residential functions, Sixth to twelfth centuries”, Dumbarton Oaks Papers, Vol. 54, (2000), pp. 209-226.

te del dominus o senior propietario, los datos cerámicos así como la con guración de la nueva realidad postclásica nos induce a argumentar un conjunto de hipótesis que subrayan el excepcional emplazamiento de esta residencia aristocrática. A nivel urbano su situación junto al puerto, el corazón comercial de Tarraco hasta la segunda mitad del s. VIII d.C., conectada con el levante Peninsular, el sur de la Galia, Italia, el Norte de África y Oriente Próximo tal y como revelan las fuentes textuales y cerámicas. Desde el punto de vista arquitectónico el complejo edilicio aquí brevemente esbozada nos permite vislumbrar características de la arquitectura residencial de carácter áulico y señorial de la alta edad media. La existencia de espacios con funcionalidad de almacenaje y carácter productivo nos induce a plantear la residencia del propietario y su espacio de representación social en el piso superior del recinto meridional. Salvando las distancias este sistema arquitectónico resulta embrionario del hall en altura que vemos ya plenamente de nido en el palacio de Alfonso III en Oviedo de Santa María del Naranco o en los denominados palatia altomedievales de los siglos X-XI d.C. de los condados catalanes28. En de nitiva se trata de un nuevo modelo de residencia (palatium o domus) aristocrática urbana en el que ya ha desaparecido el atrio o peristilo como elemento articulador y cuyo crecimiento vertical incorpora las nuevas fórmulas arquitectónicas propias de la alta edad media de los que encontramos numerosos ejemplos en Recópolis, el palacio anexo a la basílica del Tolmo de Minateda o en la Mérida emiral29. En la alternancia de paisajes residenciales, funerarios, productivos, religiosos, etc, propios de la Tarraco postclásica esta residencia quedaba integrada en su contexto urbano y suburbial mediante las ceremonias y procesiones militares y religiosas30. La dinámica y compleja vida urbana de Tarraco se desarrollaba en estas residencias, pero también en plazas abiertas, calles y espacios públicos31.

28. Ejemplo paradigmático lo constituye la residencia (domicilium) de Arnau Mir Test, señor feudal que controlaba un amplio territorium y del que conservamos su residencia en Llordà (Pallars Jussà, Cataluña). La estructura más que de nirse como un castellum o castillo ha de ser interpretada como una confortable residencia a doble altura, construido en la primera mitad del s. XI d.C. 29. GUTIÉRREZ LLORET, SONIA, “Algunas consideraciones sobre la cultura material de las épocas visigoda y emiral en el territorio de Tudmir”, Visigodos y Omeyas, Anejos AespA XXIII, (2000), pp. 95-116; ALBA, MIGUEL, “Mérida entre la Tardoantigüedad y el Islam: Datos documentados en el Área Arqueológica de Morería”, La islamización de Extremadura, Cuadernos Emeritenses núm. 17, MNAR, (2001). 30. BAUER, FRANZ ALTO, “Urban space and ritual: Constantinople in Late Antiquity”, Acta ad archaeologiam et artium historiam pertinentia 15, (2001), pp. 27-61. 31. Ver en este volumen, LAVAN, LUKE, “Streets of late antiquity”; BAUER, FRANZ ALTO, Stadt, Platz und Denkmal in der Spätantike. Untersuchungen zur Ausstattung des öffentlichen Raums in den spätantiken Städten Rom, Konstantinopel und Ephesos, Mainz 1996.


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CONCLUSIÓN Los datos de la excavación, a pesar de su carácter puntual, permiten argumentar que el espacio urbano del suburbium del Tulcis continuó en uso hasta comienzos del siglo VIII d.C. Este dato arqueológico debería ser relacionado con la información disponible en la acrópolis de la ciudad. Las excavaciones de Hauschild en el jardín de Santa Tecla la Vieja, detrás del ábside de la catedral románica, descubrieron un registro arqueológico que puede ser prolongado hasta cronologías similares, en particular si consideramos el ajuar de la tumba privilegiada que contenía una jarrita litúrgica32. La falta de fósiles directores en estas cronologías tan tardías di culta su reconocimiento en las estratigrafías modernas documentadas en la parte alta, como bien ponen de mani esto Remolá y Macias en los estudios ceramológicos de conjunto33. Hemos de recordar además que en el siglo VII se interrumpe el comercio de importación mediterránea para nuestra área de estudio34. Con todo, disponemos de materiales datados en el siglo VII en la Torre de la Audiencia y en una de las bóvedas del Circo. Todo ello contribuye a que podamos sustentar que la ciudad dividida en dos sectores urbanos, la acrópolis y la zona portuaria con el suburbium, continuaban ocupadas hasta la llegada de los conquistadores musulmanes. En base a todo ello, debemos recalcar que a nales del s. VII y principios del VIII d.C. Tarraco continuaba siendo una civitas activa y dinámica tal y como hemos ejemplarizado con la residencia aristocrática del puerto así como de otros indicios arqueológicos. No podemos olvidar que un documento tan importante como el Oracional de Verona (Libellus orationum festiuus) esta datado en torno al año 700 d.C. y que la sede episco-

32. HAUSCHILD, THEODOR, “Hallazgos de la época visigoda en la parte alta de Tarragona”, III Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispánica, (Maó, 1988), Barcelona, (1992), pp. 151-156. 33. MACIAS, JOSEP MARIA I REMOLÀ, JOSEP ANTON, “La cultura material de Tarraco-Tarracona (Hispania Tarraconensis-Regnum Visigothorum): cerámica común y ánforas”, GURT I BUXEDA (eds), Late Roman Coarse Wares, Cooking Wares and Amphorae in the Mediterranean: Archeology and Archaeometry, BAR International Series 1340, (2005) Oxford, pp. 125-135. 34. REMOLÀ, JOSEP ANTON, Las ánforas tardo-antiguas en Tarraco (Hispania Tarraconensis), siglos IV-VII, Col·lecció Instrumenta, núm. 7, Barcelona. 35. Para Mérida ver ARCE, JAVIER, “Augusta Emerita en la Vitas Patrum Emeritensium”, Cuadernos Emeritenses, Núm. 22, (2003), pp. 195-214. Para el caso de Toledo (la relación de fuentes documentales y excavaciones llevadas a cabo en la Vega Baja, ver RODRIGUEZMALO, JUAN MANUAL y GÓMEZ LAGUNA, ANTONIO JOSÉ,“Intervención arqueológica en la Vega Baja de Toledo. Características del centro político y religioso del reino visigodo”, CABALLERO, MATEOS, UTRERO (eds.), El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura (Visigodos y Omeyas, 4), Mérida, 2006. 36. ALTO BAUER, FRANZ, Stadt, Platz und Denkmal in der Spätantike. Untersuchungen zur Ausstattung des öffentlichen Raums in den spätantiken Städten Rom, Konstantinopel und Ephesos, Mainz (1996), con abundante bibliografía.

Fig. 4: 1: Restitución volumétrica de los horrrea de época flavia. 2, 3 y 4: Restitución volumétrica del palacio visigótico.

pal continuaba su vida hasta la llegada de los musulmanes. El Oracional hace referencia explícita a las procesiones religiosas urbanas que recorrían los distintos edi cios de culto a través de viales que la arqueología nos muestra todavía en uso. Creemos que la procesión concebida como una auténtica liturgia ciudadana debía servir para cohesionar el paisaje urbano discontinuo de la ciudad que hemos esbozado en las páginas precedentes. Este papel, funcional a la estructura de la ciudad, nos es bien conocido en las procesiones de Mérida y Toledo35. Los trabajos de Alto Bauer respecto al papel ideológico de estas liturgias en Éfeso, Constantinopla y en Roma demuestran sin lugar a dudas que retoman las funciones de las precedentes procesiones paganas36. El espacio público urbano en la ciudad antigua y


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en la ciudad postclásica no era simplemente un espacio utilitario dedicado al comercio o a la producción. Era también un escenario público en el que se esceni caban las ceremonias que conferían cohesión a la población37. Es cierto que el espacio público de la ciudad postclásica ya no se construía con los estándares monumentales que habían caracterizado a la civitas grecoromana, sin embargo, no podemos dejar de reconocer que los atrios e interiores de las iglesias y monasterios conservaban, en buena parte gracias a la reutilización de expolia, la perdida imagen del interior porticado de los templos paganos, palestras de las termas y porticados de los foros. Los valores estéticos de la antigüedad se habían concentrado en el interior de edi cios religiosos privilegiados. Algo que podemos reconocer en las pautas que guían el desarrollo del espacio urbano en la tradición musulmana que sustituye la plaza porticada del foro por el patio porticado de la mezquita38. En ambos casos, el espacio circulatorio de las vías, aunque expoliado en sentido literal de sus elementos formales más sobresalientes, continuaba siendo el escenario material del recorrido colectivo, que es en de nitiva el signi cado que nos transmite el Oracional de Verona. Dicho texto fue redactado por Eugenio de Toledo para Protasio de Tarraco en el año 646 aproximadamente. En base a las rúbricas del Libellus referidas a la celebración de la dominica in carnes tollendas podemos de nir cuatro escenarios de culto (las iglesias de San Fructuoso, Sancta Iherusalem, San Pedro y probablemente la de San Hipólito39) y reconstruir el itinerario que los relacionaba. El mantenimiento de las vías que conectaban los recintos cristianos del río Tulcis con el espacio amurallado de la civitas encuentra así su mejor argumento en la existencia de una élite y orden social propio de una ciudad tardoantigua, como queda testimoniado en el texto litúrgico. A diferencia de Mérida y de Córdoba, el nal de la Tarraco postclásica se produjo cuando la Tarraconense, gobernada por los sucesores de Vitiza, cae en poder islámico. Como ya apuntaron A. Barbero y M. Vigil esto sucedió durante el gobierno de al-Samh (719-721). Hasta entonces se habría mantenido como territorio exento del pago de tributos a los conquistadores, a modo de un reducido regnum orientalis que integraría las provincias de la Tarraconense oriental y la Narbonense40. El reinado de Akhila II des-

37. Ver en este volumen la aportación de LAVAN, LUKE, “Streets of Late Antiquity”. 38. GRABAR, OLEG, La formation de l’ art islamique, Paris (2000); HILLENBRAND, ROBERT, Islamic architecture, form, function, meaning, New York (1994). 39. GODOY, CRISTINA y GROS, MIQUEL SANTS, “L’Oracional de Verona i la topogra a cristiana de Tàrraco a l’antiguitat tardana: possibilitats i límits”, Pyrenae, 25, (1994), pp. 245-258. 40. BARBERO, ABILIO y VIGIL, MARCELO, La formación del feudalismo en la Península Ibérica, (1978), p. 210.

de Tarraco y Narbona está bien documentado a través de las acuñaciones monetarias entre los años 711 y 720 d.C.41, así como del Latérculo de los Reyes Godos (texto conservado en el monasterio de Ripoll)42. Para entonces el metropolitano Próspero habría huido ya a Verona (Italia). Por tanto, la historia del n urbano de Tarraco entre el 711 y el 720 d.C. comenzaría con el abandono de la élite urbana (Próspero y numerosos religiosos que huyen con las reliquias y libros), seguiría con el establecimiento de un breve poder autónomo asociado a la facción viticiana de la élite visigoda (Akhila II, Ardobasto, administración, ceca y exercitus del breve regnum) y concluiría con un enfrentamiento bélico43. Estos acontecimientos y sus consecuencias (el abandono por parte de las élites de la ciudad) encuentra su re ejo en la situación descrita en la Crónica Profética44 (en un pasaje titulado De goti qui remanserint ciuitates Ispaniensis) según la cual la guerra entre los defensores del Regnum y los conquistadores musulmanes duró siete años, se establecieron pactos entre éstos por los cuales los primeros tenían que desmantelar sus ciudades y vivir en aldeas y castillos eligiendo comites entre ellos responsabilizados de cumplir los pactos y nalmente el hecho de que los conquistados por la fuerza serían rebajados en su condición social45. Tarraco, una de las sedes de Akhila II y de los sectores de la élite hispanovisigoda que no pactó, perdía así su capitalidad tras más de nueve siglos: sin élites urbanas no sobrevive la civitas ni surge la madina. Tortosa aglutinará en las siguientes centurias el papel de última ciudad de la frontera omeya de al-Andalus mientras que Barcino se erigirá como sede del condado de Barcelona en la

41. Akhila acuñó moneda en las ciudades de Tarragona, Girona, Narbona y Zaragoza. En El Bovalar (Serós, Lleida) se documentó un conjunto de 20 temises asociados al nivel de destrucción de incendio del poblado. Una de ellas procedía de la ceca de Tarragona, PALOL, PERE, El Bovalar (Serós, Segrià). Conjunt d’època paleocristiana i visigòtica, Barcelona-Lleida, 1989. Palol, P. de, “Catàleg de les monedes visigòtiques del Bovalar”; Del Romà al romànic, Catalunya Romànica, Barcelona, (1999), p. 344. 42. Donde por cierto se excluye el reinado de Rodericus; Parisinus 4667 ca. 828. citado en numerosas ocasiones por BARBERO, ABILIO y VIGIL, MARCELO, La formación del feudalismo en la Península Ibérica, (1978), nos interesa el capítulo “La conquista islámica”. 43. Ver dicha problemática y diversos planteamientos en VIRGILI COLET, ANTONI, “La qüestió de Tarraqúna abans de la conquesta catalana”, Quaderns d’història tarraconense, núm. 4, (1984), pp. 7-38. 44. GÓMEZ MORENO, MANUEL, “Las primeras crónicas de la Reconquista”, Boletín de la Real Academia de la Historia, (1931), p. 626 y ss. 45. Situación totalmente contraria a la de Tarraco la encontramos en el territorio de Alicante gobernado por Teodomiro (Tudmir) quien sí que pacta con los conquistadores y cuyos contenidos contractuales hemos conservado, GUITIÉRREZ LLORET, SONIA, La Cora de Tudmir: de la antigüedad tardía al mundo islámico, CCV 57, Madrid-Alicante (1996); de la misma autora “La città della Spagna tra romanità e islamismo”, Early Medieval Towns in the Western Mediterranean, Mantova (1996), pp. 55-66.


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Marca Hispánica. La incorporación a escena de estos nuevos actores políticos y sociales relegaba a Tarraco a un espacio de frontera no despoblado, pero sí desprendido de toda autoridad estatal46. La población que hubiese quedado en la ciudad, sin la tutela de un estado o de una élite propia, tuvo que desarrollar nuevas estrategias residenciales que la acabarían apartando de la ciudad, que a lo largo del s. VIII d.C. se convirtió en un cadáver de piedra y mármoles. Las limitaciones de espacio a la que hemos tenido que ajustarnos no nos ha permitido examinar con mayor detenimiento los datos arqueológicos y

documentales relativos a la Tarraco postclásica y la residencia aristocrática aquí presentada, que será objeto de futuros estudios y publicaciones. Los cientos de excavaciones de urgencia realizadas en la ciudad a menudo acumulan datos que en contadas ocasiones son fruto de análisis. En la actualidad los “archivos de suelo” de Tarragona nos ofrece un dossier excepcional que nos permite identi car y de nir su dilatada vida urbana47. El ejemplo paradigmático de la residencia aristocrática del portus ilustra la riqueza de esta documentación arqueológica, que habrá de seguir sujeta a nuevos planteamientos y reconsideraciones en relación a la ciudad postclásica.

46. Interesantes re exiones en torno a la ausencia de estados en MARTÍN VISO, IÑAKI (ed.), ¿Tiempos oscuros? Territorios y sociedad en el centro de la Península Ibérica? Siglos VII-X; Madrid (2009); para algunos planteamientos novedosos GUIDI-SÁNCHEZ, JOSÉ JAVIER, “El poblamiento del Penedès altomedieval, siglos V-XI d.C. Una aproximación a la problemática residencial”, VII Congreso sobre sistemas agrarios, orgnización social y poder local, Lleida, (2010), pp. 97-124; del mismo autor “Domus ruralis penetense. Estrategias y formas de hábitat en el tránsito de la antigüedad tardía a la alta edad media entre Barcelona y Tarragona”, Revista d’Arqueologia de Ponent, Lleida, (2010), en prensa.

47. MAR, RICARDO y RUIZ DE ARBULO, JOAQUÍN, “Veinte años de arqueología urbana en Tarragona, XXV Congreso Nacional de Arqueología, Valencia (1999), pp. 240-248.


183 Esther G. Domínguez Fernández1 (Universidad de Granada. Dpto. Antropología Física y Forense) Ramón López Lancha2 (Quercus Arqueología)

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EL YACIMIENTO HISPANOVISIGODO DE “CÁRCAVAS” EN ILLESCAS (TOLEDO). AVANCE DE LOS RESULTADOS DE LA PRIMERA FASE DE LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA PREVENTIVA, EN UN ASENTAMIENTO DE AMPLIA DISPERSIÓN La intervención arqueológica objeto de la presente comunicación ha sido llevada a cabo con carácter preventivo, al amparo de la normativa vigente en materia de Patrimonio Arqueológico, tanto estatal como autonómica, a consecuencia de la realización del Programa de Actuación Urbana3 Cárcavas II de Illescas (Toledo), en las inmediaciones de los terrenos donde se localizaban distintos yacimientos recogidos en la Carta Arqueológica de Castilla – La Mancha para dicho municipio4. Con el inicio de los trabajos arqueológicos de los que nos hicimos cargo durante las obras de urbanización del mencionado P.A.U., nunca pensamos que nos encontraríamos con un yacimiento de amplia dispersión, el cual no sólo se localizaba en la zona donde originariamente comenzamos a trabajar, sino que englobaba prácticamente la totalidad de los terrenos. El yacimiento de Cárcavas ( g. 01) se encuentra emplazado geográ camente en el extremo Norte de la provincia de Toledo, concretamente en la comarca de la Sagra Alta, término municipal de Illescas. Se localiza en la hoja nº 605 (19-24) Aranjuez E 1:50000 del M.T.N.E., a unos 4 km. al NE del núcleo de población de Illescas, en el paraje denominado Las Cárcavas, ubicándose en el corredor industrial de la autovía A-42, entre el p.k. 32 y el p.k. 33 del margen Este de dicha vía de comunicación. Siguiendo el cronograma usual, previamente a nuestra intervención en los terrenos que nos ocupan, y con el n de llevar a cabo la 1. egdominguez@ugr.es 2. quercus-arqueologia@quercus-arqueologia.com 3. Programa de Actuación Urbana llevado a cabo por la empresa INCO Estudio Técnico de Ingeniería y Arquitectura S.L., realizado por D. José María Márquez Moreno, Arquitecto, y D. Andrés A. Comino Cid, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, autores del proyecto de obra civil que ha realizando la U. T. E. Las Cárcavas (Promociones González, S. A. – Promociones Conde Saife, S. L.), provista de C.I.F. G-45534260, con domicilio social en la calle Real nº 92, local 3, del municipio de Illescas. 4. DOMÍNGUEZ FERNÁNDEZ, E. G. y LÓPEZ LANCHA, R.: Intervención Arqueológica para Programa de Actuación Urbanizadora “Las Cárcavas II” en Illescas (Toledo). Informe preliminar de Actuación arqueológica. Ejemplar mecanogra ado, con fecha 2 de julio de 2009, depositado en el Registro General de la Delegación Provincial de Cultura de Toledo. Figura 01


184 E . G . D O M Í N G U E Z / R . LÓ P E Z : E L YA C I M I E N TO H I S PA N OV I S I G O D O D E “ C Á R C AVA S ” E N I L L E S C A S ( TO L E D O ) . . .

Evaluación de Impacto Arqueológico en relación a la obra civil del P. A. U. entonces proyectado; R. Maqueda García – Morales, V. Requejo López y R. Caballero García realizaron distintas actuaciones arqueológicas: trabajos de prospección visual y posterior realización de sondeos de peritación durante el 2004. Estos trabajos permitieron delimitar el denominado yacimiento de Los Royos, caracterizado como tardoromano, que no es otro que el yacimiento que nos ocupa: Cárcavas5. La siguiente fase de intervención, que supuso el control arqueológico de la ejecución de los viales del nuevo planeamiento urbano, autorizado por la Administración Competente, sería llevada a cabo bajo la dirección de J. M. Magariños Sánchez y L. A. Domingo Puertas, quienes ejecutaron la excavación arqueológica de algunas estructuras en función de las necesidades del proyecto de obra. Así, determinaron la existencia de tres nuevos yacimientos a añadir al detectado durante los trabajos previos, estableciéndose unos límites hipotéticos de ocupación del espacio para los mismos ( g. 02.1). Estos nuevos yacimientos serían Las Cárcavas II, que se correspondería con una necrópolis de la Edad del Hierro I, Las Cortas, Las Largas I y Las Largas II, áreas de ocupación de la Edad del Bronce6. Del mismo modo, Magariños y Domingo determinaron también, para el yacimiento de Los Royos, la realización de un polígono de protección según la hipotética super cie de localización del mismo, a partir de los trabajos de sondeos de peritación de Maqueda, Requejo y Caballero. No obstante, Magariños y Domingo, excavaron distintas estructuras de dicho yacimiento, en la calle 2 y la calle A del nuevo planeamiento urbano7. Sus trabajos se centran en una gran cantidad de silos, algunos con profundidades mayores de 1’50 m.; 3 fondos de cabaña de planta cuadrangular, algunas estructuras indeterminadas, así como 2 pozos de captación de agua, de los que uno de ellos presentaba un brocal de piedras. En cuanto a los materiales recuperados en la matriz de los rellenos de estas estructuras, señalan la presencia de cerámicas tardorromanas. Sus trabajos permitieron documentar distintas estructuras siliformes, correspondientes a un extenso yacimiento altomedieval, con ocupación visigoda e incluso islámica emiral, relacionado con la villa del yacimiento nº 2, por ellos así denominado en sus informes, conocido como Los Royos en Carta Arqueológica. En consecuencia, para estos autores, la ocupación del espacio en este yacimiento se habría iniciado en el Alto Imperio Romano, prolongándose hasta la época islámica sin solución de continuidad. Posteriormente a estos trabajos, nuestro gabinete8 se hizo cargo de la intervención arqueológica en el P.A.U. mencionado, cuyos hallazgos son el objeto de la presente comunicación. El proyecto arqueológico inicial, como es habitual para este tipo de intervenciones de arqueología preventiva, contemplaba la realización de trabajos de decapado por medios mecánicos en una serie de parcelas, cuyo n era el de valorar y de nir la posible ocupación antrópica en los terrenos, a lo que también se uniría posteriormente el control arqueológico de todos los movimientos de tierras

a realizar durante la ejecución de las obras menores, necesarias durante las labores de urbanización. Los resultados que aquí se exponen se corresponden con los trabajos acometidos hasta la fecha en las zonas9 T-5-2, T-26, T-27-1, T-27-2, ZV-1 y ZV-5, ocupando en conjunto una super cie algo mayor de 3 ha donde ya se ha decapado el terreno, así como los resultados de la excavación arqueológica llevadas a cabo en las zonas T-5-2, ZV-1, ZV-5 y T-27-2 (actualmente se está excavando en las zonas T-26 y T-27-1). Dichos trabajos han puesto de mani esto la existencia de un amplio asentamiento de distintos períodos culturales, principalmente altomedieval en las zonas T-26, T-27-1, T-27-2 y ZV-1, pudiendo documentar, sobre una super cie de casi 13.000 m2, la existencia de un total de 404 evidencias arqueológicas, localizándose 146 en la zona T-26, 196 en T-27-1, 50 en T-27-2, 12 en ZV-1 y 25 en ZV-5. Así mismo, se localizan 4 estructuras de carácter constructivo, realizadas con piedras de mediano tamaño, cuyo interior en algún caso se encuentra compartimentado. La morfología y características físicas del conjunto de evidencias arqueológicas, nos lleva a determinar la existencia de distintos tipos de estructuras. Estas tipologías ya son conocidas en otros contextos arqueológicos de similares características cronoculturales, los cuales se localizan espacialmente relacionados con nuestro yacimiento, al emplazarse en el Sur de la Comunidad de Madrid10: Tipo 1: Estructuras negativas con planta de tendencia rectangular o elíptica, con unas dimensiones aproximadas de 4x3 m. Albergan estratos de tierras orgánicas, blandas y de coloración negra, con presencia de ma5. Según se cita en MAGARIÑOS SÁNCHEZ, J. M. y DOMINGO PUERTAS, L. A.: Delimitación poligonal y balizamiento del área de cautela de los yacimientos afectados por el P.A.U. “Cárcavas II” de Illescas, Toledo. Ejemplar mecanogra ado, con fecha 4 de julio de 2007, depositado en el Registro de la Delegación Provincial de Cultura de Toledo. 6. MAGARIÑOS SÁNCHEZ, J. M. y DOMINGO PUERTAS, L. A.: Delimitación poligonal y balizamiento del área de cautela de los yacimientos afectados por el P.A.U. “Cárcavas II” de Illescas, Toledo. Ejemplar mecanogra ado, con fecha 4 de julio de 2007, depositado en el Registro de la Delegación Provincial de Cultura de Toledo. 7. MAGARIÑOS SÁNCHEZ, J. M. y DOMINGO PUERTAS, L. A.: Informe Preliminar de las excavaciones arqueológicas de las evidencias localizadas en los viales del PAU Las Cárcavas II de Illescas, Toledo. Ejemplar mecanogra ado, con fecha 11 de julio de 2008, depositado en el Registro de la Delegación Provincial de Cultura de Toledo. 8. El equipo esta formado por Esther G. Domínguez Fernández, Ramón López Lancha, Antonio Guio Gómez, Maria José Muñoz Gallego y María Sagrario García Gutiérrez. 9. Para la designación de las zonas de trabajo se ha seguido la identi cación parcelaria de la nueva ordenación urbana que supone la realización del P.A.U. Desde este punto de vista, la denominación de cada zona donde se han acometido los trabajos arqueológicos se identi ca con la parcela homónima identi cada en el P.A.U. de nuestro objeto. 10. VIGIL – ESCALERA GUIRADO, A.: “Cabañas de época visigoda: evidencias arqueológicas del Sur de Madrid. Tipología, elementos de datación y discusión” en Archivo Español de Arqueología, 73. Madrid: CSIC, 2000 p 223-252.


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teriales cerámicos y óseos; corresponderían a estructuras probablemente habitacionales, conocidas como fondos de cabañas. Tipo 2: Estructuras negativas de planta rectangular y circular con unas dimensiones aproximadas de 2x1 m, compuestas por estratos de tierra negra que contienen restos de material arqueológico. Estas estructuras se asocian a procesos productivos indeterminados, quizá hornos de combustión para el procesado de alimentos. Tipo 3: Estructuras negativas de planta circular, con unas medidas que oscilan entre los 60 cm. y 1.50 m. de diámetro. Se hallan rellenas por estratos de tierra negra orgánica que contiene en su matriz distintos materiales arqueológicos; se identi can como estructuras excavadas en el subsuelo con funciones de almacenamiento denominadas silos. Tipo 4: Estructuras negativas de planta circular, que no superan los 40 cm. de diámetro, conformadas por un estrato de tierra gris; se identi can como hoyos de poste. Tipo 5: Estructuras negativas con planta de tendencia circular, rellenadas con un estrato de tierra quemada que rara vez contiene restos de material arqueológico; se asocian a procesos productivos relacionados con la combustión, identi cados como hogares. Tipo 6: Estructuras negativas lineales de planta cuadrangular excavadas en el subsuelo, con diversas longitudes, que presentan anchos de entre 20 y 40 cm. Albergan estratos de tierra gris compacta con presencia de material arqueológico en su matriz, sobre todo tejas y piedras, que se identi can como cercas. Tipo 7: Estructuras constructivas de planta cuadrangular que presentan a veces una compartimentación interna. Están formadas por una hilada de piedras de mediano tamaño, reutilizándose en ocasiones elementos de liación romana, trabándose todo ello con barro que presenta restos cerámicos y carbones en su mezcla. Sus dimensiones están en torno a los 3x4 m. Estas hiladas perimetrales delimitan un derrumbe de tejas, las cuales en algunos casos presentan decoración digitada o a peine. Se trata de estructuras habitacionales identi cadas como cabañas. Tipo 8: Estructuras negativas de planta rectangular con funciones funerarias, cuyo eje mayor se coloca en sentido NW-SE, excavadas en el substrato geológico natural, que se cubren con grandes losas planas de yeso o caliza, identi cados como enterramientos con cubierta de piedras11. Tipo 9: Estructuras negativas de planta rectangular, excavadas en el substrato geológico, con funciones funerarias de inhumación, conocidas como enterramientos en fosa simple. Tipo 10: Estructuras negativas de planta circular, excavados en el substrato geológico, que llegan a alcanzar los 4.5 m de profundidad en algún caso, con probables funciones de captación y almacenamiento de agua para el consumo, conocidas como pozos de captación de agua.

A esta tipología habría que añadir un nuevo morfotipo documentado recientemente, que se adscribe al horizonte cultural de la Edad del Bronce Tipo 11: Estructuras negativas de planta circular, excavadas en el substrato geológico, que en su planta inferior presentan una extensión lateral que alberga los restos óseos de una inhumación, conocidas como enterramientos en covacha. Si bien la funcionalidad individual de estas estructuras está a grandes rasgos de nida, la interpretación de sus funciones concretas y relaciones espaciales aún se nos escapan para este tipo de yacimientos, como ya han apuntado algunos investigadores12, por lo que en el transcurso de los trabajos de excavación en las zonas donde nos encontramos actualmente, que son las que concentran la mayor cantidad de estructuras, podremos obtener los datos que nos ayuden a comprender las funcionalidades concretas y relaciones que mantienen entre sí, contribuyendo al conocimiento de estos asentamientos rurales. En cuanto a los materiales arqueológicos recuperados hasta la fecha, una primera aproximación al estudio de los mismos, nos ha revelado la presencia de cerámicas realizadas a mano y cocción reductora, durante la Edad del Bronce. Igualmente se han documentado fragmentos de Terra Sigillata Hispánica, localizados durante las tareas de decapado y limpieza super cial, en estratos de tierra vegetal de labor. También pastas obscuras con abundante desgrasante, realizadas mediante cocción reductora y pastas de tonos anaranjadas mediante oxidación, típicamente tardoromanas (ss. III-IV). La decoración de las piezas bizcochadas es escasa, siendo principalmente incisa, formando ondas o líneas a peine, todo lo cual nos remite a un momento tardoantiguo y altomedieval (ss. V-VIII)13. De la misma manera 11. FERNÁNDEZ GODÍN, S. y PÉREZ DE BARRADAS, J: Excavaciones en la necrópolis hispano-visigoda de Daganzo de Arriba. Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades nº 114 Madrid: Museo Arqueológico Nacional, 1931. FERNÁNDEZ – GALIANO RUIZ, D.: “Excavaciones en la necrópolis hispano-visigoda del Camino de los A igidos (Alcalá de Henares)” en Noticiario Arqueológico Hispánico nº 4. Madrid, 1976. BARROSO CABRERA, R., MORÍN DE PABLOS, J. y PENEDO COBO, E.: “La ocupación romana e hispanovisigoda en el arroyo Culebro (Leganés)” en Vida y muerte en arroyo Culebro. Madrid, 2002 pp. 127-186 12. VIGIL-ESCALERA GUIRADO, A.: “Primeros pasos hacia el análisis de la organización interna de los asentamientos rurales de época visigoda” en Zona Arqueológica nº 8. La investigación arqueológica de la época visigoda en la Comunidad de Madrid. Vol. II La ciudad y el campo. Alcalá de Henares: Museo Arqueológico Regional de Madrid, 2006 pp 367-373 LÓPEZ QUIROGA, J.: “¿Dónde vivían los Germanos? Poblamiento, hábitat y mundo funerario en el occidente europeo entre los siglos V y VIII. Balance historiográ co, problemas y perspectivas desde el centro del reino “Godo” de Toledo” en Zona Arqueológica nº 8. La investigación arqueológica de la época visigoda en la Comunidad de Madrid. Vol. II La ciudad y el campo. Alcalá de Henares: Museo Arqueológico Regional de Madrid, 2006 pp 309-364. 13. BELTRÁN LLORIS, M.: Guía de la cerámica romana. Zaragoza: Libros Pórtico, 1990.


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destacan formas típicas de este periodo14 como son, las ollas, jarros, tinajas, cazuelas, morteros y jarros con pitorro, junto con cerámicas comunes para la cocina, de pastas con textura arenosa na y cocción oxidante. Por otra parte, abundan los grandes contenedores; más cuidadas son las formas de jarros y botellas de per l esbelto y pastas claras, contenedoras de líquidos. Así mismo, existen algunas cerámicas de tonos amarillos pajizos y cerámicas vidriadas, de clara adscripción islámica, que ponen de mani esto la ocupación del espacio hasta el siglo IX de modo continuado. En este capitulo de materiales, resulta especialmente interesante la mención a las técnicas edilicias de las estructuras de tipo 7 o cabañas. Aunque únicamente se conserva una hilera de mampuesto que conforman los muros, lo interesante se encuentra en el derrumbe de tejas. Como hemos podido observar, aparecen once tipos distintos: digitalizaciones rectas a lo largo de la teja, formando un ocho, en línea recta terminando en curva, creando ondas, a modo de rombo estrecho y ancho, con meandros, en cruz y combinando líneas rectas en el centro y ondas a los lados; así como, incisa creando ondas y a peine formando un ocho. A nuestro parecer esto obedece, no al hecho de que sea un modo distinto de decorar cada una de las aguas del edi cio, sino a una marca de alfarero. Cada artesano, podría haber marcado con una decoración especial su tirada diaria, con el n de ganar el jornal, según la cantidad de tejas elaboradas. Este tipo de acto lo encontramos documentado en la cantería de época medieval, donde el obrero marca su sillar una vez terminado15. Por lo que respecta a los escasos restos humanos de adscripción visigoda excavados a fecha de hoy, señalar que se hallaron dos cuerpos dentro de la misma fosa excavada en el substrato geológico, en cuya cabecera se había colocado una laja de piedra caliza del mismo tipo que cubría la tumba, y una corona de tejas que hacían de calzador. Los cuerpos fueron enterrados a la vez, ya que se encuentran a la misma cota y en la misma posición, únicamente montando el brazo izquierdo de la deposición secundaria, sobre el de la primaria. Interesante es también el hecho de que encima de los cuerpos se depositara cal, lo que ha provocado que algunos restos óseos se hayan disuelto. Esto nos hace suponer que ambos murieron al mimo tiempo y, probablemente, de una enfermedad infecciosa, por lo que es posible que la población sufriera algún tipo de epidemia, lo que podremos corroborar tras la excavación de la totalidad de los enterramientos, con el estudio antropológico de los restos. Un previo estudio tafonómico de los restos fáunísticos hispanovisigodos nos muestran varios procesos sufridos desde el momento de la muerte hasta el depósito esquelético. Cualquier organismo sufre una serie de transformaciones iniciales, como son putrefacción, descomposición, desarticulación, esqueletización y desintegración. La putrefacción es el resultado de la degradación de los tejidos por la acción de bacterias y enzimas, así como larvas, hongos, etc.16, algunos de los restos óseos que encontramos en los

silos, han sufrido este tipo de acciones, ya que presentan marcas que lo con rman, aunque en su mayoría posteriores a su uso como alimento, es decir, únicamente con los mínimos restos que hubieran quedado después de su ingesta. Sin embargo, la mayoría de los huesos han sido previamente descarnados y usados en la cocina. Estos presentan cortes o hendiduras producidas por la acción humana durante el desuelle del animal o el descarne. Apreciamos dos tipos de cortes, los cortes sobre hueso como resultado de la sección de las partes blandas adheridas al hueso. Son marcas sobre éste al servir como apoyo para separar la piel del cuerpo y la carne del hueso. Se trata de incisiones limpias; y el corte de hueso, realizado para dividirlo, asociado, a veces, a fracturas intencionadas del mismo, cuyo n es la extracción de la medula y la grasa. La gran mayoría han sido realizadas a nivel de la epí sis de los huesos largos. Otra característica común, son las marcas por la acción del fuego. Indirectamente expuesto, el hueso ha sido cocido en un ambiente húmedo, generalmente hervido para el alimento. Por otra parte también tenemos huesos asados o colocados directamente sobre el fuego, que han sufrido, como es lógico, una exposición térmica directa. Entre los restos faunísticos usados como alimento, destaca el ganado bovino y ovino, estos últimos tanto adultos, como jóvenes. Las marcas tafonómicas, por tanto, nos muestran que los animales eran preparados y usados como alimento, de varias formas, hervidos en guisos, asados, y sus restos nalmente desechados como basura en los silos excavados. En cuanto al ámbito territorial de nuestro yacimiento, se puede decir que los trabajos arqueológicos desarrollados nos demuestran que los restos arqueológicos documentados en fases de actuación previas a la nuestra se continúan localizando, desde la zona excavada por Magariños y Domingo, hasta las inmediaciones de los per les de corte establecidos al S y al W para las zonas ZV-1, T-27-1 y T-27-2. Se puede inferir que el yacimiento documentado por nuestra parte continua en dirección W en el subsuelo de la zona ZV-2 del P.A.U. de estudio, alcanzando el actual trazado de la autovía A-4217, así como en dirección S hasta alcanzar el curso de agua del arroyo 14. CABALLERO ZOREDA, L., MATEOS CRUZ, P. y RETUERCE VELASCO, M. (eds.): “Cerámicas tardorromanas y altomedievales en la Península Ibérica. Ruptura y continuidad. (II Simposio de Arqueología. Mérida 2001)” en Anejos de Archivo Español de Arqueología XXVIII. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Cientí cas, 2003 15. COLDSTREAM. N: Artesanos medievales. Constructores y escultores. Madrid. 1988 MARTÍNEZ PRADES J. A.: Los canteros medievales. Madrid. 1998. 16. PIJOAN AGUADE, C y LIZARRAGA CHUCHAGA, X: Tafonomía: una mirada minuciosa a los restos mortuorios. En PIJOAN AGUADÉ et alii: Perspectiva tafonómica. Evidencias de alteraciones en restos óseos del México prehispánico. Serie antropología físicas Instituto –Nacional de Antropología e Historia. Mexico D.F. 2004. BOTELLA, M.C., ALEMAN, I. y JIMENEZ S.A.: Los huesos humanos. Manipulación y alteraciones, Barcelona, Bellaterra, 2000. 17. Esta construcción con seguridad, destruyó parte del yacimiento.


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de la Bobadilla ( g. 02.1), ocupando una super cie de casi 53 ha. Desde este punto de vista, es muy probable que en el margen opuesto del mencionado arroyo existan evidencias hispanovisigodas, según se ha puesto de mani esto en otros hábitat de la misma liación excavados en la comarca, como es en el cercano yacimiento de Arroyo de Prado Viejo, en el municipio de Torrejón de la Calzada18. Esta amplia área de ocupación bien podría estar relacionada con el desplazamiento en el espacio de las distintas generaciones de los habitantes del asentamiento, en torno a un curso de agua permanente, como así sugieren algunos autores en virtud de los resultados obtenidos con la excavación de estos contextos arqueológicos llevadas a cabo en los últimos años19. Esta hipótesis se mantiene en nuestro yacimiento, pues los resultados nales del estudio quizá nos muestren distintas fases de ocupación del territorio por distintas generaciones. En consecuencia, podría hallarse relacionado cronoculturalmente de modo directo con la necrópolis hispanovisigoda de La Arboleda, que se localiza en el margen opuesto del arroyo de la Bobadilla, a escasos 500 m del extremo de nuestra zona de intervención, la cual fuera dada a conocer en 1994 por R. Hernando Sobrino y P. Iguácel de la Cruz20. Esta necrópolis ha sido recientemente objeto de intervención arqueológica de carácter preventivo, por parte de J. M. Rojas Rodríguez-Malo, cuyos resultados, que aun no han sido publicados, probablemente contribuirán al esclarecimiento de la hipótesis aquí planteada, ayudando a determinar si se corresponde con una fase de la ocupación hispanovisigoda del yacimiento de nuestro estudio, donde también se han documentado distintos enterramientos de modo disperso, cercanos a los espacios de habitación. Por otro lado, los resultados de los trabajos de decapado acometidos en la zona T-26 no hacen sino ampliar el área de ocupación en el espacio del mismo yacimiento en dirección E, lo cual ya se intuía en virtud de la existencia de estructuras siliformes excavadas por Magariños y Domingo en la calle 3. Del mismo modo, nuestro yacimiento se prolongaría espacialmente en dirección N, en la zona del territorio donde Magariños y Domingo determinaron la existencia de un nuevo yacimiento que denominaron Las Largas II, conformándose un único yacimiento de amplia dispersión espacial. La presencia del horizonte hispanovisigodo se hace más presente en el extremo S, junto al cauce Figura 02


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del arroyo de la Bobadilla, manifestándose más claramente la extensión de la Edad del Bronce en el extremo N, más alejado del mencionado curso de agua. Nuestros trabajos revelan que la ocupación antrópica del espacio estudiado se habría iniciado en la Edad del Bronce, y no en la época del Alto Imperio romano como hasta ahora habían puesto de mani esto los trabajos de Magariños y Domingo, localizándose este horizonte cultural en los puntos más elevados del relieve alomado que caracteriza el territorio de nuestro objeto. El período de época hispanovisigoda (ss. V-VIII) se concretaría en una amplia área de ocupación documentada en el margen izquierdo del arroyo de la Bobadilla, en el lugar de paso de la vía pecuaria denominada Vereda de Torrejón ( g. 02.1) hasta el limite W del P.A.U en la autovía A-42. Los trabajos arqueológicos hasta ahora acometidos nos permiten vislumbrar la existencia de un asentamiento agropecuario de liación hispanovisigoda, caracterizado por presentar distintos conjuntos de estructuras de habitación asociadas a áreas funerarias y zonas de almacenamiento, emplazadas a cierta distancia unas de otras ( gs. 02.1 y 02.2). Cada uno de estos conjuntos, que se hallan separados mediante una cerca de lo que interpretamos como el espacio de circulación del asentamiento21, parece estar conformado por 1 ó 2 estructuras de habitación, que pueden ser fondos de cabaña excavados en el substrato geológico o bien estructuras constructivas con zócalo de piedra y techumbre de tejas ( g. 03). Si bien las primeras son espacios de habitación de 18. LÓPEZ LANCHA, R. y MAQUEDA GARCÍA-MORALES, R.: Plan Parcial de Ordenación Urbana Sector S-2B. Paraje Arroyo de Prado Viejo. Torrejón de la Calzada (Madrid). Tercer Informe Preliminar de Intervención Arqueológica. Ejemplar mecanogra ado, con fecha 14 de junio de 2005, depositado en el Registro de la Consejería de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid con nº de referencia 12/016347.9/05, de fecha 21/06/05. 19. VIGIL-ESCALERA GIRADO, A.: “Granjas y aldeas altomedievales al Norte de Toledo (450-800 d. C.)” en Archivo Español de Arqueología, 80. Madrid: CSIC, 2007 pp 239-284. 20. HERNANDO SOBRINO, R. E IGUÁCEL DE LA CRUZ, P.: “La Arboleda: Enterramiento de época hispano-visigoda; Illescas (Toledo)” en Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 7. Madrid: 1994 pp 237-248. 21. Entendemos por espacios de circulación aquella super cie del terreno carente de estructuras arqueológicas que ponen en comunicación las distintas áreas de ocupación, presentando distintas longitudes en función de las dimensiones de cada área, así como anchos que no superan los 5 m. Figura 03


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unas reducidas dimensiones, las segundas son de mayores dimensiones y en algunos casos presentan una compartimentación interna, lo cual nos determina la existencia de una diferenciación de funciones en el espacio interno. En cuanto a la fábrica de estas estructuras, como ya se ha apuntado en el texto, las primeras serían totalmente lignarias y las segundas presentarían un zócalo de piedras sobre el que se levantaría un alzado de tapial reforzado con postes de madera, los cuales, a su vez, servirían como puntos de apoyo de una estructura de madera que sustentaría la techumbre de tejas. Junto a estas estructuras de habitación se localizan una gran cantidad de silos de almacenamiento, así como un área funeraria de inhumación de escasos enterramientos, los cuales pueden ser en fosa simple o con cubierta de piedras. Estas tres áreas (habitación, almacenamiento y funeraria) parecen estar bien interconectadas entre sí mediante los espacios de circulación. Serían, en de nitiva, las calles o caminos que permitirían el contacto espacial de los habitantes entre sí, y la relación entre la ocupación y explotación del territorio, pues estos espacios de circulación parecen iniciarse o concluir en grandes espacios abiertos que bien podrían ser zonas de cultivo cerealístico, o bien en probables zonas comunales donde se localizarían los pozos de captación de agua. Este planteamiento planimétrico no deja de ser una hipótesis en la cual nos encontramos trabajando en estos momentos, puesto que la excavación de las estructuras no ha hecho más que comenzar, como ya hemos señalado. Desde este punto de vista, esperamos que los trabajos de excavación que se están desarrollando permitan de nir claramente los fondos de cabaña, silos, hoyos de poste, etc., y ayuden a determinar la con guración interna del espacio de ocupación de cada una de estos conjuntos de estructuras. Así mismo, esperamos poder determinar si, como parece, el espacio existente junto a cada estructura de habitación se corresponde con una zona de huerta, conformándose así, junto con el área de inhumaciones, cada conjunto como una unidad familiar dedicada a la explotación agropecuaria del terreno. Del mismo modo, con amos en que los trabajos de excavación que estamos acometiendo puedan determinar distintas fases de ocupación del espacio, que nos permitan de nir más claramente tanto las agrupaciones de silos de almacenamiento, como el emplazamiento de las distintas áreas de circulación desde el punto de vista cronológico. Este tipo de distribución en el territorio, que hemos documentado de modo inicial parece, corresponderse con lo que É. Peytremann22 denomina “hábitat agrupado de plano diseminado”, en relación al hábitat rural de los siglos VI y VII estudiado al Norte del río Loira en Francia. Un tipo de hábitat que se caracteriza por la existencia de distintas unidades agrícolas independientes, formadas cada cual por un conjunto de cabañas, zonas de almacenamiento y área funeraria, hallándose separada una unidad agrícola

de otra por sus correspondientes campos de cultivo, en una distancia igual o inferior a 100 m, lo cual parece ponerse de mani esto en nuestro yacimiento. Desde este punto de vista, y abundando en el estudio de la distribución espacial de este tipo de yacimientos, los trabajos acometidos hasta el momento en Cárcavas parecen mostrar la existencia de distintas áreas de circulación en cada unidad agrícola, poniendo en relación las distintas zonas, compuestas por área de habitación, almacenamiento, funeraria y cultivos. Del mismo modo, esta sucesión de áreas de circulación pondría en contacto a las distintas unidades agrícolas entre sí. Este tipo de hábitat que describe Peytremann, el cual parece corresponderse con el hábitat documentado en Cárcavas, en cierto modo también parece ajustarse a la de nición que da en el siglo VII Isidoro de Sevilla en las Etimologías23 para la descripción del término Pagus. En su magna obra, Isidoro de Sevilla a rma que “los villorrios son lugares en los que existen edi caciones apropiadas para los que habitan los campos”, siguiendo la traducción de J. Oroz Reta y M.A. Marcos Casquero24. Este villorrio (Pagus), es “una población que carece de la dignidad de ciudad y se halla bajo la dependencia de una ciudad mayor”25. Esta misma característica jurídica ostentaba el Vicus, el cual se diferencia del la ciudad porque aunque tenía calles no estaba amurallado26. En nuestro caso, como aún no podemos determinar fehacientemente la existencia de una trama urbana en la distribución de las estructuras de hábitat, ni la existencia de algún tipo de muralla, 22. PEYTREMANN, É: Arquéologie de l’habitat rural dans le Nord de la France du IVe au XIIe siécle. Saint-Germain-en Laye, 2003 citado en LÓPEZ QUIROGA, J.: “¿Dónde vivían los Germanos? Poblamiento, hábitat y mundo funerario en el occidente europeo entre los siglos V y VIII. Balance historiográ co, problemas y perspectivas desde el centro del reino “Godo” de Toledo” en Zona Arqueológica nº 8. La investigación arqueológica de la época visigoda en la Comunidad de Madrid. Vol. II La ciudad y el campo. Alcalá de Henares: Museo Arqueológico Regional de Madrid, 2006 pp 309-364. PEYTREMANN, É.: “La maison de l’archéologue: L’architecture rurale dans l’ouest de la France entre le VI et XII siècle d’après les données de l’archéologie”, en La maison rurale en pays d’habitat disperse de l’antiquité au XX siècle. Actes du colloque de Rennes, 29-30-31 mai 2002 Ed. Antoine, A., 2005. 23. ISIDORO, SANTO, ARZOBISPO DE SEVILLA: Etimologías; texto latino, versión española y notas por José Oroz Reta y Manuel-A. Marcos Casquero; introducción general por Manuel C. Díaz y Díaz. Ed. bilingüe Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2004 p 160. 24. Ib.: “Pagi sunt apta aedi ciis loca, inter agros habitantibus. Haec et concinciliabula dicta a conventu et societate multorum in unum” (Etymologiarum sive originum libri XV, caput II, 14). 25. Ib.: “Vici, et castella, et pagi, hi sunt quae nulla dignitate civitas ornantur, sed vulgarii hominum conventu incoluntur, et propter parvitatem sui majoribus civitatibus attribuuntur” (Etymologiarum sive originum libri XV caput II, 11). 26. Ib.: P. 147 y 213 – 218 “Vicus autem dictus a vicinis tantum habitatoribus, vel quod vias habeat tantum sine muris. Est autem sine munitione murorum; licet et vici dicantur ipsas habitationes urbis. Dictus autem vicus, eo quod sit vice civitatis, vel quod vias habeat tantum sine muris” (Etymologiarum sive originum libri XV caput II, 12).


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empalizada o cerca perimetral que le sirviera de defensa común, puesto que no disponemos de los límites físicos de la planta total del yacimiento, nos decantamos por la de nición de nuestro yacimiento como como un Pagus. Con estas premisas, esperamos que la excavación que estamos acometiendo contribuya a un mejor conocimiento de este tipo de asentamientos, ya que los trabajos hasta ahora desarrollados tan sólo nos permiten hablar de hipótesis, puesto que aún son muy pocas las estructuras de liación hispanovisigoda que han sido excavadas. En de nitiva, será la excavación en curso que estamos desarrollando la que permitirá acercarnos a la comprensión de la distribución interna del espacio de este tipo de asentamientos. Por ello, debido a las posibilidades que nos brinda este yacimiento para la comprensión del hábitat rural hispanovisigodo, escasamente estudiado en la Meseta Sur de España, se ha creado un equipo multidisciplinar con el n de aportar el mayor número posible de datos para la comprensión de este tipo de asentamientos. Así, contamos con la colaboración de la Unidad

del Acelerador de Radiocarbono de la Universidad de Oxford (The Oxford Radiocarbon Accelerator Unit of Oxford University), el Departamento de Antropología Física y Forense de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, el Instituto de Cerámica y Vidrio del Consejo Superior de Investigaciones Cientí cas (IC-CSIC), el Departamento de Arqueobiología del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Cientí cas (IHCSIC) y el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Los resultados obtenidos en las posteriores fases de intervención arqueológica a desarrollar en este yacimiento, así como los estudios y análisis llevados a cabo al respecto por los centros anteriormente mencionados, contribuirán a aportar nuevos datos para el conocimiento de la ocupación humana del espacio entre los siglos V y VIII en la Submeseta Sur de la Península Ibérica, lo que esperamos que pueda ser publicado en los sucesivos congresos que, como el que aquí nos trae, permitan la divulgación de este tipo de estudios.


191 Victoria Amorós Ruíz Víctor Cañavate Castejón

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 191 - 198

TRANSFORMACIÓN FUNCIONAL DE ESPACIOS REPRESENTATIVOS EN LOS INICIOS DEL EMIRATO. LA BASÍLICA Y EL PALACIO EPISCOPAL DE EL TOLMO DE MINATEDA

El Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) se encuentra en el valle de Minateda-Agramón, junto al arroyo que riega al citado valle, y a la vía que comunica las tierras del interior de la Meseta con la región Sureste de la Península1. Se trata de un cerro de cima truncada y llana que ha permitido el asentamiento de edi caciones al menos desde la Edad del Bronce hasta bien entrado el período islámico. Este cerro, de naturaleza inexpugnable, cuenta con un paso natural de fácil acceso a la plataforma superior. Durante las últimas campañas de excavación en el yacimiento se ha revelado en la plataforma superior del cerro un complejo monumental de época visigoda con carácter religioso compuesto por una iglesia con baptisterio adosado, un cementerio ad sanctos dispuesto en torno a los pies y a la cabecera del edi cio sacro, y una construcción frontera, que denominamos palacio por su carácter residencial, administrativo y simbólico, que constituye una obra de sonomía compleja. 1. EL COMPLEJO MONUMENTAL EN ÉPOCA VISIGODA (Fig 1) La iglesia ha sido objeto de varias publicaciones (Abad Casal, Gutiérrez Lloret y Gamo Parras, 2000 y 2004; Gutiérrez Lloret, Abad Casal y Gamo Parras, 2004; Gutiérrez Lloret y Cánovas Guillén, 2009). Se trata de un edi cio de planta basilical con tres naves separadas por arquerías sobre columnas a cuyos pies se encuentra un baptisterio con la misma disposición tripartita, ahora con pilares en lugar de columnas, en cuya nave central se encuentra la piscina bautismal tallada en la roca. Ambos ambientes sufrieron a lo largo del tiempo numerosas refacciones que fueron alterando el diseño original; modi caciones por otra parte habituales en ese tipo de edi caciones, que llevan, en el caso de la basílica, a la construcción de un contra-coro en el último intercolumnio de la nave central o a la reestructuración de la zona del sanctuarium. Las excavaciones recientes han puesto en evidencia que iglesia y baptisterio anejo no eran construcciones aisladas, sino que formaban parte de

1. Este camino es la vía Complutum-Carthago Noua, documentada desde época romana mediante miliarios y tramos de calzada, de lo que son indicios abundantes yacimientos y hallazgos arqueológicos (SANZ GAMO, 1997).

un programa constructivo unitario que incluía el palacio frontero, diseñado y construido ex nouo en un momento avanzado del siglo VI, si no ya de principios del VII, a consecuencia de una decisión política que pudo emanar directamente de la autoridad toledana. Por ello, aunque basílica y palacio se pueden analizar separadamente en sí mismos, el estudio global de todo el conjunto permite entender el signi cado de su erección, tanto por lo que supone de plani cación arquitectónica, como sobre todo por su dimensión política y simbólica. El palacio del Tolmo es una obra de planta compleja, formada por diversas estancias comunicadas entre sí y amplios espacios que por sus dimensiones bien pudieron funcionar como patios. En el extremo oeste, por donde subiría el camino principal se encuentra la primera de las estancias, un amplio vestíbulo de forma rectangular que comunica por el Norte con uno de los espacios abiertos y mediante una puerta en el lado Este, con una serie de habitaciones alineadas en dirección Oeste, comunicadas entre sí por vanos sucesivos que conducen a una gran sala perpendicular que interpretamos como el aula palatina o lugar principal de representación. Se trata de una sala basilical de grandes dimensiones, dispuesta en dirección Norte-Sur, y dividida en dos naves separadas por una columnata central de la que se conservan las huellas de las basas talladas en la roca. En su costado oriental se abre un nuevo espacio bastante arrasado, que conserva al menos dos machones interiores y un hipotético acceso tallado en la roca en el testero opuesto, que se encuentra rodeado por la calle oriental que limita el complejo y circunvala igualmente el ábside de la iglesia. El complejo presenta pilares interiores de mampostería a modo de contrafuertes, construidos, igual que los muros, sobre un zócalo tallado en la roca que traza el perímetro del edi cio. En una de las habitaciones pequeñas se tallan también en la roca los apoyos de semicolumnas adosadas, hoy desaparecidas, pero que en su día contribuyeron a realzar el espacio. Los vanos de acceso se resuelven con jambas enjarjadas formadas por sillarejos o lajas alternas. En algunos lugares se ha conservado el revestimiento original de las paredes consistente en una na capa de algún tipo de enfoscado, ya sea cal o yeso, que en ocasiones presentaba restos de gra tos incisos e incluso pintura de color rojo.


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Los datos proporcionados por los diferentes conjuntos materiales permiten de nir y encuadrar cronológicamente las diferentes estructuras excavadas. Por un lado la decoración arquitectónica de los edi cios, sobre todo del complejo religioso2, destacando los diferentes fragmentos de cancel conservados sobre todo en el baptisterio con motivos orales y cruces patadas, motivos que corroboran la cronología visigoda de la edi cación. Otro elemento cronológico es el epigrá co, en nuestro caso sobre soportes de diferente naturaleza: gra tos en diversos materiales y las leyendas de las monedas que corroboran la cronología visigoda del conjunto edilicio3. Sin embargo, los edi cios del complejo no han proporcionado materiales cerámicos signi cativos en los estratos de construcción y uso, salvo una producción especí ca de material cerámico de construcción para la cúpula de la iglesia (Cánovas Guillén, 2005). Los materiales procedentes de los estratos previos de nivelación y preparación se corresponden con el tipo y clase de cerámica característicos de la fase del yacimiento, y permite asignar a los edi cios la cronología propuesta (Gutiérrez Lloret, Gamo Parras, y Amorós Ruiz, 2003). 2. IMPLICACIONES ARQUITECTÓNICAS EN EL COMPLEJO VISIGODO EN EL S. VIII El complejo debió mantener su funcionalidad prístina en los inicios del siglo VIII, si bien es cierto que en un momento poco preciso de esa centuria se inicia un proceso de desacralización que culmina con la transformación del espacio construido. Del análisis estratigrá co en ambos edi cios se extrae que la transformación funcional implica un proceso evolutivo enmarcado en dos momentos bien distintos. En el primero, existe una voluntad de desafectar el uso primigenio de ambos edi cios, al tiempo que aparecen los primeros síntomas de expolio de material arquitectónico, 2. La existencia de un extenso trabajo sobre la decoración arquitectónica nos excusa en este trabajo de hacer un repaso exhaustivo. Ver GUTIÉRREZ LLORET, S y SARABIA BAUTISTA, J., 2006: “el problema de la escultura decorativa visigoda en el sureste a la luz de el Tolmo de Minateda: distribución, tipologías funcionales y talleres”, Anejos del Aespa XLI, Madrid, 301-344. 3. En una de las habitaciones del palacio los enlucidos contaban con inscripciones en letra cursiva visigoda, además de dibujos de animales, círculos y cruces que se encuentran en estudio; en la iglesia se documentó un fragmento de revoco curvo con un una inscripción que fue estudiada por Isabel Velázquez Soriano, quien la data a nales del siglo VII (GUTIÉRREZ LLORET, ABAD CASAL y GAMO PARRAS, 2004, nota 18). En el apartado monetario se han documentado varios trientes de Witiza (702-711) de las cecas de Tucci, Toletum y Corduba; un triente de Errvigio (680-687) de la ceca de Sevilla; otro de Egica y Witiza (697-701) y un pequeño cobre bizantino acuñado en Cartagena. Pese a que la gran mayoría de fueron documentados en los momentos de abandono del conjunto edilicio, el trieinte de Ervigio apareció bien sellado en unos estratos de construcción durante el uso del complejo.

Figura 1


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pese a que todavía se mantiene la estructura principal en pie. Se evidencia una readaptación doméstica de ciertos espacios de la iglesia y del palacio, modi cando la morfología original exclusivamente para las nuevas necesidades. El segundo momento se caracteriza por una rápida transformación espacial, quizás condicionada a las nuevas necesidades arquitectónicas y al quizás cada vez mayor arraigo cultural islámico. Este momento de ne el inicio del expolio sistemático de alzados y elementos sustentantes, transformando el espacio edi cado en una importante cantera de extracción de material de construcción para el incipiente barrio emiral, que se irá asentando sobre sus ruinas a nales del siglo VIII y a lo largo de todo el IX. En la iglesia, el primer momento de ocupación entre el uso prístino del complejo y las viviendas de época plenamente emiral resulta indiscutible por su ubicación estratigrá ca. Se observa cómo se inicia una doble tendencia, de un lado la desacralización y desafectación de las zonas sacras del edi cio, traducida en las primeras acciones de expolio documentadas. Tales acciones de despojo de material están bien constatadas en los ambientes de principal signi cación, como son la nave central del baptisterio, lugar donde se encontraba la piscina bautismal, en origen cruciforme pero en su última fase de uso reducida a una simple cubeta4; es posible advertir el truncamiento del cierre septentrional del contra-coro; la zanja de expolio que rompe toda la esquina suroeste del presbiterio, probablemente para el expolio de escultura decorativa, canceles fundamentalmente5; y el ábside6. En el resto de la iglesia se han documentado más acciones de expolio, probablemente más relacionadas con la liturgia y la tradición paleocristianas que con el reempleo de material arquitectónico, como son los expolios parciales de sendas tumbas sitas en la nave lateral norte. La segunda tendencia que se observa es la aparición de los primeros usos domésticos en gran parte del edi cio de culto, y que se reconoce por 4. La ausencia de estratigrafía se debe a la presencia de un potente truncamiento de época moderna que afecta a gran parte de las naves central y meridional del baptisterio. Por otro lado, la última de las refacciones de la piscina parece que se destruyó intencionadamente, probablemente en un momento muy cercano a la omisión religiosa del edi cio, a juzgar por la ubicación estratigrá ca de los tres paquetes de derrumbe exhumados en la mitad occidental del espacio, que no se vio afectado por la acción moderna. 5. En un aljibe cercano que estaba relleno con diversos materiales, apareció una placa completa aunque fracturada en dos, cuyas dimensiones encajan perfectamente con las de los rieles de encastre documentadas en el altar. La placa tiene un motivo decorativo compuesto por dos círculos superpuestos, el superior con un motivo de cruz patada de brazos iguales y el inferior con una roseta cuatripétala en cuyo centro hay una cruz lanceolada (GUTIÉRREZ y SARABIA, 2006, 308). 6. Por la secuencia estratigrá ca sabemos que los elementos destinados a la liturgia situados en el ábside exento y en el altar debieron ser expoliados, como muy tarde, en este momento pese a que no se han conservado elementos que testimonien tales acciones.

la aparición de repavimentaciones anaranjadas. Se trata de estratos con textura arcillosa que contienen cretas de cal, con una composición homogénea y compacta, siendo estos estratos el denominador común en la mayoría de las dependencias del palacio y la iglesia (Fig. 2). Si se exceptúan los espacios comprendidos por el ábside, el presbiterio, la entrada meridional y la nave lateral sur del baptisterio, el resto de dependencias originales del complejo presentan restos de la repavimentación anaranjada. A juzgar por las características de los depósitos previos, determinados básicamente por la acumulación de los primeros paquetes de abandono posteriores a los usos originales del edi cio, así como la ruina de diferentes elementos constructivos tales como enlucidos de los alzados y elementos de las cubiertas, estos nuevos suelos debieron tener la función de crear una super cie más o menos horizontal e impermeable, obliterando los depósitos previos al tiempo que justi carían el nuevo empleo de los espacios donde se encuentran. De esta forma quedaba de nido una super cie bastante amplia, que comprendía el antiguo baptisterio, ya desacralizado, las tres naves de la iglesia, el contra-coro y las diferentes dependencias anexas al norte y al sur -los espacios 32, 16 y 84 respectivamente-. El santuario y el ábside, como el baptisterio, también debieron perder su carácter litúrgico a juzgar por la ausencia de los elementos solemnes; asimismo, estos ambientes carecen de restos materiales que indiquen una reutilización como espacios de habitación, tal y como se observa en el resto. Con todo, se trata de un amplio espacio de aproximadamente cuatrocientos metros cuadrados que parece distribuirse en cuatro módulos arquitectónicos abiertos a un quinto que haría las veces de “patio privado” o “eje articulador” en torno al cual se disponen los anteriores, y que no es más que el espacio comprendido por las antiguas tres naves basilicales. El segundo momento responde, grosso modo, a un proceso de expolio de la gran mayoría de los elementos verticales del edi cio de culto, acciones que tienen el único objetivo de extraer material arquitectónico para su posterior reempleo en otras construcciones ex nouo (Fig. 3). Este tipo de labores, bien re ejadas estratigrá camente, vienen acompañadas de restos materiales que captan la pervivencia en el uso doméstico de ciertas dependencias del edi cio aún en pie, así como ciertos indicios tangibles que demuestran la pervivencia de ciertos espacios o ambientes dentro de las antiguas naves del edi cio. Estos vestigios materiales, normalmente reducidos a paquetes de basuras, hogares asentados de composición simple, reducidos a meras manchas de cenizas con carbones, denotan la continuidad en el uso –frecuentación- de un entorno que progresivamente se va desmoronando, convertido en cantera de extracción de material arquitectónico. Es en este segundo momento de ocupación cuando más fácilmente se observan los diferentes espacios de habitación, reducidos a las antiguas estancias anejas al sur y oeste del antiguo complejo visigodo.


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En el palacio la analogía contextual desprendida tras el análisis estratigrá co con la iglesia resulta incuestionable. En ambos casos se de nen dos momentos de uso bien delimitados. En el primero se observa una clara desvinculación con la funcionalidad original de la edi cación; existe una voluntad de construir un nuevo suelo, asociado a una serie de variaciones morfológicas originales en la arquitectura original del edi cio, que es el testimonio más able de las dependencias palatinas que se reemplean en este momento (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.); si bien es cierto que existen otras que se están reocupando y que carecen de estos suelos de nueva factura. En cualquier caso, una vez el palacio pierde su función original, las estancias reempleadas reciben un carga práctica sensiblemente diferente, pese a que ésta es difícil de probar con seguridad, dada la ausencia de estructuras con un claro marcado carácter doméstico (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.). No obstante cabe señalar la distinción de estancias que sufren una repavimentación afín a la iglesia, formando dos espacios habitacionales bien de nidos que se ubican grosso modo a occidente del eje Norte-Sur de la edi cación original7; mientras que las dos estancias que mantienen un uso carente de suelo ex nouo permanecen inconexas entre sí (Fig. 2). En el palacio, en cambio, no se constatan acciones de expolio durante este momento. Aun compartiendo la monumentalidad del diseño8, el edi cio palatino muestra desigualdades en signi cado y decoración, por lo que es más que probable que sea una de las razones por las que carezca de los despojos documentados en la iglesia. Por el contrario, inmediatamente antes de que el solar se transforme de nitivamente en época emiral, se descubren vestigios que demuestran un segundo momento de uso en el edi cio áulico (Fig. 3).Se observa la ruina total de la gran mayoría de las dependencias septentrionales a partir de un truncamiento que, en dirección Este-Oeste, rompe gran parte de sus cierres occidentales y orientales. Asimismo, se asiste a la explotación de los recursos materiales en otras dependencias palatinas a partir de zanjas de expolio9 que, como en la iglesia, transforman al edi cio en una cantera de aprovisionamiento de material constructivo.

7. Ambos espacios habitacionales –denominación adoptada por el equipo de investigación como herramienta de trabajo para de nir cada uno de los complejos que ha sido conformado por diferentes estructuras domésticas en un sentido funcional-, están compuestos por diferentes estancias del antiguo palacio visigodo; los espacios 174, 175, 176, 177 y 178 forman el espacio habitacional (EH) 11, mientras que los espacios 179, 180 y 181 engloban el espacio habitacional 12 (CAÑAVATE, MELLADO y SARABIA, e.p.). 8. Existen, además, una serie de diferencias técnicas entre ambas edi caciones, como es el uso de mampostería en los muros del palacio con ocasionales refuerzos de sillería; o el uso de tierra en lugar de la cal como método de trabazón (GUTIÉRREZ y CÁNOVAS, 2009). 9. En concreto en los espacios 175, 176, 178 y 182.

Figura 2


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Por otra parte, en este segundo momento perdura la habitabilidad con carácter doméstico de ciertas dependencias, atestiguada a partir de ciertos indicios arquitectónicos y otros vestigios materiales que denotan la pervivencia dentro del antiguo palacio, comprimido a los estancias más oriental –espacio 174- y meridional –espacio 181-. 3. IMPLICACIONES MATERIALES DEL SIGLO VIII Tras el examen de los contextos cerámicos, obtenido gracias al análisis de la secuencia estratigrá ca en el complejo visigodo, se observa una correspondencia entre la reutilización de los diferentes espacios del palacio y las dependencias del edi cio litúrgico con una solución bien distinta a la original, probablemente con una carga doméstica, en un periodo precedente al desenlace del entramado urbano de época emiral. Tal aseveración conlleva, en conclusión, a presentar unos rasgos generales sobre la tipología cerámica propia de este periodo crono-estratigrá co, así como el modo en que aparece representado el Horizonte II en la edi cación de época visigoda. 3.1. Materiales de los suelos naranjas La primera reutilización de ambos edi cios vincula la transformación de ciertos espacios en nuevos ambientes cuya cerámica nos indica un marcado acento doméstico, aunque en este sentido debemos diferenciar el material que aparece dentro de las tierras que conforman las nuevas pavimentaciones, de los estratos que los amortiguan y, aunque en líneas generales las características de las cerámicas son muy similares, hay ciertos elementos que nos llevan a tal separación. Esta tenue división, es la que nos indica que los materiales que aparecen dentro de los estratos de pavimentación, son cronológicamente algo más antiguos que los que conforman su colmatación y, por lo tanto pueden ayudarnos a distinguir producciones vigentes en la primera mitad del siglo VIII y separarlas de las producciones que se estén utilizando a principios de la segunda mitad de esta centuria, momento en el que seguramente, el nivel de paso lo marca la super cie de estos nuevos pavimentos, y en cuyas colmataciones aparecen ya las primeras formas novedosas que se generalizaran en el siglo IX. El meticuloso estudio de la estratigrafía10 de ambos edi cios es la que nos ha ofrecido la posibilitad de situar estas producciones dentro de un momento avanzado de la primera mitad del siglo VIII, ya que de una forma descontextualizada, estos materiales hubieran sido catalogados en buena parte como del siglo VII cuando no del VI; de hecho la pervivencia de formas y tipos de pastas visigodas es el elemento que mejor de ne a las cerámicas del Tolmo de Minateda hasta bien entrado el siglo VIII. 10. Los contextos estratigrá cos de la basílica y el edi cio anexo han sido tratados en diversos trabajos: GUTIÉRREZ, GAMO y AMORÓS, 2003; CAÑAVATE, GUTIÉRREZ, MELLADO y SARABIA, e.p.; CAÑAVATE, MELLADO y SARABIA, e.p.; AMORÓS, inédito. Figura 3


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La cerámica asociada a los pavimentos se caracteriza por un variedad de ollas a torno donde destacan las de borde vuelto del tipo T.6.2 (Gutiérrez, 1996, 97 y 98) ( g. 2.1, 2.2 y 2.3), ampliamente representados en las facies visigodas del yacimiento, mientras que las cazuelas son muy escasas si las comparamos con las anteriores, aunque destacamos en este caso una cazuela a torno de fondo convexo (Gutiérrez, Gamo y Amorós, 2003, 146, g. 16.3; Amorós, inédito) ( g.2.10). También dentro del conjunto encontramos botellas del tipo T15.5 (Gutiérrez, 1996, 106 y 107) ( g. 2.4 y 2.5), jarros de tradición visigoda tanto a torno ( g. 2.6, 2.7, 2.8) como a mano ( g. 2.9), y cuencos semejantes a los documentados en los niveles de los basureros extramuros del yacimiento11, junto con tazas de una o dos asas ( g. 2.14). Entre la cerámica asociada a los pavimentos queremos destacar dos bordes de ánfora, uno del tipo Spateion y otro del tipo Keay LXI (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p), así como un pivote de una Keay LXII o LXIII (Gutiérrez, Gamo y Amorós, 2003, 146, gig.16-1; Amorós, inédito) ( g. 2.15), y dos tapaderas de agarre lateral12 ( g. 2.16 y 2.17) (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p; Amorós, inédito). Materiales tratados como residuales por la cronología de los contextos, pero que deben tenerse en cuenta a la hora de abordar nuevas líneas de investigación que podrían plantear la posibilidad de que algunos tipos anfóricos sobrevivan en época islámica inicial (M. Bonifay y D. Bernal, 2008, 108 y ss.). 3.2. Materiales de la colmatación de los pavimentos Las formas más destacadas en los paquetes que colmatan a los pavimentos, y anteriores al segundo momento de uso en algunas estancias del palacio y la iglesia, son las ollas a torno, con diversa tipología, aunque entre lo heterogéneo del elenco destacan varios grupos. El más numeroso de este conjunto lo forman las ollas de borde vuelto relacionadas con la serie T6.2 para

el Sureste de la península. Junto a ellas aparecen los primeros ejemplares de las la ollas de visera13 ( g. 3.1, 3.2 y 3.3), las cuales se relacionan con contextos emirales, ya que todavía no se han documentado estas formas en niveles anteriores a la segunda mitad siglo VIII (Amorós, inédito). Junto a estos dos grupos, se localizaron sobre el suelo de una de las estancias del palacio dos ejemplares de ollas de cuerpo ovoide, con el borde ligeramente exvasado de labio curvo, acanaladuras en el cuerpo y sin asas que resultan inéditas en el yacimiento (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.) ( g. 2.18 y 2.19). Es en estos mismos niveles donde aparecen varios ejemplares de marmitas de borde reentrante y base convexa ( g. 2.21 y 2.22), de las que se han atestiguado diversos ejemplares tanto en los niveles de frecuentación como en los niveles superpuestos del palacio, que parecen estar indicando una evolución de los tipos autóctonos (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.), que ilustran un cerramiento paulatino del borde de las marmitas de base plana (Gutiérrez, 2007, 306), y a una curvatura de la base. Entre la cerámica asociada a estos estratos es escasa la representación de la forma cazuela, aunque queremos destacar un ejemplar realizado a torno lento (Gutiérrez, Gamo, Amorós, 2003, 145, g.15-3; Amorós, inédito) documentado en la habitación meridional aneja al baptisterio de la iglesia (espacio 16) que mantiene una gran a nidad con la forma 1.2.2 del arrabal de Šaqunda y con la cazuela tipo A nº 2 de Mérida14 ( g. 2.27). Al igual que ocurría con la cerámica de los pavimentos, también en los estratos de colmatación se documentan cuencos de per l curvo15 ( g. 2.26) y algunas formas novedosas de per l carenado16 ( g 2.24 y 2.25), así como tazas de una y dos asas y botellas del tipo T15.5. En líneas generales la cerámica de estos estratos mantiene un clara pervivencia de los tipos tardoantiguos, aunque ya empiezan a documentarse, pero de forma reducida, elementos innovadores que se mantendrán en los contex-

11. Aunque escasos para los estratos relacionados con la construcción de los pavimentos se han diferenciado dos grupos de cuencos, los de labio recto y cuerpo con carena, que recuerda a formas de la sigillata tardía meridional (una forma similar en TSTM se documentó en la zona del basurero extramuros del yacimiento), (GUTIÉRREZ, GAMO y AMORÓS, 2003, 132, g. 8-2) ( g. 2.11); el otro tipo de cuenco de este contexto son los de per l redondeado, similares a tipos de época visigoda del Horizonte I del yacimiento (AMORÓS, Inédito; CAÑAVATE, MELLADO y SARABIA, e.p.) ( g. 2.12 y 2.13). 12. Ejemplares parecidos en la Península Ibérica sólo se han documentado en Recópolis (M. BONIFAY y D. BERNAL, 2008, 105), donde se presentan dos piezas a las que los autores relacionan por su gran similitud formal con las tapaderas de las jarras que J. W. Hayes (1992, 38) denominó “UWW1 spouted jugs” (jarras con vertedor). Fuera de la península, y además de los ejemplares de Constantinopla estudiados por Hayes, hemos encontrado una pieza más o menos parecida en el macellum de Gerasa (A. USCATESCU, 1996, 310, g. 40, nº56), perteneciente al grupo XVIII forma 3a. Para la autora, la pieza podría tener una cronología de época bizantina, y cuyo sistema de tapadera es similar al publicado por V. Corbo en 1955 (AMORÓS, inédito).

