Volumen 1, nº 51. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Fecha del boletín Abril 9 de 2009.
Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@une.net.co - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO
NOTAS (pfa) Siguiendo los pasos de Joe Gould: Tres ancianas, de bastón cada una, caminando en la calle mientras conversan: -Yo digo que la maté a Usted, y entonces me sueltan. -Y hasta te premian. -Pero si alguien dice que yo la maté, y no lo hice, y así lo digo, pues me pudro en la cárcel. ***
Cuando los amigos entran a Libélula, a tomarse un café, se sientan en una de las sillas que los deja de espaldas a la calle, casi nunca en la que los pone de frente a la puerta. Con razón dejan el cuidado de la librería y de los libros a los dependientes, lo que quieren es salir de un mundo y entrar a otro, que presienten dulce y confortable, tal como es siempre la temperatura de Libélula: si afuera hace calor adentro fresco, si afuera frio adentro hay suave calidez, efecto que no buscamos y que no habríamos tenido como lograr, pero que sin duda nos agrada a todos.
“—Señores, voy a hablar de mí mismo a propósito de Shakespeare, a propósito de Racine, o de Pascal, o de Goethe. Son una bonita ocasión para hacerlo.”
(Anatole France)
ISSN 1909-0110
Una idea extrema y ególatra Informa la revista Ñ que el librero y escritor Hanns Josef Ortheil puso en marcha una idea que por extrema y ególatra, debería estar condenada al fracaso, que probablemente no suceda, dadas como están dispuestas las sociedades a deslumbrarse por la excentricidad vacua o la exacerbación del individuo. Abrió Ortheil en Alemania una librería que solo ofrece los libros que según el librero es indispensable leer, o permiten entender mejor el presente, o pueden hacer del comprador un buen lector o un buen escritor. Se arroga el Señor Ortheil la gracia de saber que necesitamos todos, afirmando además que: no se aceptaran pedidos, aunque el comprador podrá hacer sugerencias que él examinará para ―aceptarlas o rechazarlas‖. Pero no ha olvidado detalles aparentemente insignificantes: en la librería pondrá música también escogida por él, y todos sus dependientes deberán vestir de
negro –por ahí se comienza, por vestir a los adeptos con camisas negras-. Repugnan al menos las declaraciones, que ojala sean meras tergiversaciones, pero vienen a cuento para reiterar nuestra idea de librería: un espacio abierto y dispuesto en el que lectores y libreros construyen una comunidad de lecturas y gozos, en el que nadie puede endilgarse la verdad literaria, o convertirse en guardián del gusto. Un lugar en el que se esta dispuesto a conocer y se tiene la humildad de escuchar al otro, que por fortuna tiene mucho que decir. ¿Cuántos libros y autores debo a los clientes que han llegado a buscarlos?, sin duda esta pendiente la lista. Tal vez la crisis que se evidencia, ponga ciertas cosas en su sitio, entre ellas la librería de Ortheil, así como todos aquellos exabruptos sociales que solo reflejan el extravío del hombre. (pfa)
El verano peligroso. Ernest Hemingway. Trad. Jacinto León-Ignacio. DeBolsillo. 2005. La revista Life propone al ya, para 1959, consagrado Hemingway, un artículo que narre su regreso a España y a las corridas de toros, unas 10.000 palabras -que llegaron a ser unas caóticas 120.000- en las que Hemingway describe el verano taurino y sobre todo el ―mano a mano‖ entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, los dos toreros más importantes para ese momento en las plazas. Como crónica, El verano peligroso fatiga por sus repetidos momentos y su monótono deambular entre ciudades: todo lo mismo y escrito con las mismas palabras. Como evidencia de un derrumbamiento es donde asombra este libro: un Hemingway irreconocible, paranoico, torpe como escritor, incapaz de escribir un
buen artículo, «Siento vergüenza de haber entregado semejante trabajo», llegó a decir entre la depresión y una falsa modestia que no era otra cosa que una espantosa verdad. Pocos meses después el Hemingway fuerte e infatigable que todos conocemos y que como imagen, es la que perdura del escritor, desaparece: terapias de electrochoques, ineptitudes y olvidos que con gritos e insultos intentaban apaciguarse, invocaciones a un Fitzgerald hace varios años muerto (él precisamente, su obsesión interminable, como profética sentencia escribía en El Crack-Up: “Hay otro tipo de golpes que vienen de dentro, que uno no nota hasta que es demasiado tarde para hacer algo con respecto a ellos, hasta que se da cuenta de modo definitivo de que en cierto sentido ya no volverá a ser un hombre sano‖). Hemingway no se aguanta más, y el 2 de julio de 1961 se dispara en la frente; un escopetazo, y el dolor que se termina. Tomás David Rubio Casas – Libélula Libros.
