Boletín 44 Libélula Libros

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Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia. Fecha del boletín Julio 31 de 2008.

Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@gmail.com - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO

ISSN 1909-0110

Edición especial 7o. Aniversario

Dossier Antonio Di Benedetto

Ilustración de Felipe Calderón

Colaboradores: Claudia Tamayo, Rafael Muñoz, José F. Calle, Felipe Calderón, Misael Peralta, Tomas Rubio, Christian Londoño, Mario López, Martín Franco, Pablo Arango, Carlos Augusto Jaramillo, Humberto Posada.


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ANIVERSARIO

años de vida tal vez sean pocos, pero nos sentimos tan contentos de llegar a ellos que no ocultamos nuestra emoción, menos cuando percibimos que nuestros amigos, muchos de los cuales los hemos hecho aquí, sienten una emoción tanto o más grande que la nuestra. Sus testimonios demuestran que la tarea de construir un lugar de ciudad propicio a la lectura y la conversación se ha cumplido incluso más allá de nuestros iníciales propósitos. (Carolina Arango, PFA) Hice un pacto silencioso con la librería Hace poco más de cinco años entré por primera vez a la librería y buscando algún libro de Pizarnik, (libro que aún hoy espero encontrar al abrir alguna de las emocionantes cajas que llegan), me detuve en el lugar en el que se ubica la sección de poesía. No he sido amante de la poesía y raras veces la comprendo, pero Pizarnik causó un efecto insospechado y buscándola encontré a Pessoa en medio de esa extraña afición que consistía en descubrir libros por mi propia cuenta. “Al final la mejor manera de viajar es sentir,” así comienza el primer poema de Álvaro de Campos, libro III. No, no es cansancio y otros poemas. Supe que este libro debía esperarme. Desde entonces hice un pacto silencioso

con la librería y me prometí comprarlo. Años después el libro continuaba esperándome y cuando empecé a trabajar como dependienta, era inevitable temer el riesgo de que el libro fuera vendido o peor aún de que yo algún día me viera en la compleja situación de introducir el libro en una bolsa naranja mientras le agradecía al feliz lector por su compra. Por fortuna en noviembre de 2007 y después de tanto esperar logré conseguirlo. Esta clase de pactos con los libros no siempre llegan a feliz término. He visto la hendidura que deja ese rastro ausente del tan anhelado libro, que por razones de universo o de destino da con otro. Siempre queda una buena sensación cuando se vende un buen libro porque sin duda estos se alejan dispuestos a recorrer el camino que como Borges nos recuerda: “… da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”. Claudia Tamayo G. – Libélula libros.

Libélula se volvió un punto de encuentro Al asomarse a la ventana se puede ver una larga escalera. La escalera desciende hasta un parque. La pendiente es considerable y por más que hice el ascenso tantas veces, no llegue a habituarme. Siempre terminaba con la respiración entrecortada y el corazón en alta revolución. En ocasiones prefería el camino largo, de inclinación reducida. Para tomar esta vía, hay que hacer un tipo de bucle (si nuestro punto de referencia es el parque). Al vencer entonces la escalera o al tomar el camino menos pendiente, llegaba a Libélula. Llegaba desde varias metamorfosis: a mirar libros, a preguntar por libros, a comprarlos. Luego las metamorfosis se diversificaron:

iba a visitar a los amigos, luego a trabajar, iba también a conversar, iba sin razón, a ver no solo a los libros, sino a las Libélulas y Libélulos que se volvieron también familia y amigos. Libélula se volvió un punto de encuentro, ahí también celebramos cumpleaños, graduaciones y compartimos hasta penas de amor (unas que se volvieron legendarias). Al asomarse a la puerta se ve la ciudad en movimiento, se ve a ―Calidad‖, a Pablo y sus frutas y se ven también algunas siluetas que tienen un meneo que no cabe por la calle, que caminan en versos de cuatro a cinco tonadas, que se emperimbomban y salen de rumba*. Se ven muchas cosas, desde un lugar de pequeña superficie. Tantas cosas que se añoran en la distancia. Rafael Muñoz Tamayo – Libélula libros *Alheña y azúmbar. Jaime Jaramillo