13. Bordes exvasados con terminación apuntada triangular a forma de pequeño saliente o visera, que en el Tolmo se diferencian por contar con un borde liso (tm/Tol.4, g. 3.2) o una pequeña acanaladura en el exterior del borde (tm/Tol.3, g.3.1 y 3.3). En otros yacimientos también es posible encontrar este tipo de borde asociado a ollas, como en el caso del arrabal de Šaqunda en Córdoba (Mª T. CASAL, E. CASTRO, R. LÓPEZ y E. SALINAS, 2005, 195 y 217, g.1, nº 25), con la diferencia que en los ejemplares del Tolmo de Minateda esta forma no cuenta con asas; En Fuente de la Mora en Madrid (VIGIL-ESCALERA GUIRADO, 2003, 284, g.6, 906/3); y en Zaragoza (HERNÁNDEZ VERA y BIENES CALVO, 2003, g. 7, nº 1, 2 y 3), todos ellos con una cronología de la segunda mitad del siglo VIII. Aunque este tipo de bordes se mantendrá también a lo largo del siglo IX en los contextos del Tolmo de Minateda (Horizonte III), y en otras zonas como en Marroquíes Bajos (PÉREZ ALVARADO, 2003, 82 -GT.1.7.A-, 83 -GT.1.8.A-, 83 y 84 -GT.2.1.A-), (AMORÓS, inédito). 14. “(...) Esta forma presenta notoria a nidad con el elenco cerámico de la zona levantina de la que podemos citar el Horizonte I y II del Tolmo de Minateda y la zona emeritense en la que se documenta la cazuela tipo A, nº 2, con una cronología un poco más tardía del siglo IX (...)” (Mª T. CASAL, E. CASTRO, R. LÓPEZ y E. SALINAS, 2005, 176).


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tos materiales del siglo IX en el Tolmo; así junto con las olla de visera, de las que hemos hecho referencia anteriormente, debemos destacar varios bordes de buena calidad documentados en las naves de la iglesia, que bien podrían ser jarros/as, botellas o cántaros, que guardan una gran similitud con los tipos “proto-bí dos” y en “uña” de Melque, el Trampal y el Gatillo (Caballero, Retuerce y Sáez, 2003, 259-260)17, ambas formas presentes en el Horizonte III del yacimiento. También en este momento se documenta en la habitación septentrional del baptisterio, y en el estrato que sella esta fase, el primer fragmento con decoración en óxido de hierro y un borde realizado con las características pastas amarillentas con desgrasante visible y oscuro, asociadas tradicionalmente a las cerámicas de época plena emiral (Amorós, inédito). 3.3. Materiales relacionados con el expolio masivo del conjunto episcopal La característica general de las cerámicas procedentes de los estratos relacionados con el expolio masivo de las estructuras de los edi cios, es grosso modo, similar a la del momento anterior, conservando un marcado cariz de tradición visigoda, sobre todo en los niveles del antiguo palacio donde se documentan varias ollas del tipo T6.2, marmitas del tipo M1.3 (Gutiérrez, 1996, 73 y 74) y M2.1 (Gutiérrez, 1996, 74 y 75) ( g. 2.20), cuencos de herencia visigoda y un jarro de pico vertedor T.26 (Gutiérrez, 1996, 119 y 120) (Cañavate, Mellado y Sarabia, e. p.) y jarras de contención de cuerpo globular ( g. 3.11). En cambio en los niveles de expolio de la basílica, aunque en líneas generales el material adolece de tradición tardoantingua, son mayores los indicios de nuevas producciones que nos sitúan ya en un momento avanzado de la segunda mitad del siglo VIII. Es ahora cuando aparecen diversos jarros pintados en óxido de hierro18, un fragmento de candil19, varios jarros de boca ancha y per l en “S”20, una olla con un solo asa ( g. 3.10) que evoca una forma híbrida entre una pieza culinaria y otra de servicio, una botella con cuerpo globular21 ( g. 3.8), formas con bordes lobulados y bí dos y un incremento de las ollas de visera, todos ellos elementos que se generalizarán en los contextos del siglo IX del yacimiento.

15. Los cuencos de per l en “C” se documentan en el yacimiento en los niveles del Horizonte I y en los que marcan el inicio del Horizonte II en el basurero extramuros situado cronológicamente a nales del siglo VII y principios del VIII (GUTIÉRREZ, GAMO y AMORÓS, 2003). 16. Los cuencos de per l carenado pueden encontrarse en otros yacimientos con cronologías similares a estos contextos del Tolmo de Minateda: Serie 2.4 del arrabal de Šaqunda (Mª T. CASAL, E. CASTRO, R. LÓPEZ y E. SALINAS, 2005, 201,202 y 224, g.12), y en los niveles del horizonte I y Horizonte II de Mérida (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008, 593 y 594, g. 5 y 6). 17. Las formas documentadas en las naves de la iglesia corresponden con un ejemplar de los del tipo «proto-bí dos» como los del periodo I A/B de Melque, mientras que serían dos los ejemplos de bordes en «uña», (AMORÓS, inédito).

3.4. Cerámicas asociadas al nal del Horizonte II Los materiales asociados a los niveles que colmatan la secuencia, aunque con una amplia representación de formas de herencia visigoda, presentan un aumento de formas, tipos y decoraciones que se irán convirtiendo a lo largo del siglo IX en los elementos que ilustren los contextos de época emiral plena. La forma más representativa, como en las secuencias anteriores, es la de la olla a torno, un conjunto que sigue siendo heterogéneo en cuanto a los tipos22, pero en el que ahora, se documenta un aumento de las ollas de visera frente a las de borde vuelto, y la aparición de las ollas de borde bí do (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.). Por su parte se documenta un número mayor de marmitas destacando varios ejemplares de M4.1 (Gutiérrez, 1996, 76 y 77) ( g. 3.11), marmitas de base convexa (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.) ( g. 2.23) y varios tipos de tendencia globular sin adscripción tipológica. Destaca también la presencia de jarros de tipo T.20 (Gutiérrez, 1996, 113, 114 y 115), algunos de ellos con decoración a bandas en óxido de hierro ( g. 3.20), formas de servicio con bordes bí dos o moldurados ( g. 3.21 y 3.22), varios tipos de cuencos de per l curvo, tapaderas planas hechas a mano ( g. 3.12), tinajas (3.13), una jarra con restos de pintura castaña que conserva el arranque de sus dos asas (Cañavate, Mellado y Sarabia, e.p.) ( g. 3.12) y alguna jarra de mediano tamaño con decoración pintada y realizada con las pastas amarillentas características de los contextos del siglo IX ( g. 3.23). 18. En la estratigrafía del palacio se documenta un único ejemplar de un jarro pintado del tipo T20.3, (CAÑAVATE, MELLADO y SARABIA, e.p.). Por su parte en la basílica son varios los ejemplos de formas con este tipo de decoración, en la habitación central del baptisterio se documenta en estos niveles un jarra del tipo T11.1.1 decorado con nos letes en óxido de hierro (GUTIÉRREZ, GAMO y AMORÓS, 2003, 144; AMORÓS, inédito) ( g. 3.5); otra jarra de este mismo tipo y también con decoración en óxido de hierro, se documenta en la habitación meridional aneja al santuario en los niveles de colmatación de esta fase estratigrá ca, pero en este caso la decoración forma bandas en el cuello y en el borde. En las naves de la iglesia encontramos dos fragmentos con decoración pintada, por un parte un jarro T11.1 ( g.3.4) y el borde de un posible jarro que no se le ha podido otorgar tipología, (AMORÓS, inédito). 19. Los candiles son muy escasos y se documentan casi en su totalidad en los niveles de los derrumbes que cierran el Horizonte II, salvo un único fragmento de la piquera de un candil del tipo T33.3 ( g. 3.9) aparecido en las naves de la iglesia (AMORÓS, inédito). 20. Dos son los jarros de boca ancha y per l en “S” que se documentan en la iglesia, uno en la nave meridional del aula ( g. 3.7) y otro en la en la habitación aneja al santuario ( g. 3.6) (AMORÓS, inédito). 21. El primer ejemplar de botella de boca y cuello estrecho con cuerpo globular aparece asociado al uso de la habitación aneja al santuario en el momento del expolio masivo del conjunto episcopal (AMORÓS, inédito). 22. El repertorio formal del momento es muy amplio y podemos encontrar diversos tipos de bordes, cuerpos y facturas, como muestra varios tipos de ollas de visera ( g. 3.14, 3.15, 3.16 y 3.17), borde vuelto ( g. 3.17), borde apuntado ( g. 3.18) y borde bí do ( g. 3.19).


198 V. AMORÓS / V. CAÑAVATE: TRANSFORMACIÓN FUNCIONAL DE ESPACIOS REPRESENTATIVOS EN LOS INICIOS DEL EMIRATO...

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201 José Mª. Gonzalo González, Inés Mª. Centeno Cea y Ángel L. Palomino Lázaro (ARATIKOS ARQUEÓLOGOS, S.L. / aratikos@aratikos.e.telefonica.net)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 201 - 210

LA ARTICULACIÓN DE LA CIUDAD Y EL TERRITORIO EN LA CUENCA MEDIA DEL DUERO DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. UNA PROPUESTA DE APROXIMACIÓN A PARTIR DE LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS 1. INTRODUCCIÓN El territorio objeto de este estudio comprende un segmento del valle medio del Duero que abarca el extremo meridional de la provincia de Burgos y el anco occidental de la de Valladolid, ampliándose por el Sur hacia las tierras centrales y orientales de la provincia de Segovia. Se trata de un área de 4.884 km² que integra desde las agrestes zonas serranas en el extremo meridional, hasta las ricas vegas uviales distribuidas por todo el territorio pero predominantes en el extremo septentrional, no faltando amplias extensiones de páramos que ocupan buena parte de la franja central de este espacio. El elevado potencial arqueológico del mismo ha quedado su cientemente contrastado en los respectivos inventarios arqueológicos provinciales, contando con un total de 543 yacimientos arqueológicos catalogados para un amplio periodo que comprende desde época Alto Imperial romana hasta la Alta Edad Media, lo que posibilita, a priori, una primera aproximación a los diferentes modelos de poblamiento y organización del territorio sobre unas bases arqueológicas consistentes. En este sentido, y en la medida en la que las redes de poblamiento representan estructuras sociales articuladas, los cambios que se producen en las mismas permiten inferir, a priori, los procesos de transformación del sistema, siendo este aspecto fundamental para abordar este análisis en época tardoantigua. El elemento principal de articulación territorial en época romana es la civitas. En este territorio la existencia de ciudades o núcleos urbanos de cierta entidad queda relegada a unos pocos enclaves desde los que necesariamente ha de estructurarse la organización del espacio, si bien resulta por el momento complejo acceder a las variables de índole política, social o económica que han determinado, en cada caso, su particular dinámica evolutiva a lo largo de un periodo histórico tan dilatado. En lo que respecta a la articulación del ámbito rural en época romana, tradicionalmente se viene considerando el mismo como un sistema dependiente del mundo urbano, en el que se re ejan todas las reorganizaciones que se operan en y desde la ciudad. Si bien el mundo rural tradicionalmente se desenvuelve en un marco de relaciones menos rígido que el ámbito urbano, y con una mayor autonomía, el re ejo de tales cambios se puede constatar de una manera más o menos decidida según su grado de dependencia.

El estudio de estos procesos de interacción entre el ámbito social urbano y el ámbito social rural ha sido objeto de análisis en diferentes épocas y momentos históricos desde planteamientos dispares y con objetivos igualmente diversos. En el espacio que tratamos y para el amplio periodo histórico que nos ocupa, han fructi cado trabajos de muy diversa índole en los que el registro arqueológico constituye el soporte analítico fundamental, habiéndose formulado síntesis y paradigmas explicativos de alcance muy diverso (GARCÍA MERINO, 1975, 2007; CONTE y FERNÁNDEZ, 1993; MARTÍNEZ, 2000, 2008; ZAMORA, 2000; CALLEJA, 2001; LECANDA y PALOMINO, 2001; REYES, 2001; SASTRE, 2006). Es por ello que se hace necesaria una nueva aproximación interpretativa sobre la base de nuevos planteamientos metodológicos, y sobre todo tomando como referencia la amplia base documental generada en los últimos años con el incremento de la actividad arqueológica denominada “de gestión”. 2. PLANTEAMIENTO DE UN NUEVO ESTUDIO DE INVESTIGACIÓN Tomando en consideración tales antecedentes, se propone abordar la articulación del poblamiento en este espacio geográ co durante la Antigüedad Tardía, a partir de la elaboración de un plan de investigación que tiene por objeto tratar de explicar y aportar respuestas a cuestiones tales como: procesos diacrónicos de ocupación del espacio, distinción de posibles patrones culturales de asentamiento, tipología de los yacimientos y sistemas de explotación del medio y sus recursos. El reconocimiento sobre el terreno de estos enunciados utilizando las variables arqueológicas, aporta nuevos argumentos y permite una aproximación más certera a determinadas claves de la discusión histórica, como son los modelos sociales de dependencia y las formas de organización del poder político durante la Antigüedad Tardía. Al mismo tiempo, un análisis como el que se propone no puede hacerse de manera aislada y reduciéndose a la creación de una mera cartografía arqueológica; en el momento actual de las investigaciones, el gran desarrollo que ha sufrido el análisis del territorio y los importantes resultados presentados a la comunidad cientí ca en los últimos años, hacen necesario que los trabajos se integren dentro de proyectos amplios, que proporcionen una sólida cobertura cientí ca y aporten datos conclusivos y no aproximaciones meramente apriorísticas (OREJAS, 1996: 185-186; ARIÑO et alii, 2002,


202 J.M. GONZALO / I.M. CENTENO / A.L. PALOMINO: LA ARTICULACIÓN DE LA CIUDAD Y EL TERRITORIO EN LA CUENCA MEDIA DEL DUERO...

ARIÑO et alii, 2004: 9-16; OREJAS et alii, 2002: 303; FERNÁNDEZ OCHOA et alii, 2004; ARIÑO, 2006). La consecución de estos postulados dentro de este extenso ámbito geográ co requiere el desarrollo de una metodología versátil y multidisciplinar, que permita desarrollar un amplio marco de trabajo adaptado a las contingencias que genera el proceso de estudio, evitando caer en una jerarquización rígida de las fuentes de información (literarias, epigrá cas, registro arqueológico, etc.) y permitiendo valorar adecuadamente cada una de ellas. A partir de estos planteamientos, se ha concretado un amplio esquema metodológico cuyas líneas genéricas se resumen en las siguientes fases de trabajo: 1) realización de un Estudio Inicial del Área, que permita presentar los esquemas generales de poblamiento a partir de la información arqueológica disponible actualmente; 2) Estudio Global del Área mediante una prospección extensiva planteada a partir de los resultados de la fase anterior, que permita establecer las dinámicas generales que determinan la articulación del poblamiento; 3) Estudio Especí co en Áreas Concretas que permitan un conocimiento detallado de las circunstancias que operan a escala reducida, combinando la prospección intensiva de segmentos territoriales que presenten dinámicas de poblamiento diferenciadas, con intervenciones arqueológicas en yacimientos considerados clave, a n de obtener secuencias estratigrá cas signi cativas y datos analíticos que refuercen el resto de las bases documentales manejadas. Este tipo de estudio cuenta ya con precedentes signi cativos en distintos puntos de la geografía española (FERNÁNDEZ MIER, 1999; GURT y PALET, 2001; OREJAS (Coord.), 2006; VIGIL-ESCALERA, 2007a), con referentes destacados en el territorio castellano y leonés en los estudios realizados en las provincias de León y Salamanca (OREJAS, 1996; ARIÑO y RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, 1997; ARIÑO et alii, 2002; ARIÑO et alii, 2004; ARIÑO, 2006). Si miramos hacia el exterior de nuestras fronteras este tipo de estudios cuentan con una larga trayectoria, ya se trate de investigaciones sobre territorios concretos, como de trabajos de síntesis (TERRENATO, 1992; WICKHAM, 1999; FAVORY y FICHES, 1994; LEVEAU, 2000; VERMEULEN y ANTROP, 2001; CLAVEL-LÉVÊQUE y OREJAS, 2002); pero de entre todas las actividades destacan las que se están llevando a cabo en el Este y el Sur de Francia (SCHNEIDER, 2001, 2007 y 2008) cuyo sistema de organización y capacidad de síntesis y divulgación es especialmente reseñable. 3. ESTUDIO INICIAL DEL ÁREA En este trabajo se presentan los primeros resultados que, siguiendo el esquema de análisis propuesto, está generando el Estudio Inicial. Los objetivos intentan constatar, a partir de la información arqueológica disponible, los procesos generales de poblamiento observados en este espacio geo-

grá co a través de una perspectiva diacrónica y espacial, cuyo contraste se plantea en términos de continuidad y transformación (OREJAS, A., 1996: 185-186; OREJAS, A. et alii, 2002: 287-288, 302-303; WICKHAM, C., 2009: 40-41, 52-53). Desde el punto de vista metodológico esta fase del proceso de investigación parte de una aproximación crítica a la realidad arqueológica tardoantigua existente en este territorio, tomando como referencia los recursos bibliográ cos existentes y los Inventarios Arqueológicos Provinciales (IAP). Estos últimos constituyen una herramienta de gestión patrimonial cuyo alto grado de elaboración para los territorios propuestos nos permite disponer de un registro arqueológico válido, tanto desde el punto de vista cuantitativo –los modelos de prospección aplicados aseguran el reconocimiento de un porcentaje elevado del territorio y la identi cación de una parte sustancialmente signi cativa de los yacimientos existentes-, como cualitativo –los materiales recuperados permiten una caracterización de los yacimientos muy aproximada. Ello no quiere decir que los datos contenidos en dichos inventarios aporten, per se, conclusiones de nitivas sobre el modelo de poblamiento del territorio en época tardoantigua, pero sí demuestran su validez para realizar aproximaciones certeras a partir de las cuales plantear hipótesis de trabajo válidas. La base territorial propuesta lo ha sido atendiendo a criterios tanto históricos como geográ cos, si bien puede aducirse también un cierto grado de aleatoriedad en la de nición de la misma. En este sentido, su delimitación ha tenido en cuenta, en primer lugar, la existencia de diferentes ciudades o núcleos urbanos de entidad como centros organizadores del territorio en la Antigüedad. Estos núcleos urbanos se caracterizan también por presentar un origen y un estatus jurídico variado, en algunos casos incluso difícil de precisar ya que hunden sus orígenes en época prerromana, adquiriendo rango municipal durante el periodo Altoimperial, perviviendo con mayor o menor fortuna durante la época tardoantigua. Se trata de los núcleos de Colonia Clunia Sulpicia/Peñalba de Castro (PALOL et alii, 1991; PRADALES, 2005; TUSET y DE LA IGLESIA, 2007; NÚÑEZ y CURCHIN, 2007: 477-486) y Rauda/Roa (SACRISTÁN, 1985; NUÑEZ y CURCHIN, 2007: 542-548; PALOMINO et alii, 2003), en la provincia de Burgos, Pintia/Padilla de Duero, en la de Valladolid (SANZ y VELASCO (Eds.), 2003; NUÑEZ y CURCHIN, 2007: 524-533), y Duratón/¿Con oenta?, en la de Segovia (MARTÍNEZ y PRIETO, 2002; MARTÍNEZ et alii, 2003: 48; MARTÍNEZ et alii, 2004; NUÑEZ y CURCHIN, 2007: 487-492; MARTÍNEZ 2008: 193-195). Su continuidad, transformación o abandono a lo largo de los últimos siglos de época romana y más propiamente durante la época visigoda, necesariamente ha de ir ligada a la evolución de su propio territorio, siendo precisamente este aspecto uno de los más difíciles de abordar, toda vez que se desconoce la efectividad del control que dichos núcleos ejercían sobre su territorio. Ésta


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será por tanto una de las variables a tener en cuenta de forma prioritaria en el estudio que proponemos. En consecuencia, la articulación de esta propuesta de análisis tomando como referencia dichos núcleos ha determinado la delimitación de un espacio geográ co que tiene el cauce del Duero como eje principal y el Sistema Central como límite meridional. Por el este, el valle del río Riaza parece haber sido históricamente una zona de contacto y de división territorial –en la actualidad entre las provincias de Soria y Segovia- (LÓPEZ AMBITE, F., 2007), y se trata también de una línea geográ ca intermedia entre los núcleos de Duratón/¿Con oenta? y Termes/Tiermes. En las proximidades de este río con los límites provinciales de Segovia, Burgos y Soria, se toma la línea de límite provincial actual con Soria, la cual se sigue hacia el norte hasta las Peñas de Cervera. Hacia el este, nuestra área de estudio da paso a los territorios de otros núcleos ciertamente relevantes en época romana, e incluso anteriores, como son Segontia Lanka/Langa de Duero, Termes/ Tiermes o Uxama Argaela/Osma. El límite por el norte parte de las Peñas de Cervera y toma el inter uvio de los ríos Duero-Esgueva, descendiendo progresivamente en dirección suroeste hasta la localidad vallisoletana de Sardón de Duero. A partir de este punto, la zona occidental queda delimitada en dirección sur hacia la provincia de Segovia siguiendo el curso del río Cega hasta su nacimiento en las cumbres del Sistema Central, un cauce que históricamente ha sido considerado como límite entre los teóricos territorios de Duratón/¿Con oenta? y los de Cauca/Coca y Segobia/Segovia (MARTÍNEZ, 2000). La revisión crítica de la documentación contenida en los IAP – chas del inventario de yacimientos arqueológicos- ha tomado en consideración, en primer lugar, las variables indicadoras de cronología y atribución cultural para un segmento temporal amplio, el comprendido entre los siglos IV y IX, de modo que han sido procesadas todas aquellas evidencias asimilables al periodo histórico que se trata en estas jornadas, los siglos VI y VIII, permitiendo no sólo un acercamiento a las fases iniciales del proceso, sino también una aproximación a las consecuencias del mismo. A partir de este primer análisis se ha utilizado un criterio de selección cualitativo, que nos ha llevado a descartar aquellas referencias a hallazgos aislados o a elementos singulares arqueológicamente descontextualizados, que en ningún caso representan una ocupación efectiva del territorio. También se han tenido en cuenta las referencias ables sobre infraestructuras –puentes y red viaria- que, más allá de representar la presencia real de una comunidad, permiten rastrear una incipiente ordenación territorial. La validez de otros criterios de clasi cación, especialmente la caracterización tipológica -que podría contribuir a un mejor conocimiento del territorio-, plantean numerosos problemas que le restan efectividad, al tratarse en muchos casos de categorías de clasi cación insu cientemente contrastadas, o sencillamente

no de nidas, que exigen de procesos de excavación o técnicas de reconocimiento a n de alcanzar un mayor precisión en la caracterización de los enclaves arqueológicos (GONZALO, 2008). Una vez completada esta primera fase de análisis se ha obtenido un conjunto amplio de yacimientos que ha sido sometido a un nuevo proceso de selección. En efecto, al tomar como referencia los Inventarios Arqueológicos Provinciales éramos conscientes no sólo de la validez de los datos contenidos en los mismos, sino también de las limitaciones que presentaban, derivadas sobre todo de la aplicación de metodologías vigentes en la década de los años 90 del pasado siglo, que afectan no tanto a los modelos y sistemas de prospección empleados, como sobre todo a los criterios de clasi cación/caracterización de las evidencias arqueológicas. En efecto, la renovación metodológica que ha experimentado el estudio del periodo histórico que aquí se analiza ha tenido una enorme trascendencia y ha afectado sobre todo a la identi cación de los contextos arqueológicos característicos tanto del s. V como de los momentos inmediatamente posteriores, frente a los de periodos anteriores cuya clasi cación parece asentarse sobre bases más rmes. Dichos contextos, tanto en lo relativo a los restos estructurales y las formas de ocupación del espacio que a partir de los mismos se pueden inferir, como en lo que se re ere a los restos materiales, sobre todo y fundamentalmente el repertorio cerámico, mani estan una gran heterogeneidad que está exigiendo una profunda revisión, como acertadamente han planteado recientes investigaciones en sectores próximos al territorio que ahora nos ocupa (VIGIL-ESCALERA, 2009a: 315-316). Por tanto, dada esta situación y las limitaciones propias derivadas de las investigaciones realizadas en el área de estudio propuesta, se hace necesario, para esta fase inicial del trabajo, una segunda revisión crítica que ha determinado la ine cacia de unos indicadores de atribución cultural concretos. La respuesta a esta cuestión ha consistido en englobar dentro de una misma categoría cronológica y cultural una amplia serie de yacimientos arqueológicos reconocidos mediante prospección, cuyo desarrollo se sitúa entre mediados del siglo V y IX, a la espera de que se consoliden las diferentes propuestas de interpretación que para este periodo se están desarrollando, de un modo aún incipiente para este territorio (GONZALO, 2008; CENTENO, et alii, e.p.), y más consolidadas, aunque en diferente grado, para espacios más o menos próximos (LARRÉN, et alii 2003; QUIROS y VIGIL-ESCALERA, 2006; VIGIL-ESCALERA, 2007a, 2009a y e.p.; BROGIOLO y CHAVARRIA, 2008; GUTIÉRREZ, 2008). A partir de esta re exión se han establecido tres grandes categorías de yacimientos atendiendo a su atribución cronológica y cultural: yacimientos del siglo I al siglo III d.C. –Altoimperiales-, yacimientos del siglo IV hasta mediados del siglo V d.C. –Bajoimperiales- y un conjunto de yacimientos heterogéneo cuyo desarrollo se sitúa en el segmento cronológico compren-


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dido entre mediados del siglo V y el siglo IX d.C. Estas categorías permiten una primera ordenación del conjunto, tienen un carácter general y tratan de ser operativas de cara a una clasi cación más precisa que a buen seguro resultará del desarrollo del proyecto. El conjunto de yacimientos en el que centraremos nuestro análisis en este trabajo es el que integra el último grupo, es decir, los yacimientos comprendidos cronológicamente en términos generales entre mediados del siglo V y el siglo IX d.C. Para este grupo de yacimientos se propone la denominación “transicional”, ya que sin duda están representando el profundo proceso de transformación que se opera a partir de la desarticulación del poder imperial romano y el surgimiento de una nueva realidad, especialmente relevante en el ámbito rural, y que tiene como consecuencia más inmediata el desarrollo de una densa red de asentamientos de tipo aldeano que muy poco o nada se parecen ya a los de la época inmediatamente anterior, y que van introduciendo modelos de gestión territorial de carácter altomedieval (QUIROS 2007; VIGIL-ESCALERA, 2007a; QUIRÓS y VIGIL-ESCALERA, e.p.). El término “transicional”, que ciertamente ha tenido un grado de aceptación considerable en el debate historiográ co (ESTEPA y PLÁCIDO, 1998; ESPINOSA y CASTELLANOS, 2006; CASTELLANOS y MARTÍN VISO, 2005 y 2008) empieza a ser aplicado a los contextos arqueológicos de manera implícita, intuyéndose en ámbitos mediterráneos del sureste francés (SCHNEIDER, 2008) y pudiendo rastrearse también en los estudios llevados a cabo, sobre todo, en el ámbito madrileño por Alfonso Vigil-Escalera (2000, 2003, 2006, 2007a y 2007b), aunque este autor se incline de forma decidida por considerarlos ya plenamente altomedievales. El punto de partida de este análisis lo constituyen, como ya se ha señalado, los asentamientos de Época Romana, es decir aquellos que presentan evidencias de época Altoimperial y fundamentalmente los que presentan contextos que pueden adscribirse a época Bajoimperial, toda vez que entendemos que éstos se sitúan en el origen de la red de yacimientos que hemos identi cado con el término “transicional”. Los restos de cultura material vinculados a estos diferentes contextos resultan bien conocidos y no viene al caso extendernos demasiado en su análisis, toda vez que exceden las posibilidades de espacio y objetivos de este trabajo, aunque sí nos parece oportuno esbozar siquiera sus rasgos más evidentes, sobre todo aquellos que permiten una rápida y generalmente certera caracterización a partir de su reconocimiento mediante la técnica de la prospección arqueológica. Se trata en general de restos constructivos, latericios –tégulas e ímbrex fundamentalmente- o pétreos, y de elementos cerámicos asimilables a cada una de las épocas: para los momentos altoimperiales, piezas de cerámica común, tradición indígena, paredes nas y, sobre todo, como fósil guía de mayor interés, fragmentos de TSH –especialmente abundantes los correspondientes a momentos avios y posteriores, poniendo de mani esto con

Lámina 1.1. Imagen superficial de yacimientos de Época Romana –Altoimperiales y Bajoimperiales-.

ello el momento a partir del cual comienza a explotarse de modo concienzudo el territorio-, y para momentos bajoimperiales, piezas de cerámica común, tradición indígena y sobre todo de TSHT, en sus variedades anaranjada y en mucha menor medida gris, procedentes tanto de los talleres de la meseta norte como de los riojanos, siendo realmente excepcionales los hallazgos de piezas de importación procedentes del norte de África –sigillata clara africana D- o de la Galia –DSP-. La imagen super cial que aportan estos asentamientos suele resultar muy nítida (Lám. 1.1.), poniendo de mani esto la existencia en el subsuelo de potentes estructuras concentradas en el espacio: los restos materiales se aglutinan normalmente en uno o dos focos de concentración a los que se asocian en algún caso trazas de microrrelieve o coloraciones diferenciales, focos que aparecen rodeados de un área de dispersión de hallazgos de mayor o menor entidad. Frente a esta imagen concentrada o “aglutinada”, aportada por los yacimientos de Época Romana, los asentamientos que hemos denominado “transicionales” suelen comportarse de un modo bien distinto. Así, en gran parte de los casos su manifestación en super cie resulta mucho más débil, lo que parece acentuar el carácter de “invisibilidad” que denuncian algunos autores apoyándose en el silencio de las fuentes documentales. Su presencia se detecta fundamentalmente a partir de la aparición de restos cerámicos vinculados en ocasiones a restos constructivos, si bien ambas evidencias resultan, en términos generales, menos abundantes que en los asentamientos del periodo anterior, circunstancia que dibuja una imagen super cial menos nítida, aunque no por ello “imperceptible”, manifestando


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Lámina 1.2. Imagen superficial de yacimientos “transicionales”.

unas dinámicas de organización espacial muy evidentes y claramente diferenciadas con respecto a las de Época Romana. En efecto, la distribución de estos materiales resulta además bien diferente, así es frecuente la aparición de pequeñas concentraciones de restos, asociados en ocasiones a manchones de composición cenicienta, que se distribuyen de modo aleatorio por la super cie y que aparecen rodeadas por amplios sectores vacíos, en los que la presencia de restos resulta muy reducida o incluso inexistente (Lám. 1.2.). Esta imagen super cial, en la medida en que ha sido contrastada por procesos de excavación arqueológica, está traduciendo modelos de ocupación y sistemas de articulación del hábitat que responden a nuevas dinámicas y estrategias en la gestión del territorio, cuyo desarrollo tiene que ver con las transformaciones que se producen en los sistemas de organización del área de explotación, basados ya en la asociación de unidades de tipo familiar que disponen el terrazgo, o una parte del mismo, en el espacio inmediato al espacio doméstico, dando lugar a una incipiente organización de tipo aldeano, claramente diferenciada ya del modelo de gestión centralizado representado por las villas (VIGIL-ESCALERA, 2009b). En cuanto a los materiales cerámicos que acompañan y de nen estos asentamientos, poco es aún lo que podemos decir y ello no solamente por el estado inicial en el que se encuentra el proyecto que aquí presentamos o por el hecho de que contemos básicamente con datos recabados en super cie, sino también por el estado poco menos que embrionario en el que el se encuentra el estudio de estos tipos cerámicos en nuestro área de estudio –sobre todo si lo comparamos con el de las producciones de sigillata tardía que caracterizan el periodo inmediatamente anterior–,

desconocimiento que resulta tanto más acusado cuanto más avanzamos en el tiempo. A pesar de esta circunstancia sí hay que destacar el notable avance realizado en los últimos años en la caracterización de estos tipos cerámicos. Se han estudiado así colecciones procedentes de algunos enclaves entre los que destacamos –aunque sin duda no se trata de los únicos– los publicados acerca de Coca y otros enclaves segovianos (BLANCO, 2003), acerca del también segoviano yacimiento de Bernardos (GONZALO, 2007), sobre el leonés de El Pelambre en Villaornate (PEREZ y GONZÁLEZ, 2009: 321-340) o, para una fase más avanzada, encuadrable ya entre el último periodo visigodo y la fase posterior, sobre el zamorano yacimiento de La Huesa, en Cañizal (NUÑO; 2003: 137-194). Destacables son sin duda, aunque corresponden ya a la submeseta sur, los diferentes estudios tipológicos centrados en los numerosos lotes cerámicos de época visigoda y postvisigoda exhumados en la ciudad de Recópolis (OLMO y CASTRO, 2008). Interesante resulta también resaltar aquí otros estudios de mayor amplitud que, integrando las secuencias aportadas por diversos yacimientos, abordan un primer intento de seriación tipocronológica, ejercicio éste que, a nuestro juicio, se revela como fundamental, ya que sin secuencias cronológicas ables, sin una seriación concreta, difícil será encuadrar y entender los complejos procesos históricos que parecen desarrollarse en estos siglos. En esta línea se encuentra el estudio coordinado por H. Larrén, fundamentado en varios yacimientos de la Cuenca del Duero –entre otros y como momento nal de la secuencia el que acabamos de mencionar de La Huesa– (LARREN et alii, 2003); los realizados por E. Ariño y su equipo en la provincia de Salamanca (ARIÑO y DAHÍ, 2008) o en un sector algo más alejado de la zona que nos ocupa, en el sur de la provincia de Madrid, por A. Vigil, estudio este último de gran solidez al estar fundamentado de modo exclusivo en datos bien contextualizados procedentes de diversas excavaciones arqueológicas que abarcan un amplio marco cronológico entre los siglos V y IX y a los que se ha hecho referencia en varias ocasiones a lo largo de este trabajo. Del análisis detallado de estos estudios se desprende una idea básica, cual es el predomino prácticamente absoluto de las especies de cerámica común, entre las que destacan únicamente algunas piezas, que podríamos considerar nas, que presentan sus super cies bruñidas y que parecen tener sus orígenes en las últimas producciones de sigillata gris. De singular interés resulta también determinada evolución que parecen experimentar estas producciones, que caminan hacia tipos tanto formal como decorativamente cada vez más alejados del mundo romano, de modo y manera que, en yacimientos de cronología más avanzada, parecen resultar cada vez menos abundantes tipos como los platos o los cuencos carenados, al tiempo que desaparecen ya las decoraciones estampilladas. Teniendo en cuenta estos postulados, un primer acercamiento a la realidad material de esos


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Lámina 2. Yacimientos en Época Altoimperial (ss. I-III).

yacimientos que hemos dado en llamar “transicionales”, parece indicarnos la existencia de tres grandes tipos cerámicos básicos que se caracterizan por sus tonalidades generalmente grisáceas o negruzcas. El primero de ellos, aunque no el más abundante, está constituido por esas piezas de factura cuidada, de pastas decantadas y compactadas y super cies bruñidas o espatuladas en una o en ambas super cies. Junto a éstos se documentan en porcentajes muy superiores otros de factura menos cuidada, caracterizados por pastas de granulometría más gruesa y super cies que suelen presentarse simplemente alisadas. Finalmente abundan también tipos de muy tosca

factura, de pasta mal depurada y compactada que incluye gruesas partículas micáceas. Desde el punto de vista formal constatamos la presencia de los tipos indicados –platos, cuencos carenados, más habituales entre las producciones bruñidas de mejor factura, junto a formas cerradas como ollas, jarras, botellas, orzas…-. Las decoraciones resultan también las habituales: estampillas, nas líneas bruñidas o, más comúnmente, temas incisos en forma de líneas rectas u onduladas trazadas en ocasiones a peine. Lógicamente esto no pasa de ser un primer acercamiento a la realidad material de estos asentamientos, a la espera pues de investigaciones de mayor calado que nos permitan una mejor precisión en su caracterización. Este estado inicial de la investigación ha determinado, como ya exponíamos líneas arriba, esa acepción de “transicionales” que hemos adoptado para yacimientos que cubren el amplio marco cronológico que abarca desde mediados del siglo V y hasta el siglo IX. Este primer proceso de análisis nos ha permitido generar una base topográ ca georreferenciada que permite una aproximación bastante precisa a la articulación del poblamiento en las diferentes fases –altoimperial, bajoimperial y yacimientos transicionales-. En esta aproximación inicial a la geografía del territorio se ha teniendo en cuenta el trazado de la red viaria romana, toda vez que entendemos que ésta hubo de jugar un papel determinante en la articulación del territorio; si bien es cierto que muchos de los trazados tradicionalmente considerados como romanos están en proceso de revisión crítica (MORENO, 2008). Otro elemento cuya validez para este análisis entendemos útil, es el trazado de las vías pecuarias; si bien no es menos cierto que éstos trazados fosilizados desde épocas Bajomedieval y Moderna plantean bastantes problemas a la hora de aplicarlos sin crítica alguna para Época Antigua (GÓMEZ-PANTOJA, J., 2001). Una vez proyectados, estos recorridos muestran una relación de proximidad bastante signi cativa a la red de yacimientos, que es necesario tener en cuenta en el posterior desarrollo del proceso de análisis, sobre todo en el marco de un modelo económico en el que la ganadería ha desempeñado históricamente un papel relevante, ya apuntado en parte de este territorio desde época altoimperial y con fundados argumentos de su operatividad en momentos inmediatamente anteriores (MARTÍNEZ, 2008). 4. PRIMERA APROXIMACIÓN A LA REALIDAD ARQUEOLÓGIA La información que se desprende del análisis efectuado pone de mani esto que para Época Altoimperial romana, del siglo I d.C. al siglo III d.C., (Lám. 2), los núcleos urbanos concentran en su entorno el mayor número de enclaves documentados, así como una red de asentamientos bastante dispersa sobre las zonas más apropiadas para la explotación agraria, que vendrían a estar marcando el territorio dependiente y controlado por los núcleos urbanos. De la misma manera, resulta muy signi cativa la red de asentamientos


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Lámina 3. Yacimientos en Época Bajoimperial (s. IV- mediados s. V).

que se disponen en los ejes marcados por las vías de comunicación. Se aprecian importantes vacíos en zonas de páramos y el piedemonte serrano. No cabe duda de que en este estadio de la ocupación territorial, la ciudad jerarquiza el proceso y se adapta a las zonas más idóneas para el aprovechamiento agrícola, evitando en la medida de lo posible zonas agrestes y menos adecuadas para el asentamiento. La muestra de yacimientos con origen altoimperial corresponde a un 24’27% del total. En la Época Bajoimperial romana, s. IV-mediados del s. V, (Lám. 3) el núcleo urbano sigue ejerciendo un papel preponderante en la administración

y control del territorio, puesto que continúan documentándose numerosos enclaves en torno a ellos así como una proliferación de asentamientos que se dispersan por zonas hasta el momento no ocupadas. Esta proliferación de núcleos bajoimperiales corresponde a un 22’45% de la muestra total de yacimientos tratados, mientras que desaparece un 10’22% de yacimientos altoimperiales y se mantienen un 14’05% de los mismos. Estos datos mani estan un surgimiento de yacimientos muy importante, en términos absolutos de algo más del doble de los que desaparecen, que en términos reales se trata de un 12’23% de asentamientos nuevos. La traducción cartográ ca de estos datos muestra la ocupación de zonas de páramos y piedemontes, hasta ahora vacías, y la intensi cación de la ocupación de ámbitos ya anteriormente ocupados en los que la desaparición de un punto altoimperial implica la aparición de tres o cuatro emplazamientos bajoimperiales. El aprovechamiento agrícola sigue siendo preponderante, si bien la ocupación de zonas parameras y serranas permitiría inferir la explotación de nuevos nichos ecológicos con intereses forestales y/o ganaderos, cuando no en ocasiones de tipo minero. Éste es el momento en que se produce la verdadera colonización del territorio por parte de Roma, que debe ser entendida en términos de maduración y consolidación del proceso de integración de este territorio en la estructura administrativa imperial. Por cuanto respecta a los yacimientos “trasicionales”, de mediados del siglo V al siglo IX, (Lám. 4) se aprecia el aumento exponencial del número de yacimientos. Teniendo en cuenta las precauciones que ya se han señalado para este encuadramiento cronológico, se demuestra cómo es a partir del nal del Imperio Romano, en el proceso de transición de los modelos entre la Antigüedad Tardía (s. IV-s.VIII) y hasta la Alta Edad Media (a partir del siglo IX), cuando se produce la ocupación prácticamente total del espacio geográ co. Sobre el total de la muestra de trabajo los yacimientos de este momento corresponden al 53’28%, más de la mitad del total, lo que pone de mani esto la importancia de este periodo en la distribución del poblamiento. Con respecto a los yacimientos existentes en Época Bajoimperial desaparece un 25’55% y únicamente se mantiene un 10’95%, mientras que se reocupan en este momento yacimientos que sólo tuvieron ocupación altoimperial y suponen un 2’19%. En términos reales se produce un aumento del 29’92%, que aparte del claro incremento cuantitativo, también re eja una mayor dispersión por el territorio. Todo esto está signi cando una desarticulación completa de la red de poblamiento anterior, muy probablemente como consecuencia de la pérdida de capacidad de gestión que antes habían representado los núcleos urbanos principales, como centros jerarquizadores del territorio, produciéndose una “explosión” en el modelo de poblamiento rural. Este hecho queda de mani esto en el dato que únicamente se mantienen un 10’95% de los yacimientos ocupados en Época Romana, lo que vendría a demostrar la inoperatividad de los patrones que


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llevaron al establecimiento de los mismos. La traducción cartográ ca de estos datos muestra en este periodo una intensi cación de la ocupación en zonas hasta ahora menos ocupadas y el reajuste en algunas zonas de valle y piedemonte. Este primer análisis de los datos arqueológicos ha permitido constatar para esta zona las diferentes dinámicas que rigen los esquemas y los procesos generales del poblamiento a lo largo de un dilatado periodo histórico, pero con especial incidencia en las fases avanzadas del mismo, es decir, en los momentos transicionales entre el modelo de gestión romana del territorio y el desarrollo de nuevos sistemas de ordenación del terrazgo. La validez del método y las técnicas es mani esta, sin re ejar pautas originales de comportamiento, que evidencia y se adapta a procesos que en otros lugares están netamente identi cados y posibilita un acercamiento seguro para iniciar la segunda fase del amplio programa de investigación propuesto, al mismo tiempo que re eja una realidad pobladora que no por intuida debe darse por cierta.

Lámina 4. Yacimientos “transicionales” (mediados s. V- s. IX).


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211 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 211 - 218 Tomás Cordero Ruiz (Instituto de Arqueología de Mérida (CSIC-J.Extr.CC.MM.) Isaac Sastre de Diego (Escuela Española de Historia y Arqueología-Roma)

EL YACIMIENTO DE CASA HERRERA EN EL CONTEXTO DEL TERRITORIO EMERITENSE (SIGLOS IV-VIII)

Palabras clave: Mérida, Casa Herrera, Antigüedad Tardía, territorio, cristianización, uicus. Key words: Mérida, Casa Herrera, Late Antiquity, territory, uicus. Resumen: El yacimiento de Casa Herrera, situado a 6 Km al Noreste de Mérida, es conocido fundamentalmente por su basílica cristiana (c. 500). Sin embargo, este edificio forma parte de una realidad más compleja: la existencia de un núcleo de población que pudo haberse originado en época tardorromana, y fue desarrollándose, al igual que su iglesia, durante la Antigüedad Tardía y parte de la alta Edad Media. De igual forma, la evolución de este hábitat sólo puede entenderse en el marco de las transformaciones de la ciudad de

Mérida y su territorio cercano durante la época señalada. Abstract: The archaeological site of Casa Herrera, located to 6 km to the Northeast of Merida, is known essentially by its Christian basilica (c. 500). Nevertheless, this building comprises a more complex reality: the existence of a population center originated in the last centuries of the Roman Empire and developed, like its church, during the Late Antiquity and part of the Early Middle Ages. The evolution of this habitat is similar to the transformations of the city of Merida and it’s near territory during this time.

EL YACIMIENTO DE CASA HERRERA Y SU DIMENSIÓN HISTÓRICA La historiografía de Casa Herrera ha experimentado una evolución en la concepción del yacimiento, desde el protagonismo inicial que tuvo la basílica como único objeto de estudio, a la visión actual como sitio arqueológico habitado, un poblamiento que debe ser entendido en el marco de las transformaciones del hábitat rural durante la Antigüedad Tardía y el papel que en ellas pudo desempeñar el cristianismo. El yacimiento de Casa Herrera fue descubierto en 1943. J. Serra i Ràfols, por aquel entonces comisario de excavaciones destinado a Mérida, fue avisado de la aparición en ese paraje de fragmentos de fustes de mármol y de un jarrito de cerámica. Las características del lugar del hallazgo, con restos de cal en la super cie y más fustes semienterrados, llevaron a J. Serra i Rafols a realizar una excavación pensando en la posibilidad de descubrir una villa romana. Enseguida se dio cuenta de que estaba ante los restos de una iglesia que pronto alcanzaría fama por su estado de conservación y su tipología basilical de dos ábsides enfrentados. En el IEC1 se conserva el diario y la documentación de estos trabajos. Por ella sabemos que el arqueólogo catalán preparaba una publicación que se quedó en un borrador2. J. Serra i Rafols interpretó el edi cio como la iglesia de un monasterio, cuyas dependencias estarían próximas, tras el área cementerial, y serían de gran pobreza. En su manuscrito también se mani esta un gran interés por encontrar en los

alrededores restos de algún tipo de hábitat antiguo. Dejó constancia de la presencia de “tres o cuatro sillares de granito bien tallados, distanciados unos de otros; y a unos 300 metros en dirección opuesta al camino grandes amontonamientos de piedras (…) recogidas en aquellos campos y apiladas donde no estorbasen para el cultivo”. Para él, este cúmulo de piedras en terreno arcilloso, no pedregoso, sólo se entiende por el derribo de antiguas construcciones. Misma explicación da a la reutilización de sillares de “factura romana”, de tégulas y de un tambor de columna en la moderna y arruinada ermita de Santa Magdalena, distanciada 1 km del yacimiento. Tras J. Serra i Rafols, el análisis tipológico de la iglesia, sobre todo su planta, monopolizará los estudios dedicados a Casa Herrera (Schlunk 1945: 177; Gómez Moreno 1966: 16, g. 13; Durliat 1966: 41, g. 9; Palol 1967: 76, g. 23; Duval 1973: g. 188).También los trabajos de L. Caballero y T. Ulbert (1975) se ciñen al interior de la basílica, completando la exhumación de las tumbas, y alcanzando los niveles de pavimentación y cimentación del edi cio. Aunque sólo se excava la iglesia, L. Caballero y T. Ulbert no eluden hablar de los cercanos restos arqueológicos conservados en super cie, prueba de una realidad histórica más compleja. Señalan la presencia, a unos 80-90 m al suroeste de la basílica, de siete sillares sueltos que interpretan como parte de la cimentación de algún edi cio, así como los restos de uno de los acueductos romanos que surtían a Mérida (Caballero y Ulbert 1975: g. 1). Todo esto les lleva a defender la existencia de “un edi cio o conjunto de edi cios, de naturaleza inde nida para nosotros, al que algún día habría que prestar la atención que merece” (Caballero y Ulbert 1975: 235). Con esa intención, en 1987 T. Ulbert (1991) realizará once sondeos, casi todos en la zona donde documentaron los sillares mencionados. A pesar de

1. Institut d’Estudis Catalans. Documentación original conservada en su archivo. 2. Documentación inédita. Agrademos al IEC el acceso a la misma y la posibilidad de estudiarla. Ver SASTRE DE DIEGO et alii 2007.


212 T . C O R D E R O / I . S A S T R E : E L Y A C I M I E N T O D E C A S A H E R R E R A E N E L C O N T E X T O D E L T E R R I T O R I O E M E R I T E N S E ( S I G LO S I V-V I I I )

Entre paréntesis el año de publicación

la escasa potencia estratigrá ca, la ausencia de estratos intactos y de suelos originales, se hallaron los cimientos de muros y el umbral de una puerta; restos que el arqueólogo alemán interpretó como parte de dos casas o edi cios domésticos, que corresponderían a “una especie de pueblo”, rechazando un sentido monacal del conjunto o su origen como villa. La cronología era similar a la de la iglesia. Aún mejorando la información que había del yacimiento, la intervención de T. Ulbert plantea un problema ocasionado por el método empleado. La excavación en trincheras con rma la existencia de estructuras, pero impide obtener una visión global, completa, de las mismas. INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN CASA HERRERA EN 2007 Entre los meses de septiembre y octubre del año 2007 realizamos una nueva intervención arqueológica en el área próxima a la basílica (Fig.1). El objetivo principal de esta actuación fue la contextualización del edi cio y la obtención de nuevos datos materiales que nos permitieran determinar mejor la evolución del yacimiento. Para ello planteamos una excavación en área abierta en uno de los sectores donde había intervenido T. Ulbert, englobando sus sondeos occidentales. Este sector se sitúa a unos 80 m al

suroeste de la basílica. Los trabajos estuvieron condicionados por la escasa potencia arqueológica del sitio, oscilante entre 0,15 y 0,25 m. A esta circunstancia se le sumó la alteración, debido a la acción de las antiguas labores de arado, de muchos de los estratos documentados y de las estructuras identi cadas. Las estructuras, arruinadas desde antiguo, sólo pudieron documentarse a nivel de cimentación (Figs. 2 y 3). Por otro lado, hay que destacar la escasa profundidad de la capa vegetal en esta área, a orando rápidamente las margas arcillosas y la roca natural. En la mitad oriental del área excavada se han detectado la mayor parte de las estructuras documentadas. Destaca una estancia cuadrangular, de función inde nida, construida con muros de dioritas de mediano tamaño unidos por tierra con los frentes careados; presenta un vano en su lado norte y reutiliza en su esquina suroeste los restos de un muro anterior. No se ha podido documentar ningún nivel de uso asociado a esta estancia. Los derrumbes que cubren estas estructuras, caracterizados por un alto porcentaje de fragmentos de tégula, piedra y cerámica de diferente tipología, se datan entre los siglos VI y VII (Fig. 4). Estos ripios constructivos son cubiertos a su vez por otro estrato fechado en el siglo VIII. Por otra parte, cabe destacar la existencia en el centro de esta estancia de los restos de otra estructura muraria, una esquina, anterior a todo lo demás. Aunque no guarda relación física directa con ninguno de los estratos fechados, probablemente este resto constructivo, previo a la construcción de la habitación tardoantigua, pertenezca a una etapa tardorromana del yacimiento. Esta cronología se apoya en la cultura residual de los siglos IV-V que está presente en los estratos tardoantiguos. Es interesante recordar que L. Caballero y T. Ulbert (1976: 226) señalaron la presencia al exterior de la basílica de sigillata clara D,

Ladrillo y Tégula Granito

Figura 1. Vista aérea del yacimiento de Casa Herrera, la flecha indica la localización del área excavada en 2007.

Figura 2. Planta general de los restos exhumados.


213 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

con una cronología entre el siglo IV y V. También T. Ulbert (1991: 187-190) documentó en los sondeos de 1987 indicios de una fase tardorromana (monedas, cerámica común y una escasa representación de sigillatas claras) que, no obstante, no pudo vincular a ningún resto constructivo. La ausencia de esa asociación directa impide por ahora determinar con exactitud el tipo y grado de ocupación tardorromana en el yacimiento de Casa Herrera. En la mitad occidental del corte, en paralelo al per l oeste, se localiza un muro con un núcleo compuesto por pequeñas piedras, tierra y fragmentos de tégula, tiene los extremos reforzados por sillares de granito y se apoya sobre la roca natural. Es probable que su esquina sur coincida con la oeste de otro muro que discurre paralelo al per l sur, faltando, sin embargo, la unión de ambos. Por su parte, este muro sur se relaciona con otro muro situado en el centro del área excavada, con dirección norte-sur, paralelo por tanto al muro oeste que acabamos de mencionar, y de similares características constructivas. De esta manera, se pueden interpretar los tres muros como los restos de una estancia o habitación rectangular. En este caso, tampoco ha podido documentarse ningún nivel de uso. Por último, cabe destacar que todas las estructuras estaban cubiertas con el mismo nivel de derrumbe, caracterizado por presentar una alta compactación y un elevado porcentaje de tégula y piedra, datado entre los siglos V y VI. También debemos citar la presencia, hacia el centro del corte, de dos agujeros de poste, cuya función y cronología no ha podido ser de-

terminada al carecer de elementos de juicio que permitan hallar una correspondencia directa entre ambos o con las estructuras murarias analizadas. En nuestra opinión, los postes podrían pertenecer a una fase posterior. Los resultados obtenidos muestran una secuencia cronológica similar a la obtenida anteriormente por T. Ulbert. En primer lugar, una posible ocupación tardorromana a la que sólo podríamos adscribir la esquina situada en el centro de la estancia oriental. En segundo lugar, en el sector occidental excavado, correspondiente a una etapa que coincide con la primera fase de la basílica, hay restos constructivos de una estancia de grandes dimensiones pero cuya función no ha podido ser de nida. En tercer lugar, en el área oriental, se ha identi cado otro edi cio con función inde nida al igual que la anterior, habitacional o de almacén, y cuyo uso sería coetáneo al de la basílica, con vigencia en el siglo VII. Por último, existen indicios de una ocupación posterior, con una cronología sin determinar por la falta de más evidencias. EL ENTORNO DE CASA HERRERA. LAS PROSPECCIONES DE 2007 Y 2008 Con el objetivo de mejorar el conocimiento del entorno inmediato a Casa Herrera, se realizaron dos campañas de prospecciones, la primera en el mes de julio de 2007, y la segunda en agosto de 20083 (Fig. 5). La iglesia de Casa Herrera se sitúa en la parte media-alta de una loma que desciende, en dirección Oeste, hacia un arroyo llamado la Magdalena, a 127 m de distancia de este. El curso de agua forma un pequeño valle que discurre en dirección norte-sur al oeste del yacimiento. Para la campaña de 2007 se de nió un área de prospección en función de dos variables geográ cas que atendieran al emplazamiento del edi cio y cuya existencia en el pasado fuera segura: por un lado se incluyeron las parcelas actuales de terreno que pertenecen a la misma unidad paisajística que el recinto de la basílica; por otro lado el dominio visual que se tiene desde ella. El área total conformada en base a estos presupuestos era de 38 ha, que corresponden en su mayoría a la colina en la que se enclava la basílica y a la loma que se encuentra frente a ella, al otro lado del arroyo. Junto a estos dos hitos topográ cos, con estas variables también queda incluida la llanura que se extiende al sur de la parcela de la iglesia, al otro lado del camino de Casa Herrera-Mirandilla. La mayoría de las parcelas que se integran en el área prospectada de 2007 tienen una explotación agrícola activa de vid y de

3. La primera campaña tuvo como participantes a V. Mayoral, E. Cerrillo, responsables de la metodología empleada, T. Cordero, C. Morán, G. Rodríguez e I. Sastre de Diego, del IAM. La segunda campaña fue realizada en el marco del II Curso de peones especializados en actividades arqueológicas del Consorcio de Mérida, siendo realizada por sus alumnos, coordinada por P. Dámaso Sánchez y dirigida por I. Sastre de Diego.


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cereal. El tipo de cultivo ha condicionado el resultado obtenido, siendo sensiblemente mayor la presencia de cultura material en los terrenos dedicados al vino que en los de cereal. Esto no ha impedido obtener un mapa de densidad positivo que muestra con claridad una alta presencia de materiales en las parcelas vecinas inmediatas al recinto de la basílica por sus lados norte y este. Se trata de las parcelas que forman, junto a la de la iglesia, la loma este del arroyo Magdalena. Eliminada la información de los aportes modernos y contemporáneos (lozas, vidriadas modernas, vidrio contemporáneo, cerámica común de difícil datación) pertenecientes al abono y preparado de la tierra, el material cerámico que aparece en super cie es muy homogéneo y característico del yacimiento arqueológico de Casa Herrera. Se puede dividir en tres grupos: material constructivo (tegulae); cerámica común; y cerámica sigillata. El material constructivo tiene las mismas características tecnológicas que el hallado en las excavaciones de L. Caballero y T. Ulbert y en la nuestra de 2007. Lo mismo se puede decir del grupo de cerámica común, el mayoritario de los tres, compuesto por miles de fragmentos cuyas pastas han sido elaboradas con arcilla local, con una cocción oxidante que da una tonalidad marrón-rojiza a los acabados, y abundantes desgrasantes de partículas negras, feldespatos. Las formas encontradas y sus características abarcan el siglo VII y la época emiral. Por su parte, los fragmentos de sigillata, hispánicas tardías y claras, forman un grupo minoritario no comparable a los anteriores que se explica, al igual que las aparecidas en los contextos excavados en el yacimiento, tanto en 1987 como en 2007, como cultura material residual perteneciente a una etapa romana de la que no tenemos constancia arqueológica más allá de esos fragmentos y de una conducción vecina. La conducción romana forma parte del sistema de captación compuesto por varios ramales que transportaban agua a la ciudad por el Noreste. Todos ellos con uían en el acueducto conocido como Rabo de Buey-San Lázaro. El ramal de Casa Herrera es una de estas canalizaciones subsidiarias. El tramo más próximo a la basílica discurre en sentido norte-sur. Se ha documentado junto al camino de Casa Herrera-Mirandilla, tanto dentro como fuera del recinto de la basílica, a 89 m al sur de esta. Está realizada en mortero hidráulico de apenas 0,40 m de anchura y 0,45 m de profundidad. Aunque todavía está en fase de estudio, por ahora no podemos establecer relaciones sincrónicas entre la conducción y las estructuras excavadas. Sólo es segura su amortización en época visigoda. La información obtenida del material cerámico documentado en la prospección de 2007 debe ser utilizada con cuidado por su carácter super cial, por el desconocimiento de su estrato originario y por la presencia de contaminaciones. No obstante, la mayor parte de los hallazgos deben pertenecer originariamente al primer estrato bajo la tierra vegetal, removido y sacado a la super cie por la actividad agrícola. El tipo de materiales

Figura 5. Espacio prospectado en las campañas de 2007 y 2008. En el centro la parcela donde se localiza el yacimiento de Casa Herrera.

encontrados tiene su correspondencia con el primer estrato excavado por nosotros tras la retirada de la tierra vegetal, y es igualmente equivalente en un alto porcentaje a los hallazgos descritos en las intervenciones de L. Caballero y T. Ulbert (1975) y de T. Ulbert (1991). Los resultados de esta prospección sugieren la extensión del núcleo de población de Casa Herrera por todo el noreste de la basílica, y no sólo en el suroeste, donde se han documentado las estructuras habitacionales. El núcleo ocuparía prácticamente toda la colina o loma, desde su punto más alto, el oriental, hasta el arroyo de la Magdalena. En cuanto a la campaña de 2008, se decidió prospectar el entorno del arroyo de La Magdalena, al norte del yacimiento de Casa Herrera, de niendo un área de análisis que tenía el curso uvial como eje central e integraba las lomas en las que queda encajonado. También se prospectó la vertiente oriental de la loma de Casa Herrera (recordemos que el yacimiento se sitúa en la vertiente occidental que mira al arroyo). En esta vertiente disminuye exponencialmente la presencia de material, apenas algunos fragmentos dispersos, heterogéneos, muchos de ellos aportes contemporáneos. La curva de nivel marca por tanto un límite, no sólo natural, sino también antrópico. Este descenso en la presencia super cial de restos se constata también a medida que nos alejamos del yacimiento por el norte, así como por el oeste, al otro lado del arroyo. Sólo en el sitio conocido como “Cortijo del Chaparral”, a 945 m al noroeste de la basílica, aumenta de nuevo el índice de materiales super ciales, con abundancia de material constructivo y


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de cerámica común realizada con pastas similares a las del yacimiento de Casa Herrera. Este incremento va acompañado de la presencia allí, junto al arroyo por su margen occidental, en una linde que separa dos parcelas, de abundante material constructivo: sillares de granito con marcas de forces, fragmentos de gran tamaño de mortero hidráulico semejante al que se utiliza en la conducción romana, tégulas casi completas, incluso una rueda de molino. Recordemos que por esta zona J. Serra i Rafols situaba la ermita moderna de Santa Magdalena, donde señala la reutilización de elementos constructivos antiguos. Cabe la posibilidad, por tanto, de que en este lugar se encontrara otro enclave poblacional vecino al de Casa Herrera. No obstante, sin la realización de una excavación no puede con rmarse nuestra sugerencia, al desconocer la procedencia originaria de los restos enumerados. POBLAMIENTO RURAL TARDOANTIGUO AL NE. DE EMERITA (SIGLOS IV-VIII) El nombramiento de Emerita como capital de la Diocesis Hispaniarum, posiblemente a nales del siglo III, coincide con un profundo proceso de renovación urbanística que, paulatinamente, cambiará la sonomía de la ciudad (Mateos 2000: 494). Una transformación que, también, se puede advertir en el área periurbana emeritense4. Fuera de la ciudad, inmediatamente en su sector noroccidental, la mutación del paisaje se constata en el abandono de todas las domus de esta zona entre nales del siglo III e inicios del siglo IV. Esta transformación es coetánea a la ampliación de la denominada “necrópolis del Disco”, situada entre el tramo noroccidental de la muralla y el área funeraria cristiana de Santa Eulalia, a lo largo del siglo IV. En este último lugar destacan cuatro mausoleos construidos durante esta centuria, organizados en torno a un edi cio erigido a inicios de este siglo que, posiblemente, pueda relacionarse con el culto a la mártir local Eulalia. Sin embargo, a pesar de las excavaciones arqueológicas realizadas, no es posible precisar con seguridad si se trata de su martyrium o de una memoria (Mateos 1999: 182). En el siglo V el sector noroccidental de la ciudad también sufrirá importantes variaciones en su sonomía, especialmente en el valle del río Albarregas. Durante la primera mitad de esta centuria se produce la destrucción de los mausoleos del área funeraria de Santa Eulalia (Mateos 1999: 138) y de los enterramientos de la cercana de Santa Catalina (Alba 1998: 376-377), que había estado en uso entre la segunda mitad del siglo III y la primera mitad del siglo V. Además, en esta zona se ha podido documentar la destrucción de un edi cio de carácter agropecuario durante esta etapa

(Mateos 2000: 505). Cabe destacar el hallazgo en este lugar de un plato votivo cristiano de ofrendas, datado a inicios del siglo V y realizado en mármol (Montalvo 1999: 135-136; Mateos y Sastre 2004: 162-163). Esta devastación masiva de una importante área extramuros podría relacionarse con el intento de conquista de la ciudad por parte de rey suevo Heremegario en el año 429 (Mateos 2000: 505-506), posibilidad negada por J. Arce (2002: 184). En la segunda mitad del siglo V la construcción de la basílica de Santa Eulalia, que albergará en su ábside el posible martyrium o memoria de esta mártir, emplazará a este edi cio como principal eje vertebrador de esta área. Gracias a la documentación epigrá ca y textual, recogida esencialmente en las Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium (VPE), sabemos que la basílica era el centro de un complejo religioso que albergaría un monasterio de monjes y otro de vírgenes (Sastre et al. 2007: 148-151). Además, a unos doscientos metros al noreste, se han documentado los restos de un edi cio identi cado con el Xenodochium –hospital de peregrinos– fundado por el obispo Masona en la segunda mitad del siglo VI (Mateos 1995) (Fig. 6). Esta cristianización del paisaje suburbano es uno de los procesos más importantes acaecidos en la Mérida de los siglos V y VI. Además, también las VPE nos informan de la presencia extramuros de la ciudad de las basílicas de San Lucrecia, de los santos Fausto, Lorenzo y Cipriano y Santa María de Quintilina. Sin embargo, actualmente, no disponemos de datos su cientes para plantear su posible localización. Al norte del río Albarregas, en dirección a la basílica de Casa Herrera, el crecimiento en los últimos años de la ciudad de Mérida y la construcción de la denominada Autovía de la Plata (A-66) ha generado la realización de numerosas intervenciones arqueológicas. Este hecho ha permitido ahondar en el conocimiento de la evolución poblacional de esta zona, enmarcada por las vías XXIV5 y XXV6 del Itinerario de Antonino (Fernández 1987) y una red de caminos periurbanos articulados en torno a la continuación del kardo maximus en el valle del Albarregas (Sánchez y Marín 2000), durante la Antigüedad Tardía (Fig. 7). Los datos obtenidos nos permiten a rmar que tanto las diferentes instalaciones de habitaciones, agropecuarias y áreas funerarias estaban vinculadas directamente con esta vías de comunicación. Una información que debe ligarse, también, a la obtenida durante el siglo pasado en la iglesia visigoda de San Pedro de Mérida (Almagro y Marcos 1958). En el tramo Mérida-Aljucén de la A-66 destacan los yacimientos de Terrón Blanco y Dehesa de Royanejos. En el primero, se ha podido constatar la amortización de una instalación rural de cronología altoimperial por un

4. Espacio caracterizado por la mezcolanza de rasgos urbanos y rurales: red viaria organizada, instalaciones agropecuarias e industriales, viviendas y áreas funerarias (PERGOLA et alli 1993).

5. Iter ab Emerita Caesaraugustam. 6. Alio Itinere ab Emerita Caesaraugustam.


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área funeraria datada entre los siglos VII y VIII. Además, en el siglo IX se construye una zona residencial e industrial con cierta organización urbanística (Chamizo 2007). En la Dehesa Royanejos se sitúan los restos de la pars urbana de una uilla datada entre los siglos III y IV. No se ha documentado una continuidad del hábitat durante el período tardoantiguo, aunque pueden fecharse entre los siglos VII y VIII los restos de un horreum y cuatro inhumaciones de cista. En la centuria siguiente este asentamiento es reconvertido en una qarya, constituida por un reducido número de viviendas y diferentes dependencias (Olmedo y Vargas 2007). Estas evidencias muestran cierta continuidad con el anterior patrón de ocupación rural tardorromano, que había comenzado a mostrar el agotamiento del sistema de villas dentro del territorio emeritense entre nales del siglo IV e inicios del siglo V. Este tipo de asentamiento, entendido como una instalación residencial y agropecuaria, había alcanzado entre los siglos III y IV un alto nivel de monumentalidad (Cerrillo 2003) –algunos ejemplos son las uillae de Torre Águila, El Pesquero o La Cocosa–, aunque no parece superar cronológicamente la primera mitad del siglo V. Sin embargo, la desaparición de este modelo de ocupación y explotación del campo no puede ligarse a un proceso de decadencia y ruina (Chavarría 2007). La transformación del campo hispano y emeritense se debe estudiar en conjunto con la mutación de las estructuras políticas, sociales y económicas tardorromanas al inicio del período tardoantiguo, generadoras de una nueva realidad rural. Los mejores ejemplos para analizar este cambio se encuentran, en el caso emeritense, en las grandes uillae tardorromanas anteriormente citadas. En estos asentamientos se han documentado diferentes fases posteriores de ocupación, ejempli cadas esencialmente en la reutilización de las ricas zonas residenciales en áreas de producción agropecuaria y hábitat campesino, que denotan su metamorfosis en realidades aldeanas (uicus) entre los siglos V y VI (Cordero y Franco 2008). Sin embargo, no existe documentación su ciente para asegurar que éste sea un proceso generalizado. En paralelo a este cambio de los patrones de ocupación del mundo rural se produce la cristianización del campo. La epigrafía nos informa de la aparición de los primeros vestigios cristianos dentro del territorio emeritense entre los siglos IV y V, destacando la conocida inscripción funeraria

Figura 6. Reconstrucción ideal del suburbio NE de Mérida durante el período visigodo (Fuente: J. Suarez. Dpto. Difusión del Consorcio de Mérida).

dedicada a Pascentius (Ramírez 1991). Sin embargo, no será hasta el siglo VI cuando la introducción de la fe cristiana cristalice en la aparición de basílicas rurales, destacando, en el área noroccidental de Mérida, las basílicas de San Pedro de Mérida y Casa Herrera. El caso de San Pedro de Mérida, datada hacia el año 600 por la edilicia de su cabecera y los ajuares de los enterramientos documentados, es un buen ejemplo de la continuidad con el poblamiento de época romana, consideración inferida de los numerosos restos de este período dispersos en las proximidades de la iglesia (Almagro y Marcos 1958). Por otro lado, cabe destacar que, recientemente, se ha descartado la función monacal del edi cio, al igual que en Casa Herrera (Ulbert 2003), fundamentalmente por la ausencia de un acceso directo desde el exterior al posible coro de monjes (Arbeiter 2003). Los edi cios cultuales cristianos localizados al noroeste de Mérida no presentan una relación directa con una uilla, a diferencia de otros yacimientos dentro del territorio emeritense, como en el caso de La Cocosa (Serra i Rafols 1952) o Ibahernando (Cerrillo 1983). Sin embargo, esto no es ápice para considerar a estos centros de culto como edi cios aislados en el paisaje, sobre todo una vez que se ha descartado en ambos su carácter monacal. La relación de Casa Herrera con los antiguos patrones de ocupación rurales tardorromanos, aunque no es evidente, es bastante plausible si tenemos en cuenta los materiales de esta cronología hallados tanto en las ex-


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cavaciones como en las prospecciones realizadas en su entorno. De esta manera, Casa Herrera se insertaría dentro de un modelo continuista con el antiguo patrón de ocupación tardorromano, como puede observarse en los yacimientos de Terrón Blanco o Dehesa de Royanejos (Cordero y Franco 2008). La localización geográ ca de Casa Herrera, inserta en un importante punto nodal agroganadero próximo a las principales vías de comunicación de esta zona, debió jarse, probablemente, al igual que otros casos (Ripoll y Arce 1999: 127), por la existencia previa de una comunidad campesina necesitada de un centro pastoral y litúrgico. Sin embargo, actualmente, es imposible concretar la condición social de la población rural ligada a la basílica, ya fuesen propietarios libres o dependientes de un propietario, de la iglesia o del monarca visigodo. Un posibilidad, esta última, que sabemos factible gracias a su mención en las VPE (VPE. III) en relación con la historia del abad Nancto (Chavarría 2004). Las características de Casa Herrera permiten proponer que una vez incorporado el baptisterio a la basílica esta asumiera una función parroquial durante el siglo VII, reforzando nuestra propuesta de su función como núcleo de una comunidad campesina. Esta ocupación rural, dispuesta a lo largo del valle donde se inserta el yacimiento, no puede identi carse, a tenor de los resultados obtenidos en las prospecciones, con un centro poblacional claro y de nido. El paisaje, probablemente, estaría formado por pequeñas explotaciones agropecuarias. Una realidad no muy diferente de la mencionada en las VPE (VPE. II, 21), que describe el poblamiento anexo al río Guadiana salpicado de uillulas7.

7. Cabe entender el término uillula como la de nición de una propiedad agraria con un centro construido e indicativo de una realidad más pobre con respecto a la uilla. Aunque ésta no puede ser entendida genéricamente como su predecesora. (ISLA 2001: 13-14).

Figura 7: Mapa de los principales yacimientos tardoantiguos localizados en el entorno de Mérida.


