Boletín 54 Libélula Libros

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Volumen 1, nº 54. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Fecha del boletín Enero 17 de 2010.

NOTAS (pfa) Conversación escuchada en un avión, en primera clase, a dos jóvenes ejecutivos: - Tengo que comprar Cien años de soledad, no lo he leído. - Yo lo compre este fin de semana en el Éxito, en Medellín, me costo veintitrés mil pesos. - Huy que bien, esta barato, así si vale la pena, que dejen de ganar tanta plata esos hijueputas. - Claro, así si le ganan a la piratería. - Tengo que comprarlo, ¿será muy complicado? - No se, yo lo voy a volver a leer. (¿Compraran un kindle?) *** “… los diferentes libros de Kafka no vendieron más de seiscientos ejemplares. Hay muchos buenos libros que tardarán años en vender relativamente bien y hay otros que nunca venderán demasiado. Y los editores sabíamos eso, estábamos preparados para ello. Pero hoy en día la situación es completamente diferente, son los departamentos de marketing los que deciden qué libros se publican y cuáles no, basados en juicios de riesgo y beneficio…” (Conversando con Andre Schiffrin, Letras libres, entrevista de Diego Salazar, junio de 2008)

“—Señores, voy a hablar de mí mismo a propósito de Shakespeare, a propósito de Racine, o de Pascal, o de Goethe. Son una bonita ocasión para hacerlo.” (Anatole France)

Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@une.net.co - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO

ISSN 1909-0110

Algo no funciona en el mercado del libro electrónico Entre el 27 y el 28 de diciembre pasados circuló en los periódicos una noticia según la cual subió el valor de las acciones de Amazon en la bolsa Nasdaq debido a la supuesta venta desbordada del lector kindle durante la pasada navidad. Amazon sin embargo, y según lo señalan las mismas publicaciones, se abstuvo como ha venido haciéndolo de suministrar información acerca del número de aparatos vendidos. La negativa como es obvio genera suspicacias y provoca molestia frente a la evidente falta de trasparencia que inunda los mercados: no puede existir razón valida para guardar el dato. Sirve la oportunidad sin embargo para volver a pensar en la pertinencia y futuro del libro electrónico aun cuando otros consideren inútil el debate pues le dan por ganada la batalla frente al libro tradicional, un análisis un tanto menos prejuicioso podría indicar todo lo contrario. En primer lugar cabe advertir que el libro electrónico es un gadget, es decir un artilugio tecnológico como todos los demás que emocionan y agobian a ciertos consumidores; basta con revisar los comentarios que circulan en internet acerca del mismo y descubriremos que casi todos se presentan en paginas dedicadas a estos elementos. Curiosamente sin embargo no he conocido aun tienda no virtual alguna de elementos tecnológicos, que los ofrezca como sucede con otros, incluso los más novedosos. Debe insistirse entonces que el libro electrónico es un elemento tecnológico creado por la industria tecnológica y que pretende mercadearse como lo que es. Se sustenta en una necesidad satisfecha y pretende resolver requerimientos inexistentes o al menos no planteados de manera genérica. La necesidad de lectura la resolvió el libro de manera ingeniosa y practica, y no hay quien haya manifestado el deseo de andar con cien o doscientos -y no digamos mil quinientos- libros al hombro. No solo es absurdo sino absolutamente inútil. El libro electrónico, digámoslo de manera clara, no resuelve una necesidad, se sustenta en una ya existen y resuelta, y esta es su primera dificultad. Debe revisarse entonces la necesidad sobre la que descansa la pertinencia del lector electrónico, que tal como se ha dicho se encuentra ingeniosa y

eficientemente resuelta, así como su comparación con el ipod. Los niveles de lectura son bajos, aún en los países más cultos, sobre todo si se comparan con los niveles de audiencia de música. Es decir se lee poco y se escucha mucha más música, sobran incluso los ejemplos, y basta con observar el entorno. Y es lógico que así sea, la lectura implica un nivel de exigencia del lector, la música casi nunca, por esta razón todos, aun los menos oyentes pueden tener interés en el ipod y por tanto alguna tendencia a su compra y utilización. No sucede igual con el lector electrónico. Para querer comprarlo se debe ser primero lector, y por supuesto un lector al que le sirva adquirir un elemento relativamente costoso, es decir un lector que lea al menos varios libros al año. Consideremos las siguientes cuentas: el lector kindle cuesta según la página Amazon quinientos mil pesos (US$259), si al mismo le agregamos al menos cinco libros no pirateados, tendremos que sumar setenta mil pesos más (siete dólares aproximadamente por cada libro), es decir que en total serían quinientos setenta mil pesos, cifra que le permitiría comprar en nuestra librería dieciséis libros, a razón de treinta y cinco mil pesos cada uno, es decir para un lector promedio en Colombia, tal cantidad significaría lecturas para ocho años, dieciséis en México, o para un lector medio en España entre tres y cuatro años y para un lector Francés dos años. Ahora bien el libro electrónico ha sido creado por la industria de tecnología, es decir no surge del mundo del libro sino del mismo escenario interesado en crear otros y diversos elementos tecnológicos y la lógica del mercado de estos productos descansa sobre el principio de su constante renovación. No en vano se han vendido más de cien millones de ipods en el mundo. Muchos de los compradores del ipod están y estarán interesados en cambiar su modelo cada año o cada dos años, y ahí reside el negocio, no en el suministro del aparato sino en su constante renovación, por eso precisamente se le agregan utilidades alternas o no coincidentes con su cometido inicial. Basta considerar la forma como se utiliza el ipod y compararla con la posibilidad de utilización del libro electrónico, las diferencias saltan a la vista. (pasa a la página 2)