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A la sombra de las hojas Como “pequeño tributo a Georges Perec”, al final de Prosa y circunstancia (Anagrama) Enrique Lynch hace una suerte de inventario, verbi gratia: “ME GUSTAN:... Stevenson< Emily Dickinson< Philip Larkin< Bach< Wallace Stevens< comer muy bien< Cathérine Deneuve< Stan Laurel & Oliver Hardy< The Rolling Stones< Nabokov< hablar como un colombiano< el café< Karen Blixen…” “NO ME GUSTAN: < Wagner< Popper, Habermas< Picasso, Mozart (con excepción del Réquiem), el deporte< El Quijote< los críticos de arte< las fiestas populares< los tenores en las termas de Caracalla< el basketball (y menos si lo llaman “baloncesto”) < los vecinos...” Perec el taxónomo tiene, por supuesto, listado semejante. “Me gustan:< los jardines< las pastas recién hechas< el jazz, los trenes< caminar por París< los lagos, las islas, los gatos...” No le gustan: “las legumbres, los relojes de pulsera, los políticos< los peluqueros, la publicidad, el té< Godard, la mermelada, la miel, las motos...” El propio Perec se encarga, sin embargo, de establecer su filiación: Sei Shōnagon: “Sei Shōnagon no clasifica; ella enumera y recomienza. Un tema suscita una lista, simples enunciados< M{s all{, un tema casi idéntico produce otra lista, y así sucesivamente<” (Pensar, Clasificar: Gedisa). La ayudante de menor rango — de la emperatriz Sadako, circa año 1000— que la posteridad conoce como autora de El libro de la almohada escribió: “Se trate de lo que fuere, poco importa, puede decirse que todo lo que es pequeño es adorable.” (traducción de Pinto et al); o: “< en verdad todas las cosas pequeñas son adorables.” (Borges y Kodama); o: “Cualquier cosa, si es diminuta, resulta grata.” (Amalia Sato). Y llego al fin a Jane Bowles: “Placeres sencillos —<— como los que se obtienen sin estar entre mucha gente<Placeres sencillos como estas patatas asadas en vez de bailes, whisky y orquestas…” (Placeres sencillos: Anagrama). Todo para decir que me gusta, o que es cosa adorable: por pequeña, o que —desde hace ya siete años— no conozco otro placer más sencillo que quedarme la tarde del sábado, toda, en Libélula.

José Fernando Calle Libélula libros


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Diccionario personal Mandamientos. Para hacerse una idea, basta considerar uno solo: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esto estaba pensado desde el comienzo para que se les aplicara también a masoquistas y suicidas. Pablo R. Arango—Libélula libros.

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na libélula es un animal que parece no volar, se sostiene y parece magia. Una librería es un sitio que por su peculiaridad necesariamente se vuelve día a día, chip a microchip, más anacrónico. Y por eso la nostalgia. Un sitio que no sigue las reglas, mucho menos la velocidad. Se sostiene a otro ritmo, ese ritmo es el silencio. Un sitio donde el polvo además de enemigo tiene algo de nieve, donde los rayos de sol que decoloran son también halos de luz que se filtran tranquilos y parecen una cortina tibia, donde cada estante es un fortín retador que cuando nadie ve me guiña un ojo, donde el anobium punctatum es una sombra gigantesca que contradice su biología; un sitio donde todo puede ser visto de otra manera, donde en cualquier momento un río puede pasar y de la silla no nos hemos movido. Y esa inmovilidad que es un lector encuentra adecuado ambiente en la Libélula, además café y al Doctor Calle. La libélula se posa con delicadeza y su batir de alas es invisible. Cualidades que la Libélula acomoda dentro de lo caótico de la ciudad y sus visitantes agradecen. Es extraño pero justo ahora me viene una imagen: un retrato de Borges y un libro curuba: el monóculo de de Campos. Eso es lo que hace Libélula. Eso vale una vida. Tomás David Rubio Casas – Libélula libros.