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219 Eusebio Dohijo (Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira) 39330 Santillana del Mar, Cantabria, España eusebiodohijo@mcu.es

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 219 - 228

EVOLUCIÓN Y TRANSFORMACIÓN URBANA DE LAS CIUDADES DEL ALTO VALLE DEL DUERO DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA

La desaparición de las ciudades del Alto Valle del Duero durante la Antigüedad Tardía es una constante en la historiografía arqueológica que ha tratado la provincia de Soria. Es un modelo interpretativo que une como causa-efecto del devenir histórico, la entrada de los bárbaros, el derrocamiento del sistema político imperial occidental, el empobrecimiento y ruralidad de la sociedad urbana y su consiguiente ruina material. La visión que ha ofrecido gran parte de los estudios arqueológicos no ha escapado de este arquetipo, encajándose cualquier resto en esta estructura explicativa. Sin embargo, hay indicios que evidencian como la evolución de las antiguas ciuitates u oppidum tuvo distintos ritmos. Veamos cual es la situación en cuatro de los núcleos de origen celtibérico que con la posterior romanización elaboraron unas transformaciones edilicias signi cativas, principalmente de carácter público, relacionadas con los foros, termas y monumentos conmemorativos. Son Uxama Argaela, Numantia, Termes y Ocilis (¿) (Medinaceli). Para ofrecer esta peculiar imagen nos apoyaremos principalmente en contextos ya publicados. 1

LA CIUDAD DE MEDINACELI Todavía hoy existen dudas en la identi cación del asentamiento que ocupó la denominada Villa Nueva2, lo que no anula la importancia de los restos de época romana, visibles o descubiertos en las últimas décadas. Ello contrasta con la escasa difusión que los trabajos arqueológicos han tenido a nivel cientí co -estando la mayoría inéditos-; además de su carácter general, salvo el estudio especí co dedicado al arco conmemorativo editado por Abascal/ Alföldi (2002). Los trabajos arqueológicos en la Villa Nueva arrancan con Juan Ramón Mélida (1926), quién difundió sus exploraciones -un sondeo- más el reco1. GARCÍA MERINO (1975a: 299 y 313) señala la existencia de 10-12 ciudades en periodo celtibérico, pero solo las cuatro seleccionadas mantuvieron sus cualidades hasta inicios del Bajoimperio. 2. No insistiremos en la identi cación toponímica de la ciudad, al no ser el lugar más adecuado pare ello. Ya TARACENA (1941: 94) achacó su vínculo sólo a razones fonéticas, mientras que GARCÍA MERINO (1993: 164) en la Tabula Imperii identi ca Ocilis con los restos existentes en Medinaceli.

nocimiento visual de la muralla. Poco después, Taracena (1941: 96) habla de la disposición del kardo y de la decumana a partir de los trabajos de aquél. Pero las noticias más numerosas son las que hacían referencia a la muralla, mosaicos y aljibes (según Juan Cabré). Es por ello por lo que se ha estimado que “al menos, hacia la mitad del siglo I d. C. tenemos atestiguada ya la presencia romana en el cerro, cuyo poblamiento se va a prolongar hasta el siglo IV ó V d. C., aunque será durante el Alto-Imperio cuando presente mayor actividad.” (Borobio/ Morales/ Pascual, 1992: 770). Caballero Zoreda (1984: 449) para el periodo tardoantiguo consideró a Medinaceli como poseedora “de una buena aureola de hallazgo”, lugar que mantuvo una continuidad de población en “cerros gemelos, alternativamente ocupados según la sustitución de culturas y poderes, en Medinaceli (Mélida, Villa Vieja y Villa Nueva)” dentro de un “residualismo visigótico” (Caballero, 1984: 451); marcado en este territorio por el trazado de las “vías romanas y la Marca Emiral” (Caballero, 1984: 452). Para la historiografía hispanomusulmana, Medinaceli (Madina Salim) sería fundada por Salim ibn Waramal bajo el emirato de Muhammad I (852886). Quedando en el silencio el tránsito entre el periodo tardoantiguo y la nueva ciudad. En el 946, Abd al-Rahman III la convierte en la capital de la Marca Media, ordenando al mawla Galib que la reconstruya y forti que (Rubio Semper, 1990: 114-5); que Juan Zozaya (1984) interpreta como la reconstrucción de sus murallas y la dotación de una alcazaba. El n de este periplo llega en el año 1122, cuando Alfonso I de Aragón toma la ciudad de nitivamente para manos cristianas. Tres contextos tardoantiguos son los que vamos a detallar. El primero concerniente a la muralla, que circunda la ciudad. Mélida (1926: 5-6) la describe, asignando como fábrica romana una parte importante de los lienzos visibles, e ilustrándola en un plano. Según Taracena (1941: 95), en esa planta se apreciaban los lienzos romanos en el ángulo Sudoeste y parte Sudeste, junto al arco; describiendo ya la posición estratigrá ca del arco conmemorativo encima de la muralla. Este monumento parece haber sobrevivido a los distintos avatares bélicos debido a que formó parte de la muralla medieval y/o moderna (Abascal/ Alföldi, 2002). A su vez, Borobio/ Morales/ Pascual (Heras, 1994: 313) realizaron en los meses de julio y agosto de 1991 el Análisis y documentación de la muralla, evidenciando


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que los paramentos correspondientes al periodo romano son los identi cados en las zonas Sur y Oeste de la ciudad. Pero han sido los trabajos de consolidación y restauración del arco romano los que han permitido un conocimiento más detallado de la evolución de este baluarte; unido a la difusión de distintos contextos, que permiten tener una visión más compleja del fenómeno de sus sucesivas reedi caciones o reconstrucciones. Es interesante la secuencia que narra Barrio/ et alii (2002: 55), presentando varias fases constructivas: la primera correspondería al momento de la creación de un recinto altoimperial, anterior a la construcción del arco romano; un segundo momento consistiría en la amortización de parte de la muralla y la edi cación del arco. La última fase se ceñiría a la reconstrucción del cercado en época altomedieval. Durante época tardorromana el arco se mantuvo en pie, y partes del trazado de la muralla serían visibles hasta época califal momento en el que se reconstruye. María Marine (2002: 33, nº 79) halló el único resto de cerámico publicado de TSHT –un fondo plano-, procedente de la ciudad en la zona 1/2. También descubrió un pozo delante del arco (zona 3); acolmatado de basura islámica (siglos X/XI); evidenciando que el arco central del monumento no tuvo un uso viario en un momento muy concreto (Marine, 2002: 32). El segundo contexto atañe a los mosaicos bajoimperiales. Borobio, Morales y Pascual (1989: 106) señalan dos fases distintas dentro de época bajoimperial -a tenor de la reparación detectada- para un mosaico hallado en la Plaza Mayor. Este mosaico tiene como motivo principal la gura de Ceres-Abundancia (Borobio/ Morales/ Pascual, 1992: 772). En el estudio en que se dió a conocer (Borobio/ Morales/ Pascual, 1992: 775-6) se ofreció como paralelos otros suelos de las villas de “Los Quintanares” de Rioseco de Soria, Santervás del Burgo y Baños de Valdearados (Burgos), lo que les sirvió para proponer su fecha dentro del siglo IV d.C. Sin embargo, estos paralelos presentaban una datación más amplia, incluyendo los inicios del siglo IV hasta comienzos del V, tal y como demostraron Blázquez, Ortego y Argente. Iconográ camente y técnicamente no hay ninguna incongruencia en poder fecharlos a principios del siglo V. Pero más interesante es la reparación detectada, ya que muestra un mantenimiento habitacional en momentos posteriores; así como una preocupación por conservar la imagen lujosa de los pavimentos por parte de sus inquilinos. La escasa profundidad en la que aparecieron los suelos tardoantiguos, con respecto al actual pavimento, revela como los procesos postdeposicionales en esta zona de la Villa Vieja, no supuso una acumulación notable de rellenos de material o basura. El tercer contexto trata de las necrópolis de La Canal y El Tinte. Nicolás Rabal (1889: 404-5) dio a conocer su hallazgo de la siguiente manera: “Los sitios denominados los Sepulcros de la Canal y el Tinte, hacen, por n, recordar la dominación romana en esta antigua villa. El primero recibió este

1. Superior. Plano de Medinaceli con la localización de los contextos tardíos Inferior. Numancia con indicación del recinto tardío y la situación de restos tardoantiguos.

nombre de los restos romanos que en él se encuentran, y el segundo, muy cerca del río Jalón, revela también haber sido el asiento de una población antigua, por los sepulcros, urnas cinerarias, lacrimatorios y despojos de ricas vestiduras que en él se han hallado”. Posteriormente, en 1925, el paraje de La Canal recibió una segunda intervención por parte de José Ramón Mélida (1926: 9), “junto a la fuente pública de referencia”, descubriendo


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tres sepulturas. Recientemente, en 1992, la localización de la fuente ha vuelto a ser ubicada, recibiendo un estudio especí co (Borobio/ Morales/ Pascual, 1994). En ese mismo año Ángel Fuentes (1992: 997-8) realizaba una interpretación de ambas necrópolis: “Aquí, según notas de Rabal recogidas por Taracena, se habla de unas sepulturas en la ladera del yacimiento que baja al llano y que contenían ajuares, aunque no se especi can. Sepulturas de inhumación con ajuares y en los márgenes de una ciudad romana como Ocilis que sin duda deben ser similares a los de Tiermes y del resto.” Por las características tipológicas de las tumbas descritas por José Ramón Mélida (1926: 9)3 y formales, podría ser encuadrada durante la Antigüedad Tardía. En cambio, el carácter del hallazgo en el Tinte fue distinto. El intento de volver a reencontrar restos en dicho solar por parte de José Ramón Mélida (1926: 9) fue infructuoso; que unido a la existencia de urnas cinerarias y lacrimatorios son indicativos de una data altoimperial. Ambos lugares han sido prospectados en 1996 por la empresa Arquetipo S.C.L. (Heras, 1999: 305). LA CIUDAD DE NUMANCIA En el cerro de la Muela se sitúa uno de los yacimientos más signi cativos de la provincia de Soria, la antigua ciudad de Numancia. Los trabajos arqueológicos allí realizados han sido muy amplios, centrados fundamentalmente en los períodos celtibérico y altoimperial. Nosotros no vamos a insistir en su historiografía, ya que existen trabajos especí cos (Jimeno, 1994). Desgraciadamente, su estratigrafía resulta aún muy poco difundida, siendo los trabajos más sensibles con los periodos post-altoimperiales los realizados por Federico Wattemberg y Juan Zozaya. Nosotros ahora recalcaremos algunos contextos que resultan sintomáticos dentro de la ocupación del lugar durante la Tardoantigüedad. En la Zona XVª Cava durante el transcurso de las excavaciones de 1914 apareció una fíbula de arco tipo II. No hay referencia al estrato en que se encontró. Fue publicada por primera vez por Hans Zeiss (1934: 183), siendo recogida la referencia por Taracena (1941: 79), y así divulgada en el ámbito especializado. Su datación corresponde al nivel III de Ripoll, es decir a mediados del siglo VI (Gutiérrez Dohijo, 1994: nº 22). Por otra parte, José Ramón Mélida en 1917, al realizar las excavaciones en la manzana XIIIª efectúa el hallazgo de una pilastra, con su capitel, en el interior de un sótano subterráneo: “al descubrir el recinto subterráneo de 3 “(…) unos enterramientos de inhumación con la cabecera al Oeste. Una sepultura contenía restos de hombre robusto, sin utensilio alguno, ni clavos, enterrado en simple hoyo, en posición decúbito supina, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo; otra de niño de pocos años, en igual posición y también sin nada; otra de adolescente, de unos doce o catorce años, en la misma forma, pero la fosa de 1,20 por 0,80. guarnecida de lajas colocadas verticalmente. En esta sepultura se encontró un trozo de aguja de coser de bronce.”

la manzana XIII, salieron sueltas unas piedras labradas, cuyo carácter nos hizo entender, desde luego, que eran restos visigodos.” (Mélida, 1917: 22). Esta datación y su relación a la época visigoda será mantenida por Taracena (1941: 79) -indicando su pertenencia al siglo VI- y por Apraiz (1959: 231) quién mantiene dicha asignación, pero con dudas sobre su clasi cación cultural. Recientemente, Gutiérrez Behemerid (1992: 158) propone como fecha de realización del capitel el siglo IV, e insinúa – incluso- una posible datación más moderna. De las excavaciones practicadas por Federico Wattemberg en las manzanas VIII y IX en el año 1963, Ortego Frías (1983: 11) hizo el siguiente comentario: “En el curso de las excavaciones realizadas en 1963 por F. Wattemberg, con mi colaboración y la inspección de A. Beltrán, para comprobar aspectos problemáticos y posible soluciones sobre la completa estratigrafía de Numancia, se practicaron cortes de sondeo, el principal de los cuales nos dio en super cie, bajo la capa vegetal, un manto de relleno de poco espesor producido por derrumbes de muros, entre el que apareció algún trozo de vasijas de barro gris o negro, poco tamizado y elaborado a torno, en los que se aprecia alguna decoración de bandas incisas paralelas y otras onduladas. Seguidamente, apareció un enlosado tosco, de lajas delgadas, cerrado hacia el Este por un cimiento arrasado. Corresponde a un nivel visigodo bajo el que sigue otro con materiales tardorromanos.”. En la misma línea argumental se podrían encuadrar los comentarios de González Simancas (1926: 263-4) al referirse a las excavaciones de principios de siglo, en las que se hacía evidente una ocupación bajoimperial. Estas excavaciones unidas a las que realizase Juan Zozaya en 1970 y 1971, supusieron el punto de partida para la defensa de una ocupación parcial del cerro de la Muela durante los siglos VI-XI (Zozaya, 1970b: 215); a pesar de las estridencias que causó (García Merino, 1975: 298). El último aporte a esta línea argumental corresponde a Alfredo Jimeno (1996: g.10) que señala un recinto murado bajoimperial, detectable en la parte sur, “la más idónea y protegida para habitar (…) que llega hasta el siglo IV” (Jimeno/ de la Torre, 2005: 218). Sin contexto de nido y posibilidad de situar correctamente, conocemos un cúmulo de hallazgos, sean entre otros: una hebilla oval de hierro, publicada por Hans Zeiss (1934: 183), correspondiente a mediados del siglo V y principios del VI; una fíbula de tipo Monsheim (Gutiérrez Dohijo, 1994: nº 25), publicada como “schubel beln” por Apraiz (1959: 232); tres jarritos de cerámica publicados por Izquierdo Benito (1977); seis hebillas depositadas en el Museo Numantino (Gutiérrez Dohijo, 1994: nº 23 y 24) y (Gutiérrez Dohijo, 2000b: nº. Numa14 - Numa17); un cuchillo de tipo Simancas publicado por Manrique (1980: 76) y cinco recipientes cerámicos de T.S.H.T., que Romero Carnicero (1985: 171) estima pertenecientes a los siglos IV-V.


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A través de los datos recogidos, observamos como la idea generalmente defendida sobre el abandono del cerro no es asumible hasta el siglo VIII. La problemática estriba en de nir y valorar las características de ese poblamiento, así como cuál fue su incidencia en el espacio. La ausencia de estudios especí cos sobre la estratigrafía del cerro, en donde todos los momentos culturales sean analizados, condiciona de forma decisiva cualquier análisis. Recordemos que esos análisis se han centrado en identi car la ciudad asediada y su posterior romanización. A ello se suma que sólo una mínima parte de las piezas pueden ser contextualizadas. Así, cualquier intento de plasmar topográ camente la evolución histórica de la ciudad es de por sí bastante desalentadora. Los diferentes restos materiales tardorromanos abarcan gran parte del período cronológico, con una ausencia de objetos correspondientes al último momento, siglos VII-VIII. Sólo conocemos con precisión el lugar de dos contextos. Su plasmación topográ ca evidencia una relativa dispersión, carácter que hay que tomarlo con mucha precaución ante su escaso número; localizándose además lejos de la zona sur. Las manzanas XIII y XV tendrían restos materiales y únicamente en la primera de ellas serían de atribución arquitectónica. Por contra, a tenor de la noticia ofrecida por Ortego, se conoce la existencia de niveles tardorromanos en el transcurso de las excavaciones que practicó Wattenberg en 1963. A tenor de esas palabras se puede plantear la hipótesis sobre la concentración de restos en la parte central del enclave. Por otra parte, no hay restos escultóricos que evidencien algún tipo de edi cación religiosa Tardoantigua, lo que con rmaría la pérdida de su rasgo preeminente en ese momento. Indudablemente durante la Antigüedad Tardía no se podría cali car el asentamiento como ciudad. La parca presencia de restos materiales así lo testimonian. Y por último existen tres indicadores más: la mención de Paulo Orosio, quien identi ca y sitúa la ciudad con precisión como caput de la Gallaecia (Orosio, Historia, V, 7,1-2) “en un montículo no lejos del Duero” (Orosio, Historia, V, 7,10), mostrando como aún en el siglo V se reconocía su solar; la cita en el anónimo Ravennate (311.3), último testimonio textual de su topónimo; a partir de entonces se pierde o confunde su denominación apareciendo en la crónica de Alfonso III, con una nueva nomenclatura –Garrahe-, ya en 1016. LA CIUDAD DE TERMES La siguiente ciudad a analizar es Termes. Los trabajos realizados allí han sido muy numerosos, siendo ejemplar la difusión4 de los resultados de las distintas campañas de excavación dirigidas por José Luis Argente. Ejemplo de honestidad cientí ca y de compromiso y concienciación social de devolver a la sociedad el coste de los trabajos, en forma de musealización del yacimiento para el gran público y memorias e informes para el público especializado. Nosotros no vamos a estudiar ahora todos los restos tardoanti-

2. Superior. Plano de Tiermes con los contextos analizados. Inferior. Situación de Oxoma con los tres contextos definidos. 4. A este respecto, a nivel general hay que mencionar las memorias de excavación publicadas, en las que se exponen los trabajos realizados desde 1975 hasta 1984 (ARGENTE et alii, 1980, 1984 y 1994) y (CASA et alii, 1994). También son de gran interés los informes anuales de excavación publicados, en los que se exponen los resultados de los últimos años. En estas obras las referencias sobre restos Tardoantiguos son numerosas.


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guos, ya que ya lo hemos tratado en otro trabajo (Gutiérrez Dohijo 2000b). Ahora abordaremos el análisis concreto de algunos contextos que muestran transformaciones urbanas. Siguiendo un orden cronológico, la última gran iniciativa pública de gran envergadura realizada en la ciudad fue la edi cación de la muralla en el siglo III. Ello permitió dotar de un elemento de prestigio e identi cativo de una civitas durante la Antigüedad Tardía. Su construcción no fue homogénea –aprovechando lo mejor posible el terreno– al dotar de torres semicirculares en la parte más llana y cegar antiguos edi cios públicos en los tramos con mayor pendiente (concretamente el Conjunto Rupestre del Sur). Las excavaciones de este punto han permitido comprobar como un cuerpo de guardia que custodiaba una portilla sita entre las habitaciones 6 y 9 estuvo en uso hasta el siglo V. En ese momento la viguería que apoyaba sobre un rebanco quedó amortizada post quem Magno Máximo (Argente/ Díaz/ Bescós, 1992: 50); data corroborada por los restos de una jarra de vidrio asignable al siglo V. Próximos a este momento corresponden las remodelaciones de la Casa del Acueducto5, consistentes en la división estructural de su espacio interno. Esto evidencia el cambio de uso de las estancias y muy posiblemente el aumento de propietarios. De una vivienda unifamiliar en la mejor situación urbana, plani cada a la vez que la construcción del Ramal Sur del Canal –es decir del trazado de la canalización de agua de la ciudad– se transforma en un espacio muy compartimentado –en el área del Impluvium B y zona este (habitaciones 18, 27 y 28)–, lugares en donde se concentra la aparición de restos tardoantiguos. En el resto de la mansión no fue posible detectar estas evidencias por razones distintas: a) eran las áreas más super ciales, sin acumulación de estratos6; b) ya habían sido exploradas por Taracena -principalmente en la zona del Impluvium A; c) y por la práctica de labores agrícolas. También es signi cativa la desaparición de todo el material pétreo en el extremo sur de la vivienda, en la que debió transcurrir la muralla del siglo III. Por otra parte, tenemos constancia de acumulaciones de restos tardoantiguos en estratos diferenciables (habitaciones 25, 23, 4, 21, 18 y 32). Todos ellos se situaban en contacto con el suelo de arenisca. Su importancia es signi cativa, al ser los únicos restos intactos del último momento de ocupación detectada de las estancias. La gran cantidad de material recuperado plantea que la ocupación del espacio durante la Antigüedad Tardía no fue ocasional. T.S.H.T, grises y anaranjadas, y al menos 3 monedas del

5. Edi cio que ha recibido el estudio especí co de dos memorias de excavación ARGENTE et alii (1994) y ARGENTE (1994). 6. Así en las zonas donde no existía apenas manto vegetal no se detectaron señales de muros en mampuesto, caso de las habitaciones 16, 20, 25, 26, 33 y 34, aunque debieron de existir en su momento.

emperador Honorio, están datando –postquem mediados del siglo V– la creación de estratos sobre la roca arenisca. Del momento nal de la mansión o de su abandono no se conoce prácticamente nada. La ausencia de niveles de incendio descarta su destrucción violenta. A extramuros de la muralla se detectan dos contextos tardoantiguos anteriores al desmantelamiento de la misma; atestiguados con fragmentos de T.S.H.T. (de los siglos siglos IV-V) (Fernández Martínez, 1980: 277) en la zona noroeste; y enterramientos aparecidos al pie de la muralla con un ritual semejante al hallado en las sepulturas que ocupaban la caja del Canal del Acueducto en su Ramal Norte, con datación en el siglo V, (Argente / Alonso, 1982) y (Argente / et alli, 1993: 43-4). La amortización de la conducción del agua es posible llevarla al siglo V, a partir de contextos con cerámicas tardías en el relleno del canal en su Ramal Sur (Argente/ Díaz, 1984), en la salida del Emisarium (Díaz, 1991: 367), en el Interior de la Galería Inferior del Castellum Aquae (Díaz/ Argente, 1984: 420; y especialmente en la esquina sureste del Castellum Aquae (Díaz, 1984: 281). Por otra parte, en los patios localizados al exterior del Conjunto Rupestre del Sur se constata la aparición de materiales tardíos asociados a peines de hueso del siglo V (Argente/ et alli, 1997: 15). En este siglo V, incluso durante su segunda mitad, estuvo en uso la Necrópolis Rupestre, datada a partir de un ajuar con un vasito globular de vidrio (Gutiérrez Dohijo, 2001) hasta nales del siglo VI. A través de los restos encontrados en un sondeo practicado en 1993 junto al Foro se observa como una vivienda con acceso a una calle porticada se mantuvo en uso hasta la segunda mitad del siglo V o principios del VI, ya que el material de amortización de su sótano contuvo cerámicas que imitan a las T.S.H.T.. Este espacio, al menos desde nales del siglo VI y con más seguridad durante el siglo VII se utilizó como cementerio hispanovisigodo (Dohijo, 2007). Por el contrario, la calle siguió en uso. Curiosamente la necrópolis ya había sido descubierta en 1911 por Narciso Sentenach, pero fue interpretada de manera incorrecta (Gutiérrez Dohijo, 1998). Otra área que evidencia transformaciones urbanísticas a lo largo de toda la Antigüedad Tardía es la Zona Foral. Existen contextos de nidos muy concretos en el Criptopórtico. Este edi cio público soportó una primera reforma, que dejó huella en forma de suelo de opus signinum y de un mosaico datado en el siglo IV-V (Argente/ et alli, 1995: 36). Inmediatamente después se compartimentó parte de su interior para construir dos estancias rectangulares con un pasillo medianero (Argente/ et alli, 1996: 40). En una de ellas se encontraron amortizados distintos materiales tardoantiguos correspondientes al siglo V. Finaliza la transformación con una elevación de una tercera estancia que reutilizó varios cimientos. Al pie de uno de ellos se aprovechó para resguardar un enterramiento infantil en el interior de una vasija, datada en el siglo VII.


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Cerca de este edi cio, en su exterior se detecta otra transformación urbanística, consistente en la amortización de una calle por parte de unas estancias. De ellas sólo quedó parte de la primera hilada de cimientos. Pero son lo su cientemente signi cativa como para atestiguar dicha transformación, que por otra parte es habitual en otras ciudades de este periodo. Esta última mutación se encuadraría en el último momento del periodo tardoantiguo. El último re ejo del cambio evolutivo es la edi cación de -al menosuna iglesia durante nales del silo VI-VII; constatable por la gran cantidad de sillares decorados encontrados en torno a la ermita de Tiermes (Gutiérrez Dohijo, 2003). Ello mostraría la cristianización del paisaje urbano, unido a la presencia del cementerio anteriormente comentado, en el propio Foro. La metamorfosis que experimentó Termes indica la presencia de la actividad humana continua, estructurando los antiguos espacios públicos en privados –además de su cristianización-. Es la evolución de una civitas a un vicus. LA CIUDAD DE UXAMA ARGAELA Posiblemente la antigua ciudad de Uxama Argaela es la más emblemática durante la antigüedad en Soria. Los trabajos arqueológicos allí practicados han sido muy numerosos, centrándose fundamentalmente en los períodos celtibérico y altoimperial. Nosotros no vamos a insistir en la historiografía sobre esos momentos, ya que existen trabajos especí cos (García Merino 1970, 1971, 1989 y 1995) y (García Merino/ Sánchez Simón, 1998). Uxama es la ciudad que tuvo un devenir más prolongado, manteniendo sus características y funciones rectoras hasta el nal de la Tardoantigüedad (Gutiérrez Dohijo, 2000a). Será una de las 23 sedes episcopales existentes en Hispania durante el siglo VII. Este esplendor naliza con la inestabilidad política provocada tras la entrada de los musulmanes y la posterior respuesta proveniente de los incipientes reinos cristianos. Alfonso I desestructurará la zona llevándose a las élites políticas al norte. Cuando en el 912, González Téllez incorpore el enclave a Castilla, se convertirá en el lugar forti cado más meridional y oriental del reino. Plaza que será continuamente codiciada por el estado de Córdoba, incluso en alguna ocasión más, llegará a tenerla bajo su poder. Los Anales Castellanos Segundos recogen una noticia a este respecto en el año 989. Aquí ya el hilo de conexión con la Antigüedad había nalizado. Las noticias sobre restos tardoantiguos son numerosas, aunque ahora solo analizaremos aquellas que afectan a aspectos urbanísticos. Ordenadas según un criterio temporal, el resultado es el siguiente. Correspondientes al siglo V, solo hay constancia del hallazgo de un “osculatorio” publicado por Ros Benet/ Adell (1949: 485), de la posible construcción de la muralla bajoimperial (García Merino, 1997: 183 y García Merino/ Sánchez Simón, 1998: 13) y de ocho recipientes de T.S.H.T. procedentes de la limpieza de la cisterna pública denominada como “gran depósito pluricameral de

3. Superior. Localización de la provincia de Soria. Inferior. Esquema interpretativo con el resultado de mantenimiento y desaparición de las distintas ciudades estudiadas.

planta en omega”, que consta de cinco compartimentos, situado cerca de la terraza arti cial del foro (campaña de 1988). Las piezas se hallaron en el nivel inferior de la cisterna, “bajo los distintos niveles de colmatación que rellenaban los compartimentos” (Saguero/ et alii, 1992: 888) y en un


225 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

hallazgo super cial acaecido “en la parte occidental del yacimiento” (Saguero/ et alii, 1992). Al siglo VI pertenecería un collar y un broche de placa del Tipo I, característicos tradicionalmente del pueblo visigodo, aparecidos en el Cerro del Castro (Taracena, 1941: 134); una fíbula en forma de ciervo datable dentro del siglo VI, y perteneciente a la colección Monteverde (Reinhart, 1945a: fíg. 7a); un tremis protovisigodo, encontrado en una de las plataformas del yacimiento: “En el sector SE del Llano de la Atalaya, junto a unos restos de muros” (García Merino, 1994: 290) datado ante quem del reinado de Atanagildo (551-568). Más reveladora es la necrópolis de Los Alarides, de la que se extrajeron distintas piezas toreúticas, unas de forma segura (Ortego (1955: 235-7) y otras muy probables (Reinhart, 1945; Almagro Basch, 1950-1). El hallazgo se produjo al realizar un desmonte junto a la carretera Nacional 122 en la década de los años cincuenta, pudiendo identi car tres sepulturas en el corte practicado. Su expolio provocó la pérdida de todo contexto cientí co y la dispersión de los ajuares por colecciones privadas. Uno de estos objetos fue una fíbula aquiliforme, hoy en la colección Fontaneda. La necrópolis –alguna vez identi cada como vertedero– también ha ofrecido una fíbula perteneciente al nivel II de Ripoll y un broche liriforme, fechable dentro del Nivel V de Ripoll. Igualmente asociada al cerro de las Horcas, con cuatro objetos que muestran dataciones diferentes: dos fíbulas propias a los niveles II y III de Ripoll y un broche pertenece al nivel IV de Ripoll. Otras piezas toreúticas procedentes de Oxoma son un broche (Reinhart, 1945a: fíg. 4d) propio de los niveles IV y V de Ripoll, y de “hallazgos casuales en el cerro de Uxama” (Ortego, 1983: 13 y 1985: 202), concretamente un broche liriforme y un colgante. Durante este periodo la noticia más relevante de todo el periodo tardoantiguo no es otra que la ya mencionada existencia de una sede episcopal en Oxoma, al menos desde el año 597 (García Moreno, 1974). En la centuria siguiente, –además de algunas piezas ya comentadas– se situaría el hallazgo de una patena conservada en el Museo Numantino (Argente/ García Merino, 1993: 21), un broche depositado en el Museo de Barcelona, propio del nivel V de Ripoll (Almagro Basch, 1950-1) y otro liriforme con la representación de la fábula del siólogo (Ortego, 1985: g. 8 y 202). “En la vega del Ucero, cerca de Osma” (Ortego, 1985: 208) apareció una monedad del rey Sisebuto (612 -621). Un contexto que consideramos signi cativo, ya que muestra trasformaciones en el uso de antiguas viviendas edi cadas durante el altoimperio es el detectado en la Casa del Sectile (campañas de excavación 1976-78) (García Merino, 1995). Allí se practicaron sendas fosas, que ocultaban dos depósitos de herramientas. Ambas rompían el suelo de “duro pavimento de mortero blanco”, cubriéndolas con piedras losas y piezas de cornisa (García Merino,

1995: 76); junto a las puertas de los ambientes denominados como a) y b). La situada en la estancia b) se le nombró como “r1” y al localizado en a) como “r2”. Entre los componentes hallados destaca la presencia de herramientas, localizadas en el fondo, junto con otros elementos altoimperiales. La datación del relleno nal sería acorde con los elementos más modernos, los tardoantiguos. Algunos de los objetos pueden ser datados a lo largo de toda la Antigüedad Tardía, como la punta de lanza, el cencerro, los cuchillos, las hebillas o el formón; en cambio otros se vinculan directamente con el depósito de Vadillo y las herramientas encontradas en La Yecla (Burgos) y en Puig Rom (Gerona) como son las hoces y el rastrillo. A ello se suman los fragmentos de cerámica con concomitancias propias de los siglos VII- VIII, mientras hay una ausencia total de especies sigillatas o imitaciones de ellas, de ahí que no consideremos apropiado vincularlos con el siglo V. Es sintomática la ausencia de datos sobre los contextos de aparición de los objetos tardoantiguos. Sólo dos conjuntos proceden de excavaciones arqueológicas, y un tercero es producto de un hallazgo casual declarado, lo que limita enormemente la posibilidad de realizar evaluaciones de tipo urbanístico. Aún quedan por resolver incógnitas lo su cientemente signi cativas como por ejemplo la localización de la ciudad hispanovisigoda, o de los edi cios que formaron la sede episcopal; habiéndose planteado su situación cerca del lugar que eligió asentarse la villa altomedieval. A ello se suma el problema, –sin solución aún– de la ausencia de restos decorativos escultóricos en Uxama, que por otra parte son frecuentes en otras zonas del suroeste de la provincia. Los modelos de distribución que muestran otras sedes hispanas en relación a la localización de sus áreas episcopales parecen seguir determinadas pautas. Unos ocupan lugares preeminentes o inmediatamente cercanos de los antiguos foros, caso de Barcino o Valentia (Ribera/ Roselló, 2009: 186). Otros se disponen en los suburbia caso de los restos en la Vega Baja, aunque aquí fruto de la iniciativa regia. En el caso uxamanense, la reiterada carencia de datos imposibilita tener una visión diáfana de la evolución del asentamiento a lo largo de la Antigüedad Tardía, que por cierto sería el momento de mayor trascendencia política de la ciudad, ya que coincide con la etapa en la que la ciudad de Oxama adquirió las funciones político-administrativas de la antigua Clunia, dentro del Área del Alto Duero; llegando a ser una de las escasas sedes episcopales que se fundan en la Meseta Norte durante el siglo VI. Por esta razón, durante el periodo hispanovisigodo la ciudad fue el centro neurálgico de la Alta cuenca del Duero. Y es en este momento en el cual perdemos el rastro de su disposición espacial7. 7. Últimamente, GARCÍA MERINO (1999: 217 y 2000a: 157) ha comentado la posible existencia de un complejo eclesiástico en la vega con un edi cio rectangular absidiado y algunas otras evidencias.


22 6 E. DOHIJO: EVOLUCIÓN Y TRANSFORMACIÓN URBANA DE LAS CIUDADES DEL ALTO VALLE DEL DUERO DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA

La mención de la existencia de un obispado está íntimamente relacionada con la presencia de su prelado. García Moreno (1974b) recogió en su estudio prosopográ co las menciones de los prelados en las fuentes antiguas, incluidas las oxomenses. Entre los años 590 – 592 se produciría su encumbración como sede episcopal y su abandono a partir de la segunda mitad del siglo VIII (Gutiérrez Dohijo, 2000a). La transcendencia de la fundación de la sede episcopal en Oxoma incide no sólo en aspectos de la organización episcopal hispanovisigoda, sino que debió emanar sus efectos en el ámbito territorial circundante. La cuenca del Alto Valle del Duero no volverá a tener una infraestructura capaz de organizar el espacio religiosamente hasta la refundación de la sede en el año 1101. Bajo estas circunstancias concretas es como se ha de entender el fenómeno de la cristianización de la zona. Fenómeno que condiciona como contexto histórico, la creación y reconstrucción de recintos dedicados al culto. CONCLUSIONES Los restos arqueológicos recogidos vienen a mostrarnos un dispar conocimiento de cada ciudad. Ello es producto de las peculiaridades metodológicas que el registro arqueológico tardoantiguo posee, sean entre otras la carencia de contextos especí cos, la ausencia de cronologías detalladas, o incluso la interpretación en el uso y amortización de los espacios excavados. Las transformaciones urbanas detectadas, algunas veces han dejado sutiles evidencias y otras veces improntas muy reconocibles, como por ejemplo la huella de robo de sillares, o la primera hilada de los cimientos de simples viviendas, amortizando vías públicas. Otras veces la suerte es bien distinta, en el fondo de rellenos aparecen materiales tardoantiguos, lo que evidencia que ese lugar tuvo un uso durante la Tardoantigüedad, no igual al que fue destinado cuando fue edi cado. Nuestro relato se inició con los últimos impulsos municipales del siglo III. Aquí las ciudades realizaron la última reinversión de gran alcance, la construcción de nuevos recintos amurallados, como símbolos de su indemne poder. Fueron obras que modi caron radicalmente el aspecto de las ciudades. Amortizaron espacios privados, principalmente viviendas, y

espacios públicos. Los escasos restos que se fechan en el siglo IV-V son asignados a partir de la presencia de cerámicas tardías. El cuantioso volumen de especies datables –incluso en el siglo V- en las distintas excavaciones de Termes ponen en evidencia su todavía fructífera actividad. Estas cerámicas se encuentran asociadas a reformas de estancias altoimperiales, rellenos de terrenos y acolmataciones, siendo la más signi cativa la amortización del emisarium del Castellum Aquae de dicha ciudad, o la amortización de unas grandes cisternas en la ciudad de Uxama. Tras la creación de la sede episcopal en Oxoma, a nales del siglo VI, es el siglo VII el momento de mayor esplendor y dinamismo constructivo. Así emerge o sobrevive la ciudad de Oxoma, durante todo el periodo. Por contrapartida, algunos antiguos núcleos de antigua importancia, como Numancia u Ocilis, decaen. Termes, presenta otros condicionantes. La mayor existencia de datos arqueológicos permite detallar su evolución. Se detecta una paulatina transformación de los espacios públicos, ya desde el siglo IV, continuando en el siglo V con la privatización del Criptopórtico, aspecto que se mantendrán al habilitarse parte del área aledaña al Foro como necrópolis hispanovisigoda. No es un cementerio improvisado, respetará los límites de marcados por el entramado urbano. A su vez también se edi cará, al menos un edi cio durante el siglo VI - VII, siendo desmantelado ya en época altomedieval, en el siglo XII. El golpe de nitivo, a la estructura social y política se producirá tras la salida de la clase dirigente del Alto Duero, con la intervención de Alfonso I, en el 723, y pondrá n a la Antigüedad tal y como se había organizado durante los últimos siglos. Es la desaparición del Estado, quedando toda el área desestructurada, no pudiendo denominarse ya ningún enclave como ciudad. Éstas se convirtieron en simples aldeas, y canteras donde la extracción de piedra tallada fue una constante hasta el siglo XIX. Son evoluciones pausadas que se prolongan a lo largo de todo el periodo, y que tiene como rasgo característico principal la paulatina pérdida de funciones de los espacios públicos y vitalidad de los grandes asentamientos, en contraposición a la concentración y unicidad de funciones rectoras de una sola ciudad, Oxoma.


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229 José Ángel Lecanda (Unv. de Deusto, Facultad de CC. Humanas y Sociales. Dpto. Historia)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 229 - 238

CIVITAS, CASTELLUM, VICUS AUT VILLA EN EL DUCADO DE CANTABRIA. EL PANORAMA URBANO Y LAS FORMAS DE POBLAMIENTO EN EL DUCADO DE CANTABRIA

Tras el establecimiento de nitivo de los visigodos en la península el esquema de estructuración territorial seguía basándose en el predominio de la formas de poblamiento agrupado -aunque ahora cada vez más diseminado por los distintos enclaves rurales que iban surgiendo y que nos describe perfectamente las Etimologías de San Isidoro “...castellum, vicus aut villa...”-, jerarquizados por una civitas que, a su vez, se comprendía dentro de una Provincia, o, luego, cuando en una fase algo posterior éstas se transformaron, en un Ducado, unidad mayor de administración territorial y articulación institucional del reino en época hispanovisigoda.1 Pero ciertamente algunas cosas habían cambiado. Como señalaba García Merino (1975: 375-378), el poblamiento romano en la región estaba muy condicionado por su propio pasado; así, las

1. Aunque se intentó mantener la división bajopimperial de funciones y poderes civiles y miliares, a partir de las reformas de Chindasvinto y Recesvinto, de inspiración bizantina y perfectamente adaptadas a la nueva realidad rural y protofeudal, el Comes civitatis -de funciones scales y judiciales en un territorium- quedaba supeditado al Dux provinciae –inicialmente de funciones militares-, con lo que este se convertía, de facto, en la máxima autoridad del territorio provincial/ducado. GARCÍA MORENO, 1989: 325-328. NOVO GUISAN, 1992: 33-36. 2. El Ducado de Cantabria, es, desde el punto de vista historiográ co, problemático. Desde luego no se corresponde con ninguna provincia romana previa. Para la mayor parte de autores la existencia del ducado está fuera de toda duda. Fue creado tarde y como consecuencia -o como medio- de la incorporación de nitiva al reino toledano de un amplio espacio montaraz en el norte peninsular no correctamente integrado hasta ese momento; área y problema que quitaron el sueño a no pocos reyes de Toledo, exigiendo más de una docena de campañas militares, unas contra cántabros y astures, otras contra vascones, suevos, francos2 e incluso contra los ruccones. (GARCÍA GONZÁLEZ, 1995). El Ducado de Cantabria se centró territorialmente en ese espacio bisagra entre la Tarraconense y la Gallaecia, entre la Veleia, adscrita a la primera, y la Juliobriga, correspondiente a la segunda en el siglo IV d.C. según la Notitia Dignitatum. (MARTÍNES DÍEZ, 1984: 474-4755. NOVO, 1992: 33). La creación debe formalizarse entre el 653, fecha del VIII concilio toledano, y el 683, fecha del XIII, es decir, durante los reinados de Recesvinto, Wamba o Ervigio. Así pues, es su concreta delimitación territorial, y no su existencia, la que requiere de mayor esfuerzo de concreción y en la que, en estos momentos, por razones obvias, no podemos entrar. Así las cosas, la bibliografía es coincidente en admitir que las campañas de Leovigildo comprendieron el norte de Burgos y de Palencia, parte de Álava y la zona occidental de la actual Rioja, por donde se extenderá posteriormente el Ducado. (MARTÍNEZ DÍEZ, 1984: 479).

ciudades romanas del área estudiada, el Ducado de Cantabria2, la porción más septentrional del antiguo Convento Cluniense, amén de escasamente desarrolladas en su faceta urbanística en razón de su escasa tradición, tardía cronología y tipo de emplazamiento previo, se vieron muy pronto truncadas en su desarrollo urbano y administrativo, que no fue mucho más allá del siglo III; su continuidad a partir de ese momento quedó seriamente dañada y no fue equiparable a la que otras alcanzaron en diferentes regiones peninsulares. De este modo, el territorio, en una etapa histórica basada estructuralmente en las ciudades, presenta un claro dé cit, pues predomina en la zona el poblamiento rural sobre el urbano. De hecho, a excepción de la colonia Flaviobriga3 y de Legio IV, todas las demás ciudades son núcleos indígenas romanizados, y de entre todo el tipo de ciudades que podemos reconocer, el más abundante es el de ciudad más bien pequeña que ejerce el papel de mercado comarcal4. Predominan los poblados, incluso algunos muy grandes, pero éstos no son ciudades. Desde la crisis del siglo III algunas de las ciudades que sobreviven se amurallaron. Dentro de nuestro ámbito conocemos Iruña-Veleia o Monte Cantabria (Logroño)5. Por su posición, y en relación al conjunto de las documentadas en el territorio peninsular, parecen situarse todas ellas en zonas de peligro o inseguridad, y ello permitió su lánguido mantenimiento, más por cuanto de refugio y bastión tenían que por su importancia

3. IGLESIAS y RUÍZ, 1995. Iuliobriga (SOLANA, 1981) o Clunia (PALOL, 1984 y 1991) alcanzarán este estatuto con posterioridad a su fundación. (ABÁSOLO; 1993: 192). Son, junto a Iruña-Veleia (FILLOY y GIL, 2000), los mejores modelos de urbanismo colonial romano en la región. 4. En nuestro trabajo hemos tenido en consideración, además de las citadas en la nota anterior, las palentinas Saldania y Pisoraca, las burgalesas Segisama-Iulia, Salionca, Segisamunculum y Virovesca, las cántabras Portus Blendium, Portus Victoriae Juliobrigensium y Portus Vereasuecae, y las mansios alavesas de Arcaia, Suessatio,Tullonium y Uxama Barca. Sobre todas ellas hay información arqueológica y bibliografía. 5. Caso que, para nosotros, debe admitirse con muchas dudas ya que sus excavadores han negado sistemáticamente la existencia de niveles atribuibles a esta fecha en el yacimiento, donde reconocen dos fases de ocupación, la protohistórica y la histórica, datando a ésta última entre el siglo XI y el XIII. (CENICEROS, PEREZ y ANDRÉS, 1993: 235.)


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administrativa, económica o política. Pero tanto para unas como para otras la documentación parece denotar su pérdida de importancia y representatividad. Desde luego, a estas alturas, nada de urbanismo en términos de trama, estructura, equipamiento o función, queda en ellas. (García Moreno, 1989: 255-256) Además, y en tanto que este fenómeno del amurallamiento obedece a razones de seguridad y no solo de prestigio, el modelo y la necesidad provocan la reutilización de los antiguos emplazamientos castreños abandonados desde la conquista o el nacimiento de nuevos emplazamientos enriscados. Por tanto, y como resumen, sigue resultando muy expresiva la cita de Balil (1977: 92): “son escasísimos aquellos (núcleos) que un romano habría considerado como ciudades propiamente dichas y abundan centros de población que hoy llamaríamos villorrios”. 6 Por su parte, las tipología de hábitat rural más extendida era la villae, aunque va evolucionando de forma paralela a la de la ciudad, es decir, empobreciéndose desde el punto de vista constructivo y simpli cándose desde el punto de vista conceptual, alejándose del prototipo gran propiedad con orientación comercial dirigida a la ciudad para encaminarse hacia el de conjunto de propiedades fundiarias de carácter agropecuario autosu ciente. Dadas las limitaciones que este tipo de comunicación conllevan, no podemos dedicar más páginas a esta primera parte de nuestro trabajo, el dedicado al estudio del Ducado de Cantabria y del panorama urbano de época romana en la región. Del mismo modo, evitaremos extendernos en la descripción de los yacimientos del Des ladero de La Horadada, Mijangos, Reyes Godos, Peña Partida y Tedeja, los que nosotros mismos hemos excavado, remitiendo al lector a la bibliografía oportuna, dado que se trata de un estudio analítico de carácter general y sintético.

El Obispado de Oca: La primera mención documental se fecha en el tercer congreso de Toledo (589), lo que parece ser prueba de su inexistencia anterior, aún cuando ciertos autores, como Serrano, piensen que ya estaba creado7. No puede establecerse con plena certidumbre su delimitación territorial. Es verdad que hay datos indiscutibles, como que perteneció y se extendió por la provincia Tarraconense y más concretamente en el Convento Cluniense, por tanto que sus límites quedaban dentro de las de ésta8 y éste. El problema es que desde Constantino y Diocleciano, la provincia vio modi cados sus límites, ciñéndose en lo sucesivo a la cuenca del Ebro y dejando, por ello, Cantabria, para la Gallaecia. Como las provincia intentaban respetar los antiguos límites tribales, el Obispado no comprendería inicialmente ningún territorio de Cantabria, ni tierras antiguamente ocupadas por vacceos ni arévacos (que quedarán en la Cartaginense), sirviendo, por ello, solo a turmogos, autrigones (Martínez Díez, 1984: 481) y, tal vez, en parte, a pelendones. Así, el Obispado de Oca comprendería, además de parte de la actual Rioja, las comarcas de Mena, Sopuerta, Carranza, Castro-Urdiales, Laredo y Valle del Asón. También las Montaña de Burgos y, posiblemente, La Bureba y los llanos del centro provincial, hasta el Arlanzón, pues en el pleito entre Ascanio, Metropolitano de Tarragona, y el Obispo Silvano de Calahorra, los terratenientes Veroviscentium civitatis no parecen adscritos a Calahorra, por lo que su atención espiritual debería hacerse desde Auca (Sagredo, 1979: 72). A ellas se añadirán todas aquellas tierras de Cantabria conquistadas por Leovigildo, alcanzando desde entonces sus fronteras los cauces del Deva y el Pisuerga, por el este y oeste. Al menos esos fueron sus límites al restaurarse la vieja sede en el siglo XI9, porque siempre se consideró que la diócesis de Burgos era sucesora canónica de la de Oca10.

LAS CREACIONES VISIGODAS: AMAYA Y AUCA Frente a ese panorama poblacional de las viejas ciudades romanas, poco propicio a ser cali cado como de “urbano”, excepto como una convención, en época hispano-visigoda, en los siglos VI-VII, se “recrea” una ciudad por parte del estado, como capital del Ducado, Amaya, y se reactiva y relanza a un papel protagonista a otra vieja urbe, de función episcopal, la romana Auca.

7. Cree, por pruebas indirectas, documentar su asistencia al Congreso de Zaragoza del año 380. Además mantiene que la mayor parte de las sedes episcopales fueron creadas antes del dominio de Hispania por los visigodos, siendo, de hecho, muy pocas las creadas con posterioridad. (SERRANO, 1935: 19-21). 8. De modo sintético podemos establecer estos del Cantábrico al Duero y del Urumea al Sella. (GARCÍA MERINO, 1975: 18-21) 9. Congresos de Husillos y Burgos, del 1088 y 1136 respectivamente. Por otro lado, la apócrifa Hitación de Wamba, que tal vez posea un trasfondo real de época visigoda pero tan adulterada entre el siglo XI y XII que ya fue considerada como una fuente falsa e inutilizable en el siglo XII, delimitaba la sede de Oca poniendo el Pisuerga como frontera e incluyendo gran parte de Cantabria en la misma. (SERRANO,1935: 24-34) 10. Fue norma general que a medida que avanzaba la Reconquista se fuera restaurado, tanto en lo político como en lo religioso, la vieja organización visigoda, según la frase del Abeldense “Omnemque Gothorum ordinem sicut Toleto fuerat, tam in ecclesia quam palatio cuncta statuit”. (MANSILLA, 1986, 297)

6. Los abundantes estudios históricos relativos al urbanismo romano en la meseta norte nos permiten sintetizar las a rmaciones expuestas. Sin embargo, pese a la cantidad, es muy poco lo que sabemos de su morfología urbana, de sus características urbanísticas, porque son muy pocas –y por lo general parciales- las excavaciones arqueológicas practicadas en ellas. (ABÁSOLO, 1993: 192).


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En tiempos de Leovigildo fue elegido Asterio Obispo de Oca; éste fue quien rmó en las actas del tercer concilio toledano11. El segundo obispo conocido es Amasugo, que asistió al IV, en el 663, al V, en el 636 y al VI, de 638. Litorio en el 653 acudió al VIII, como luego lo hará al IX y X, de 656. Sucedió a Litorio un tal Stercorio que no asistió al XII, pero le vemos rmando entre los asistentes al XIII (683) y XV (688) congresos toledanos. Constantino, su sucesor, asistió al XVI, en el 693, siendo el último reconocido por las fuentes (Serrano, 1935: 51-60). Sin embargo, desconocemos el emplazamiento real de la sede episcopal12, su templo y palacio anexo, su contexto constructivo que, en muchos casos, se ha llegado a situar en San Félix de Oca, edi cio prerrománico, de época visigoda, que ni siquiera se ubica en la vieja ciudad13. Pero, entonces, ¿En qué consistió la “fundación” del obispado? ¿En la restauración nominal de una jerarquía sobre un conjunto urbano mínimo? Amaya, capital del Ducado: Es relativamente abundante la bibliografía sobre Amaya. De su lectura podríamos derivar no solo su importancia geopolítica sino, también, como una consecuencia “lógica” de la anterior, una imagen de urbe importante. Amaya aparece citada en las fuentes a raíz de las campañas de Leovigildo contra los cántabros14, lo mismo que más tarde por las crónicas musulmanas y cristianas de la Reconquista, aunque textos epigrá cos de época romana15 también nos hablan de su pretérita existencia. Cuando los cántabros, tras varias campañas dirigidas por distintos reyes, fueron de nitivamente sometidos, se creó el Ducado, entre el 653 y

11. SERRANO, 1935: 41-43. Queremos señalar, también, que es precisamente este obispo el documentado en el epígrafe consagratorio de Santa María de Mijangos, como veremos más adelante. 12. La Auca romana, en el actual Villafranca Montes de Oca, debe situarse en el lugar llamado Somorro, donde los restos arqueológicos parecen denotar una ocupación romana. Es un castro romanizado, pero de sus características urbanas, nada sabemos. Sí que en cierta medida articuló el hábitat a su alrededor, pues tenemos otro núcleo amurallado y romanizado en La Pedraja, así como una villa en San Felices (GARCÍA MERINO, 1975: 225). Para otros autores (MARTÍNEZ DÍEZ, 1984: 482) es precisamente La Pedraja o La Llana, a dos kilómetros al sur/suroeste de Villafranca, el emplazamiento de la antigua sede. 13. ANDRÉS ORDAX (1984: 457), al describir estos restos arquitectónicos, que data por tipología en el siglo VII, mantiene esta no coincidencia: “…en un lugar próximo a la sede del Obispado de Oca.” 14. “Leovigildus Rex Cantabriam ingressus, provinciae pervasores inter cit, Amaiam occupat, opes eorum pervadit, et provincia in suam revocat dictionem”, Cr. Biclarense (c.597) 15. Itinerario de Barro.

683 de nuestra era16. La plaza será elegida como sede ducal. El Ducado será uno de los ocho con los que contó el Reino de Toledo17, una vez que partiendo de la vieja división territorial romana de seis provincias, se creara ésta y la de Asturia para permitir un mejor control del territorio allí donde este control había sido, tradicionalmente, menos efectivo. Y así debió ser, pues la Crónica Albeldense nos indica que el padre del rey Alfonso I fue el Duque Pedro de Cantabria, y para la Crónica Rotense Amaya debió ser la capital, pues cali ca a la ciudad de Patricia. Tampoco podemos olvidar el hecho de que la plaza fuera atacada y tomada por las tropas musulmanas de Tarik ben Ziyad en el 712 y nuevamente atacada el 714, no solo porque aquí fue donde se refugiaron los últimos defensores del Reino de Toledo, si no porque la plaza constituía uno de los jalones de poder18 . Por la misma razón fue objetivo prioritario en la política de desertización asturiana19, por su signi cado político y su potencial militar20. No menos expresivo de su pasado esplendor fue el premeditado y simbólico acto de su repoblación o cial en el 860 por parte del poder regio asturiano, enviado a su delegado, Rodrigo, bajo título condal, a tomar posesión de la plaza21. Rodrigo será el primer conde de Castilla. Para veri car todos estos extremos, y más allá de las viejas exploraciones arqueológicas practicadas desde el siglo XIX22, nuevas campañas arqueológicas recientes, desarrolladas por Alacet Arqueólogos s.l.23, nos muestran la cara más real y objetiva de la ciudad de Amaya y sus características urbanas. Pese a las tres campañas de excavación y varias de prospección intensiva, el uso de fotografía aérea y de medios físicos y

16. El primer duque documentado de Cantabria lo es gracias a su rma en las actas del XIII Congreso de Toledo, el año 683. 17. Documentadas explícitamente en el Anónimo de Rávena. 18. MARTÍNEZ DÍEZ, G., 1986: 43. 19. Crónica de Alfonso III, edición de Gómez Moreno en BRAH, 100 (1932), pp. 601-602 20. Amaya, junto a otras plazas de la meseta norte comprendidas en el ámbito espacial que ahora estudiamos, fueron atacadas expresamente por Alfonso I. Así lo señalan las crónicas, lo cual hace pensar en una importancia nada despreciable a tenor del esfuerzo que dichas campañas suponían. 21. “Populavit Rodericus Comes Amajam per mandatum Regis Ordonii”, Cr. Burgense y “Populavit Rodericus Comes Amajam mandato Ordonii Regis”, A. Compostelanos (Ed. GÓMEZ MORENO, 1917) 22. Desde el punto de vista material, el lugar es conocido arqueológicamente desde 1553 cuando Florián Ocampo describe sus ruinas. En el siglo XVIII el Padre Flórez, en su España Sagrada, habla de ella como de una ciudad antigua y populosa, con un castillo, reconociendo restos de ambos. Ceán Bermúdez, Madoz, Romualdo Moro, Setenach… la lista de sus estudiosos es amplia, pues también los materiales arqueológicos son signi cativos desde antaño: Terra sigillata gris estampillada, del siglo V d.C., un sello signatario, dos broches de cinturón de tipo bizantinizante, propios del siglo VI-VII, un triens de Recaredo, sin menospreciar las estructuras arqueológicas emergentes visibles aun hoy en día.


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electromagnéticos de prospección, nada que pueda parecerse a una ciudad –y menos de importancia - se registra en el lugar24. El epicentro poblacional de Amaya se sitúa en el extremo oeste del cerro amesatado, en el área denominada La Peña; el castillo y el castro se localizan aquí, ocupando una super cie de 42 Ha. Es aquí donde encontramos restos de edi caciones que, por su cantidad y disposición, pueden interpretarse claramente como pertenecientes a un poblado, pero jamás a una ciudad. Tal vez el yacimiento se encuentre muy alterado, al menos si comparamos lo actualmente conservado con lo descrito en el XVIII y XIX, pues nada relevante se ha podido identi car durante los trabajos de excavación como correspondiente a época visigoda en relación a los aspectos urbanísticos que venimos tratando, pero tampoco de la fase romana. Es la etapa plenomedieval la única claramente representada y la más rica en restos. Y si esto es así, si a la escasa tradición y materialización urbana romana en el área que venimos estudiando le sucede una etapa de decadencia bajoimperial y el mundo visigodo parece desmarcarse de nitivamente de los entornos urbanos, llegando al paradigma de Amaya, una creación estatal en calidad de capital ducal ¿Podemos, entonces, hablar con propiedad de “paisajes urbanos” en el ámbito motivo de estudio? Porque lo que parece evidente es que cualquier vestigio mínimamente signi cativo de urbanismo ya había desaparecido con anterioridad a la creación del Ducado. Entonces, ¿Qué otros tipos de poblamiento conocemos en esta unidad político-administrativa? ¿Se corresponden éstos con los modelos que se derivan de las fuentes documentales? En de nitiva, ¿Cuáles fueron las formas poblacionales dominantes y sus rasgos formales? ¿Resulta apropiado hablar de ellos bajo su consideración como “paisajes urbanos”? Dos parecen ser las tipologías más representativas en el territorio de Ducado de Cantabria durante la etapa hispanovisogoda: la pequeña villa aldeana y el asentamiento enriscado. EL PAISAJE VILICARIO: DE LA VILLAE AL FUNDI Desde muy pronto en la región, y especialmente desde el Bajo Imperio, la villa suburbana se mostraría, también, como una forma de población 23. Intervenciones del año 2000, 2001, 2002 y 2006. Expedientes BU 33/2000, Bu 29/2001 y Bu 77/2002, así como el Expediente de B.I.C. elaborado para el yacimiento en 2006. Documentos administrativos inéditos, depositados de acuerdo con la normativa vigente en la materia en el Archivo del Servicio Territorial de Cultura en Burgos de la Junta de Castilla y León. El arqueólogo responsable de las intervenciones, Quintana López, anuncia en ellos la próxima publicación de una monografía. 24. La búsqueda e investigación se ha extendido a la totalidad de la super cie de la meseta. A efectos operativos el yacimiento se ha dividido en distintos sectores: La Peña, la Plataforma de Ladera Sur, la Plataforma Intermedia, la Plataforma Superior y El Castillo.

concentrada, cada vez más relevante al hilo del progresivo empeoramiento de la situación jurídico social del común, acorde al proceso de ruralización que se está produciendo en la base misma de la estructura productiva en la región. La riqueza mostrada por estos complejos, en especial por las construcciones de la pars urbana, nos indica claramente que pese a su dedicación económica agraria, su producción está dirigida a ser comercializada en la red urbana. Por eso sufrieron también un proceso similar al de las ciudades, tanto con las convulsiones del siglo III como con las del V d.C. Muchas de ellas desaparecerán ahora. Les sucederá una nueva versión, menos so sticada desde el punto de vista material pero mucho más efectiva desde el punto de vista productivo y, a la larga, mucho más duradera atrayendo población, consolidándose como elemento articulador del poblamiento y conformándose, en de nitiva, como el modelo poblacional dominante y el crisol de las nuevas realidades jurídico-sociales. (Abásolo, 1984: 358362) El modelo inicial es bien conocido desde hace bastantes años, pues no son pocas las villas documentadas en la región25, veamos algunos casos signi cativos. La palentina villa de Quintanilla de la Cueza es uno de los mejores testimonios del modo de vida rural de los grandes potentiores tardorromanos, propietarios de grandes latifundios en la meseta norte. Su ciclo vital se constata sin problemas de forma continua hasta el siglo VI d.C., aunque su apogeo se produce, por lo general, desde nales del siglo III y durante el IV. A partir del siglo V, quizá por el asentamiento de nitivo de los visigodos o por el propio decaimiento del modo de producción latifundista, se va produciendo un proceso de abandono (García Guinea, 1990: 5-8). Sin que podamos detectar niveles de incendio o destrucción, se produce su abandono a comienzos del siglo VI d.C. (García Guinea, 1990: 46-47). Ejemplo similar, pero con nal distinto, violento en este caso, es de la villa de La Olmeda, en Pedrosa de la Vega (Palencia). Surge en el siglo

25. En Palencia, por ejemplo, destacan las de Quintanilla de la Cueza o Pedrosa de la Vega, junto a las identi cadas en Baños del Cerrato, Calahorra de Boedo, Calabazanos, Dueñas, Herrera de Valdecañas, Palenzuela, Tasariego, Valsadornin, Villalcazar de Sirga, Ventosa de Pisuerga, etc. En Burgos hay también bastantes: Arauzo de la Torre, Arroyo de Muño, Baños de Valdearados, Barrio de Díaz Ruíz, Barrio de Muño, Belbimbre, Briviesca, Buniel, Cabia, Castrogeriz, Cerezo de Río Tirón, Cubillejo de Lara, Cuevas de Amaya, Covarrubias, Haza, Hinojnar del Rey, Huercemes, Jaramillo Quemado, Lara de los Infantes., Lerma, Mamblilla de Lara, Mazariegos, Mazuelo de Muño, Padilla de Arriba, Palacios de Benaver, Plasencia, Quemada. Quintanilla de las Viñas, Revilla del Campo, San Martin de Losa, Sasamon, Solarana, Soto de Bureba, Villafranca Montes de Oca, Villaquirán, Villarmentero, Villavieja de Muñó … sin querer ser exhaustivos… (GARCÍA MERINO, 1975) No faltan tampoco en las actuales Álava o Cantabria.


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I d.C. y su ciclo existencial nos llevará hasta la disolución de las estructuras clásicas romanas, en un periplo de cinco siglos con distintas fases. La primera de ellas durará hasta aproximadamente el año 275, y nos habla de una villa rural clásica. Tras su colapso, la villa se reedi cará de nueva planta, y tendrá vida hasta mediados del siglo V d.C., luego fue destruida y abandonada. En un entorno como el de la meseta palentina, donde no hubo grandes ciudades, fueron estas villae centros autosu cientes y alojamiento de la vieja aristocracia romana. Aquí recreará un nuevo sistema de relaciones sociales en las que volverá a situarse en la cumbre. Grupos armados privados garantizan su seguridad y superioridad26, mientras que el poblamiento aldeano rural se distribuye a su alrededor. (Palol, 1998: 67-689) También villas de menor enjundia, como la de Cabriana27, en Comunión, Álava, son re ejo de este mismo proceso de ruina y abandono para comienzos del siglo V d.C. (Filloy y Gil, 2000: 125) Por lo tanto, parece claro que en época visigoda empezamos a reconocer el ocaso de este modelo, su progresiva y de nitiva sustitución por otro. Mencionada y descrita la villa en las Etimologías isidorianas como forma de poblamiento agrupado en el medio rural28, y hasta como sinónimo de una amplia demarcación territorial con un núcleo agrupado y compuesto por uno o varios dominios señoriales y diversas explotaciones campesinas, lo hasta ahora verdaderamente difícil de comprender no es la desespecialización del término, si no las características morfológicas de la nueva realidad vilicaria. En las fuentes, entre el V y el VII, cada vez aparece menos la voz clásica, en favor de otras como fundus, domus, praedium y, sobretodo, locus: gran dominio provisto de un centro edi cado de carácter señorial y con los apéndices territoriales propios de toda gran explotación agraria. Comienza ahora la transformación conceptual y “urbanística” de la villae a la villa aldeana, en coherencia con la transformación social y jurídica que el campesinado está experimentado en estos momentos. (García Moreno, 1989: 205-206).

26. El autor del estudio llega a plantear la posibilidad de que el propietario pudiera ser el General Asturius, Dux de la Tarraconense entre el 441 y 443. 27.El conjunto actualmente está siendo objeto de reinterpretación, proponiéndose vincularlo a la mansio Deobriga, tanto por su localización en la calzada Astorga-Burdeos como por una serie de aras dedicadas a divinidades acuáticas relacionadas con los ninfeos documentados, lo que parece hablar de un centro de culto en relación a las aguas. (FILLOY y GIL, 2000: 127). 28. Junto con el vicus, el castellum y el pagus. El primero, con cierta organización urbanística, carece de defensas, lo contrario del segundo, y tercero es una agrupación aldeana de muy marcado carácter rural. Entre vicus y villa parece existir solo una diferenciación de base cuantitativa, siendo, desde el punto de vista del tamaño de la agrupación, mayor el primero que la segunda. (GARCÍA MORENO, 1989: 205).

Tal vez uno de los ejemplos más palpable de esta transformación del término es el fenómeno de no reutilización residencial ni productiva de antiguas villae romanas. En los últimos años, diversos hallazgos y excavaciones, así como la reinterpretación de algún yacimiento ya conocido, parecen poner de mani esto este doble proceso y que estas nuevas formas de habitación, control y explotación del territorio, tuvieron una gran difusión y no poco éxito29. La villa de Camesa-Rebolledo, en Valdeolea, Cantabria, resulta explícito paradigma del primer proceso: el de abandono y no reutilización de la pars urbana de una villae como tal, para pasar a convertirse en una villa, agrupación poblacional aldeana agrupada30. La villa nació en el siglo I d.C. dentro del entorno suburbano de la civitas Juliobriga, junto a una calzada (Solana, 1981: 216-219). De la misma conocemos no solo la parte residencial del propietario31, sino también parte de la zona rústica, un área de almacenamiento o residencial de siervos y colonos, dispuesta en torno a un patio grande, a modo de foro32 (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 12). La villa residencial contaba con todas las comodidades propias de este tipo de establecimiento. Desde nales del siglo III parece detectarse un paulatino declinar, por abandono ya que no hay signo alguno de destrucción, llegando al siglo IV d.C., momento en que la villa se abandona, permaneciendo así también durante el V. En el VI grupos tardorromanos reocupan sus ruinas, tal vez para acomodar alguna vivienda, pero desde luego como necrópolis. Así, durante el siglo VII de nuestra era la villa volverá a convertirse en elemento aglutinante y jerarquizador del poblamiento, aunque no con funciones residenciales sino como ciudad de muertos, que perdurará en el tiempo mediante su consolidación en torno a una construcción religiosas cristiana prerrománica. 29. Ejemplos de hábitats campesinos agrupados adyacentes a antiguos establecimientos agrícolas señoriales tardorromanos, en fechas que oscilan entre el siglo V y VI, perdurando hasta mucho después, los tenemos en las cercanías de Alcalá de Henares, en Fuentespreadas (Zamora), Dehesa de La Cocosa (Badajoz), La Alberca (Murcia) o Santiscal (Arcos de la Frontera, Cádiz), etc. Siendo de destacar que el punto de referencia espacial más importante es, en la mayoría de estos casos, una construcción de carácter basilical o martirial edi cada junto, o en, la antigua estructura señorial tardorromana. (GARCÍA MORENO, 1989: 206) 30. Este yacimiento está siendo motivo de reinterpretación en nuestros días por parte de algunos investigadores. Por ejemplo CEPEDA, 2007: 157, quién propone considerar estos restos como parte de un gran complejo termal público perteneciente a la ciudad romana de Octaviolca, citada en el Itinerario de Astorga y situada, según este documento, a 15 kilómetros de Juliobriga. En cualquier caso y siguiendo a este autor, esta ciudad “parece estar formado por varios yacimientos”, lo cual, a efectos del presente trabajo, habla explícitamente sobre la escasa urbanización de este núcleo. 31. La parte actualmente visitable , “El Conventón”. (GARCÍA GUINEA y VAN DEN EYNDE, 1991: 12). 32. En el actual pueblo, en el margen izquierdo de la carretera.


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Que la ruina estuviera motivada por la pérdida de importancia económica de la calzada y de los núcleos urbanos que unía, o que estuviera motivada la inseguridad del siglo V es lo de menos en estos momentos, pero lo cierto es que solo después de las campañas de Leovigildo, que permitieron retomar el control sobre estos espacios, detectamos una “reutilización” de la villa, aunque con ese nuevo matiz. (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 12-18). La existencia de la necrópolis exige de la existencia de un núcleo habitado, cuya ubicación aún desconocemos pero que necesariamente debe encontrarse en sus inmediaciones33, teniendo la necrópolis como elemento de referencia especial y como muestra de deseo de continuidad en el territorio. (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 18-21). La construcción del templo prerrománico parece marcar el inicio de esta nueva etapa poblacional, sin solución de continuidad con la anterior. La fecha de erección debe situarse en los inicios del siglo VIII, pues su tipología es común a las conocidas para esas fechas34 y las dataciones más tempranas del nuevo nivel cementerial35 así lo conforma (720 d.C.). El yacimiento perdurará ya hasta el siglo XI de nuestra era (García Guinea y Van Den Eynde, 1991: 23-25). De todo lo anterior se desprende que sigue habiendo un claro predominio del poblamiento agrupado sobre el disperso, incluso en el medio rural, aunque desde el punto de vista de su caracterización constructiva y espacial son parcas las fuentes y pocas las evidencias arqueológicas hasta ahora exhumadas y analizadas. Cabe sospechar que este tipo de núcleos, aunque pudieran alcanzar dimensiones de cierta importancia y jugar a escala comarcal el papel de cabeceras, presentarían un escaso desarrollo físico y ordenamiento urbano. Podríamos estar hablando del pagus, distrito territorial dotado de un centro, y del vicus, aldea de cierta importancia. (García Moreno, 1989: 206). Que los vicus pasen al rango de fundus tan vez no dependa solo de su mayor complejidad urbana, sino del estatuto diferenciado que, si no de iure si de facto, le otorgaría ser propiedad de un elemento privilegiado de la sociedad.

33. Si la villa había dejado de tener sentido residencial, lo más probable es que el poblamiento se estableciese cerca, en los márgenes del río Camesa, de forma semi agrupada. 34. Se citan como paralelos las de Portera y Santa Olalla, en Extremadura, estudiadas por CERRILLO, E. “Las ermitas de Portera y Santa Olalla. Aproximación al estudio de las cabeceras rectangulares del siglo VII” en Zephyrus, XXXII-XXXIII, 1981, pp. 233-243. 35. Separado del anterior por un nivel estéril, muestra además nuevas tipologías de sepulturas.

Con total seguridad uno de esos casos es Santa María de Mijangos (Merindad de Cuesta Urria, Burgos), pues el epígrafe consagratorio de la iglesia relacionada con este yacimiento, donde se documentan también necrópolis y lugar de habitación, nos habla, expresa y literalmente de un locus: “…consacratus est locus Sancte Mariae..”. Fechado en tiempos del Obispo Asterio de Oca y del rey Recaredo36, es un caso único y absolutamente seguro (Lecanda,1994:189-191), con rmado además por el conocimiento arqueológico del yacimiento, en el que hemos realizado siete campañas de excavación37. La consagración no se produce en el momento fundacional, ni sobre un edi cio nuevo; ya existía una basílica paleocristiana en el lugar, desde la primera mitad del siglo V d.C.; se trata de su readaptación al culto católico y, desde luego, a su conversión en punto referencial de un locus. Otro posible ejemplo, muy cercano al anterior, lo tenemos en el yacimiento en Santa María de los Reyes Godos (Trespaderne, Burgos), a 4 kilómetros de la anterior y, tal vez, parte del mismo latifundio fundiario38. En este caso no tenemos epígrafe ni documento alguno que demuestre nuestra a rmación, pero, en nuestra opinión, la etimología de la toponimia local, interpretada a la luz a de los restos arqueológicos exhumados, así parece demostrarlo. El yacimiento39 (iglesia, necrópolis con mausoleo familiar privilegiado incluido, lugar de habitación, posible instalación metalúrgica y clausura protegida por una turris sobre la misma entrada al cañón) (Lecanda, 2000: 197-199), se encuentra en la embocadura de un largo y profundo des ladero, la Horadada, a los pies de la fortaleza de Tedeja40 (tardorromana, visigoda y altomedieval), justamente a un kilómetro escaso del actual núcleo de población de Trespaderne.

36. El epígrafe, según nuestra edición y eliminando los elementos de transcripción paleográ ca, dice: “Consacratus est locus Sancte Mariae. Ponti ce Asterio sub die pridie nonas maias XVI gloriosi Domini nostri Reccaredi”. Tanto por sus grafías, como por los nexos y fórmulas protocolarias y, sobre todo, por los personajes, la data debe jarse al lo del año 600 (LECANDA, 1994: 187-192) 37. En este sentido pueden consultarse nuestros artículos LECANDA, 2000 y 2000 (c) 38. La monumentalidad del yacimiento facilitan su puesta en relación con algún personaje relevante; si a ello unimos su vinculación con el yacimiento militar de Tedeja y la turris de Peña Partida parece razonable asignarle a éste un papel militar y si, nalmente, las crónicas musulmanas hablan, en el 863, de un Príncipe de Mijangos, donde sin embargo no hay ninguna estructura militar conocida pero si la cita al locus, ¿No parece razonable vincular todo el conjunto e interpretarlo en términos de fundi y territorium? Una buena re exión en este sentido podemos ver en CADIÑANOS (2002: 65-101). 39. Remitimos a nuestro artículo de síntesis LECANDA (2000) y a los informes de las dos campañas realizadas, depositados en el Servicio Territorial de Cultura de la Junta de Castilla y León en Burgos.


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Lugar éste de etimología problemática para los investigadores anteriores41, ahora, creemos que puede interpretarse en relación al antropónimo romano Paternus o Paternianus42, a modo de frase sincopada “trans Paternus” y traducirse como “después de o más allá de (lo de) Paterno”43, ¿La villa o locus de otro potentior o possesor? En nuestra opinión sí, pero tal vez debamos usar con mayor propiedad para este emplazamiento el término de castrum o castellum, con el sentido descrito por San Isidoro. EL PAISAJE ENRISCADO: LOS CASTELLA Y LAS CLAUSURAS Vacías de signi cación política, funcionalidad administrativa, potencia económica y capacidad de estructuración social las aparentemente numerosas ciudades romanas en el ámbito del Ducado de Cantabria, cuando no directamente abandonadas muchas de ellas en estos momentos, vemos su escasa representatividad como forma dominante de poblamiento. Su mínima materialización urbanística nos habla de que su calidad urbana se basó más en las funciones administrativas que desempeñaban para el Imperio que en su realidad física. Por ello, de forma paralela, parece consolidarse progresiva y paulatinamente un hábitat rural, articulado inicialmente en torno a las villas. Ciertamente, para estos momentos, éstas también parecen un valor devaluado en relación a las antiguas villae romanas. En realidad, aunque las fuentes sigan denominando así a unas y otras, lo que estamos viendo surgir y consolidarse como elementos de articulación territorial, desde época bajoimperial y sobretodo visigoda, son viejas formas de poblamiento, poco urbano pese a que en algunos casos puede llagar a ser una agrupación habitacional considerable. Además, tras la prolongada fase de inestabilidad del siglo III y más especial y directamente la del siglo V, muchos de estos poblados rurales buscarán la protección de un emplazamiento enriscado, en lugares estratégicos, aunque no necesariamente en castros prerromanos reutilizados. Son los castella, otra forma de habitación rural de la que nos hablan las fuentes y que en muchos casos serán ya enclaves con solución de continuidad en los siglos posteriores. (Abásolo, 1984: 360-316. Arce, 1982: 65-67).

41. Sobre la di cultad etimológica y, consecuentemente, las más pintorescas interpretaciones puede verse RIVERO-MENESES, J.Mª, 1984, Cantabria cuna de la humanidad. 2 vols. Ed. Cámara, Santander. 42. Paternus y Patierna (fem.), o Paternianus, son antropónimos documentados en la zona con varios epígrafes de estelas funerarias romanas -de Ranera y Barcina de los Montes-. Se trata de un cognomen de clara raíz latina. ELORZA, J.C. y ABÁSOLO, J.A. (1974) “Un posible centro de culta de época romana en la Bureba (Burgos)”, en Durius, 1974, fas.1, pp. 114-120. 43. CADIÑANOS, 2002: 73.

La caracterización principal de este tipo de agrupación habitacional, al margen de su tamaño y su estructuración urbana, muy parecida en esencia a los modelos aldeanos vistos con anterioridad, es la de contar con defensas, naturales y, generalmente, arti ciales. Esta realidad física seguramente denota también alguna diferencia sociológica, y desde luego funcional, respecto a los otros tipos de poblamiento rural44. Posiblemente estamos hablando del asentamiento en ellos de un colectivo humano de funcionalidad militar y no esencialmente agraria, lo que dada la estructuración sociopolítica del reino visigodo podría denotar el establecimiento de miembros de una cierta élite, dotada de poderes delegados en tanto que responsables últimos de la seguridad de ciertos pasos estratégicos o zonas peligrosas. Desde luego la función de control de rutas estratégicas y protección de núcleos importantes parece ser el origen de este tipo de asentamientos en época bajoimperial (Nuño, 1999:176-177), fecha a partir de la cual se irá produciendo su transformación de asentamiento militar hacia asentamiento también poblacional. 45 Pregunta oportuna es si, a partir de este proceso, el enclave pudo convertirse en centro aglutinante y articulador desde el punto de vista jurisdiccional y militar de distritos rurales, pre gurando lo que con el tiempo llegarían a ser las castellanías del feudalismo clásico46… tema en el que ahora no podremos entrar pero que en nuestro caso parece tener no poca relevancia a tenor de los hechos posteriores, cuando varios de estos lugares sean considerados poblaciones de interés prioritario y control territorial en la política de resistencia asturiana contra los musulmanes47 (García Moreno, 1998: 207-208), o puntos de necesaria destrucción por parte de los islamitas en sus primeras campañas de contrataque. Mijangos, Tedeja y Reyes Godos parecen ser un claro ejemplo de ello48, como hemos apuntado, pero hay otros paradigmas en la zona, conocidos ya hace algunos años, como por ejemplo Monte Cildá (Olleros de Pisuerga,

44. NUÑO (1999:177), habla de “puestos militarizados” señalando que esta pudo ser la misión de las tropas regulares asentadas en la Península Ibérica en el siglo IV relacionadas por la Notitia Dignitatum. 45. Es signi cativo en este sentido el que los materiales de los escasos yacimientos de este tipo excavados hasta la fecha –por ejemplo el Castro de La Yecla- sean tanto o más elementos de funcionalidad productiva agropecuaria que ajuares de funcionalidad militar. (GARCÍA MORENO, 1989: 207). 46. La posibilidad se deriva de dos noticias procedentes de los últimos momentos del Reino Visigodo de Toledo, una ley de Ervigio que supone la existencia de una autoridad civil distinta del obispo para castigar las blasfemias en un castrum, y la personalidad jurídica y administrativa señalada en el XVIII Congreso de Toledo para las clausurae del Pirineo catalán. GARCÍA MORENO, 1989: 207) 47. Son varias de las plazas atacadas, destruidas y despobladas por las campañas de Alfonso I, según la Crónica de Alfonso III.