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Algo no funciona en el mercado del libro electrónico (viene de la página 1) Surgen entonces razones o justificaciones adicionales al aparato: reduce el espacio que ocupan los invasivos libros en nuestras viviendas y es ecológico pues no utiliza el papel. El primer argumento es baladí si consideramos las pocas bibliotecas privadas que sobreviven, pero además desconoce el cariño que los diseñadores tienen por los libros, no existe fotografía de habitación o vivienda que aparezca en las revistas de arquitectura que no considere el espacio generoso para los libros. La segunda razón coincide con el afán contemporáneo de encontrar culpables del deterioro ambiental, que deben buscarse además en lugares y consumidores más susceptibles a la crítica, pero es también absurda pues desconoce que la mayoría de los libros se hacen con papel reciclado. Más allá sin embargo de estas apreciaciones debe advertirse que los argumentos esgrimidos a favor del libro electrónico son más románticos e ingenuos que los que formulamos los amantes de los libros: que son bellos, que se pueden palpar, oler, probar, prestar, arrojar, romper, envolver y regalar. Estos últimos son reales, calculados, probados, es decir son ciertos, no meras conjeturas. Algo no funciona en el mercado del libro electrónico, algo de carácter financiero y de mercadeo que algún tecnócrata escapado

del mundo financiero que recién se derrumbó, se resiste a reconocer. Tal vez algún banquero como Alberto Vitale, citado por Schiffrrin*, que obstinado provocó inmensas perdidas en Random House. Es cierto que el mundo contemporáneo esta empecinado en hacernos consumir lo que no reclamamos y necesitamos, lo paradójico es que en este caso el optimismo de los productores del libro electrónico es mayor que el de quienes durante años hemos intentado que la gente lea. El futuro del libro electrónico depende del incremento en los niveles de lectura, hasta niveles interesantes al propio mercado, pero cuando estos niveles se incrementen se contará con consumidores cultos y formados que probablemente compraran el aparato pero no estarán dispuestos a cambiarlo cada año. Así las cosas el mercado no será interesante para los productores del aparato. Por lo pronto los lectores empedernidos podremos comprar el kindle y aprovecharlo hasta que sus propios gestores lo vuelvan una antigualla. (pfa) * “...Bob Bernstein fue despedido como parte del plan magistral de S.I. Newhouse, y sustituido por un antiguo banquero incompetente llamado Alberto Vitale, que no paraba de ufanarse de que estaba siempre demasiado ocupado para leer un libro‖. Una Educación política. André Schiffrin. Peninsula. 2008.

Relatos autobiográficos (II: El sótano), Thomas Bernhard. Anagrama. 2009. Cuenta Thomas Bernhard que cuando trabajaba como reportero para el Demokratisches Volksblatt, cuando había un muerto, él, en cambio, escribía muchos, o varios, o centenares de muertos: ―La sensatez me ha prohibido ya hace tiempo decir y escribir la verdad, porque con ello, sin embargo, sólo se dice y se escribe una mentira, pero escribir es para mí una necesidad vital, y por esa razón escribo, aunque todo lo que escribo no sea sin embargo más que una mentira que se transporta a través de mí como verdad‖. Porque El sótano, El origen, no creo que sean, como totalidad, relatos autobiográficos. Prefiero que se vean, que se recomienden, como cualquier otra historia, sin esa etiqueta, ya odiosa, de autobiografía. El sótano es abandonar el instituto que ya en El origen era un lugar devastador, y convertirse en un aprendiz de comerciante en una tienda que parece y es un sótano; una antesala al infierno en donde cargar bultos que pesan toneladas pero que se pueden levantar sin problema, atender al mismo

tiempo a mil clientes, limpiar los vidrios y barrer el almacén, brinda un sentido de utilidad, o sea de felicidad absoluta. Thomas Bernhard era un dependiente y era feliz porque no tenía que pensar en mucho más. Bernhard suele acompañar los títulos de sus obras con un subtítulo: (El origen Una indicación, El sobrino Wittgenstein Una amistad…) en El sótano es precisamente lo que uno siente al leerlo: Un alejamiento. Por último, este libro, y sobre todo en sus diez páginas finales, tiene algo lamentablemente hoy escaso: madurez, absoluta madurez. No sé cómo explicarlo, no es una explosión, tampoco un afán… cuando terminé de leer, convencido de la mentira, sólo quise bajar la cabeza. Tomás David Rubio C. - Libélula Libros.