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Siento como propia la alegría de sus siete años Conocí Libélula hace unos tres años por cuenta de Milan Kundera. Por entonces una antigua novia me envió a Bogotá La insoportable levedad del ser, advirtiéndome que lo había comprado en una bonita librería por los lados del Multicentro Estrella. Jamás había oído hablar del lugar. Cuando regresé a Manizales –motivado, además, porque el libro me encantó–, lo primero que hice fue visitar la librería para corroborar la imagen que me había creado de ella. Llegué una tarde en que estaba vacía y no andaba más que su dueño, Pablo Felipe Arango. Por aquella época yo había escrito una columna en La Patria sobre la feria del libro y Pablo me reconoció de inmediato, a pesar de que la foto del periódico era vieja y mal tomada. Yo jamás había cruzado una sola palabra con él, pero esa tarde nos quedamos un buen rato charlando sobre aquel escrito. La librería por supuesto me encantó; luego de la conversación terminé llevándome un libro de Flaubert, mientras

Pablo me enseñaba por primera vez este boletín. Llegué a casa y devoré los tres ejemplares que me regaló donde – recuerdo–, estaba la memorable definición de ―música clásica‖ que escribió Pablo R. Arango (el malo) en su diccionario personal, y una bonita entrevista con un autor que me encanta: Alejandro Zambra. De inmediato le escribí a Pablo Felipe pidiéndole que me abriera un espacio, cosa que ha respetado hasta hoy sin cambiar una sola coma. Valga decir, además, que durante estos tres años mal contados aquella fue la única vez que vi al dueño de Libélula; resulta curioso, sí, porque cuando voy a Manizales y me paso por la librería jamás lo encuentro. De hecho, muchos de los personajes que ‗habitan‘ aquel lugar –como el honorable doctor Calle–, son todavía para mí un misterio. Pero gracias a Libélula he conocido, también, personajes con quienes he tenido conversaciones memorables al calor de unos buenos tragos. Me refiero, como no, a Pablo R. Arango y Carlos Augusto Jaramillo. Digamos, pues, para no alargar más esta nota, que aunque llegué tarde a este refugio y a pesar de que no lo visito con relativa frecuencia, siento como propia la alegría de sus siete años. Y claro: como todos, deseo que sean muchos más. Martín Franco Vélez – Libélula libros

Simetría en los estantes Fue una noche de jueves, yo estaba mirando, desprevenido, un libro que Tomás me había enseñado. Su saludo fue un amable ―buenas noches‖. Pensé una respuesta apropiada, tal vez sería conveniente un ―don Pablo‖, ―doctor Pablo‖, ―señor Pablo Felipe‖, etc. Seis meses después sé que lo mejor hubiera sido un gentil silencio. Porque, según él, mi respuesta terminó siendo un grosero y confianzudo ―qué hubo Pablo‖. Ahora cuenta que, ya conversando, hubo palmaditas y que, luego, mi despedida intentó ser un abrazo. No habían pasado 24 horas y pfa ya me tenía por un sinvergüenza. Hasta ahora la historia de pfa es la versión oficial de los hechos y no creo que exista forma de hacer creer lo contrario. Aún así,

quiero agregar, acudiendo a mi cuestionada memoria, un pedazo de la historia que siempre pasa por alto: esa noche pfa ―me contó‖ dos historias; la primera fue El Nadador de John Cheever, la segunda fue, por poseer cierta similitud, Wakefield de Nathaniel Hawthorne. Esas dos historias, más los cuentos de Cortázar que Tomás -quizá para desembarazarse de la rémora que yo era- me contaba, fueron los milagrosos culpables. Los culpables de hacer nacer en una persona el sentimiento que ahora, considero el más hermoso: el amor por el lenguaje de los hombres. Sumado al amor por los cuentos, por Borges, por la simetría en los estantes, por las bonitas ediciones, por las personas que habitan la Libélula. La librería ganó, entonces, un visitante devoto, a quien increíblemente –aún sigue siendo inverosímil- se le concedió el honor de cuidar de ella. Christian C. Londoño E. – Libélula libros


