Boletín 46 Libélula Libros

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Volumen 1, nº 46. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Fecha del boletín Octubre 8 de 2008.

NOTAS (pfa) Hace apenas unos días Felipe Calderón viajo a Paris a estudiar. El sábado, a eso de las cuatro de la tarde, se comunicó con nosotros por internet, después de haber conversado un rato nos pidió que no colgáramos y que dejáramos abierto el canal para “escuchar librería”. Así lo hicimos. Ahora imagino aquel amigo como una especie de Firmin internauta. *** Una cliente hermosa entra sonriente a la librería, el dependiente cautivado se le acerca y ella antes de que aquel diga algo le dice: “Déjame que te cuente”. El dependiente emocionado le contesta: “si por supuesto, cuéntame”. La cara y el tono de tenorio del librero eran evidentes. La cliente con una sonrisa de sarcasmo le responde: “no, disculpe, quiero el libro Déjame que te cuente”. Para colmo no lo teníamos, ella salió con la misma sonrisa. El ridículo no siempre duele, los hombres disfrutamos el increíble borde en el cual terminan por encontrarse el cortejo y lo grotesco. *** “Un escritor en cuanto tal, sencillamente, no puede ser representante de nada ...Acaso por ello los grandísimos del siglo XX fueron los escritores como Svevo o Kafka, a quienes la suerte benévola preservó de la posibilidad y, por consiguiente, del peligro de convertirse en figuras oficiales de la sociedad literaria”. (C. Magris)

Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. libelulalibros@une.net.co - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO

ISSN 1909-0110

Las apuestas del nobel. La casa de apuestas inglesa Ladbrokes publicó una lista de escritores candidatos al nobel, por los que empedernidos ludópatas están apostando (http:// www.ladbrokes.com). La lista esta encabezada por Claudio Magris, y merecido lo tiene. En rápida consulta que realice entre mis amigos vía internet, y considerando solo aquellos que pudieron abrir la página, fue amplio el consenso a favor del escritor triestino. Algunos más estuvieron a favor de Kundera, yo además observe la poca opción que otorgan a Tournier, y a varios se les atribuyó el extraño voto por el jovencísimo y exitoso jugador de póquer Jonathan Little, a quien seguramente confunden en Ladbrokes, con Jonathan Littel, el autor de Las Benévolas. Se incluyen 27 europeos, 17 norteamericanos, 5 asiáticos, 3 australianos, 3 medio orientales, 3 africanos, y 3 latinoamericanos: Mario Vargas Llosa (puesto 16, 20 a 1), Carlos Fuentes y Ernesto Cardenal. Los apostadores, que no tienen un pelo de tontos, saben porque deben jugársela tan fuertemente por norteamericanos y europeos, entre unos y otros el nobel ha sido otorgado en el 84% de las oportunidades, saben también que solo en el

9,43% de los casos el premio fue concedido a escritores en español (mucho menos que a franceses 12% -con 190 millones de francófonos- y alemanes 11% -con 105 millones de hablantes-). No obstante la evidente destreza de los apostadores, en la lista se extrañan ciertos nombres y países. No se considera por ejemplo ningún escritor de origen español o alemán, y lastima el bajo aporte latinoamericano. No están nombre tales como: Enzensberger, Houellebecq, Michon, Echenoz, Lobo Antunes, Calasso, Steiner, Marías, Pombo e incluso Peter Handke – pero es claro que nadie le iría un solo peso a un hombre que tiene todo menos sentido de lo políticamente correcto-. Y querríamos claro, más latinoamericanos: Sergio Pitol, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco y, sin duda, Ernesto Sabato, que lo merece de sobra, por su obra amplia, compleja y generosa. Veremos qué pasa. Tal vez la crisis de Wall Street obligue la escogencia de un escritor norteamericano medianamente crítico con el sistema, que no lo sea tampoco tanto, dirán, o un escritor que comprenda como ninguno el sentido de Europa, y entonces podrán ser Magris, Steiner o Calasso, o uno que sepa caminar por el filo de la situación del medio oriente, y premiaran a Oz, o a Adonis. Y, líbranos Academia de ver a Daniel Ortega rumbo a Estocolmo, de la mano de Cardenal. (pfa)