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Palencia). Además, cada día se detectan asentamientos enriscados nuevos en el reborde meridional de la Cordillera Cantábrica, sobre los pasos naturales que permiten cruzarla. (Novo, 1992, 114-116. Nuño, 1999). De acuerdo con la bibliografía publicada49, la antigua Vellica prerromana, es un antiguo castro cántabro que tras la conquista por Roma fue romanizado; la población, desde nales del siglo primero de nuestra era bajó al valle50, a Mave, donde quedó jada hasta el siglo IV en que vuelve a recuperar el antiguo emplazamiento, ya que ante los diversos avatares de esos tiempos un lugar bien defendido y en posición estratégica parece ser un hábitat más conveniente y con mejor futuro. Así se reconstruyen las murallas en este siglo V. Conquistada Cantabria por Leovigildo en el 574, la fortaleza fue tomada y reocupada, mostrando sus principales niveles de ocupación durante el paréntesis del VI al VIII, después parece que se vuelve a abandonar la plaza, manteniendo episodios de reutilización en el contexto de la Reconquista hasta el siglo X d.C. (García Guinea, 1973: 45:48). Sin embargo, hay que señalar que nada de su estructura urbana nos es conocido51, si bien, lo excavado se centró básicamente en sus murallas52. Veamos pues algún otro ejemplo de lo que decimos. En 1993 se realizó una excavación de urgencia en la carretera nacional 232 a su paso por la Conchas de Haro, un corto pero angosto des ladero tallado por el río Ebro antes de entrar en su tramo riojano. Sobre él, dado lo estratégico del paso, ya se conocía un castro prerromano, Buradón53, así como una serie de castillos alto54 y plenomedievales que, desde cada ribera, defendieron la frontera entre Castilla y Navarra durante siglos.

48. No deja de ser curioso en este sentido que las campañas de 865 y 866 contra las tierras gobernadas por Rodrigo, que tienen por destino, según las fuentes musulmanas, los distritos más importantes para el incipiente poder cristiano, señalen, expresamente a Mijangos, a cuyo frente identi can un “príncipe” (banu Gómez) distinto del Conde. (MARTÍNEZ DÍEZ, 1986: 54) La secuencia estratigrá ca y las fases constructivas de Mijangos son coincidentes con esta periodización, lo mismo que la ocultación del altar de Santa María de los Reyes Godos (LECANDA y MONREAL, 2002: 69-70) o la instalación de un faro/guarda musulmán en la fortaleza de Tedeja (LECANDA, LORENZO y PASTOR, 2008: 255-258). 49. GARCÍA GUINEA, GONZÁLEZ ECHEGARAY y SAN MIGUEL, 1966 y GARCÍA GUINEA, 1973. 50. GARCÍA GUINEA, 1973: 6-7. 51. Al oeste de la plataforma, en su interior, más allá de las murallas, se excavó en 1963 una cabaña circular de tipo cántabro, y en la zona sur se documentaron una serie de compartimentos rectangulares que, por el conjunto cerámico recuperado, debe poner se en relación con la ocupación plenomedieval del cerro. (GARCÍA GUINEA, GONZÁLEZ ECHEGARAY y SAN MIGUEL, 1966: 13-14). 52. Campañas de 1963 a 1965 y de 1966 a 1969 (GARCÍA GUINEA, 1973: 5-6). 53. Incluido ya con anterioridad en el inventariado arqueológico por la Diputación Foral de Álava. 54. Documentado en registros del 964.

Lo novedoso de la intervención fue la documentación de una secuencia estratigrá ca donde tiene gran peso un nivel de hábitat tardoantigüo, datable entre el siglo IV y VI de nuestra era, y al que le sucede directamente un nivel altomedieval con iglesia prerrománica incluida. (Martínez y Unzueta, 1994: 46) Iglesia que presenta diversas fases constructivas y tiene su comienzo en un templo de basilical, con piscina bautismal a los pies. Amortizada parcialmente después, sufrió la anexión de una cabecera de planta de herradura en el siglo X y otras, que ahora nos importan menos, en época plenomedieval. A su alrededor se documenta una agrupación poblacional de carácter rural, con construcciones domésticas distribuidas en terrazas escalonadas que permiten una tipo de construcción sencilla, a un agua, de dimensiones pequeñas, al pie de una construcción defensiva previa reutilizada y que permite cerrar, controlar, el des ladero. El establecimiento de esta comunidad aquí no debió producirse de forma unitaria sino de forma gradual, en un proceso que se inicia en el siglo IV y culmina en el VI d.C. tal y como muestra la cerámica55 y la secuencia estratigrá ca. Sus excavadores no dudan en identi carlo como un castellum, voz de difusa signi cación todavía, pues tanto sirve para describir una villa forti cada como un asentamiento en altura, que ahora recuperan su doble papel de puesto militar y hábitat civil, actuando como clausuras sobre vías estratégicas. (Martínez y Unzueta,1994: 58-59). CONCLUSIONES La reconversión de nitiva del paisaje urbano de la submeseta norte, iniciado en el siglo IV y acelerado tras las nuevas convulsiones del V, se culmina en época visigoda; tras la estabilización, la realidad cotidiana naliza el proceso de forma natural, sustituyéndose el decadente paisaje urbano por otro habitacional claramente rural, articulado en torno a las villae/locus y vicus tanto como en los castrum/castella, más receptivos y adaptados a las nuevas realidades estructurales. Hay, eso sí, una diferente proporción y distribución territorial entre los llanos y la montaña, en virtud de sus distintos ritmos estructurales, como hemos podido comprobar para el territorio burgalés. (Lecanda y Palomino, 2000). Resulta signi cativo que desde los primeros momentos en que se reconocieron yacimientos asignables al mundo visigodos en el territorio burgalés, se detectó una mayoritaria presencia de este colectivo fuera de las grandes urbes y centros de poder anteriores56 (Martínez Díez, 1984: 477-479).

55. Terra sigillata estampada y gris. (MARTÍNEZ y UNZUETA, 1994: 54-55) 56. Los yacimientos eran el castro de la Yecla de Silos o Quintanilla de las Viñas y algunos materiales en Clunia, pero sobre todo necrópolis y hallazgos sueltos en Amaya, Barbadillo del Mercado, Hinojar del Rey, Castrillo del Val, San Millán de San Zadornil…


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Esta ruptura con los paradigmas poblacionales anteriores provocó no pocas di cultades interpretativas, pero las intervenciones arqueológicas de los últimos años en Burgos (Mijangos, Santa María de los Reyes Godos, Peña Amaya, etc.) o Álava (Buradón, Berberana, etc.), parece que han arrojado cierta luz sobre el tema, al hacer posible la comprobación material de lo que las viejas fuentes isidorianas ya señalaban: un claro predominio rural y enriscado. Esta inversión tipológica nos llevará a la visualización de un “paisaje urbano” donde los núcleos habitacionales, morfológicamente, no dispondrán de verdaderas características urbanas más allá de su posible tamaño signi cativo. En realidad, ante el difícil cotejo de la realidad institucional descrita en las fuentes isidorianas o en el Liber Iudiciorum con las realidades materiales concretas, cabe pensar que las diferencias entre estos enclaves pueden llegar a ser realmente importantes. A pesar de eso, la mayor parte de ellos serían pequeñas y pobres aldeas, siendo lo más normal que no sobrepasen el centenar de individuos, agrupados en torno a una construcción religiosa de tipo basilical, rustica, con su correspondiente necrópolis, en un conjunto de viviendas campesinas, pobres materialmente, pequeñas en dimensiones57, simples en su distribución interna58 y yuxtapuestas en su ordenación de conjunto. Casos expresivos son el del poblado de El Bovalar, en Serós, Lérida (García Moreno, 1998: 208) ó la Dehesa del Canal, en Pelayos, Salamanca (Storch, 1998) 59. Estos cambios en el paisaje urbano pueden ayudarnos a comprender procesos históricos de vital importancia, por constituir el punto de partida para la transformación estructural que se producirá desde este momento y que nos conducirá, ya en el Medioevo, a una sociedad feudal.

57. Aunque García Moreno habla de una de 84 m2 en Herrera de Pisuerga, lo más frecuente es que apenas alcancen los 20 m2 cubiertos. Según San Isidoro, casae: “morada rústica con cubierta a base de palos, matojos y cañas, que sirve a sus habitantes como protección del rigor del frío y del azote del calor”. 58. En el caso citado en la nota anterior, tres habitaciones y patio. Más frecuente una o dos. 59. Un conjunto de una docena de viviendas agrupadas a la vera de un pequeño curso de agua, que se disponen yuxtapuestas; de planta rectangular inmersa en un recinto de mayores dimensiones, a modo de encerradero de ganado, las viviendas son de uno o dos ambientes, sin suelos, se levantan en piedra hasta medio alzado, continuando luego con una arquitectura de madera que soportaría una cubierta también de tipo vegetal. El núcleo, carente de cualquier característica propiamente urbana, parece contar con muros delimitadores o protectores por algunas de sus orientaciones. Tres kilómetros aguas abajo se encuentra el Cuarto de En Medio, donde se documenta un conjunto arquitectónico de gran interés, un cenobio o monasterio, con edi cio de planta basilical incluido.

En el Ducado de Cantabria, partiendo del modelo castellum/clausura es posible empezar reconstruir este proceso, muestra del cual, a pequeña escala, sin duda, pero su cientemente expresivo, es el Des ladero de La Horadada y lo que narran las crónicas sobre la situación política de la naciente Castilla en el 865, cuando el futuro condado es todavía un mosaico de pequeños entes territoriales, nacidos por lo general del territorium adscrito a cada una de esas clausurae, bajo la tutela de diversos aristócratas locales a los que las fuentes musulmanas llaman, pomposamente para engrandecer sus victorias, “príncipes”: Mijangos, Oca, Álava, Castilla… (Novo, 1992: 36) Esta estructura militar, creada60 en época de Leovigildo según modelos bizantinos (Cadiñanos,2002: 41-53), será consolidada a lo largo del periodo hispanovisigodo. No cabe cuestionarse el modelo alegando que no funcionó lo que se re ere al establecimiento de ciudades de retaguardia, porque en nuestro caso y como ya hemos visto, si llegaron a existir tuvieron una escasa vida y, desde luego, los visigodos no fueron capaces ni de mantenerlas ni de crearlas: Oca y Amaya no fueron, físicamente, más allá de agrupaciones rurales. Lo que sí tuvo gran éxito fue el establecimiento de esa primera línea a base de castellum y clausuras en las zonas más amenazadas (Septimania, o sureste español) o bien menos integradas en la estructura propia del reino, como el norte peninsular (García Moreno,1989: 331-332), y en que a partir de ellas surgieran nuevas unidades de administración territorial y de articulación social, locus y villae/vicus, en ambos casos, con capacidad para proyectarse con éxito hacia los nuevos tiempos del medioevo.

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60. Adaptada por Leovilgildo, sería más correcto decir, de los modelos bizantinos de exarcados e incluso de su frontera en Spania. (GARCIA MORENO, 1989: 331)


23 8 J.A. LECANDA: CIVITAS, CASTELLUM, VICUS AUT VILLA EN EL DUCADO DE CANTABRIA. EL PANORAMA URBANO...

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ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 239 - 245

CIUDAD Y TERRITORIO EN CATALUÑA DURANTE EL SIGLO VIII

Nuestra aportación rastrea la información disponible sobre las sedes episcopales del área catalana durante el siglo VIII, añadiendo los principales resultados que aquí hemos obtenido al estudiar el desarrollo de su antigua organización territorial durante esta fase histórica1. Esta centuria concierne la totalidad del periodo islámico en buena parte del ámbito estricto de la denominada Catalunya Vella, cuyos territorios fueron incorporados progresivamente a la soberanía franca, hasta rendir la ciudad de Barcelona en el año 801. Aquí, de norte a sur, el periodo islámico apenas sumaría 40 años o poco más en el sector narbonés, cerca de 70 años en las comarcas de Girona y unos 85 años en las de Barcelona. Pese a su brevedad, este espacio de tiempo fue su ciente para que los conquistadores árabes aplicasen un proyecto de estado vigoroso y original, si bien fracasado nalmente ante el renovado imperio cristiano de Carlomagno. CIUDADES, OBISPOS Y OBISPADOS Durante la antigüedad clásica ciudad y territorio forman un todo homogéneo, una unidad que engloba los términos de polis y de civitas, distinguiéndose netamente de otras concepciones territoriales generadas durante la Edad Media, tanto en Cataluña como en el conjunto de Hispania. De hecho, cada ciudad poseía un ager especí co y un territorio propio cuyos límites fueron claramente jados para distinguirlo de otros territoria vecinos que, a su vez, podían gravitar sobre aquella ciudad. Pese a las profundas transformaciones que sufrieron las ciudades durante la antigüedad tardía, todo parece indicar que la organización territorial clásica aún se mantuvo, preservándose, en el ámbito de las primitivas diócesis episcopales. En cualquier caso, la reforma más duradera que generó el Bajo Imperio parece corresponder a la jación de las sedes episcopales cristianas hacia el siglo IV, cuando se legaliza y se o cializa esta religión, un proceso que

atribuye nuevas jurisdicciones a los obispos en el contexto de una sociedad que deriva hacia la teocracia. Pero sólo un reducido grupo de antiguas ciudades recibieron la consideración de sede episcopal, tal vez aquellas que por entonces ejercían competencias territoriales más destacadas, todas ellas situadas en la proximidad de las redes viarias y portuarias principales. Este reducido elenco de antiguas ciudades fue gobernado desde entonces por obispos vinculados a ilustres familias senatoriales y, después, por miembros de la aristocracia hispanovisigoda, incluso más allá de la conquista musulmana. De hecho, hoy cabe relativizar el impacto que inicialmente pudo tener la ocupación islámica sobre la iglesia hispánica, no siendo tan devastador como a menudo supone nuestra tradición historiográ ca. Sin que la conquista islámica estuviese exenta de episodios violentos que precedieron pactos de rendición, la devastación genérica que a menudo se invoca suele ser, tan sólo, una escusa para obviar los problemas que el siglo VIII aún plantea a los historiadores y que constituyen un reto en si mismos. El nutrido grupo de profesionales que viene estudiando el proceso de formación de al-Andalus durante las últimas décadas sabe, por experiencia, que ésta no es tarea fácil y conoce hasta que punto aquella tradición catastro sta ha in uenciado el despegue de la práctica arqueológica. Por haber reconducido la problemática propia de nuestro sector, hoy resulta especialmente útil el planteamiento analítico de Manuel Acién, quien no encuentra diferencias substanciales con el sur de al-Andalus, donde los mismos obispos siguieron colaborado con el nuevo estado musulmán y con su administración territorial. Así, su examen de las fuentes narbonenses y tarraconenses destaca la resistencia que las ciudades de estos distritos opusieron al avance franco y las reticencias carolingias a la hora de conceder nuevas dotaciones a sus sedes2. Como en el conjunto de la Narbonensis, también en el ámbito estricto de las diez sedes del área catalana se observa

1. Investigación que hoy prosigue en el marco del proyecto Organización scal y ocupación del territorio durante la Alta Edad Media (HAR2009-07874), nanciado por la Subdirección General de Proyectos de Investigación y ejecutado por el Grup de Recerca Emergent sobre Ocupació, organització i defensa del territori medieval (OCORDE), 2009 SGR 727, con el reconcimiento y apoyo de la Agència de Gestió d’Ajuts Universitaris i de Recerca de la Generalitat de Catalunya.

2. ACIÉN, M.: Fracaso del “incastellamento” e imposición de la sociedad islámica. El nal de los elementos feudales en al-Andalus, “L’incastellamento”. Actes des rencontres de Gérone (1992) et de Rome (1994), M. Barceló et P. Toubert (dirs.), École Française de Rome - Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, Roma 1998, p. 291-305; La herencia del protofeudalismo visigodo frente a la imposición del Estado islámico, Anejos de AEspA 23 (2000) p. 429-441.


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que la mayoría de enclaves episcopales ofrece síntomas su cientes de permanencia durante todo el siglo VIII, resultando mucho más traumáticas, paradójicamente, las consecuencias que para esta iglesia supuso la conquista carolingia. Baste con considerar los datos más relevantes. Pero para prevenir una precipitada valoración continuista del aparato episcopal visigodo en al-Andalus temprano, cabe comenzar, no obstante, por plantear las posibles excepciones a la norma, empezando por el notable ejemplo de Tarraco, su sede metropolitana, que pudo extinguirse como tal tras la precipitada huida de su arzobispo Próspero en tiempos de la conquista. De hecho, al-Razi relata que la ciudad fue destruida entonces por Tariq, mientras que otros textos árabes distinguen el lugar por sus antiguos monumentos y por seguir siendo titular de un extenso distrito, pese a ver reducida su consideración a simple aldea3. Con una topografía eclesiástica tardoantigua sólo conocida parcialmente, sobre su primitiva catedral apenas si se cuenta con indicios indirectos que sugieren localizarla intramuros, en el antiguo recinto de culto, mientras que la práctica arqueológica hoy con rmaría, al menos, la desaparición de Tarraco como urbe activa a partir del siglo VIII4. Por ahora resulta imposible saber cómo se resolvió la sucesión episcopal en esta sede, si bien resulta evidente que la acción de Tariq habría conseguido decapitar el gobierno provincial, así como hizo previamente en Toledo, una acción que a largo plazo acabaría por bene ciar la extensión del arzobispado narbonés. Otra sede episcopal que pudo extinguirse con la conquista musulmana sería la de Emporiae, aunque los datos disponibles tampoco son concluyentes. Así, en el plano arqueológico cabe destacar que hoy aún se ignora el emplazamiento exacto de su catedral, si bien se conocen diferentes edi cios de culto con sus respectivas áreas cementeriales. Aquí destacan la basílica y las diversas necrópolis existentes entre las ruinas de la Neápolis, un conjunto funerario que se relaciona con el obispado y cuyo abandono consideran sus últimos analistas que se habría producido hacia el segundo cuarto del siglo VIII, no disponiendo de dataciones absolutas5. Poco puede a rmarse, en cambio, sobre su iglesia catedral, cuyo localización hipotética tanto se postula en la Paleápolis forti cada de Sant Martí d’Empúries, sede condal considerada civitate por un texto del año 843, como en el entorno de Santa 3. BRAMON, D.: De quan érem o no musulmans. Textos del 713 a 1010, Vic-Barcelona 2000, p. 118-123. 4. MACIAS, J. Mª; et alii: De seu del Concili Provincial a Seu Metropolitana. Treballs arqueològics a la Catedral de Tarragona (2000-2003), Arqueologia Medieval. Revista Catalana d’Arqueologia Medieval 3 (2008) p. 8-29. GODOY, C.: Topogra a cristiana de Tàrraco segons l’Oracional de Verona, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 81-83. 5. NOLLA, J. Mª; SAGRERA, J.: Civitatis Impuritanae coementeria. Les necrópolis tardanes de la Neàpolis. Estudi General 15, Universitat de Girona, Girona 1995.

Margarida d’Empúries, una antigua basílica parcialmente conocida que aún se reformaría en época carolingia, como ocurre en el conjunto funerario cercano de Santa Magdalena d’Empúries6. Cabe añadir aún que la conquista musulmana parece encontrar en estos territorios una seria resistencia a su avance, especialmente en el territorium Petralatanse contiguo, en la vertiente meridional del Pirineo marítimo: aquí el castellum visigodo de Puig-rom en Roses debió abandonarse por entonces7; aquí también dos tradiciones textuales con uyen en señalar la existencia del antiguo monasterio de Santa Maria de Magrigul o Magregesum que, con sus iglesias, sería devastado y abandonado durante la conquista musulmana, fracasando los intentos de restaurarlo con la ofensiva carolingia de nes del siglo VIII, cuando habría ardido toda la montaña de Roses8. En cualquier caso, la de nitiva desaparición de la sede episcopal de Empúries es ya un hecho consumado en época franca, cuando sus territorios se incorporan de nitivamente al obispado de Girona, si bien también es cierto que durante todo el siglo IX tiende a perpetuarse una dinastía condal ampurdanesa que ejerce su in uencia en ambas ciudades. Sobre otras dos sedes inexistentes en época carolingia también suele a rmarse que habrían desaparecido con la conquista islámica. Sin datos precisos, uno de estos casos lo constituye la sede episcopal de Osona (Auso)9, donde la conquista carolingia de nes del siglo VIII no mostró interés alguno en restaurarla, priorizando en cambió la forti cación de antiguos oppida como el de Roda de Ter. Además, hacia los años 826-827 esta última “civitate” fué destruida tras una sublevación, mientras que Osona y otros distritos de Cataluña central aún se reintegraron durante medio siglo a la órbita andalusí, siendo nalmente el conde Guifré de Cerdanya quien repuso esta sede tras su propia conquista10. 6. AQUILUÉ, X.; NOLLA, J. Mª: Basílica de Santa Magdalena d’Empúries, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 199-200; Basílica de Santa Margarida d’Empúries, Idem, p. 200-201. 7. PALOL, P. DE: El castre de Puig Rom, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 158-159. 8. Una de las tradiciones sobre las incidencias en este monasterio se contiene en un falso precepto de Carlomagno para Sant Policarp de Rasés, en la Narbonense, que habría sido elaborado hacia nales del siglo IX. ABADAL, R D’: Catalunya Carolíngia I-1. El domini carolingi a Catalunya, Barcelona 1986, p. 101 y 253. MÜHLBACHER, E.: Die urkunden Pippins, Karlmanns und Karls des Grossen. Monumenta Germaniae Historica. Diplomatum Carolinorum 1, Hannover 1906, p. 458-460. Otra tradición distinta se recoge en la copia de una donación condal del año 976 al monasterio de Santa Maria de Roses, donde se inserta la segunda parte de los hechos referidos. MARQUÈS, J. M: El Cartoral de Santa Maria de Roses (segles X XIII), Barcelona 1986, p. 27-28. 9. CABALLÉ, A.; MOLAS, M. D.; OLLICH, I.: La ciutat d’Ausa (o Auso), Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 92-94. 10. OLLICH, I.: Roda: l’Esquerda. La ciutat carolíngia, Catalunya a l’època carolíngia. Art i cultura abans del romànic (segles IX i X), Barcelona 1999, p. 84-88.


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En cambio, el ejemplo de Egara hoy ofrece argumentos su cientes para defender la continuidad de su obispado durante todo el siglo VIII11. Con un grado extraordinario de conservación, este conjunto episcopal ha sido objeto de excavaciones arqueológicas recientes en toda su extensión, desentrañando así su secuencia evolutiva y con rmando la persistencia de sus edi cios en época islámica, sin que se aprecien cambios signi cativos hasta bien avanzado el periodo carolingio12. Sin embargo, el dominio franco del distrito comportó la pérdida de su rango episcopal y la transferencia de su capitalidad territorial al Terracium castellum contiguo, ahora subordinado en régimen suburbial (suburbium) a la ciudad de Barcelona13. Resulta paradigmático, en cualquier caso, el ejemplo de la diócesis de Urgell sobre las tensiones a que estuvieron sometidos los obispos hacia el nal de este agitado siglo VIII. Aquí la conquista carolingia se abrió con el conocido proceso teológico contra el adopcionismo, que juzgó repetidamente a su obispo Félix acusándole de herejía, condenándole y forzando su destierro. Tal proceso también condena, de hecho, a la iglesia hispánica en su conjunto y al arzobispo Elipando de Toledo en particular, a cuya autoridad Félix se mantuvo el durante el con icto14. Pero la problemática especí ca que afecta este caso se comprende mejor si se identi ca el emplazamiento primitivo que parece ocupar la sede urgelitana en la antigua ciudad de Guissona (Lleida), una propuesta que venimos defendiendo desde hace una década con el apoyo de diferentes indicios: en el plano arqueológico, la ciudad romana de Iesso se abandona de nitivamente en el transcurso del siglo IV, constituyéndose por entonces un potente enclave cementerial o cultual contiguo donde, más tarde, se levanta un núcleo forti cado15; la posición en campo abierto que ocupa este lugar, a levante de los llanos de Urgell, le hace especialmente vulnerable a las acciones del ejército franco que desde nes del siglo VIII ocupa las comarcas del Pirineo, aunque no consigue someter Guissona hasta comienzos del siglo XI; pero, como es

11. SOLER, J.: El territori d’Ègara, des de la seu episcopal ns al castrum Terracense (segles V-X). Alguns residus antics en la toponímia altmedieval, Terme 18 (2003) p. 59-95. 12. GARCIA, G.; MORO, A.; TUSET, F.: De conjunt paleocristià i catedralici a conjunt parroquial. Transformacions i canvis d’ús de les esglésies de Sant Pere de Terrassa. Segles IV al XVIII, Terme. Revista d’història 18 (2003) p. 29-57; La seu episcopal d’Ègara. Arqueologia d’un conjunt cristià del segle IV al IX, Institut Català d’Arqueologia Clàssica, Tarragona 2009. 13. SOLER, J.: El territori d’Ègara, des de la seu episcopal ns al castrum Terracense (segles V-X). Alguns residus antics en la toponímia altmedieval, Terme 18, (2003) p. 80-87. 14. ABADAL, R. D’: La batalla del Adopcionismo en la desintegración de la Iglesia visigoda, discurso de ingreso a la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona, Barcelona 1949; Catalunya Carolíngia. El domini carolingi a Catalunya I, Barcelona 1986, p. 93-181. 15. DDAA: Iesso. Guissona. La descoberta d’una ciutat romana, Patronat d’Arqueologia de Guissona, Guissona 2006.

sabido, las primeras acciones carolingias se emprenden contra la autoridad del obispo de Urgellum, a quien se captura y desposee, trasladando y regenerando la sede diocesana en su de nitivo enclave de La Seu d’Urgell; en cualquier caso, éste último lugar no cuenta con argumentos su cientes que avalen su antigua eminencia, denominándose villa Vico y localizándose in suburbio urgellitano en la primera documentación local. Al otro extremo de la antigua Tarraconensis, este episodio evoca el desenlace de la sede episcopal de Osma por entonces, con su obispo Etéreo fugitivo y refugiado en Liébana junto a Beato, ambos personajes relevantes por su oposición a la jerarquía toledana, siguiendo el posicionamiento que adopta el reino astur durante el con icto adopcionista. Como sucede en Urgell, apenas nada puede aducirse contra la continuidad de las cinco sedes episcopales restantes de nuestro sector durante todo el siglo VIII, sin otro argumento que el silencio de una documentación muy escasa para defender su abandono. Así sucede en la vertiente norte del Pirineo con la sede rosellonesa de Elna, estrechamente vinculada al devenir de Narbona y de Ruscino, donde el ejército musulmán estuvo presente17. La sede rosellonesa ocupa el enclave de un castrum creado hacia el siglo IV sobre las ruinas de la antigua Illiberris y sabemos que disponía de obispo hacia el año 783, ya bajo dominio franco18. También consideramos que pudo ser titular de esta sede el obispo Nambado, quien pereció durante la revuelta del caudillo berebere Munusa en el año 731. Entregada la ciudad a los francos hacia el año 785, el caso de la sede episcopal de Girona no debió ser distinto, aunque aquí no se documente su obispo hasta el año 817. Inicialmente, su complejo episcopal debió situarse extramuros y en el entorno de la iglesia martirial del patrón de la urbe, mientras que, intramuros, se mantuvo la estructura del foro, aunque añadiendo un nuevo gran edi cio a sus pies hacia nes del siglo V. En cualquier caso, cabría esperar hasta época carolingia para que se realizasen reformas de consideración en este espacio público, ampliando la muralla norte de la ciudad e incorporando de nitivamente su sede episcopal al antiguo espacio sacro19.

16. MARTÍ, R.; VILADRICH, M. M.: Guissona, origen del bisbat d’Urgell, El Comtat d’Urgell 4, Lleida 2000, p. 37-66. 17. MARICHAL, R.; SÉNAC, PH.: Ruscino : un établissement musulman du VIIIe siècle, Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIè-XIè siècle): la transition, Ph. Sénac (ed.), CNRS - Université de Toulouse - Le Mirail, Toulouse 2007, p. 67-93. 18. PONSICH, P.: Vila d’Elna, Catalunya romànica. El Rosselló 14, Barcelona 1993, p. 196199. 19. NOLLA, J. Mª; et alii: Del fòrum a la plaça de la Catedral. Evolució historicourbanística del sector septentrional de la ciutat de Girona, Ajuntament de Girona - Universitat de Girona, Girona 2008.


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Como en Girona, también en Barcelona el espacio episcopal visigodo no sería completamente remodelado hasta pleno siglo IX, una transformación que se coordina con el desarrollo del palacio condal carolingio20. Situadas intramuros, las estructuras que hoy conocemos del conjunto catedralicio tardoantiguo de Barcino incluyen el palacio del obispo con dos de sus iglesias, un baptisterio y otros espacios anexos, sin que se consideren cambios substanciales en época musulmana21. Finalmente, los casos de Tortosa y de Lleida cierran la serie, representando la propia evolución de las ciudades andalusíes más allá de nuestro periodo de interés. En cuanto a Dertosa los datos arqueológicos disponibles son muy limitados y sólo evidencian puntualmente ciertos sectores de habitación o de necrópolis, sin aportar información alguna sobre el conjunto episcopal primitivo22. En cualquier caso, la vitalidad de esta antigua ciudad y de sus distritos en época andalusí quedó bien probada por su resistencia ante las persistentes expediciones que el ejército franco lanzó contra ella a inicios del siglo IX. Por su parte, en el caso de la ciudad de Ilerda los datos arqueológicos de época tardoantigua no superarían el umbral del siglo V, sin que pueda precisarse apenas nada sobre el primitivo enclave catedralicio23. Cabe considerar, no obstante, que ésta sede debió proseguir su actividad diocesana hasta tiempos muy avanzados. Así se comprueba en el año 987 al documentar al presbítero Fortún como juez de todos los cristianos de Lleida y ejerciendo sus funciones en la lejana población de Aguilaniu, donde se percibió el impuesto correspondiente (azeka) al regular el uso de unas salinas entre dos comunidades rurales24. Cabe concluir, por tanto, que si la continuidad episcopal parece haber sido mayoritaria durante el primer siglo de formación de al-Andalus, también es cierto que la organización diocesana preexistente debió mantenerse como marco territorial de encuadramiento de la población dimmi sometida al nuevo estado. Por su parte, el distrito o a’mal árabe debió comenzar por adaptarse a los territoria vigentes, aunque incorporando precoces iniciativas que iban a implicar profundas transformaciones de orden social y también territorial.

21. BELTRÁN, J. (DIR.): De Barcino a Barcinona (segles I-VII). Les restes arqueològiques de la plaça del Rei de Barcelona, Ajuntament de Barcelona, Barcelona 2001. 22. ARBELOA, J. M.: Ciutat de Dertosa, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 83-84. 23. PÉREZ, A.: Ciutat d’Ilerda, Del Romà al romànic. Història, art i cultura de la Tarraconense entre els segles IV i X, Barcelona 1999, p. 95-96. 24. ABADAL, R. D’: Catalunya carolíngia. Els comtats de Pallars i Ribagorça III-2, Barcelona 1955, doc. 270.

PALACIOS Y FAROS, FUNDAMENTOS DEL PRIMER ESTADO ANDALUSÍ Desalojado el poder visigodo del dominio militar o político y ocupadas sus ciudades, el nuevo poder musulmán aún impuso, diseñó y desarrolló su propio modelo de gestión a muy corto plazo, tanto en materia logística como en defensa territorial. Hoy tales cambios se revelan con nitidez en nuestra área, donde las primeras manifestaciones propiamente andalusíes delatan la implantación de un sólido proyecto de estado que se aplica sobre el conjunto del territorio y que se dota con una compleja red de enclaves scales y con sistemas de vigilancia y de alerta que son originales. Así sucede en el plano logístico con la creación inmediata de un extenso dispositivo de enclaves rurales que reciben la denominación genérica de palatium u otros derivados suyos en las fuentes latinas ulteriores, equivalente al empleo que pueda tener el término balat en las fuentes árabes sobre el emirato andalusí. De hecho, en el área catalana, cuando se documentan estos palacios se trata siempre de simples topónimos carentes de signi cado, distinguiéndose netamente del carácter usual que aún presenta el término palatium en la documentación del resto del norte peninsular más allá del periodo islámico25. Nuestra hipótesis, enunciada hace una década, ha sido aplicada con éxito tanto en Cataluña como en los distritos de Narbona, concretándose un corpus que ya acumula cerca de 200 casos seguros, bien documentados en su mayor parte26. El carácter público reiterativo que se desprende del término palatium o su elevado número son los factores que nos permitieron plantear su correspondencia con el khums o quinto legal adscrito al estado omeya, una práctica institucional que también afectaría las tierras conquistadas y cuya aplicación en al-Andalus revestía ciertos problemas27. Esta práctica de quinteo ya se remonta a las conquistas iniciales protagonizadas por Tariq y Musa (años 711-713), mientras que, poco después, cuando llegó al-Samh (años 719-721) con un nuevo contingente de tropas árabes aún ejecutó órdenes del califa en el mismo sentido, justo antes que la muerte

25. GARCÍA DE CORTAZAR, J. A.; PEÑA, E.: El palatium, símbolo y centro de poder en los reinos de Navarra y Castilla en los siglos X a XII, Mayurqa 22 (1989) p. 281-296. 26. MARTÍ, R.: Palaus o almúnies scals a Catalunya i al-Andalus, Les sociétés méridionales à l’âge féodal. Hommage à Pierre Bonnassie, Toulouse 1999, p. 63-70. SOLER, J.; RUIZ, V.: Els palaus de Terrassa. Estudi de la presència musulmana al terme de Terrassa a través de la toponímia, Terme 14 (1999) p. 38-51. FOLCH, C.: Estratègies de conquesta i ocupació islàmica del nord-est de Catalunya, Quaderns de la Selva 15 (2003) p. 139-154. CANAL, J.; CANAL, E.; NOLLA, J. Mª; SAGRERA, J.: Girona, de Carlemany al feudalisme (785-1057). El trànsit de la ciutat antiga a l’època medieval (II), Ajuntament de Girona, Girona 2004. GIBERT, J.: Els palatia septimans: indicis de l’organització territorial andalusina al nord dels Pirineus, Anuari d’Estudis Medievals 37/1 (2007) p. 1-26. 27. CHALMETA, P.: Invasión e islamización, Madrid 1994, p. 227-230.


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Foto 1.- Obispados, faros y palacios en cataluña.

le sorprendiese en las fronteras de la Narbonense28. Sólo entonces puede darse por concluido el quinteo en esta parte de al-Andalus, permitiéndonos datar el origen de la institución durante la segunda década del siglo VIII o al comienzo de la siguiente. De este modo, con la red de palatia nos encontramos frente a un dispositivo vinculado al poder efectivo de los árabes y del ejército ocupante, vertebrado desde las ciudades conquistadas y que alcanza a todos los distritos. Su distribución territorial nos permite de nir dos tipos distintos de palatia según la posición que ocupan en el distrito. Los unos, periurbanos, se sitúan alrededor de una ciudad episcopal, de un centro territorial de otro tipo (vicus, villa) o de una forti cación relevante, controlando sus principales accesos y explotando una parte de su terrazgo (ager). Cabe anotar, no obstante, que los palacios periurbanos son raros en los agri inmediatos a las ciudades principales de Narbona, de Barcelona y de Tarragona, si bien proliferan en los territoria colindantes. En cualquier caso, la noción de pa-

28. BRAMON, D.: De quan érem o no musulmans. Textos del 713 a 1010, Vic-Barcelona 2000, p. 157.

lacio periurbano con rma nuestra propuesta sobre el rol que mantuvieron las sedes episcopales, puesto que los casos de Elena, Emporiae, Gerunda, Auso, Egara o Urgellum se encuentran, literalmente, rodeados por ellos. Los demás palacios, que son de hecho su gran mayoría, podemos denominarlos viarios o territoriales y se caracterizan, en cambio, por su dispersión estratégica sobre el conjunto de la red viaria, pudiendo constituir escalas o puntos de avituallamiento de guardias permanentes, de postas o de tropas en movimiento. Su relación con el primer estado andalusí se explicita puntualmente entre su onomástica scal redundante, como sucede con Palacio Salatane (= sultán), P. Fisco y P. de Reig. Otras veces su nombre alude directamente al origen étnico de sus ocupantes y así se registran hasta cuatro casos inequívocos de Palacio Moro, P. Maurorum o Palamors, si bien cabría dudar si se trata necesariamente de bereberes o si el término maurus también se aplica a los árabes. Son personajes árabes, en cualquier caso, los titulares de ciertos palacios, como sucede con un probable Abu Said (P. Auzido) en Barcelona o con un seguro Abu Tawr (P. Abtauri) en Girona. Como se ha observado, este último personaje posiblemente sea el mismo Abitauri que junto con Sulayman ibn al-Arabi entregaron rehenes a Carlomagno sobre sus ciudades de Huesca, Barcelona y Girona cuando el ejército franco llegó a las puertas de Zaragoza en el año 778, un detalle que sólo aportan los Annales Petaviani entre otras fuentes menos concisas29. No obstante, se viene identi cando Abitauri con su homónimo Abu Tawr ibn Qasi, a quien se atribuye el gobierno de Huesca, miembro de una ilustre genealogía muladí estudiada en profundidad recientemente30. Pero todo parece indicar que se trata de dos personajes distintos y que aquel acto de entrega de rehenes como garantía junto al titular de Barcelona sólo puede deberse al hecho de que un segundo cuerpo del ejército franco se desplazó hasta Zaragoza siguiendo la ruta del Pirineo oriental como se pactó previamente, atravesando sus distritos. Cabe relacionar además este Abu Tawr gerundense con la villa de Campdorà (< Campo Taurani) que se localiza en las cercanías de la puerta norte de Gerunda, tratándose posiblemente del mismo Abutaurus sarracenorum dux que hacia el año 790 y de acuerdo con otros habría enviado nuncios y

29. CANAL, J.; CANAL, E.; NOLLA, J. Mª; SAGRERA, J.: Girona, de Carlemany al feudalisme (785-1057). El trànsit de la ciutat antiga a l’època medieval (II), Ajuntament de Girona, Girona 2004, p. 18. ABADAL, R D’: Catalunya Carolíngia. El domini carolingi a Catalunya I-1, Barcelona 1986, p. 43 i 44. SÉNAC, PH.: Les Carolingiens et al-Andalus (VIIIe-IXe siècles), Maisonneuve et Larose, Paris 2002, p. 52-64. 30. LORENZO, J.: La dawla de los Banu Qasi. Origen, auge y caída de un linaje muladí en la Frontera Superior de al-Andalus, tesis doctoral inédita, Universidad del País Vasco, Vitoria 2008.


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regalos a la corte aquitana de Ludovico Pío pidiendo la paz, según relata el Astronómo en su tardía biografía. Los anales, en cambio, a rman que Girona habría sido librada a los francos por sus hombres (homines) en el año 785, hecho que no impide que fuese su propio gobernador árabe, Abu Tawr, quien la entregase. Él mismo y la guarnición franca instalada en la ciudad recibirían su castigo durante la expedición del ejército emiral del año 79331. Baste el desarrollo de este ejemplo concreto para certi car el alto rango que alcanzaron algunos de sus titulares y, así, bien pudo corresponder al mismo Munusa, perecido en Cerdanya, un P. Monnos cercano a la antigua Ruscino32. No obstante, entre sus titulares también se cuentan otros ejemplos cuya jación onomástica pertenece a la tradición indígena, latina o germánica, como ocurre con dos P. Rodegarii, P. Aries, P. Danum, P. Frugelli, P. Felmiro y, tal vez, P. Rafano, ejemplos que sugieren la posible participación de clientes muladíes en su gestión, aunque también puede tratarse puntualmente de propietarios ulteriores. Pero otros nombres aún delatarían arabismos, como P. Meserata (mazra’a = sembrado), P. Moronta (raíz rbt) y, posiblemente, P. Dalmalla. Otras veces su nombre compuesto sólo describe una característica del lugar, como ocurre en dos P. Siccus, P. Vitamenia y P. Serpentis, o aún alude a la antigüedad del asentamiento, como sucede en distintos P. Antiquum, P. Vetere o Vetulo y en P. Fractum. Pero la mayoría de palacios tan sólo recibe un nombre simple que no aporta mayores precisiones, si no son las que se desprenden de la forma diminutiva o plural del topónimo. En cualquier caso, se trata siempre de explotaciones agrarias inmediatas a sus campos, con dimensiones que se estiman reducidas o poco mayores, recibiendo habitualmente denominaciones como locus o villa en los primeros textos. Así se observó en el territorio del Berguedà (Barcelona) mediante prospección arqueológica, obteniendo muestras cerámicas altomedievales idóneas en los seis palatia que se identi caron, sin presencia de materiales antiguos en su entorno33. Pero si en el ámbito del Pirineo parece tratarse de fundaciones ex novo, en cambio, en las comarcas litorales y centrales ciertos palatia pueden con scar o reocupar asentamientos preexistentes. Así pudo ocurrir en buena parte de los casos ampurdaneses que sirvieron

31. ABADAL, R. D’: Catalunya Carolíngia. El domini carolingi a Catalunya I-1, Barcelona 1986, p. 74 y 83. BRAMON, D.: De quan érem o no musulmans. Textos del 713 a 1010, Vic-Barcelona 2000, p. 183-185. 32. GIBERT, J.: Els palatia septimans: indicis de l’organització territorial andalusina al nord dels Pirineus, Anuari d’Estudis Medievals 37/1 (2007) p. 1-26. 33. CAMPRUBÍ, J.; MARTÍ, R.: Evolució del poblament al Berguedà durant la transició medieval. Arqueologia, toponímia i documentació, Conquesta i estructuració territorial del Berguedà (s.IX-XI). La formació del comtat, Espai / Temps nº46, Universitat de Lleida, Lleida 2006, p. 213-221.

para postular su origen romano y así ocurre también en el Vallès, junto a Terrassa, donde se ha propuesto identi car con la fase nal de un asentamiento romano el emplazamiento del P. Fracto documentado, parcialmente excavado en los años ochenta y que contaba con un buen campo de silos34. También puede ser representativo el extenso yacimiento de Palous de Camarasa (Lleida), donde indicios puntuales prueban su ocupación antigua y andalusí o posterior aún, destacando la existencia de una necrópolis que se atribuye a los siglos VII y VIII35. Otros muchos palacios acumulan datos arqueológicos que abogan en el sentido de nuestra propuesta, tanto en Cataluña como fuera de ella. Contando con recursos tan amplios como los descritos, tampoco debe sorprendernos que, en el plano de la defensa territorial, durante los primeros tiempos de dominio islámico también se innovase mediante la implantación y el desarrollo en extensión de redes complejas de atalayas. Ha sido necesaria la celebración reciente de un congreso especí co, Fars de l’islam, para comprobar que, bajo la denominación genérica de pharus o manara, una red de atalayas permanentes se extendió sobre todo el conjunto de al-Andalus, constituyendo dispositivos interterritoriales de alerta y de transmisión de señales visuales a larga distancia36. Si bien no se identi can forti caciones sobre la mayoría de estos prominentes enclaves, en cambio, en la mitad oriental de Cataluña tales faros cuentan con la presencia de viejos torreones de planta circular, que hasta aquí se atribuían a época romana y que presentan grandes sillares de factura clásica, siguiendo un modelo estandarizado. Tales son las características del dispositivo que debió unir las ciudades de Narbona y de Barcelona hasta la caída de la primera ciudad hacia el año 75937. Se trata de un dispositivo complejo de vigilancia o de alerta que en su eje principal estaría integrado por unas diez

34. BARRASETAS, E.; et alii: La vil•la romana de l’Aiguacuit, Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Barcelona 1994. COLL, J.M.; et alii: Alguns contextos ceràmics d’època tardoromana i visigòtica del Vallès Occidental, Actes de les Jornades de Joves Medievalistes del Vallès, Bellaterra 1998, p. 69-90. SOLER, J.; RUIZ, V.: Els palaus de Terrassa. Estudi de la presència musulmana al terme de Terrassa a través de la toponímia, Terme 14 (1999) p. 38-51. 35. ALÒS, C.; CAMATS, A.; MONJO, M.; SOLANES, E.: Organización territorial y poblamiento rural en torno a Madína Balagí (siglos VIII-XIII), Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIè-XIè siècle): la transition, Ph. Sénac (ed.), CNRS – Université de Toulouse – Le Mirail, Toulouse 2007, p. 157-181. GRIÑÓ, D.: Memòria de la intervenció arqueològica d’urgència realitzada la necròpolis de Palous (Camarasa, Lleida), Direcció General de Patrimoni Cultural de la Generalitat de Catalunya 2007 (www20.gencat.cat/docs/CulturaDepartament). 36. MARTÍ, R. (Ed.): Fars de l’islam, antigues alimares d’al-Andalus, Ediciones Arqueológicas y Patrimonio EDAR, Barcelona 2008. 37. SÉNAC, PH.: Les Carolingiens et al-Andalus (VIIIe-IXe siècles), Maisonneuve et Larose, Paris 2002, p. 37-43.


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torres de carácter monumental, contando además con el apoyo de otros ejes secundarios que trasladaban la señal a los territorios vecinos y con numerosos puntos de guardia desplegados en ciertos puntos sensibles de cada territorio concreto38. Contando también con numerosas pruebas tanto documentales como arqueológicas, éste es, sin duda, un modelo innovador y puede considerarse como el más antiguo precedente entre un amplio espectro de sistemas de torres atalayas andalusíes de diferentes épocas, hasta aquí sólo estudiados puntualmente39. CONCLUSIONES Durante las páginas precedentes nos hemos aproximado a la dimensión territorial que pudo tener el primer estado andalusí mediante la observación de tres elementos básicos que se imbrican en su estructura, como son sus sedes episcopales, sus palatia y sus sistemas de vigilancia. Así se veri ca que, tras la conquista musulmana, los antiguos obispados y sus territoria aún siguieron siendo el marco idóneo de gobierno de la población cristiana protegida por el Islam, sin que quepa postular destrucciones singulares ni deserciones masivas. Así se observa también que el nuevo estado construyó su propio aparato sobre la sólida base scal que representan los palatia rurales, adjudicándolos a los partícipes del nuevo poder, fueran éstos árabes, bereberes o muladíes. Así se detectan, nal-

38. MARTÍ, R.; FOLCH, C.; GIBERT, J.: Fars i torres de guaita a Catalunya: sobre la problemàtica dels orígens, Arqueologia Medieval. Revista catalana d’arqueològia medieval 3 (2008) p. 30-43. 39. CABALLERO, L.; MATEO, A.: Atalayas musulmanas en la provincia de Soria, Arevacon 14 (1988) p. 9-15; El grupo de atalayas de la sierra de Madrid, Madrid del siglo IX al XI, Madrid 1991, p. 65-77.

mente, redes complejas de vigilancia que abarcan todo el ámbito territorial andalusí y que, en nuestra zona, incorporan torres atalayas monumentales de alto valor simbólico. Lo observado en el área catalana no parece ser muy distinto a lo que pudo suceder en el conjunto de al-Andalus, donde también intervienen estos tres elementos. No obstante, durante el siglo VIII el propio desarrollo histórico vino a transformar progresivamente las pautas primigenias, alterándolas aquí y allá en diferentes direcciones. Devaneos políticos como los de Munusa, Ibn al-Arabi y Abu Tawr frente al emir siempre colisionaron, de uno u otro modo, con la autoridad episcopal, como sucedió con Nambado y con Félix de Urgell, mucho antes de que la iglesia hispánica declinase de nitivamente ante el avance creciente de la islamización. En Cataluña la conquista franca vino a imponer, al cabo, sus propios criterios en materia eclesiástica, no dudando en suprimir o en remover ciertas sedes al tiempo que reforzaba la autoridad de sus condes. En esta renovación eclesiástica la implantación de monasterios benedictinos juega un papel primordial por su tarea de zapa en el ámbito rural, mientras se fortalecen determinados enclaves castrales al frente de los territoria. Diezmadas las sedes, la fragua de nuevos condados instituyó distritos de menor extensión que las diócesis, sucediéndose ahora nuevos sistemas de gestión y de defensa territorial que, aquí, siguen patrones carolingios.





249 Ramón Járrega Domínguez (Institut Català d´Arqueologia Clàssica)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 249 - 254

CIUDAD Y TERRITORIO EN RELACIÓN CON EL COMERCIO AFRICANO EN LA COSTA ESTE DE HISPANIA DURANTE LOS SIGLOS V Y VI. LA APORTACIÓN DE LA CERÁMICA

INTRODUCCIÓN En los últimos años, se han publicado diversos estudios que han permitido tener un buen conocimiento sobre las importaciones (terra sigillata, ánforas, lucernas) en la costa de la antigua Hispania Tarraconensis en época romana tardía y en el período de la dominación visigoda. Este conocimiento, concerniente tanto a contextos urbanos como a establecimientos rurales, permite determinar las tendencias de las importaciones y la economía en esta área entre los siglos V y nales del VI e inicios del VII d. de J.C. Con esta contribución, esperamos poder colaborar a la elaboración de un trabajo interpretativo de síntesis sobre estos aspectos, centrándonos concretamente en el comercio de cerámicas africanas, que fueron las importaciones mayoritarias en esta época. El área estudiada corresponde básicamente a la de la actual costa de Cataluña. Los contextos conocidos presentan una distribución irregular, y en ocasiones es difícil valorar la residualidad de determinados materiales, lo que comporta di cultades de interpretación. Considerando la posibilidad de efectuar una aproximación evolutiva, dividiremos esta síntesis a partir

Fig. 1 - Situación de los principales contextos arqueológicos de época tardoantigua en Cataluña.

de bloques cronológicos, dividiéndolos convencionalmente a partir de los siglos de nuestro calendario, aunque en el transcurso de los mismos se produjeron cambios importantes. SIGLO V En los siglos IV y V, a pesar de la concurrencia de otros productos, se produjo un predominio absoluto de la producción africana, que tiene una distribución básicamente costera pero que presenta una importante capilaridad hacia el interior, llegando incluso a las villas ilerdenses (el Romeral de Albesa), si bien estas producciones se rari can rápidamente más al interior, aunque están presentes en ciudades importantes, como Ilerda (Lleida) y Caesaraugusta (Zaragoza). Sin embargo, en el siglo V esta preeminencia viene a ser matizada por la introducción de los productos procedentes del Mediterráneo oriental, testimoniados por la presencia de las ánforas, si bien los productos africanos siguen siendo mayoritarios. Es interesante subrayar que no se detecta ninguna ruptura comercial entre los núcleos urbanos y las zonas rurales (villae), pues aunque las ciudades presentan una cantidad mucho mayor de materiales, la presencia de producciones diversas y la proporción entre ellas es similar en la ciudad que en el campo. El siglo V es una época de convulsiones políticas, empezando por la primera penetración bárbara en Hispania el año 410 (que no tenemos indicios para pensar que afectara a Cataluña), la llegada de los visigodos como aliados de Roma (presencia de Ataúlfo en Barcino en el año 415) y nalmente la conquista manu militari de las maritimae civitates por parte del rey visigodo Eurico (hacia los años 470-475). A todo ello hay que añadir la conquista de Cartago por parte de los vándalos en el año 439. ¿Como afectaron, y en qué medida, éstos hechos políticos y militares en las relaciones comerciales en la costa hispánica? Muy a menudo se ha tendido, tradicionalmente, a forzar los datos arqueológicos a partir de una determinada interpretación de las informaciones proporcionadas por las fuentes escritas, pero no tenemos que olvidar (aunque parezca una obviedad) que los hallazgos arqueológicos son el resultado de un determinado proceso histórico, y que un periodo de inestabilidades tiene que tener, de un modo u otro, un re ejo en los datos arqueológicos.


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La tardía fecha de la conquista de Eurico indica que el área catalana fue una de las últimas posesiones del Imperio romano de Occidente, como lo permite constatar una inscripción de Tarraco dedicada a León y Antemio, una de las últimas del Imperio romano (CIL 02, 04109 = RIT 0100). Ello probablemente favoreció la continuidad en el comercio si bien, como veremos, éste perduró más allá del n del Imperio romano de Occidente. Sin embargo, la conquista vándala de Cartago en el año 439 comporta un problema de interpretación, porque debió afectar tanto a los centros productores como a los consumidores. Es difícil de valorar su importancia, ya que no existe unanimidad entre los diferentes investigadores que se han ocupado del tema. Se ha sugerido que la invasión vándala causó una crisis en la producción de las sigillatas y ánforas norteafricanas, que provocó una recesión en la comercialización de las mismas (Hayes 1972, 423), la cual fue aprovechada por los comerciantes orientales para introducir sus productos en el Mediterráneo occidental. Incluso se ha llegado a pensar que esta “crisis” o recesión se inició en época algo anterior a la conquista vándala, y por lo tanto, sin ninguna relación de causa efecto con ella (Fulford y Peacock 1984, 113). Este esquema, de por sí discutible por no probado, ha sido contestado por algunos autores (Tortorella 1987, 301), y las evidencias que conocemos nos obligan, si no a rechazarlo, sí a matizarlo grandemente. Bastante elocuente es el caso del contexto la calle de Vila-roma en Tarragona (situado en el área del antiguo foro provincial), que es un poco más moderno de lo que se había dicho, ya que se había fechado (con una precisión excesiva) en los años 430-440 (TED’A 1989), pero que ahora se puede llevar al tercer cuarto del siglo V (Reynolds 1995: 281; Járrega 2000, 468), mediante el hallazgo en este contexto de fragmentos de sigillata africana D de las formas Hayes 87 A y B, 91 C y 99. Es cierto que no es fácil fechar los contextos de la primera mitad o medios del siglo V, con lo cual resulta difícil atribuirlos a un momento anterior o posterior a la conquista vàndala de Cartago. En cualquier caso, parece claro que no hubo una ruptura del comercio, aunque los datos arqueológicos no pueden iluminar la situación en los momentos inmediatos a la conquista de Cartago. Así, es tentador relacionar las destrucciones urbanas documentadas en Valentia durante la primera mitad del siglo V, como lo indica la presencia en un estrato de destrucción (excavado en la zona del foro de la ciudad) de la forma Hayes 91 B de la sigillata africana D, así como lucernas Hayes I – Atlante VIII y ánforas de las formas Africana 2 (clasi cada erróneamente como Keay 35), Dressel 23 y Keay 19 y 52 (Álvarez et alii 2005, 257; 258-259, gs. 7-8) con una incursión piràtica de los vándalos, los cuales se habían hecho con el control de las islas Baleares. Ciertamente, este panorama parece di cultar la visión de un comercio normal entre Africa e Hispania en aquellos momentos.

Por contra, sabemos que durante la segunda mitad del siglo V, el reino vándalo se asentó y se organizó, lo cual favoreció una regularización del comercio de los productos africanos, que serían distribuidos bajo el dominio de dicho reino. Los cambios tipológicos que se observan tanto en las sigillatas como en las ánforas africanas podrían guardar relación con esta reconversión del comercio africano. A nales siglo V (“deuxième époque vandale”, como la denomina Bonifay) la comercialización exterior de la producción africana recuperó el nivel anterior, del siglo IV e inicios del V (Bonifay 2004, 472). Habrá que valorar si eso se puede a rmar también para las áreas objeto de exportación, como la que aquí nos ocupa. El panorama ceramológico en los países ribereños del Mediterráneo occidental es tan similar entre la segunda mitad del siglo V y el VII que se ha llegado a hablar de la existencia de una “koiné” comercial existente en esta parte del Mediterráneo (Murialdo 2001c: 306), lo que probablemente se vio favorecido por la desaparición de la annona imperial. La desaparición de las obligaciones de la annona implicó que todos los productos que estaban destinados a la misma aumentasen ahora los “stocks” de producción, lo que obligaría al reino vándalo a liberar estos “stocks”. Esta es la causa, según Keay (1984 B, vol. II, 426 427) de la gran cantidad de ánforas africanas de la segunda mitad del siglo V e inicios del VI que se han hallado en la zona costera catalana; según el citado autor, podría considerarse incluso este territorio como una suerte de mercado preferente, alentado por las buenas relaciones existentes entre los reinos vándalo y visigodo. Todo ello cuadra perfectamente con la situación de estabilidad e institucionalización que el reino vándalo vivió a nales del siglo V, en la que destacan algunos monarcas como Guntamundo y Trasamundo. A nales del siglo V o muy a inicios del VI podrían corresponder algunos contextos de Tarragona (Aquilué 1992) así como el del yacimiento rural de Can Modolell (Cabrera de Mar, Maresme, Barcelona) (Járrega y Clariana 1996). En ambos casos están presentes las formas del sigillata africana D del último cuarto del siglo V e inicios del VI: Hayes 87 A, B y C, Hayes 88, 99, 103, 104 A y la taza Hayes 12. La comercialización de los productos africanos tuvo que estar, por lo menos en buena parte, en manos de los comerciantes procedentes del Mediterráneo oriental, que están bien atestiguados en las fuentes escritas, también en Hispania (García Moreno 1972); en este sentido, es interesante la referencia de Procopio sobre la abundancia de comerciantes orientales en Cartago en época vándala, que, a modo de quinta columna, colaboraron en la entrada de los bizantinos en Cartago. La actividad de estos mercaderes permitiría explicar la presencia conjunta de las ánforas africanas y de las orientales en las costas hispánicas. Las ánforas presentan el panorama más diversi cado de la centuria, ya que, a pesar de la preponderancia de las producciones africanas, existe una


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importante representación de las producciones orientales. En la zona catalana, Keay (1984, vol II, 428) había supuesto una presencia masiva de las ánforas africanas, mientras que las producciones del Mediterráneo oriental y las sudhispánicas aparecen en cantidades mucho más pequeñas. Sin embargo, las investigaciones posteriores demuestran que el panorama es más diversi cado. La mayor variedad de los productos importados afecta, lógicamente, a la presencia porcentual de los mismos. Así, en Tarragona las ánforas africanas constituyen el 24,5 % del total de las ánforas en el yacimiento de la calle de Vila-roma (TED’A 1989, 316). En un contexto de la Antigua Audiencia, también en Tarragona, las ánforas africanas corresponden al 61 % (Remolà 2000, 56). En el denominado cardo maximus de Iluro (Mataró), las ánforas africanas corresponden al 56 % del total (Cerdà et alii 1997, vol. II, 140), mientras en el conjunto de Iluro, estas ánforas corresponden al 57,2 (Cela y Revilla 2004, 353). Por ello, y aun siendo mayoritarias, las ánforas africanas representan en general poco más de la mitad de las ánforas importadas, y ello se debe al auge de las producciones orientales, pero también a la pervivencia durante el siglo V de las ánforas sudhispánicas.

Fig. 2 - Cerámicas africanas del contexto tardoantiguo de Can Modolell (Cabrera de Mar), finales del siglo V o inicios del VI (dibujos: J.-F. Clariana): 1 – Sigillata africana C tardía, forma Fulford 27. 2 – Sigillata africana D, forma Hayes 76. 3 – Sigillata africana D, forma Hayes 87 A. 4 – Sigillata africana D, forma Hayes 104 A. 5 – Sigillata africana D, forma Hayes 93 B. 6 – Sigillata africana D, forma Hayes 88.

7 – Sigillata africana D, forma Hayes 80 A. 8 – Sigillata africana D, forma Hayes 93 B. 9 – Sigillata africana D, forma Hayes 99 B o C. 10 – Sigillata africana D, forma Hayes 91 B. 11 – Sigillata africana D, forma Hayes 91 C. 12 – Sigillata africana D, forma Hayes 12.

SIGLO VI En el siglo VI, se constata una presencia mayoritaria (en relación con las otras importaciones, especialmente orientales) de las producciones africanas (sigillata africana D, ánforas y en menor medida, lucernas), pero en cantidades discretas a partir de mediados de siglo, con una clara distribución en las zonas costeras y urbanas, pero también con una penetración esporádica en zonas rurales y del interior. Después de la conquista bizantina del Sudeste de Hispania en el año 552, se ha sugerido que el comercio y, en concreto, la llegada de la cerámica africana a las zonas bajo dominio visigodo experimentó di cultades debido a la rivalidad entre visigodos y bizantinos que mencionan las fuentes escritas; por esta razón, se ha sugerido que como resultado se produjo un total corte de las importaciones africanas en las áreas costeras hispánicas al Norte de la provincia bizantina (Keay 1984 vol. II, 428; Nieto 1984, 547). Sin embargo, sabemos hoy que esta hipótesis es incorrecta (Járrega 1987 y 2000). En todo caso, sí que podría haberse producido una disminución en el volumen de las importaciones, pero no una ruptura total de las mismas. Como avanzamos ya hace algunos años (Járrega 1987), la evidencia considerada permite demostrar que, en contra de lo que se había asumido, no existió ningún corte en la difusión de la cerámica africana en el Nordeste de la Península ni con la conquista de Cartago por los bizantinos en 534 ni cuando éstos ocuparon una parte de Hispania (Járrega 1987 y 2000). Por el contrario, las formas más tardías de la sigillata africana (Hayes 104 C, 105, 106, 107, 108, 109, 101 y 91 D) se documentan en las zonas peninsulares situadas tanto dentro como fuera de la provincia bizantina. De todos modos, en Cataluña aparecen en muy pocas cantidades, en comparación con su abundante presencia en contextos del siglo V o de la primera mitad del VI. En La Solana de Cubelles, la sigillata africana D constituye solamente el 3 % del total de las importaciones, mientras que las ánforas africanas corresponden el 91 % de las mismas (Barrasetas y Járrega 1997; Járrega 2007b, 108). En el Nordeste de Cataluña la presencia de la sigillata africana decae en la segunda mitad del siglo VI en un 98,34 % (Nieto 1993, 204) mientras que en Tarragona lo hace en un 85,88 % (Aquilué 1992). Con respecto a la sigillata africana D, se documenta durante la primera mitad del siglo VI una continuidad (e, incluso, quizás un incremento) en la circulación de las formas de sigillata africana propias de la segunda mitad de la centuria anterior (formas Hayes 91 C, 96, 97 y 99, así como decoración del estilo E-2), lo cual podemos relacionar con la actividad económica desarrollada en época del reino vándalo. Sin embargo, se produjo una rari cación en las importaciones a partir de mediados del siglo VI, precisamente cuando aparecieron formas nuevas (Hayes 103 y 104) coincidiendo aproximadamente en el tiempo con la conquista bizantina, que podría haber sido la causante de esta disminución. Recordemos que, por ejemplo,


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la forma Hayes 104 B no se documenta en Marsella antes de mediados del siglo VI (Bonifay et alii 1998: 365), por lo que parece que se trata de una forma de cronología relativamente avanzada. Las ánforas africanas siguieron con el formato de grandes ánforas cilíndricas pero con la aparición de una nueva forma “standard” que se documenta en grandes cantidades: la Keay 62, claramente mayoritaria en contextos de pleno siglo VI, como se puede comprobar, por ejemplo, en la necrópolis de la plaza del Rey de Barcelona (Járrega 2005a y b). Aunque tradicionalmente se ha supuesto que la conquista bizantina de Cartago en el año 534 facilitó e impulsó la comercialización de los productos africanos (Hayes 1972: 426), se ha indicado también que de hecho la conquista fue muy negativa para el comercio y marcó el principio de un período de crisis en Cartago (Keay 1984, vol. II, 428). Ello podría explicar la aparente disminución de importaciones en la costa hispánica a partir de mediados del siglo VI, sin necesidad de recurrir a la rivalidad entre visigodos y bizantinos, por lo que la mayor llegada de importaciones africanas en Cartagena se explica mejor por estar en manos de los mismos que detentaban el poder en la zona productora, es decir, los bizantinos. SIGLO VII Los contextos y hallazgos de este período se fechan en general entre la segunda mitad del siglo de VI y la primera del VII. Hasta este momento, los contextos de esta cronología aparecen limitados a la costa catalana. Éstos se documentan principalmente en los núcleos urbanos (Empúries, Mataró, Badalona, Barcelona, Tarragona, así como quizás la Ciutadella de Roses) aunque también en los núcleos rurales (Puig Rom, Camp de la Gruta, Nostra Senyora de Sales, La Solana, Els Antigons), especialmente por la presencia de la forma Hayes 91 D de la sigillata africana D (los contextos bien conocidos no permiten fechar esta forma antes del siglo de VII o, como muy tarde, el nal del VI) y de las ánforas africanas de las formas Keay 61 y 62. Aunque la disminución es muy importante, merece destacarse la presencia de formas de la sigillata africana D datables en el siglo VII (Hayes 91 D, 104 C, 105, 107) en Barcino, Tarraco y Dertosa, así como en Sant Martí d’Empúries i Iluro, aunque esporádicamente aparecen todavía en zonas rurales próximas a las ciudades (Ciutadella de Roses, Camp de la Gruta, Puig Rodon, Ntra. Sra. de Sales, Centcelles, Els Antigons; véase Járrega 1993/2009). La presencia porcentual de estas sigillatas africanas de la última fase es muy escasa, prácticamente irrisoria, en relación con el resto de sigillatas africanas y de cerámicas tardorromanas en general, y se reduce exclusivamente a la forma Hayes 91 D en los yacimientos rurales. En Els Mallols (Cerdanyola), aunque la mayoría de los materiales corresponda al siglo VII, la presencia de ánforas Keay 61 y posibles ánforas globulares permite documentar la presencia de importaciones en el siglo VII (Járrega

Fig. 3 - Lucernas del contexto tardoantiguo de Can Modolell (Cabrera de Mar), finales del siglo V o inicios del VI (dibujos: J.-F. Clariana): 1 y 2 – Forma Hayes I – Atlante VIII. 3 a 8 – Forma Hayes II – Atlante X.

2007a, 126-127, 130-131 y 133-135). En el mencionado yacimiento de Puig Rom (Roses, Girona) se ha hallado solamente un fragmento informe de sigillata africana D (Nolla y Casas 1997), mientras que se documentan ánforas africanas, al parecer en cierta abundancia. Estos ejemplares de sigillata africana D siempre aparecen en pocas cantidades, lo cual contrasta con la relativa abundancia en que se encuentran en Cartagena, cuando en Cataluña formas como la Hayes 108 o la 109 son prácticamente ausentes (Járrega 1991: 52 y 76; Járrega 1993/2009). Concretamente en el área catalana la sigillata africana D presenta, con posterioridad a mediados del siglo VI d.C., una fortísima reducción que oscila entre el 85 y el 98 %, como indican los hallazgos de Tarragona y Roses


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(Aquilué 1992; Nieto 1993, 204). Quizás podría haberse acentuado la rivalidad entre visigodos y bizantinos durante esta centuria (Cartagena fue conquistada por el rey visigodo 3 Suintila hacia el año 623), pero eso no sería su ciente como para cortar totalmente su comercialización en 2 Cataluña. A pesar de la importante disminución constatada en este siglo, las 4 ánforas continuaron llegando en cierta abundancia a las áreas urbanas, 5 como indica la probable continuidad durante el siglo VII de la forma Keay 6 62 y la distribución de los spatheia y de la Keay 61 (Barcino, Tarraco); esta última forma, propia de contextos del siglo VII (Bonifay 2004, 139-141) se encuentra también, además de en estas ciudades, en el Puig de les 8 10 9 Sorres (Viladamat), Roses, Terrassa, Cirera y Caputxins (Mataró) (Járrega 1993/2009). Fig. 4 - Ánforas del contexto tardoantiguo de la plaza del Rey (Barcelona), finales del siglo VI o inicios del VII (dibujos: Museo Las ánforas del siglo VII presende Historia de Barcelona). tan una distribución mayoritaria en 1, 2 y 6 – Ánfora africana, forma Keay 62 A. las áreas urbanas, pero también apa3, 4 y 5 – Ánfora africana, forma Keay 62. recen esporádicamente en las zonas 7 – Ánfora africana, forma Keay 60. 8 – Ánfora africana, forma indeterminada. rurales. Eso se puede deducir de su 9– Ánfora del Mediterráneo oriental, forma Late Roman Ampresencia en el poblado de Puig Rom phora 4 C. 10 – Ánfora del Mediterráneo oriental, forma Late Roman Am(formas Keay 61 y 62, y ánfora glophora 4. bular), interesante por el hallazgo de una lucerna de la forma a Hayes II - Atlante X y la práctica ausencia de sigillata (Nolla y Casas 1997), así como el spatheion encontrado en la iglesia de Sant Vicenç de Rus (Castellar de n’Hug, Berguedà; véase López, Fierro y Caixal 1997, 66 y 81, lám. XI.6), que indica una penetración hacia el interior. Esta penetración fue sin duda ocasional, ante la falta de otros hallazgos similares. Entre las últimas importaciones debemos reseñar la presencia (muy esporádica) de ánforas de fondo umbilicado del tipo Castrum Perti u otros productos como los localizados en la Crypta Balbi de Roma (Murialdo 1996, 2001a y 2001b; Saguì 1998: 315-317), de probable origen africano y bien fechados en el siglo VII, que llegaron (al parecer en poca cantidad) a las

costas hispánicas. En Cataluña aparecen en Tarragona (Remolà 2000, 164, g. 46, núms. 3-5; 168), Els Mallols (Cerdanyola, Vallès Occidental; véase Járrega 2007a, 133-135), Barcelona (Albert Martín, comunicación personal) y en el poblado visigótico de Puig Rom (Roses, Alt Empordà; véase Nolla y Casas 1997: 11 y 19, g. 8, núm. 13). Desgraciadamente, tenemos muy pocos datos que nos permitan estudiar el n de estas importaciones en el siglo VII, pero podemos suponer que hubo una rari cación y un contraste con la provincia bizantina que se podría deber en parte a la rivalidad entre la misma y el reino visigodo, pero esto no explica el nal de la comercialización, que quizás llegara hasta el cese de la producción con la conquista islámica de Cartago en el año 698. Sin embargo, el n de las importaciones se podría explicar también por otros factores internos, como la disminución de centros productores en África a partir de la segunda mitad del siglo VI y el progresivo aumento de cerámicas elaboradas a torno lento en la costa hispánica. Ello representa la aparición de nuevos hábitos culinarios, que pudieron haber hecho menos necesaria la adquisición de cerámicas de importación. Evidentemente, el tema del contenido de las ánforas y su sustitución por productos locales (o por otro tipo de envases) es otra cuestión que debe ser abordada en el futuro. CONCLUSIONES - Es posible que la invasión vándala de Cartago en 439 pudiese causar algunos cambios en la comercialización de los materiales africanos, hasta entonces mayoritarios, pero en la segunda mitad del siglo V, el reforzamiento político del reino vándalo debió comportar algunos cambios tipológicos importantes en los productos africanos (tanto en la sigillata africana D como en las ánforas) y un nuevo impulso a su comercialización. - Durante la segunda mitad del siglo VI y la primera mitad del VII (y quizás también durante la segunda mitad) continuó la llegada de cerámicas importadas que procedían muy especialmente de la zona tunecina y, en cantidades más pequeñas, del Este mediterráneo. - La sigillata africana experimentó un precipitado declive cuantitativo en este período, pero no desaparece, por lo menos hasta inicios del siglo VII. Sin embargo, se documenta una continuidad y hasta acaso un aumento considerable de la producción anfórica africana, por lo que no se puede admitir la hipótesis que proponía el cese de las importaciones a mediados del siglo de VI. - Por lo tanto, la rivalidad política entre visigodos y bizantinos no se tradujo en una desaparición del comercio entre la Península Ibérica y el norte de África, si bien parece claro que se produjo una importante disminución de los productos africanos al norte de la provincia bizantina. La causa (o las causas) del nal de la llegada de las importaciones mediterrá-


254 R. JÁRREGA: CIUDAD Y TERRITORIO EN RELACIÓN CON EL COMERCIO AFRICANO EN LA COSTA ESTE DE HISPANIA...

neas a las costas hispánicas no se puede determinar, pero quizás pudo no haber afectado a los centros consumidores sino a los productores, y podría deberse a la invasión islámica del norte de África, como se ha asumido tradicionalmente. - Las importaciones anfóricas documentadas en los contextos de los siglos de VI y VII son casi en su totalidad africanas. Sin embargo, se detecta una continuidad (aunque disminuida) en la llegada de productos del Mediterráneo oriental, especialmente del tipo Late Roman Amphora 1. Por otro lado, parece documentarse la llegada de algunas ánforas de per l globular

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(Puig Rom, Els Mallols, Barcelona y Tarragona), aunque hasta ahora tenemos pocos datos referentes al área estudiada. - Los hallazgos de cerámica importada en Cataluña durante la segunda mitad del siglo VI y el VII se limitan básicamente a las zonas costeras, y se centran especialmente en los núcleos urbanos, pero también llegan a los establecimientos rurales cercanos a los mismos. Sin embargo, algunos hallazgos (como los de Sant Vicenç de Rus y el Roc d’Enclar) permiten documentar la llegada esporádica de estas importaciones en áreas geográ cas situadas en el interior.