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Mucho más que simples libros Recuerdo qué me acercó a la librería: La Montaña Mágica. Esto ocurrió en una Feria del Libro de Manizales y yo tenía 16 años aproximadamente. Iba casi todos los días a preguntar si habían traído el libro que pedía, y, en cambio, el dependiente me ofrecía a Tol-

kien. Intentaba disimular mi desagrado pues las dimensiones del joven que me atendía eran de 2m x 2m. Lo único que podía hacer era recibir los 3 tomos de El Señor de los Anillos (en presentaciones y ediciones diferentes) y, mientras miraba sus ilustraciones, pensar la forma de escapar del gigante. Después de mucho sufrir, anhelar, ir a molestar a los propietarios y empleados de la librería, etc., por fin me consiguieron La Montaña Mágica. Era negro con blanco y tenía una pequeña ilustración donde aparecía una hilera de sillas mecedoras. Era

muy gordo, el libro. Estaba emocionadísimo, yo. También recuerdo ahora otra cosa: la cara que hizo Lilia cuando vio el tamaño del libro; sus ojos abiertos, su mirada y su "no creo que lo lea, Felipe". Estamos en julio de 2008, miro hacia atrás –como quien dice, en retrospectiva- y noto que es mucho más que simples libros lo que he obtenido de mis constantes visitas a Libélula: amigos, cafeína y buenas conversaciones… Un segundo hogar: eso es Libélula para mí. Feliz cumpleaños. Felipe Calderón Valencia – Libélula libros

vista económico es una proeza que una librería sobreviva en un país como este, en una ciudad como esta, en un espacio como este. Si a alguien le interesara la numerología en este momento podría pensar que 7 es un numero perfecto, sin embargo a mi me interesa más la capacidad que tienen algunos lugares para convocarnos, como la librería; en alguna parte leí que los humanos, como los caracoles, llevan su casa a cuestas, pero a diferencia de ellos, de los caracoles, la de los hombres es mental, la capacidad que tiene este sitio es la de ayudarnos a amoblar la casa con los artefactos, útiles e inútiles, que más nos gustan, sin más preocupaciones que hacer de la mente el lugar más cómodo y habitable

posible, sin importar los números, solo la literatura. Todo este tiempo he ido desarrollando un afecto por el sitio que me hace extrañarlo cuando no puedo habitarlo y que me hace hablar de él como cuando se habla de los primeros juguetes de la niñez, es un afecto que crece con el tiempo y con la gente y que me hace sentir tan propia la librería como los libros que han ido creciendo en mi biblioteca, y no me cansare de agradecerle a la librería el hecho de permitirme llegar a ellos. Espero seguir al lado de la librería, de su gente, de los amigos y poder llegar a cantarle el tango que dice: ―20 años no es nada, que febril la mirada‖… Humberto Posada C.—Libélula libros.

tos pecados. Nada de ingenuidades lectores, el infierno les espera regresando a La Librería durante su séptimo año. Lo he visto con mis propios y condenados ojos. He visto en la expresión de los visitantes la avaricia, la gula, la lujuria, de a una o a la vez, están ahí cuando abren ciertas páginas, al rozar con los dedos un libro, al abrir una caja y encontrar el título largamente esperado. Se muestran impávidos pero no os engañéis, quieren poseer esos libros a toda costa, devorarlos rápidamente, con una pasión desbordada. Van a sus casas, se encierran, algunos apagan el teléfono, y no salen hasta estar ahítos. Y qué decir de la pereza, Por Dios, un sábado, una tarde entera entregada a este magno vicio. Se les ve por ahí, a los clientes, sentados, hablando, tomando café sin hacer nada más que conversar las horas

enteras mientras el tiempo se escapa, lento y perezoso, como los propios visitantes. Sobre la ira, la envidia y la soberbia ¿deberá callar el que ahora firma? No. Pero para no mancillar alguna alma que todavía pueda salvarse hablaré en primera persona. Ira, claro, cada vez que un libro por el que espero no llega o lo ha comprado alguien más. Y es en ese momento cuando llega la envidia. Me acerco al comprador lo miro con desdén, con soberbia, y digo: ―un buen libro, sabe… pero no es la mejor traducción y esa editorial, bueno… yo sigo esperando a que llegue una edición que supera a todas las demás… hace poco me la pidieron aquí, casi inconseguible, pero es que en esta librería me miman todo el tiempo‖. Carlos Augusto Jaramillo – Libélula libros

Volver... 7 años Si como dice el tango 20 años no es nada, que serán 7 años, mucho menos sin lugar a dudas. Esto en el sentido romántico de la vida, debido a que son solo 7 años no siendo una librería sino siendo esa puerta donde la ficción y la realidad se funden en una sola, esa puerta a donde todos los caminos llegan, donde se puede viajar en el tiempo y la distancia, esa puerta por donde todos podríamos escapar. Desde el punto de