El viaje La editorial edhasa acaba de reeditar Viaje al fin de la noche, sobre el cual dijo Juan Carlos Onetti: ―Los objetos, los amores, los días, los simples entusiasmos, no están destinados a la mugre y la carcoma. Céline miente, entonces; vivió en el paraíso y fue incapaz de comprenderlo. Pero existe algo llamado literatura, un oficio, una manía, un arte. Y Viaje es, en este terreno, una de las mejores cosas hechas en este siglo‖. Escrita en una suerte de estilo callejero, como de conversación de plaza de mercado, además de la roña que señala Onetti, la novela está llena de humor, amor y ternura también. En la primera parte, cuando el protagonista y narrador es conducido absurdamente a la guerra, se da cuenta de forma intempestiva de la locura en

la que se ha metido: ―A lo lejos, en la carretera, apenas visibles, había dos puntos negros, en medio, como nosotros, pero eran dos alemanes que llevaban más de un cuarto de hora disparando […] Por más que me refrescaba la memoria, no recordaba haberles hecho nada a los alemanes‖. Para el amor y la ternura, basta mirar las palabras que le dirige a Molly, una prostituta que lo sostuvo a él (Bardamu, el protagonista) durante su estancia en los Estados Unidos: ―Yo quiero que si ella puede leer alguna vez esto que escribo en un lugar cualquiera, desconocido para mí, sepa con toda evidencia que yo no he cambiado para ella […] Si ella no es ya bonita, como era, pues bien: eso no tiene la menor importancia […] Yo he podido guardar tanta belleza de ella en mí mismo, tan vívida, tan cálida, que tengo bastante para los dos y por lo menos para veinte años aún; el tiempo de acabar para siempre...‖. La encuadernación es muy buena, el precio muy bajo y la traducción –vayámonos acostumbrando— pletórica de españoladas. Pablo R. Arango –Libélula libros.


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Volumen 1, nº 46

Diario de un libertino. Rubem Fonseca. Norma No sé a ustedes, pero a mí la palabra ‗diario‘ me despierta una sensación de morbo hasta culposa. Es que cuando uno va a leer un texto así sabe de antemano que se está metiendo en la vida privada de alguien, en sus secretos y pensamientos más hondos. ¿Habrá algo mejor? Y es de esta manera, precisamente, como Rubem Fonseca construye su personaje del Diario de un Libertino. Puede ser ficción, sí, pero el diario de Rufus, un escritor que luego de un éxito inesperado con su primera novela entra en decadencia, resulta sencillamente apasionante. Sobretodo porque, poco a poco, Fonseca nos va mostrando una historia que se enreda cada vez más: Rufus deja una chica, luego se consigue otra, luego la deja, luego viene otra, luego se enreda con la madre de la chica, luego entra otro personaje y de un momento a otro se ve envuelto en una situación casi tan trágica como absurda. Y así nos va llevando, poco a poco, mientras contemplamos atónitos la pasiva reacción del escritor.

En el camino, Rufus va haciéndose reflexiones sobre el amor (―Vivir con una mujer es la manera más rápida de matar el deseo, el amor, incluso la amistad‖); los escritores (―Y, al fin de cuentas, ¿qué somos los escritores? Unos alelados no menos idiotas que, absortos en nuestro ombligo, contamos lo que allí vemos para beneplácito de cretinos, lectores y críticos‖), y hasta el oficio de escribir un diario (“Como dijo un colega, nuestra memoria deforma siempre el pasado de acuerdo con los intereses del presente, y la más fiel autobiografía muestra más al autor de hoy que al de ayer‖). Sin embargo, la frase que más me gustó – hay que ver cuánta verdad reside en ella–, sigue siendo ésta. Antes de escribirla dejo constancia de que, desde ahora, me uno al club de fans de Rubem Fonseca. Aquí va, pues: ―En cierta ocasión, un sujeto me envió una carta diciendo que había seguido mi ejemplo y abandonado su empleo y su familia para dedicarse a la literatura. El tipo estaba loco, no he abandonado ninguna familia, la familia me abandonó a mí. ¿Y qué mierda de dedicación es la mía? ¿Cinco libros? Las mujeres son todavía peores. Idealizan al idiota que escribe, se enamoran de un mito, esperan que él haga concretos sus delirios alegóricos. Los escritores son malos amantes, malos amigos, mala compañía‖. Martín Franco Vélez -Libélula Libros