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A la sombra de las hojas Un viejo —ya de setenta años— y lascivo profesor David Kepesh refiere a un oyente anónimo, en un monólogo de 170 páginas, las vicisitudes de su pasión por una muchacha cubana, que fuera alumna suya, casi cuarenta años menor que él, y a la que — vaya paradoja— se pone el nombre de: Consuelo. Se nos dirá, con disimulo, que el oyente no es —como en otros libros de Roth— psicoanalista sino cirujano plástico: “Sólo hay algunas que se exhiben sin reserva y en la actualidad, debido a tanta polémica, a menudo no son las que tienen el tipo de pecho que tú habrías inventado.” (página 156); y que el relato ocurre en casa de Kepesh: “*Hay un cuadro de Stanley Spencer en la Galería Tate...] Está en uno de los libros de Spencer, abajo. Luego lo iré a buscar.” (página 157). Se nos dirá, con disimulo otra vez, que el libro debió de concluirse muy poco después del 11 de septiembre —“Una brillantez... que no había sido encendida por Bin Laden.” (página 158)—, y tal vez se caiga entonces en la trampa de comparar fechas y decirlo alter ego del autor. Es El animal moribundo, de Philip Roth (Alfaguara, 2ª edición 2007), que trata, otra vez, del amor y de la decrepitud. Tres pinturas —cuatro si contamos Las Meninas, que se emplea para la seducción— señalarán los momentos decisivos de la historia: el San Sebastián de Mantegna, al que se compara la muchacha que exhibe su menstruo (página 84); el desnudo de Modigliani —que ilustra la portada de la edición de Houghton Mifflin, 2001— en la postal que le despacha Consuelo a Kepesh: “Un desnudo cuyos senos voluminosos, podrían haber tomado los suyos [de Consuelo] como modelo... inexplicablemente dormido sobre un abismo de terciopelo negro que, dado mi estado de ánimo, asocié con la tumba.” (página 112); y, al final (páginas 156, 157 y 158), el de Stanley Spencer: “... un retrato en el que Spencer y su esposa, ambos ya cuarentones, aparecen desnudos...”*:, y que Kepesh— Roth describe con minucioso deleite, con verdadero morbo. Una naturaleza muerta con decrépitos. Como así acaba el libro. Como así acaba la vida. *Double Nude Portrait: the Artist and his Second Wife 1937 http:// farm1.static.flickr.com/245/535785242_929f50 db7e_o.jpg José F. Calle Libélula libros


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Diccionario personal Big bang. Teoría según la cual el origen del universo se halla en una explosión inicial. En el siglo XX se encontró evidencia de que el universo se expande, y se supuso que esto era una confirmación de la teoría. Esa evidencia, sin embargo, refuta la hipótesis del big bang: lo más seguro es que el universo esté huyendo de nosotros. Madre. Madre sólo hay una. El significado completo de este aforismo sólo se llega a conocer en una tarde fría en algún pico nevado de los Andes, cuando Ud. y sus amigos terminen de comerse la última parte comestible del cadáver de su madre que, además, es el último cadáver. Vida. Una fosa común. Pablo R. Arango

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La mano de la buena fortuna. Goran Petrovic. Traduc. Dubravka Suznjevic. Sexto Piso. La literatura subvierte el tiempo del lector y lo traslada a una dimensión distinta a la que habita. Todo lector, dedicado o no, lo habrá sentido, algunos habrán sido más conscientes, todos sin embargo al cerrar el libro sentimos que volvemos a un lugar del cual habíamos partido. Esa capacidad asombrosa, mágica, incluso mística, es la que nos emociona y puede convertirnos en empedernidos y viciosos lectores, por eso cuando sabemos o conocemos a alguien que no es lector sentimos cierto grado de compasión: aquel no conoce el placer de ausentarse y probablemente tampoco el del silencio. Imagina Petrovic que si dos personas leen el mismo libro a la misma hora y día se encontraran en él, e incluso podrán conversar y disfrutar del espacio creado. Las posibilidades derivadas de tal conjetura son múltiples: el adulterio incluido. La trama es abierta pero no compleja, Adam Lozanic un joven corrector de estilo es encargado por una pareja de efectuar algunas correcciones, que le serán advertidas, en un libro ya publicado, el pago será importante mientras que el trabajo parece aburrido. No obstante el joven Adam será