Los pecados capitales Un número de años igual al de los pecados capitales cumple Libélula. Son muchas la asociaciones que podrían hacer entre el número siete y sus sentidos: Dios descansó el séptimo día, también son siete los colores del arco iris, los días de la semana, los sacramentos, , los dones del espíritu santo, las notas musicales… bla, bla, bla. Pero en lo personal me gustan los siete pecados capitales. Hay una buena película sobre el tema y en la librería se vendieron como pan caliente el año pasado una serie de libros dedicados cada uno a uno de es-


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Un voto por Leonardo Padura En los siete años de la Libélula LibrosHace un par de años, en una encuesta de la Librería, Pablo Felipe Arango preguntó a los c lien tes po r algún escritor merecedor de mayor reconocimiento por parte de los lectores; supongo que su intención era buscar entre los aficionados a la literatura un narrador digno de mayor consideración entre los cada vez más escasos lectores nacionales. Creo recordar que Pablo Felipe envió tres preguntas por el correo electrónico buscando indagar por los escritores perdidos en la memoria, en los vericuetos de la publicidad o en los antojos de los editores. Imagino la multiplicidad de respuestas que obtuvo, las pesquisas a muerte de los eruditos y las mil horas de conversación que el tema generó entre los contertulios de los sábados.

Para tratar de responder, esculqué, en primer lugar, en algunos escritores latinoamericanos -en su mayoría asociados con la vieja Casa de las Américas-, que por décadas han ayudado a comprender la naturaleza de los conflictos sociales y políticos de esta parte del mundo. Al revisar la lista, encontré que todos han gozado de un gran reconocimiento simbólico y material: ―Cuando consiguieron plata, los escritores del boom no volvieron por aquí‖. Le oí decir, en una librería de Manhattan, a un viejo luchador de los años sesenta. Decidí escribir a la librería sugiriendo el nombre de Leonardo Padura Fuentes; por esos días había leído La Neblina del Ayer (2005), una novela bien urdida e intensa basada en tres momentos de la sociedad cubana. Como toda la obra literaria de Padura, La Neblina del Ayer es calificada como novela negra y literatura urbana. En Padura se encuentra una literatura capaz de convertir una historia policial en un reporte sobre la vida en Cuba antes, durante y después de la revolución; sus novelas no son literatura policíaca, son narraciones cargadas de ironía sobre la sociedad, la

cultura y la política; se trata de una obra capaz de conectar a la isla con el mundo exterior y de ejercer, sin saña, la crítica al monopolio del poder. Máscaras (Tusquets, 1997) es una novela menos delicada en su elaboración y más atroz en lo que cuenta -un travesti es asesinado en el bosque de La Habana, el asesino le introduce dos monedas en el anosobre los prejuicios sexuales que ponen en entredicho los alcances de las revoluciones y la hombría de los revolucionarios. Máscaras hace parte de una tetralogía de Leonardo Padura que incluye Pasado perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1994) y Paisaje de otoño (1998). Debió ser difícil para la Librería hacer una selección de los autores, supongo que no fue posible realizar una encuesta que permitiera escoger y calificar a partir de una lista limitada de escritores. De todas maneras, durante estos dos años, me quedé esperando los resultados. Feliz Cumpleaños. Mario Hernán López – Libélula libros

muchos y radicales), de las dos palabras que –a modo de boca- titulan este texto. Y ante la confusión y el horizonte desdibujado de L y A, se tientan muchos a tomar posición, y los que quedan al otro lado de los detractores, somos (nombrados) esnobistas. La palabra tiene un corte que parece lascivo, pero que finalmente redunda en coherencia. Básicamente un esnobista es un imitador. Un imitador –―con afectación‖de las maneras y opiniones de aquello o aquellos que considera ―distinguidos‖ (según el diccionario de la RAE). Suena mejor entonces. L imita con afectación (¿con conmoción?) esas voces de la literatura, sus cortes, sus estilos, y los apropia. L y A se confunden, la vida y la literatura llenan de niebla los estuarios que guían sus corrientes. Esa carencia de certezas abre las puertas de ese hermoso riesgo de perderse en las letras y dejarse ir en las palabras. La metaliteratura, blindada palabra, cubre los hilos desde los tiempos del Quijote, de Niebla, de Borges, y ahora de Bolaño, de Vila-Matas, de cada A que se ha asumido en la crisis de morirse por la boca, en cada