Siete inviernos. Elizabeth Bowen. Pre-textos. 2008. La literatura de la Señora Bowen es catalogada por ciertos críticos literarios como anticuada. El realismo de sus cuentos y novelas, así como un evidente respeto por las estructuras sociales, son la causa de una crítica que tiene más de rechazo y prejuicio, que de análisis y consideración objetiva. Tardíos juicios políticos que deberían desaparecer por completo del análisis de la obra de cualquier artista, pero sobreviven gracias a cierto desagradable afan de corrección social y política. Elizabeth Bowen (1899-1973) era miembro de una clase media alta, con rastros de la

aristocracia que Cromwell estableció en Inglaterra en el siglo XVII. El resultado: una mujer sensible, abstraida y culta, capaz de retratar a su clase mientras señala, de manera sutil y bella, las alegrías y tristezas que cualquier existencia entraña. Parecerá importante el decorado, pero no lo es, lo que importa es esa leve sensación vital que tan gratamente impregna sus relatos. Siete inviernos parecerá apenas un libro de recuerdos, y claro que lo es, pero es también el retrato bello y complejo de los primeros años de existencia de una niña aprehensiva y sensible, que carece de pretensiones, pero tiene en cambio la disposición sincera de sentir el mundo que la rodea. No se trata de un libro para exaltar el espíritu y hacer correr adrenalina, es en cambio un feliz relato que puede sosegar y brindar una felicidad sutil y dulce. (pfa)

A la sombra de las hojas El primer biógrafo de Bach: J. N. Forkel imagina el origen de: Aria con diferentes variaciones para clave de dos teclados, que la posteridad embaucada conoce como: Variaciones Goldberg, a saber: “En una ocasión, el conde (Kaiserling) manifestó a Bach que le gustaría tener algunas piezas para clave destinadas a (su músico de compañía) Goldberg, que fuesen de carácter suave y un tanto alegre para que con ellas pudiera animarse un poco en sus noches de insomnio.” Glenn Gould las grabó ex profeso dos veces*: en sus comienzos: 1955, y en 1981, un año antes de su muerte; tocadas en piano: la última, que dura 51’20’’, casi trece minutos más que la primera (38’25’’): “es una profundización que gana en coherencia lo que pierde en frescura.”** Pasa siempre, y no sólo en la ejecución de música. Sobre el invento de Forkel, apunta Gould: “Si el tratamiento tuvo éxito, nos queda cierta duda respecto de la autenticidad de la interpretación que el maestro Goldberg hizo de esta incisiva y picante partitura.” Se trata de un malentendido de Gould (la música como soporífero), pues según Forkel: Kaiserling quería animarse un poco: la música como consuelo. Las artes todas lo procuran, y sobre todo la literatura: Un hombre en la oscuridad, la última novela de Paul Auster (Anagrama), trata de un crítico jubilado que imagina —y recuerda— historias para aliviar las horas sin sueño. Un biógrafo imagina que la vigilia de un aristócrata es mitigada por la música de Bach; Auster imagina un hombre de letras que fabula para aguantar el insomnio. No en vano escribió Henry James: “Trabajamos en la oscuridad; hacemos lo que podemos...” “Yo no le pido a Dios comida ni dormida, sino hambre y sueño.”, decía don Fernando Roldán, según su bisnieto: Darío Jaramillo Agudelo***. Que, para de lo que aquí se trata, traduce: que no nos falte la curiosidad por los libros, ni la música de Bach. ________________________ * CBS, ahora: Sony; hay dos versiones en clavicémbalo muy recomendables: Pierre Hantaï (Mirare, 2003), y Céline Frisch (Alpha, 2001). **Enrique Martínez Miura: Bach Obra completa comentada Discografía recomendada, Península 1997 y 2001. ***Historia de una pasión (El retal, 1999)

José Fernando Calle Libélula libros


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Diccionario personal

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Metro Esta tarde compré un libro de Witold Gombrowicz. Esto lo hice luego de salir de clase, antes de subirme al metro e irme a casa. El metro lo tomo en la estación Saint Miche//NotreDame, para bajarme en Port d'Or leans y caminar hasta la Rue Foubert, donde vivo, chez moi. Mi objetivo era estrenar el libro en el metro. Que bueno leer Le festin chez la comtesse Fritouille et autres nouvelles. La portada es hermosa, y lo mejor es que solamente costó 1,20€. Desde Saint Michel hasta Porte d'Orleans no fueron muy ágiles mis ojos leyendo pues cambié de asiento tres veces. Quedé con ese... ese... hábito de los colombianos de desconfiar de todo el mundo. Cuando subí al metro me senté al lado de un negro y un indio. No me parecieron de fiar y cambié. Me ubiqué en una parte donde estaban dos alemanas. Olían mal y me cambié, además estaban sospechosas. Finalmente terminé solo en un asiento frente a la puerta, presto a salir corriendo, para dejar de sentirme asfixiado, para perder el tiempo y hasta el espacio porque se llenó de gente y tuve que