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255 Luís Fontes1 (Arqueólogo da Unidade de Arqueologia ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 255 - 262 da Universidade do Minho; investigador do CITCEM: Agrupamento Paisagens, Fronteiras e Poderes) Manuela Martins2 (Professora Catedrática do Departamento de História da Universidade do Minho; Responsável da Unidade de Arqueologia; investigadora do CITCEM: Agrupamento Paisagens, Fronteiras e Poderes) Maria do Carmo Ribeiro3 (Professora Auxiliar do Departamento de História da Universidade do Minho; colaboradora da Unidade de Arqueologia; investigadora do CITCEM: Agrupamento Paisagens, Fronteiras e Poderes) Helena Paula Carvalho4 (Ídem anterior)

A CIDADE DE BRAGA E O SEU TERRITÓRIO NOS SÉCULOS V-VII

1. INTRODUÇÃO Este trabalho pretende abordar os processos de continuidade e mudança ocorridos na cidade de Bracara Augusta e respectivo território, entre os séculos V e VII. Pese embora o carácter descontinuado e fragmentário da informação arqueológica e a escassez de fontes documentais relativas a este período, as investigações arqueológicas desenvolvidas na cidade de Braga e sua envolvente, nas últimas décadas, permitem esboçar um primeiro ensaio de síntese sobre a evolução do seu tecido urbano na Antiguidade Tardia, sobre a topogra a cristã antiga de Bracara e sobre a organização do seu território. De facto, a cidade de Bracara Augusta revela continuidade de ocupação, identi cando-se, contudo, alterações signi cativas: desactivação de grandes edifícios públicos romanos (teatro, termas, an teatro); aparecimento de novos marcadores arquitectónicos (conjunto episcopal cristão, templos cristãos); transferência do poder político (desactivação do foro e construção do conjunto palatino da Falperra); apropriação de espaços (edifícios públicos desactivados, pórticos e ruas); transformação da rede de circulação interna (encerramento de ruas e eventual abertura de outras na sequência da construção da muralha); alterações nos subúrbios imediatos (necrópoles e áreas o cinais) e próximos (edi cação de templos e mosteiros cristãos). Assim, para esta abordagem da cidade de Braga e do seu território envolvente, nos séculos V a VII, considera-se fundamentalmente três tópicos: a morfologia urbana e a arquitectura; a topogra a e arquitectura cristãs; e o ordenamento do espaço rural. 2. MORFOLOGIA URBANA E ARQUITECTURA 2.1. A cidade do século IV Bracara Augusta, capital do convento bracaraugustano, viu reforçada a sua importância política e administrativa com a sua elevação a capital da nova província da Galécia, criada por Diocleciano. Esta circunstância refor-

1. lfontes@uaum.uminho.pt 2. mmmartins@uaum.uminho.pt 3. mcribeiro@uaum.uminho.pt 4. hpcarvalho@uaum.uminho.pt

çou signi cativamente a sua centralidade e protagonismo, expressando-se numa intensa actividade edilícia e económica, que traduz a importância da cidade no contexto da Hispânia tardo-antiga (Lemos et al 2002; Martins 2009a). A construção de uma potente muralha, que cercou uma área com cerca de 48ha, e que assume, simultaneamente, um cariz político e militar, irá condicionar algumas das transformações registadas no tecido urbano ao longo dos séculos seguintes (Lemos et al 2007; Ribeiro 2008). A cidade do século IV mantém a traça ortogonal herdada do Alto Império, veri cando-se a persistência dos eixos viários, conhece uma intensa actividade construtiva relacionada com remodelações de edifícios públicos (termas e mercado? sob a Sé) (Martins 2005; Fontes et al 1997-98) e privados (Martins 1997-98), regista uma continuidade de utilização das anteriores necrópoles, onde se generaliza a prática da inumação (Martins e Delgado 1989-90; Fontes et al 2010), conserva e remodela equipamentos artesanais extramuros (Fontes et al 2009a; Cruz 2009), mantendo-se articulada ao exterior através da rede viária que conhece uma generalizada requali cação, testemunhada por numerosos miliários (Martins 1996; 2009b; Carvalho 2008). As principais alterações que podem ser observadas no tecido urbano articulam-se com a desafectação do teatro (Martins et al 2006) e com a sistemática invasão dos pórticos por construções de carácter doméstico, processo iniciado já em época anterior (Martins 2009a). 2.2. A cidade do século V O processo de xação dos Suevos na Galécia, nos inícios do século V, bem como a escolha de Braga como sede do Reino não parecem afectar a dinâmica urbana, facto que se evidencia na continuidade de ocupação da cidade por uma comunidade cristianizada, que se pauta por um modelo de organização política e administrativa de matriz romana (Fontes 2009a; 2009b). De facto, o registo arqueológico documenta a persistência da trama ortogonal anterior, tendo alguns dos seus eixos viários conhecido repavimentações, mas também um estreitamento resultante da ampliação das áreas construídas, que em alguns casos chegam a ocupar a totalidade das ruas, desactivando-as como eixos de circulação (Martins 2009a). A actividade


25 6 L. FONTES / M. MARTINS / M.C. RIBEIRO / H.P. CARVALHO: A CIDADE DE BRAGA E O SEU TERRITÓRIO NOS SÉCULOS V-VII

Fig. 1 – Planta de Bracara Augusta evidenciando processo de renovação construtiva no séc. IV

construtiva mantêm-se em remodelações sistemáticas dos espaços domésticos, sendo de assinalar, igualmente, a construção de novos equipamentos que reutilizam ou se sobrepõem a anteriores edifícios públicos, como parece acontecer com as termas (Martins 2005) e com o teatro (Martins et al 2006). Acompanhando esta signi cativa actividade edilícia constata-se a persistência de uma intensa actividade económica, quer no âmbito da produção artesanal, quer no das importações que testemunham a persistência de contactos comerciais com outras províncias romanas. Um dos factos mais relevantes do urbanismo deste período associa-se à construção de uma primeira basílica paleocristã intra-muros, datável do século V, que sobrepõe e reaproveita edi cações romanas de carácter público, numa situação periférica junto à muralha, a Nordeste (Fontes et al 1997-98). Integrando um provável complexo episcopal, o novo templo cristão virá a constituir-se como novo pólo centralizador urbano, deslocando o anterior centro político e religioso (foro). Para a desactivação do foro como estrutura urbana administrativa, terá contribuído, não só o carácter errante da corte sueva, mas sobretudo a provável transferência dessa função para uma nova edi cação palatina, que se constrói fora da cidade, no monte sobranceiro da Falperra. Localizada a menos de 3 km do centro da cidade de Braga, implanta-se a cerca de 560 metros de altitude, no topo de um promontório, dominando o troço inicial do curso do rio Este, a plataforma onde se implanta a cidade de Braga e a estratégica ligação entre os vales dos rios Cávado e Ave. Aí distinguem-se três edifícios, dispostos em socalcos e todos de planta rectangular: a NE,

Fig. 2 – Planta de Bracara Augusta evidenciando processo de desactivação de edifícios nos sécs. V-VII

em plano superior, um grande edifício com 25x16 metros, correspondente a uma basílica paleocristã; ao centro, um edifício com 40x14 metros, que corresponderá à aula senhorial; em plano inferior, a SO, outras edi cações, formando uma espécie de ínsula (Fontes, 2009b). As necrópoles registam uma continuidade de utilização, muito embora se veri quem alterações micro-topográ cas na disposição das sepulturas que, no caso da Via XVII, se caracterizam por um progressivo afastamento do eixo da via (Martins et al 2010). Deverá ter-se iniciado neste século o processo de edi cação de basílicas cemiteriais, nos subúrbios da cidade, articuladas com os principais eixos viários, como poderá ser o caso de S. Victor e S. Vicente e junto ao an teatro, como acontece com a basílica de S. Pedro de Maximinos (Ribeiro 2008). 2.3. A cidade dos séculos VI / VII É precisamente em torno do novo pólo religioso e dos principais eixos viários que se registam, nos séculos VI e VII, algumas continuidades estruturais características do ordenamento urbano do período anterior, designadamente no que concerne à sobrevivência de parte signi cativa da trama ortogonal original, sobretudo perceptível no quadrante nordeste da cidade e na continuidade de utilização das necrópoles (Martins et al 2010), nas quais se generaliza a prática da inumação, bem como na articulação com pequenos aglomerados populacionais que pontuam a periferia da cidade, articulados pelas antigas vias romanas (Fontes 2009a).


257 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

A par da continuidade de uma intensa actividade económica, quer no âmbito da produção artesanal, quer no das importações, a arqueologia testemunha a persistência da ocupação residencial de praticamente toda a área intra-muros da cidade, manifesta durante os séculos V e VI. No decurso do século VII, identi ca-se uma progressiva concentração de população e de serviços no quadrante nordeste e uma concomitante ausência de indicadores de renovação construtiva nos sectores sul e poente da cidade. De facto, a arqueologia testemunha a persistência de ocupação residencial de algumas áreas situadas nos sectores sul e poente da cidade, que não registam, todavia, indicadores de renovação. O progressivo desinvestimento construtivo e o abandono de alguns espaços públicos, como seria o caso do foro, antecipam um cenário de ruralização daqueles sectores, em benefício de uma concentração de população e de serviços no quadrante nordeste. Quer as fontes, quer a arqueologia, documentam que Bracara manteve um importante protagonismo político e económico durante o século VI, num momento de estabilização do reino suevo, que se encontra associado à sua conversão de nitiva ao Cristianismo, sob acção de S. Martinho (Fontes 2009a). Para essa situação apontam, entre outros dados, a continuidade dos contactos com o Oriente e com o Mediterrâneo, a actividade edilícia documentada na construção de novas igrejas cristãs, entre as quais se destaca a basílica de Dume (Fontes 2006), ou a celebração dos concílios bracarenses de 561 e 572 (Costa 1965; 1997). Desconhecem-se as consequências da invasão de Braga, em 585, que pôs m ao reino suevo e colocou a região sob domínio visigótico (Tranoy

Fig. 3 – Topografia e arquitectura cristã antiga na área urbana de Bracara (sécs. V-VII)

1974). No entanto, é presumível que este facto não tenha alterado signi cativamente nem o substrato populacional, nem a organização administrativa e eclesiástica, estruturada por S. Martinho de Dume. Com efeito, muito embora tenha perdido relevância política, Braga manteve a sua importância religiosa, facto que terá contribuído para a sua continuidade como núcleo urbano, com todas as funções inerentes. A cidade dos nais do século VII é ainda herdeira do velho traçado romano, que subsiste no quadrante nordeste, intimamente articulada com uma periferia pontuada por pequenos aglomerados populacionais, relacionados com a cidade através das antigas vias romanas que ligavam Braga a Astorga (Vias XVII e XVIII), a Lugo (Via XIX) e a Mérida. A este propósito, não deixa de ser signi cativa, a aparente perca de importância das necrópoles associadas às antigas vias que seguiam para Oeste (via XX) e Sul (Via XVI). As incursões muçulmanas a Braga, nos inícios do século VIII, poderão ter determinado a necessidade de demarcação física do espaço urbano sobrevivente, através da construção de um novo recinto forti cado, que reaproveitou parte do traçado norte da muralha romana, conservando no seu interior a trama urbana ortogonal, a qual será progressivamente alterada pelo reparcelamento dos antigos quarteirões romanos, através de processos de fragmentação e de agregação (Ribeiro 2008). No primeiro caso, veri ca-se o desenvolvimento de pequenas parcelas, que repartem os antigos quarteirões e favorecem o aparecimento de novos arruamentos. No segundo, parece registar-se a construção sobre alguns dos antigos eixos viários.

Fig. 4 – Topografia e arquitectura cristã antiga na área rural de Bracara (sécs. V-VII)


25 8 L. FONTES / M. MARTINS / M.C. RIBEIRO / H.P. CARVALHO: A CIDADE DE BRAGA E O SEU TERRITÓRIO NOS SÉCULOS V-VII

Estes processos, que se desenvolverão ao longo da Idade Média, alteram a morfologia da trama romana que persiste, todavia, preservada, no traçado de algumas ruas actuais. 3. TOPOGRAFIA E ARQUITECTURA CRISTÃS Tal como se veri cou noutros núcleos urbanos do mundo romano tardio, Bracara Augusta também re ectiu a nova ‘ordem’ veiculada pela emergência e xação do cristianismo, em Braga especialmente manifesta durante o domínio suevo e visigodo. Capital provincial romana e sede episcopal cristã desde nais do século III, Bracara Augusta foi, nos séculos V e VI, capital do Reino Suevo, a rmando-se como um lugar central do cristianismo do Noroeste Peninsular – a Sedis Bracarensis. Com a xação de nitiva do centro político e administrativo do Reino Visigodo em Toledo, que no ano 585 anexou o Reino Suevo, e resolvidos os con itos entre arianos e católicos com a conversão de Recaredo ao catolicismo, Bracara bene ciou da aliança estabelecida entre a Coroa e a Igreja, mantendo o estatuto de capital provincial civil e sede metropolitana eclesiástica. Neste contexto, os séculos V, VI e VII constituem um período fulcral para a compreensão dos múltiplos aspectos que caracterizam tanto o m do domínio romano, como o nascimento dos reinos cristãos alto medievais. A emergência do reino suevo e a acção organizativa da Igreja, protagonizada por São Martinho de Dume, constituem, talvez, duas das mais signi cativas expressões da vitalidade sociocultural das populações do Noroeste peninsular (Fontes, 2009a). E é aos bispos bracarenses, especialmente São Martinho de Dume e São Frutuoso, que se deve uma organização territorialadministrativa completamente desenvolvida, com numerosas paróquias e igrejas privadas. E das disposições conciliares retira-se, precisamente, que os séculos V, VI e VII foram um período de contínuo labor construtivo, especialmente impulsionado pela Igreja, como tem vindo a ser con rmado pelos estudos arqueológicos (Fontes 2009a: Fontes et al 2009b). 3.1. Na cidade Na cidade intra-muros, para além de se veri car que toda a área permaneceu ocupada, constata-se que o provável conjunto episcopal se a rma como novo marcador urbano polarizador, a partir do século V. Embora não seja possível pormenorizar as características arquitectónicas e a organização funcional dos espaços relacionados, para além da con guração genérica em três naves, os vestígios correspondentes ao que se interpreta como primitiva sede episcopal bracarense aceitam a sua integração no modelo basilical paleocristão que se difundiu pela Europa a partir dos séculos III e IV. Aparentemente, o modelo basilical, que se terá mantido, talvez com variações, até à organização altomedieval do território

bracarense (séculos IX-X), só veio a ser de nitivamente alterado depois do ano 1000, com a edi cação do templo românico (Fontes et al 1997-98). Apesar de não se conhecerem vestígios de outras edi cações claramente identi cáveis com templos cristãos, a distribuição de achados de capitéis “paleocristãos”, estilisticamente datáveis dos séculos V e VI, sugerem a possibilidade de estes se localizarem na metade setentrional da cidade, reforçando a tendência de continuidade de ocupação do quadrante nordeste. Não estando associados a espaços de enterramento, que nesta época ainda se fariam extra-muros, junto de basílicas martiriais, estes elementos poderão corresponder à existência de templos correlacionados com conventos, que as fontes referem explicitamente existir em Braga, designadamente a célebre Crónica de Idácio (Cardoso, 1982; Tranoy, 1974). A distribuição dos elementos conhecidos (capitel da Rua de São Sebastião ou dos Marchantes, capitéis das Carvalheiras e placa com crísmon da Rua dos Anjos), sugerem a conformação de uma topogra a cristã fortemente vinculada a um eixo este-oeste, genericamente coincidente com os decumani principais da anterior cidade romana, que se articulam com as principais vias de saída da cidade e que vão a rmar-se como eixo estruturante da posterior evolução da malha urbana medieval. 3.2. Nos subúrbios Na cidade extra-muros, a permanência das vias e necrópoles de origem romana ordenam a topogra a cristã, datando deste período a edi cação de basílicas cemiteriais. Umas sacralizam os espaços de enterramento romanos junto da cidade, como parece ser o caso de S. Clemente do Fujacal, ladeando a antiga saída para Mérida e de S. Pedro de Maximinos, esta nas proximidades do an teatro. Outras parecem ordenar os aglomerados suburbanos, como acontece com S. Vicente e S. Victor, a primeira a Norte articulada com a antiga via XVIII e a segunda a Este junto à antiga via XVII. É ainda nos arredores de Bracara que dois dos mais notáveis bispos de Braga fazem construir dois dos mais importantes mosteiros do Noroeste Peninsular – o de Dume, no século VI, por iniciativa de São Martinho e o de São Salvador de Montélios, no século VII, por iniciativa de São Frutuoso, que aí fez igualmente edi car o seu mausoléu. Ambos se implantam próximo da urbs e à margem da antiga estrada romana que ligava Bracara Augusta a Lucus Augusti por Limia e Tude, entre o saltus e o ager. Em meados do século VI edi cou-se a basílica consagrada a S. Martinho de Tours, por iniciativa do rei suevo Charrarico. Foi esta basílica que São Martinho de Dume elevou a sede episcopal, cerca de 558, após ter fundado um mosteiro junto, adaptando a antiga villa romana. Os vestígios da basílica sueva estendem-se pelo adro e sob a actual igreja paroquial, numa área superior a 750 m2, onde se conservam res-


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Fig. 5 – Proposta de reconstituição dos limites da diocese de Dume (sécs. VI-X)

tos da fachada, da nave, da quadra central e da cabeceira, conseguindose reconstituir o traçado global do primitivo templo. Trata-se de um vasto edifício, com cerca de 33 metros de comprimento e 21 metros de largura máxima, construído com poderosas paredes de cantaria almofadada e de alvenaria graníticas, desenhando uma planta em cruz latina orientada O-E, com cabeceira trilobada e uma só nave rectangular. A penetração precoce deste modelo na região bracarense parece resultar de uma difusão oriunda das regiões italianas de Milão e de Ravenna, que aqui poderia ter chegado tanto por via marítima mediterrânica, como por via continental, esta através do reino franco-merovíngio (Fontes 2009a). A excepcional dimensão do templo, poderá explicar-se por se tratar de uma edi cação de iniciativa régia, com a qual se terá pretendido a rmar o poder da coroa e testemunhar, através de uma grandiosa obra arquitectónica, a efectiva conversão do rei e do seu povo ao cristianismo católico, conversão que São Martinho Dumiense haveria de consolidar, lançando as bases da organização administrativa e territorial da Igreja Bracarense. Da decoração arquitectónica praticamente nada se conservou. Os raros elementos arquitectónicos que poderiam ter feito parte da edi cação sueva ostentam formas ou temáticas decorativas de tradição clássica romana, com evoluções características da incorporação de gramáticas formais e decorativas locais e/ou regionais, assemelhando-se a produções datadas, noutros monumentos, dos séculos V-VIII: um fragmento de cancel, em mármore, com decoração vegetalista; um fragmento de friso com decoração geométrica de losangos, em calcário; um fragmento de grelha de gelosia, também

Fig. 6 – Sobreposição dos limites da diocese de Dume sobre malha cadastral romana

em calcário; e quatro capitéis do tipo coríntio, em granito. Aos séculos V-VII deve reportar-se igualmente parte de uma tampa de sepultura com restos de mosaico. Depois da edi cação da basílica e da reconversão da villa em mosteiro, no século VI, o sítio não parece ter conhecido grandes transformações, testemunhando-se arqueologicamente a sua ocupação até ao século IX (Fontes 2006; 2009b). Já no terceiro quartel do século VII, também junto à antiga via romana e próximo do mosteiro de Dume, no lugar de Montélios, o bispo São Frutuoso edi cou um novo mosteiro, que dedicou a São Salvador, edi cação esta que foi arqueologicamente con rmada por recentes trabalhos arqueológicos de sondagem. Mais amplamente conhecido é o mausoléu que, cerca de 660, o referido bispo fez construir junto ao mosteiro, para abrigar a sua sepultura. Actualmente é designado por Capela de São Frutuoso. Não ultrapassando os 13 metros em cada eixo, construído em sólido aparelho de cantaria granítica, o mausoléu apresenta uma planta em cruz de braços quadrados iguais, o do lado poente recto e com cobertura em abóbada de canhão e os restantes três abrigando absides em arco de ferradura e cobertura compósita. Ao centro eleva-se uma torre-lanterna, rematada por cúpula semi-esférica em tijolo. Praticamente todo reconstruído nas décadas de 30 e 40 do século XX, a forma que o monumento hoje apresenta será devedora da reconstrução que terá conhecido no século X, ostentando soluções arquitectónicas complexas, em que se cruzam in uências clássicas, bizantinas, moçárabes e asturianas (Fontes 2009b).


26 0 L. FONTES / M. MARTINS / M.C. RIBEIRO / H.P. CARVALHO: A CIDADE DE BRAGA E O SEU TERRITÓRIO NOS SÉCULOS V-VII

No mais afastado monte da Falperra, o conjunto palatino incorpora igualmente um templo cristão antigo, datável do século V: implantado em plano superior ao conjunto, destaca-se o grande edifício rectangular com 25x16 metros, de plano basilical com nave central e abside semicircular inscrita, em alvenaria granítica regular. E se, do ponto de vista da arquitectura, os restos conhecidos de templos cristãos deste período nos revelam uma surpreendente actualização de modelos construtivos, detectando-se in uências oriundas do Mediterrâneo oriental, da península itálica, do Sul Peninsular e do Norte de África, os elementos de decoração arquitectónica, sobretudo capitéis, denunciam tanto a permanência de padrões artísticos clássicos como evoluções que acolhem as tradições locais, testemunhando a existência de uma efectiva renovação arquitectónica (Fontes e Pereira 2009; Fontes et al 2009). 4. ORDENAMENTO DO ESPAÇO RURAL Para este trabalho escolhemos como exemplo particular o espaço a Norte da cidade, uma extensa várzea uvial que se estende até ao rio Cávado, tendo como referência particular o sítio de Dume, povoação em torno da qual se documentou a existência de um cadastro romano (Carvalho 2008) e onde, no século VI, se fundou um mosteiro, cujos limites de propriedade aparecem documentados no século X. À villa romana, fundada no século I e com ocupação continuada até ao século V, sucedeu a sua adaptação a mosteiro no decurso do século VI, na sequência da edi cação da basílica de São Martinho, cerca de 550. Aí se instalou S. Martinho Dumiense, nomeado bispo pelo monarca suevo, vinculando-se o estatuto de diocese ao termo de Dume. O mosteiro viria a ser extinto no terceiro quartel do século IX, quando o bispo dumiense Sabarico se transfere para Mondonhedo, no norte galego (Fontes 1997-98; 2009b). É precisamente este termo que é descrito num documento do ano 911 (con rmando uma anterior doação do ano 870), delimitando-se a antiga diocese de Dume com base numa detalhada descrição de elementos naturais e construídos, nomeando-se não apenas os aglomerados populacionais, que então eram designados como villae, como diversos elementos de demarcação – archae, montem, petras ctas, via, terrae tumeda (Liber Fidei, Doc. 17, in Costa 1965). Sintomaticamente, os limites descritos coincidem em parte signi cativa com os eixos da centuriação romana, admitindo-se que algumas das petras ctas correspondam a cipos gromáticos (Carvalho 2008). Aceitando que a actual paróquia de Dume herda o espaço da antiga diocese sueva, assente por sua vez numa antiga villa romana, não deixa de ser impressiva a descrição quadrangular que dela faz o seu pároco em 1758, na resposta a um inquérito da Coroa (Capela 2004). Constatamos, assim, que quer os eixos romanos que serviram para organizar o espaço rural, quer os elementos delimitadores dessa organiza-

ção, têm um tempo de sobrevivência e reutilização longo, denunciando um ritmo de transformação completamente distinto do que se identi ca no espaço urbano. De facto, mau grado a desarticulação político-administrativa que acompanhou o estabelecimento do domínio muçulmano no sul peninsular, a par da reconhecida retracção populacional dos séculos VII e VIII, a região de Braga sempre esteve povoada, como con rma a actividade documentada do bispo Odoário, cerca de 750. Mas a reorganização territorial só acontece, de forma sistemática e sustentada, a partir da segunda metade do século IX, com Afonso III das Astúrias, que em 873 “restaura” a cidade de Braga (Costa 1997). Por outro lado, e alargando a análise ao mais vasto território bracarense, a revisão crítica da documentação e da bibliogra a, a par de novos achados arqueológicos, proporciona uma nova leitura da ocupação e organização do território, até hoje insuspeita (Fontes 2009a; 2009b). Os estudos toponímicos, cruzados com as informações proporcionadas pela numismática e con rmados por achados arqueológicos, já possibilitam elaborar uma cartogra a bastante aproximada da Divisio Theodomiri, (ou ‘Paroquial Suévico’, documento redigido já depois de 572, ano do 2.º Concílio de Braga – Costa 1965), relevando a distribuição relativamente uniforme das sedes ‘paroquiais’ pelos vastos territórios diocesanos, desenhando uma rede que assegurava a cobertura da totalidade dos territórios. Constata-se que o entre Douro-e-Minho, região a que correspondem, grosso modo, as dioceses de Braga, Porto e parte da de Tui, se distingue das restantes regiões por um desenvolvimento superior da organização territorial, registando-se 30 ‘paróquias’ em Braga, 25 no Porto e 17 em Tui. Destas últimas, cerca de metade localizavam-se a Sul do rio Minho, em território actualmente português. As dioceses de Braga, Porto e Tui são também as únicas em que se faz distinção entre ‘paróquias’ (ecclesie) de vici (‘in vicino sunt’) e paróquias de pagi (‘item paga’), o que parece revelador da tentativa de conseguir maior articulação entre as cidades, os aglomerados urbanos secundários e o povoamento rural. A ligação conseguida entre os diferentes pólos de povoamento parece ter constituído a base do sólido enraizamento da estrutura organizativa da Igreja Sueva, o qual generalizadamente se reconhece como resultante do particular empenho do bispo São Martinho de Dume. A organização territorial acima referida ter-se-á mantido durante o domínio visigótico, pois a Galécia parece ter conservado a sua estrutura administrativa e económica e, no plano eclesiástico, Braga conservou o seu estatuto metropolitano, como parece denunciar o facto de continuar na posse das dioceses lusitanas de Lamego, Viseu, Coimbra e Idanha, pelo menos até meados do século VII (Costa 1997).


261 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Embora nos faltem documentos comprovativos, pode conjecturar-se que os centros paroquiais se foram multiplicando durante o domínio visigótico, quer em resultado de novas fundações de igrejas, quer por transformação de basílicas em igrejas baptismais. No meio rural, nas proximidades de aglomerados populacionais de maior ou menor importância (castra-castella, vicus e villae), junto a antigos santuários ou em locais de interesse colectivo, terão surgido igrejas, basílicas e mosteiros, construídas por iniciativa do bispo, das comunidades locais ou de um patrono mais abastado – para além dos vestígios seguros de templos na cidade de Braga e nos seus arredores (Dume, São Frutuoso e Falperra), estão identi cadas ruínas de um templo suévico ou visigótico na Costa (Guimarães) e indícios muito prováveis de outros em Santa Eulália de Águas Santas / Rio Covo e Banho (Barcelos), Facha (Ponte de Lima), Vila Mou (Viana do Castelo), Antime (Fafe), São João de Rei (Póvoa de Lanhoso), Santa Maria de Ferreiros (Amares), São João do Campo (Terras de Bouro) e Santo Adrião (Vizela) (Costa 1997; Fontes 2009a; Fontes et al 2009b). Mais abundantes e dispersos por toda a região do entre Douro-e-Minho são os inúmeros locais correspondentes a povoados que oferecem testemunhos arqueológicos de ocupação continuada até à alta Idade Média: Cantelães, Parada de Bouro, Pandozes e Rossas, em Vieira do Minho; Lindoso, em Ponte da Barca; Lanhoso, Calvos e São João de Rei, em Póvoa de Lanhoso; Beiral do Lima, Facha, Boalhosa, Santo Ovídio e Santa Cruz do Lima, em

Ponte de Lima; Santa Eulália de Águas Santas, Faria, Arefe, Lousado, Cristelo, Martim, Vila Cova e Abade de Neiva, em Barcelos; Cendufe, Eiras, Giela, Tavares, Parada e Santa Maria do Vale, em Arcos de Valdevez; Vila Mou, Areosa, Carmona e Santa Luzia, em Viana do Castelo; Lovelhe, em Vila Nova de Cerveira; Alvaredo, Paderne e Castro Laboreiro, em Melgaço (Fontes 2009ª; 2009b). No vasto território situado entre os rios Minho e Douro, os grandes povoados forti cados (os castra-castella de Idácio), são omnipresentes. Embora alguns devam ser de fundação contemporânea do domínio Suevovisigótico, a maior parte são de fundação bem mais antiga, ainda anterior ao domínio romano. Com ocupação continuada ou interrompida, esses povoados abrigaram as populações que, fortemente rarefeitas pelas fomes e pestes do século VII, sobreviveram aos tempos incertos de desarticulação do poder no século VIII e que no século seguinte viriam a sustentar o novo esforço de organização protagonizado pela expansão asturiana. Abandonados de nitivamente a partir dos séculos X-XI, continuaram a servir de referencial na localização das propriedades e na delimitação de termos durante toda a Idade Média e Época Moderna. Se a estes vestígios acrescentarmos as referências toponímicas de antroponímia genitiva, isto é, relativa a possessores ou proprietários, reconhecidamente anteriores ao domínio árabe na Península (Fernandes 1990), ca-se com um quadro bem mais aproximado da densidade de ocupação do território durante os séculos V-VII.


26 2 L. FONTES / M. MARTINS / M.C. RIBEIRO / H.P. CARVALHO: A CIDADE DE BRAGA E O SEU TERRITÓRIO NOS SÉCULOS V-VII

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263 Adriaan De Man (Centro de Arqueologia da Universidade de Lisboa – Uniarq)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 263 - 266

CONIMBRIGA, THE SURROUNDING TERRITORY, AND A SHORT REMARK ON LUSITANIAN LATE ANTIQUITY

1. PRECEDENTS As often stated elsewhere, any fth century settlement analysis on Conimbriga would require a previous confrontation between bishop Hydatius’ written account and, on the other hand, the existing archaeological evidence. In short, there has been a persistent historical discomfort towards a well-known passage in the Chronicon, which portrays a dead city after one of the more than common Suevic raids on Lusitanian walled cities. Such incursions envisaged above all the loyalty of local aristocracies, and their factual outcome caused little or no damage on urban infrastructures. In fact, Hydatian claims on the city’s razed walls and buildings, as well as on the site’s complete and utter depopulation, are challenged by a quite disagreeing physical record. The mere maintenance of a bishopric for at least another century, that is, until an advanced stage of Recared’s reign, is a reasonably clear argument in favour of everyday life continuities in and around Conimbriga. Yet what could this abstraction – “continuities” – mean in terms of public and domestic space? Some examples, though somewhat curtailed by the shortage in the available data, illustrate internal vigour during post-Roman phases. The French and Portuguese excavations of the 1960s concentrated mainly on an axis linking the extensive southern baths to the forum, and culminated in the outstanding publication of the Fouilles de Conimbriga, in seven volumes. For many different reasons, both earlier and more recent interventions did not achieve a similar magnitude, and led to a more modest outcome. However, the last decade and a half witnessed a progressive focus on the post-Roman contexts, which had hitherto been largely unrecognized, or at least strongly undervalued. Either by reinterpretation of existing data or through recent excavation, quite a few researchers have identi ed important traces of Late Antique and Early Medieval occupations at the entire extension of the walled plateau (for synopsis and references, see De Man 2010). Interesting is the abandonment of the area outside the tetrarchic wall. During the fth century, no evidence of domestic occupation is visible there, only a necropolis, and the small number of import wares are found in waste pits, ground levelling layers, and so forth. The forum itself revealed graphic sequences pointing towards the christianization of the temple, and its utilization as such during what seems to be a relatively short period of

the fth century. On the other hand, many houses underwent a functional disarticulation between the fth and sixth centuries, a very well observable process at the house of Cantaber, where the closing of inner passages and the opening of other, towards the street, indicate above all a huge social shift. The former peristyles seem to have been kept functional as a sort of common courtyards. Another major change is the reutilization of former residential spaces for manufacturing purposes, a wide-ranging phenomenon, common to other Hispanic cities (Ramallo Asensio 2000, 369-370). It is to be pointed out that these evolutions took place within the existing Late Roman structure, that is, it looks as if there were no important modi cations in the general layout of the city before the Early Middle Ages. 2. THE VISIGOTHIC EVIDENCE First of all, urban analysis has to deal with the question whether seventh century Conimbriga can be called a city in the full acceptance of the term. On the paradox of Visigothic “de-urbanized” cities, a great deal of work has been realized, both in the eld of Late Roman precedents (speci cally on Conimbriga, see Étienne and Alarcão 1977) and of Islamic studies. Yet many of the post-Roman initiatives on city planning are hardly explainable through mere inertia. To advance only one example, Gutiérrez-Lloret (2000, 98101) has pointed out serious engineering works in the cities of the Tudm r pact, and there is furthermore no originality in recalling the several literary sources indicating the monarchy’s preoccupation with public building and maintenance. The troubling period between the end of direct imperial input and the recentralization of the late sixth century monarchy did in fact alter local governance, as well as a number of more measurable features, such as architectonical adaptations or consumption patterns. One of these “autarkic” linkages towards medievalism is discernible at what is nowadays the church of Condeixa-a-Velha, on the main road to Coimbra, quite possibly built on a basilica, since a sixth century epitaph was found during a casual remodelling. As for the so-called palaeochristian basilica, supposedly on the house of Tancinus, the building has been re-excavated by the Universidad Autónoma de Madrid and the Conimbriga Museum. Although there is clear Visigothic presence in this sector, one fails to nd unequivocal proof of liturgical activity before the tenth century, something rather surprising


264 A. DE MAN: CONIMBRIGA, THE SURROUNDING TERRITORY, AND A SHORT REMARK ON LUSITANIAN LATE ANTIQUITY

when considering the amount of work, based on excavation, assuming the palaeochristianity of the building. At many other locations inside Conimbriga, recent eldwork con rmed a widespread and uninterrupted domestic progress during early Visigothic times. Moreover, two important and related changes occurred at Conimbriga shortly before the third Toledo Council in 589. On the one hand, at least according to the Episcopal presences in the councils, the bishopric was transferred to Aeminium, henceforth known as Columbria or Coimbra. On the other, a fort was built at the western corner of the city wall. This ending point of the Late Roman wall circuit was cut off by a sixth century wall, thus creating a miniature of what had been accomplished during the fourth century, including a separate entrance. Excavation revealed that this complementary wall has no rock-based foundations, ending in a cul-de-sac. Its counterfort, near the gate, had always been seen as a tower, but is actually a technical solution, destined to reinforce a long structure without corners and without foundations. The most likely interpretation has to do either with a military function under Leovigild, or with an administrative one, already under Recared. 3. THE SURROUNDING TERRITORY The persistence of land exploitation models in central and northern Lusitania becomes very well inferable from the Suevic Parochiale, both through the villae themselves (Marciliana, Gomedei) and through the fundi (Carisiano, Curmiano, Cantabriano). This fundus Cantabriano, in the diocese of Lamego, is important in obvious link to the Cantaber family, mentioned by Hydatius as the local Conimbrigan aristocracy during the Suevic raids. Concerning territorial coherence, one has nothing to oppose to the view in which many late Roman villae were abandoned or transformed into what might be called a hamlet or a village during the sixth and seventh centuries. However, the situation around Conimbriga appears to be quite diverse. In several cases, settlement patterns still follow closely their Imperial precedents. There is nothing extraordinary in this picture, as agriculture did clearly not collapse because of Visigothic rule. There are many references to erogatores annonae etc., and at least until the very late sixth century the Hispano-Roman land owners managed to in uence Visigothic policy. Leovigild even found strong military opposition in their territories. And the Lives of the Visigothic Fathers easily con rms the existence of a powerful land-owning aristocracy in Lusitania (Collins 1983, 97-98). The tertia Romanorum system was essentially a scal one, or precisely not (see Arce 2003, 145), but in any case did not really retail the latifundia, which by the way would have been a quite awkward idea, and above all with no unequivocal archaeological veri cation (for further reading and partial divergence, see Wickham 2005, 60). This conviction been stated, and returning to Conimbriga, there are different ways in which the villae changed during the Visigothic period. It is

undeniable that every site had a particular evolution, yet even in a global perspective, there is no unique path “from villa to village”. A rst case is a reasonably well identi ed transference from a late Roman villa to a hilltop site. Rabaçal, known for its mosaics and curious peristyle, seems to have been abandoned somewhere during the fth century, even though there are several traces of later occupations. It has been suggested that there might have functioned a palaeochristian basilica at the site. For the time being, one might assume an abandonment, though, and a transference of settlement to what would become a small twelfth century castle named Germanelo, two kilometres further down the valley. The castle was built by order of Afonso Henriques on a dominating hilltop, and its walls cut previous structures and layers which included late Roman material. For the moment, only parts of the courtyard have been excavated. Another case is that of Madanela, in Coles de Samuel, Soure, which is a good example of a late Roman villa with only residual Visigothic presence. A second campaign just ended, and the preliminary data point towards a slow abandonment that had might already have ended by the sixth century, at least at the sector being excavated. The villa is located on a small hilltop, facing the ancient Mondego estuary, on one of the more evident land routes between the ocean and Conimbriga. A third site is that of Santiago da Guarda, another late Roman villa that was repeatedly rebuilt until it served as a forti ed tower during the Christian conquest. The tower walls are put up directly on those of the villa, and even though there was important remodelling in the fourteenth century, some intermediate layers correspond to a Late Antique occupation. It is clear from what is pointed out above that a number of changes, towards the end of the fth century, made country life in late Roman patterns rather dif cult. The latest imports in and around Conimbriga (for references, see De Man 2009) are quite later, though, circulating perhaps until the seventh century: e.g. Hayes 91, 93 B, 103 A and B, 104 A and B, 110. Phocean Slip Ware (3B, 3C and 3F) is also present in considerable quantity. A reasonable number of Late Roman Amphorae 1, 3 and 4 demonstrates the same fact, namely that import continued during the sixth and even seventh century, which also proofs the Byzantine lack of interest in boycotting commercial channels. These elements are slightly later than those at Rabaçal but equivalent to Santiago da Guarda. To ascribe the rst case to Suevic and Visigothic unrest is not a reasonable explanation, or at least it does not provide more than a single factor. In a similar way, the pattern of Early Imperial villae around Conimbriga does not at all correspond to that of the fourth century, and so there is no need for anything else than scal and economical reasons, in which the Visigoths, of course, did play a part. By linking these three sites to the city, they had to owe tribute to their administrative centre, as is evident, for instance, in the Forum Iudicum. The very


265 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

idea of urban decadence has been widely revised in moulds that go well with a place such as Conimbriga, that is, an Episcopal see until 585, which afterwards maintained a defensive and scal role in the region. 4. A REMARK One main issue links this entire problem: to what degree was Conimbriga an economical centre for the sites in its territory? Or, to put the question differently: did evolution of rural settlement depend on some kind of agreement, sanctioned by the city, or was there a high degree of autonomy for independent groups of people living in the ancient fundi? It might be hard to believe in this latter perspective. Private initiative, although important, was not for everyone, let alone a group of farmers building an autonomous community on a hilltop. There was strong and active state involvement in this phenomenon; when confronting the Forum Iudicum with the Theodosian Code, for instance, the laws on taxes and boundaries are precisely the ones that change very little. The image of scattered and isolated farmsteads is just too far from reality. If there is a pattern to be found, the settlement shift would certainly not be previous to the later sixth century. And it would acquire above all an economical meaning. Furthermore, the existence of parishes is a consequence and not a cause of settlement. In this perspective, a possible element to be introduced here is a local variation of the post-Roman “casal”, which might be identi ed in other Western micro-territories (Toubert 1973, for instance, remains a solid reference for central Italy). Peasant households in a structural form or self-organization is still hard to accept, though, at least at a more than functional, day-to-day level. The three cases around Conimbriga demonstrate adjustments in the shaping of Early Medieval landscape. There might be found some familial continuity in this evolution, that is, especially at Santiago da Guarda there is a clear maintenance of the domestic space, until its medieval forti cation. A sign of late Roman and Visigothic land exploitation, and especially of wine production, in the estates around Conimbriga becomes visible by examining the decline in the import of wine amphorae (Correia; De Man 2008). As the sh derivates and the olive oil continue to be imported, and since it

is unlikely that people in the Conimbriga region stopped appreciating wine, it is probable that there existed a considerable regional wine production, exactly the opposite of what the scarcity of amphorae might suggest. To nish, a quick glimpse at a supra-regional perspective: the gravity centres of the Roman neighbouring territories did alter very signi cantly: Collipo, a city south of Conimbriga, was already known as Palatium Randul in Early Medieval times, while in the north, Aeminium, the new Colimbria, was to become the main Medieval city, coining mint and absorbing medieval river and road traf c. Of course these changes depended on the attraction of the bishoprics, since the bishop of Coimbra was simultaneously the regional monetarius. But the fact that they concentrated in certain cities has little to do with random choices by the monarchy, and is but a re ex of economical change, and a further catalyst. The point to be made is that the Visigothic villae and villulae, mentioned in legal statements, until a very late stage (e.g. Vitiza and Egica), continue to be a structural part of the rural economy and are, to the best of our knowledge, entirely independent of the vici and castella mentioned by a variety of sources, among which the well-known writing of Isidore of Seville. Until an advanced period of the eighth century, territorial coherence depended on concepts which, at the end of the day, were nothing less than “Theodosian” derivations, particularly in the eld of rural or peri-urban ties to the city, thus requiring active state involvement (De Man 2009a, 199-208). Such central interference would favour the notion of a model, or at least a tendency, applicable to other Lusitanian territories, as is probably the case. For other Western regions, there are alternative proposals (Francovich 2007, 135-136 or Wickham 2005, esp. chapter 5, yet see also p. 475, on centrality of Hispanic villae until the eighth century). Brogiolo and Chavarría Arnau (2008, 198) made it clear that the ending phases of these villae did not necessarily signify abandonment of the buildings of even of the land exploitation, a claim quite well applicable at a place such as Torre Velha, near Serpa. This southern site with important Visigothic and Early Islamic occupation is a wonderful example of post-Roman hybrid forms of land occupation, apparently still within an important “Imperial” framework, yet lacking many of the features of a late Hispanic villa (De Man; Porfírio; Serra 2010).


26 6 A. DE MAN: CONIMBRIGA, THE SURROUNDING TERRITORY, AND A SHORT REMARK ON LUSITANIAN LATE ANTIQUITY

ARCE, JAVIER, The enigmatic fifth century in Hispania: some historical problems, Regna and Gentes, The Relationship between Late Antique and Early Medieval Peoples and Kingdoms in the Transformation of the Roman World, Brill, Leiden / Boston, 2003, p. 135-159 BROGIOLO, GIAN PIETRO; CHAVARRÍA ARNAU, ALEXANDRA, El final de las villas y las transformaciones del territorio rural en Occidente (siglos V-VIII), Las villae tardorromanas en el Occidente del Império: arquitectura y función, IV Coloquio Internacional de Arqueología en Gijón, Ediciones Trea, Gijón, 2008, p. 193-213 COLLINS, ROGER, Early Medieval Spain, Unity in Diversity, 400-1000, New Studies in Medieval History, The MacMillan Press, London and Basinstoke, 1983

CORREIA, VIRGÍLIO HIPÓLITO; DE MAN, ADRIAAN, Variação e constância na ocupação de Conimbriga e do seu território, Colóquio Internacional Transformações da Paisagem. O impacto das cidades romanas no Mediterrâneo Ocidental, CIDEHUS, Universidade de Évora, 2008, in print DE MAN, ADRIAAN, A transformação de Condeixa: espaços e funções alto-medievais, Cristãos e Muçulmanos na Idade Média Peninsular – Encontros e Desencontros, Universidade Nova de Lisboa, 2009, in print DE MAN, ADRIAAN, Funções estruturantes de algumas villae pós-romanas, Cadmo – Revista de História Antiga 19, Universidade de Lisboa, 2009a, p. 199-208

DE MAN, ADRIAAN, Recent archaeological research on late and post-Roman Conimbriga, Madrider Mitteilungen, Band 51, 2010, in print DE MAN, ADRIAAN; PORFÍRIO, EDUARDO; SERRA, MIGUEL, O sítio romano da Torre Velha 1, trabalhos de 2008-09, 4º Colóquio de Arqueologia do Alqueva, EDIA, Beja, 2010, in print ETIENNE, ROBERT; ALARCÃO, JORGE, Fouilles de Conimbriga I, L’Architecture, Éditions de Boccard, Paris, 1977 FRANCOVICH, RICCARDO, The hinterlands of early medieval towns: the transformation of the countryside in Tuscany, Post-Roman Towns, Trade and Settlement in Europe and Byzantium, vol. 1: The Heirs of the Roman West, Millenium Studies in the Culture and History

of the first Millenium C. E., Walter De Gruyter, Berlin / New York, 2007, p. 135-152 GUTIÉRREZ LLORET, SONIA, Algunas consideraciones sobre la cultura material de la épocas visigoda y emiral en el territorio de Tudm r, Visigodos y Omeyas, un debate entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, Anejos e Aespa XXIII, Mérida, 2001, p. 95-116 TOUBERT, PIERRE, Les structures du Latium médiéval: le Latium méridional et la Sabine du IXe siècle à la fin du XIIe siècle, Volume 1, Bibliothèque des Écoles Françaises d’Athènes et de Rome, volume 221, École Française de Rome, Rome, 1973 WICKHAM, CHRIS, Framing the Early Middle Ages, Europe and the Mediterranean, 400 – 800, Oxford University Press, Oxford, 2005


267 Javier Martínez Jiménez

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 267 - 274

EL USO Y EL SUMINISTRO DE AGUA A LA CIUDAD DE ROMA EN EL PERIODO OSTROGODO: 476-552 d.C.

El suministro de agua es una parte esencial de cualquier estudio del urbanismo. El urbanismo tardo antiguo sólo ha sido realmente estudiado en los últimos años, en paralelo a toda una serie de investigaciones sobre continuidad en las ciudades del occidente mediterráneo. Sin embargo, muy poco se ha hecho sobre el suministro de agua a Roma en el periodo ostrogodo. Las publicaciones sobre Roma han tenido un marco temporal más amplio y los trabajos sobre el urbanismo ostrogodo se centran mayoritariamente en Ravena. El objetivo de esta investigación es llenar un vacío existente en este campo y encuadrarlo dentro del periodo ostrogodo como un signo de continuidad desde el periodo romano. Este vacío está en parte creado por la escasez tanto de material arqueológico como de fuentes escritas. Es por ello que necesitamos fechar bien el material del que disponemos, y analizarlo cuidadosamente. Este texto tratará en particular la continuidad de los sistemas de agua romanos (suministro, distribución y desagüe), tanto física como formalmente, viendo cómo han evolucionado desde el alto imperio hasta la antigüedad tardía. Una vez aclarado esto, será más fácil entender las medidas tomadas por la administración central ostrogoda para evitar el progresivo declive de la red de aguas y el mantenimiento dentro de una política continuista con el pasado romano. Veremos también cómo a pesar de los intentos de la administración goda, había unos límites hasta donde ésta podía llegar, en particular la privatización de las redes por parte del papado. Por último veremos cómo las Guerras Góticas marcaron un punto de no retorno para la red de aguas de la ciudad, que desde entonces fue un suministro ya perteneciente al mundo medieval y no al clásico. 1. FUENTES Y MATERIALES DEL PERIODO Es importante para poder estudiar este periodo tan corto en detalle, tener en cuenta toda la información disponible. El periodo que nos ocupa (476552) incluye tanto el breve reinado de Odoacro (476-492) como el periodo de las guerras góticas (536-552). Un primer acercamiento al tema a través de las fuentes escritas ya nos descubre por qué no se había estudiado antes en detalle, pues son muy pocas. Entre las escasas fuentes de las que disponemos, destacan sobre el resto Procopio, Casiodoro y el Liber Ponti calis, por ser tanto contemporáneas como

cercanas a los eventos históricos1. Otros textos como pudieran ser los de Frontino, el Anónimo Valesiano o las cartas de Gregorio el Magno hacen también referencia al suministro y uso del agua en Roma, y nos sirven de referencia. El material arqueológico para este periodo es también escaso ( g. 1). Consta sobre todo de edi caciones, abandono de estructuras y reparaciones, generalmente tardías y de difícil identi cación, y para poder hacer un estudio cuidadoso, es necesario que tengamos un corpus de material selecto bien fechado y localizado. De entre estos, los ladrillos con sellos son nuestro material más able, junto con las inscripciones tanto de estatuas como de stulae (tuberías). También hay materiales y estructuras relacionados con el suministro o el consumo de agua (molinos, fuentes, baños, domus, talleres) que han sido excavadas y fechadas por su contexto o de las que se ha fechado su abandono. Más allá de esto tenemos que con ar en tipologías de aparejo y opus latericium tardío2 ( g. 2). 2. EL SISTEMA DE AGUAS ROMANO Con esto en mente, debemos recordar que el sistema de suministro de agua a la ciudad de Roma era una verdadera maravilla de ingeniería moderna, loada ya en su época. Los autores antiguos ya dejaron constancia de ello, primeramente Estrabón, quien decía: Y el agua es traída a la ciudad a través de acueductos en tales cantidades que verdaderos ríos uyen por la ciudad y los desagües; y casi todas las casas tienen cisternas, y tuberías, y muchas fuentes3 De la misma manera, Frontino un siglo después comentaba: Compara todas las inservibles pirámides o bien las demás famosas e inútiles obras de los griegos con los muy necesarios acueductos (moles aquarum)4. No es sorprendente, entonces, que Casiodoro ya en el siglo sexto escribiera:

1. CASIODORO: BARNISH 1992: ix-xiii, l-liii. Liber Ponti calis: DAVIES 1989: xiii. 2. Vide infra n. 25. 3. Geographica 3.8. 4. De Aquis, I.16. Tot aquarum tam multis necessariis molibus pyramidas videlicet otiosas compares aut cetera inertia sed fama celebrata opera Graecorum.


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... pero es [algo] propio en los acueductos de Roma, que es maravillosa su factura y singular salubridad la de las aguas5. La admiraciĂłn a lo largo de seis siglos estĂĄ fundada en la vasta infraestructura de la ciudad de Roma. La red de aguas de Roma forma, en conjunto, toda una serie de canalizaciones de agua desde las montaĂąas hasta Roma, distribuida a travĂŠs de la ciudad y desaguada por una compleja red de alcantarillado ( g. 3). Conocemos con seguridad 11 acueductos de ĂŠpoca romana (construidos entre el s. IV a.C. y el III d.C.)6, aunque este nĂşmero traiga problemas ( g. 3, nn. 1 a 11). En el s. V, los catĂĄlogos regionales errĂłneamente (confundiendo los nombres de fuentes e incluso vĂ­as con acueductos) mencionan dieciocho7. Procopio llega a contar en 537 catorce8. Aunque es posible que Procopio estuviera exagerando el nĂşmero, probablemente contase rami caciones de los acueductos principales como acueductos de por sĂ­. E incluso puede que contase acueductos que ya no funcionasen, pero cuyo nombre perviviese9. Dos de ellos claramente son el aqua Antoniniana10 y los Arcus Neroniani11, que tienen impresionantes estructuras sobre arcos, son llamados “aquaâ€? como los otros acueductos y eran tan grandes que tenemos referencias a ellos como acueductos en fuentes mĂĄs tardĂ­as (formae Sabbatensis y Lateranensis)12. AdemĂĄs, sabemos que funcionaban aĂşn en el s. VI: el aq. Antoniniana se suministrando agua a las termas de Caracalla (vide infra), mientras que los Arcus Neroniani suministraban al Palatino, y ademĂĄs son mencionados por Casiodoro porque tambiĂŠn suministraban al Aventino13. Aventurar el Ăşltimo que falta hasta los catorce de Procopio es mĂĄs difĂ­cil, aunque el Rivus Herculaneus parezca el mejor candidato, por haber sido un ramal famoso en ĂŠpoca imperial aunque es probable que en esta ĂŠpoca ya no llevase agua14. Toda esta red de aguas era mantenida en ĂŠpoca bajo imperial por una serie de operarios, llamados hydrophilaca15, que estaban bajo la supervi5. Variae, VII.6.2. ...in formis autem Romanis utrumque praecipuum est, ut fabrica sit mirabilis et aquarum salubritas singularis. 6. De Aquis I. 4-15; ASHBY 1935: Appia, Anio Vetus, Marcia, Tepula, Alsietina, Virgo, Julia, Anio Novus y Claudia, mĂĄs las construcciones posteriores: Trajana y Alexandrina. 7. Curiosum: 154-6; cf. De Aquis I.13-4, 72. 8. o IJİĹĹĎȥİĹțĎȓįİțĎ o , De Bello Gothico V.19.13. 9. Como el Anio Vetus y el Appia, vide infra n. 59. 10. Lexicon v. 1: 69; Ashby 1935: 157; Van Deman 1934: 144, DeLaine 1997: 16. 11. De Aquis I.20, II.76,87; Lexicon 1: 100; Ashby 1935: 244, 250-1; Van Deman 1934: 266; Coates-Stephens 2004: 63. 12. Coates-Stephens 2004: 115. 13. Variae VII.6.4; Claudiam ... molem sic ad Aventini caput esse perductam. 14. De Aquis, I.19; VAN DEMAN 1934: 139; Curiosum p. 155, l. 4; Lexicon v. 1: 69. 15. Codex Iustinianus XI.43.10.4.

Figura 1. Tabla que resume el material arqueolĂłgico usado en este estudio.

siĂłn de un magistrado encargado de los acueductos (curator aquarum) y otro encargado del alcantarillado (curator alvei Tiberis). 3. EL SUMINISTRO, LOS ACUEDUCTOS Y EL ALCANTARILLADO 3.1. La obra de Teodorico: legislaciĂłn y reparaciones SegĂşn parece, Odoacro no introdujo grandes cambios en la administraciĂłn romana de las aguas. Por otro lado, no nos consta que desde tiempos de Arcadio y EstilicĂłn hubiera una reparaciĂłn general de los acueductos16. Con la llegada de Teodorico en 493, parece ser que la administraciĂłn realmente se rehĂ­zo tras el abandono del s. V. 16. Reparaciones de Honorio: COATES-STEPHENS 2003a: 420; 2003b: 83.


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Figura 2. Restos de opus latericium/opus vittatum tardío, en el acueducto Claudio, tomada en el Parque de los Acueductos, Marzo 2009 (Foto del autor).

Las obras en los acueductos se enmarcan en una política de mantenimiento de estas estructuras que responde a dos motivos. Primeramente encontramos el deseo de Teodorico de embellecer (mantener los edi cios) la ciudad de Roma y crear una continuidad edilicia entre el periodo romano y su propio reinado. Así, varias cartas de Teodorico nos dan a entender que: no es útil consolidar [construcciones] desde los inicios si el descuido puede destruirlas, (...) la perfección loada es adquirida a través del mantenimiento17. 17. Variae, I.25.1. Nil prodest initia rei solidare, si valebit praesumptio ordinata destruere, ... de custoditis adquiritur laudata perfectio

El mantenimiento y reparación de las estructuras en Roma era, además, de principal relevancia: ¿Qué es, en n, más loable que mantener las reparaciones de aquel lugar [Roma] el cual claramente contiene la gloria de nuestro Estado?18 Obviamente, la red de aguas era un punto importante en este programa. Y es la propia naturaleza de los acueductos y las grandes termas la segunda motivación principal para mantener estas estructuras. El Estado ostrogodo trató de mantener los sistemas de agua de la ciudad debido más a la importancia simbólica19 que a la funcional que tenían para la ciudad. De igual manera que Teodorico podía haber elegido teatros, an teatros o termas para mostrar su relación con el mundo romano20, Roma tenía una red de acueductos demasiado importante como para no aprovechar la oportunidad de legitimar su posición reparándola. Además, Teodorico construyó en Verona y Rávena nuevos acueductos21, y Leovigildo hizo lo propio en Recópolis22. En el ámbito legal, el estado trató de mantener la administración de las aguas creando la comitiva formarum Urbis así como una comisión bajo el patricio Iohannes para mantener el alcantarillado23, sustituyendo las magistraturas preexistentes. Éste fue el último momento en el que hubo un sistema general central de mantenimiento, pues después sólo encontramos reparaciones ocasionales bizantinas (la Pragmática Sanción de 554) y las realizadas por los papas entre el 600 y el 900. La comitiva se encargaba de mantener los acueductos en buen estado, así como de asegurar que no había irregularidades en la distribución, ni robos de aguas, que se basa en las leyes del bajo imperio y responde al periodo de descuido en la red de aguas, que desde tiempos de Honorio y Estilicón no había sido reparada a gran escala. Las funciones explícitas de la comitiva eran las siguientes: mantenimiento de los canales (sin reparar en gastos), del suministro a los baños, de la pureza de las aguas, del suministro doméstico y eliminar los árboles a 10 pasos de un acueducto. En el fondo, Teodorico reunió en una sola magistratura la legislación bajorromana relativa al mantenimiento de los acueductos24.

18. Variae, III.30.1. quid est enim dignius, quod tractare debeamus, quam eius reparationem exigere, quae ornatum constat nostrae rei publicae continere? 19. Cf. ZAJAC 1999: 99-101. 20. Que también lo hizo, como vemos en el Teatro de Marcelo (Variae IV.51) o en otras ciudades de Italia (Excerpta Valesiana, II.12), y como hizo Chilperico de Neustria en Soissons y París (Gregorio de Tours, DLH V.17). 21. Excerpta Valesiana, II.12.71; WARD-PERKINS 1984: 128 22. OLMO ENCISO 2006: 94; 2000: 387. Actualmente en estudio: MARTÍNEZ JIMÉNEZ (e.p.) 23. Variae VII.6 (comitiva), III.30 (Iohannes). 24. Cf. Codex Iustinianus XI.43.10.4, XI.43.1.


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3.2. La evidencia arqueológica Lamentablemente, el registro arqueológico ligado a esta actividad constructiva y de mantenimiento es bastante escaso. En parte por la naturaleza de las reparaciones en sí. Estas reparaciones suelen ser en opus latericium tardío o en opus vitattum25. Hasta que no se estudie más a fondo las tipologías de opus latericium tardío ( g. 2), no podremos fechar con seguridad ciertas reparaciones que aparecen en varios acueductos. Van Deman y Ashby a comienzos del s. XX, hicieron un intenso estudio de los restos arqueológicos de los acueductos, pero no llegaron a especi car la fecha de estas reparaciones más allá de “muy tardías”, o atribuirlas erróneamente según una inscripción, a Belisario26. Actualmente se puede distinguir las reparaciones de Honorio de las del s. VI27, y aunque dentro del s. VI podrían ser bizantinas, godas o papales, sólo los godos parecen haber hecho reparaciones sistemáticas (i.e. la comitiva formarum), y las reparaciones que se conservan no parecen tener relación con las reparaciones bizantinas de post-guerra28. Encontramos estas reparaciones en seis acueductos distintos: el aq. Alexandrina (en Quarticciolo), el aq. Claudia (al aproximarse a la ciudad, g. 4), el aq. Marcia (por Tívoli), el aq. Tepula, el Anio Novus, el aq. Traiana y el Anio Vetus29. Aparte de estas reparaciones en aparejo tardío, varios ladrillos con el sello de Teodorico y Atalarico (tipos THEODERICO BONO ROM(a)E, THEODERICO FELIX ROMA y ATHALARIO FELIX ROMA) han sido encontrados en relación a varios acueductos. También es cierto que sólo uno directamente en la estructura del acueducto, hallado en el aq. Virgo30. De los hallados en la Via Labicana31 y los Arcus Neroniani32, no podemos asegurar que pertenecen a los acueductos, sin embargo, no conocemos en las inmediaciones de los lugares de los hallazgos ninguna estructura que fuera reparada en esta época, y en cambio sí están en una zona donde pasan 6 acueductos. Hemos de mencionar también que se encontraron otros tres en las orillas del Tíber, probablemente relacionado con las reparaciones del alcantarillado del patricio Iohannes33.

25. COATES-STEPHENS 2003a: 421-5. 26. VAN DEMAN 1934: 20; CIL XI.3298; COATES-STEPHENS 1998: 173, n. 18. 27. Realizadas por ESTILICÓN: COATES-STEPHENS 2003a: 420; 2003b: 83; WARD-PERKINS 1984: 131 28. Vide infra n. 75. 29. ASHBY 1935: 65, 114, 127, 240, 259-63, 314; VAN DEMAN 1934: 42, 65, 138-9, 155-6, 186, 330; Cf COATES-STEPHENS 2003a: 417, g.1. 30. CIL XV.1664.1. 31. CIL XV.1665.12, XV.1669.13. 32. CIL XV.1675.2. 33. CIL XV.1665.5, 33, 34.

Figura 3. Mapa de Roma, incluyendo los materiales mencionados en el texto, según la siguiente leyenda: 1, Aqua Virgo. 2, Aquae Marcia-Tepula-Julia. 3, Anio Vetus. 4, Aqua Claudia-Anio Novus. 5 Arcus Neroniani. 6, Aqua Alsientina. 7, Aqua Appia. 8, Aqua Antoniniana. 9, Aqua Trajana. 10, Aqua Alexandrina. 11, Aqua Sabbatina. 12, Termas de Diocleciano. 13, Termas de Constantino. 14, Termas de Caracalla. 15, Termas de Decio. 16, Termas de Agripa y Nerón. 17, Piazza dei Cinquecento. 18, Palazzo Valentini. 19, Crypta Balbi. 20, Palazzo Spada. 21, Inscripción de los molineros. 22, Excavaciones de la Academia Americana. 23, Excavaciones de la Via Nova. 24, Santa Agnese. 25, Complejo Vaticano. 26, Complejo de Letrán. 27, Molinos del Tíber. A, apud aquam Virginem CIL XV.1664.1. B, Alveo Tiberis CIL XV.1665.5, 33, 34. C, lugar del CIL XV.1675.2. D, Ad viam Labicanam CIL XV.1665.12, 1669.13.

Por último, el estudio de las la precipitación de la cal del agua nos pueden indicar también ciertas reparaciones34. Al ser estas concreciones dañinas para la estructura de la canalización y empeorar la calidad del agua35, los ingenieros romanos periódicamente limpiaban estas concreciones, picándolas o con vinagre36. Y aunque la deposición no es constante (desde 0’0123 hasta 1’6 mm/año)37, podemos usar la velocidad mayor (1’6 mm/año) como un indicativo para calcular en cuánto tiempo (como mínimo) se formó una concreción, y así poder calcular cuándo fue la última limpieza38. Esta teoría puede ser aplicada al acueducto excavado bajo la Academia Americana ( g. 3, n. 22; g.4), en cuyo canal se halló una con34. FARBRE et alii, 1991: 172-3. 35. FARBRE et alii, 1991: 183-5. 36. FAHLBUSCH 1991: 7, 9-11. 37. FARBRE, et alii, 1991: 191; KEENAN-JONES et alii, 2008: 331. 38. Como se ha hecho en las T. de Caracalla, que tuvieron agua hasta el s. IX: Hostetter y Fouke 2007. 39. La reparación papal del acueducto no incluyó este tramo: LP 107; COATES-STEPHENS 2003b: 83-4; WILSON 2000: 239.


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creción calcárea de 200 mm de espesor. Sabiendo que el agua dejó de uir en el año 53739, y a un ritmo máximo de 1’6 mm/año tenemos 125 años sin que la concreción se eliminase, lo que indicaría que aunque la administración goda reparase las estructuras de los acueductos, parece ser que no se encargaron de limpiar las canalizaciones por dentro (incumpliendo uno de sus cometidos principales). 4. LA DISTRIBUCIÓN: CAÑERÍAS Y BAÑOS El agua que llegaba a la ciudad de Roma era distribuida a varios receptores (baños, casas privadas, industria, etc) a través de una serie de cañerías de plomo o de barro, muchas de las cuales iban selladas. Del periodo que nos concierne, únicamente dos cañerías son conocidas, aunque sabemos por Casiodoro de su continuidad: trayendo las más puras aguas a través de multitud de tuberías40. El primer ejemplo está ahora en el museo de la Crypta Balbi data del s. V/VI41. La segunda es una tubería sellada por el papa Juan I (523-6), probablemente perteneciente a una villa42. El suministro de agua iba destinado en gran parte a las grandes termas. De los grandes complejos imperiales, los de Caracalla43 y Constantino44 tienen ladrillos con el sello de Teodorico (FELIX ROMA y BONO ROME) en sus exedras circulares ( g. 3, nn. 13-4), indicando reparaciones y mantenimiento por parte del estado. La reparación de grandes complejos termales, que en su mayor parte tenían una capacidad muy superior a la demanda existente en la ciudad de Roma (que ya no tenía un millón de habitantes como en el alto imperio) se debía más a una cuestión de prestigio y legitimación, como ocurre con los acueductos mencionados anteriormente45, y que hicieron otros reyes germánicos, en París, Verona y Pavía46. Sin embargo, los baños de Decio siguen recibiendo estatuas a nales del s. V ( g. 3, n.15), lo que indica que una parte de estos grandes baños funcionaban y no sólo por iniciativa real47, sino por la bene cencia de vecinos y patronos. Los acueductos con reparaciones godas no suministraban agua directamente a los baños en los que encontramos reparaciones, con lo que no podemos decir que hubiera una política estatal de mantenimiento de la red al servicio de los baños, sino que estaba encaminada al suministro general.

40. Variae VII.6.4: liquores purissimos stularum uberibus emisisse. 41. CIL XV.7583; MANACORDA 2001: 47-8, g. 50. 42. CIL XV.7261; Cf COATES-STEPHENS 2003b: 89; 2003a: 429-30. 43. CIL XV.1665.2, XV.1669.7; NSc 1879: 15, NSc 1881: 90; DELAINE 1997: 39. 44. CIL XV.1665.3. 45. Para el caso especial de los baños, MANGO 2000: 934. 46. PARÍS: PÉRIN 1990: 14, 26; Italia: Excerpta Valesiana, II.12.71. 47. Lexicon v. 5: 53; CIL VI.1672; LAFOLLETTE 1994: 20-2. 48. WARD-PERKINS 1984: 121.

Los balnea o pequeños baños públicos ( g. 3, nn. 17-8) y el suministro privado no suponían un quebradero de cabeza como los grandes complejos imperiales a la hora de suministrar agua. En el siglo quinto, había en Roma cerca de ochocientos de estos baños privados abiertos al público48. Los que conocemos arqueológicamente de este periodo son pocos: los de la Piazza dei Cinquecento (hasta el s.VI)49, y los de la domus del Palazzo Valentini (en uso hasta 537)50. 5. EL AGUA Y LA INDUSTRIA Aparte de los grandes complejos termales, el estado godo tenía interés en suministrar agua en especial a otras estructuras, como molinos, los palacios y los suministros particulares. El suministro a particulares se mantuvo hasta el 537, como acabamos de ver en el caso de los baños, pero los molinos del Janículo eran prioritarios. Sabemos por Casiodoro y Procopio 51 que los molinos estatales estaban en el Trastevere y una inscripción fechada al 488 indica que el Prefecto de la Ciudad aún regulaba los usos de los molineros allí52, aunque no se ha excavado aún ninguno tan tardío (los de la Ac. Americana llegan hasta el 40053). Esta zona casi industrial era suministrada por dos acueductos ( g. 3, nn. 21, 22). Otros molinos, no necesariamente estatales, funcionaron en este periodo en Roma, usando los desagües de otras estructuras como fuentes de abastecimiento de agua. Los de la Via Nova eran probablemente parte del conjunto del Palatino y tipológicamente datan entre los ss. V y VI ( g. 3, n. 23)54. El molino existente bajo las termas de Caracalla (que suministraba a la panadería del recinto) también parece haber funcionado, sino hasta 537, sí hasta inicios del s. VI55. En las termas de Diocleciano parece ser que hubo otro molino similar56. Conocemos de otros usos industriales del agua, en particular tenemos documentado el uso en fullonicae y talleres de vidrio: Las tinas halladas en la ínsula del Palazzo Spada, que funcionaron hasta el derrumbe del edi cio,

49. HUBERT 2007: 130. 50. LUCAMONE AND ZAMPINI 2008: 111-8; CONTIDELLO DE’SPAGNOLIS 1995: 149-56. 51. Variae: XI.39.1-2. De Bello Gothico V.19.8-19. 52. CIL VI.1711=31908; Cf. ICUR II, n. 51: 28; MORITZ 1958: 138; MANGANARO 1992: 286. 53. BELL 1994: 78; WILSON 2000: 223. 54. WILSON 2003: 96-7, 101-4. 55. Aunque es posible que también produjera harina estatal; SCHIØLER Y WIKANDER 1983: 49-53, 62-3 56. Observación personal en dichas termas: una piedra de molino romana, re-tallada con una cruz. 57. El yacimiento es visitable, pero no ha sido publicado. Se derrumbó a causa de un terremoto en el s. VI.


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son un ejemplo de una fullonica privada57. En la Crypta Balbi hay un horno de vidrio construido convenientemente al lado de una canalizaciĂłn (sin bloquearla ni cortarla) que estuvo funcionando hasta la guerra gĂłtica58. 6. LAS LIMITACIONES DEL SISTEMA Si bien los intentos de Teodorico son loables al tratar de mantener un sistema de aguas tan complejo como el de Roma, no era posible mantenerlo tal y como era en el s. I; tanto por el declive previo acumulado de siglos atrĂĄs como por la falta de medios. Excavaciones en torno a Porta Maggiore59 muestran que varios de los acueductos mĂĄs profundos y antiguos (Aq. Appia, Anio Vetus) no funcionaban ya en el s. V. Esto explicarĂ­a la creaciĂłn de un pozo a partir de un acueducto en el Trastevere: al faltar agua en las fuentes (suministradas por esos acueductos de bajo nivel60), hacia el 460/70 se perforĂł la canalizaciĂłn de un acueducto ( g. 3, n. 23; g. 4) y se habilitĂł como un punto para sacar agua que no iba a parar a una fuente, sino a unos molinos, y funcionĂł hasta 53761. Las fuentes de agua del Coliseo tambiĂŠn dejaron de funcionar, aunque el Coliseo siguiera en uso62. Durante el s. V hay otros signos de descuido en el suministro que explicarĂ­an la construcciĂłn de grandes cisternas terminales junto a las termas de Caracalla y Diocleciano63, y porquĂŠ otros dos complejos termales (los de NerĂłn y los de Agripa) dejaron de funcionar entonces64. Las di cultades de suministrar a las grandes termas se unieron al encarecimiento del combustible (en ingentes cantidades) para calentarlas65 y a la caĂ­da de la demanda de estos servicios al caer la poblaciĂłn. AsĂ­, en los baĂąos de Caracalla y de Constantino (reparados por Teodorico) se hicieron nuevas piscinas mĂĄs pequeĂąas para ahorrar agua caliente66. En el fondo, estos grandes complejos termales eran demasiado grandes para la poblaciĂłn de Roma, y eran mantenidos muy seguramente por prestigio mĂĄs que por una demanda real. En general, y como en muchos otros aspectos del urbanismo tardoantiguo hubo un proceso de privatizaciĂłn que compensaba en parte la impotencia del poder central para mantener una red tan grande como la de Roma.

58. Lexicon, v. 1: 328; Manacoda 2001: 42, 48-9. 59. COATES-STEPHENS 2004: 115. 60. TAYLOR 1995. 61. WILSON 2000: 229-32. 62. CORAZZA y LOMBARDI 2002: 46-65; CIL VI.4.32094; Dr. Rossalina Rea, com.pers. Mayo 2009. 63. DeLAINE 1997: 40. 64. Sidonius, carmina 23. 495-7 es la Ăşltima menciĂłn a ellos, a mediados del s. V. 65. Antes era suministrado gratuitamente desde terrenos del emperador. Blyth 1999: 90-1; Meiggs 1982: 258; Codex Theodosianus 13.5.10 y 14.5.1. 66. DeLAINE 1997: 39-40.

7. EL PAPADO Y LA PRIVATIZACIĂ“N DEL AGUA El Ăşnico poder que pudo hacerse cargo con el control de los sistemas de agua en el periodo de vacĂ­o de poder era la Iglesia. Y aunque el papado no tomĂł el control directo hasta el periodo bizantino, sĂ­ que lo hizo en varios aspectos, como el control de ciertos baĂąos pĂşblicos para el uso de los eles. La Iglesia pudo comenzar tambiĂŠn una serie de proyectos nuevos a gran escala y de forma privada ( g. 3, nn. 11, 24-6). Comenzaron a canalizar tuberĂ­as propias, grabadas con los nombres de los papas67, y a hacer una nueva rama de un acueducto para el Vaticano68. Ya para el periodo godo, ĂŠsta se usĂł para que SĂ­maco construyera unos baĂąos con letrina y una fuente para los peregrinos69. Esta serie de nuevas obras pĂ­as formaban parte de todo un nuevo tipo de donaciones, con un nuevo enfoque hacia la comunidad cristiana, no hacia los ciudadanos. A pesar de cierta reticencia hacia el modo romano de baĂąarse70, la Iglesia predicaba el baĂąo, y necesitaba nuevos baĂąos acorde con su criterio moral (con baĂąeras individuales)71. La Iglesia necesitaba tambiĂŠn sus propias estructuras para a anzarse en Roma, y para ello no dudĂł en reaprovechar antiguos baĂąos, que ya de por si iban en contra de la idea cristiana del baĂąo. AsĂ­ se transformaron baĂąos en iglesias (Sta. Agnese) o en baptisterios (como el de LetrĂĄn, aunque sea anterior a nuestro periodo), reaprovechando el agua corriente existente72. Si bien no podemos hablar de una usurpaciĂłn total, si vemos que ante la imposibilidad o la manga ancha de la administraciĂłn central, la red de aguas fue cayendo en la esfera del papado, que tenĂ­a una mayor demanda de estos servicios. 8. LAS GUERRAS GĂ“TICAS Y EL FIN DEL SISTEMA ROMANO Este equilibrio ente mantenimiento, renovaciĂłn y declive se interrumpiĂł durante el periodo de las guerras gĂłticas. Sin entrar en detalles sobre la campaĂąa, el punto de in exiĂłn fue 537 cuando Vitiges, rey de los godos, sitiĂł a Belisario en Roma y para rendir la ciudad cortĂł todos los acueductos73 (o al menos los que funcionaban entonces). Imaginamos que cortĂł los tra67. CIL XV.7261: +SALVO PAPA IOANNE ST(e)FANUS P(rae)P(ositus) REPARAVIT. COATESSTEPHENS 2003a: 429-30. 68. Forma Sabbatina: COATES-STEPHENS 2003b: 83. 69. Liber Ponti calis 52, 53.6. 70. FAGAN 1999: 86-93, 194-6; MORLEY 2005: 198. 71. WARD-PERKINS 1984: 152; Cf. HUBERT 2007: 127. 72. Para mĂĄs ejemplos, GREWE 1991:19-26. 73. o , o , De Bello Gothico. V.19.13. 74. WARD-PERKINS 1984: 130-1.


