Boletín 50 Libélula Libros

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Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Fecha del boletín Febrero 28 de 2009.

NOTAS (pfa) 101 cenas en un momento. Editorial Grijalbo: “Cortar la carne de cerdo a tiras en diagonal. Introducir la harina y el romero en una bolsa de plástico, salpimentar y agregar el pollo. Agitar hasta enharinar bien la carne”. ¿Metacocina? *** “Es decir, el Librero Establecido hubo de recurrir a cien argucias para sobrevivir. La más útil fue la de asumir la victoria de la imbecilización y tratar de semejarse. Practicó cara de tonto frente al espejo y sólo tuvo diálogo con algunos, peligrosos como él, que frecuentaban todavía las librerías y no conformes con eso adquirían libros que leían”. Olvidó Yanover que la cara de imbécil no se pone, se tiene y es el resultado de un ejercicio sincero y constante. ¿Una librería con espejos? No conozco ninguna, aparte de kitch y de mal gusto, sería un insulto a ciertos compradores. Que se vean ellos solos. *** En Libélula existe un vano interno que separa dos espacios, algunos clientes que recién entran y miran a través de él creen estar ante un espejo, aunque no se ven reflejados. ¿Qué creerán? No han sido pocos los que han manifestado tal suposición.

Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@une.net.co - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO

ISSN 1909-0110

De prodigios y librerías A pesar del empeño e insistencia con que Carolina requiere a las editoriales y distribuidoras, es corriente que muchos libros nunca lleguen a Libélula. Algunos incluso nunca llegan a Colombia. Supondrán los encargados que tal vez esos títulos no serán vendidos y que entonces deberán reposar en las bodegas sin esperanza alguna. Tendrán razón en algunos casos, pero la experiencia me permite advertir que son más los títulos de esoterismo (incluido el empresarial) o nueva era que reposan por años en los estantes, que los libros de buena literatura o de rigor científico. No obstante de los primeros traen al país cantidades monstruosas. Cada uno verá cómo lleva su negocio, habrá quienes trabajen esperando que un golpe de suerte resuelva sus inconvenientes, pero es claro que este tipo de empresarios no pueden, ni deben, encargarse del ofrecimiento de libros que requieren paciencia, tranquilidad, persistencia y confianza. Pero no viene al caso, ni corresponde, ni es justo, criticar a quien corre el riesgo, con su propio dinero –asunto extraño en el mundo cultural–, de intentar hacer leer a los demás algún libro o autor en especial. Por supuesto se escapan títulos y quisiéramos contar con la misma oferta editorial que gozan argentinos o españoles, pero eso no será posible mientras nuestros índices de lectura sean los que conoce-

mos, queda, por tanto, seguir teniendo la esperanza de que el sitio donde compramos nuestros libros sea el afortunado de recibir algún ejemplar de los muy pocos que llegaron a Colombia. La relación con aquel libro tendrá sin duda otras condiciones, al salir con él por la puerta de la librería sentiremos que algo sobrehumano habrá pasado, alguien o algo distinto a editor y librero habrá definido el encuentro. ―Los libros ruedan al azar. Es un milagro que estén ahí, en el momento‖, dice Gabriel Zaid en Los demasiados libros. Un milagro así sólo es posible para aquel que visita librerías y se deja llevar sin afán ni motivo por los estantes, buscando nuevos títulos o simplemente estableciendo relaciones o descubriendo nuevos nombres e historias; a la espera y vigilante del prodigio. (pfa)

Diarios 1984-1986. Sándor Márai. Salamandra. 2008. ―Cansancio, languidez, fragilidad. Como cuando las pilas se agotan y la linterna sólo parpadea‖, escribió en su diario Sándor Márai el 20 de enero de 1984, pocos días después perdió la visión por un ojo, mientras que el otro comenzaba a cansarse y a ver borroso: ―Lo único que lamento es que cuando se acabe, se habrán acabado también las lecturas; no echaré de menos nada más‖, escribió entonces. Luego presencia y padece el deterioro creciente de L., su compañera por más de sesenta y dos años, a quien apenas puede observar en su cama mientras descansa y muere lentamente: ―sigue siendo tan guapa a los ochenta y siete años como lo fue de joven; de

otro modo, pero sigue siendo guapa. No sé hasta cuándo me aguantará el cuerpo, pero quiero estar con ella hasta el último momento, ayudarla y cuidarla‖. L. murió el 4 de enero de 1986, precedida de Gábor y seguida por Kató y Géza, hermanos de Márai, y de János su hijo adoptivo. En el término de un año el escritor se queda solo, hastiado de la literatura, que percibe ahora como mero ―pavoneo, presunción y exhibición‖, ―malabarismos artificiosos, vanidad por todas partes‖. Sólo le quedan entonces la lectura, la añoranza de L., y el plan que ha trazado tiempo atrás, pero que ha venido meditando y posponiendo a pesar de la furia que lo inunda con ―Dios (si existe) porque no asistió a L. y … con Dios (si no existe) porque no existe cuando se necesita su intervención‖. Plan que finalmente cumple cuando siente que ―ha llegado la hora‖. Abruman y conmueven estas notas. ¿Si esto no es literatura entonces que lo es? (pfa)


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