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A la sombra de las hojas La Reserva. Russell Banks. Bruguera. Traductor Javier Fernández de Un anónimo redactor del Correo de ExopotaCastro. 2008. Vannessa Cole es una joven insoportable, rica y cosmopolita. Su cerebro funciona de manera tan contraria a la realidad y al mundo que la rodea, como puede. No es tonta, tampoco especialmente inteligente o sensible, es simplemente bella y tal como sus padres la educaron. Jordan Groves es en cambio un pintor con ínfulas políticas, tan burgués y pretencioso como ella. Son los personajes principales de La Reserva, un libro tan dispuesto para ser llevado al cine que dudo que algún director no lo haya hecho ya. También hay un lago, una mansión, una esposa traicionada, que luego resulta ser adultera, un club gerenciado por un odioso hombre, una madre secuestrada que termina peor, un guía fornido y bruto, y un avión –como lo olvidaba-,
un avión que aterriza y despega cada tanto de los hermosos lagos. Como un gesto literario, supuestamente formidable, se intercalan con la historia, otras dos, narradas entre capítulos a trancas y barrancas, que no vienen al caso, o que fueron mal dispuestas. Sin embargo la novela se lee de manera entretenida y pronta, Banks teje bien y con evidente destreza la trama que cada tanto salpimenta con nuevos secretos o insospechados desenlaces, pero algo queda faltando, cierto sinsabor surge en la boca pocos días después de la lectura, una cierta sensación de inutilidad. Tal vez no sea esta la gran novela del afamado escritor de Massachusetts, de quien afirman es el narrador del proletariado norteamericano y el escritor ―más comprometido‖; o tal vez sea por eso que esta novela fracasa; a Groves, su personaje, tampoco le iba mejor cuando pretendía mezclar arte y política. (pfa)
La sabiduría del editor. Hubert Nyssen. Trama. 2008 Las razones y la fuerza emprendedora y creativa de un editor y un librero son idénticas. Las dificultades también. La diferencia estriba en que el primero se entiende con escritores –y en consecuencia con egos desmedidos- y el segundo con lectores –es decir con egos un tanto controlados-. El resto son similitudes: uno escoge y diseña carátulas, el otro vitrinas; uno construye con paciencia colecciones, el otro fondos y estantes. Ambos se envidian, añoran, necesitan y respetan, por supuesto siempre que los objetivos del editor no se reduzcan a los meramente comerciales, o los del librero a sus caprichos o veleidades. ―Ser editor, lo supe aquel día, no es solamente poseer un savoir faire y el recuerdo de ciertas enseñanzas. Consiste, en primer lugar, en manifestar un querer hacer, aliado con un querer soñar. Es también en ocasiones un saber sobrevivir. Digamos más sencillamente que es también tener un ápice de esa locura que Bourdalouse llamaba aheurtement, o si se prefiere: ser más obstinado que una mula‖, escribe Hubert Nyssen en La sabiduria del editor. Igual un librero. Y escribe también: ―Ahora sé, y lo digo a aquellos que quieran lanzarse a la aventura, y a los que nunca desani-
mo: entrar en la edición es como entrar en la crisis. Y está muy bien así. La crisis aviva la edición‖. Y la crisis es la del libro, así que vale para todos los que habitan su mundo, no obstante Nyssen infunde un agradable y fundado optimismo pues, ―sólo los libros siguen proponiendo la capacidad de tener una intimidad del conocimiento, un delicado tejido que podemos, según nuestros deseos, palpar, plegar, desplegar, replegar con lentitud o premura...‖. La crisis además, si es que ella no es condición permanente del libro y su futuro, puede enfrentarse con humor, como el de aquel ingeniero de sistemas que recuerda el mismo Nyssen y que aseguraba ―que si el ordenador hubiera sido inventado antes que el libro, éste habría aparecido como un progreso tecnológico considerable porque puede prestarse, hojearse, aspirarse, anotarse‖. Hubert Nyssen sabe lo que dice, y goza de autoridad para hablar y mirar de frente a las grandes editoriales, de las que denuncia su exclusivo afán mercantil, es el fundador de Actes Sud (www.actes-sud.fr), una editorial creada en 1978 en una pequeña ciudad francesa, y fue el descubridor de Nina Berberova y Paul Auster. Su fina editorial publica al año más de trescientos títulos y se ha constituido en referente literario y cultural. Tiene razón para la confianza que lo asiste, y para provocarla, aunque el mismo se pregunte: ―confianza ¿en qué? (pfa)