sorprendido por el extraño texto, se trata de la descripción de un lugar, un palacio, sus jardines, el horizonte y todo lo que lo habita, carece sin embargo de historias y de personajes. Lo fabuloso es cada que lee el libro lo habita, es decir entra a aquel lugar, tal como lo hacen otras personas también lectoras. El escritor no narró una historia, creo un mundo para vivirlo con la mujer que amaba. La mano de la buena fortuna es un juego de cajas chinas, cinco historias que contenidas unas en otras, más que confundidas o mezcladas, conforman un libro maravilloso. Leerlo ha sido un placer, recordarlo, imaginarlo, emplear el secreto que devela, será un placer mayor. Nota: Esta segunda edición en español viene acompañada de un pequeño opúsculo: Méjico jpg., se trata de las impresiones de Petrovic después de su visita como escritor invitado a la Feria de Guadalajara. El humor y la fina percepción del autor se hacen evidentes. Entre sincretismos casi absurdos, y colores y vitalidad desbordada, el escritor descubre que el trópico, incluso aquel tan septentrional, hace que los hombres creamos que nada es definitivo, o que todo puede serlo. (pfa)

Dissipatio humani generis. Guido Morselli. Laetoli. Traduc. Elena del Amo. Todos los hombres han desaparecido de una manera extraña y definitiva, solo uno pervive, uno que precisamente quería excluirse, vivir al margen: solitario y renegado, un provocador inteligente e hipocondriaco que prefería la soledad de las breñas, molesto por la idolatría del mundo contemporáneo a la comunicación. Su propósito había sido suicidarse en el lago de una caverna pero se arrepintió, cuando regresó a la superficie todos los seres humanos se habían volatizado, lo demás estaba intacto, o mejor inmóvil, sin vestigio alguno de violencia, la naturaleza seguía su marcha, pero sin hombres. El superviviente no se extraña ni se molesta, al fin y al cabo detestaba aquel mundo absurdo y autocomplaciente. Tal vez se trate, piensa, del fin del mundo y Dios se ha olvidado de él, razones no faltarían: ―Los hombres han desencadenado, durante treinta siglos, aproximadamente 5.000

guerras. Han tenido la culpa (el hallazgo es de Albert Camus), si no de comenzar la Historia, al menos de continuarla. No los condeno. Su culpa peor o más reciente ha sido el Afeamiento del mundo. Se solían añadir otras imputaciones: la Contaminación, el Salvajismo (o, dicho con eufemismo, la ―violencia‖). La Inflación (sin eufemismo: la peste monetaria)‖. Las primeras horas y días de soledad son felices, es el heredero absoluto, el vértice final de lo humano, el fin. Su sueño de soledad y autonomía ha sido alcanzado, puede vivir y moverse a sus anchas, pensar sin ser agobiado, moverse sin ser requerido a la conversación. La sensación de soledad sin embargo es angustiosa, duele. El hombre deambula e intenta encontrar otros seres humanos, sin lograrlo. Está realmente solo, infinitamente solo. Presiente que habita una dimensión extraña pero los objetos que lo rodean, y los vestigios del abandono –la forma como quedaron las camas que aparentemente ocupaban- delatan que son los demás quienes han partido a otra dimensión. Se siente abandonado en un mundo borgiano, el Apocalipsis tal vez. El afeamiento y la comunicación habrán sido sin duda las razones de

la molestia divina, pero ¿y las de su exclusión?. Reclama entonces en un estado de alucinación ser recogido, reintegrado al grupo, vuelto de nuevo a la especie. El suicidio ahora es imposible: la vida como el tiempo y como la historia quedan en suspenso si estamos solos, quitársela entonces es un absurdo. Dudo que sea una metáfora. Morselli no era un moralista. Dissipatio humani generis es la creación de un universo oblicuo y aterrador. A nadie debe importar si esta historia es posible o no, nadie puede sentirse aquel solitario y menos un justo volátil. Mas vale pensar en el genio de Guido Morselli que habiendo imaginado y escrito este portento no lo vio publicado. Se suicidó en 1973, a los 69 años, autoexcluido del mundo literario italiano; a Calvino le había escrito, huyendo y escondiéndose: ―Para no serle del todo desconocido: soy emiliano, autodidacta, vivo solo sobre un pequeño trozo de tierra donde hago de todo, incluso el albañil…‖ ―Existe algo desesperado y, al mismo tiempo, apacible en estas páginas‖ dijo de ellas Calasso cuando las publicó en Adelphi. Sin duda. Yo dosifique su lectura cuanto pude. (pfa)