levantarme de mi asiento según las instrucciones del metro; cinco estaciones y había leído página y media. Creo que hablaba –el relato de Gombrowicz- de una carreta y una maleta de viajes. De un telegrama también, entregado en la mano. Es raro, pero desde que llegué a esta ciudad sólo he visto que aquellas personas que leen en el metro –que son muchísimas - llevan muy poco en su libro, máximo hasta la página 50. Estoy seguro de que no han pasado de ahí, y son siempre libros de más de 400, si mis cálculos no fallan. Todos los días entro y salgo del metro y del RER (Réseau Express Régional) y la escena se repite: gente que está empezando a leer su libro. Cuando llegué a París, Rafa fue mi guía y hablando de tantas cosas llegó a decirme que los parisinos leían no por cultos o intelectuales, sino por estrategia, con el afán de poner una barrera entre ellos y el mundo. Es raro asimilar que las propiedades cortantes del papel no se pierden en las suaves hojas de los libros. Ahora veo mucha fuerza en las palabras de Rafa, veo soledad entre personas que están sentadas a menos de diez centímetros de distancia entre ellas. Igual, no es para alarmarse, sólo he estado acá once días. Paris 30 septiembre 2008. Felipe Calderón V.—Libélula libros

El infinito viajar. Claudio Magris. Anagrama. 2008 ―No dejaremos de explorar/ Y el final de revistas, se trata de sus mismas pasiones y nuestra exploración/ Será llegar al sitio des- amores. Puede advertirse incluso cierta espede donde partimos/ Y conocer el lugar por cial maestría para los relatos medianamente primera vez‖ dijo T.S. Eliot en los Cuatro cuar- cortos, aquellos en los que la restricción en el tetos (Little Gidding). La utilidad del viaje número de caracteres o palabras lo acosan. esta fuera de duda, el mandato natural a la Tienen la gracia incluso de contener las opiexploración nos hace humanos, más incluso niones del escritor provocadas en sus viajes que otras condiciones que causan mera va- más allá de las fronteras europeas, sensatas nagloria. Somos viajeros, no importa el núme- y cuidadosas como todas, pero en cierta forro de kilómetros recorridos, o las maletas ma frías y distantes. Porque Magris es fundagastadas, y nuestro viaje es eterno y uno. mentalmente, y por encima de cualquier cosa, Magris comprende y comparte los versos de un europeo enamorado de Europa, que la Eliot: ―Quien viaja es siempre un callejeador, descubre en los pliegues más pequeños y un extranjero, un huésped; duerme en habi- escondidos, como por ejemplo en las historias taciones que antes y después de él alberga- de Sobios y Cicis, pueblos casi insignificantes ran a desconocidos, no posee la almohada de los que sobreviven apenas unas decenas en la que apoya la cabeza ni el techo que le de miembros, pero que aún así preservan sus resguarda. Y así comprende que nunca se tradiciones, con tranquilidad y sin aspavienpuede poseer verdaderamente una casa, un tos. Bien sabe Magris que el nacionalismo no espacio recortado en el infinito del universo, solo es el más grave y terrible mal que puede sino tan sólo detenerse en ella, por una no- carcomer una sociedad, sino que, además, che o durante toda la vida, con respeto y contradice el espíritu de Europa, y por eso lo gratitud. No por azar el viaje es ante todo un crítica de manera acérrima, a la vez que lo regreso y nos enseña a habitar más libre y fotografía tal como se retrata al asesino que poéticamente nuestra propia casa.‖ porta el arma humeante; al fin y al cabo es No importa que se trate de la recopilación de generador del caos que perturba no tanto el textos escritos por Magris para periódicos y quebradizo entorno como el espíritu: ―el viaje-