27 3 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

mos mínimos y necesarios, no grandes secciones de ellos si tenía intención de retomar la ciudad74. El corte debió hacerse en puntos situados entre los campamentos y las murallas, creando un pantano entre godos y romanos y permitir el suministro de agua a los campamentos godos. Al ser cortados los acueductos, todo se paralizó: molinos, baños, fuentes, agua corriente, etc. Las fuentes nos indican que si bien es cierto que en principio hubo una escasez de agua potable, los numerosos manantiales que brotan del suelo romano proporcionaron agua para la población, y Procopio llega a mencionar que lo que más molesto a los romanos es que ya no pudieron bañarse75. La gran cantidad de estos manantiales unido al alto nivel freático en aquella época76 proporcionaron agua en abundancia. Sin embargo, lo que más preocupaba a los bizantinos era la falta de alimentos, pues los molinos no podían andar sin agua ni animales, hasta que Belisario hizo construir una serie de molinos movidos por el Tíber otando en barcazas77. Los acueductos fueron reutilizados por el ejército sitiador con varios nes: primeramente como medio de entrada a la ciudad, aunque Belisario bloqueara los canales antes de que esto ocurriera, como vemos en las excavaciones bajo la Academia Americana ( g. 4)78. Segundo, en el cruce entre los acueductos Marcio y Claudio hicieron una forti cación que les sirvió de Figura 4. Excavaciones bajo la Academia Americana en Roma, mostrando el acueducto y la habilitación del canal como fuente (Foto, Andrew Wilson, publicado en A.I. Wilson, 2000).

campamento para hostigar a los sitiados, hoy conocida como Tor Fiscale, cegando los arcos y haciendo de ellos un muro79. Durante la guerra y hasta la conquista nal bizantina en 552 no parece que hubiera ningún intento de restablecer el suministro de agua, ni por Belisario ni por Totila (que tomo la ciudad en 546 y 550)80. No fue hasta el año 554 cuando la administración bizantina pudo hacerse cargo de la red de aguas81. Se procuró reparar el suministro de agua tras los cortes de Vitiges, que al ser selectivos no pueden estar en relación con las extensas reparaciones de los acueductos fechadas al s. VI. Sin embargo, la distribución y la demanda no eran la misma: ninguno de los complejos termales volvió a funcionar de nuevo. Parece ser que al desaparecer la administración urbana, el papado se hizo cargo nalmente de todo, y procuró restablecer el suministro a los molinos (el Janículo) y los edi cios eclesiásticos y monásticos (Letrán, el Vaticano, Crypta Balbi)82. Sin embargo, la población de Roma, tan reducida ya, no necesitaba de un complejo sistema de acueductos, y como menciona el papa Gregorio en 602, los que quedan en pie estaban en muy mal estado y a al borde de derrumbarse83. 9. CONCLUSIÓN Podemos ver como hay una serie de procesos paralelos, todos ellos consecuencia del hecho que el sistema de aguas de Roma era el más complejo del mundo en su época. En el año 500, esta red era desproporcional a la demanda, al presupuesto y a la capacidad de mantenimiento, lo que unido a un periodo (el s. V) de descuido marcó el progresivo declive de la red de aguas y abastecimiento. La Iglesia pudo haberse hecho con el control de las aguas de no haber sido por el fuerte ímpetu de la administración goda en mantener el legado monumental de Roma. Fue esta voluntad, especialmente la de Teodorico la que marcó el último momento del antiguo sistema romano, pues tras la devastación de las guerras góticas, la reconstrucción bizantina y la administración papal no mostraron el mismo interés monumental y el suministro de agua a la ciudad fue más reducido y menos able – más propio de la Edad Media que del mundo antiguo en el que fueron construidos. 75. De Bello Gothico V.19.28, V.20.5; Liber Ponti calis 60.5. 76. De Aquis I.4; THOMAS AND WILSON 1994: 145, 173. 77. De Bello Gothico V.19.20-6. 78. De Bello Gothico V.19.1, 18; VI.9.6; WILSON 2001: 232-3. 79. El campus barbaricus: De Bello Gothico VI.3.1-7; ASHBY 1935: 232-3; VAN DEMAN 1934: 241; REA 2003: 242-5. 80. De Bello Gothico VII.37.3. 81. COATES-STEPHENS 2003b: 83-4. 82. COATES-STEPHENS 2003b: 84. 83. Gregorio Magno Epistulae XII.6.73-83


274 J. MARTÍNEZ: EL USO Y EL SUMINISTRO DE AGUA A LA CIUDAD DE ROMA EN EL PERIODO OSTROGODO: 476-552 d.C.

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27 5 Dra. Meritxell Pérez Martínez (Institute for Medieval Studies-University of Leeds)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 275 - 282

TRANSFORMACIÓN URBANA Y DIVERSIDAD REGIONAL EN EL OCCIDENTE DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. LOS CASOS DE HISPANIA Y BRITANNIA*

A pesar de ser un tema de larga tradición historiográ ca, la desaparición del Imperio romano como estructura de poder y la consolidación de los primeros reinos bárbaros en Occidente siguen planteando interrogantes de difícil solución. En los últimos treinta años, se ha asistido a un interés creciente por la ciudad post-clásica, permitiendo modi car en buena medida la imagen de decadencia antes predominante. Las últimas obras de síntesis con rman una continuidad importante de la ciudad como el marco legal fundamental en la organización de la vida local tras la paulatina desmembración del aparato imperial en estos territorios. La preservación de las funciones scales, judiciales, militares y religiosas de las ciudades no invalida la existencia de una transformación importante, en la línea de los planteamientos introducidos en el panorama de la investigación actual por los integrantes del proyecto “The Transformation of the Roman World”, subvencionado por la “European Science Foundation”. Pese a ser válido en líneas generales, este modelo despierta visibles discrepancias en el estudio de los casos particulares, ante la imposibilidad de armonizar los datos procedentes de los diferentes territorios, que siguen impulsando hacia una incuestionable diversidad regional. Si bien la comprensión de estos siglos ha mejorado sustancialmente en las últimas décadas, siguen faltando estudios de síntesis actualizados que ofrezcan una visión global para la mayoría de las ciudades occidentales de la transición a la Edad Media. El conocimiento histórico y arqueológico desigual de estas ciudades no ha contribuido a hacer de ésta una labor posible. La concesión de una beca de investigación post-doctoral del MEC en la University of Leeds, durante los últimos dos años, ha permitido llevar a cabo un estudio en profundidad de las transformaciones experimentadas por un grupo de ciudades pertenecientes a la antigua Prefectura del Pretorio de las Galias (Hispania, Gallia y Britannia) al término del Imperio romano de Occidente, en una relación dialéctica con los cambios del liderazgo, la adaptación de la cultura clásica y la evolución de la sonomía de los núcleos urbanos durante los siglos V al VIII. Para ello, se ha

* Se presentan, en esta comunicación, algunos de los resultados de la investigación realizada durante los últimos dos años en la University of Leeds, gracias a la concesión de una beca postdoctoral por la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia (Ref. EX-2006-1432).

diseñado un nuevo modelo de transformación urbana, que se inspira en el modelo creado para Tarraco con motivo de mi tesis doctoral.1 El modelo en cuestión concede un interés prioritario al estudio regional, permitiendo unir los resultados del estudio sobre las fuentes documentales y los materiales arqueológicos desde una perspectiva interdisciplinar. Este método de trabajo persigue huir de estereotipadas conjeturas y generalizaciones, al tiempo que proporciona la base indispensable para el ulterior estudio comparativo de los resultados.2 La investigación realizada con rma el protagonismo de las especi cidades regionales como un rasgo característico de la historia de estos siglos, a la vez que permite reconocer una importante homologación de las diferentes ciudades con las pautas de desarrollo general, documentadas en otras regiones del Imperio durante los mismos años. El estudio conjunto de la evidencia disponible para Hispania y Britannia, en esta ocasión, responde a la voluntad de equilibrar la propensión de la historiografía a abordar el estudio de las periferias de una forma aislada, al tiempo que persigue llamar la atención sobre las lagunas y los desafíos de las posturas interpretativas preponderantes. El conocimiento actual de las ciudades tardías de Hispania ha mejorado sensiblemente en los últimos años, una vez superado el pesimismo que se colige de ciertas fuentes antiguas, así como el limitado conocimiento de los materiales tardorromanos. Esto ha sido posible gracias a un renovado interés por el estudio regional, la aplicación de una metodología actualizada y la difusión de las nuevas interpretaciones mantenidas en contexto europeo. El caso britano, en particular, adolece de una problemática historiográ ca propia, que le ha mantenido separado de la experiencia continental durante siglos.3 A pesar de 1. M. PÉREZ, en prensa. 2. Las ventajas de la historia comparada y el estudio regional han vuelto a ser puestas de mani esto en época reciente en la síntesis de C. WICKHAM, 2005. 3. Si bien cada vez son más numerosos los autores que propugnan una incorporación de Britannia a los parámetros continuistas de la Antigüedad Tardía continental, la terminología adoptada en las obras fundamentales del período sigue siendo un claro re ejo de la visión rupturista e aislacionista preponderante. Una muestra en J. MORRIS, 1973; E.A. THOMPSON, 1984; R. REECE, 1992; N.J. HIGHAM, 1994; S.T. LOSEBY, 2000; A. WOOLF, 2003; N. FAULKNER, 2004 contra las opiniones más integradoras de I. WOOD, 1984 y 1987; P. DIXON, 1992; K. DARK, 1994 y 2000; S. ESMONDE CLEARY, 2001; A. THACKER y R. SHARPE, 2002.


276 M. PÉREZ: TRANSFORMACIÓN URBANA Y DIVERSIDAD REGIONAL EN EL OCCIDENTE DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA...

tratarse de un debate no concluido en lo que concierne a estos territorios, el análisis de la evidencia disponible bajo los parámetros de la Antigüedad Tardía continental constituye una exigencia para el historiador interesado en reconstruir la historia de la diócesis de Britannia en estos siglos porque permite superar las limitaciones derivadas de las tesis tradicionales sobre la insularidad y el carácter periférico de estos territorios, para situarlos en la experiencia de sus homólogas continentales durante los mismos años.4 En contra de la visión preponderante, el aspecto diferencial de las ciudades britanas no está presente en las fuentes documentales conservadas, mientras que la arqueología proporciona datos fundamentales para sostener una mayor continuidad de realidades precedentes, así como una importante homologación con sus contemporáneas en la Europa continental. El caso britano revela la universalidad de los principales procesos históricos que condicionaron el destino de los territorios occidentales cuando la hegemonía romana desapareció. Pero, puesto que cada provincia respondió de forma diferente, subraya la necesidad de emprender estudios regionales de profundidad con el objetivo de establecer las dinámicas de transformación urbana que prevalecieron en los diferentes territorios en los diferentes momentos. Cabe recordar, a este propósito, que la existencia de especi cidades regionales es también un rasgo característico de la Antigüedad Tardía en el continente. Esta tarea de investigación histórica, que no ha sido abordada por la bibliografía hasta el momento, permite situar la evidencia disponible para Britannia en una perspectiva novedosa de alcance europeo, al tiempo que enriquece nuestra comprensión global de los desarrollos contemporáneos en Hispania y la Gallia. La documentación textual disponible, aún siendo pobre y difícil, atesora datos fundamentales para el estudio de las ciudades. El siglo V se inaugura con una serie de episodios fundamentales para el destino del Imperio romano de Occidente, en general, y la Prefectura de las Galias, en particular. El debilitamiento progresivo del poder central, la proliferación de usurpadores al trono imperial, la presión en las fronteras, la fragmentación territorial, los movimientos sociales de protesta o la creación de los primeros reinos bárbaros informan de una época de profunda transformación que derivó en una reorganización necesaria del poder imperial en el conjunto de las provincias occidentales. El reconocimiento de nuevos poderes en el ámbito local o el progresivo abandono de las regiones periféricas, obligadas a resistir por sí mismas y a adaptarse a las nuevas situaciones, son realidades bien documentadas en Hispania, que no esconden una cierta debilidad del Imperio romano como estructura de poder en Occidente.5 Sin embargo, el 4. Un planteamiento exhaustivo de estos problemas en A. HARRIS, 2003; R. COLLINS Y J. GERRARD, 2004; K. DARK, 2004. 5. J. ARCE, 2005, p. 167.

caso hispano resulta ilustrativo del interés continuado del Imperio por estos territorios, así como de la voluntad de perpetuar la identidad y la vitalidad de las ciudades romanas por parte de los locales y los nuevos pobladores.6 La con ictividad abierta por la usurpación de Constantino III (407-411) resultó en la entrada de un grupo de gentes bárbaras a Hispania en el año 409. Dos años más tarde, las provincias hispanas eran repartidas entre suevos, vándalos y alanos, excepto la Tarraconense. La desmiti cación de estas invasiones ha sido quizás uno de los avances más importantes de la historiografía hispana de los últimos años.7 La usurpación de Constantino III posee un valor añadido en los estudios sobre Britannia, en los que aparece como un punto de in exión no superado que conllevó el nal de la Britannia romana, así como la interrupción de los antiguos lazos con el gobierno imperial y sus homólogas continentales.8 A pesar de que se dispone de escasas fuentes para reconstruir estos episodios, de ellas se desprende que ninguno de los autores contemporáneos los interpretaron como el nal de la Britannia romana.9 El famoso rescripto de Honorio a las poleis de Britannia del año 410, conminándolas a procurarse su propia defensa frente a los bárbaros, ha venido interpretándose como una prueba del colapso de la administración diocesana en estos territorios y de la desaparición de un estilo de vida de corte romano al mismo tiempo.10 Pero las fuentes disponibles no permiten excluir la formulación de propuestas alternativas. Mientras parece más apropiado interpretar estas referencias en consonancia con el contexto militar de comienzos del siglo V, otros textos conservados atestiguan una importante preservación de las formas tradicionales de la administración romana, basada en las ciudades, una paulatina imposición de las élites autóctonas en los puestos del liderazgo local, así como una etapa de relaciones intensas y continuadas con el continente, en materia civil y especialmente eclesiástica, hasta el nal del Imperio romano de Occidente.11 El estudio de las fuentes de origen eclesiástico y las evidencias del cristianismo atesora también datos fundamentales para la revisión de las tesis tradicionales sobre la insularidad y el carácter diferencial de estos territorios en el universo cultural y espiritual de la Antigüedad Tardía.12

6. M. KULIKOWSKI, 2004, pp. 162-163; J. ARCE, 2005, p. 213. 7. Un planteamiento de estas cuestiones en J. ARCE, 1988 y 2005. 8. Una reinterpretación del signi cado histórico de Constantino III puede encontrarse en I. WOOD, 1984, p. 5; K. DARK, 1994, p. 2; J.F. DRINKWATER, 1998, pp. 269-298; M. KULIKOWSKI, 2000, pp. 325-345; P. HEATHER, 2006, pp. 209-211. 9. Gildas, De excidio Britanniae, 15 y 17; Zósimo, Historia Nova, VI, 1, 2; Olympiodoro, Frag. 13. 10. Zósimo, Historia Nova, VI, X, 2. 11. Rutilius Namatianus, De reditu suo, 1, 208-213 citado por P. HEATHER, 2006, p. 245; Patricio, Confessio, 1,1 y Epistola ad milites Corotici, 3, 10; Vita Germani episcopi Autissiodorensis auctore Constantio. Sobre estas cuestiones: I. WOOD, 1984 y 1987.


277 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Por otra parte, las fuentes conservadas no permiten disociar el nal de la Britannia romana del proceso histórico más amplio del nal del Imperio romano en Occidente.13 Los procedimientos adoptados en la asimilación de los bárbaros no di eren tampoco de los que han podido ser documentados en otras diócesis occidentales durante el siglo V.14 Referencias al establecimiento de los sajones como federados, la concesión de tierras donde habitar o el pago de estipendios refuerzan la dependencia en prácticas imperiales, sugiriendo que, cuando los bárbaros se establecieron en Britannia, las directrices romanas eran todavía operativas en estos territorios.15 Según Gildas, cuando los sajones federados se rebelaron en Britannia saquearon ciudades y campos.16 En los años centrales del siglo V, ciudades y villas eran todavía el tipo de residencia predominante entre las élites de Occidente. Escribiendo en la Gallaecia dominada por los suevos, el obispo Hidacio se expresa en los mismos términos cuando re ere los lugares ocupados por los bárbaros como civitates et castella. Para ambos autores, el desorden moral provocado por las nuevas realidades políticas y sociales era equivalente al nal de la civilización como ellos la entendían y, por tanto, al nal de las ciudades.17 Sin embargo, el tópico literario del abandono de las ciudades, que aparece en muchos autores del período, responde a preocupaciones de vulnerabilidad moral, de lo que no cabe inferir la desaparición de la ciudad como unidad básica de organización.18 Como en el continente, las informaciones contradictorias contenidas en las fuentes de estos siglos proceden de un período de adaptación a las nuevas realidades políticas y sociales. El problema está en discernir cómo afectaron estas cuestiones al proceso histórico más amplio de preservación de las ciudades.19 Este contexto no fue exclusivo de Britannia y proporciona el marco necesario para una mayor comprensión de la realidad presentada por la arqueología.

La hipótesis del nal de la Britannia romana a comienzos del siglo V descansa en el convencimiento de la existencia de una crisis urbana a gran escala a partir de los años centrales del siglo IV.20 Esta decadencia urbana sería, a su vez, una consecuencia lógica de un lugar común en la bibliografía anglosajona, según el que la vida urbana nunca terminó de cuajar en estos territorios.21 La misma razón se esgrime para argumentar que el colapso fue más temprano y completo aquí que en otras regiones del Imperio. Esta cuestión reviste importantes consecuencias porque constituye un obstáculo insalvable a la hora de individualizar cuestiones tan relevantes como el destino de las instituciones romanas o la consolidación del cristianismo y su iglesia en las ciudades. El acercamiento crítico de los últimos años a los modelos explicativos de la transición en Britannia, entre los que el argumento de la continuidad ocupa una posición central, no parece insistir tanto en la continuación de situaciones anteriores como en la naturaleza de dicha continuidad.22 Matices a la idea general sostienen que las ciudades no dejaron de estar ocupadas, aunque con características muy diferentes a las que habían prevalecido en un momento anterior. Los partidarios de esta interpretación parten fundamentalmente de argumentos de tipo económico en sus interpretaciones.23 La imposibilidad de hacer extensivo este modelo al conjunto de la diócesis britana hace de esta interpretación una hipótesis a demostrar, que conviene ser revisada. Por otra parte, la antelación de la mayoría de las transformaciones a los tradicionales episodios de crisis, así como su generalización al conjunto de las ciudades, sugiere la existencia de una serie de pautas homologables en los diferentes territorios durante los mismos años. Asimismo, se impone la necesidad de crear un marco interpretativo más amplio en el que tengan cabida el conjunto de los resultados del estudio arqueológico en términos no sólo económicos.24

12. Los estudios clásicos sobre el cristianismo en Britannia son J.M.C. TOYNBEE, 1953; M.W. BARLEY y R.P.C. HANSON, 1968; W.H.C. FREND, 1979; C. THOMAS, 1981; a los que cabe añadir los recientes trabajos de D. WATTS, 1991; C.F. MAWER, 1995; A. THACKER y R. SHARPE, 2002 y D. PETTS, 2003. 13. Chronica Gallica a. 452, 306 (a. 441-442); Chronica Gallica a. 511, 602; Gildas, De excidio Britanniae, 24; Beda, Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, 1, 14-15. Algunos autores han reivindicado una continuidad de la Britannia romana hasta los años centrales del siglo V: P. SALWAY, 1981; J. CAMPBELL, 1982; I. WOOD, 1984; N. HIGHAM, 1992; A.S. ESMONDE CLEARY, 2000; P. HEATHER, 2005. 14. I. WOOD, 1984; H. MAYR-HARTING, 1991. 15. Gildas, De excidio Britanniae, 24; Beda, Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, 1, 15. 16. Gildas, De excidio Britanniae, 24. 17. Hidacio, Chronica, praefatio, 4; Gildas, De excidio Britanniae, 21; Epistola Gildae, 66. 18. Gildas relata que, mientras escribía, las ciudades ya no estaban habitadas, sino abandonadas y destruidas: De excidio Britanniae, 26. El mismo tópico literario aparece en Orosio, Historiarum adversus paganos, 7, 41, re riéndose a Tarraco, o tan tarde como en Beda, Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, 1, 22.

19. La pervivencia de la identi cación iglesia-ciudad redunda en esta continuidad, tal y como atestiguan los numerosos ejemplos contenidos en las fuentes de origen eclesiástico: Patricio, Confessio, 1,1; Epistola ad milites Corotici, 3, 10; Vita Germani, 14 y 17, después recogido por Beda, Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, 1, 17 y 20. 20. Las teorías sobre la decadencia de la vida urbana en Britannia a partir del año 350 han sido ámpliamente desarrolladas por R. REECE, 1980 y 1992. 21. J. RICH, 1992, p. VII. 22. P. SALWAY, 1981, p. 373; C.A. SNYDER, 1998, pp. 251-252. 23. La interrupción de la llegada masiva de moneda y cerámica a Britannia en los primeros años del siglo V se interpreta como una evidencia de la temprana paralización de una producción a gran escala, así como una demostración de su progresivo aislamiento con respecto a las redes de un comercio activo a larga distancia, razones esgrimidas para argumentar el colapso de las economías urbanas en estos territorios: R. REECE, 1992; N. FAULKNER, 2004; C. WICKHAM, 2005. Matices a la idea general en P.J. CASEY, 1979; J. CAMPBELL, 1991; K. DARK, 1994 y 2000; G. DE LA BÉDOYÈRE, 1999; J. GERRARD, 2004; P. REYNOLDS, 2005. 24. P. DIXON, 1992, pp. 145-160.


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Los primeros elementos de transformación de los cuadros urbanos antiguos en los territorios occidentales, tales como el abandono selectivo de edi cios públicos, el saqueo sistemático de estructuras, el uso de materiales reciclados en las nuevas construcciones (spolia), el reciclaje de antiguos monumentos con funciones nuevas o la coexistencia de funciones en los mismos sectores urbanos, están bien documentados por la arqueología en las ciudades mejor conocidas de Hispania desde el mismo siglo III, también en Britannia. Estas realidades coexisten con otras manifestaciones propias de la Antigüedad Tardía continental, como el descenso de la densidad de ocupación del espacio intramuros, la aparición de suburbios emergentes, la pérdida de la coherencia edilicia anterior, la adopción de nuevas estrategias urbanas y la alteración de los vínculos tradicionales con los territorios administrativos dependientes. Rechazando antiguas opiniones que vieron estos fenómenos como un signo de decadencia y desestructuración urbanas, hoy se impone la necesidad de interpretarlos como el resultado de una importante transformación en la estructura del poder, con un efecto inmediato en la transformación de la sonomía de las ciudades.25 Como en Hispania, los primeros factores de disgregación de la realidad urbana en Britannia aparecen como el resultado del impacto de las reformas del estado bajoimperial de época tetrárquica en estos territorios. La completa reestructuración administrativa de la prefectura gala y la imposición de una nueva organización en materia civil y militar habrían de conllevar cambios fundamentales en las provincias, así como una sorprendente homologación de criterios que contribuyera a una mayor centralización, que era lo que la autoridad imperial perseguía en última instancia. La reducción de los antiguos territorios provinciales y la progresiva pérdida de atribuciones de las curias municipales se encuentran en el origen del abandono y la transformación funcional de los edi cios públicos en muchas ciudades. Es necesario interpretar en este sentido la reducción de los antiguos recintos forenses, que se atestigua en la mayoría de las ciudades occidentales en el curso del siglo IV.26 El abandono selectivo y deliberado de determinados edi cios coexiste con el mantenimiento, la reforma y la construcción de otros, junto con un aumento de la inversión pública de promoción imperial. La reorganización del período tetrárquico tuvo un efecto inmediato en Britannia en los centros militares de la frontera norte, que experimentaron una transformación radical de los espacios destinados a los cuarteles a partir de estos momentos, coincidiendo con sucesivas obras de actualización de sus sistemas defensivos.27 Interpretaciones recientes vinculan las reformas

25. G.P. BROGIOLO, 1996; G.P. BROGIOLO; B. WARD-PERKINS, 1999; G.P. BROGIOLO; N. GAUTHIER; N. CHRISTIE, 2000. 26. Londres, Lincoln, St Albans, Cirencester y Wroxeter: J. CAMPBELL, 1991; K.R. DARK, 1994; J. WACHER, 1995; S. ROSKAMS, 1996; R. NIBLETT y I. THOMPSON, 2005.

de estos centros con su integración en un amplio programa estratégico, que incluiría la actualización de las vías de comunicación y la reforti cación de ciertas ciudades para proteger los canales del transporte de la annona militaris de época tetrárquica.28 La generalización de determinadas prácticas, como el saqueo sistemático de materiales para ser reutilizados en las nuevas construcciones, reproduce ya un nuevo modelo constructivo, que no esconde la existencia de una cierta gestión y dirigismo en el uso del espacio urbano por parte de las autoridades competentes.29 Todas estas cuestiones comportaron no sólo un cambio determinante en la sonomía de las ciudades, sinó también en los valores sociales tradicionales, tal y como cabe inferir de la transformación de las pautas de residencia precedentes. En Britannia, como en Hispania, numerosas ciudades permiten identi car la gradual implantación de una nueva estrategia de ocupación doméstica en un momento anterior al colapso de la autoridad romana en estos territorios. La transformación de las prácticas residenciales precedentes con rma dinámicas continentales en términos de la reocupación de edi cios romanos emblemáticos, el deterioro de materiales y técnicas y el cambio de patrones y ubicaciones, obligando a reconsiderar las opiniones de quienes presentaron las ciudades como centros de poder y autoridad, vaciados de sus funciones residenciales tradicionales.30 Numerosas ciudades poseen evidencias de edi cios públicos cuidadosamente desmantelados en el siglo V, en un momento anterior al establecimiento de nuevas estructuras con funcionalidad doméstica y productiva.31 La comparación con los casos continentales mejor conocidos sugiere que la invasión de edi cios públicos fue un movimiento perfectamente regulado, que no excluyó la continuidad del carácter o cial de estos espacios a pesar de la coexistencia de funciones.32 En algunos casos, la evidencia arqueológica de una ocupación anglosajona dentro de los muros urbanos sigue en el tiempo a este fenómeno.33 Britannia posee también evidencias del proceso de bipolarización de las

27. R. COLLINS, 2004. Reformas bien documentadas por la arqueología en Carlisle, Birdoswald, Chesterholm, Housesteads y South Shields. 28. C. FERNÁNDEZ-OCHOA y A. MORILLO, 2005; P. REYNOLDS, 2005. 29. El predominio de la arquitectura de madera en Britannia coincide con el abandono de las canteras romanas en el continente y la difusión de los materiales constructivos perecederos. Las nuevas construcciones de Wroxeter, Canterbury y Birdoswald son ejemplos extraordinarios: C.A. SNYDER, 1998; T. WILMOTT, 1997 y 2001. 30. La visión tradicional sobre las ciudades como centros de poder no aptos para la residencia se encuentra de una forma generalizada en la bibliografía. Una muestra en P. DIXON, 1992, pp. 145-160; K. DARK, 1994, p. 25; C.A. SNYDER, 1998, pp. 162-163. 31. Wroxeter, Canterbury, Dorchester, St. Albans, Cirencester y York: D. PHILLIPS; B. HEYWOOD, 1995; R. NIBLETT y I. THOMPSON, 2005. 32. Tarragona y Arlés: M. PÉREZ, en prensa. 33. Canterbury y Leicester: K. DARK, 2000.


27 9 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

ciudades de época tardía, como resultado de la progresiva consolidación de nuevos suburbios con funciones eminentemente residenciales, productivas y comerciales. La consolidación de nuevos centros institucionales de poder dentro de los muros urbanos y la ocupación residencial de los suburbios están bien documentados en la Europa continental desde el mismo siglo V, tal y como atestigua el fenómeno de la reocupación de teatros y an teatros romanos previamente abandonados.34 Considerados entre los argumentos favoritos de discontinuidad, los potentes depósitos de “tierras oscuras” (“dark earth”) documentados en Londres, York, Canterbury, Winchester, Lincoln y Gloucester proporcionan un valioso argumento de continuidad de ocupación en las ciudades si se analizan a la luz de la experiencia continental en el mismo período.35 Recientes estudios micromorfológicos con rman que estos depósitos se componían de una gran variedad de materiales orgánicos y escombros, como resultado de la descomposición de estructuras de madera y del despliegue de actividades domésticas, agrícolas e industriales.36 Es interesante constatar que los niveles documentados en ciertas partes de Londres (Southwark Street) y Canterbury (Whitefriars) aparecen tan pronto como la segunda mitad del siglo II y que éstos han sido hallados sólo en los solares con una mayor actividad en época tardía. El estudio de los materiales procedentes de los vertederos urbanos con rma el cambio en las pautas de asentamiento precedentes, a la vez que proporciona una imagen dedigna de los contextos materiales de las ciudades de los siglos V y VI, permitiendo constatar una mayor continuidad de los vínculos con los establecimientos rurales del territorium (York) y el exterior (Birdoswald), así como una perduración de la producción y el comercio de productos locales, encontrándose en ocasiones en lugares relativamente alejados de los centros productores principales.37 Numerosas ciudades britanas poseen evidencias de vitalidad durante el período de dominio político de los monarcas anglosajones, con rmando su actividad como centros de representación política y religiosa, con capacidad jurídica y de control sobre los territorios inmediatos a ellas. A diferencia del caso hispano, el punto central de la discusión está en discernir si se trata de la continuidad de realidades anteriores, heredadas del período tardorromano, o si, por el contrario, fue el resultado de una reciente implantación acorde con las exigencias del nuevo mapa político contemporáneo.38 La

34. Cartagena y Aix-en-Provence. Cirencester y Chester sugieren una realidad similiar en Britannia, J. WACHER, 1995. 35. La diversa apariencia y composición de estos niveles en las diferentes ciudades permite explicar la diversidad de interpretaciones formuladas hasta el presente. Un planteamiento de estas cuestiones en K. DARK y P. DARK, 1997, pp. 120-122. 36. K. DARK, 1994, pp. 15-17. 37. D. PHILLIPS; B. HEYWOOD, 1995; J. GERRARD, 2004.

arqueología proporciona datos contradictorios en este sentido, fruto del desigual conocimiento de estas ciudades.39 Sin embargo, fenómenos como la preservación de los ejes urbanísticos de época romana, el uso de antiguas necrópolis y edi cios, la consolidación de espacios dedicados al comercio en conexión con las ciudades y la conservación del trazado de las vías romanas plantean una perduración importante de las formas de vida urbana, así como la existencia de un contacto continuado con los establecimientos rurales del territorio.40 El estudio de las transformaciones del paisaje rural constituye un campo de trabajo fundamental en este sentido, permitiendo con rmar un elevado grado de continuidad de antiguas realidades bajo la atenta mirada de los nuevos gobernantes.41 La investigación actual sobre estos temas está llegando a resultados signi cativos en el norte de Inglaterra, gracias al creciente conocimiento histórico y arqueológico de estos territorios. En un momento en el que York proporciona todavía escasos testimonios materiales sobre la actividad de los monarcas de Northumbria en los territorios septentrionales, las evidencias procedentes de Vale of Pickering y Lower Tyne revelan la existencia de vínculos estrechos e importantes con las familias reinantes durante los siglos VII y VIII. Las numerosas fundaciones monásticas de promoción regia documentadas en la zona coinciden con la preservación de los nudos y las vías de comunicación romanos, así como con la apropiación de ciertos centros de importancia política y de poder del período tardorromano. La alineación de una serie de asentamientos post-romanos activos en la vía que unía York con los centros militares del antiguo Muro de Adriano (York-Malton-Aldborough-Corbridge) es signi cativa a este respecto.42 La paulatina consolidación de nuevos centros de poder y monasterios de fundación regia en estas regiones permite comenzar a reconstruir los vínculos establecidos entre el proceso de conmemoración de las dinastías regias de Northumbria y la apropiación del pasado romano con un nuevo signi cado.43 38. Entre los partidarios de la continuidad, se encuentran P. DIXON, 1992; K. DARK, 1994; B. YORKE, 2003. Una opinión diversa en S. ROSKAMS, 1996; C. WICKHAM, 2005. 39. K. DARK y P. DARK, 1997. 40. M. MCCARTHY, 1990; K. DARK, 1994. 41. Salvo algunas excepciones (Londres, York y Wroxeter), el “hinterland” de las ciudades ha sido objeto de escasa atención por parte de la comunidad cientí ca interesada en las transformaciones documentadas en el interior de los muros urbanos. No obstante, nuestra comprensión del paisaje urbano pasa necesariamente por establecer como evolucionó el vínculo de las ciudades con sus territorios dependientes con el paso del tiempo: K. DARK y P. DARK, 1997, pp. 114-134. 42. K. DARK, 1994. Cabe destacar, a título de ejemplo, los monasterios fundados en Lastingham, Kirkdale o Hovingham: H. MAYR-HARTING, 1991; I. WOOD, 2008. Se propone una conexión de éste último con la villa-palacio tardorromana encontrada en sus inmediaciones, vinculada muy probablemente con la presencia de los altos mandos militares en Malton. 43. I. WOOD, 2008.


28 0 M. PÉREZ: TRANSFORMACIÓN URBANA Y DIVERSIDAD REGIONAL EN EL OCCIDENTE DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA...

La pervivencia de una autoridad competente en las ciudades presupone la vigencia de algún tipo de control sobre el suelo urbano y los territorios dependientes, al tiempo que permite plantear una cierta continuidad de las ciudades como entidades administrativas y, por tanto, legales. A diferencia de lo que sucede en Hispania, la preservación de la entidad legal de las ciudades dispone de un respaldo documental insu ciente en Britannia, pudiendo ser con rmada sólo en algunos de los centros urbanos mejor conocidos. Para el resto, sólo la arqueología permite suponer que éste fue el caso. Sin embargo, el proceso por el que determinados centros secundarios adquirieron el estatus ciudadano en el período tardío no es algo desconocido en Hispania, encontrándose en muchos casos en una estrecha relación con la presencia de obispos y la implantación de una estructura eclesiástica organizada.44 En Britannia, son muy interesantes a este propósito las novedades procedentes del estudio de los centros militares de la frontera norte, integrados en el antiguo Muro de Adriano. Concebidos en origen como centros de la administración militar, estos asentamientos no constituyeron inicialmente entidades legales civiles. No obstante, la ulterior consideración urbana de algunos de estos centros, tal y como parece desprenderse del hecho que las fuentes de los siglos VII y VIII se re eran indistintamente a ellos como civitates, impone la necesidad de profundizar en el funcionamiento administrativo de esta región al término del Imperio. La revisión actual de los datos procedentes de la frontera norte sugiere una temprana organización en materia civil y militar de estos territorios, cuyos centros administrativos se encontrarían en las propias inmediaciones del Muro. Aunque los textos disponibles no permiten dar respuesta a cuestiones fundamentales sobre la organización de este proceso y su evolución en el tiempo, la epigrafía plantea que Carlisle pudo funcionar como centro administrativo de los fuertes ubicados en la mitad occidental del Muro desde el siglo II hasta el IV, por lo menos.45 La coherencia y la amplitud de las reformas documentadas por la arqueología en el asentamiento de civiles y veteranos, vecino al fuerte de Carlisle, dispone de paralelos importantes en Corbridge, en la mitad oriental del Muro. Es interesante constatar que estos centros evolucionaron de forma idéntica a las ciudades britanas mejor conocidas a partir del siglo III, aún formar parte de diferentes categorías legales en un principio.46 En contra de la visión tradicional, que sostuvo su abandono generalizado a resultas de las sucesivas retiradas de tropas por Máximo, Estilicón y Constantino III, la continuidad ocupacional del Muro

44. M. PÉREZ, en prensa. 45. Sobre la civitas Carvetionum (Carlisle): M. MCCARTHY, 1990 y 1999. 46. M. MCCARTHY, 1990, p. 10.

está bien documentada por la arqueología más allá del siglo V.47 La evidencia arqueológica atestigua una ocupación continuada de carácter elitista en el interior de los fuertes, a pesar de constatar un gradual abandono de las casernas militares a lo largo del siglo IV.48 Este fenómeno está bien documentado en Carlisle y Corbridge, pero también en los centros menores de Birdoswald y South Shields.49 Estas modi caciones coinciden con importantes obras de actualización de las defensas, destinadas a regular el trá co de personas a través del Muro con una nueva organización, así como con el mantenimiento de las arterias viarias principales de época romana.50 Los hallazgos que sugieren la existencia de una ocupación secular de estatus elevado coexisten con la actividad continuada de las tierras de cultivo y un número importante de granjas dispersas, dedicadas a la producción agrícola y ganadera.51 De esto deriva que la asumida retirada de las tropas romanas a inicios del siglo V no conllevó un abandono generalizado de las tradicionales áreas de asentamiento de época romana, ni tampoco de su actividad económica.52 Desde un punto de vista material, la mejor evidencia arqueológica de esta continuidad es el mantenimiento de las actividades agrícolas en los territorios inmediatos a los fuertes. Los análisis palinológicos realizados sobre las muestras procedentes de Birdoswald con rman una continuidad ininterrumpida de las labores agrícolas, de acuerdo con los modelos romanos, hasta bien entrado el siglo VII.53 Si a las evidencias de una actividad de explotación agrícola y ganadera se une la continuidad de una autoridad competente en estos centros, es plausible pensar en el despliegue de un cierto control sobre el territorio y sus fuentes de riqueza hasta estos momentos. La ulterior transferencia de autoridad a los monarcas anglosajones, en el transcurso del siglo VII, dispone de un repertorio documental discontínuo y fragmentario. Pero el interés selectivo de los sucesivos monarcas por unos centros en detrimento de otros no permite excluir la posibilidad de que una eventual continuidad en la percepción de rentas sobre las tierras dependientes o vinculadas con estos centros se hubiera encontrado en el origen de dicho interés.54

47. Una revisión de estos temas en C.A. SNYDER, 1998; M. MCCARTHY, 1990 y 1999; T. WILMOTT, 1997 y 2001; K. DARK, 2000. 48. M. MCCARTHY, 1990, pp. 45-69. 49. T. WILMOTT, 1997 Y 2001. Otros ejemplos en Binchester y Chesterholm (Vindolanda). 50. M. MCCARTHY, 1990, p. 9 y 1999, p. 61; R. COLLINS, 2004, pp. 127-130. 51. Es interesante constatar la sucesión de períodos de uso y desuso, así como la contemporaneidad entre nuevas estructuras y zonas abandonadas: M. MCCARTHY, 1990, pp. 359-377; R. COLLINS, 2004, pp. 123-133. 52. K. DARK y P. DARK, 1997, pp. 143-144. 53. T. WILMOTT, 1997 y 2001; R. COLLINS, 2004, pp. 123-133: el cereal mayoritario es el trigo (importado), seguido de la cebada (local). 54. G.W.S. BARROW, 1969.


281 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

A modo de conclusión, la cuestión de la transformación de las ciudades es un tema sumamente complicado por la diversidad de experiencias documentadas en el espacio y en el tiempo desde la misma época romana.55 El estudio regional proporciona las bases necesarias para establecer la dinámica de transformación urbanística que prevaleció en los territorios de la antigua Prefectura del Pretorio de las Galias al término del Imperio romano de Occidente, así como los condicionantes socio-políticos que la hicieron posible, mientras que el procesamiento de los datos obtenidos bajo unos criterios preestablecidos e idénticos abre el camino para comenzar a extraer conclusiones de validez general. La transformación de las ciudades romanas de Hispania y Britannia fue un proceso iniciado con anterioridad a la desintegración del Imperio romano en Occidente. La progresiva de nición de un nuevo modelo urbano coexistió con la paulatina disgregación de la esfera pública y se modeló al ritmo de su transformación en una nueva forma de control político, que no comprometió la pervivencia de la ciudad como realidad jurídica.56 La preservación del carácter jurídico y la entidad legal de las ciudades no implica que su sonomía, sus instituciones y sus vínculos con el territorio permanecieran inalterados con el paso del tiempo, pero permite explicar que éstas continuaran actuando como centros de representación política y religiosa, así como lugares aptos para la residencia y el desarrollo de las actividades económicas. La confrontación de los datos procedentes de los casos particulares, con sus propias especi cidades regionales, con rma una continuidad importante de la ciudad como elemento aglutinador y organizador del paisaje, el poder y el entramado político y social en el período post-clásico, obligando a reconsiderar y a matizar buena parte de los lugares comunes imperantes en el discurso histórico actual sobre estos siglos. Esta continuidad es sintomática del impacto limitado de la conquista y el asentamiento de los pue-

blos bárbaros en el destino histórico de estas ciudades, cuyas alteraciones más visibles empezaron a materializarse con anterioridad, como resultado de una particular dinámica de adaptación local ante las transformaciones del período bajoimperial. Asimismo, permite reivindicar el protagonismo, todavía incierto, de las antiguas élites tardorromanas, no sólo en la conservación de antiguas realidades, sino también en las transformaciones derivadas de una necesaria adaptación a los nuevos tiempos. Los episodios de inicios del siglo V proporcionaron un ambiente propicio para la perpetuación de las transformaciones de la ciudad antigua. Pero esto no basta para explicar el nal de una civilización urbana visiblemente activa en estos territorios.57 Pese a ser una diócesis profundamente militarizada desde sus orígenes, las formas de vida urbana continuarían teniendo en Britannia una importancia extraordinaria en todos los planos del desarrollo humano todavía en el siglo VI. La suplantación de los britano-romanos por los anglosajones en su antigua superioridad política, militar, cultural y religiosa se produjo en el siglo VII en un nuevo ambiente de uni cación con la cultura dominante en el continente.58 El nuevo contexto coincide con una época de consolidación del poder regio, con aspiraciones globalizantes y centralizadoras, en el conjunto de la Europa occidental. Como en el continente, los cambios del siglo VII operaron en un contexto capitalizado por una serie de permanencias fundamentales, que se habían ido a anzando en el transcurso del período tardío.59 La evidencia tomada en consideración en este estudio redunda en la universalidad de los procesos históricos que condicionaron el destino de los territorios occidentales tras la desaparición de la hegemonía romana. Establecer el marco cronológico preciso para las diferentes transformaciones, así como el impacto de estas cuestiones en el ulterior desarrollo de las ciudades, es algo que sólo el estudio de las casos particulares puede resolver.

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285 Manuel Castro Priego (Universidad de Alcalá)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 285 - 294

EL SISTEMA MONETARIO VISIGODO Y SU ALCANCE REGIONAL: EL EJEMPLO DE LA PROVINCIA CARTHAGINENSIS Y LA CECA DE TOLEDO

Palabras clave: organización monetaria, fiscalidad, cecas, hallazgos monetarios. Resumen: El sistema monetario visigodo estuvo articulado sobre varias provincias. También sobre un número elevado de cecas urbanas y numerosas officinae de reducida producción, especialmente en el norte de la Península Ibérica, a lo que se vincula la dificultad de captación fiscal en algunas áreas. Es posible señalar la existencia de una estructura tributaria periférica que se basa fundamentalmente en el establecimiento de una política de pacto entre el rex y los potentes, con nexo en pequeños asentamientos, y que difiere de la situación en espacios de mayor control estatal, como es el caso de la provincia Carthaginensis ó de la Betica.

Key words: monetary system, taxation, mints, coins finds. Abstract: In Visigothic times the monetary productive organization is articulated around several provinces. This is based also on urban mints, and reduced production in a large number of officinae, especially in the northern of Iberian Peninsula. associated with the difficulty of taxation arrangements in some areas. We can distinguish the existence of a fiscal structure which relies largely peripheral in the establishment of a policy agreement between the Rex and Potentiores, with a link in small settlements, which differs from the situation in areas of greater state control, as is in the Betica province or Carthaginensis.

1. EL SIGLO VII D. C. UN SISTEMA MONETARIO EN CRISIS La producción monetaria de época visigoda durante el primer tercio del siglo VII d. C. se caracterizó por una fuerte regionalización, un número elevado de cecas y de tremisses emitidos, que sin embargo, se asoció a un paulatino descenso en los pesos medios y contenido aurífero. Los desequilibrios del sistema se acentuaron notablemente tras el derrocamiento de Suinthila (621-631 d. C.), para colapsarse en gran medida en el periodo de gobierno de Tulga (639-642 d. C.), con pérdidas en el porcentaje de oro de las piezas de en torno a un 40 % con respecto a nales del siglo VI d. C., y una reducción metrológica del 10% (GOMES et alii, 1995). Esta situación, de mutación de los parámetros iniciales que caracterizaron al modelo monetario de principios del siglo VII d. C., y que se había iniciado poco tiempo antes, bajo el gobierno de Leovigildo (572-586 d. C.) y Recaredo (586-601 d. C.), obligó a una intensa reforma monetaria, en época de Recesvinto (653-672 d. C.). Ésta consistió, primeramente, en un aumento de la ley y peso real de la moneda acuñada a partir de ese momento, en segundo lugar en una estabilización del volumen de piezas emitidas, y nalmente en una signi cativa reducción del número de cecas que podemos dividir en dos grupos: las que habiendo acuñado con anterioridad a 645-650 d. C. no volverán a funcionar (68%), y las que no lo harán con anterioridad al gobierno de Wamba (672-680 d. C.), y especialmente de Ervigio (680-687 d. C), que suponen una recuperación en el número de centros productores de en torno a un 17%.

2. LOS DISTINTOS MODELOS REGIONALES DE EMISIÓN: EL CASO DE GALLAECIA La intervención de Recesvinto sobre la moneda (653-672 d. C.) subraya la fragilidad de la emisión, que se basa en un número reducido de cecas centrales a nivel provincial, no superando en todo el periodo comprendido entre el comienzo del denominado erróneamente “tipo nacional” visigodo en el 575 d. C. (GOMES et alii; 1995), una decena, destacando sobremanera las cecas de Toletum, Emerita e Ispalis, con un segundo nivel entre las que se encuentran Cordoba y Tarraco. Los centros variaron según las distintas provincias, hasta mediados del siglo VII d. C., siendo signi cativo que, en muchos casos, la producción de éstos es muy reducida, como ocurre especialmente en el Norte Peninsular. La Provincia Gallaecia, es un perfecto ejemplo de esta situación. Su control de nitivo no se produce hasta el 585 d. C., con la anexión del reino suevo y la reclusión de Audeca (583-585 d. C.) (GARCÍA MORENO, 1984), el sucesor del rey Miro (570-583 d. C.). La acuñación de monedas suevas fue reducida (actualmente se conocen algo más de 250 ejemplares), y parece claro que al igual que la visigoda, sus emisiones para el siglo VI d. C., se reducen mayoritariamente a tremisses (PEIXOTO y METCALF, 1997). No se han identi cado de manera segura los posibles centros de producción, salvo la interpretación de una o cina en el entorno de la capital Braga ó la antigua población romana de Bergidum, en la vía natural que une Astorga con Bracara. La posible acuñación en otros lugares, Emerita, Juliobriga (Reinosa) o Palencia (LIVERMORE, 1992), por los nombres que aparecen


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en la serie Latina Munitas, la más tardía en su emisión, presentan serias dudas. Parece claro, que los límites del reino suevo son difícilmente extensibles más allá del río Tajo, al sur, ocupando preferentemente el norte de Portugal y la actual región de Galicia. Todo ello, con una estructura económica caracterizada con un volumen de emisión monetaria y circulación reducido. Paradójicamente, no faltan citas en los concilios del reino suevo a sólidos, como por ejemplo, en el II Concilio de Braga (572 d. C.), en el que se estipula en su canon II sobre la visita de los obispos a las feligresías, ó el LXII, sobre los prestamistas (VIVES, 1963; CASTRO, en prensa), un proceso generalizado en todas las fuentes textuales de este momento. En esta zona se concentraron entre el 585 y el 711 d. C., ateniéndonos a los límites geográ cos que acabamos de señalar, 38 (48,71%) de las 78 cecas de época visigoda conocidas entre los siglos VI y VII d. C.1 (MILES, 1952; VICO, 2006: p. 172). Las interpretaciones sobre este número tan elevado han girado en torno al componente militar (BARCELÓ, 1975), intentando observar una relación directa entre las campañas bélicas y la producción monetaria, que ha sido observada con escepticismo por otros investigadores (MARQUES DE FARIA, 1988: p. 83). Metcalf ha subrayado la contradictoria ausencia de tremisses producidos en este área, representando solamente el 4% de los analizados en clásico trabajo de Miles, con un volumen de cecas para los siglos VI-VII d. C. que se sitúa en el 50% del total (METCALF, 2000). La explicación más lógica, puede residir en el deseo de articular una nueva scalidad de bene cio unidireccional: parte la multiplicación de cecas pocos años después de la conquista buscan asegurar el drenaje de la masa de moneda sueva y metales preciosos, mediante la generalización de lugares de transformación scal. La escasez de hallazgos de moneda sueva, se explicaría por tanto, por el intenso proceso de conversión y fundido de la moneda en el periodo comprendido entre el 585 d. C. y las dos primeras décadas del siglo VII d. C., en bene cio de nuevas acuñaciones visigodas, lo que deja sin resolver cuál era el volumen monetario previo a la conquista. Sin embargo, este intento de asegurar la redistribución y scalización del circulante existente, posiblemente mediante la imposición de cánones sobre la transformación y emisión de nuevas series en las cecas, por el volumen que conocemos de circulante suevo y la producción monetaria posterior en la Gallaecia, podría haber sido fallido. El colapso y brusca reducción del número de cecas se produce aquí en dos fases: la primera de ellas, en el periodo comprendido entre el 632-642 d. C. De las veintidós of cinae en funcionamiento durante el gobierno de Suinthila (621-631 d. C.), sólo

1. Recientes publicaciones aumentan notablemente el número de cecas en época de visigoda, alcanzando la cifra de 100, situando a 47 de ellas en la provincia de la Gallaecia, VICO MONTEOLIVA, J., Corpus Nummorum Visigothorum Ca. 575-714. Leovigildus-Achila, Madrid, 2006. La mayor parte de las de reciente aparición no se vinculan a registros arqueológicos.

continuarán cinco, que aumentarán a diez, entre el 642-652 d. C., para reducirse drásticamente aún más tras la reforma general que afecta a todas la provincias en torno al 652 d. C., registrándose emisiones a partir de entonces sólo en cuatro cecas. Los propios hallazgos a lo largo del siglo VI d. C. demuestran además la nula integración de la moneda sueva en el área de circulación de la visigoda, (METCALF; CABRAL y ALVES, 1992) un proceso que es recíproco, si observamos los hallazgos que fuera del Centro y Norte del actual Portugal, se reducen a puntos próximos del valle del Guadiana, de Asturias, o los excepcionales conjuntos, por su distancia, de Reccopolis o Algeciras, en los que sí se encuentran acuñaciones suevas (MARQUES DE FARIA, 1988). Además, a pesar del notable incremento de monedas acuñadas en esta provincia, iniciado ya bajo el gobierno de Recaredo (586-601 d. c.), éste no se

Fig. 2


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CECAS GALLAECIA. PORCENTAJES EMISIÓN CECAS 585-711 d. C.

CECAS CARTHAGINENSIS. PORCENTAJES EMISIÓN CECAS 579-711 d. C.

Fig. 1


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asocia a un relevante aumento de la ley de las piezas, y coincide con el que conocemos para el resto de la diversas áreas de la Península, tanto en su crecimiento como en el comienzo de la crisis del sistema que hemos situado en torno a 630-635 d. C. (Fig. 2). Es a partir de este momento cuando observamos, para la Gallaecia, una brusca reducción en el número de centros emisores y monedas acuñadas, ya bajo el gobierno de Sisenando (631-636 d. C.), con un ligero repunte a mediados del siglo VII d. C., para caer drásticamente y concentrarse de manera esporádica en los tres principales centros administrativos: Bracara, Tude y Lucu, que son los únicos que emitirán de manera regular a lo largo de todo el periodo de análisis, aunque no alcanzando entre ellas ni siquiera el 50% de la producción provincial. Del número de cecas que según recientes publicaciones (VICO, 2006), funcionaron en esta provincia, y que puede variar entre 40-47, el 90%, no acuñan más allá del 5% de ejemplares del total conocidos (Fig. 1). La mayoría de éstas desaparecen después del 631 d. C., reforzando la idea de que se trata de de pequeños centros scales promovidos por la monarquía, que tras la crisis política iniciada a partir de este momento pierden su funcionalidad. En el caso de Gallaecia, se comprueba la escasa vinculación de las of cinae monetarias emisores con la organización o estructura eclesiástica, ya que la mayor parte de ellas, no son mencionadas en las actas conciliares (VIVES, 1963). Es un problema que no es exclusivo de esta provincia, aunque aquí se muestra con especial claridad. 3. LA PROVINCIA CARTHAGINENSIS Y LA CECA DE TOLEDO. LA CENTRALIZACIÓN PRODUCTIVA La producción monetaria con el nombre de ceca comenzó en Toledo, bajo el gobierno de Leovigildo (572-586 d. C.), en una fecha que con bastante precisión podemos situar entre el 579 y 580 d. C., y que se caracteriza tipológicamente por mostrar busto del rey en anverso a la derecha, y cruz sobre gradas en reverso. Toleto no es la ceca de época visigoda, con una mayor producción monetaria, pero es la que emite de manera constante, y es dominante a partir de la reforma emprendida por Recesvinto (653-672 d. C.), con la concentración de cecas hacia 652-53 d. C. (Fig. 4). La producción de este modelo (cruz sobre gradas) se extendió a Rodas, Emerita, Italica e Ispalis, a la que se unirían otras cecas como Reccopolis, Tirasona, Caesaraugusta y Elvora. Tradicionalmente, se considera un tipo previo, al que posteriormente caracterizará a un conjunto de nuevas emisiones con bustos frontales en anverso y reverso, iniciadas en Córdoba en el 584 d. C. La posible producción coetánea de los dos tipos es un aspecto que queda por esclarecer considerándose tradicionalmente que uno sucede a otro, aunque Miles sugiere la convivencia de ambos al menos durante el año 584 d. C. en el caso de la ceca de Ispali (MILES, 1952).

Fig. 4

La organización de la provincia en cuanto al número de cecas di ere notablemente de la que acabamos de ver para la Gallaecia, lo que sugiere una mayor regionalización de la producción monetaria de lo hasta ahora planteado, que debe ser analizada individuamente, aunque el modelo tenga unas pautas similares a nivel peninsular de crecimiento y crisis (CASTRO, en prensa). La Carthaginensis se caracteriza por poseer un número de centros muy limitado, 11, que sólo signi can en torno al 13-17% del total de of cinae en funcionamiento entre los siglos VI y VII d. C. en el regnum visigothorum. En aumento hasta 635-640 d. C., con la mayor parte de de centros emisores funcionando al mismo tiempo (9 cecas-75%), bajo el gobierno de Sisebuto (612-621 d. C.), se reducen a partir de ese momento, siendo la única ceca provincial Toledo para el periodo (649-680 d. C.). Con posterioridad y a nales del siglo VII d. C y principios del siglo VIII d. C., se producirá un leve crecimiento, pero en el que sólo llegan a funcionar conjuntamente como máximo 5 de las 12 cecas conocidas (41,66%). Los centros acuñadores de Reccopolis (Zorita de los Canes, Guadalajara) y Saldania (Saldaña, Palencia), mantienen numerosas similitudes entre ellos, no sólo por un volumen productivo parecido, sino también por los periodos de emisión: de manera algo irregular hasta 631 d. C., para verse afectados por la reducción general de cecas a partir de ese momento. Saldania vuelve a aparecer durante el reinado de Chindasvinto (642-653 d.C.), y Reccopolis


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Fig. 3

ya en época de Witiza (698-710 d.C.). Otro posible lugar que se ha interpretado como of cina, en los últimos años, ha sido Elbora, tradicionalmente interpretada como Évora, en la provincia de la Lusitania. Vallejo Girvés (VALLEJO-GIRVÉS, 1991) a partir de la documentación epigrá ca y textual (Ptolomeo, Livio), la identi ca en las proximidades Talavera de la Reina (Toledo), situación que ya había sido propuesta por Heiss en el siglo XIX (HEISS, 1978). Metcalf (METCALF, 1988) mediante un análisis de los hallazgos numismáticos de tremisses, especialmente de los localizados aislados desde el siglo XVII, considera un error ubicarla en el Alentejo. Fundamentalmente porque el grueso de éstos se producen en la zona central de la Península. Este argumento, sin embargo, presenta limitaciones si consideramos que, el número de elementos estudiados es reducido. Con los mismos criterios, sin utilizar las fuentes textuales y arqueológicas, sería posible ubicar Reccopolis en la Lusitania, ya que la mayoría de los hallazgos de esta ceca, hasta este momento, se han concentrado en esta provincia, como el publicado recientemente en la excavación del templo de la C/Holguín, en Mérida, que también tiene monedas de Elbora (MATEOS et alii, 2005)—3 ejemplares—. No es posible omitir, a pesar de ello, que su tipología formal es diferente a la ceca emeritense, rasgo que también se produce en otras cecas de la misma provincia. A pesar de los esfuerzos de Metcalf (METCALF, 1988) por con rmar su ubicación, existen todavía algunos elementos sin resolver, como la necesidad de establecer una dispersión espacial de los hallazgos monetarios en contextos arqueológicos y una precisa de nición de las características del yacimiento, con el que se la identi ca, en las proximidades de Talavera de la Reina (Toledo). Las menciones en que aparece citada en los concilios de época visigoda no resuelven de manera de nitiva su situación. Así, y para nales de siglo VI y primera década del VII d. C. tendríamos una línea de cecas en torno al Tajo signi cativa, y separadas sólo por 110 km. (Reccopolis y Toleto), y que, bajo Leovigildo (578-586 d. C.) tienen un volumen de piezas su cientemente representativo. Sobre el total de tremisses emitidos durante este periodo alcanzan el 98% de la provincia, y permiten obtener un primer patrón organizativo de las producciones monetarias, al menos para el centro peninsular con cecas relativamente próximas (Fig. 3). Un segundo conjunto, lo conforman varios centros emisores ubicados en el sur peninsular, cuya situación en un primer momento estaba próxima a la permeable frontera bizantina. Es el caso de Mentesa (La Guardia, Jaén), en la estratégica vía que comunicaba de este a oeste Carthago Nova y Cástulo. Es la segunda ceca en importancia de la provincia, y emitió de manera regular hasta mediados del siglo VII d. C., para volver a hacerlo a nales de esa centuria, en el periodo comprendido entre 680-711 d. C. A ella podemos asociar Acci (Guadix, Granada), que no comienza a emitir antes del 612 d.C., siendo obispado y posiblemente base militar en la guerra contra los


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orientales. Complementarias de éstas parecen ser Beatia (Baza) y Castelona (Cástulo), al norte de Linares en la provincia de Jaén (VENTURA, 1998). Las referencias conciliares de esta última, son tempranas, apareciendo ya en el III Concilio de Toledo (589 d. C.), aunque sus acuñaciones son relativamente tardías, 636-639 d. C. El caso de Baza, es diferente; no se registra en las fuentes con anterioridad al 675 d. C., y se convierte en capital de la diócesis entre el 666- 675 d. C., con unas emisiones monetarias que habían comenzado entre el 639-642 d. C. Su aparición es posterior, por tanto, a la nalización de las acciones bélicas contra los bizantinos, lo que hace difícil pensar en una mera función militar. Estamos posiblemente, ante dos centros con similitudes con las cecas con función scal y de transformación monetaria que observamos para la Gallaecia a nales del siglo VI d. C. Mucho más esporádicas fueron la emisiones de la ceca Aorariola, identi cada por Miles (MILES, 1952) con Orihuela, en Alicante e Iliocrici, posiblemente ubicada en la actual Lorca (Murcia), y que emitieron durante un periodo breve comprendido entre el gobierno de Sisebuto y Suinthila, —612-631 d. C.— para no volver a hacerlo. Valentia (Valencia) en cambio, comienza a acuñar monedas en un momento avanzado del siglo VII d. C., (621-631 d. C.), y sigue emitiendo de manera esporádica hasta época de Witiza (698-710 d. C). Podría ser dominante la función de pago militar en las dos primeras por su corta duración, y proximidad a la capital provincial bizantina, para reorganizarse a partir de ese momento (630-35 d. C.) la producción en Valentia, que ejerce de puerto principal de acceso al centro peninsular, al mismo tiempo que importante sede episcopal y scal (OLMO, 2008 p: 60). El caso más complejo es el de la ceca de Mave, tradicionalmente identi cada con el conocido yacimiento de época visigoda de Monte Cildá, situado a 35 km. al noreste de Saldaña, en las proximidades del río Pisuerga, provincia de Palencia. Miles (MILES, 1952: p. 137), la consideró como una ceca fronteriza en el extremo más noroccidental de la provincia de la Gallaecia. La publicación en los últimos años de ejemplares con una tipología similar a la de la ceca de Toledo (BARTLETT, 2001), y especialmente su relativa proximidad a Saldania, ha hecho que se integre en las of cinae de la provincia Carthaginensis, situada en el extremo norte de ésta, y posiblemente vinculada al control y pago militar. Mave parece una ceca complementaria, ya que emite conjuntamente durante gran parte de su periodo de vida con Saldania (612-631 d. C.), para hacerlo de manera irregular entre el 631649 d. C., desapareciendo ambas tras la reforma del 653 d. C. Aunque la mayor parte de los centros emisores a nivel provincial van a ser también importantes sedes episcopales, es signi cativa la ausencia de acuñaciones en conjuntos prelaticios citados frecuentemente en las fuentes documentales (OLMO, 2008: p. 56). Ejemplo de ello, serían Segobriga, Segontia, Valeria, Arcavica, Illici que no emiten, en bene cio de otros que

no lo son como Reccopolis, Mave ó Saldania, manifestándose con especial claridad hasta el 1/3 del siglo VII d. C., lo que parece corresponder a una estructura de organización scal y de redistribución más compleja de lo que suponíamos hasta ahora, que tiende a transformarse a partir del IV Concilio de Toledo (633 d. C.). Las cecas se encontrarán, a partir de ese momento, en los centros de poder eclesiástico en Levante y en las proximidades de la Bética. Por tanto, y si nos atenemos a criterios puramente productivos, podemos mencionar que, existe una única ceca central a nivel provincial, Toledo, que se ve acompañada por un conjunto de centros de producción más reducida que van variando según los periodos. Leovigildo-Recaredo tienen como cecas fundamentales Toleto (87-88%), y Reccopolis con un 7-10%. Este esquema parece cambiar a principios del siglo VII, d. C. por un peso cada vez mayor de las cecas meridionales, fundamentalmente por dos motivos: la permanencia del enfrentamiento con los bizantinos en el sur, y la proximidad a grandes centros urbanos (los béticos) mayores consumidores de moneda. Este periodo cubriría el periodo comprendido entre el 603-636 d. C., con una estabilización de la emisión de la ceca toledana que se sitúa paulatinamente entre el 33-54% a nivel provincial, con un aumento considerable del volumen de moneda en el sur, que se sitúa en el caso de Acci y Mentesa entre el 30 y el 50%, con un momento máximo de crecimiento en época de Suintila, 76% entre ambas, aunque en este caso, hay que señalar que posiblemente los datos estén distorsionados por el peso del tesoro de la Capilla2 (BARRAL I ALTET, 1976) y la colección Cores del Museo Arqueológico Nacional, que está formada, en parte, provenientes de algún hallazgo de la Bética, con una cronología muy similar al que hemos citado anteriormente. El gobierno de Chintila signi ca, un punto de in exión con un incremento signi cativo del peso de la ceca de Toledo que se sitúa en el periodo comprendido entre el 642-687 d. C. en unos porcentajes de producción, a nivel provincial, que se sitúan entre el 83-96%. Esta política de fuerte centralización en las emisiones hizo que, por primera vez, la ceca de Toledo fuese dominante productivamente sobre los otros dos grandes centros peninsulares acuñadores, Emerita e Ispalis, a partir del 653 d. C (Fig. 4). El reinado de Égica (687-702 d. C.) y Witiza (702-711 d. C.), coinciden con un incremento de la producción con respecto al momento nal de la 2. Los datos que aportamos se basan en el clásico trabajo de G. C. MILES: MILES, G. C.: The Coinage of the Visigoths of Spain. Leovigild to Achila II, New York, 1952. A los que habría que sumar la publicación de un nuevo Corpus recientemente, que, aunque de manera confusa, recoge gran parte de las piezas existentes en colecciones privadas, VICO MONTEOLIVA, J. : Corpus Nummorum Visgothorum Ca. 575-714. Leovigildus-Achila, Madrid, 2006. Agradezco la colaboración prestada para este trabajo por el Gabinete Numismático del Museo Arqueológico Nacional, a través de la consulta de sus fondos, y, especialmente, de su última adquisición, la Colección Cores.


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Fig. 5

etapa anterior, y una intento de recuperación del peso del tremís, no así de su ley que no supera el 30%, descendiendo a su nivel más bajo desde el inicio del las acuñaciones de época visigoda. Se sitúa la ceca toledana en estos momentos, en un porcentaje de emisión entre el 72-89%, volviendo a aparecer signi cativamente Mentesa (6-31%) (Fig. 3). Sorprende el intento de aumento productivo de época de Égica (687702 d. C.), como ha puesto de mani esto Barceló (BARCELÓ, 1999), tras una nueva interpretación de algunos pasajes de la Cronica Muzarabicorum (LÓPEZ, 1980), que puede estar íntimamente ligado a una intensa actuación sobre la nobleza, que llevó años después a su hijo Witiza (702-711 d. C.) a conceder un perdón amplio y a la restitución del of cium palatino, diezmado en la última década del siglo VII d. C. Esta intervención política y scal sobre los gothi, se apoyó en amplias con scaciones de bienes (con scati) sobre la nobleza y disidentes, coincidiendo con el aumento del patrimonio real, posiblemente ya, unido al familiar, como se demostró años después, con el papel jugado por los hijos de Witiza y su estrecha relación con los acontecimientos del 711 d. C. (BARBERO y VIGIL, 1974) Todo ello permite observar que el objetivo fundamental de la alteración de la moneda, y de la reorganización de las emisiones, afecta directamente a sus verdaderos poseedores: los grandes propietarios aristócratas, en un circuito de acaparamiento de monedas muy reducido.

4. LOS TESOROS. HALLAZGOS Y SITUACIÓN ACTUAL Gran parte de los “tesoros” clásicos de época visigoda se localizan a lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, con escaso aparato crítico y mucho menos metodológico, alejado de cualquier premisa arqueológica actual, e integrada dentro del modelo anticuarista dominante, que sigue ejerciendo una importante presión sobre los depósitos y su relación con estratigrafías arqueológicas, al ser piezas de alto valor en el mercado numismático tradicional (CASTRO, 2008). Esta singularidad ha hecho que, hasta momentos recientes la visión que tenemos sobre la circulación monetaria se encuentre distorsionada, especialmente el cálculo productivo, ya que no ha sido posible vincular éste con su verdadero uso3, al no encontrarse la mayor parte de las piezas conocidas en registros arqueológicos ables. La escasez de similitudes entre los cuños ha hecho proponer que la circulación de tremisses se debió producir en decenas de miles (METCALF, 1999), alcanzando cualquier nivel de la estructura social, siendo un elemento de intercambio frecuente incluso en el ámbito rural. Es cierta la aparición constante de referencias económicas en moneda en los textos de época visigoda pero posiblemente, como resultado de un sistema de pesas y medidas aceptado socialmente, aspecto sobre el que la excavación de Vega Baja está aportando importantes datos (OLMO, 2009). En ese sentido, es clari cador la epístola de De sco Barcinonensi (VIVES, 1963 p. 54; BARCELÓ y RETAMERO, 1996), y cómo se describe la conversión de los modios de cereal a siliquae, que sin embargo son piezas de de escasa acuñación, salvo ejemplos puntuales (MAROT, 2002: p. 80). Los hallazgos que se están produciendo en la Carthaginensis y en el centro Peninsular, como es el caso de Emerita (MATEOS et alii, 2005; CASTRO, 2008), no son especialmente numerosos (Fig. 5). En los últimos años, el grueso de las monedas aparecidas corresponde a pequeñas ocultaciones, que no demuestran en absoluto un volumen en circulación elevado. Dejando al margen la zona sur de la provincia, lo que hoy en día corresponde con la actual Andalucía, el grueso de los tesoros que han aparecido lo están haciendo en contextos urbanos. Las tres monedas localizadas en Reccopolis en las campañas de excavación arqueológicas de 1998 y 2004, identi cadas como un tremís merovingio a nombre de Chariberto II (629-632 d. C.), otro acuñado en época de Leovigildo (580-586 d.C.), ceca Elvora, y el 3. Este trabajo recoge como repertorio interpretativo un reducido conjunto de hallazgos, que se han producido asociados a estratigrafías arqueológicas entre nales de los 90 y la actualidad, salvo los hallazgos de tremisses de la villa de El Saucedo, un tercio acuñado por Recaredo, y otro de Witiza; éste último en contextos del siglo VIII d. C. (CABELLO, 2008) que se produjeron con anterioridad a 1985. Conscientemente hemos evitado mencionar los hallazgos más allá de la Meseta, especialmente los que limitan con la Bética, con unas dinámicas no tan homogéneas (CASTRO, en prensa).


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último de Tulga (639-642 d. C.), y o cina Córdoba, que se suman a las 90 ya conocidas (CASTRO, 2008). El tercio acuñado en la Bética, apareció en un contexto tardío: relleno de un silo de cronología no anterior al siglo VIII d. C. El tremís de Leovigildo en una de las zonas de viviendas, próximas al área productiva y comercial (“tabernae”), en un estrato del primer tercio del siglo VII d. C.; y el excepcional hallazgo de la moneda merovingia, en una de las fosas de cimentación de uno de los edi cios del conjunto palatino, con una cronología anterior al 650 d. C. (CASTRO, 2005 y 2008). Otro interesante conjunto es el tesoro del Elo, (Hellín Albacete), formado por cuatro trientes de Witiza, acuñados en Toledo, Córdoba y Tucci, hallados en los niveles de abandono correspondientes al espacio abierto situado entre la basílica y el palatium, que parece remitir a una cronología ya, propia de principios o mediados del siglo VIII d. C. En las proximidades del baptisterio, se ha recuperado también otro tercio de sólido de similar cronología, y ceca Caesaraugusta (DOMÉNECH y GUTIÉRREZ, 2005: p. 1570-71). En la capital destaca el hallazgo de Vega Baja del 2006, formado por treinta tremisses con una fecha de acuñación aproximada comprendida entre el 612 y 639 d. C., de las que al menos conocemos una de las cecas Ispalis4, junto a los monarcas emisores: Leovigildo, Suintila, Sisenando, Sisebuto y Chintila. Con posterioridad, se han documentado varias piezas más, un tremís con una cronología similar a los anteriores, acuñado bajo el gobierno de Suinthila y ceca Tarraco (GARCÍA et alii, 2007: p. 118), aunque sin que se haya descrito su ubicación estratigrá ca y espacial. En 2008 se recuperaron dos tercios, uno acuñado por Tulga en Tarraco y otro por Ervigio ceca Ispalis (GALLEGO, 2009), éste último bien situado estratigrá camente en contextos de nales del siglo VII d. C. ó principios del VIII d. C. El yacimiento también está aportando datos sobre posibles usos de conversión de moneda, mediante la localización de partes de una balanza, y dos ponderales de posible adscripción bizantina (OLMO5, 2009), de 54,8 gr. (12 sólidos) y 27 gr. (6 sólidos). De este tipo de piezas o exagia se conocen varios conjuntos a nivel peninsular, mayoritariamente en Levante y en la Bética (PALOL, 1949; FONTENLA, 1989; MAROT, 1997). Pero si comienza a producirse un signi cativo número de hallazgos en contextos urbanos, verdaderos redistribuidores del sistema scal, en entornos rurales son muy escasos, no ya de numario de época visigoda sino incluso de piezas bajoimperiales residuales en el circulante, en una propor-

4. Fue publicada una fotografía y una breve reseña de él, con motivo de la exposición de Hispania Gothorum, celebrada en Toledo en 2007, AA.VV. Hispania Gothorum. San Ildefonso y el Reino visigodo de Toledo, Toledo, 2006. Se encuentra en proceso de estudio. 5. Agradezco la colaboración prestada para la redacción de este trabajo y los datos sobre la Vega Baja, aportados por Lauro Olmo Enciso, y Mª del Mar Gallego García.

ción signi cativa, que parecen circunscribirse a ciudades ó áreas costeras (Reccopolis, Elo, La Punta de l´Illa de Cullera, entre otros) y de manera residual en espacios de enterramiento, como el caso de la necrópolis de Cacera de las Ranas (Aranjuez, Madrid) (ARDANAZ, 2000), o Duratón (Segovia) (MOLINERO, 1948) . Un ejemplo excepcional, es el reciente hallazgo del tesorillo en la mina de “La Condenada”, en Osa de la Vega (Cuenca), (BERNÁRDEZ y GUISADO, 2005: p. 1135), en la que se ha identi cado la explotación de lapis specularis en época romana, y su reutilización como espacio de inhumación en el siglo VII d. C. Se trata de un área en las proximidades de Segobriga, con un intenso conocimiento territorial de ella a nivel microespacial (FUENTES et alii, 2006). El conjunto monetario está formado por 15 tremisses, que estaban ocultos en una caja de madera, de la que se pudieron identi car algunos elementos. Fueron acuñados entre el 680-710 d.C., por tanto, bajo el gobierno de Ervigio, Égica-Witiza y Witiza, salvo un tremís de Leovigildo (580-586 d. C.), del que habían sido recortados sus bordes. Una alteración que sin embargo, no impidió que esta pieza fuese la de peso más elevado (1,51 grs.), junto a la de Ervigio. En cuanto a las of cinae no existe un claro dominio (Ispali-4 tremisses; Elvora-3 piezas; Cordoba-Patricia-2 piezas; Emerita-2 piezas; Egitania-1 pieza; Toleto-1 pieza), lo que sin ser excepcional rompe con la regla general de predominio del sur peninsular en la mayor parte de las ocultaciones de este momento. Las excavaciones en contextos rurales de época visigoda de la actual provincia de Madrid6, nos ponen de mani esto claramente, al menos, en el centro de la Península, y en las proximidades de dos cecas, Toleto y Reccopolis, cuáles son las características de la circulación monetaria. Escasa ó muy reducida presencia en vici, o en yacimientos de de tipo medio, en los que en cambio observamos otras pautas que indican intercambios de productos de alcance regional, aunque escasa integración con comercio a larga distancia. De todas ellas, sólo un yacimiento ha proporcionado hallazgo de un tremís de época de Égica/Witiza ceca Caesaraugusta, en un pequeño poblado de naturaleza agropecuaria en ladera conocido como “La Vega” en Boadilla del Monte, Madrid, con habitaciones de planta rectangular en torno a un patio central. Fechable todo el conjunto, entre el siglo VII y primeras décadas del VIII d. C., se localizó la moneda en un estrato de derrumbe, que ponía n a la fase habitacional del yacimiento (ALFARO y MARTÍN, 2006; CASTRO, 2005). En yacimientos más próximos a la vega del Tajo (Gózquez de Arriba (San Martín de la Vega, Madrid), Arroyo Culebro (Leganés, Madrid), Tinto Juan de la Cruz (Getafe, Madrid), la existencia de moneda bajoimperial es muy 6. Gran parte de las síntesis sobre ellas, están recogidas en la revista Zona Arqueológica, nº 8, publicada por el Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, Madrid, 2006.


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reducida, siendo inexistentes las acuñadas en épocas visigodas. Algunos de ellos, como es el caso de Acedinos (Getafe, Madrid) o Gózquez de Arriba superan ampliamente las cinco hectáreas (AA. VV. 2006). Todo ello, parece rati car la fragilidad del sistema monetario visigodo, sobre todo en su comparación con el posterior de época emiral y califal (RETAMERO, 2000). 5. CARACTERÍSTICAS DE LOS TESOROS A FINALES DEL SIGLO VII D. C. El conjunto de tesoros que acabamos de describir someramente tienen, todos ellos un elemento común, la aparente corta distancia entre su acuñación y su ocultación con escasa intrusión de piezas anteriores, que parece subrayarse a medida que avanza el siglo VII d. C. El conjunto del Elo tiene unas pocas monedas de Witiza, al igual que el de la mina “La Condenada”, con similitudes con otras ocultaciones recuperadas en el Bovalar (Gerona) por ejemplo con 19 tremisses de Égica/Witiza, Witiza y Roderico (PALOL, 1989) en los que predominan las cecas de la Tarraconense, y cronología ya en el siglo VIII d. C. Otro hallazgo bien conocido en Toledo es el del “Asilo de Ancianos”, descubierto en 1957 en Toledo (BARRAL I ALTET, 1974: p. 130-132), al realizar la instalación de una canalización de agua, en la

carretera de Ávila, que vuelve a poner de mani esto, algunas de las características que se han mencionado. Formado por ocho monedas, emitidas en los reinados de Ervigio, Égica y Égica/Witiza, con cecas de Toledo, Narbona, Egitania y Gerunda, y que por tanto agrupa a monedas con una cronología entre el 680-702 d. C. Esta situación demuestra que el proceso monetario a nales del siglo VII d. C., ha variado considerablemente con el que impulsó Leovigildo (572-586 d. C). El periodo de circulación de los tremisses es cada vez menor, junto una disminución estrepitosa de su ley y peso. Todo ello, con rma en cierta medida las “crispación” del sistema, generada por el uso de un metal inadecuado y cada vez más limitado, como se observa en lo reducido de los conjuntos monetarios de este periodo que rara vez llegan a la veintena. Esta situación contrasta con el volumen de tercios recuperados en tesoros con una data anterior (Reccopolis nales del siglo VI d. C., 90 piezas; “La Capilla”, ocultado entre 632-633 d.C. 883 ejemplares; “La Grassa”, depósito formado hacia el 653 d. c., 144 ejemplares), que señalan las di cultades para articular un sistema scal e caz y con amplia estructuración espacial, lo que obliga a una continua alteración promovida y efectuada desde las propias cecas en el último tercio de siglo VII d. C. y comienzos del VIII d. C..