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La vida en minúscula. Alfred Polgar. Traduc. Manuel Lobo. El Acantilado. Uno: ―Sobre los adoquines yace de espaldas una viejecita. Una ciruela reseca del árbol de la vida‖. Dos: ―Al principio se trataba tan solo de una simple amigdalitis‖. Tres: ―Era un hombre bajito y descontento. Hablaba cada día con unas diez personas y escribía, pongamos, unas diecisiete cartas. Era un grano de arena en la orilla de la existencia.‖ Se trata del comienzo de tres cuentos de Polgar. Los cogí casi al azar, abriendo el libro. Son evidentemente directos y aparentemente simples, encierran sin embargo una complejidad peligrosa: una vieja es una ciruela reseca; la amigdalitis es una simple enfermedad pero por ahí comienza todo, con la visita de o al médico; y un hombre descontento, como casi todos, al fin y al cabo apenas es un grano de arena. Supongo que será difícil catalogar los textos que componen el libro, nadan entre el relato breve y el apunte y las notas: literatura de café tal vez la habrá etique-

tado alguien. Su parecido con Peter Altenberg es evidente. La historia o idea apenas esbozada habría sido un mero apunte para otros que habrían construido un inmenso edificio, Polgar en cambio, y Kraus y Altenberg igual, prefería el relato conciso y deslumbrante en el que de ser posible se pudiera deslizar la poesía o el apunte ensayístico. Alfred Polgar, al igual que el incomparable grupo de escritores que habitaron Viena durante la primera mitad del siglo XX, consideraba los cafés como su espacio vital, e incluso llegó a opinar que "si su café cierra, el verdadero centralista se siente arrojado al mundo, expuesto a los accidentes y anomalías de una tierra extraña. El Café Central está ubicado en el meridiano de la soledad de Viena, sus habitantes son personas cuya hostilidad hacia los hombres es tan grande como su deseo de estar con personas que quieren estar solas, pero necesitan compañía para hacerlo". Si casi toda su existencia transcurría en el café es dable imaginar que allí escribía y que sus relatos debían tener la extensión y ligereza propia que el ambiente y el tiempo le permitían. El genio salva el texto del mero mamarracho.

Los relatos, y aceptemos este término para definirlos, están cargados de un humor denso y, de nuevo, peligroso. Polgar es un subversivo que debía preocupar a las autoridades, si es que ellas leían. Sus personajes y situaciones delatan la insensatez del estado –de todos los estados-, su modorra insidiosa y perversa, así como la desidia y dejadez de los ciudadanos siempre perezosos. En estas situaciones Walter Benjamin supo percibir una premonición: la Viena de la primera mitad del siglo XX se venía abajo y con ella aquel universo de cafés e intelectuales que tendrían que mover sus cuerpos como nunca lo habían imaginado. ―Lastima que aquel globo verde como la hierba fuese a dar contra el canto agudo de un marco de metal. Su alma, fundiéndose con el todo, abandonó la piel, y convertido en un miserable guiñapo arrugado, fue bajando por la pared hasta el suelo‖. Puede ser un globo, o podría haber sido la Viena que se sentía etérea y casi eterna. El caso es que Polgar tenía un genial olfato para percibir lo que comenzaba heder, y a la vez, una inmensa capacidad para advertirlo con humor e inteligencia. (pfa)

Delicias y sombras. Ted kooser. Traduc Hilario Barrero. Pre-textos. 2009. Ted Kooser tiene la convicción de que la vida es incontrolable: ―…ni aún en un mundo tan abreviado hecho sólo de pequeños acontecimientos podría una persona controlar esta vida‖; las pretensiones del hombre que sale temprano en la mañana convencido de su papel y su importancia son ajenas al poeta laureado de Iowa, los grandes acontecimientos, incluso el conocimiento minucioso, práctico y productivo de los asuntos le parece presuntuoso, queda entonces el goce minucioso y delicado de lo que nos rodea y el permanente asombro frente a lo aparentemente pequeño o insignificante: las cosas de la casa que nos hacen amable nuestra estadía o las personas sencillas que muy a

su pesar resumen el universo entero. Por eso la acción más importante del hombre de negocios se lleva a cabo tal vez apenas comienza el día: ―sus manos revolotean como pájaros,/ cada una con una cinta de seda/ para construir su nido,/ mientras él, de pie frente al espejo,/ vistiéndose para ir al trabajo, se saludaba/ a sí mismo con ambas manos‖. Y saldrá con un nido en el cuello. Algunos versos de Kooser subvierten con fortuna las formas y combinan sensaciones: ―…este café vietnamita, con su luz aceitosa,/ sus olores en forma de flor…‖, o ―cuan pesada es su belleza‖, mientras que otros poemas tienen una fuerza narrativa que les permite asemejarse, sin vergüenza, a pequeños cuentos, directos, sencillos y muy personales. Algunos críticos lo han comparado con Chejov. No es vano el título de este poemario, delicias y sombras son palabras que definen bien lo que quiere Kosser: aquellas delicias que nos provocan un placer intenso del animo (dice el RAE) y las sombras,