ro es un anarquista conservador; un conservador que descubre el caos del mundo porque para conmensurarlo usa un metro que desvela su fragilidad, su provisionalidad, su ambigüedad y su miseria‖. A Emiliana mi hija le molesta el título de este libro, desde que lo vio en la vitrina manifestó su desagrado. Dice que no suena, que no va: cree contradictorios los términos. Según ella nadie viaja de manera infinita. Para colmo me ha visto nuevamente con el libro en la manos, y de manera burlona me ha preguntado si no he terminado de leerlo después de tantos días, no le he respondido, pero la verdad es que aunque llegué a la última página, aun no he terminado de leerlo, y esa es precisamente la fortuna de los libros de Magris, su lectura puede ser perpetua como perpetuo puede ser efectivamente el viaje. Es más, los libros de Magris no son sobre viajes, son un viaje, tal como todos lo demás buenos libros. (pfa)

Destino. Por lo general, est{ escrito, y, por lo general, con mala ortografía. Filosofía. La búsqueda de la verdad. En las historias de la filosofía siempre aparece el nombre de Diógenes de Sínope, cuya obra consistió en dormir en los andenes, insultar a Platón y masturbarse en público. Los profesores de filosofía que pensamos en horario de oficina y dejamos las urgencias genitales para sitios con cuatro paredes y una puerta bien cerrada, nunca entramos en la historia, quizá por falta de visibilidad. Prospectiva. Estudio que permite presentir el futuro de los seres humanos: cuando en el camerino, luego del 5-0 con Argentina, Leonel Álvarez declara –mientras mueve la cabeza de lado a lado, lentamente y con un gesto de preocupación—: "ojalá esto, ¡ay!, no nos haga más daño a nosotros que a ellos". Pablo R. Arango -Libélula libros.


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―Incluyendo el presente, la suma total de mi felicidad llega a 16 minutos.‖ 1. La colección "Pequeños Grandes Ensayos" de la UNAM, advierte amenazante en sus contraportadas: "Lee este libro: puede cambiar tu vida". 2. El diario El País recientemente, en ocioso reportaje pregunta a 100 escritores en español: "¿Qué 10 libros han cambiado tu vida?" 3. El doctor Calle al respecto es contundente: sería espantoso que la vida en diez oportunidades ¡diferentes!- nos diera un vuelco, un giro radical. 4. Pues bien, en los pocos años entre libros yo sí tengo uno segurísimo (para diluvios, guerras nucleares y demás) que de alguna forma afectó toda percepción: La perorata del apestado de Gesualdo Bufalino. Ocho meses después de aquel perorar silencioso, llega generosamente a mis manos un libro: Calendas Griegas, Recuerdos de una vida imaginaria (Norma, La otra orilla. Trad. Laura Cannas), del mismo autor que, una noche silenciosa de fin de año, entre una cama fría, interminables

comas, me demostró que la Literatura es, ante todo, un veredicto de belleza, una "infracción de cada día". El libro es una "despedida de puntillas", la autobiografía de un escritor que es caso especial: Bufalino (1920-1996), nacido en la siciliana Comiso, soldado durante la segunda guerra mundial, fue un profesor de provincia la mayor parte de su vida, con un detalle que por muy poco se escapa para siempre: escri bía, escribía mucho, sólo para él, "al mismo tiempo lengua y oído", desde "un cuartito de dos por dos metros a un abismo de cielos vacíos". Bufalino no publica, jamás llega a pensar en el otro, es un "aficionado a manipular las palabras en una hoja blanca, pero no a dar razón de ellas a los lectores", así se pasan sesenta años de una vida rural, alejado de lo que para él sería "la vanidad de perdurar". Pero ante todo el conflicto es el mismo, inmutable: [la escritura] "si se trata sólo de un juego para ganar o perder en soledad ¿por qué tantas lágrimas?" 1981, aparece publicada su primera novela Diceria dell'untore, Perorata del apestado; el Doctor Calle, de nuevo: "tal vez el relato de una pasión entre enfermos (que somos, en últimas, todos)". Bufalino empieza un período de premios y reconocimientos: incómodo, lo ima-