tecleo que constituye su obra. Intertextual, cada diálogo espontáneo, cada objeto que se connota frase o personaje de papel, cada recuerdo, cada libro que se crea como parte de varios, cada ejercicio Proppiano -o inapropiado-, cada frase que refugia a otra que no se delata o se esconde entre las páginas mohosas de un libro cerrado. Palabras, palabras que cuando saltan a la evidencia, cuando desfilan pomposas, se piensan absurdas y carentes de todas las virtudes clásicas de la literatura. Palabras, que en supuesto, acaban con el pez, con la literatura. Palabras, que transforman al pez L, y que pueden causarle malestar estomacal o infección, pero que también le pueden mostrar esa sustancia connatural a todo lo que ingiere, a todo lo que vive en el aleteo de las páginas. Aleteo, bello aleteo de Libélula, que durante siete años nos ha dejado reinventar la ciudad y encontrarnos con otros lectores confundidos, autores posibles, personajes inventados, peces con riesgo de intoxicación o gula, que coinciden en la casualidad de la ficción o de la invención de lo real. Misael Alejandro Peralta—Libélula libros

Metaliteratura e intertextualidad Por la boca muere el pez, dicen. La literatura es también un pez que pocas veces se aborda por la boca y muchas veces por la estructura, la forma, la poética, la gramática, la trama –palabras que matan a otras palabras, que esquivan la boca, en supuesto-. La boca entonces puede ser pluma, o ahora -para ser menos romántico-, tecla. El autor (A) (ese personaje irresoluto cada vez más ambiguo, más oscuro, más indescifrable) desaparece en los contornos de la literatura cuando más se planea encontrarlo. Casi lo mismo pasa con el lector (L). Se define más la identidad de L en lo que no se lee o en lo que está por fuera de los libros. ¿Qué está por fuera de los libros? Cada vez es más difícil establecer esa barrera porque la literatura, de alguna forma, se inventa la vida, y la vida se confunde y se rinde ante el riesgo de la ficción o de la recreación. Aparecen entonces los detractores (que son


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Fue un mes Sensini en todos los sentidos(1)

engo un desagrado especial y declarado por los concursos literarios. Descreo además de quienes se dedican a participar en ellos. Ningún ser excesivamente premiado –o siquiera premiado- me provoca emoción. El juego de premiar y ser premiado es una vergüenza, ambos: premiador y premiado solo buscan reconocimiento social, si fuéramos serios y generosos deberíamos pagarles un psiquiatra y acabar con esa tontería. Pero encontré un escritor que supo hacer con los premios lo que se debe: ganarlos, sacarles la plata, y voltear la cara, mera necesidad económica, no importa. Es necesario vivir del oficio literario cuando no se tiene ningún otro al cual acudir. Se trata de Sensini, o mejor dicho, de Antonio Di Benedetto, el personaje del cuento de Roberto Bolaño creado a partir de su encuentro con el autor de Zama (o de Ugarte), y por quien el escritor chileno sintió una atracción especial una vez descubrió que, como él, había participado en un concurso literario, que para colmo no ganó ninguno de los dos, desde entonces y a partir de la búsqueda que de Sensini-Di Benedetto hizo Bolaño, se hicieron amigos, y se convirtieron en cazarrecompensas. En un estante de la librería, en el que reposan los libros editados por Adriana Hidalgo, estaba la obra casi completa de Di Benedetto, por el que con excepción del escritor Orlando Mejía nadie había preguntado. Y una tarde de sábado después de haber tomado El silenciero por mera curiosidad, comencé la lectura de sus libros, uno tras otro, casi de manera ansiosa, y fue un mes Sensini en todos los sentidos.