nuestras y de todo, aquellas del amanecer o del atardecer cuando la contundencia de los objetos y de nuestras sensaciones esta rota por sus propias oscuras prolongaciones. Es el asombro sin embargo lo que mejor precisa o circunscribe los poemas de Kooser, el que provoca una vajilla azul, o el cielo estrellado convertido en ―la tensa pared de las tinieblas‖ o en ―la suave lluvia del pasado distante‖, y el que generan los extraños e inexplicables prodigios de la naturaleza como aquel de ―la pequeña mariposa nocturna que vive de lágrimas‖. Poemas para la espera, cualquiera que ella sea: el paso del tiempo, la hora definitiva, la resolución o respuesta de alguna persona; una espera en la que ―no hay inquietud ni impaciencia / ni rabia a la vista‖. Ojala todos tuviéramos la fortaleza para esperar como algunos esperan en la sala de oncología, o como los viejos de estos poemas que ya han comprendido la inutilidad de buscar algo nuevo. (pfa)


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―Montauk‖. Max Frisch. Laetoli. Traductor Fernando Aramburu. ―el escritor recela de los sentimientos que no se prestan a ser publicados. Él espera entonces su ironía. Supedita sus percepciones a la cuestión de si son dignas de ser escritas y vive de mal grado lo que no puede en absoluto poner en palabras. Esta enfermedad profesional del escritor convierte a algunos en bebedores‖, escribe Max Frisch en Montauk, novela corta en la que se confunden tiempos, personas, realidad y ficción. La vida es así, al menos la de un escritor o la de un apasionado por la literatura, nadie puede esperar cosa distinta, mucho menos quienes lo rodean. ―…La literatura conserva el momento, para eso existe…‖. El escritor teme al olvido, lo que no pueda volver

literatura, o no existe o no vale la pena que exista. Sin ella o la posibilidad de estar dentro de ella el universo se desordena, no es que caiga en un caos que al fin y al cabo es su estado natural, sino que es imposible habitarlo. Montauk es el relato del amor de un escritor viejo y una joven que intenta primero entrevistarlo y luego cautivarlo. A él no le extraña. Le agrada esta curiosa situación. La vive en cámara lenta como si fuera copiándolo todo, grabándolo, volviéndolo literatura, o mejor, comprobándolo literatura. ―Amagannsett se llama, pues, la pequeña localidad donde ayer decidió relatar este fin de semana: de manera autobiográfica, sí autobiográfica. Sin inventar personajes; sin inventar acontecimientos que fueran más ejemplares que su realidad; sin desviarse con invenciones. Sin justificar su escritura en virtud del compromiso frente a la sociedad; sin mensaje. No tiene ninguno y, sin embargo, vive. Él solo quiere contar (con todo respeto

hacia las personas que cita por su nombre): su vida‖. Primera y tercera persona se confunden, como es natural. ―…No vivo con mi propia historia, sólo con las partes que pude transformar en literatura…‖ concluye. Genial. Y recuerda o inventa, que importa: ―un nobel francés solicita papel y pluma por el trayecto hacia la guillotina a fin de anotar algo, y le son proporcionados. La nota podría, claro está, ser destruida en caso de que estuviera dirigida a alguien. No es así. La nota es pura y simplemente para él mismo: pro memoria‖. La obra de Fisch parece ser tan diversa y profusa como su vida, no obstante en español han sido pocas las obras que se han publicado y lo han hecho con curiosas intermitencias. Durrenmatt, su compañero generacional e incluso gremial, ha tenido probablemente mayor divulgación, por eso es necesario agradecer a la editorial Laetoli la publicación de este libro, y el encargo expreso formulado a Fernando Aramburu de su traducción. (pfa)