mia (número 39, página 3), acaso Ricardo Rozental, escribió: “Bach está sonando en nuestros días mucho más parecido a lo que sonaba en los suyos propios…” Y explica: “… si se dispone de la técnica barroca y de instrumentos barrocos, Bach sonará más a Bach y menos a Mendelssohn…” (Mendelssohn ha muerto: ¡viva Mendelssohn!). En el número siguiente (abril de 1996, página 5) el Caballero Ch. Whiteford respondió: “… es de esperarse que si en 1996 se ejecuta la “Pasión según San Mateo” con instrumentos como los que usaron los músicos de Bach, con coros dispuestos como los organizó Bach, en un edificio como el de la catedral de Santo Tomás, donde Bach dirigiera su opera magna, es bastante seguro que el sonido de 1996 fuera el mismo de su presentación en 1736. Bach sonará a Bach.” Y remata: “Pero, ¿se escuchará igual a Bach? ¿Significará lo mismo el trance martírico de Cristo a un burgués emprendedor y protestante del siglo XVIII que a un melómano de 1996, cuyos kiries se dirigen a Deutsche Grammophon o a Erato?” (Mendelssohn est vivant) De todas maneras, al lector sensible: con sus oídos del siglo XXI ya, le aprovechará oír esta golosina: http://www.alphaprod.com/sound.php?id=9&format=mp3 Y hablando de confiture, el doctor Braithwaite, en El loro de Flaubert (Julian Barnes, Anagrama 1986, p{ginas 111 y 112): “En 1853, cuando estaba en Trouville, [Flaubert] vio como el sol se hundía en el mar, y declaró que parecía un gran disco de mermelada de grosella roja… Ahora bien, ¿tenía la mermelada de grosella roja que se hacía en Normandía el año de 1853 el mismo color que la se hace allí mismo en nuestros días?” Le averigua a un fabricante: “…aunque es posible que un tarro de esa mermelada preparada en Rouen en 1853 no fuese tan transparente como la actual debido a que el azúcar que se utilizaba entonces no estaba muy refinado, el color debía ser aproximadamente el mismo. De modo que al menos eso está claro: ahora ya podemos imaginar de qué color era aquel sol crepuscular.” Entonces, enseguida, el experto en Flaubert se formula la tremenda cuestión: “Pero ¿entiende el lector lo que estoy tratando de decirle?” José F. Calle Libélula libros
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La casa de las bellas durmientes. Yasunari Kawabata. Asfixia. No encuentro otra palabra para describir lo que le hace sentir al lector La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata. Y es que, de verdad, produce un efecto extraño sumergirse en este libro: en poco más de cien páginas el Nobel japonés nos cuenta la historia de Eguchi, el viejo de 67 años que visita con frecuencia una casa donde hermosas jóvenes son narcotizadas para dormir desnudas junto a ancianos. No pasa mucho en la novela: el protagonista llega siempre puntual, lo recibe
una mujer que le hace dos o tres preguntas de trámite, y luego pasa a una habitación donde lo espera la joven dormida. Ellas no se dan cuenta de nada y los clientes, todos viejos, hacen siempre lo mismo: contemplan su desnudez, fantasean sobre su posible vida y sueñan, quizás, con la belleza perdida. El viejo va a la casa tres veces y cuando está tendido en la cama, con la mujer a su lado, lo asalta la tentación de despertarla. Pero sabe que es inútil: por más que intente la bella durmiente no saldrá de su sueño profundo. A veces fantasea con estrangularla, pero al final apenas la contempla, pasando sus dedos por el cuerpo desnudo mientras recuerda algunos viejos amores. En una de esas Kawabata escribe la que es, quizás, la esencia de este libro extraño: ―Se le ocurrió una idea: los viejos tienen la
muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene sólo una vez y el amor muchas‖. La prosa de Kawabata, limpia y sin adornos, jamás nos saca de esas cuatro paredes: todo el tiempo estamos en el cuarto con Eguchi y las jóvenes dormidas. Y por algún motivo sentimos que nos va faltando el aire, que los muros se van haciendo estrechos. Entonces hay que cerrar el libro, meterse a otra cosa. Es extraño, de verdad, porque no pasa nada malo: sólo un viejo que duerme con jóvenes desnudas. Lo mejor de todo –sería injusto decir ―lo peor‖–, es llegar hasta la última página, casi sin aliento, para comprobar que Kawabata ha logrado afectarnos con una historia que no tendría por qué hacerlo. Ése es el mérito. Martín Franco Vélez - Libélula Libros
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Philip K. Dick es un tipo fascinante. Sus relatos, que antes fueron rechazados por los editores, hoy valen millones, sobre todo para quienes buscan historias para el cine. Sin embargo la adaptación más memorable de sus obras es una película de 1982: Blade Runner, basada en… ajá: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Nunca la he visto, pero desde que leí esta corta novela supe que la película no podía serle fiel a la historia. Es una novela absolutamente ridícula. Sus momentos más emotivos han sido destruídos por historias absurdas. Sus instantes de acción son aburridos. Sus personajes parecen más de un cuento que de una novela. Hechos a tirones, a brochazos. K. Dick quiere mostrar su punto así tenga que pasar por encima de sus héroes o de su historia. Lo increíble es que lo logra. La Wikipedia me dio la razón. La película es, digamos, una adaptación libre. Genial, dice Wiki. Creo que eso se debe más al talento de Ridley Scott, director al que venero por películas como American Gangster (2007), La caída del Halcón Negro (2002) y Thelma y Louise (1991). De nuevo en Wiki leo la sinopsis de la película: sólo aparece el asunto de los robots y el matarobots (sí, así, es una licencia literaria). Lo más interesante del libro no aparece en la película. ¿Sueñan los andro…bla bla bla… (qué título tan largo y tan bueno ese verraco, es más, vale la pena escribirlo: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) trata sobre una sola cosa: el respeto por el otro es lo único que puede unir a una pareja. Ya sé, el tema es malo, es cursi, no hay forma de que sobreviva, no hay una buena historia que no decaiga después de tratar de poner a andar semejan-
te teoría, aunque sea cierta. Deckard es un tipo que se levanta por la mañana, su trabajo apesta, su vida es gris, como el planeta que habita (el símil es malo y mío (no es recomendable poner muchas frases entre paréntesis en una reseña, tal vez un día escriba un libro para los novatos acerca de cómo se hace esto de las reseñas, no mejor no, púdranse)). Sí: gris como el planeta que habita. Para ajustar tiene una máquina que al presionar ciertas combinaciones de números programa su estado de ánimo: 345 salir enérgico a trabajar, 456 tener un día optimista, 567 venerar a tu esposo y aplaudir sus buenas ideas (¿pueden creerlo? Hay cosas que no cambian). Pero su mujer busca y encuentra la combinación que le haga recordar la desesperación, así que se da dos veces al mes unas horas de depresión porque ―Me parece razonable dedicar ese tiempo a sentir la desesperanza de todo, de quedarse aquí, en La Tierra, cuando toda la gente lista se ha marchado, ¿no, crees?‖. ¡Creo! ¡Claro que creo! ¿Cómo podría no? ¿Es lógico que el ser humano pudiendo ser feliz busque la desesperanza? Claro que sí. Ese maldito de Dick sabía de qué hablaba (¿saben que dick es un nombre para pene en inglés? Me encanta hacerlos más cultos). Pero (nunca, pero nunca, comiencen un párrafo con ―pero‖) eso no es lo mejor, después de lo que acabo de describir es lógico que ese matrimonio venga en picada. Sin embargo estos son sólo los síntomas. La enfermedad es otra. Deckard vive en un mundo desolado donde tener un animal no sólo es difícil sino que es símbolo de estatus. Además la nueva religión así lo exige. Claramente entre más grande el animal mejor se ve uno (estoy hablando de la novela aunque valga también en la vida real). Deckard con su sueldito de empleado público no puede pagar nada más que una rata o un gato, pero nadie quiere una rata o un gato. Para que me entiendan es como tener un Renault 4 o una novia