ñar las carátulas y las cintas de las reediciones de los libros. Y sobran. No hacen falta, son suficientes aquellos personajes neuróticos y sus entornos confusos y asfixiantes al igual que su narrativa desprovista de adornos, limpia y directa, que seguramente pocos estarían dispuestos a catalogar como latinoamericana. La prosa de Di Benedetto es ágil, dura, sin estridencias, pulida. Extraña en nuestro medio, sin antecedentes ni descendencia. Solitaria, triste, contenida, y sobre todo silenciosa, tal como cabe imaginarse al mismo Di Benedetto. Y onírica claro, en la medida en que todos queremos creer que el absurdo cotidiano no es real, sino mero reflejo de los sueños de alguien.

fue liberado un año después gracias a la presión que ejercieron intelectuales y escritores del mundo entero. La prisión y las torturas lo marcaron de tal forma que nunca más volvió a escribir tal como lo había hecho hasta antes de su captura. Di Benedetto se quejaba de su incapacidad que se veía acompañada además de la soledad, el olvido, y un profundo desasosiego. Tal vez algunos de los sobrevivientes de una guerra sufran aun más cuando aquella termina, porque tienen el alma en trozos cuando otros tienen una sonrisa permanente en el rostro. La grosera alegría casi nunca es dulce, pero no importa, porque siempre es fugaz. El caso es que la muerte le vino a Di Benedetto en 1986 poco tiempo después de haber regresado de España donde esta exiliado; ―creo que esta historia es muy larga para un cuento tan corto como creo que soy yo‖, le había comentado a Ricardo Zelarayan(2).

Borges fue cauto en los comentarios acerca de Di Benedetto, Cortazar, si se quiere, grosero. La evidente deuda con El pentágono constituía un fantasma del que seguramente quiso evadirse. AhoDi Benedetto (Mendoza 1922) fue encar- ra los comentaristas celado por la dictadura Argentina de turno y críticos intentan en 1976, nunca le informaron las razones; encontrar algún comentario elogioso de ambos para acompa-

Su obra es amplia, diversa y breve, prefería las novelas cortas y los cuentos rápidos. Mientras que en las primeras cierta morosidad anímica hace ver a sus personajes varados en medio de la nada, en los cuentos emplea un ritmo desbocado y delirante. Sabía Di Benedetto que el problema no reside en la suspensión o el paso rápido del tiempo, en ambos casos el resultado es el mismo. El problema está en el hombre, en su alma, en el puesto que ocupa en el universo, en su condición de extraviado. Zama es su novela más reconocida. Don Diego de Zama espera en Asunción las noticias de mejora en su cargo, el dinero que pueda enviarle su mujer, y las razones para mantener una esperanza que se agota. Sabe sin embargo que no tiene sentido aquella espera, que el destino lo ha arrojado a una esquina del mundo como queriendo deshacerse de él, que carece de fuerzas para revelarse y entonces apenas da vueltas y enreda aún más su madeja ya hecha un nudo. El funcionario de la corona española no encuentra razones para su existencia, a pesar de que se procura cuanta peripecia amorosa o litigiosa pueda percibir. Pero es claramente limitado, no es un héroe, es apenas un hombre que intenta sobrevivir y ni siquiera recibe el dinero necesario para su sustento. Su simplicidad no lo exime sin


Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia. embargo del tormento de fantasmas y seres aun más fríos y grises, entonces el destino se acuerda por fin de Don Diego y lo reintegra al río de la existencia de una manera abrupta pero al fin y al cabo generosa. La pampa se abre prodiga e infinita: le ofrece vida sin consuelo. Zama refleja una rara maestría: si bien relata sucesos del siglo XVIII, lo hace de una forma que el lector olvida que pudiera tratarse de mera recreación histórica. No obstante recupera un lenguaje y vocabulario formidablemente castizo. No es que construya la historia como si ella fuera de ahora, lo que sucede es que traslada al lector –o tal vez al personaje y su entornoen el tiempo con tal delicadeza, que la historia de Zama y su figura misma nos conmueven de una manera contemporánea. En El silenciero, en cambio, un escritor de provincia acosado por su propia incapacidad para sentarse a escribir, es agobiado por el ruido y la bulla. El mundo es mera bulla, absoluta algarabía, y en consecuencia querer huirle al ruido es querer huirle al mundo, lo que por supuesto será objeto de reproche. Han notado los críticos que el silenciero es el mismo Di Benedetto, afirmación que no compartía, sin embargo es evidente, no tanto la similitud de personajes como el padecimiento y agobio sufrido por ambos, debido a esa bulla invasora y perturbadora. Tal vez Di Benedetto hubiera preferido la advertencia de que él era toda su obra, y que su vida, sus libros, personajes e historias integran un mismo y único universo. Así hubiera aceptado también la sugerencia de que el periodista encargado de escribir una crónica, protagonista de su novela Los suicidas, era él mismo. La particular y obsesiva preocupación por quienes se quitan la vida, era sin duda una inquietud, nada ingenua, de Di Benedetto. Se percibe en esta novela, nuevamente, esa moro-