gino escribiendo sus Calendas Griegas, o sea sus "días imposibles, que nunca serán": "Así me quedo muy quieto, en el pasajero éxtasis de que nadie me busque, de que para nadie yo exista, de que solamente me habite, invisible para todos e imposible de hallar". Hay una obsesión en este libro de memorias: no llegar a ver el nuevo milenio. Bufalino es consciente de sus muchos años, sobrevive a la vejez con tedio, con el tormento de que su libreta telefónica parezca más un obituario: el tan humano miedo a la muerte: "No quieres morir. Sin embargo has vivido lo suficiente, cualquier día es ya una película vista infinidad de veces, que te aburre." En un trágico accidente automovilístico Gesualdo Bufalino muere el 14 de junio de 1996, patético diré, fiel al último capítulo de un libro que confirmó que, como elemento, no necesariamente cambia una vida, pero que sí puede producir agradecimiento por vivirla: Quia Pulvis... (199...). “« ¿Ha terminado la vida? », se pregunta. Y se responde: «Ha terminado»‖ En definitiva, un maestro: ―Cuando todas las noches, por pereza, por avaricia, volvía a soñar el mismo sueño‖, volvía a leer a Gesualdo Bufalino.

todos los que están ni están todos los que son‖ y hay muchas excepciones entre las decepciones. “Dime que concurso hay y te diré qué escribo‖ es frase que puede decirla con honradez, alguien con la suficiente destreza para aspirar a ganarse una buena cantidad de dinero con el oficio de la escritura.

se indigna porque no le dan la bienvenida con alfombra de terciopelo, sirvientes y regalos‖. Aunque se refiere al autor de El jorobadito y a personajes suyos, sabe que en otros sitios hay más de esa especie y nos hace ver a quien no obstante los premios, siempre insulta y que como Arlt, a juicio de la crítica, ―sigue quejándose porque su ilegitimidad es parte de su naturaleza, como la joroba de Rigoletto o la bizquera de la chica que Erdosain asesina. Carga con la condena de su origen social como Astier con su canasta rojo rábano, y en vez de levantar con orgullo su pertenencia a los sectores populares y mostrarla como un trofeo, aprieta la nariz contra la puerta que nunca le van a abrir. Mientras no se la abran, Arlt creerá que es hombre de izquierda.‖ Es el clasismo al revés, que se da en ciertas provincias. Más notorio en artistas y en intelectuales que provienen de los barrios bajos. Buscan toda su vida, cualquiera sea el método –desde la seducción erótica o política, hasta los premios o la injuria-, hacerse perdonar su origen de

Tomás David Rubio Casas. Libélula Libros

El apremio de los premiados La validez de un texto está en directa proporción a los referentes que el tema trae, contrapone, insinúa o multiplica, y la de su estilo, si despliega de modo cada vez más incitante, la imaginación. La de los premios literarios, es una validez que depende de muchas más cosas, de sus efectos, por ejemplo, entre los que con más frecuencia de la deseada, e inclusive, de la merecida, hay uno que no por paradójico deja de ser el más cruel, y es el de que la suma, abundante y yuxtapuesta de ellos, termina en ocasiones por aplastar al profusamente premiado, hasta reducirlo al más inane de los anonimatos. Me temo que lo sacaría de éste, y además, me contradiría, si cayera en la tentación de ponerle nombre al primer caso, entre varios, que se me vino a mientes, pero las nuevas historias de la literatura tendrán que hacer para la de estos tiempos, la separación por capítulos, o al menos la distinción, entre obras importantes y obras premiadas, entre escritores y concursantes profesionales. Claro que como en los manicomios, las cárceles y las antologías, no se puede generalizar, por aquello de ―no son

Tratar de satisfacer la necesidad económica es un gran aliciente. Y se dan otra clase de intereses. Parafraseando un poco a Elsa Drucaroff en lo que denomina “Operación Arlt‖, tras los milloncitos, hay el que clama, en todo lo que escribe, ―por reconocimiento y legitimidad, grita como el grotesco y horrible jorobado Rigoletto, que