El rey de las Dos Sicilias. Andrzej Kusniewicz. Traduc. Bozena Zaboklicka. Anagrama -Otra vuelta de tuerca-. 2009. ¿Qué es lo que recordamos o por qué?, ¿qué hace que sin motivación alguna ciertos asuntos vuelvan a nuestra mente, algunos con mayor nitidez otros en cambio velados?. ¿Por que algún tiempo después lo que ahora es claro se torna oscuro y nebuloso mientras que lo olvidado diáfano?, ¿dónde se ubican la memoria o los recuerdos?. Felisberto Hernandez, el escritor uruguayo, propuso un lugar que llevamos dentro: ―la tierra de la memoria‖ la llamó, y como en todo territorio, predomina el polvo que se posa y se levanta a su antojo. Kocourek, un personaje en El rey de las Dos Sicilias dice mientras camina junta a Emil: ―estoy pensando si mañana, pasado o dentro de unos días, cuando quizás la guerra nos haya borrado todas las otras impresiones, este momento preciso en que caminamos así los tres, sin razón, sin fin, pensando vagamente sobre lo que pasó aquí ayer, sobre el supuesto crimen,

si este instante no será el que quede más profundamente grabado en nuestra memoria... ¿Por qué? No sé. Pero esto pasa con esta estúpida cosa que es la memoria humana‖. La historia, esa disciplina que narra con rigor los hechos que son aparentemente trascendentes, se equivoca. O mejor, es algo irreal y absurdo que por conveniencia y cierta necesidad de orden aceptamos y aguantamos. La historia escoge lo supuestamente importante, los asuntos, las cosas, los momentos que requiere su afán organizador. La literatura no, ella reconoce la precariedad de contar o narrar el pasado, reconoce la trascendencia de lo pequeño , breve e insignificante: ―...todo cuenta, todo es en un momento dado excesivamente importante para alguien, así que no se puede omitir ni menospreciar nada‖, dice el narrador (¿que novelista no ha pensado igual?). El asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo definió el destino de pueblos y naciones, a pesar del suceso, la vida de los ciudadanos seguía inatajable su marcha, tal como lo hicieron los sentimientos de Emil, el joven miembro del destacamento cuyo nombre sirve al título de la novela. Turbado y perdido gracias al amor

y a la particular e insoslayable influencia que Elisabeth su hermana ejercía sobre él. Sentimientos aquellos que condenan a Emil convirtiéndolo en el insensible asesino de una joven y hermosa gitana, tan salvaje e inculta como aquel refinado y delicado. Señalar la maestría de Kusniewicz para advertir el barroquismo de una época extraviada a medio camino entre un siglo y otro, es advertir de manera parca las virtudes de una novela magistral, debe además señalarse el formidable juego que el narrador plantea al lector a quien invita a entrar y salir de la historia; nada más comenzando señala que por preciso que sea el narrador, esta y toda historia, podría comenzar por muchas puntas, una por supuesto la más formal, otra u otras que interesan más, nacen en lo particular, en lo aparentemente intrascendente. Esta novela es genial y merece, como se lo han otorgado, lugar privilegiado en la literatura del siglo XX. Su autor, un escritor polaco tardío nacido en Galitzia, es ahora con razón canónico, su reimpresión es más que merecida y enaltece la curiosa y heterodoxa nueva colección Otra vuelta de tuerca de Anagrama. (pfa)


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Sobre las crónicas de dos editores Cierta inquietud por comprender mejor el mundo editorial me mueve a la lectura de todo libro escrito por editor o librero, presiento que me enteraré de ciertos secretos que luego me permitirán comprender mejor un ambiente que sigue pareciéndome a pesar de tales lecturas enrarecido y afectado. Una actividad a medio camino entre el romanticismo, el optimismo y el negocio. Las variables podrían ser más, pero estas tres bastan para hacer del asunto un puerco espín. Pero insisto, como insisten los escritores en intentar comprender, así que me di a la lectura de El optimismo de la voluntad de Jorge Herralde y de Una educación política de André Schiffrin. La de Schiffrin, editor celebre y mítico, fue publicada por Península, la de Herralde por el Fondo de Cultura Económica. No son comparables, no van por el mismo camino. La crónica de Schiffrin es un relato autobiográfico en el que recuerda la historia de su padre y la fundación de la Pleiade y el apropiamiento de la colección por parte de Gallimard. El libro de Herralde en cambio es, tal como ya nos tiene acostumbrados, una recopilación de textos ya publicados: conferencias, reseñas, discursos, presentaciones de libros, y algunos textos escritos de manera expresa para el