294 M. CASTRO: EL SISTEMA MONETARIO VISIGODO Y SU ALCANCE REGIONAL: EL EJEMPLO DE LA PROVINCIA CARTHAGINENSIS Y LA CECA DE TOLEDO

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295 Jorge de Juan Ares (ArqueĂłlogo de Toletum Visigodo) Yasmina CĂĄceres GutiĂŠrrez (ArqueĂłloga de Toletum Visigodo)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRĂ NEO (S. VI - VIII) / 295 - 304

DE TOLETUM A TULAYTULA: UNA APROXIMACIĂ“N AL USO DEL ESPACIO Y A LOS MATERIALES DEL PERIODO ISLĂ MICO EN EL YACIMIENTO DE VEGA BAJA (TOLEDO)

INTRODUCCIĂ“N Los trabajos de excavaciĂłn arqueolĂłgica desarrollados en Vega Baja demuestran que tras la caĂ­da del reino visigodo de Toledo, continuĂł la ocupaciĂłn del yacimiento en los aĂąos que siguieron a la conquista islĂĄmica. Aunque irĂ­a decayendo para convertirse, posiblemente desde la segunda mitad del siglo VIII y a lo largo del siglo IX, en un entorno perifĂŠrico de la medina Toledana. Las fuentes ĂĄrabes y latinas no ofrecen detalles sobre cĂłmo se produjo el asentamiento de los contingentes reciĂŠn llegados. A partir de ellas sabemos que T riq b. Ziyab, con sus tropas africanas, llegĂł a la ciudad el mismo aĂąo de su entrada en la penĂ­nsula. Ocupando aparentemente sin resistencia la sede del poder polĂ­tico y religioso del reino visigodo, segĂşn nos trasmiten la mayorĂ­a de los autores1. Toledo sirviĂł, al menos durante los primeros aĂąos, como base de operaciones en el centro peninsular para la conquista de otros territorios mĂĄs septentrionales. Poco mĂĄs conocemos, aparte de que T riq paso el invierno de 712/93H en la ciudad, y con ĂŠl los nuevos contingentes llegados ese mismo aĂąo, con el gobernador de ĂĄrabe de Ifr qiya M s b. Nusayr. AdemĂĄs de los relatos sobre los tesoros obtenidos como botĂ­n de conquista2. Por lo tanto es muy relevante el papel que puede llegar a desempeĂąar la investigaciĂłn arqueolĂłgica en Vega Baja para aclarar que sucediĂł en la capital toledana en las primeras dĂŠcadas del siglo VIII. Este trabajo solo es una primera aproximaciĂłn a los contextos andalusĂ­es del yacimiento, que sin duda con el avance de la investigaciĂłn, ayudarĂĄn en un futuro a clari car los procesos de cambio y continuidad acaecidos en el trĂĄnsito del mundo visigodo al andalusĂ­. MĂĄs aĂşn, teniendo en cuenta que 1. “T riq encontrĂł la ciudad vacia, pues no habĂ­an quedado allĂ­ mĂĄs que los judĂ­os y unas pocas gentes ‌ dejando con ellos algunos de sus hombres y seguidores en Toledoâ€? segĂşn Rasis, Ibn Hayy n, Ibn Ab l-Fayy d, Ximenez de Rada; Ibn al-At r, al-Nuwayr o Ibn ‘Id r entre otros. Es poco creĂ­ble, aunque llamativa, la cita de MĂĄrmol: “T riq ‌ fue a Toledo, y los judĂ­os que moraban en un barrio hacia la Vega ‌, le metieron en la ciudad secretamenteâ€? en CHALMETA GENDRON, P.: InvasiĂłn e islamizaciĂłn. La sumisiĂłn de Hispania y la formaciĂłn de al-Ă ndalus. Universidad de JaĂŠn, 2003, p. 152. 2. VĂŠase GREGO GOMEZ, M.: Toledo en ĂŠpoca omeya. (ss. VIII-X). DiputaciĂłn de Toledo, 2007, p. 28-31.

Vega Baja habĂ­a sido el lugar que hasta entonces habĂ­a ocupado el centro del poder del reino visigodo. Sin embargo, aunque ya contamos con un importante volumen de informaciĂłn, todavĂ­a existen mĂĄs preguntas que respuestas sobre la realidad material en el yacimiento durante la ĂŠpoca de los gobernadores y el emirato independiente. Tras revisar la documentaciĂłn arqueolĂłgica aportada por las excavaciones efectuadas hasta el momento3 se ha decidido, en esta comunicaciĂłn, realizar un anĂĄlisis centrado exclusivamente en los contextos estratigrĂĄ cos cerrados que cuentan con una cronologĂ­a post quem bien establecida a partir de los hallazgos numismĂĄticos (feluses del emirato dependiente) y su posiciĂłn relativa dentro de la secuencia estratigrĂĄ ca. PrescindiĂŠndose, por tanto, de realizar un estudio tipolĂłgico general de aquellos materiales identi cables por sus caracterĂ­sticas formales como pertenecientes a los momentos iniciales de la ĂŠpoca islĂĄmica, pero que no cuentan con unos contextos estratigrĂĄ cos que permitan otorgarles una cronologĂ­a precisa a partir de los datos obtenidos en la excavaciĂłn4. En una segunda parte del trabajo procuraremos inferir algunas conclusiones sobre las caracterĂ­sticas de la ocupaciĂłn de este espacio y las actividades en ĂŠl desarrolladas a partir de los testimonios arqueolĂłgicos conocidos. Para concluir con unas notas generales sobre la evoluciĂłn de la Vega Baja hacia un espacio perifĂŠrico dentro del Toledo andalusĂ­. LAS PRIMERAS CERĂ MICAS ANDALUSIES DE VEGA BAJA El criterio que ha primado en la selecciĂłn de los materiales analizados ha sido su procedencia de contextos estratigrĂĄ cos muy bien de nidos, que pueden situarse cronolĂłgicamente con bastante precisiĂłn en el primer medio siglo de la historia andalusĂ­. Esto hace que el conjunto de materiales no sea muy abundante, pero por el contrario resulta altamente signi cativo, y

3. Los materiales aquĂ­ estudiados se re eren exclusivamente a las excavaciones realizadas por la J.C.C.M. y Toletum Visigodo, aunque tambiĂŠn se han tenido en cuenta los trabajos que sobre la Vega Baja han publicado distintos autores (ver infra). 4. Una visiĂłn muy general de estos materiales puede verse en V.V.A.A. La Vega Baja de Toledo. Toletum Visigodo, 2009.


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muy coherente comparado con otros conjuntos cerámicos de similar cronología. Como contra partida, en el relativo reducido número de fragmentos documentados no se ha podido reconstruir ninguna pieza completa por lo que habrá que esperar al avance de las excavaciones para poder ir completando una tipología de las cerámicas propias de este periodo. Todos los contextos son interpretados como basureros, lo que presupone un cierto sesgo en la muestra desde el punto de vista de la funcionalidad de las piezas documentadas. Corroborando esta interpretación, un porcentaje muy elevado de los fragmentos cerámicos se encuentran quemados con posterioridad a sus fracturas. A ello hay que añadir que los restos arqueológicos más abundantes son los óseos, muchos con marcas de preparación para su consumo. Un análisis elemental de estos restos faunísticos revela que son escasos los huesos quemados, indicando que fueron preparados por cocción, algo que concuerda con la funcionalidad de la mayoría de los recipientes cerámicos identi cados que se corresponden mayoritariamente con ollas. El análisis se ha centrado en cinco unidades estratigrá cas. Cuatro de ellas se encuentran bien datadas a partir de los hallazgos numismáticos y su posición estratigrá ca, y una última a partir de su posición estratigrá ca y relación de contemporaneidad con las anteriores. Se han analizado la totalidad de los fragmentos cerámicos recuperados en estas cinco unidades estratigrá cas. En su clasi cación se ha utilizado el criterio de N.M.I. (número mínimo de individuos) para minimizar, en lo posible, las desviaciones que producen en la cuanti cación de las piezas el distinto tamaño de los recipientes, y por tanto el distinto número de fragmentos que genera su fractura. Se han estudiado un total de 890 fragmentos de cerámica entre los que pueden identi carse un mínimo de 87 recipientes. Pasamos a continuación a describir someramente cada uno de los contextos estudiados.

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Fig. 1

U.U.E.E. 30349 Y 30372 (FIGS. 1 Y 2): Son dos unidades estratigrá cas que se corresponden con sendos rellenos de una misma fosa, que corta los restos de un muro, U.E.M. 30307, y de un suelo de signinum muy alterado. Pertenecientes a los restos de un gran edi cio que por sus características constructivas consideramos visigodo. Aunque por encontrarse en este momento en fase de excavación no tenemos una con rmación estratigrá ca de su cronología. Las características de la fosa, muy vertical y sin restos de derrumbe de sus paredes al interior, hacen pensar que se colmató muy rápidamente. Por lo que ambos rellenos (U.E. 30349 y 39372) serían prácticamente contemporáneos, siendo descritos sus materiales de manera conjunta. Formando parte del relleno de la unidad más inferior, U.E. 30372, se localizó un felús sin fecha, perteneciente al grupo IX-a de Frochoso, atri-

buido por este autor al periodo de los gobernadores5. Cuenta con 1,5 gr. de peso y un módulo de 1,1 m.m., dentro del rango habitual para este tipo de acuñaciones. El material cerámico suma 718 fragmentos que se asociarían posiblemente a 55 recipientes diferentes. En la distribución de tipos predominan las ollas, que constituyen el 62% de los tipos funcionales identi cados. Son las que presentan una mayor variabilidad en el color de sus super cies, pasta, desgrasantes y forma de los bordes. Indicando una menor estandarización en la fabricación de este tipo de 5. FROCHOSO SANCHEZ, R.: Los Feluses de al-Ándalus. Numismática Córdoba, Madrid, 2001, p.p. 28, 29 y 114.


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Fig. 2

recipientes. Los bordes son mayoritariamente exvasados, y en un único caso recto. Cuentan con labios redondeados o apuntados presentando ocasionalmente distintos grados de engrosamiento. Los labios redondeados suponen el 94%, un 33% de ellos con un engrosamiento más o menos acusado. Las jarras y botellas tienen en todos los casos labios redondeados, con predominio de los bordes exvasados, que en el caso de las botellas tienden a tener labios redondeados ligeramente apuntados en un 66% de los casos. Las botellas documentadas presentan un diámetro en su boca de 4 cm., situándose las jarras entre los 8 y 9,8 cm. En el caso de los fragmentos atribuidos a tinajas no ha sido posible recuperar ningún fragmento de borde. Dentro del conjunto la característica más relevante es el predominio del uso del torno en el 92 % de la muestra que fue utilizado en la confección de todas las jarras y botellas documentadas. La torneta, teniendo encuentra las reservas que entraña su segura identi cación, parece que fue utilizada en la confección de algunas ollas y tinajas, suponiendo el 7,1% del total. Las piezas realizadas a mano son las menos abundantes, 1,7%, utilizándose exclusivamente en la elaboración de ollas.

Las cocciones predominantes son oxidantes, representadas en un 68,5% de las piezas, englobando la totalidad de tinajas, jarras y botellas. Tanto las cocciones reductoras como aquellas que presentan un nervio de cocción reductor se encuentran presentes solamente en las piezas tipo olla, con un 14% y un 11% respectivamente. Otro tipo de cochuras apenas están representadas, no superando el 2% del total. A partir del análisis macroscópico de los desgrasantes es apreciable el predominio del cuarzo, presente en el 58% de las piezas. Como característica peculiar destaca abundante número de recipientes, un 41%, con mica dorada, resultando también abundante la presencia de componentes calcáreos, presentes en el 33 % de las piezas. En el conjunto, no es posible establecer ninguna asociación estadísticamente signi cativa entre los distintos desgrasantes y los tipos de piezas. Los colores de las pastas presentan gran variabilidad, predominado los ocres y anaranjados, 31 y 26% respectivamente. Estas tonalidades claras son las que caracterizan a la totalidad de las botellas y jarras representadas en la muestra.


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Fig. 3

Es de destacar la presencia de decoraciones con pintura roja, negra o marrón presentes en una botella y otras formas no identi cables, que alcanzan el 9 % del total de recipientes. Las decoraciones incisas son menos frecuentes estando presentes en el 3% de las piezas presentando tanto onda incisa simple como peine. U.E. 30371 (FIG. 3A) Al igual que las dos unidades anteriores, la u.e. 30371, puede ser interpretada como un basurero que rellena una fosa, realizada seguramente para tal n, que corta los niveles y estructuras del periodo anterior. Como en el caso precedente se localizo un felús, aparentemente resellado, con un peso de 3,7 gr. y un módulo de 1,9 m.m. Resulta de difícil catalogación por su alto grado de alteración, aunque posiblemente se encuadraría en los grupos XVI ó XVII de Frochoso6. En esta unidad se han recogido 41 fragmentos de cerámica que pueden adscribirse a un mínimo de 13 recipientes.

6. FROCHOSO SÁNCHEZ, R., 2001, p.p. 41-43 y 119.

30371-7

Todos los recipientes fueron realizados a torno. El 69% de las cocciones son oxidantes, presentando un 23% de los recipientes (ollas) nervios de cocción reductores. En la super cie de las piezas predominan los colores de pasta ocre y anaranjados, teniendo otros tonos una representación muy escasa. En cuanto a los desgrasantes destacar, como en el caso anterior, la presencia de mica dorada en el 23% de los recipientes, todos ellos ollas o cuencos. En el 46% de las piezas se aprecian desgrasantes calcáreos, presentes en jarras, ollas, cantaros y cuencos. En la distribución por tipos funcionales predominan los cuencos, 40%, que cuentan con bordes entrantes de labio ligeramente biselado, en un caso de labio plano, y un diámetro situado entre los 13 y 16 cm. Las ollas representan el 35%, contando con bordes exvasados de labios redondeados. Se diferencian dos grupos según su diámetro, uno en torno a los 8-14 cm. y un segundo grupo situado entre los 19 y 24 cm. Las jarras representan el 17% de las piezas, la mitad de ellas pintadas en rojo. Cuentan con bordes rectos ligeramente exvasados y engrosados al exterior. El tipo menos abundante son los recipientes tipo cántaro, un 8% de las piezas, con bordes de labios redondeados engrosados al exterior y un diámetro de en torno a 11 cm.


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Fig. 3

En cuanto a las piezas decoradas hay que señalar que igual que en el caso anterior predominan las pintadas, que suponen el 23 % del total de piezas. Se encuentran realizadas sobre jarras y cuencos. Son difícilmente reconocibles, encontrándose realizados a base líneas verticales onduladas en rojo y marrón, o con otros motivos difíciles de reconocer. Solo se ha documentado una olla, que representa el 7,5% de la muestra, con un aspa incisa. U.E. 30386 (FIG. 3B) Se trata de una unidad estratigrá ca inmediata a la anterior y de características similares junto a la que forma parte de un relleno de fosa. En ella tan sólo se han contabilizado 25 fragmentos de cerámica que pertenecen a un mínimo de cuatro recipientes, dos ollas, una jarra y un cuenco, de características similares a las de la unidad anterior. Entre las piezas documentadas destaca especialmente el cuenco por presentar una decoración pintada de ondas paralelas verticales. Cuenta con un borde entrante ligeramente biselado. No ha conservado la base pero, por los ejemplares recuperados en esta y otras unidades estratigrá cas, así como por los paralelos con recipientes similares recuperados en otros contextos, cabe suponer como plana. Las piezas pintadas suponen el 25 % de los recipientes diferenciados.

U.E. 30058 (FIG. 4) Al igual que las anteriores, esta unidad estratigrá ca puede asociarse a un basurero. Dada su posición estratigrá ca, directamente bajo los niveles super ciales y escasa profundidad, es la que presenta un mayor riesgo de contaminaciones como pone de mani esto la presencia de algunos materiales de periodos precedentes. Por este motivo su descripción cuantitativa ha de ser considerada con cierta cautela, mas aún teniendo en cuenta el reducido número de piezas representadas. En ella se recogieron un total de 106 fragmentos cerámicos que pueden ser agrupados en un mínimo de 15 recipientes. El torno es la técnica mayoritaria, alcanzando el 97%, englobando todas las jarras, cantaros y cuencos o ánforas, identi cándose solamente un pie de una olla trípode realizada a mano. Las cocciones oxidantes se encuentran presentes en todos los tipos funcionales identi cados encontrándose en el 50% de los recipientes, destacando entre estos los cuencos, todos ellos con una super cie exterior oxidante. Las cocciones reductoras suponen el 17% del total, habiéndose utilizado exclusivamente en cantaros y jarras. Presentan un porcentaje idéntico, 17%, los recipientes con nervio de cocción reductor, ceñidos en exclusividad a los cuencos y a una única jarra. Apareciendo, también con la misma proporción, algunos cuencos que alternan una super cie oxidante exterior con una reductora al interior.


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Como desgrasantes en todos los tipos se encuentran presentes el cuarzo y la mica blanca, apreciándose mica dorada en el 50% de los cuencos. En el conjunto tienen una importante presencia los desgrasantes calcáreos presentes en el 61% de las piezas entre las que se encuentran el 50% de los cántaros, todos los cuencos y en el 75% de las jarras. A diferencia de los conjuntos anteriores, en este, resultan abundantes las pastas grises y marrones presentes en cántaros y botellas, destacando que todos los cuencos cuentan con pastas de color marrón y marrón claro. En la distribución de tipos formales resulta reducido el número de ollas, algo poco representativo dado el escaso número de recipientes que componen la muestra, con un solo caso de olla trípode. Predominan las formas tipo jarra que suponen el 46% de los casos, representando los cuencos el 26%. Los cántaros se encuentran presentes en un 13%, mientras que las ánforas cuentan con la misma representación que las ollas, un 5%. En cuanto a los bordes señalar que todos los cuencos cuentan con bordes entrantes con labios redondeados y ligeramente biselados a partes iguales. Las jarras tienen bordes redondeados exvasados y la mitad de ellas tienen cierto engrosamiento al exterior. Los casos de bordes engrosados con cierto exvasamiento aparecen en la única forma -tipo cántaro- de la que se puede establecer la forma del borde. Las decoraciones siguen la tónica de las unidades anteriores presentado casi un 40% de los recipientes decoraciones pintadas a base de ondas paralelas verticales de color rojo o negro. También es de destacar que un 13% de los recipientes presenta una aguada de color blanco. UN APUNTE SOBRE LAS RELACIONES CON OTROS CONJUNTOS CERÁMICOS Ya hemos señalado que el objetivo de este trabajo no es realizar una tipología sistemática de los recipientes estudiados, de un material que aún se encuentra en estudio, sino presentar de manera preliminar un conjunto de materiales pertenecientes a unas unidades estratigrá cas muy precisas. Su momento de formación se puede situar en la primera mitad del siglo VIII a partir de la estratigrafía documentada en la excavación. Las cerámicas documentadas permiten establecer una serie de semejanzas formales con los materiales de otros yacimientos de similar cronología, a la vez que presentan algunas diferencias con conjuntos ya conocidos. Hay que tener presente lo fragmentado de las piezas estudiadas, que no permiten en ningún caso la restitución de formas completas y el establecimiento de una tipología formal. Agrupando los distintos tipos formales de forma muy genérica señalaremos algunas de sus características más generales y paralelos.

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Entre los recipientes de uso culinario tipo olla predominan los recipientes a torno con cocciones oxidantes de borde exvasado y labios redondeados, o bien triangulares. Entre las primeras (Fig. 1, nos 30349-1, 2, 5, 27 y 29) contamos abundantes paralelos ya desde época tardoantigua en Córdoba7, Jaén, Toledo8, Granada, Guadalajara, Almería, Málaga o Madrid9. Las segundas (Fig. 1, nº 30349-15) se han documentado en Recópolis en periodo emiral10 o en el Cerro Miguelico11 (Jaén) entre otros yacimientos. Contamos con un único ejemplar identi cado de pie de olla trípode, realizado a mano (Fig. 4, nº 30058-17) cuyo paralelo más cercano lo encontraríamos en Melque 12 o Recópolis13, un tipo que resulta frecuente en el Jaén emiral14. Entre las ollas es posible distinguir dos grupos según su tamaño. El primero con diámetros comprendidos entre los 9,2 y los 14,2 cm. y un segundo grupo, de recipientes más amplios, situado entre los 18,6 y 25,4 cm. Entre las piezas de servicio de mesa, destacan por su abundancia los cuencos (Fig. 4, 30058, nos 1, 9, 12, 13; g. 3A, 30058, nos 2, 5, 8 y 13; y g. 3B, 30386-1), prácticamente todos ellos con bordes entrantes de labios ligeramente redondeados, planos, o con bisel al interior. Presentan

7. CASAL, T. M.; CASTRO, E.; LOPEZ, R. y SALINAS, E.: “Aproximación al estudio de la cerámica emiral del arrabal de Saqunda (Qurtuba, Cordoba). Arqueología y territorio medieval, 12.2, 2005, g 1. y 2. 8. GOMEZ LAGUNA, A. J, y ROJAS RODRIGUEZ-MALO, J. M.: “El yacimiento de la Vega Baja de Toledo. Avance sobre las cerámicas de la fase emiral”. En VIII Congreso Internacional de Cerámica Medieval en el Mediterráneo, Ciudad Real, 2009, lámina 4, nº 10168/nº 33. 9. JIMÉNEZ PUERTAS, M. “Cerámica tardoantigua y emiral de la Vega de Granada”. En Malpica Cuello, A. y Carvajal Lopez, J.C. (eds.). Estudios de cerámica tardorromana y altomedieval. Granada, 2007. P. 195. 10. OLMO ENCISO, L. y CASTRO PRIEGO, M.: “La cerámica de época visigoda de Recópolis: apuntes tipológicos desde un análisis estratigrá co.” En Recópolis y la Ciudad en época Visigoda, Zona Arqueológica nº 9, Alcalá de Henares, 2008, pp. 93 y g. 7. 11. SALVATIERRA CUENCA, V. y CASTILLO ARMENTEROS, J.C.: Los asentamientos emirales de Peña or y Miguelico. El poblamiento hispano-musulmán de Andalucía Oriental. La Campiña de Jaén (1987-1992), 2000. Junta de Andalucía, Jaén, 2000, g. 41, nº 9; PEREZ ALVARADO, S.: “Las cerámicas omeyas de Marroquíes Bajos (Jaén). Un indicador arqueológico del Proceso de Islamización. Universidad de Jaén, Jaén, 2003, p. 229, lam. 82. 12. CABALLERO, L.; RETUERCE, M. y SAEZ, F.: “Las cerámicas del primer momento de Santa María de Melque (Toledo). Construcción, uso y destrucción. Comparación con las de Santa Lucía del Trampal y El Gatillo (Cáceres). En Caballero, L., Mateos, P. y Retuerce, M. (eds.). Cerámicas tardorromanas y altomedievales en la Península Ibérica. Anejos de Archivo Español de Arqueología, XXVIII, 2003, pp. 225-271. 13. Fechadas en un momento emiral avanzado, en SANZ PARATCHA, A.:“Vida después de la muerte: los contextos cerámicos de Recópolis en época emiral.” En Recópolis y la Ciudad en época Visigoda, Zona Arqueológica nº 9, Alcalá de Henares, 2008, pp. 173 y g. 5. 14. CASTILLO ARMENTEROS, J.C.:“La cerámica emiral de la campiña de Jaén.” En Arqueología y Territorio Medieval, nº 3, Universidad de Jaén, 1996, p. 195 y pp. 209 g. 3, nº 1, 2 y 3.; SALVATIERRA CUENCA, V. y CASTILLO ARMENTEROS, J. C.: 2000, Fig. 18.

formas bitroncocónicas y super cies bien alisadas predominantemente de color grisáceo claro o marronáceo, con diámetros situados entre los 13 y los 16 cm. Este tipo de recipientes, sin decorar, aparecen en la segunda fase emiral de Recópolis15 o en Badajoz16 así como en el Arrabal de Saqunda17. Suelen aparecer asociados a decoraciones pintadas en rojo o manganeso y son frecuentes en contextos emirales en Toledo tanto en Melque18 como en Vega Baja19. En Córdoba también se documentan cuencos de bordes entrantes, redondeados, engrosados y biselados, algunos de ellos con decoraciones pintadas similares a los de Vega Baja20. En Recópolis se localizan decoraciones de este tipo asociadas a cuencos exvasados y de labio plano21. Entre las piezas de transporte y contención se localizan recipientes tipo jarras. Tienen bordes rectos ligeramente exvasados y engrosados al exterior. Se documentan jarras con asas (Fig. 2, nos 30349-7 y 10) y bordes de labio engrosado (Fig. 4, nº 30058-8) similares a las aparecidas en Jaén22 o en el Tolmo de Minateda23, y ejemplares con labio redondeado engrosado al exterior ( g. 1, nº 30349-3). Aparecen decoradas en algún caso con serie de líneas onduladas verticales pintadas en rojo o manganeso, o bien restos de líneas o trazos verticales, individuales o en series ( g. 4, nos 30058-16, 9a-9d y 10; y Fig. 3A, nº 30371-7). Las botellas, menos abundantes que las anteriores, presentan labios redondeados, con predominio de los bordes exvasados, ligeramente apuntados. Otras muestran restos de pintura negra al interior del borde o cuerpo decorado con líneas verticales onduladas. Ejemplares con este último tipo

15. SANZ PARATCHA, A., 2008, g. 5. 16. Cuencos de la fase emiral en HERAS MORA, F. J. y GILOTTE, S.:“Primer balance de las actuaciones arqueológicas en el Pozo de la Cañada (2002-2005.) Transformación y continuidad en el campo emeritense (ss.-XI d.C). En Arqueología y Territorio medieval, nº 15, pp. 51-72, 2008, Fig. nº 9, nº 15 y 16. 17. CASAL, T, M.; CASTRO, E.; LOPEZ, R. y SALINAS, E., 2005, pp. 224, g. 12, nº 2.4.1 y 2.4.3. 18. CABALLERO, L.; RETUERCE, M. y SAEZ, F., 2003, pp. 250 y 253, g. 15, nº D14. 19. ROJAS RODRIGUEZ-MALO, J. M, y GOMEZ LAGUNA, A. J., 2009, pp. 8-9 y gs. 2-5. 20. CASAL, T, M.; CASTRO, E.; LOPEZ, R. y SALINAS, E., 2005, pp. 224, g. 12. 21. Cerámicas de la segunda fase emiral. SANZ PARATCHA, A. 2008, pp. 177, g. 5. 22. PÉREZ ALVARADO, S., 2003, p. 203, lám. 38. 23. Horizonte IIIB, GUTIERREZ LLORET, S.; GAMO PARRAS, B. y AMOROS RUIZ, V.:“Los contextos cerámicos altomedievales del Tolmo de Minateda y la Cerámica altomedieval en el sudeste de la Península Ibérica”. En Caballero, L., Mateos, P. y Retuerce, M. (eds.). Cerámicas tardorromanas y altomedievales en la Península Ibérica. Anejos de Archivo Español de Arqueología, XXVIII, 2003, p. 152, Fig. 20, Nº 1. 24. FERNANDEZ DEL CERRO, J. y CHICO CARRILLO, J. L.: “Las Jariegas (Azután, Toledo): una pequeña explotación agrícola altomedieval. 2º Jornadas de Arqueología de Castilla la Mancha. (En prensa) Fig. 13, nº 8-13).


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de decoración se localizan en Toledo en Las Jariegas (Azután)24 (Fig. 4 , 30058-16). Finalmente, entre las piezas de almacenamiento únicamente apuntar la mínima cantidad de ejemplares localizados, fragmentos de tinaja de los que sólo uno de ellos se presenta decorado con decoración incisa a peine horizontal, sin localizar ningún ejemplar con la forma completa. Por último destacar que junto a estas cerámicas de transición ( nales del s.VII-principios del s.VIII) también se localizan piezas importadas fechadas en los siglos VI-VII d.C. como un borde de ánfora oriental palestina tipo Late Roman Amphora 4, variante C25, de cocción oxidante y tratamiento del borde exterior característico (Fig. 4, nº 30058-4)26. LOS HALLAZGOS NUMISMÁTICOS A nivel de los materiales arqueológicos el cambio más evidente y signi cativo acaecido con la llegada de los conquistadores se produce en el campo de la numismática. En este sentido a partir de los hallazgos arqueológicos, es apreciable un aumento exponencial del numerario en circulación en el que, a diferencia del periodo anterior, el bronce adquiere un papel preponderante en las transacciones más habituales. Si para la época visigoda se han documentado cuatro tremíses27, a los que hay que sumar un tesorillo de 30 monedas28, resulta muy abundante el número de feluses documentados -ninguno de ellos en forma de tesori25. Queremos agradecer, desde estas líneas, a Darío Bernal Casasola sus precisas indicaciones sobre la misma. 26. PIERI, D.:“Le commerce du vin oriental à l’epoque byzantine (V-VII siècles). Le tèmoignage des amphores en Gaule, Beyrouth, 2005, pp. 101-114.; REMOLÀ, J. A.: La ánforas tardo-antiguas en Tarraco (Hispania Tarraconensis), Barcelona, 2000, pp. 226-233, p. 233, g. 9 y 10; EXPOSITO ALVAREZ, J. A. y BERNAL CASASOLA, D.: “Ánforas orientales en el extremo occidente: las importaciones de LR1 en el sur de Hispania”. En Bonifay, M. y Tréglia, J. C. (eds.). En LRCW 2. Late Roman Coarse Wares, Cooking Wares and Amphorae in the Mediterranean: Archaeology and Archaeometry. Volumen I. BAR International Series 1662 (I), 2007, g. 1 y tabla II; REYNOLDS, P. “Cerámica, comercio y el Imperio romano (100-700 d.C.): perspectivas desde Hispania, África y el Mediterráneo oriental. En Malpica Cuello, A. y Carvajal López, J. C. (eds.). Estudios de cerámica tardorromana y altomedieval. Granada, 2007 pp-13-82, g. 12. 27. Dos en las excavaciones realizadas durante el proyecto de urbanización, véase GARCIA LERGA, R.L.; GOMEZ LAGUNA, A.J. y ROJAS RODRIGUEZ MALO, J.L.:” Aportación de la numismática al conocimiento de las fases de ocupación de la Vega Baja de Toledo”, ARSE, Arqueología de Sagunto, nº 41, 2007, pp.118-119 y 131; CABALLERO GARCÍA, R. y PELÁEZ SÁNCHEZ, E.I.: Informe preliminar de actuación arqueológica en Proyecto de 106 viviendas VPT-120. Locales Comerciales. Vega Baja Parcela “R4” (Toledo), 2006 (Inédito); otros dos aparecidos en las excavaciones de 2008 en V.V.A.A. La Vega Baja de Toledo. Toletum Visigodo, 2009, p. 18. 28. V.V.A.A. Hispania Gothorum. San Ildefonso y el reino visigodo de Toledo. Toledo, 2006, p. 520.

llo- que superan los doscientos desde que comenzaron las excavaciones. Constituyéndose con ello uno de los yacimientos peninsulares donde más hallazgos se han realizado hasta la fecha. No pretendemos tratar aquí las características de estas monedas, pero sí llamar la atención sobre el hecho de que entre los feluses catalogados29. El 94% pertenecen al emirato dependiente, con las implicaciones cronológicas que sobre la ocupación del periodo islámico parecen desprenderse. Hasta el momento sólo se ha catalogado un felús del emirato independiente y una fracción de época taifa. Aunque no es este el lugar para profundizar sobre esta cuestión es de destacar que la irrupción de la moneda de cobre en el territorio peninsular, coincidiendo con la conquista, ha sido relacionada directamente con las soldadas que recibían los cuerpos inferiores y medios del ejército de conquista como pago de sus servicios, aspecto este que también ha sido estudiado en otras regiones del imperio árabe30. APROXIMACIÓN A LOS USOS DEL ESPACIO EN EL PERIODO ANDALUSÍ El estado incipiente de la investigación en Vega Baja no permite por el momento de nir un panorama general sobre las transformaciones del uso del espacio a lo largo del periodo andalusí. Sin embargo, trataremos de trazar un boceto aproximativo a partir de los datos que pueden extraerse de las recientes intervenciones arqueológicas. Los trabajos realizados permiten constatar la reutilización y transformación de algunos edi cios preexistentes de época visigoda como espacios de habitación. Al mismo tiempo, otras edi caciones fueron afectadas por actividades destructivas, principalmente por la excavación de fosas basurero y el saqueo de los materiales constructivos, señalando el progresivo deterioro de la trama urbana edi cada durante el periodo visigodo. Destaca la aparición ocasional en estos basureros de restos arquitectónicos de época visigoda (capiteles, epígrafes…) que parecen evidenciar las intensas transformaciones de un entorno que asiste a la desaparición de los centros de poder del Reino Visigodo, que una vez abandonados por sus titulares perderían sus funciones y con guración primitiva31. Así mismo, los indicios parecen apuntar hacia la existencia de ocupaciones al aire libre o, al menos, de abundantes hogares en super cie que no han podido relacionarse con los restos de ninguna estructura construida.

29. V.V.A.A. La Vega Baja de Toledo. 2009, p. 18. 30. MANZANO E. Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de al-Andalus. Barcelona 2006, pp. 55-60. 31. Una caso similar parece constatarse en Sta. Eulalia de Mérida, Mateos . P. “La basílica de Santa Eulalia de Mérida. Arqueología y urbanismo”. Anejos AEspA., XIX, 1990, pp. 89 y ss.


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Posiblemente, por la utilización de estructuras perecederas o el uso de los espacios abiertos como lugares en los que se desarrollaban actividades de carácter más o menos doméstico. Es posible, aunque por el momento no existen evidencias cronológicas concluyentes, que desde los primeros momentos del periodo andalusí en Vega Baja se realizaran enterramientos islámicos. Parecería apoyar esta hipótesis la existencia de dos cementerios de tumbas de fosa simple con cubierta de tejas y otros materiales reutilizados32. Los restos del periodo califal y taifa son hasta el momento muy reducidos, en un espacio que en esos periodos habría perdido todos los rasgos de la con guración urbana heredada de tiempos visigodos. Durante las excavaciones en curso no se han detectado contextos atribuibles a los siglos X y XI, localizándose todos los materiales documentados en posición secundaria, ocasionalmente formando parte de los rellenos de las fosas de expolio de las estructuras de los momentos anteriores. Sin embargo, a pesar de los escasos indicios arqueológicos para reconstruir las actividades desarrolladas durante este periodo, es posible deducir que en esta época Vega Baja se con gura como un espacio periférico de la ciudad de Toledo. Los hallazgos que se vienen realizando desde nales del siglo XVIII, y especialmente las intervenciones arqueológicas realizadas a nes del s. XX han permitido de nir una amplia zona de enterramiento en la parte más cercana al casco histórico de Toledo33. De esta zona, y especialmente del entorno del Cristo de la Vega, procede el conjunto de inscripciones árabes más numeroso e importante de la ciudad34. Los epígrafes, exclusivamente funerarios, han permitido identi car el lugar de enterramiento y año de la muerte de algunos personajes toledanos conocidos por las fuentes escritas. Para realizar estas inscripciones se reutilizaron reiteradamente como soportes mármoles y calizas, procedentes del expolio de materiales romanos y visigodos que, ahora sabemos, se ubicaban en el entorno.

32. ROJAS RODRIGUEZ-MALO, J.M. y GOMEZ LAGUNA, A.J.: “Intervención arqueológica en La Vega Baja de Toledo. Características del centro político y religioso del reino visigodo.” En Caballero Zoreda, L.; Mateos Cruz, P.y Utrero Agudo, M.A. (eds): El siglo VII frente al siglo VII: Arquitectura. Visigodos y Omeyas, nº 4, Anejos del Archivo español de Arqueología, LI, CSIC, Mérida, 2006, Madrid, 2009, p. 63, 65 y g 3. 33. MAQUEDANO, CARRASCO, B; ROJAS, J. M; SANCHEZ, E. I; SAINZ PASCUAL, M. J. y VILLA, R: “Nuevas aportaciones al conocimiento de las necrópolis medievales de la Vega Baja de Toledo (I) y (II)” en Tulaytula Nº 9, 2002, Primer Semestre pp. 19?51 y 27-69; DE JUAN GARCIA, A.: “Los enterramientos musulmanes del circo romano de Toledo”, en Estudios y monografías, Nº 2, 1987, Museo de Santa Cruz, Toledo. 34. GÓMEZ AYLLÓN, E.E.: Inscripciones árabes de Toledo: Época Islámica. Tesis doctoral. Universidad Complutense. Madrid, 2006.

Un segundo tipo de actividad asociada a estas etapas, propia de los ambientes de la periferia urbana, es la alfarera. Así lo han constatado las excavaciones realizadas en el Circo romano35 y los desechos de testares identi cados en rellenos recientes de nivelación en el entorno de la Fábrica de Armas. En las excavaciones actualmente en curso se han detectado de forma dispersa escasos materiales de cronología califal y taifa en el interior de fosas de expolio. También se puede señalar su presencia sobre restos muy parciales de suelos realizados con cantos y guijarros, aunque su super cialidad y el encontrarse mezclados con otros materiales de cronología posterior no permiten asegurar por el momento que se traten de suelos realmente pertenecientes a este periodo. CONCLUSIONES La documentación arqueológica recuperada en Vega Baja permite asegurar que la conquista árabe no supuso el nal de la ocupación del yacimiento, atestiguándose la continuidad de la ocupación durante la totalidad del emirato dependiente y parte del independiente alcanzando el siglo IX. No se han detectado actividades destructivas generalizadas, concordando con lo que dejan traslucir las crónicas de conquista, constatándose la continuidad de los espacios utilizados en época visigoda que, son abandonados o transformados para adaptarse a nuevos usos, reutizándose los materiales constructivos los existentes en el entorno más cercano. El nal de la utilización de este entorno como zona de habitación parece que comenzó en una época muy temprana de la ocupación islámica, el siglo VIII, apreciándose una menor intensidad de la ocupación para época del emirato independiente con respecto al periodo de los gobernadores, deducible de los materiales numismáticos. Las características de esta ocupación están todavía por de nir con claridad pero es apreciable que, al menos en algunos puntos, no se encuentra asociada a estructuras construidas reconocibles, o simplemente reaprovecha los restos parcialmente abandonados de las fases preexistentes.

35. MARTINEZ LILLO, S.: “Horno islámico nº 1 del circo romano de Toledo”, en: Actas del I Congreso de Arqueología medieval española. Huesca 1985, Zaragoza, 1987, t. IV, pp. 73?93.; MARTÍNEZ LILLO, S.: “Hornos califales de Toledo”. Fours de potiers et “Testares” médiévaux en Méditerranée occidentale, Casa de Velazquez, 1987, Madrid, 1990, pp. 45-61.


304 J. DE JUAN / Y. CÁCERES: DE TOLETUM A TULAYTULA: UNA APROXIMACIÓN AL USO DEL ESPACIO Y A LOS MATERIALES DEL PERIODO...

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305 María Dolores Ortín Arranz (Restauradora)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 305 - 308

LA CONSERVACIÓN DEL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA VEGA BAJA

Palabras clave: conservación, estructuras, factor de degradación, propiedades protectoras, mantenimiento. Resumen: En un yacimiento arqueológico las estructuras y materiales que lo componen sufren uno proceso de degradación, que se acelera en el mismo momento en que empieza la excavación. Todo yacimiento expuesto a la intemperie se ve afectado por el medio que le rodea, el clima y el propio proceso de excavación, que deja las estructuras sin la protección que durante siglos lo ocultaba. Para su conservación es muy importante un conocimiento de la naturaleza del mismo y de los elementos que intervienen en su degradación, que son muy diversos y se combinan entre sí duplicando sus efectos. Para ello se utilizan materiales de otras áreas como es la construcción, y cuyas propiedades protectoras y de refuerzo se han estudiado. Estos productos también se ven afectados por los factores de degradación anteriormente citados, y su mantenimiento es un proceso de conservación que en todo yacimiento debe de plantearse como prioritario.

Key words: conservation, structure, degradation factor, protective properties, maintenance. Abstract: The structure and material elements of any archaeological site undergo a process of degradation that is accelerated when excavation begins. In order to preserve the site it is necessary to have a specific knowledge of its nature and of all the factors that are active in the degradation process. These factors are very diverse and combine to multiply their individual effect. Any exposed site is affected by the surrounding environment, climate the very excavation activities. Materials from various areas of activity are used in its protection, such as building materials. Their conservation and reinforcement properties are already known. These materials are also affected by the aforementioned degradation factors so that their maintenance is a conservation factor that should receive priority in all archaeological sites.

Como testigo de la historia para las futuras generaciones, la conservación del yacimiento arqueológico es muy importante1. El yacimiento de la Vega Baja es muy extenso con gran diversidad de estructuras y en la composición de sus materiales. Está en una zona de terreno muy llano rodeada por una parte del río y por otra de la ciudad. Tanto la naturaleza del mismo como los elementos que le rodean van a condicionar el futuro del yacimiento2. Todos los estudios han ido dirigidos para un mejor conocimiento del mismo, de los elementos que le pueden afectar, y de los posibles tratamientos de conservación3.

También se producen olas de frío que viene del norte y que pueden durar más días (6-15). Estas olas de frío se pueden repetirse a lo largo de los meses de invierno, parte de la primavera (más casos) e incluso en el principio del verano (excepción), aunque su duración es menor en días. Entre las olas de frío pueden aparecer días de temperatura normal e incluso cálidas. Las temperaturas en verano son muy altas con máximas de 39 ºC. Las olas de calor suelen durar los mismos días o más que las de frío. Pero lo más perjudicial para los materiales son las variaciones en el mismo día, por la mañana podemos estar a 10 o 14 ºC y a medio día a 40 º C. La luz solar emite radiaciones infrarrojas y ultravioletas que provocan el aumento de la temperatura, disminuyen la humedad relativa y son capaces de romper

LA CLIMATOLOGÍA El clima de Toledo como factor de degradación implica un estudio muy complejo que intentaré resumir en los elementos más activos y por tanto más peligrosos. En general es un clima continental templado, con tendencia a extremado (grandes contrastes), de inviernos fríos y veranos calurosos4. Las temperaturas medias en invierno no son muy bajas entre 7 ºC a -5 ºC, como mínimas de -10 ºC, pero pueden durar varios días de 4 a 5, produciendo hielo (9 % aumento de volumen de agua de lluvia o nieblas), sobre las estructuras de muros y suelos5. Las heladas se pueden producir en diciembre con máximas de 22 días y enero con 10 días de máximo, en febrero con 6,8 días, en marzo o noviembre de 1 a 2 días y de abril a octubre de 0,1 días6.

1. HIROSHI DAIFUKU, 1969:”La importancia de los bienes culturales”, en: La conservación de bienes culturales, pp. 21-19, Paris. 2. GUICHEN, G., 1983: “Objeto enterrado, objeto desenterrado” pp. 33-40, Roma. 3. CARBONELL DE MASY, M., 1993: Conservación y restauración de monumentos. Piedra. Cal. Arcilla, pp. 71-79, Barcelona. 4. JOVER, D., 1976: Notas sobre el clima de Toledo, Madrid. 5. CARBONELL DE MASY, M., 1993: Conservación y restauración de monumentos. Piedra. Cal. Arcilla, pp. 71-79, Barcelona. 6. LABORDE, A., 1986: Conservación y restauración en yacimientos prehistóricos, pp. 4748, Girona.


30 6 M.D. ORTÍN: LA CONSERVACIÓN DEL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA VEGA BAJA

estructuras moleculares. Debilitan los materiales siendo los más atacados los orgánicos7. La humedad relativa en invierno es de un 80% de máxima, un caso extremo del 94%, esta se combina con las heladas causando deterioros en la super cie de los materiales. En el verano la humedad relativa es de un 40% de mínima, y un caso extremo de un 18%. Con la humedad se puede producir el fenómeno de migración de sales solubles e insolubles, su cristalización sobre y dentro de los poros de los materiales pétreos y de los suelos puede causar costras y grietas con pérdida de material8. Las lluvias no son muy abundantes, en primavera con un 31,4%, en verano un 11,8%, en otoño con un 28,3% y en invierno con un 28,5%. Hay excepciones pero muy pocas o casi nulas, en la que se produjeron lluvias de 86 l. por m2. Las lluvias producen deterioros por arrastre en estructuras, per les, etc. También facilitan el crecimiento de plantas y musgos sobre todo tipo de material donde encuentren alimento para crecer. La nieve cae poco en invierno de 3 a 8 días y cada vez menos. Mientras que las nieblas son muy abundantes de 33 días en invierno y de ellos, 23 días en un solo mes. Estas combinadas con las bajas temperaturas también producen hielo sobre las estructuras del yacimiento. Las tormentas (14 días a lo largo del año) y sobre todo el granizo son muy escasos (2 días), pero puntualmente pueden causar deterioros por pérdida de material en los muros. La dirección del viento más frecuente es desde el oeste con un 17%, del este con un 14%, del sur con un 3% y del sureste con un 2%. La calma se produce en los meses de noviembre y diciembre con un 43% y los meses de más viento de mayo, junio y agosto. El viento, que suele ser muy fuerte en esta zona, puede mover y dañar las protecciones. La diversidad climatológica y el movimiento de tierras de la excavación facilitan el crecimiento de una gran variedad de plantas, que hay que ir tratando antes de que crezcan para que sus raíces no afecten a las estructuras del yacimiento. También pueden mover y afectar a los materiales que pongamos como protección, cuando crecen debajo de ellos. LOS MATERIALES ARQUEOLÓGICOS En la Vega Baja se ha seguido un criterio de conservación dirigido a mantener y evitar la degradación de las zonas excavadas y las que están en proceso de excavación, que están condicionadas por la actividad e investigación arqueológica. Ambas zonas tienen datos importantes que deben protegerse temporalmente hasta que se excaven totalmente, y su futuro mantenimiento es también muy importante para salvaguardar esos restos. 7. LABORDE, A., 1986: pp. 16-18. 8. LABORDE, A., 1986: pp. 48-52.

Zona de excavación

El yacimiento arqueológico de la Vega está compuesto de unas estructuras murarias de edi cios que han sufrido diferentes fases de expoliación. Son muros construidos en de sillarejo, de piedra de gneis, en dos hileras careadas con relleno de mampuesto (piedras de gneis, cantos de cuarcita y fragmentos de tejas), trabados con mortero de arcilla y cal. Presentan machones en las esquinas y en los vanos, estos generalmente son elementos reutilizados, como sillares de granito, en otros casos son grandes bloques de gneis. Tanto los muros maestros (uu.ee. 10368,10242, 10225, como ejemplo) como las compartimentaciones (uu.ee. 10374,10193, 10373 como ejemplo) están ejecutadas con el mismo tipo de fábrica. Los primeros presentan un ancho entre 0.80 y 0.90 m. y las compartimentaciones son algo más estrechos, entre 0.60 y 0.70 m. La estabilidad de los materiales pétreos frente a los agentes atmosféricos, depende la naturaleza de los mismos, según su estructura y su composición química. Las lluvias afectan a los muros, con la pérdida de su material constitutivo y producen la caída de sus piedras. Al producirse en invierno las heladas, el agua de constitución es retenida en los poros y capilares donde puede llegar a fracturar y agrietar las piedras, por el aumento de volumen (9%). Este aumento de humedad viene acompañado del fenómeno de migración de sales solubles e insolubles, su cristalización sobre y dentro de los poros de los materiales pétreos puede producir tensiones en su estructura interna, causar costras, grietas con pérdida de material y reducir su resistencia a otros ataques. La acción de las temperaturas tanto en invierno como en verano sobre las super cies pétreas, crea fuertes tensiones en su estructura interna, lo que producirá diferentes cambios volumétricos entre su super cie y el núcleo de la roca.


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Perfil amorterado

Los suelos, hornos, enlucidos y las piezas arqueológicas son los materiales más delicados y por tanto más sensibles a los cambios. El mismo yacimiento donde los per les delimitan las zonas excavas, son muy sensibles a las lluvias y a la vegetación. La lluvia produce escorrentías con pérdida de material del suelo, se pueden ver afectadas las estructuras del yacimientos como los muros, suelos o niveles de excavación. Una analítica del suelo determina de los posibles factores de degradación que se pueden producir sobre las estructuras y los materiales que lo componen. Aunque los análisis han revelado que tanto el terreno como los morteros no tienen muchas sales solubles e incluso su Ph es de 7 a 8. MATERIALES DE CONSERVACIÓN Los materiales que se han utilizado en los diversos tratamientos de protección y consolidación durante estos dos últimos años, se han ido estudiando y evaluando durante las distintas épocas del año, dando unos resultados cuya información nos ha llevado a distintas conclusiones sobre la utilidad y resistencia de los mismos. Son materiales9 en los que se han tenido en cuenta su durabilidad y resistencia en las condiciones adversas, y su total reversibilidad dejando una puerta abierta a futuras intervenciones. Se utilizan diferentes tipos, dependiendo del material que van a cubrir, y cuanto tiempo van a ser utilizados. Los métodos que se utilizan en zonas en proceso de excavación protegen de forma general o puntual de las condiciones climáticas. Se utilizan materiales ligeros que se pueden poner y quitar fácilmente como los geotextiles y plásticos. Los geotextiles cuya característica principal es la de amortiguar la fuerza de las gotas de lluvia, permitir el paso de uidos y favorecer su secado, se suelen utilizar sobre materiales y estructuras arqueológicas. Son materiales que dejan también pasar la luz y protegen de las heladas, por tanto crean un micro clima que en invierno favorece el crecimiento de las plantas. Esto se puede evitar tapándolo con arena de rio. Sin este tapado es un material temporal que se ve afectado por las radiaciones solares que lo pueden desintegrar en pocos meses. Los plásticos de polietileno cuya función principal es la de detener el agua de lluvia, se pueden utilizar transparentes temporalmente, pero a lar9. CHINCHÓN, S., 1992: “Morteros y hormigones antiguos y de reparación”, en: Conservación arqueológica, pp.106-112, Sevilla.

go plazo son mejores de color negro que impiden en parte la proliferación de plantas y musgos. Este material se utiliza más sobre el terreno en proceso de excavación, lo mantiene limpio y lo protege mejor. Hay que tener en cuenta la condensación que se produce cuando sube la temperatura exterior, por tanto es conveniente destapar los materiales que se vean más afectados por esta humedad. En esta zona donde es continua la corriente de aire, el control de los plásticos como sistema de protección es muy importante, para mantener el control del sistema de sujeción se pueden utilizar clavos o pesos como piedras. Las piezas que van apareciendo se cubren con sacos de geotextil rellenos de arlita, material ligero que lo protege hasta su proceso de extracción, también se pueden utilizar en grandes zonas de excavación. Este sistema como todos los que están formados por geotextiles se debe de proteger. Los entibados de muros o zonas propensas al desprendimiento por encontrarse en lugares de grandes desniveles, se sujetan con estructuras de madera jadas al suelo. Conviene que el per l esté protegido con geotextil pues con el tiempo y las lluvias la tierra tiende a ltrarse a través de la tabla perdiendo material. En la zona de sondeos y basureros se rellena poniendo una primera capa de plástico negro, seguido de una capa de tejas que se cubre de una capa de arena de rio y se naliza con la tierra del propio yacimiento. Es importante tomar medidas (profundidad) de estas zonas como datos informativos para futuras excavaciones. En las zonas donde se ve afectado un muro, en vez de utilizar plástico se pone geotextil como protección para que la humedad no se acumule sobre las piedras. También necesita su mantenimiento y en este caso al utilizar tierra de excavación se pueden reproducir con mayor facilidad las plantas, por eso mismo se termina de tapar esta con plástico y se coloca la puzolana encima. En zonas delicadas como los restos de opus signinum y tumbas se realizaron sacos de tamaños especiales y adaptados a la forma a proteger. Estos se rellenaron de una mezcla de arena de rio y arlita. En invierno estos sacos tapan con plástico. Los per les del yacimiento que delimitan las zonas excavas, se han protegido con diferentes geotextiles para prevenir su disgregación, siendo el de mejor adhesión al terreno el formado por bras de poliéster no tejido sin aplicación de ligantes químicos, presión o calor. La lluvia cuando cae favorece la unión de este tejido al terreno y a los muros. También se ha utilizado un tratamiento de sellado de cárcavas aislando estas con geotextil y rellenándolas con piedras que se recubren y sujetan con mortero. Es un tratamiento de protección para detener los daños producidos por las lluvias y es importante que este relleno no impida o desvíe el cauce por donde se produjo la cárcava.


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En la consolidación de la coronación de los muros se ha utilizado un mortero de intervención sobre el muro de compuesto de cal, arena de rio y arlita. En un principio para evitar desprendimientos de las piedras se sellaron con un mortero colocado de tal manera que impida la acumulación de aguas sobre la coronación de los muros. Posteriormente se añadió al mortero un componente de bra de polipropileno que refuerza la resistencia de este en el secado sin que se produzcan agrietamientos incluso en las horas de más calor, esperemos a ver cómo pasa el invierno con las heladas. Para facilitar la identi cación de los materiales ha primado un criterio de diferenciación visual. También se ha utilizado este mortero para la protección de per les. Primero se coloca una malla de bra de vidrio clavada al per l y se aplica el mortero. Como se ve en la foto no impide el paso de uidos, en este caso una lluvia con arrastre y tras su secado las propiedades de dureza del mortero no se perdieron. Se está estudiando la reconstrucción de estos muros es un sistema de protección para detener los procesos de degradación y que no dañan a las partes originales del muro10. Se realizará con una hilada de piedra y mortero, separando la zona original del añadido con pequeñas piezas cerámicas que se adaptan a las irregularidades del muro y por su naturaleza se adhieren con más facilidad al mortero. En los muros se dejarán las coronaciones irregulares. Se han reforzado las piedras desprendidas con varillas de bra de vidrio clavadas en el muro y cubiertas de mortero. Estas son resistentes, ligeras y no se alteran con la humedad. Otras estructuras como en los suelos de opus signinum se ha empleado un mortero diferente compuesto de cal hidráulica, arena de sílice na y teja machacada que sella las lagunas y grietas que se han producido en su super cie. Las tumbas se han protegido con un sistema que está en estudio, formado por planchas de espuma de poliestireno extruido o placas aislantes que se pegan formando una estructura o caja que cubre todo el conjunto. Se ja al terreno con cuerdas.

Posteriormente y para protegerlos tanto el material original como la consolidación, esta super cie se cubrirá totalmente para protegerla del invierno con geotextil, en la zona hundida con sacos de arlita para facilitar la evaporación de posibles ltraciones, cubierta de una lámina de plástico y se recubre nalmente con arena de rio. También se pondrá un material impermeable negro como control de las lluvias para el invierno. Se han empleado tratamientos de extracción de piezas, limpieza y embalajes (planchas de espuma de poliestireno extruido) destinados a proteger piezas que por su estado de conservación necesitaban de una consolidación antes de almacenarlos, a la espera de su restauración11. Los sistemas de protección también se alteran con el tiempo y su mantenimiento es muy importante. Los materiales se degradan por la climatología, temperatura, rayos ultravioleta o infrarrojos que destruyen y degradan su composición química perdiendo sus características protectoras. Todos los datos recopilados en el yacimiento y las propuestas son evaluados por un amplio equipo interdisciplinar, que en conjunto y con los medios necesarios toma las decisiones adecuadas para cada tipo de actuación. Como foco de información el yacimiento arqueológico de la Vega Baja da cursos a futuros arqueólogos en los sistemas anteriormente citados y su aplicación, con prácticas demostrando “in situ” las degradaciones que se producen, su control y la importancia del mantenimiento como sistema de protección.

10. OLCINA, M., 2004: “De la conservación a la presentación”, en: III Congreso Internacional sobre Musealización de yacimientos arqueológicos, pp. 67-79, Zaragoza.

11. ESCUDERO, C., y ROSSELLÓ, M., 1988: Conservación de materiales en excavaciones arqueológicas, pp. 17-33, Valladolid.

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Muros consolidados Zona de excavación protegida

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309 José Manuel Villasante F. Javier García

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 309 - 314

GAYAPRO: UN MODELO DE GESTIÓN ARQUEOLÓGICA

1. ANTECEDENTES Vega Baja es un yacimiento que por sus características y sus posibilidades de presente y futuro está aportando un gran volumen de información y conocimiento que debe ser correctamente gestionado para su procesamiento. Desde el principio, este equipo técnico se jo como objetivo el diseño de un modelo de gestión informatizado a medida. El yacimiento de la Vega Baja de Toledo es un yacimiento de grandes dimensiones con sus propias peculiaridades. Si hemos de buscar un origen, debemos remontarnos a los trabajos que se venían realizando con anterioridad en el yacimiento de Valeria (Cuenca), surge de la necesidad de dotar de un sistema informático capaz de gestionar los materiales depositados en el almacén durante las campañas de excavación llevadas a cabo en los últimos años. Al ser Vega Baja un yacimiento donde todo estaba por hacer, tomamos como punto de partida la experiencia de Valeria y propusimos unos objetivos más ambiciosos, para ello no dudamos en incorporar la experiencia adquirida en otros yacimientos como son los casos de Recópolis (Guadalajara) y Vascos (Toledo). Lo primero, fue establecer protocolos de actuación que se ajustasen al Plan director de intervención en Vega Baja. Estos protocolos tienen como objetivo homogeneizar el registro y codi cación de datos mediante chas y listados, y han de aplicarse en los diferentes ámbitos en los que se están llevando a cabo los trabajos arqueológicos, en excavación, restauración, o cina, almacén de materiales, y laboratorio. A continuación jamos como objetivo el diseño de una base de datos que debería cumplir los siguientes requisitos señalados por Burrought y McDonnell (1998): a) Acceso rápido y posibilidad de seleccionar subconjunto de datos por más de un usuario. b) Dispositivo para introducir, editar y actualizar datos c) Capacidad para de nir y aplicar reglas que garanticen la exactitud y la consistencia de los datos. d) Capacidad de proteger los datos frente a una posible destrucción deliberada.

Comenzamos con el diseño de chas y listados, utilizando la unidad estratigrá ca como unidad básica de registro, en torno a la cual debe organizarse la estructura de la BD. Distinguimos cuatro tipos de chas de excavación, que se corresponden a los tipos de unidad estratigrá ca (estrato, estructura, negativa e individuo). Estas chas comparten una serie de campos comunes, que posteriormente serán el eje vertebrador de la aplicación así como una serie de campos especí cos, propios de cada tipo de unidad estratigrá ca. Los campos comunes para los cuatro tipos de unidad estratigrá ca serían los siguientes: código id; Área de excavación; Cuadrícula; Sector; Ámbito; De nición; fecha; localización; Autor; Denominación; Observaciones; Descripción; Grado de conservación; Grado de abilidad; Localización en la cuadrícula; Cronología, Fase, Período cultural; Elementos que fechan, Interpretación, Estado de la cha, Fecha nal; Tipo de UE. Los campos especí cos para la UEE: Extensión máxima; Extensión mínima; Cota superior; Cota Inferior; Grosor máximo; Criterios de distinción; Color; Tono; Inclusiones; Frecuencia de hallazgos; Composición; Comprar. Los campos especí cos para la UEM: Cota superior; Cota inferior; Dimensiones; Orientación; Técnicas constructivas; Presencia de machón, Presencia de vanos; Tipo de materiales constructivos; Características de los tipos de materiales constructivos. Los campos especí cos para la UEN: Extensión máxima; Extensión mínima; cota superior; Cota inferior; Profundidad; Dimensiones; Orientación; Base; Pared; Planta, Boca. Los campos especí cos para la UEI: Tipo tumba; Contenedor funerario; Orientación; Dimensiones tumba; Cota Superior; Cota Inferior; Posición del esqueleto; Orientación de la cara; Dimensiones esqueleto; Estado; Articulación; Observaciones; Ajuar; Partes conservadas. Por tanto, partimos de la tabla de campos comunes y a partir del campo que hace referencia al tipo de unidad estratigrá ca que estamos rellenando, se nos dará acceso a rellenar los campos especí cos propios del tipo de unidad señalado. Tenemos también varios tipos de listados (fotografía, planimetría y materiales) que se encuentran vinculados o relacionados con las unidades


310 J. M. VILLASANTE / F. J. GARCÍA: GAYAPRO: UN MODELO DE GESTIÓN ARQUEOLÓGICA

estratigrá cas. Estos listados sirven para introducir datos en las tablas de la base de datos. En el caso de los listados de fotografías hemos creído oportuno recoger los datos importantes en los siguientes campos: Id fotografía; UE; Área de excavación; Cuadrícula; Autor; Fecha; Cámara y Descripción. En el caso de la planimetría: Id plano; UE; Cuadrícula; Ámbito; Autor; Fecha; Escala; Eje; Observaciones; Estado del plano: Escaneado, vectorizado, localizado en aurtocad. Y nalmente en el caso de las bolsas de materiales, recogemos los siguientes campos: Id bolsa; UE; Área de excavación; Cuadrícula;; Fecha; Caja; Ubicación; Categoría; Subcategoría; Observaciones. Como vemos todas las tablas de listados y chas quedan relacionados por el Id Ue, que nos permitirá establecer vínculos a la hora de establecer búsquedas y consultas según las necesidades de nuestro trabajo de investigación y por supuesto a la hora de efectuar los correspondientes informes. Utilizamos la aplicación Access para la creación de la BD, diseñamos tablas, formularios, consultas e informes. La elección de esta aplicación se basó en que es una tecnología conocida y fácil de usar por los técnicos de la excavación. Lo importante era poder desarrollar la idea, saber con claridad el “qué” queremos. (Imagen 1) Sin embargo, pronto nos dimos cuenta que Access no ofrece la potencia su ciente para cubrir con satisfacción las necesidades de los cuatro puntos expuesto anteriormente. Nos sirvió para conocer el “que”: • Aplicación multiusuario que permite trabajar de forma remota • Disponibilidad de datos de forma inmediata • Seguimiento de la excavación a tiempo real • Redacción de informes a tiempo real • Salvaguardar los datos periódicamente Ahora ya estamos en condiciones de poder pasar a una segunda fase, el “cómo” hacerlo. 2. HISTORIOGRAFÍA / LICENCIAS La Licencia elegida para la aplicación GAYAPRO es la Licencia Pública General de GNU o más conocida por su nombre en inglés GNU General Public License o simplemente su acrónimo del inglés GNU GPL. Es una licencia creada por la Free Software Foundation a mediados de los 80, y está orientada principalmente a proteger la libre distribución, modi cación y uso de software. Su propósito es declarar que el software cubierto por esta licencia es software libre y protegerlo de intentos de apropiación que restrinjan esas libertades a los usuarios. Cualquier trabajo derivado de un trabajo con licencia GNU GPL debe a su vez atenerse a los principios de la licencia GNU

GPL. En particular, los trabajos con licencia GNU GPL no pueden ser incorporados legalmente en trabajos que sean distribuidos sin el código fuente, como pasa con la mayoría de productos comerciales. Esto permite que los trabajos realizados bajo este tipo de licencia puedan ser compartidos por una amplísima comunidad de desarrolladores. En nuestro caso esta licencia se ajusta perfectamente puesto que la gestión, y los trabajos que se están desarrollando en La Vega Baja de Toledo son de carácter público. Así pues el resultado del desarrollo a medida realizado para esta excavación podrá ser aprovechado para otras excavaciones en Castilla la Mancha, España y el resto del mundo. De la misma manera la excavación se podrá aprovechar de los desarrollos realizados por otras entidades o desarrolladores que hayan utilizado como base GayaPro. La historia y el conocimiento que de ella obtengamos es patrimonio universal, y esta licencia es la que mejor se adapta a este concepto. La Free Software Foundation (Fundación para el software libre) es una organización creada en Octubre de 1985 por Richard Matthew Stallman y otros entusiastas del software libre con el propósito de difundir este movimiento. La Fundación para el software libre (FSF) se dedica a eliminar las restricciones sobre la copia, redistribución, entendimiento, y modi cación de programas de computadoras. Con este objeto, promociona el desarrollo y uso del software libre en todas las áreas de la computación, pero muy particularmente, ayudando a desarrollar el sistema operativo GNU. Richard Matthew Stallman (nacido en Manhattan, Nueva York, 16 de marzo de 1953) es un programador estadounidense y gura relevante del movimiento por el software libre en el mundo. Sus mayores logros como programador incluyen la participación en el editor de texto Emacs, el compilador GCC, y el depurador GDB, bajo la rúbrica del Proyecto GNU. Sin embargo, es principalmente conocido por el establecimiento de un marco de referencia moral, político y legal para el movimiento del software libre, como una alternativa al desarrollo y distribución del software no libre o privativo. Es también inventor del concepto de copyleft (aunque no del término), un método para licenciar software de tal forma que su uso y modi cación permanezcan siempre libres y queden en la comunidad. 3. HERRAMIENTAS UTILIZADAS Hemos elegimos tecnologías de desarrollo relacionadas con internet que nos permiten cubrir las necesidades expuestas por Burrought y McDonnell. Estas tecnologías son LAMP, AJAX y JOOMLA. El acrónimo LAMP se re ere a un conjunto de subsistemas de software necesarios para alcanzar una solución global, en este caso con gurar sitios web o Servidores dinámicos con un esfuerzo reducido.


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Imagen 1. Prototipo inicial en Access de una ficha UEI.

En las tecnologías LAMP esto se consigue mediante la unión de las siguientes tecnologías: • Linux, el sistema operativo • Apache, el servidor web • MySQL, el gestor de bases de datos • Perl, PHP, o Python, lenguajes de programación La combinación de estas tecnologías se utiliza principalmente para de nir la infraestructura de un servidor web, utilizando un paradigma de programación para desarrollo.

GNU/Linux (Linux) es uno de los términos empleados para referirse al sistema operativo libre similar a Unix que utiliza el núcleo Linux y herramientas de sistema GNU. Su desarrollo es uno de los ejemplos más prominentes de software libre; todo el código fuente puede ser utilizado, modi cado y redistribuido libremente por cualquiera bajo los términos de la GPL (Licencia Pública General de GNU) y otras licencias libres. El servidor HTTP Apache es un servidor web HTTP de código abierto para plataformas Unix (BSD, GNU/Linux, etc.), Windows, Macintosh y otras, que implementa el protocolo HTTP/1.1 y la noción de sitio virtual. Su nombre se debe a que Behelendorf eligió ese nombre porque quería que tuviese la


312 J. M. VILLASANTE / F. J. GARCÍA: GAYAPRO: UN MODELO DE GESTIÓN ARQUEOLÓGICA

Imagen 2. Esquema del sistema GAYAPRO.

Imagen 3. Estructura de la ficha UE en la base de datos MySQL.


313 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

connotación de algo que es rme y enérgico pero no agresivo, y la tribu Apache fue la última en rendirse al que pronto se convertiría en gobierno de EEUU, y en esos momentos la preocupación de su grupo era que llegasen las empresas y “civilizasen” el paisaje que habían creado los primeros ingenieros de internet. El servidor Apache se desarrolla dentro del proyecto HTTP Server (httpd) de la Apache Software Foundation. MySQL es un sistema de gestión de base de datos relacional, multihilo y multiusuario con más de seis millones de instalaciones. MySQL AB –desde enero de 2008 una subsidiaria de Sun Microsystems y ésta a su vez de Oracle Corporation desde abril de 2009– desarrolla MySQL como software libre en un esquema de licenciamiento dual. Por un lado se ofrece bajo la GNU GPL para cualquier uso compatible con esta licencia, pero para aquellas empresas que quieran incorporarlo en productos privativos deben comprar a la empresa una licencia especí ca que les permita este uso.

PHP es un lenguaje de programación interpretado, diseñado originalmente para la creación de páginas web dinámicas. Es usado principalmente en interpretación del lado del servidor. PHP es un acrónimo recursivo que signi ca PHP Hypertext Pre-processor (inicialmente PHP Tools, o, Personal Home Page Tools). Fue creado originalmente por Rasmus Lerdorf en 1994; sin embargo la implementación principal de PHP es producida ahora por The PHP Group y sirve como el estándar de facto para PHP al no haber una especi cación formal. Publicado bajo la PHP License, la Free Software Foundation considera esta licencia como software libre. AJAX, acrónimo de Asynchronous JavaScript And XML (JavaScript asíncrono y XML), es una técnica de desarrollo web para crear aplicaciones interactivas o RIA (Rich Internet Applications). Estas aplicaciones se ejecutan en el cliente, es decir, en el navegador de los usuarios mientras se mantiene la comunicación asíncrona con el servidor en segundo plano. De esta forma

Imagen 4. Aspecto de la Aplicación web GAYAPRO.


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es posible realizar cambios sobre las páginas sin necesidad de recargarlas, lo que signi ca aumentar la interactividad, velocidad y usabilidad en las aplicaciones. Joomla! está cali cada como C.M.S. o Content Management System, sistema de administración de contenidos y entre sus principales virtudes permite editar el contenido de un sitio web de manera sencilla. Es una aplicación de código abierto construida mayoritariamente en PHP bajo una licencia GPL. Este administrador de contenidos puede trabajar en Internet o intranets y requiere de una base de datos MySQL, así como preferiblemente, de un servidor HTTP Apache.

5. POSIBILIDADES Y FUTURO En cuanto al futuro de la aplicación, GayaPro es una aplicación web que nos permite cubrir las necesidades planteadas en el presente, pero además el hecho de tener los datos de la excavación en soporte digital nos va a permitir el tratamiento de la misma con tecnología actual y futura para aplicarla en estudios y en aplicaciones posteriores. Nuestras miras están puestas más allá de los límites de la excavación de Vega Baja, es decir, que esta aplicación sirva de nexo de unión entre diferentes entes, para intercambiar, contrastar y compartir datos. El tener los datos digitalizados nos permite compartir esos datos de una forma mucho más dinámica aumentando el valor intrínseco de los datos y por consiguiente la rentabilidad del trabajo realizado en la excavación.

Copia de seguridad o backup son un proceso que se utiliza para salvar toda la información, es decir, un usuario, quiere guardar toda la información, o parte de la información, de la que dispone en el PC hasta este momento, realizará una copia de seguridad de tal manera, que lo almacenará en algún medio de almacenamiento tecnológicamente disponible hasta el momento como por ejemplo cinta, DVD, BluRay, en discos virtuales que proporciona Internet o simplemente en otro Disco Duro, para posteriormente si pierde la información, poder restaurar el sistema. Bibliografía:

La copia de seguridad es útil por varias razones: 1. Para restaurar un ordenador a un estado operacional después de un desastre (copias de seguridad del sistema). 2. Para restaurar un pequeño número de cheros después de que hayan sido borrados o dañados accidentalmente (copias de seguridad de datos). 3. En el mundo de la empresa, además es útil y obligatorio, para evitar ser sancionado por los órganos de control en materia de protección de datos. Por ejemplo, en España la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD). La combinación de todas estas tecnologías junto con el uso de internet es lo que da forma a la aplicación GAYAPRO, creando un nuevo espacio de trabajo en la nueva forma de entender la web 2.0 “la nube”. 4. BENEFICIOS Informes una de las grandes ventajas de la informatización del yacimiento a través de una aplicación web es la de poder visualizar los resultados del trabajo del día a día prácticamente a tiempo real, pero no sólo nos conformamos con esto, sino la de poder mostrar los resultados de la excavación, en chas, listados e informes en formato pdf, ordenados según el criterio y las necesidades de los arqueólogos. Para ellos diseñamos las plantillas a través de las cuales poder mostrar los datos recogidos en formularios.

ANDREA CARANDINI (1991): Historias en la tierra, Giulio Einaudi editors s.p.a., Turín. STEVE ROSKAMS (2001): Teoría y práctica de la excavación, Cambridge University Press, Cambridge. BURROUGH, P. A. y R. MCDONNELL (1998): Principles of Geographical information systems, Oxford University Press, Oxford. JAMES CONOLLY y MARK LAKE (2009): Sistemas de información geográfica aplicadas a la arqueología, Cambridge University Press, Cambridge.

Recursos en Internet: http://es.wikipedia.org/wiki/Copyleft http://es.wikipedia.org/wiki/GNU_General_Public_License http://es.wikipedia.org/wiki/Free_Software_Foundation http://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Stallman http://www.gnu.org/licenses/licenses.es.html http://gugs.sindominio.net/licencias/ http://es.wikipedia.org/wiki/Software_libre http://es.wikipedia.org/wiki/Linux http://es.wikipedia.org/wiki/Servidor_HTTP_Apache http://es.wikipedia.org/wiki/MySQL http://es.wikipedia.org/wiki/AJAX http://www.joomlaspanish.org/ http://www.joomla.org/ http://es.wikipedia.org/wiki/Copia_de_seguridad


315 Mª del Mar Gallego García

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 315 - 326

LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN

Palabras clave: Cerámica, época visigoda, Vega Baja, estratigrafía, centros urbanos. Resumen: Se presenta en este trabajo una primera incursión en el estudio del material cerámico de época visigoda en la Vega Baja de Toledo. Inicialmente, las características tipológicas y formales estarán presentes en la clasificación, aunque sin olvidar la estratigrafía, y aquellas pautas comunes existentes con otros centros urbanos peninsulares de cronologías similares.

Key words: Pottery, visigothic period, Vega Baja, stratigraphy, towns. Abstract: We present in this work a first attempt to study the visigothic period pottery material in the Vega Baja of Toledo. Initially, the typological and formal characteristics are present in the classification, while recalling the stratigraphy, and those existing common patterns with other peninsular towns of similar chronologies.