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clase. O hacerse temer, que es otra forma de implorar perdón. No por nada Roberto Arlt, también era llamado o se tenía a sí mismo, como ―profeta del miedo”. Tras esta mirada a un escritor que en Argentina se ha vuelto canónico para varios de sus sucesores, así Castillo, Viñas, Piglia, y al que, por el contrario, agudos analistas juzgan que ha sido míticamente deformado en su sobrevaloración, al uso de la industria cultural - tesis más plausible después de repasarlo -, va a ser imposible no afiliarlo con Rigoletto, cada que en él se piense. Y en otros, los jorobados de alma. Bajo la joroba de Cuasimodo en su sacrificio romántico, o bajo la joroba de Kierkegaard en su cristiana desesperación, hay todavía lecciones del hombre para el hombre. Nacido para amar, el justiciero rencor del personaje de Víctor Hugo encubría su reprimida ternura, y la deformidad exterior era el envés de su lealtad, en una coherencia moral de su vida y sus afectos. Más allá del cuello corto, la cabeza baja o la barba de tres días en que se acumula el encono, el jorobado síquico forma la argamasa de detritus con las excrecencias de su odio. La deformidad del cuerpo se ve y sería inocua si no estimulara la burla o la conmiseración. La deformidad del alma, se lee en los anónimos escritos durante los ocios del resentimiento, o a veces se escuchan sus gruñidos en sordina. En la literatura de varios países, gigantescos árboles impidieron ver el bosque. En la colombiana no ha sido fácil hacer brillar la luz propia, ajenos a la gran sombra garciamarquiana. En la literatura argentina, el culto universal a Borges y a Cortázar, hizo que no se notaran las celebraciones llenas de conmovidos goces que muchos seguíamos disfrutando con las fiestas, las ba hías, o las cartas de Eduardo Mallea, o

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quiso ver su victimario. Algunas, que vendimian en los Olivares, son asumidas por la literatura de alcantarilla, que el zoilismo parroquial más cómplice que generoso clasifica en la categoría de literatura de denuncia. Los conocedores dirán si esa especie de exhibicionismo en que Arlt se reinventa a sí mismo pertenece a ésta última, de la que sí hace parte la poesía de José Portogalo, el autor de Tumulto, tan definitivo en Colombia para los del grupo Atalaya de los años treinta y tan oculto en la historias de la literatura argentina, con excepción de la de Jorge Abelardo Ramos. Hay entre nosotros académicos que han estudiado y estudian a Roberto Artl, e imitadores de sus supuestos gestos y personajes, que usan sus habilidades literarias como un juguete rabioso de constante lanzallamas, para alimentar la luz de cocuyo de un prestigio de entrecasa. Y la ―novedad‖ o ruptura de su descripción del mundo marginal de la ciudad, se me hizo muy semejante aun en mucho de su estilo, a la leída otrora en ese ícono de mi padre desentrañando al Buenosaires personificado en el Adán protagonista de ese paraíso literario que es el libro de Leopoldo Marechal o revistiéndonos de memoria y belleza con cada obra de Manuel Mujica Laínez, del que alcancé a ver en las estanterías otra nueva edición de ―Bomarzo‖, una de las mejores y más inolvidables novelas que un buen lector pueda leer en su vida. Podría seguir con otros y otras cuantas, incluido Antonio di Benedetto, del que conservo el volumen de cuentos Absurdos, en una edición de Pomaire, con esa prosa ―salitrosa‖, que sacude y sugiere. La nuestra, fue en efecto, una generación borgiana y cortazariana, quizá la inaugural, y tanto sobre el autor de la Historia universal de la infamia como sobre el de Los premios, escribí alguna vez, a pesar del escrúpulo para escribir acerca de los escritores de los que todos escriben. Los citados títulos nos retrotraen al contrapunto, quizá porque las pequeñas infamias locales, que son inenarrables por su tamaño moral, son también como ahistóricas pues cargan su propia resistencia a ser incluidas en las historias regionales. Como la de un premioso premiado, que afectó a esa especie de Constancio C. Vigil manizaleño, fallecido hace unos días, fiel a esa nobilísima misión que se impuso a sí mismo a través de un ingenuo y prolífico magisterio, cuyas discutibles virtudes intelectuales trasparentaban con todo una bondad natural y un sacrificio humano, que no

que fue Soiza Reyly (El alma de los perros lo cito en mis ―Herejías‖). Me percato ahora que Juan Terranova ha confirmado mi antigua impresión, y que lo mejor de Arlt estaba ya en el autor de La escuela de los pillos, quien consagró al malogrado joven antioqueño convertido en bohemio poeta argentino, Claudio de Alas, un testimonio conmovedor. Apremiado (¿no premiado?) por las anticolomas pequeñeces de la perversidad provinciana, le quité espacio al encantamiento de las sombras que se acumularon en la Bibliópolis de la memoria, de una literatura argentina comenzada a deletrear en las Billiken, y entre otros, a interiorizar con un maestro de Sábato y de muchos, el poeta y bibliófilo Rafael Alberto Arrieta, que acabo de evocar. Hernando Salazar Patiño—Libélula libros


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