fea. Así que Deckard y su esposa tienen una flamante oveja, no tan bueno como un avestruz o un caballo, pero sí mejor que un perro o un conejo, o una ardilla. El único problema es que no es de verdad, es una oveja eléctrica. Nadie lo sabe. La pareja es discreta con este secreto tan engorroso, pero ellos dos lo saben y él se siente un perdedor por no poder pagarse un animal de verdad que sea bueno y ella se siente, también, claro, obvio, avergonzada de su marido que ni siquiera puede comprarle animal verdadero. Esta es la historia de este libro, este es su encanto. Claro, Deckard sale a matar androides y un día le va bien, mata a tres en una tarde y recibe un montón de plata que a duras penas le alcanza para pagar la cuota inicial de una cabra negra, hermosa, y no lo piensa dos veces para comprarla y quedar pagando unas cuotas que los va a con lo justo para comer. Con este trofeo llega a casa. ¿Y ustedes qué creen? No, la mujer no se puso brava, lo respetó, lo abrazó, lo besó, después ponderó y pensó en las cuotas, pero no le importó porque ahora por fin se sentía gente y sentía que su marido entendía sus necesidades. Al principio de la novela ella trata a Deckard de asesino de androides, pero ahora no, ella sabe que los androides no sueñan todos los días con malditas ovejas eléctricas, que no tienen las grandes preocupaciones de los seres humanos. Ella entiende a su hombre. Es hermoso. En serio. En fin, por acá va la mitad de la novela, pero esto está muy largo, así que si quieren la consiguen y la leen. El punto es que detrás del asunto de la ciencia ficción seguimos estando los seres humanos (he leído varios y es así siempre). Nuestras preocupaciones cambian de forma, pero siguen siendo las mismas. K. Dick lo entendió, los buenos escritores lo entienden. No sé, o mejor, no creo que esta sea una buena novela de ciencia ficción, pero sé que es una buena novela. Carlos Augusto Jaramillo—Libélula libros
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Operación Jaque. Juan Carlos Torres. Planeta. 2008. En el boom literario que se ha convertido este año 2008 para la que podríamos denominar ―literatura del cautiverio de las FARC‖, la Operación Jaque partió en dos la lucha contra el terrorismo que ha sumido en la violencia a nuestro país en las últimas cuatro décadas. Juan Carlos Torres recorre con la prosa sencilla y concreta de la narración periodística toda la dinámica del rescate incruento de 15 secuestrados por las FARC; se relatan los procesos previos que permi-
tió estructurar un plan de engaño, extraordinario por lo impensable, hasta concretar las diferentes actividades y coordinaciones necesarias para lograr la liberación de Ingrid Betancur, once policías y militares y tres contratistas norteamericanos. Paso a paso, capítulo por capítulo, se está estructurando un verdadero guión de película, en donde lo único que falta para completar el cuadro de Misión Imposible es la cinta que se autodestruye en cinco segundos. Quedan muchos secuestrados todavía en las garras de la crueldad y en el manto de la indiferencia; la Operación Jaque es un inicio de una nueva manera de afrontar, como complemento, la erradicación de este
flagelo y alcanzar estadios de paz en todo el país. Reconforta conocer el grado de profesionalismo y mística del grupo de inteligencia que creó, planeó y concretó esta misión, que raya en lo increíble y cinematográfico; su dedicación y profesionalismo, mística y decisión, y sobre todo, lucha y perseverancia nos ratifican que cuando hay unidad de propósito las metas se pueden alcanzar, arriesgando todo, tal como se expresa al final del libro, con la frase de Ingrid Betancur: “fue una operación sin armas, en las que los únicos que corrieron un riesgo de muerte fueron nuestros salvadores”. Mauricio López González—Libélula libros