caso, como ―una especie de patchwork‖ los define él mismo. Schiffrin tiene un evidente afán narrativo, Herralde parece en cambio el jefe de una tropa que después de guiarla decide hacer un alto en el camino y contar ciertas anécdotas, que si bien tienen valor histórico, están afectadas por un elevado grado de autocomplacencia. No obstante Schiffrin y Herralde tienen dos importantes puntos de encuentro: las ideas políticas que defienden y el ejercicio editorial independiente. Ambos de izquierda aunque Schiffrin ha hecho de la política una actividad más cotidiana, Herralde en cambio parece haber menguado sus intereses una vez quedó atrás el arrebato y el encanto de ―la movida‖, caído Franco. La independencia editorial es en los dos una característica definitiva. Anagrama ha sido y será un sello autónomo que se rige tan solo por los intereses de su propietario y editor, que incluso por momentos puede parecernos caprichoso. Schiffrin es sin duda uno de los grandes referentes de la edición independiente en los Estados Unidos, primero desde Pantheon, luego desde New Press, editorial que fundó después de que Random House hubiese sido adquirida por uno de los grandes grupos editoriales que aglutinan la gran mayoría de las ediciones en el mundo. La independencia de estos dos grandes editores es sin duda su más grande e importante enseñanza, la una tal vez más catalanamente gozosa que la otra, aquella quizás pulida por

la huida, las deslealtades o el ejercicio a cotracorriente de un oficio asediado por el afán mercantil, un afán que impide a sus dueños, percibir donde deben entrar y donde es inútil que lo hagan, pues solo provocarán trastornos y malestares, quiéranlo entender o no el mundo del libro nunca podrá entregar las ganancias que hallaran en otros mercados. ―Sé con toda seguridad, por mi propia experiencia reciente y por la de mis colegas, que se lleva una vida muchísimo mejor y más feliz fuera de la ballena que dentro‖, escribe Schiffrin, lo que sin duda habrá percibido también Herralde, quien por demás define magistralmente su consigna: ―la labor de un editor literario no consiste en vender productos sino en descubrir a los mejores escritores de su tiempo y editar libros de la forma más cuidada y exigente posible. Con la esperanza y la obstinación infatigables de convencer a los lectores de que también para ellos serán libros necesarios‖. Tanto lo que sabe Schiffrin como lo que propugna Herralde aplican a los libreros. Este último advierte de manera recurrente la cercanía entre los dos oficios y siente como natural la confusión de las fronteras que puedan dividirlos. (pfa)

mas comercial, si bien el foco del libro es el mismo de la película, la eterna lucha entre las coincidencias humanas y la razón bajo el telón de fondo de un juego mundialmente conocido, la película se queda corta frente a la bella narración traducida para Anagrama por Damian Alou, el libro nos muestra además apartes más interesantes de la India que lo que muestra la película, por tanto, creo que se debería leer mas el libro de lo que se vio la película, así hubiere sido esta la razón de ser de que muchas personas conocieran el primero, yo tuve la suerte de comprar el libro en una de esas promociones increíbles de Anagrama mucho antes de que se hiciera famoso. El segundo fue El lector de Bernhard Schlink, una historia romántica, absolutamente transparente, de la Alemania que había sido recientemente golpeada por el holocausto nazi, lo cual fue muy aprovechado por las personas que realizaron la adaptación, solo faltó que no tuviera olor a cine sino a papel, que es como a madera con alcohol, para que se confundiera el uno con el otro, el director de la película, Stephen Daldry logro recrear las

imágenes que me había creado mientras leía el libro. Finalmente esta El extraño caso de Benjamin Button, la película sin lugar a dudas fue mucho mejor que el libro, un poco porque la protagonista es bellísima otro tanto porque la idea se presta para hacer imágenes increíbles y narrar esta historia de forma impecable, en esta ocasión el ejercicio fue al contrario vi primero la película, creo que eso se prestó para que en mi mente tuvieran mayor vigencia las imágenes de la película que las imágenes que Fitzgerald narró. Todo lo anterior es apenas una opinión manifestada desde el placer que me generan cada una de las historias narradas con letras o con imágenes. Me atrevo por tanto invitar a los lectores a que se animen a escribir en este Boletín a que nos cuenten su opinión de la relación cine y literatura o de la película que fue mejor narrada que el libro o viceversa, la idea es simplemente conversar acerca de esta relación tal vez ya roída o cansada, que a tantos nos apasiona y que tanta tela tiene aún para cortar. Humberto Posada C.—Libélula libros

Cine y literatura El 2009 fue un año lleno de películas y de libros, gozo de ambos. El solo acto de ir a cine, a pesar de que la película no tenga mucha acogida entre las personas que creen tener conocimiento de este arte, es una de las mejores formas de pasar una noche tranquila. Otra forma de pasar el tiempo sin prisa, en silencio o mientras se espera que las manecillas del reloj corran sin que nadie las alcancen, es leer, ambas cosas son placeres para personas tranquilas que no requieren de grandes montajes para disfrutar del paso del tiempo. Este año no solo estuvo invadido de eventos independientes, de libros y de películas sino de adaptaciones de libros al cine. Por tal motivo hice el ejercicio de leer tres libros y ver las adaptaciones de los mismos, el primero fue: ¿Quiere ser millonario? de Vikras Swarup, el libro fue mutilado vilmente por la intención de ser un producto más occidental,


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