INTRODUCCIÓN En este primer acercamiento al material cerámico aparecido en la Vega Baja ( g.1a1), uno de nuestros primeros interrogantes ha sido cuestionar si ese material, manufacturado entre los siglo V y VII d.C., presentaba una serie de pautas comunes con otros tejidos urbanos peninsulares de similar cronología. Este análisis conlleva riesgos interpretativos, por haber aparecido parte de los materiales en estratigrafía arqueológica postvisigoda. Por tanto, este planteamiento inicial nos obliga a mantener un excesivo apego a tipologías ya existentes, que, sin embargo, son uno de los pasos previos, para el estudio del material cerámico, hasta que el número y diversidad de los contextos sean su cientemente representativos. Durante la década de los 90, y los primeros años de la actual, se había consolidado la idea de la existencia de dos lotes productivos a lo largo de los siglos VII y VIII d.C. (conjuntos cerámicos moldeados frente a los realizados a torno), bien diferenciados, habiéndose situado el máximo interés de la investigación en un conjunto de producciones a mano, que se identi caban genéricamente, con contextos rurales (GUTIÉRREZ, 1996), o con la desarticulación de los ámbitos urbanos a lo largo de este periodo. En realidad, este importante análisis regional con especial incidencia en el centro y sureste peninsular, ha coincidido con el crecimiento exponencial de las intervenciones arqueológicas de urgencia a nivel estatal, y la actuación directa sobre espacios rurales, que hasta ese momento eran

poco conocidos, o con estudios de prospección arqueológica super cial. La diferenciación de los dos lotes en el centro peninsular, ha sido subrayada en recientes estudios, a partir de un conjunto de yacimientos entre los que destacan Gózquez, Fuente la Mora y La Indiana (VIGIL-ESCALERA, 1999 y 2003), en la actual Comunidad de Madrid. Todos ellos, han permitido aportar un panorama diferente hasta lo entonces estudiado, señalando que en el siglo VII d. C, en determinados ámbitos rurales, predominaba la presencia de cerámica a torno lento o a mano, que podría relacionarse con la crisis nal del reino visigodo, la imposibilidad de abastecerse con materiales producidos por talleres alfareros profesionalizados, y coincidente, por tanto, con la de nitiva desarticulación de los modelos de coerción anteriores sobre las estructuras rurales. Ya en 2003, con el conocimiento exhaustivo de las producciones cerámicas del Tolmo de Minateda (GUTIÉRREZ; GAMO y AMORÓS, 2003), se señaló que, al menos para el sureste peninsular el universo productivo era muy complejo, en el que no parecía ser posible considerar a las cerámicas a mano como mayoritarias, y mucho menos en contextos urbanos en los que piezas con pastas bien decantadas, coexistían todavía con importaciones de ánforas y vajilla de mesa mayoritariamente norteafricana. Las propias investigadoras descartaban la explicación de este rasgo productivo (las producciones a mano) de la cerámica, como un identi cador único del autoabastecimiento y de la desaparición de las estructuras comerciales. Si la complejidad del proceso regional era mayor de lo esperado en Levante, la situación en el centro peninsular no era diferente. Al margen de los contextos urbanos del área de la actual Comunidad de Madrid (en cualquier caso escasos), ya en el 2002 se señaló la di cultad de entender el fenómeno urbano de los siglos VI y VII d.C. como un proceso homogéneo

1. Agradezco la ayuda prestada en la realización de esta comunicación a todo el Equipo Arqueológico de Vega Baja, y en especial a Francisco Javier García González por la elaboración de los dibujos de planta, y a Francisco Javier Fernández de la Peña por el dibujo del material arqueológico.


316 Mª.M. GALLEGO: LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN.

(OLMO, 1992 y 2002). A grandes rasgos la crisis del reino visigodo de nales del siglo VII d. C., presentaba importantes matices según las di cultades existentes para el control territorial de una determinada zona, o el mantenimiento de la scalidad. La publicación en este área de contextos ceramológicos urbanos (el caso de Recópolis), permitió concluir que para el siglo VII d.C. y primeras décadas del siglo VIII d.C. la documentación de cerámica a mano era simplemente inexistente (OLMO, CASTRO, SÁNCHEZ Y SANZ, 2002). Los investigadores además subrayaron dos procesos: por un lado, el predominio de las formas de cocina (en torno al 78%), y la existencia en el registro estratigrá co, de material anfórico que hasta la primera mitad del siglo VII d.C. alcanzaba el 8% del total del conjunto cerámico, reduciéndose a partir de esa fecha, y situándose en contextos de nales de esa centuria, en un porcentaje en torno al 3,5%. El predominio absoluto de formas de cocina, fue matizado posteriormente con el estudio más profundo de la vajilla de mesa en vidrio (CASTRO y GÓMEZ, 2008). OTROS CONTEXTOS URBANOS DEL SIGLO VII D.C. El Tolmo de Minateda: Para el siglo VII d.C., se ha de nido un amplio conjunto bajo la denominación de Horizonte I, que se caracteriza por una rica y variada producción de vajilla de mesa, cocina, contención y transporte, fundamentalmente a torno y en un porcentaje menor a mano. Este grupo, se complementa con la aparición reducida de vajilla de mesa de tradición romana, aunque de origen norteafricano (formas Hayes 91, 99, 103, 105, 108 y 109), junto a spathia y ánforas Keay LXI y LXII. Los contextos empleados para el estudio proceden del denominado como Corte 60 (ajuar funerario de un enterramiento, conjunto de materiales cerámicos asociados a la construcción de la basílica) y viviendas del área conocida como “Reguerón” (GUTIÉRREZ et al., 2003). Costa levantina: Las características de los materiales cerámicos de ciudades como Tarraco, Valentia, Carthago Nova y Malaca, presentan evidentes a nidades. La más importante de ellas es el registro frecuente de cerámicas de importación de las que es posible asegurar su abastecimiento durante gran parte del siglo VII d.C. (PASCUAL; RIBERA y ROSELLÓ, 2003). Tampoco está ausente la cerámica común de producción norteafricana, junto con formas de cerámica común, en la que predomina la manufactura a torno. Emérita: Dentro de este esquema general, es sin ninguna duda una excepción. En el transcurso de los siglos VI y VII d.C. se ha observado que la cerámica hecha a torno bajo o a mano, tiene una presencia creciente, que comenzaría en el siglo VI d.C. Todavía en este momento, predominan las cerámicas a torno, procedentes de talleres de artesanos “profesionalizados”, aunque con un registro cada vez menor de TSHT, coincidente con un aumento paulatino de los grupos cerámicos a torneta o a mano de produc-

Fig. 1: a. Plano general de la Vega Baja de Toledo. b. Planta del área 10000. c. Área 10000

ción doméstica. Este último conjunto se convertirá en mayoritario a lo largo del siglo VII d.C. Los contextos estratigrá cos señalados, provienen en la mayor parte de los casos, de la excavación de “Morerías” (ALBA 2003; ALBA y FEIJOO, 2003), tratándose fundamentalmente de espacios de uso doméstico que di eren signi cativamente de los conocidos en Valentia (palacio episcopal) (PASCUAL, et al., 2003) o de Recópolis, próximos al conjunto palatino (OLMO y CASTRO, 2008). El análisis sucinto de estos tres ejemplos a los que se podría añadir Córdoba, como complemento de las características de los materiales de Recópolis, Toledo, Valencia y el Tolmo de Minateda, permite incidir sobre dos cuestiones fundamentales: por un lado, la presencia en época visigoda de producciones alfareras diversas en cuanto a su tecnología2, lo que demuestra la existencia de varios niveles de abastecimiento de éstas, sin que se pueda a rmar la desaparición de la llegada de materiales de importación, o la desarticulación de los grupos profesionalizados de alfareros hasta nales del siglo VII y principios del VIII d.C. Por otro lado, la multiplicación de los 2. Aspecto obvio en sociedades preindustriales.


317 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Fig. 2: a. Planta áerea 10000: Fase VI. Expolio estructuras murarias.

a1. Fosa de expolio.

contextos arqueológicos urbanos, junto a un mayor conocimiento de los espacios rurales básicos (vicus y espacios domésticos de pequeñas unidades familiares), no están su cientemente imbricados con estudios territoriales amplios que impliquen asentamientos de tipo medio (villae, o dominios eclesiásticos). Estos últimos son mejor conocidos en el área extremeña (CABALLERO Y SÁEZ, 1999) y la levantina (GUTIÉRREZ, 1996), pero es necesario que se complementen con otros, especialmente en el centro peninsular (CABALLERO Y MURILLO, 2005). LA SECUENCIA ESTRATIGRÁFICA DEL ÁREA 10000 El grueso de los materiales cerámicos presentados en esta comunicación proceden de la denominada como Área 10000. Se trata de un amplio espacio de aproximadamente 1000 m2, en el que se viene actuando de manera intensiva y extensiva desde mediados del año 2007 ( g. 1b). Previamente a nuestra excavación se había intervenido parcialmente en el área durante el desarrollo del Proyecto de Urbanización, en las antiguas parcelas denominadas R-1 y Vial 5. En ellas se había producido la localización “de recintos en grandes complejos o edi cios” (ROJAS, GOMEZ y PERERA, inédito: p.25), sin embargo esta actuación concluía que, dada su naturaleza inicial era imposible aventurar la cronología precisa o la función de las estructuras. La intervención que venimos realizando ( g. 1c), ha permitido documentar una secuencia estratigrá ca más compleja, de lo conocido hasta este momento, pudiéndose distinguir quince fases de ocupación. Del conjunto de ellas, lo más destacable es la con rmación del intenso arrasamiento y modi cación del registro arqueológico inicial del yacimiento, con especial

a2. Zona de extracción de cal.

intensidad en los siglos XIV y XV, aunque hemos documentado expolios selectivos de fecha más temprana ( g. 2a). El conjunto de intervenciones previas a la actual habían señalado el uso como cantera del yacimiento, pero vinculado la mayoría de las veces a las noticias que sobre ello mencionaban las fuentes escritas, y el impacto sobre el área de Vega Baja que debió signi car la construcción de la Real Fábrica de Armas a nales del XVIII (ROJAS RODRÍGUEZ-MALO, J.M. Y GÓMEZ LAGUNA, A.J., 2009: pp. 59-73). Las actuaciones bajomedievales ( g. 2a) se concretaron en el expolio del grueso de las estructuras murarías ( g. 2a1), alcanzando en algunos casos la base de éstas, y la extracción y manipulación de las pavimentaciones de opus signinum, para la obtención de cal ( g. 2a2). Junto a ello, se detecta estratigrá camente intensas remociones del terreno, que se asocian a conjuntos de materiales en posición secundaria, en la mayoría de los casos con alto grado de fractura y rodamiento, junto a procesos sedimentarios posiblemente naturales (inundaciones y acciones uviales). Con anterioridad, posiblemente a lo largo del siglo XIII se produjo una readecuación del espacio y un arrasamiento generalizado, que incluyó el desmonte parcial de una necrópolis posiblemente del siglo XII, asociada a un hábitat marginal sobre el allanamiento de los derrumbes de espacios y estructuras previas. Además, la secuencia estratigrá ca nos está también permitiendo concretar, que si bien hemos registrado el impacto del expolio en época bajo medieval, podemos a rmar que hemos detectado que comenzó en algunas zonas concretas entre los siglo VIII y IX d.C., aunque este último aspecto, queda pendiente de rati cación en otros lugares del yacimiento.


318 Mª.M. GALLEGO: LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN.

Fig. 2: b. Sección del edificio 2.

DEFINICIÓN ESTRUCTURAL DEL ÁREA DE INTERVENCIÓN En cuanto a la de nición estructural del área ( g. 1b), nos encontramos ante un edi cio de planta trapezoidal (Edi cio 1 - 35x32 m), con tres de sus cuatro crujías ya de nidas. De ellas la de mayor tamaño, al sureste de 25,33 x 3,80 m. (Ámbitos IV, V y VI) se encontraba excavada parcialmente. El lado noroeste, tiene adosada una estancia (Ámbito II) con unas dimensiones más reducidas (13,25 x 4 m). La nave noroeste no se encuentra totalmente delimitada al norte, aunque sus dimensiones parecen ser similares a las de la sureste (13,25 x 4 m). Adosada a esta última y a la noroeste, se ha documentado otro ala de 22,40 x 3,80 m. (Ámbito I). Todas ellas parecen con gurar un espacio abierto central, de unas dimensiones aproximadas de 28,30 x 9,30 m. Por último, y todavía en proceso de excavación existe la crujía suroeste, con una anchura menor a las otras, 2,80 m. y una longitud hipotética de 22 m. Su muro (u.e.m. 10366) más occidental tiene la particularidad, de presentar restos de revoco al exterior, elemento arquitectónico que también se ha documentado en el muro 10225, en su cara sur. Consideramos que ambas estructuras pueden estar haciendo función de fachada, bien a un espacio de paso o a un área abierta. Las estructuras murarias del edi cio están construidas en sillarejo de piedra de gneis, con dos hiladas careadas con relleno de mampuesto (piedras de gneis, cantos de cuarcita y fragmentos de tejas), trabados con mortero de arcilla y cal. Presentan machones en las esquinas y en los vanos; éstos últimos, en algunos casos, presentan elementos reutilizados. Tanto los muros maestros (uu.ee.mm. 10368, 10242, 10225, como ejemplo) como las compartimentaciones (uu.ee.mm. 10374, 10193, 10373 entre otras) están ejecutadas con el mismo tipo de fábrica ya descrita. Los primeros presentan un ancho entre 0,80 y 0,90 m. y las divisiones son algo más estrechas, entre 0,60 y 0,70 m.

Fig. 2: c. Fosa de expolio del edificio 2

Otro elemento signi cativo es la documentación de una canalización al noreste, con unas dimensiones hasta la fecha de 11 x 0,30 m. La relación de esta estructura con el muro 10255 y con una plataforma de opus signinum (uu.ee. 206 y 207) parece evidente. Este conjunto, el formado por ésta construcción más el conducto, y la documentación de hornos en el Ámbito I, es lo que nos permite señalar como primera hipótesis para el sector noreste una función productiva, al menos para momentos tardíos ( nales del VII d.C. – principios del VIII d.C.). En el área central y occidental del espacio descrito se ha documentado una estructura de grandes dimensiones (Edi cio 2) ( g. 2b), que por el momento se limita a 10,60 m. de largo por 4,70 m en su parte más ancha, y 1,65 m en la más estrecha. La construcción está realizada en sillarejo careado de piedras de gneis y calizas –con unas dimensiones medias de piedras de 0,60 x 0,40 m- colocadas en dos hiladas, con un macizado al interior de piedras de gneis y grava, trabadas con un mortero muy rico en cal de color amarillento. Las relaciones estratigrá cas de este elemento con el resto del conjunto no están del todo claras. Por un lado, la diferente técnica constructiva, por otro su cimentación, que parecen sugerir, junto con su orientación un momento de construcción previo al resto del conjunto. A pesar de que todavía no hemos podido establecer relaciones estratigrá cas claras entre el Edi cio 2 y el Edi cio 1, al menos, podemos indicar posiblemente que su último periodo de ocupación, podría coincidir con el uso productivo del segundo, lo que indicaría que independientemente del momento de su construcción ambos elementos tuvieron algunas fases de uso similares.


319 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

JARROS/JARRAS

OLLAS 11167 / 1

11143 / 2

UE 11167

15,1 cm

11167 / 3

14,6 cm (interior)

11138 / 1

15,8 cm

11159 / 2 7,4 cm

9 cm

18,6 cm 11159 / 2

11141 / 1

7,1 cm

indeterminada

0 5

0 5

BAÑO/BARREÑO 11159 / 1

11143 / 1 23,2 cm

22,2 cm

0 5 CUENCOS

OTRAS FORMAS ABIERTAS

PESA 11159 / 6

11159 / 4 11159 / 3

11159 / 5 12,3 cm

6,4 cm 11,3 cm

indeterminado 12 cm

0 5

0 5

0 5

Fig. 2: d. Materiales cerámicos asociados

Esta edi cación (Edi cio 2) se comenzó a excavar parcialmente en el 2005/2006, dentro de las actuaciones del proyecto urbanizador, comenzando a documentar dos fosas de expolio al suroeste y al noreste de la estructura, asociadas a la obtención de materiales con motivo de la construcción de la Fábrica de Armas en el siglo XVIII (ROJAS RODRÍGUEZ-MALO et al., 2009: p.73). En la actual intervención, sin embargo, hemos podido detectar una gran acción de expolio a ambos lados de la estructura que, fue cortada por la interfacies negativa excavada con anterioridad. En dicha fosa en la que ha aparecido un fragmento de base melada al interior, junto con cerámicas

con pintura en líneas horizontales, adscribibles a la etapa pleno medieval con rma también en este sector, el intenso expolio al que fue sometido el yacimiento entre los siglos XIII-XV. A pesar de ello, con total seguridad la apertura de esta zanja conllevó la eliminación parcial de la estratigrafía que se adosaba a la estructura que, posiblemente con posterioridad se convirtió en relleno de la gran fosa de expolio ( g. 2c.). Entre los materiales encontramos un amplio lote cerámico ( g. 2d) a torno que, además del material pleno medieval, se puede adscribir mayoritariamente si nos basamos en criterios tipológicos a época visigoda avanzada y


32 0 Mª.M. GALLEGO: LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN.

Fig. 3: a. Edificio 2 y sondeo.

b. Sección acumulativa del Edificio 2.

c. Material cerámico asociado

comienzos del periodo emiral. Ejemplo de ello, serían los denominados baños o barreños como el 11159/1 y el 11143/1, documentado también el primero en el Ámbito I del Edi cio 1, en una secuencia estratigrá ca del último tercio del siglo VII d.C., y con similitudes en el menaje de época visigoda y emiral de Mérida (ALBA et al., 2003: g.9). En el grupo de los jarros/jarras aparecen algunas formas (11138/1) documentadas en Recópolis en contextos de segunda mitad del siglo VII d.C. y primeras décadas del VIII d.C. (OLMO et al., 2008: g.6), junto a otras de asa elíptica (11141/1), muy frecuentes en contextos de época visigoda. También se ha recuperado la forma 11159/2 de borde redondeado ligeramente exvasado al exterior, con similitudes con los grupos más antiguos del yacimiento de Gózquez de Arriba (VIGIL-ESCALERA, 2003: g.5).

Entre el material más llamativo, destaca una olla de borde vuelto con acanaladuras (11143/2) muy similar a una forma registrada en el Horizonte II del Tolmo de Minateda, aunque en este caso presenta asas (GUTIÉRREZ et al., 2003: g.13). De la misma adscripción cronotipológica, observamos la olla 11167/1 de borde redondeado con exvasamiento hacía el exterior, con paralelos en el yacimiento madrileño de Gózquez en una fase del siglo VI d.C. (VIGIL-ESCALERA, 2003: g.5). Similar en cuanto a cronología y forma tenemos la 11167/2 y la 9282/12 de Recópolis, atribuidas a momentos nales del siglo VI d.C. (OLMO et al., 2008: g.2). Sin embargo como ya hemos indicado, todo este material se encuentra en posición secundaria (la formación del depósito se produce a lo largo del


321 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Fig. 4: a. Crujía suresta: Ámbito IV, V y VI. c. Ámbito I: Horno

b. Ámbito I: u.e. 11166 d. Ámbito I: u.e. 11180

siglo XII), junto a formas de Terra Sigillata Hispánica Altoimperial, y otras de tradición alfarera posterior: pastas blancas y amarillentas, decoración en ondas, incisas, etc. Con la intención de conocer la relación de esta construcción con el resto de los conjuntos edi cados próximos y de poder aportar datos, sobre el proceso de adecuación espacial o urbanística, durante la campaña del 2009 se optó por la excavación de un sondeo (2,15x1 m.) ( g.3a), en la esquina noroeste del Edi cio 2. Éste ha permitido observar la cimentación del edi cio ( g.3b), mediante, la utilización de bloques o sillarejo de piedra careada, aunque empleando una técnica constructiva similar a la parte superior. Hasta este momento, se han documentado los depósitos que cubren la zapata o cimentación, y que por tanto, son contemporáneos a la construcción del conjunto, que podemos fechar inicialmente en un momento avanzado del siglo VI d.C. Entre los materiales que se han recuperado, es especialmente interesante la cerámica de las unidades 11201, 11225 y 11227 ( g.3c). La mayoría es a torno, bastante heterogéneo en cuanto a sus pastas, coloración y con alto grado de rodamiento. Entre los acabados se han observado espatulados de buena calidad y alisados. Morfológicamente aparecen formas de cocina y mesa en porcentajes similares. En el caso de las primeras, predominan las ollas con borde redondeado. Es el caso de la forma 11227/2, de per l sinuoso, con paralelos en las primeras fases de Recópolis (OLMO et al., 2002: p.553). De cronología más amplia, con borde con marcado engrosamiento al interior y exterior, es la forma 11210/4, que aparece frecuentemente en yacimientos de época

visigoda del noroeste peninsular, como el cementerio Camino-Pedrosa, en Zamora, con una cronología entre el siglo V-VIII d. C. (LARRÉN et al., 2003). Suele encontrarse asociada a grandes contenedores. La vajilla de mesa está constituida por cuencos, cazuelas, platos y jarras, todos ellos con una cronología del siglo VI d.C. Es subrayable, el registro de materiales de importación, 11210/2, identi cable con la forma Hayes 104C/ Tipo 56 Variante C, con una data comprendida entre el 550-625 d.C. según Hayes (HAYES, 1962, pp.160-166) cronología aceptada también por M. Bonifay (BONIFAY, 2004, pp. 181-183). En el mismo estrato también se ha documentado, un cuenco de carena muy pronunciada, que genéricamente se data a lo largo del siglo VI d.C., con paralelos con numerosos yacimientos del área central de la Península Ibérica (Gózquez de Arriba, Recópolis, etc.). Entre los recipientes para líquidos encontramos una jarra piriforme (11225/1), con asa de sección elíptica, de pastas oscuras, y tratamiento espatulado de la super cie, a torno, con paralelos también en las actuales provincias de Madrid (necrópolis de Gózquez de Arriba (CONTRERAS y UGALDE, 2006: p. 531). Junto a ellas, otros materiales, signi cativos por su residualidad, como la forma 11210/7, identi cable con la T.S.H. RITTERLING, 8, que corresponde a una forma lisa, de pared curva y borde sencillo, con una pequeña incisión bajo él. Aunque tradicionalmente se las ha vinculado al periodo comprendido entre los siglos I-IV d.C. (MEZQUÍRIZ, 1961), los contextos estratigrá cos actuales no la atribuyen una cronología anterior al siglo VI d.C. (GONZÁLEZ LÓPEZ, 2007). LA SECUENCIA ESTRATIGRÁFICA DEL EDIFICIO 1 Fue uno de los espacios que con anterioridad a 2007, había sufrido una primera intervención que se concretó en la excavación parcial de tres ámbitos en la crujía sureste ( g. 4a). Se interpretó que estas habitaciones fueron en un primer momento una sola estancia de 25x3,80 m. Tras haberse identi cado tres suelos superpuestos, siendo el primero de ellos una pavimentación de cal, el edi cio había sufrido un intenso incendio. De éste, se recogieron muestras que aportaron una cronología por C14 de entre el 430 y el 560 d.C., que se consideró el intervalo posible con el que se fechaba la construcción del edi cio. Con posterioridad a la destrucción parcial, se produjo la compartimentación del edi cio en tres habitaciones, asociadas a un único nivel de ocupación amortizado por el derrumbe de nitivo de la nave o crujía. (ROJAS et al., 2009: p.78). Sin embargo, los resultados presentados, no correspondían a todo el edi cio sino a una super cie reducida (1x1 m). La actual excavación, se encuentra en un momento algo más tardío que la cronología descrita anteriormente. En el caso de la crujía este, y en concreto el Ámbito I, se ha detectado el uso del espacio como área artesanal o productiva, que se apoya sobre una pavimentación de arcilla apisonada (u.e. 11166), con numerosas reparaciones ( g.4b.). Ésta parece haber


32 2 Mª.M. GALLEGO: LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN.

Fig. 4: e. Material cerámico asociado

reutilizado un conjunto de lajas (u.e. 11180) a modo de espina en el centro del ámbito ( g. 4c.). A pesar de ello, este conjunto de elementos se apoya directamente sobre un lecho de cantos y grava (uu.ee 11189, 11202), que se extiende por la mayor parte del ámbito, y que se han considerado como restos de una pavimentación pétrea o en opus signinum anterior al uso del espacio como área productiva. Asociada a ella, se ha documentado una estructura de pequeñas dimensiones (2,60x1m.), posiblemente utilizada como espacio de refundición dado que se ha observado la aparición de restos de material vítreo, junto a hierro y bronce ( g. 4d).

Por debajo de las lajas descritas y de los restos de la pavimentación de opus signinum, se ha registrado un estrato de cantos que realiza la función de preparado de la pavimentación (u.e. 11189) que cubre a otra anterior de cal. Todo ello, parece indicar no sólo la existencia de procesos deposicionales diferentes entre las distintas crujías del edi cio, sino también funcionalidades diversas, y con distinta perduración en el tiempo. LA CULTURA MATERIAL En cuanto a la cultura material cerámica, escasa en esta área, hemos utilizado como punto inicial de referencia contextos estratigrá cos, de las dos


323 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

Fig. 5: a. Material cerámico y numismático b. Material cerámico

fases de ocupación posteriores al horno, que genéricamente están englobadas en los usos del espacio inmediatamente más tardíos al periodo que acabamos de describir. El grueso del material corresponde a un nivel de uso (u.e. 10849) que cubría a un conjunto de pequeñas fosas cubetas de función indeterminada, que cortaban a su vez a las amortizaciones generales del Ámbito I (u.e. 10888), tras la desaparición de la actividad productiva. El lote es diverso ( g. 4e), y a todas luces aunque pueda ser encuadrado en un momento no de nido del siglo VIII d.C., presenta evidentes similitudes con la cerámica tradicionalmente considerada de época visigoda. Es subrayable que el porcentaje de cerámica a mano o a torneta es ín mo no alcanzando el 1%. En cuanto a las ollas, la mayoría de ellas tienen pastas anaranjadas, con desgrasantes micáceos. Entre sus formas destacan los bordes redondeados con exvasamiento hacía el exterior en algunos casos (10649/1, 10849/1, 10694/2), y con tendencia a moldurarse en otros (10849/3, 10888/2). Los diámetros oscilan entre 16 y 25 cm. y el grueso de las piezas carecen de cuello. En cuanto a las ollitas, a pesar del predominio de los bordes redondeados con tendencia a moldurarse (10849/17, 10888/5) o a apuntarse (10849/15, 10849/14), parece difícil darles una cronología más tardía del siglo VIII d.C., sin impacto signi cativo de formas de tradición islámica. De tipología similar a dos pequeñas ollitas de Recópolis son las 10888/5 y la 10849/15, fechadas en la transición de época visigoda a islámica (Rec96/9012/44 y Rec96/9012/97) (OLMO, 2002: g.1). En la misma línea, desde el punto de vista de adscripción cronocultural, se encontrarían los cuencos (10849/8, 10888/3), de pastas grises y cocción irregular con una in exión marcada a los tres centímetros del borde. Éste,

es redondeado y su forma tiende a abrirse a medida que se amplía el diámetro, lo que coincide también con una menor altura. Tiene paralelos en formas conocidas de Coca –Segovia- (LARRÉN, BLANCO, VILLANUEVA, CABALLERO, DOMÍNGUEZ, NUÑO et al., 2003), fechables entre mediados del siglo V d.C. y el siglo VI d.C., y la primera fase de época visigoda de Recópolis, de nales del siglo VI d.C. y primeras décadas del VII d.C. Las formas de Vega Baja, sin embargo, tienen como especi cidad con respecto a Recópolis el escaso recorrido del borde a la in exión (OLMO et al., 2008: g.3). En cuanto a las jarras o botellas, predominan las pastas blanquecinas y muy depuradas con bordes con tendencia al exvasamiento exterior y a moldurarse, aunque el engrosamiento es alargado (10888/6, 10849/5, 10849/10, 10849/7, 10849/6). Sus similitudes con jarras piriformes localizadas en contextos de hábitat y necrópolis de época visigoda, es evidente. Coincide con varias de las formas del yacimiento de “La Vega” (Boadilla del Monte, Madrid), con una cronología comprendida entre las últimas décadas del siglo VII d.C. y momentos iniciales del VIII d.C. (ALFARO Y MARTÍN 2006: g.1). También están presentes en “Arroyo Culebro” y “Gózquez de Arriba”, en este caso apareciendo en todo el abanico cronológico que también abarca el siglo VIII d.C. (VIGIL-ESCALERA, 2003: pp. 382-385). Este tipo de formas parecen ser el paralelo de la jarrita funeraria Ret B22, que en el yacimiento de “El Gatillo”, por presentar decoración pintada se considera de indudable liación islámica (SÁEZ, CABALLERO Y RETUERCE, 2003: p. 227), aunque con un origen anterior, bien documentado estratigrá camente como más arriba se ha demostrado. A este tipo de botellas se asociaría también la forma con dos asas 10849/12, que aparece frecuentemente en necrópolis y en contextos urbanos como Recópolis, en sus fases iniciales (OLMO et al., 2002: g. 3). En


324 Mª.M. GALLEGO: LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN.

cuanto a otras formas con asa, se caracterizan igual que en las marmitas y ollas, por originarse desde el borde sin un desarrollo en altura (10649/1). Signi cativo en el conjunto es un cántaro (10849/16) del que no se ha registrado el asa, de borde redondeado con exvasaminto al exterior y tendencia a triangularse, con similitudes en el yacimiento de “La Vega” (ALFARO et al., 2006: g.4). En este mismo conjunto también aparecen fragmentos de una pieza (10849/13) de clasi cación indeterminada, y que pudiera corresponder o a un elemento importado de cerámica común, o posiblemente a un ánfora miniaturizada de tipo globular con fondo umbilicado. En esta misma fase al exterior del edi cio (Zona Central), nos encontramos con una situación estratigrá ca con similitudes con el Ámbito I, que consideramos cronológicamente del mismo momento. Se trata de dos estratos cenicientos que cubren una amplia super cie, y que pueden considerarse el pavimento contemporáneo de la unidad 10849 al exterior. Lo más relevante de esta unidad ( g. 5a.) es que en ella se documentó un tremis de Ervigio, ceca Ispalis (680-687 d.C.) (GALLEGO, et al., 2009, pp.129-131; CASTRO, en este volumen) y un felus perteneciente al tipo Frochoso grupo IX-a (FROCHOSO, 2001), con una cronología entre el 711-756 d.C. El lote cerámico recuperado hasta la fecha es reducido, pero en él se observan las mismas características que en su homónimo al interior del edi cio. Se han localizado formas, que vuelven a remitir a contextos avanzados de época visigoda. Ejemplo de ello sería la olla 10453/2, con paralelos en la segunda fase visigoda de Recópolis (Rec/2141/46) (OLMO et al., 2002: g.4), al igual que la forma 10453/3 que aunque con posibles dudas podría adscribirse también a una similar del Horizonte II del Tolmo de Minateda, fechado en un siglo VIII d.C. indeterminado (GUTIÉRREZ et al., 2003: pp. 140-148). Es singular la presencia de un cuenco (10453/1) de borde redondeado y paredes rectas de grandes dimensiones, que recuerda a formas de época visigoda. Con respecto a la unidad estratigrá ca 11189, la más antigua de todas las presentadas, en el Edi cio 1, y que corresponde con un estrato bajo el pavimento de lajas del Ámbito I, el lote cerámico recuperado es muy reducido ( g. 5b). Aunque, entre ellos se encuentra un borde de una posible ánfora africana tardía, cilíndrica de pequeñas dimensiones (11189/2), que puede ser clasi cado, siguiendo a M. Bonifay (BONIFAY, 2004, pp. 125127), como un spatheion tipo 2. Es signi cativa también la forma 11189/1, que se puede identi car como un recipiente con n higiénico, más concretamente un baño o barreño con similitudes con los descritos en contextos de época visigoda de Mérida por Alba y Feijoo (ALBA et al., 2003: g.9). OTROS MATERIALES CERÁMICOS ADSCRIBILES A ÉPOCA VISIGODA Nos referimos en este epígrafe a un amplio conjunto de materiales, que aparecen en contextos fundamentalmente medievales, pero que indefec-

Fig. 6: material cerámico de importación

tiblemente fueron realizados entre los siglos V y VIII d.C. La presencia de ellos en momentos tan tardíos rati can aún más alguno de los aspectos que hemos señalado al describir la secuencia estratigrá ca: mayor complejidad de lo hasta ahora conocido, y remociones intensas que signi caron con total seguridad el desplazamiento y modi cación de numerosos contextos. Por todo ello, presentamos este conjunto de materiales, entre los que des-


325 ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII)

taca un lote de cerámicas que tradicionalmente se las ha denominado de “importación”3 ( g. 6). Entre las conocidas como ánforas africanas de pequeñas dimensiones o spathia, destaca la localización en posición secundaria de la pieza 10477/1. Está compuesta por borde, asa, hombro y cuerpo, de pastas de color rojizo, desgrasantes micáceos, con un diámetro en boca de 7 cm, y un característico espatulado vertical que se desarrolla desde el hombro hacía la base. Es identi cable con los spathia tipo 3, variante A (BONIFAY, 2004, pp.127-129), fechables entre nales del siglo VI y VII d.C., y representados ampliamente en el Mediterráneo y en el ámbito peninsular. Es similar, entre otras, a las piezas Rec´02/15766/105 y Rec´95/2104/80 (BONIFAY Y BERNAL, 2008: p.103) registradas en Recópolis adscritas a la segunda fase de época visigoda, entre mediados y la segunda mitad del siglo VII d.C. También presenta similitudes con la pieza CP-4369-159-1 (KEAY XXVI tipo G), recuperada en la fase de fundación y primera pavimentación del barrio bizantino creado sobre el antiguo teatro romano de Cartagena. Los arqueólogos que realizaron la excavación fecharon estos contextos entre los años 550-590 d.C. (RAMALLO, RUIZ Y BERROCAL, 1996: pp. 146-147). También se han registrado este tipo de anforisco de época tardía durante las intervenciones arqueológicas en el suburbio portuario en Tarragona (REMOLÀ, 2000: pp. 304-305). Se ha documentado un fragmento de pivote macizo de pastas blanquecinas con desgrasantes micáceos y super cie exterior alisada (10477/2). En principio el tipo de pastas sitúa esta pieza en un momento avanzado del siglo VII d.C. Es similar a la documentada en Recópolis (Rec´98/9814/33) (BONIFAY Y BERNAL, 2008: p.109) clasi cada como un spatheion tipo 3 (BONIFAY, 2004, pp.127-129). Otras piezas de similar naturaleza son la 11189/2, que por su características puede tratarse de una variante de borde semicircular de spatheion de tipo 2 (BONIFAY, 2004, pp. 125-127), aunque los datos por el momento no son concluyentes. Es difícil asegurar el tipo de sustancia que contenían, aunque por su documentación en contextos bizantinos orientales de naturaleza militar, sugieren su uso como transporte de vino (BONIFAY Y BERNAL, 2008: p. 110). En el caso de la Vega Baja, se combinan las pastas anaranjadas, con otras amarillentas o blanquecinas que como han puesto de mani esto algunos investigadores recientemente, no es un argumento su ciente para identi car lugares de producción (BONIFAY, 2007). En cuanto a otros contenedores de origen africano se ha recuperado el fragmento 10849/13, que aunque no corresponde con un spatheion en cuan-

3. Agradecemos al Dr. Dario Bernal Casasola la ayuda prestada en la clasi cación de piezas para este estudio.

to a su morfotipología, sí podría ser un elemento importado de cerámica común, e incluso un tipo de ánfora miniaturizada de tipo globular de fondo umbilicado. Igualmente se ha registrado un fragmento de ánfora oriental (30058/4) posiblemente de Gaza o asentamientos próximos. Tiene cuerpo en forma de obús y un borde con adherencias de sedimento o restos de material del alfar, ya que se invertía tras el torneado para secarse. La pieza presenta un borde simpli cado ligeramente apuntado, lo que puede relacionarse con la variante C de la forma LRA4. Ésta suele aparecer en contextos del siglo VII d.C., aunque su producción se inicia a nales del siglo VI d.C. Se han recuperado fragmentos de esta forma en Tarraco (REMOLÀ, 2000, pp. 226-233). En cuanto a formas de mesa de origen mediterráneo, ha aparecido en posición secundaria un fragmento de Hayes 105/Tipo 57 Variante B, con una cronología entre el 550 y el 600 d.C., según Hayes (HAYES, 1972, pp.166-167) o en las décadas centrales del siglo VII d.C. según M. Bonifay (BONIFAY, 2004, pp.183-185). Su constatación en registros arqueológicos es frecuente, como ocurre en Cartagena (RAMALLO et al., 1996: pp. 147168), con la recuperación de esta forma en las fases comprendidas entre mediados del siglo VI y VIII d.C. Suele también localizarse en contextos claramente del VII d.C. (Rec/17603/6) (OLMO et al., 2008) e incluso en el siglo IX d.C., como es el caso de Melque (SAEZ et al., 2001). CONCLUSIONES De los resultados de los trabajos que hemos presentado, todavía con un número de piezas reducido, podemos concluir que, nos encontramos actualmente interviniendo sobre contextos de la segunda mitad del VII d.C. (actividad productiva dentro del Ámbito I), en un edi cio complejo (Edi cio 1). El horno, y el conjunto de estratos asociados a él, son difícilmente anteriores a un momento avanzado de este siglo. De un momento posterior, sin embargo hemos mostrado la cultura material de un hábitat, que utiliza parcialmente el edi cio, posiblemente con uso diferente para el que fue construido y que a todas luces lo podemos considerar habitacional, sin poder discernir todavía si corresponde a una ocupación de corta o larga duración. Esta fase es difícil fecharla más allá de la primera mitad del siglo VIII d.C. dada la escasez de formas a la que se pueda atribuir una liación emiral evidente. De una fase constructiva anterior es el Edi cio 2, de técnica edilicia y orientación diferente, cuyo estudio se encuentra en fases iniciales, aunque los primeros resultados apuntan a un momento de erección en la segunda mitad del siglo VI d.C.


32 6 Mª.M. GALLEGO: LA SECUENCIA CERÁMICA DE ÉPOCA VISIGODA DE VEGA BAJA. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN.

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327 Yasmina Cáceres Gutiérrez (Arqueólogo de Toletum Visigodo) Jorge de Juan Ares (Arqueólogo de Toletum Visigodo)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 327 - 335

EL MATERIAL ÓSEO TRABAJADO DEL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA VEGA BAJA (TOLEDO)

1. INTRODUCCIÓN Los restos óseos recuperados en las excavaciones del yacimiento de La Vega Baja suponen un elevado porcentaje del total del material arqueológico. Aportan una valiosa información para conocer las características de aquellos animales que convivieron o fueron consumidos por sus ocupantes. El desarrollo de los estudios arqueozoológicos permitirá en el futuro ir estableciendo las diferencias y similitudes entre los patrones de explotación y consumo animal durante las distintas épocas de existencia del yacimiento. En este trabajo nos centraremos exclusivamente en una parte de este material: los huesos trabajados aparecidos recientemente en las excavaciones que se están realizando. Los útiles realizados en hueso han recibido, generalmente, escasa atención por parte de los investigadores de periodos históricos, existiendo gran dispersión en los materiales publicados y escasos trabajos monográ cos. Esta tendencia parece que ha comenzado a revertirse1, y en las últimas décadas se han multiplicado los hallazgos publicados prestándose una mayor atención a su estudio sistemático, estableciéndose tipologías y la identi cación de posibles talleres, en general ceñidos a los períodos romano y tardoantiguo. En la bibliografía existen numerosos yacimientos peninsulares de época romana que cuentan con estudios sobre talleres de útiles óseos como los de Complutum2, el de la Legio IIII Macedónica en Herrera de Pisuerga (Valladolid)3, o el de la villa romana de Torre Águila (Badajoz)4, entre muchos otros.

1. Ver AGUADO MOLINA, M.; BANGO GARCÍA, C. y JIMÉNEZ CAÑIZOS, O.: “El Hueso trabajado del yacimiento del “Cerro de Alvar-Fáñez (Huete, Cuenca)”. Caesaraugusta, nº 78, 2007. Págs. 498-499. 2. RASCÓN MARQUÉS, S.; POLO LÓPEZ, J.; PEDREIRA CAMPILLO, G.; ROMÁN VICENTE, P.: «Contribución al conocimiento de algunas producciones en hueso de la ciudad hispanorromana de Complutum: el caso de las Acus Crinalis», Espacio, Tiempo y Forma, Serie I. Prehistoria y Arqueología, t. 8, Madrid, 1995, pp. 295-340. 3. PÉREZ GONZÁLEZ, C. y ILARREGUI GÓMEZ, E.: «Un taller de útiles óseos de la legión IV Macedónica», Trabalhos de Antropología e Etnologia, vol. 34, (3-4), II Congreso de Arqueología Peninsular, Oporto, 1994, pp. 259-267. 4. RODRÍGUEZ MARTÍN, F. G.: «Los materiales de hueso de la villa romana de Torre Águila», ANAS, IV-V, 1991-1992, pp. 181-216.

El incipiente desarrollo de la investigación arqueológica de los periodos más destacados en el yacimiento de Vega Baja, el visigodo y el andalusí, hace que el conocimiento que tenemos sobre este tipo de materiales resulte aún muy escaso. Aunque comienzan a aparecer algunas publicaciones novedosas sobre material óseo visigodo (la mayoría perteneciente a necrópolis5), y para época hispanomusulmana existen catálogos bien fechados de piezas concretas6, estas aún resultan insu cientes. Los objetos aquí presentados proceden de variados contextos estratigrá cos adscribiéndose escaso número a unidades estratigrá cas que resulten su cientemente signi cativas cronológicamente. Por su forma y tipología, estas piezas pertenecerían a la etapa tardoantigua y altomedieval del yacimiento, fechables entre los siglos IV a VII d.C, aunque la mayoría pueden encuadrarse en época tardoantigua. Excepto algún caso que puede adscribirse claramente al período romano, la gran mayoría han aparecido en posición secundaria, pero asociados a materiales cerámicos de contextos de los siglos VI-VIII d.C. Este trabajo sólo pretende dar a conocer de forma preliminar estos materiales teniendo en cuenta la continuidad de las excavaciones, que sin duda aportarán nuevos elementos de industria ósea en contextos mejor fechados. Trataremos de realizar un encuadre cronológico, más preciso, a partir de los paralelos formales con piezas de otros yacimientos con todas las reservas que ello comporta.

5. Ver p.e. VILLAVERDE LÓPEZ, R.: “La producción ósea madrileña durante el período hispanovisigodo”. La Investigación Arqueológica de época visigoda en la comunidad de Madrid. Volumen III, La Cultura material. Zona Arqueológica, Alcalá de Henares, 2006, Nº 8, p.789. 6. Véase por ejemplo MORENO GARCÍA, M. y PIMENTA, C.: “Música a través dos ossos?. Propostas para o reconhecimiento de instrumentos musicais no Al-Ândalus.” En Al- Ândalus. Espaço de mudança. Balanço de 25 anos de história e arqueología medievais. Homenagem a Juan Zozaya Stabel-Hansen, Mértola, 2005, pp. 226-239; ZOZAYA, J. (ed.): Alarcos. El el de la Balanza. Toledo. Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 1995; V.V.A.A.: Arte Islâmica. Museu de Mértola, 2001. pp. 78-79 y 171-172; RUIZ NIETO, E.: “ Representaciones antropomorfas hispanomusulmanas sobre hueso”. Anales de Arqueología Cordobesa, nº 12, 2001, p.386; Y IZQUIERDO BENITO, R.: Vascos: la vida cotidiana en una ciudad fronteriza de Al-Ándalus. Catálogo de la Exposición. Consejería de Educación y Cultura. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Toledo, 1999.


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2. LA PREPARACIÓN DEL MATERIAL ÓSEO Distintos autores han analizado la cadena productiva asociada a la elaboración de objetos de material óseo. Para RASCÓN et alii7 las fases de elaboración empezarían con la limpieza del fragmento seleccionado; continuando con el cortado de la pieza para dar la forma deseada (con cuñas, cuchillos, sierras de hoja de hilo, o martillo y cincel) y su desbastado con cuchillo. Finalizando con el pulido y su decoración mediante torneado, tallado, teñido y en su caso forrado. Otros autores8 las dividen en varias fases. Una primera fase que englobaría la elección de la materia prima, extracción, exión o percusión, aserrado, abrasión de sus paredes, torsión de la pieza y quemado para quebrar la parte deseada. En una segunda fase se realizaría el pulimentado, frecuentemente con piedra arenisca o material abrasivo, siguiéndole un raspado para conseguir la forma deseada. Después se realizarían las perforaciones necesarias vaciándose el tejido esponjoso medular, normalmente con instrumental metálico. Por último se lustraría la pieza pasándola por el fuego para cambiar su tono y se le daría la talla nal. Es evidente que dependiendo del tipo de pieza serán necesarios todos o solo parte de estos procesos. En los materiales estudiados en Vega Baja se pueden documentar trazas que permiten identi car algunas de estas fases. Como en todos los yacimientos, es frecuente localizar huesos con huellas de corte, generalmente asociados a su procesado para el consumo alimentario ( g. 3, nº 22). También se documentan algunos huesos con tratamientos que van más allá del simple descarnado de la pieza, identi cándose distintos tipos de perforaciones ( g. 3, nº 23 y 24). Contamos al menos con un ejemplo de material pulido listo para su tallado ( g. 3, nº 29), un hueso semitallado de forma ovoide ( g. 3, nº 27) y asociado a ellos un conjunto de huesos, la mayoría partidos y quemados, algunos con marcas de haber sido preparados para su elaboración. Destaca un pequeño hueso trabajado del cual ha sido extraída una plaquita ( g. 2, nº 13 y g. 3 nº 25). Nº 1 - Inv 3966. Placa rectangular de hueso tallado, lisa por ambas caras, de sección rectangular. Medidas: 6,3 cm. de longitud; 1,3 cm. de ancho y 0,4 cm. de grosor ( g. 3, nº 29). Nº 2 - Inv. 3609. Hueso tallado parcialmente de forma ovoide con perforación circular en uno de sus lados de 0,9 cm. de diámetro. Tiene tres líneas talladas al el exterior, que lo rodean y uno de sus lados, que tiene un hueco central en horizontal, esta pulido haciendo de base. Medidas: 2,3 cm. de altura; 2,3 cm. de altura y 2,1 cm. de grosor ( g. 3, nº 27). 7. RASCÓN MARQUÉS, S.; POLO LÓPEZ, J.; PEDREIRA CAMPILLO, G.; ROMÁN VICENTE, P.: 1995, pp. 303-307. 8. RUIZ NIETO, E.; MARTÍNEZ PADILLA, C.; TORRALBA REINA, F.:“Ensayo metodológico para el estudio de materiales óseos”, Antropología y paleoecología humana, nº. 3, 1983, pp.136-138; y MUÑOZ IBÁÑEZ, F. J.: “Ficha para el análisis tecno-tipológico de la industria ósea”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie I, Prehistoria y Arqueología, t. 7, 1994, pp. 64-70.

Nº 3 - Inv. 6915C. Conjunto de 22 huesos tallados ( g. 3, nº 25). Lo componen tres fragmentos de cajitas circulares de hueso, con distintos diámetros. Presentan molduras en la pared exterior y rebaje central al interior. El resto lo constituye un conjunto de 18 huesos tallados, decorados con motivos circulares, que presentan indicios de haber sido quemados. Los dos mejor conservados tienen unas dimensiones medias de 2,2 cm. de longitud, 1,8 cm. de anchura y 0,3 cm. de grosor. Otros cinco no presentan decoración. Se incluye un pequeño hueso con huellas de extracción ( g. 2, nº 13). 3. LOS OBJETOS DOCUMENTADOS El material óseo puede ser agrupado en un número reducido de categorías funcionales. Especialmente destacan distintos tipos de contenedores, objetos de adorno personal y elementos de carácter lúdico. Hasta el momento han sido identi cados un total de más de 48 objetos de hueso y mar l en los que es posible de nir sus principales características formales. A ellos hay que añadir pequeños fragmentos en los que su de ciente estado de conservación no permite valorar objetivamente sus características originales por lo que no serán tenidos en cuenta en este trabajo. Se han contabilizado 29 plaquitas de hueso decoradas, dos de ellas triangulares y 7 posibles enmangues, 1 bote o píxide, 2 dados, 4 tapas circulares, 8 fragmentos de paredes de cajitas y 1 posible acus. El conjunto puede ser agrupado en las siguientes categorías funcionales: a. Instrumentos de cosmética o adorno personal. b. Objetos lúdicos: Dados, chas de juego. c. Cajitas de hueso y tapaderas. d. Placas de hueso e. Piezas de funcionalidad diversa. f. Bote o píxide. a. Instrumentos de cosmética o adorno personal Dentro de los objetos relacionados con el adorno personal se puede señalar la aparición de una posible aguja para el pelo o acus (Fig. 2, nº 8). Posiblemente de mar l9. Su extremo distal tiene forma lanceolada y está fracturado, careciendo de punta. Se encuentra decorada con dos bandas de líneas incisas horizontales que enmarcan rombos resaltados, imitando espinas vegetales. Este tipo de decoración es similar a la de un pequeño mango o placa decorativa localizado en el taller de la Casa del Oculista, en

9. Ya que su textura es más na, compacta y sin porosidades. Véase BARCIELA GONZÁLEZ, V.: “El trabajo del mar l en la Prehistoria Reciente de la Región Central del Mediterráneo Peninsular: Análisis tecnológico y experimental de los adornos personales.” En RAMOS SAINZ, M. A; GONZÁLEZ URQUIJO, J. E. y BAENA PREYSLER, J. (eds.): Arqueología experimental en la Península Ibérica. Investigación, didáctica y Patrimonio. Santander, 2007, p. 267.


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Nº 4 - Inv 1971. Posible acus (fragmento). Mar l. Tiene 4,7 cm. de alto por 0,4 cm. de grosor. Decorada en su parte superior con dos bandas de líneas incisas horizontales que enmarcan rombos resaltados imitando espinas vegetales. La parte inferior se encuentra tallada en forma lanceolada. Extremo distal fracturado ( g. 2, nº 8). b. Objetos lúdicos: tessera o dados Se han localizado dos ejemplares de dados (tessera o álea) con tipologías distintas. El primero es de pequeño tamaño, de 0,5 cm de lado ( g. 4, nº 30). El segundo presenta caras rectangulares de 1,3 cm. de su lado mayor por 0,8 cm. de su lado menor ( g. 4, nº 31). Los puntos han sido realizados con la técnica del trépano, formando círculos de dos radios continuos. Son piezas que aparecen con cierta frecuencia en los yacimientos de época romana en adelante, como en el cercano Complutum14 o en la villa romana de Carranque. Un dado de similares proporciones se localiza en La Rioja15. La disposición de los números en los dados romanos es similar a la actual, sumando las caras opuestas el número de siete. En yacimientos hispanomusulmanes, como en Ciudad de Vascos, los dados localizados no suman siete en sus caras16. En época medieval (a partir del XIII) aparece la costumbre de colocar el uno como opuesto del dos, el tres del cuatro y el cinco del seis, aunque también se continúen usando los dados tradicionales17. Nº 5 - Inv. 7299. Dado de hueso. Presenta las caras enfrentadas de dos y cinco, cuatro y tres y uno y seis. Medidas: 0,5 cm. de lado ( g. 4, nº 30). Nº 6 - Inv. 7360. Dado de hueso de forma rectangular. Presenta las caras enfrentadas cinco y tres, seis y dos y uno y cuatro. Medidas: 1,3 cm. lado mayor, 0,8 cm. lado menor ( g. 4, nº 31).

Figura 1. Materiales óseos procedentes del yacimiento de La Vega Baja

Calahorra10 fechado entre los siglos I-II d.C. y a la de un mango de la villa romana de Saucedo11. Por su morfología se acerca a la tipología de los acus discriminalis, útil de tocador para aplicar perfumes o cosméticos12 o, para otros autores, como separador de cabello, si bien también pudiera tratarse de un útil para el aseo dental (dentiscalpium)13.

10. TIRADO MARTÍNEZ, J. A.: “Objetos de hueso del solar de la casa del oculista. C/ Chavarría, Calahorra (La Rioja).” Kalakoricos, 10, 2005, p.138 y p 147, g. 4, 2.

11. JIMÉNEZ CAÑIZO, O.; AGUADO MOLINA, M.; PANIZO ÁRIAS, I.; TALENS ALFONSO, C. y LÓPEZ PÉREZ, A.: “Los materiales de hueso trabajado de la villa romana de El Saucedo, Talavera la Nueva, Toledo.” 3º Congreso de Arqueología Peninsular, Villareal, Portugal, 1999-2000, vol nº 6, pp. 350, g. 1, nº 6. 12. TIRADO MARTÍNEZ, J. A.: 2005, p. 140. 13. Objetos similares en hueso, pero con el extremo doblado en forma de gancho, se localizan en Roma. En VIRGILI, P.: Museo della civilta romana: Acconciature e maquillage. Vita e Costumi dei romani Antichi, nº 7, 1989, Roma, p. 16. 14. SÁNCHEZ-LAFUENTE PÉREZ, J.: “Los juegos recreativos en Complutum”. En Complvtum. Roma en el interior de la Península Ibérica. Catalogo exposición, 1998, p. 176, 178 y 241, g. 146. 15. TIRADO MARTÍNEZ, J. A.: 2005, p.138 y 146, g. 2. 16. IZQUIERDO BENITO, R.: 2005, p. 168; COSÍN CORRAL, Y. y GARCÍA APARICIO, C.: “Alquerque, mancala y dados: juegos musulmanes en la Ciudad de Vascos”. Revista de Arqueología nº 201, 1998, p. 46. 17. TORMO ORTIZ, M.: “El material óseo trabajado hallado en Villanueva de la Fuente/Mentesa Oretana (Ciudad Real)”. En Mentesa Oretana 1998-2002, Coord. por Luis Benítez de Lugo Enrich., 2001, pp. 179-200.


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c. Cajas de hueso y tapas circulares Entre los contenedores localizados, destacan pequeñas cajitas cilíndricas con tapa. Se ha localizado una cajita completa, 8 fragmentos de cajitas y 4 tapas. Las tapas, o discos de hueso ( g. 1, nº 16, 17 y 18), aunque no está clara su funcionalidad, se identi can como chas de juego por diferentes autores (Teserae Lusoriae)18 o como botones19. En nuestro caso hemos podido constatar su asociación a recipientes circulares de hueso, encajando en ellos perfectamente. Las cajitas se encuentran compuestas por un cuerpo hueco de forma cilíndrica con una perforación lateral y hombros internos en su parte superior e inferior ( g. 1, nº 14, 15 y 18) que permitiría cerrarlas con las tapaderas discoidales, muchas de ellas decoradas con círculos concéntricos. Cuentan con una altura comprendida entre los 2,6 y 3,6 cm. y un diámetro situado entre los 2,3 y 3 cm. Lo excepcional de los ejemplares localizados en Vega Baja es la aparición de las tres piezas que componen estas pequeñas cajas (dos tapaderas y el cuerpo cilíndrico) que han podido ser identi cadas como pertenecientes a un mismo objeto sin ningún género de dudas ( g. 4, nº 36). Nº 7 - Inv. 6299. Tapa con retalle. Pieza circular, tallada, de sección plana. En la cara superior hay un bajorrelieve circular concéntrico a compás y en la inferior un retalle para encajarla, de 1,5 cm. de diámetro, perforado ligeramente con un punto central. Medidas: 2,6 cm. de diámetro y 0,5 cm. de grosor ( g. 1, nº 16). Nº 8 - Inv. 3167. Tapa de hueso circular, con círculos concéntricos a compás en la parte superior. En la inferior presenta una pequeña perforación circular central. Medidas: 2,3 cm. de diámetro y 0,4 cm. de grosor ( g 1, nº 17). Nº 9 - Inv. 5070. Tapa y dos paredes de cajita. Sólo se conservan 2 fragmentos que no casan entre si y parecen tener diámetros ligeramente diferentes, aunque conservan el mismo módulo para encajar la tapa. Medidas: 3,4 cm. de longitud; 1,8 cm. de altura y 0,8 cm. de grosor) y 1 tapa tallada con dos círculos concéntricos en su parte superior. Diámetro de la tapa: 2,8 cm. ( g. 1, nº 14 y 15). Nº 10 - Inv. 3822. Fragmento de cajita circular tallada, con la pared exterior lisa y la interior tallada con resalte central. Medidas: 2,9 cm. de altura; 1,6 cm. de anchura máx. y 0,6 cm. de grosor.

18. Piezas parecidas en diámetro se localizan en la Rioja. HERAS Y MARTINEZ, C.M. y CABADA IZQUIERDO, J. J.: “Objetos en el yacimiento romano de Vareia: huesos trabajados.” Estrato, 7, Logroño, 1996, Tipo I, p. 47, g. 3. 19. En nuestro caso tienen la base plana y no curva, como los ejemplares de Ontur. Ver GAMO PARRAS, B: La antigüedad tardía en la provincia de Albacete. Instituto de estudios albacetenses de la Excma. Diputación de Albacete. Albacete. Serie I, nº 102, 1998, pp. 228-229 y p. 333 g. 28 y 29.

Nº 11 - Inv. 5095. Fragmento de cajita circular tallada. Falta parte de la pared. Medidas: 2,9 cm. de altura. Anchura 1,6 y 0,6 cm. de grosor. Nº 12 - Inv. 3157. Cajita con tapa. Cuerpo cilíndrico de caja de hueso con reborde para encajar la tapa y agujero en uno de sus lados. No tiene fondo. Le acompaña una tapa de disco de hueso circular decorada con dos círculos concéntricos a compás con paredes lisas al exterior y retalladas por el interior, de 2,8 cm. de diámetro. Medidas: 3,6 cm. de anchura, 1,7 cm. de grosor y 3 cm. diámetro ( g. 1, nº 18). d. Placas de hueso Otro tipo frecuente entre las piezas elaboradas en hueso y mar l son las asociadas a decoraciones del mobiliario de madera. En las excavaciones de Vega Baja se han recuperado 29 plaquitas de este tipo, algunas con decoraciones a compás de círculos incisos. En general son de forma cuadrangular con sección plana aunque también las hay con sección semicircular, asociadas a enmangues. Otros fragmentos de hueso de pequeño tamaño podrían pertenecer a este tipo de piezas, aunque su estado de conservación no permite asegurarlo, abundando entre ellas las piezas decoradas con círculos e incisiones. El tema decorativo de las bandas enmarcando roleos o círculos entrelazados, es característico de este momento tardío, repitiéndose tanto en hueso, metal20, como en la arquitectura o la musivaria. Las variantes de círculos y roleos, junto a las bandas de líneas, son los temas principales del repertorio decorativo general para apliques óseos durante la segunda mitad del siglo VI y siglo VII d.C.21 , momento en el que dicho repertorio se suele reducir a estos motivos geométricos. Se trata de un proceso que se experimenta en diversas áreas culturales, de tal forma que también podemos destacar láminas óseas con una decoración similar en la Italia septentrional22. Algunas de estas piezas parecen pertenecer a placas destinadas a apliques muebles ( g. 2, nº 11 y 12). Para una de estas plaquitas ( g. 3, nº 26A y 26B) con serie de motivos circulares en uno de sus extremos, podemos

20. Este mismo motivo también aparece en placas de cinturón de metal fechados en el siglo IV d.C. Ver GUTIÉRREZ MÉNDEZ, C.; y LARA GONZÁLEZ, E.: “Prospección arqueológica super cial en el término municipal de Villanueva del Rosario (Málaga)”, Anuario Arqueológico de Andalucía, 1990, Vol. II, g. 7.8. 21. VIZCAÍNO SÁNCHEZ, J.: “Elementos de indumentaria y adorno personal procedentes de los niveles tardíos de las excavaciones del teatro romano de Cartagena. Etapa bizantina (II)” Imafronte, nº 19-20, 2007-2008. p. 454. 22. PEZZATO, C.: “Studio di alcuni reperti mobili provenienti dallo scavo di Loppio S. Andrea (TN), settore A”, Ann. Mus. Civ. Rovereto, 21, 2005, p.53, tav.III.19-27. 23. MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, A. y PONCE GARCÍA, J.: «Excavación arqueológica de urgencia en la ladera Norte del Cerro del Castillo de Lorca (Murcia)», Memorias de Arqueología, 9. Sextas Jornadas de Arqueología Regional, 24 al 27 de abril de 1995, Murcia, 1999, p. 356, g. 3.


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citar como paralelo una pieza procedente de Lorca23, con la misma banda de puntos concéntricos aunque en su caso se rodea de una serie de roleos, documentada entre vertidos datados en el siglo VI d.C. Entre los siglos VIII y IX se datan igualmente algunas láminas óseas para la decoración de cofres halladas en Roma24, con un tema decorativo similar. Otras pudieron formar parte de la decoración de cachas de cuchillo ( g. 2, nº 3, 6, y 7). Una placa decorada de hueso ( g. 1, nº 19), probablemente un enmangue, presenta una decoración con banda de líneas horizontales incisas que enmarcan una serie de puntos semicirculares tocados por semicírculos, idénticos a la decoración representada en una plaquita de hueso de sección curva hallada en la Basílica de Carranque, en Toledo. Se han localizado plaquitas de hueso triangulares decoradas ( g. 2, nº 1 y nº 4 y g. 4 nº 32). Son pequeñas láminas de hueso, en forma de triángulo rectángulo, en cuyo interior se han grabado tres círculos concéntricos de 2,3 cm. de lado. Este tipo de plaquitas tienen gran similitud con las placas que forman parte de la decoración de un tablero localizado en la Crypta Balbi, en contextos del siglo VII, en Roma25 ( g. 4, nº 35), en donde también aparecen chas de juego, a modo de pieza individual o componiendo un cuerpo cilíndrico, parecido al de las cajitas encontradas en el yacimiento de La Vega Baja. Nº 13 - Inv. 5094. Placa de hueso cuadrada, de sección rectangular, decorada con 4 círculos en bajo relieve, que presenta incisiones circulares en los 2 extremos visibles del cuadrado y en el centro, todo ello en la cara superior. En la inferior no se aprecia detalle alguno salvo el encontrarse más pulido cerca de los laterales. Se encuentra fragmentada en dos partes, correspondiendo una de ellas a un lateral completo del cuadrado de 4.9 cm. de lado. Tiene unas medidas de 4,9 cm. de altura, 3,7 cm. de anchura conservada y 0,3 cm. de grosor ( g. 2, nº 11). Nº 14 - Inv. 3169. Placa decorada con motivos circulares en relieve de 0,4 cm. de diámetro, dos perforaciones de 0,6 cm. y una de 0,3 cm. La tercera, en forma de gota de agua de 1,2 cm. de alto. En la otra cara no se aprecia trabajo alguno. Medidas: 3,5 cm. altura, 2,5 cm. de ancho y 0,25 cm. grosor (Fig. 2, nº 12). Nº 15 - Inv. 5327. Fragmento de placa de hueso con decoración de círculos incisos. Medidas de 3,5 cm. de altura; 2,2 cm. de anchura y 0,2 cm. de grosor ( g. 2, nº 3).

Figura 2. Materiales óseos procedentes del yacimiento de La Vega Baja

24. RICCI, M.: “Elementi in osso per rivestimento di cassette in legno. Crypta Balbi. VIII-IX secolo”, Roma. Dall’Antichità al Medioevo. Archeologia e Storia nel Museo Nazionale Romano Crypta Balbi, Milano, 2001, IV.10.11, p. 543. 25. ARENA, M. S., DELOGU, P., PAROLI, P., RICCI, M., ROVELLI, A., SAGUÍ, L., y VENDITTELLI, L: Crypta Balbi. Museo Nazionale Romano. Ministero per i Beni e le Attività Culturali. Soprintendenza archeologica di Roma. Milán, 2000, pp. 66, g 2.


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Nº 16 - Inv. 6897. Plaquita rectangular decorada con motivos circulares concéntricos a compás y rota en una de sus esquinas, conservando las otras tres. Presenta una perforación en uno de los extremos de 0,1 cm. de diámetro, para la sujeción del remache. Se encuentra también pulida por el envés. Pudiera tratarse de una cacha de navaja o cuchillo. Medidas: 3 cm. de altura, 1,2 cm. de anchura y 0,2 cm. de grosor ( g. 2, nº 6). Nº 17 - Inv. 6312. Plaquita rectangular decorada con motivos circulares y rota en dos de sus esquinas. Conserva las otras dos de uno de los extremos. Presenta una perforación en uno de los extremos de 0,1 mm de diámetro para sujetar el remache. Pudiera tratarse de una cacha de cuchillo. Esta decorado con dos círculos concéntricos incisos. Por el envés no está pulida. Medidas: 3,2 cm. de altura; 1,5 cm. de anchura y 0,25 cm. de grosor ( g. 2, nº 7). Nº 18 - Inv. 1559. Fragmento de plaquita, con serie de motivos circulares en uno de sus extremos. El envés se presenta pulido y con restos de aserrado. Tiene 2,4 cm. de altura, 1,2 cm. de anchura y un grosor de 0,2 cm. de diámetro. Cuenta con una decoración a base de series de banda horizontales de puntos concéntricos ( g. 3, nº 26A y 26B). Nº 19 - Inv. 2282. Fragmento de plaquita. En su cara externa presenta motivos circulares y dos bandas rectas incisas en uno de los extremos. La cara interna está sin trabajar. Se encuentra ligeramente quemada. Medidas: 1,8 cm. de altura; 0,7 cm. de anchura y 0,2 cm. de grosor. Similar a nº inv. 6915A. Nº 20 - Inv. 5767. Fragmento de hueso tallado, con motivos circulares y dos bandas rectas en uno de los extremos, en su cara externa. La cara interna no está pulida. Medidas: 1,3 cm. de altura; 1 cm. de anchura y 0,4 cm. de grosor. Similar a nº inv. 6915B. Nº 21 - Inv. 5096. Dos fragmentos de placa cuadrangular, rota en uno de sus lados. Uno de ellos presenta un círculo doble tallado. Medidas: 4,3 cm. de altura; 1,7 cm. de anchura conservada y 0,4 cm. de grosor. Similar a nº inv. 5094. Nº 22 - Inv. 5769. Fragmento de hueso tallado, con motivos circulares concéntricos. Medidas: 2,2 cm. de altura; 0,9 cm. de anchura y 0,3 cm. de grosor. Se encuentra quemado ( g. 4, nº 33). Nº 23 - Inv. 5361. Fragmento de placa de hueso con decoración de círculos incisos. Medidas: 2,5 cm. de altura; 1,2 cm. de anchura y 0,3 cm. de grosor ( g. 2, nº 2). Nº 24 - Inv. 6352. Fragmento de plaquita de sección plana con decoración de círculos concéntricos. Medidas: 3,8 cm. de altura; 1,9 cm. de anchura y 0,3 cm. de grosor ( g. 2, nº 5). Nº 25 - Inv. 6915A y 6915B. Placas decoradas de hueso, de 0,2 cm. de grosor y 1,4 altura por 1 cm. y 1,2 cm. de anchura. Decoración de una banda de líneas horizontales incisas que enmarcan una serie de puntos semicirculares tocados por semicírculos. En ambas se localizan restos de agujero para el remache. (Fig. 2, nº 9 y 10).

Nº 26 - Inv. 5800. Pequeña lámina de hueso, en forma de triángulo rectángulo, decorada con tres círculos concéntricos a compás. La otra cara está sin trabajar. Medidas: 2,3 cm. de lado por 0,2 cm. de grosor ( g. 4, nº 32 y g. 2, nº 1). Nº 27 - Inv. 6280. Pequeña lámina en forma de triángulo rectángulo, en cuyo interior presenta un grupo de 3 círculos concéntricos a compás. La otra cara está sin trabajar. Tiene mellada una de las puntas. Medidas: 2,3 cm. de lado por 0,2 cm. de grosor ( g. 2, nº 4). e. Piezas de funcionalidad diversa Cabe señalar otros elementos posiblemente relacionados con el ajuar doméstico. Destaca una pieza compuesta por tres cuerpos huecos de forma cilíndrica, con un diámetro de 3 cm. y una altura de 9,6 cm. Presenta una decoración de semicírculos, a modo de arcos, enmarcados en una banda doble de líneas incisas y motivos circulares. La parte sin decoración presenta dos cortes cuadrangulares enfrentados, en uno de los extremos, posiblemente para colocar la empuñadura26. Los tres fragmentos son cilindros huecos. Pudiera tratarse de un enmangue. Nº 28- Inv. 3163. Hueso tallado decorado de sección circular. Se compone de tres cuerpos, uno de los cuales carece de decoración, estando tan solo pulido. La parte sin relieves presenta un corte cuadrangular en uno de los extremos ( g. 3, nº 28). Las restantes dos piezas presentan una decoración similar geométrica de semicírculos rellenos y puntos enmarcados en líneas horizontales. Las medidas de las dos partes decoradas son 3,25 cm. de diámetro por 3 cm. de alto para la primera pieza y 2,90 cm. de diámetro x 3,2 cm. de alto para la segunda. Ambas tienen un grosor máximo de 0,5 cm. La pieza sin relieves tiene 3 cm. de diámetro; 3,4 cm. de alto y un grosor máximo de 0,4 cm. Los tres fragmentos son cilindros huecos. Longitud total de los tres cuerpos: 9,6 cm. Posible enmangue. (Fig. 1, nº 20 y 21; g. 3, nº 28 y g. 4, nº 34). f. Bote o píxide Entre los objetos localizados el más llamativo es un bote o píxide. Contaba con un diámetro aproximado de 13,6 cm y 7,8 cm. de altura. La iconografía de esta pieza cuenta con paralelos que abarcan una cronología situada entre los siglos III y VIII, incluso IX27. No es la única de 26. Una pieza parecida, con sólo un extremo interior hueco para el enmangue, se localiza en la necrópolis de Juan Tinto de la Cruz, en ambientes de nales del s. VI. Ver VILLAVERDE LOPEZ, R.: “La producción ósea madrileña durante el período hispanovisigodo”. La Investigación Arqueológica de época visigoda en la comunidad de Madrid. Volumen III, La Cultura material. Zona Arqueológica, Alcalá de Henares 2006, Nº 8, p. 793, fotos 1, 2 y 3. 27. Como la pilastra de la Iglesia del Salvador (Toledo), los mosaicos parietales de San Apolinar il Nuovo (Ravena, s.VI d.C.), las representaciones al fresco en las Catacumbas de San Calixto (Roma, s. IVd.C.) o en Dura Europos (Siria, s. III d.C.), entre otros.


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Figura 3. Materiales óseos procedentes del yacimiento de La Vega Baja

su tipo aparecida en el entorno de Vega Baja conociéndose desde hace algunos años el Mar l de Hipólito localizado en las inmediaciones del circo romano28. Un motivo similar se dispone en una pilastra localizada en la Iglesia de San Salvador, en Toledo29. Este tipo de piezas, frecuentemente en mar l, aunque no muy abundantes cuentan en la Península Iberica con distintos ejemplos como los 28. VVAA: Hispania Gothorum. San Ildefonso y el reino visigodo de Toledo. Catálogo de la Exposición, Toledo, 2006, p. 371. 29. El frente de la pilastra representa escenas de la vida de Cristo, entre las que destaca la disposición de la escena de la samaritana con la gura de Jesús al lado izquierdo de la escena, un pozo central y una gura de mujer a la derecha de la misma. BARROSO CABRERA, C. y MORÍN DE PABLOS, J: Regia Sedes Toletana. El Toledo visigodo a través de su escultura monumental. Diputación de Toledo, Toledo, 2007, p. 470, g. 2 y p.481.

relieves de mar l de Carranque o la píxide localizada en El Monastil30. Un fragmento de pequeño píxide con escena mitológica se localiza en Herrera de Pisuerga (Valladolid) fechado en el siglo I a.C.31. Píxides parecidas con escenas de caza o pastorales aparecen en Egipto (siglo VI, Alejandría), o en Aquisgrán, donde aparece una píxide con escena propia de la zona oriental del imperio bizantino, con Cristo como taumaturgo (inicios del s. IX d.C.). No es este el lugar para profundizar en la iconografía de esta pieza. Aunque podemos señalar que según las primeras interpretaciones, pudiera tratarse del episodio del Génesis de Elíecer y Rebeca o de escenas del Nuevo Testamento como la anunciación de la Virgen María ó el encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo de Siquem. Esta última es la interpretación que ofrece David Buctkton para la representación que aparece en un panel de mar l fechado en el siglo VI d.C., conservado en el Fitzwillian Museum de Cambridge (Fig. 4, nº 38)32. Que es el paralelo más directo que hemos localizado para esta pieza. Nº 29 - Inv. 3173. Bote o píxide. Contaba con un diámetro aproximado de 13,6 cm. y un grosor de 3 mm., conservando 7,8 cm. de altura y 7,9 cm. de anchura. Al interior, tiene un pequeño hombro que serviría de base a una tapadera circular de la que no se han localizado restos. Posible decoración de escena del Antiguo o Nuevo Testamento. La escena muestra a dos guras separadas físicamente por un pozo. La primera gura, de frente, se encuentra a la izquierda de la escena. Lleva una túnica larga, y señala con la mano derecha al suelo mientras levanta la izquierda hacia arriba. En el centro de la escena se encuentra un pozo en el que se ve parte de la polea y el brocal. A la derecha se encuentra la gura de una mujer velada, que tiene la cabeza mirando al exterior de la composición, levantando el brazo derecho y sujetando la cuerda con el izquierdo. Lleva una capa larga. En esta gura se ha colocado un remache circular con apéndice trapezoidal de bronce. Todo el conjunto está encuadrado en un rectángulo con una línea incisa horizontal superior enmarcándolo (Fig 4, nº 37). CONCLUSIONES Los materiales estudiados cuentan con paralelos en yacimientos de cronología similar, tanto en la península como en otros lugares del entorno mediterráneo, destacando en varias de las piezas documentadas su similitud con 30. Píxide a la que sus autores dan un uso litúrgico, como incensario o relicario. Ver POVEDA NAVARRO, A. M.: La iglesia paleocristiana de “El Monastil” (Elda, Alicante) en la provincia Carthaginense (Hispania), Hortus Artium Medievalium, Zagreb-Motovun, 2003, Vol. 9, pp. 121-122. 31. PÉREZ GONZÁLEZ, C. y ILARREGUI GÓMEZ, E.: 1994, pp. 265-267. 32. BUCKTON, D. (ed.): Byzantium. Treasures of Byzantine Art and Culture from British Collections. British Museum Press, 1994, pp. 72-73.


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algunas de las localizadas en las excavaciones realizadas en la Crypta Balbi de Roma, poniendo posiblemente de mani esto las relaciones existentes, a nivel artístico, entre la corte visigoda asentada en Toledo y la antigua capital del imperio. También apuntar que, sin que por el momento sea posible identi car a través de los restos conocidos la existencia de un taller, cabe pensar en la producción de ciertas piezas a partir de centros de fabricación local en el núcleo urbano, en base a ciertos materiales que apuntan a la existencia de algunos objetos en proceso de fabricación y material óseo con evidencias de haber sido utilizados para la extracción de láminas. La secuencia estratigrá ca del yacimiento es compleja debida a su prolongada ocupación temporal, seleccionándose para este trabajo aquellos que presentan, a nuestro entender, una cronología tardoantigua o altomedieval. Excepto algún caso que puede adscribirse a período romano, la gran mayoría de los elementos óseos trabajados en el yacimiento de la Vega Baja se han localizado asociados a materiales cerámicos de los siglos VI-VIII d.C. En el conjunto resulta especialmente relevante la alta calidad técnica de algunos artí ces, puesta de mani esto en algunas de las piezas recuperadas, que mayoritariamente no se relacionan con actividades domésticas. Algo que no ha de resultar extraño si tenemos en cuenta que nos encontramos ante los restos de la capital del reino visigodo. La aparición de piezas de eboraria también pone de mani esto la riqueza de las producciones, y la existencia de lazos comerciales a larga distancia con territorios extrapeninsulares.

Figura 4. Materiales óseos procedentes del yacimiento de Vega Baja (30-34 y 36-37); reconstrucción de tablero de juego de la Crypta Balbi (35) y panel de marfil con escena de la Samaritana (Fitzwillian Museum) (38).


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