pecé a contarle una narración simple y bella, donde el amor y el deseo se entrecruzan con la historia alemana que tal vez muchos quisieran olvidar, una de las situaciones iníciales que más le causó impresión fue la forma en que una mujer bella y mayor se enamora de un niño. En mi relato la historia de la humanidad y su horror se cruzan con la historia de amor y hermosura. Había algo que no lo dejaba respirar: la forma en que el analfabetismo, la literatura, la muerte, el deseo, el amor, la dulzura y la dureza se mezclaban. Así yo, aparentemente inofensivo, me iba convirtiendo en una de las historias mejor contadas que hubiera leído. Lo supe por la forma en que me llevaba a todas partes y en cada lugar, sin importar el interlocutor, le contaba lo que leía y lo que anhelaba poder regresar en la noche a la lectura. Un día decidí esconderme, dejarlo una noche sin mi, quería que se pusiera en mi lugar y tal vez en el de los demás libros que tiene, que
después de ser leídos o de ser archivados pasan a ser uno más, me golpeé un poco en mi intento de abandonarlo, lo que logré gracias a la imprudencia de un compañero de la oficina, luego pensé que solo había destapado otro libro y me había olvidado, era un riesgo que corría, se acabo la noche larga, fría y oscura de la oficina y sentí sus pasos enormes y desordenados, pronto supe lo dura que fue su noche, se lo contó a la primera persona que vio, llamó a la librería donde nos encontramos para ver si me había quedado y conversando con el imprudente compañero de oficina supo donde me había dejado, me recogió, me limpio, se entristeció por los golpes que había recibido y me terminó de leer, intentó escribir una reseña sobre mí pero no fue capaz. Ahora volveré a mi sitio con los demás libros sabiendo que seré un buen recuerdo. Humberto Posada C.—Libélula libros
El lector. Bernhard Schlink. Anagrama. Supe que nos íbamos a encontrar el día en que sentado, revisando uno a uno los libros de la librería que tan frecuentemente visita, me miró y puso sus manos sobre mi, me asuste por su apariencia, pero al saber que ama los libros me fui a su lado. Vi su expresión de alegría al sentarse en la silla, pensé que iba a liberarme de esa asfixiante envoltura pero decidió ponerme al lado de otros libros, igual de asfixiados. Sentí rabia de ser uno más y tener que esperar mi turno para ser leído. Tuve paciencia; después de unos eternos días supe que me leería. La razón de su elección fue simple, la misma por la que tuve un poco de fama entre los no lectores y fue porque una película basada en la historia que contengo iba a ser premiada con algo, fue así como em-
Como la huella del pájaro en el aire. Héctor Bianciotti. Traducción Ernesto Schoo. Tusquets. Un amigo no quiere Como la huella del pájaro en el aire, dice que si acaso salva las últimas páginas, que otro le obligó a leer. ¿Qué leyó él y qué he leído yo? Él tiene doce o trece años menos que yo, ¿será suficiente edad para percibir distinto? La distancia no parece tan grande. Yo soy melancólico y a veces lo oculto, él es casi siempre alegre y optimista. Yo he asumido la vida con mayor riesgo, a su edad ya era padre y había acogido una obligación familiar. Él aun no piensa
mucho la vida, esta más presto al goce que a su búsqueda, y obviamente menos dispuesto a la tristeza. Pero la edad no tiene nada que ver, estoy seguro. Creo en los recuerdos que construyo, reconstruyo, comparto y seguramente hurto. Entiendo la literatura como un intento afortunado de recordar. Así se ve la vida entera, la vivida y la que resta: como un libro eterno; Bianciotti: ―… ¿Lo recuerdo, o se trata de la memoria del recuerdo de un recuerdo, y así hasta el infinito?‖. Sin duda en ese juego de espejos y dimensiones se extravía el alma de todo entregado lector, que ya no se preocupa por la propiedad de sus recuerdos, o el lugar al que van a parar, o de que están
hechos. De nuevo Bianciotti: ―…Lo que hemos logrado ya no nos pertenece, ni por mucho tiempo a nadie, sólo pertenece al tiempo, que se consume y se torna memoria, sobre todo memoria, antes de desvanecerse y convertirse en olas, en metamorfosis anónimas‖. La muerte puede suceder a diario, si el tiempo no se ―torna memoria‖. Mi amigo debería volver a leer este libro, tarde que temprano oirá ―el rumor de la vida que a hurtadillas se marcha y se evapora: como la gota de rocío sobre la brizna de hierba; como la espuma en la cresta de las olas; como la huella del pájaro en el aire‖. (pfa)