sidad señalada en El silenciero. El periodista, hijo precisamente de un suicida, es un ser desasido e inestable, que acata el encargo formulado por el jefe de la agencia de noticias, no tanto por cumplir con su oficio, como por descubrir las razones que pudieran tener las personas que deciden dar por terminada su vida. No descubre nada, todo es gris y nebuloso, tal vez la razón no sea otra que la sensación de desapego que el periodista y Di Benedetto sienten. Sensación en cierto grado similar a la del novio de Laura en El pentágono (reimpresa como Anabella), aquella novela experimental que puede leerse como relatos, o como un solo cuerpo, y a saltos y que refleja un terrible y profundo ―desajuste‖ entre el ser y el mundo que lo rodea. Un triangulo amoroso que resulta de la conjunción en un mismo punto de ―dos triángulos que, compartiendo un mismo vértice (el yo narrador), trazan a su vez relación entre los dos rivales (Rolando y Orlando). En medio de esta engañosa simetría se encuentran las mujeres (Laura, la amada imposible, y Barbarita, la esposa infiel) y, en la cúspide, imponiendo su mayestática presencia: el yo‖. La estructura, el juego, la ruptura de formas sugiere otro libro, ¿cierto?, sí, El pentágono fue escrito en 1955 en Mendoza, el otro en 1968. Pero la obra de Di Benedetto la conforman además de novelas como las mencionadas, un conjunto generoso de cuentos por los que sentía un curioso afecto. Esos cuentos que comparaba con motas de nieve que pudieran caer en los labios de un negro en Haití, o ―pequeños tesoros de la imaginación‖, le impedían ―construir grandes catedrales‖, y en cambio ―modestas capillas‖; pero los aceptó e incluso fueron su fortuna mientras estaba en la cárcel desde la que enviaba cartas a la escultora Adelma Petroni: ―anoche tuve un sueño muy lindo: voy a contártelo …‖. Uno fue Aballoy, aquel ser memorable que como los estilitas decidió subirse a su caballo para pagar una pena recorriendo la pampa. Este comportamiento estrambótico deja de serlo a medida que el lector comprende el alma de aquel gaucho, e incluso

Página 7 lo acompaña en su cabalgadura. La dulzura que provoca es reconfortante; la lectura de Aballoy podría bastar para mucho tiempo, y no porque sature sino porque hace suspender –así sea temporalmente- la búsqueda. Efectivamente es una capilla, serena, dulce, y profundamente espiritual.

―Toda la producción narrativa de Antonio Di Benedetto es, como la de Witold Gombrowicz, un constante asedio a la forma‖ ha escrito Jimena Néspolo(3), sin duda. Pero es algo más también, es una narrativa hondamente humana y - ¿en consecuencia?pesimista y anímica. Gombrowicz jugaba ajedrez en un bar de Buenos Aires recordándole a sus contertulios que era un aristócrata, Di Benedetto le pidió a un entrevistador: ―-Ponga: como usted ve, soy un tipo simple. Vulgar póngale‖. Que va, merece la gloria, este mes yo se la concedí a Sensini. (pfa) Notas: (1) Frase casi tomada de algún aparte de “Sensini” de Roberto Bolaño (“Llamadas telefónicas”, Anagrama, 1997). Visite: http:// www.barcelonareview.com/63/e_rb_span.html (2) En Luchar contra la palabra. Dialogo con Antonio Di Benedetto, publicado en “Cuentos claros”. Adriana Hidalgo. 2004. (3) Prólogo Lecturas impertinentes a El Pentágono. Adriana Hidalgo. 2005.

Adriana Hidalgo ha publicado: “Zama”, “El silenciero”, “Los suicidas”, “El pentágono”, “Absurdo”, “Cuentos claros”, “Mundo animal – El cariño de los tontos”, “Sombras nada más” y “Cuentos completos”.


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