Entre el mar la montaña

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Entre el mar y la montaña

Rutas

Recopilación de rutas, paisajes, lugares y vivencias, compartidas y disfrutadas en la mejor compañía. 2008 — 2013

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LAS CAVERNAS

AÑOS DE


PRESENTACIÓN Esta es la primera de unas pequeñas publicaciones que van a recoger una serie de paseos, pateos y excursiones que se han venido realizando a lo largo de los años, mayoritariamente desde 2008. En esa fecha, y sin saber muy bien lo que estaba haciendo, se me ocurrió crear el blog “Las Cavernas”, para dar un poco de difusión a las actividades en la naturaleza que desarrollábamos amigos y familia, tanto por encima como por debajo de tierra (¡¡ah… la espeleo!!). De todos modos hay otras actividades más antiguas, pues al final uno lleva muchos años en esta historia, que creo siguen teniendo algún interés, aunque sólo sea arqueológico. Tras estos años, “Las Cavernas” ha llegado a recoger una buena cantidad de información, y con estas publicaciones intento darle una difusión por una vía diferente, en cierto modo más fácil de utilizar. Muchas imágenes son el recuerdo de una buen día, no las he querido quitar porque de eso se trataba, exactamente: de pasarlo bien. Este primer documento se llama “Entre el mar y la montaña” y recoge excursiones y rutas por lugares en que ambos mundos se encuentran, creando parajes de gran belleza e interés, en los que invito a quien lea esto a internarse. Merece la pena. Cinco años han pasado, y en este tiempo muchos han compartido conmigo estos paseos. A todos ellos las gracias por haberme brindado su compañía, ayuda y esfuerzo. Lo mejor de todos estos lugares ha sido compartirlos con ellos.

Tombatosals


Dedicado a aquellos con quienes he compartido todos estos paseos:

Angela, Sofía, Andrés, Rocío y Jorge Alejandra Beni y Virginia Carlos Edisney, Salvador y Miguel Ela Emilio Gustavo Helga Hernando Javier Jeannette Lucy Marco y Vicky Mariam y Pepe Mario Pepe Donat Pepe Fernandez Toni Fornes Vero Washington Y algún otro que se me ha despistado…

Lo mejor de todos estos lugares ha sido disfrutarlos juntos.


Entre el mar y la montaña

Contenidos La ruta de los Acantilados de Benitachell

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Mont Saint Michel: La ruta de la Bahia

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Los acantilados de Zumaia.

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Calblanque: La sorpresa escondida.

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El Peñón de Ifach.

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Las calas del Cabo de Gata (Almería)

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El Torrent de Pareis

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La Gruta de Fingal

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La Cova Tallada (Denia)

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El faro de Cíes

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El castro de Baroña y los petroglifos de A Gurita

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La ruta de los Acantilados de Benitachell Una parte de la costa alicantina está formada por abruptos acantilados que caen al mar desde una altura entre los 100 y 200 metros. La mayor parte de esas zonas es inaccesible, pero en algunos tramos aparecen interesantes senderos que se adentran por esa especie de tierra de nadie que está entre el cantil y el mar. Demasiado abrupta para ser urbanísticamente deseable, se convierte en el último reducto de lo natural en ciertos tramos de costa. Uno de esos senderos es la llamada "ruta de los Acantilados de Benitachell", que conecta las calas de Llebeig y del Moraig, en las localidades de Moraira y Benitachell

Mapa del recorrido. Cartografía 1:10000 del Institut Cartografic Valenciá (ICV)

La ruta puede hacerse desde dos lugares distintos, en sentidos opuestos, pero en ambos casos es una ruta "de ida y vuelta". La que voy a comentar es la más larga de las dos, pero ambas comparten la parte más espectacular y llamativa. Corresponde al sendero local SL-CV 50. La otra alternativa parte de la Cala del Moraig (nuestro punto de llegada) y va hasta la Cala de Llebeig, pero no recorre el Barranco de la Viuda. Se parte de la calle de la Gaviota (coordenadas 38º 42' 10.32''N, 0º 8' 42.22''E), en una urbanización cercana a Moraira. Esta calle termina en el lecho del Barranco de la Viuda, cuyo lecho vamos siguiendo por una senda bien marcada hasta llegar al mar en la Cala de Llebeig. 1


La cala tiene una playa de cantos rodados, permitiendo el baño con alguna incomodidad, pero una vez dentro del agua es una autentica gozada, pues esa misma característica ayuda a que sea un agua trasparente que permite sentirse flotando sobre el fondo. En nuestro caso, que hicimos la ruta de ida y vuelta y después de todo el calor que habíamos soportado, el baño al regreso fue como resucitar.

La Cala de Llebeig, vista desde las primeras rampas del sendero.

Unos cincuenta metros antes de la orilla, a la izquierda sale una senda que trepa por la ladera a buscar la base del acantilado del lado norte de la cala. La subida es fuerte, pero es casi la única que tiene la ruta.

A la vez que subimos, superamos la punta de l´Alderà que cierra por el norte la cala del Llebeig. Al llegar a lo alto seguimos la senda que discurre a media altura del acantilado, siguiendo una franja que va desde unos pocos metros hasta unas decenas dede metros de ancho, pero sin apenas peligro.

Recorrido del sendero por la base del acantilado.

En esa franja de terreno existen restos de antiguos bancales, en los que se cultivaron olivos y algarrobos, algunos de los cuales aún existen y otros han rebrotado convertidos en arbusto tras algún incendio. Por lo demás la vegetación es la típica de estas zonas secas mediterráneas: algún pino (sobre todo al comienzo de la ruta) y monte bajo de romero, aliagas,… 2


La Cova de del Tío Domingo l’Albiar. El sendero discurre pegado al acantilado superior, y en su recorrido vamos encontrando varias cuevas que en tiempos fueron acondicionadas como vivienda temporal y refugio de agricultores y (tal vez) de contrabandistas. Son la cova del Tio Toni el Senyalat, la cova de Pepet del Morret, cova del Tio Domingo l’Abiar y la cova de les Morretes (nombradas en el sentido de la ruta). Son pequeñas cavidades, pegadas al cantil, más bien abrigos, que tienen distintos acondicionamientos para su uso: muros de cierre, bancos, restos de puertas… Las vistas tanto hacia el sur como hacia el norte son espectaculares. Algunos árboles y las propias cornisas del acantilado dan una valiosa sombra que en las mañanas de verano hacen soportable el camino. Por la orientación de la montaña, es probablemente mejor hacer la ruta por la tarde, a la sombra del propio cantil, que por la mañana, cuando el sol de levante golpea contra el sendero con auténticas ganas. La ruta termina llevándonos sobre la Cala del Moraig, de la que se tiene una vista espléndida, y continua a conectar con la carretera de acceso a esta cala.

Un descanso en la Cova de Pepe Morret.

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A la sombra del cantil.

Los tiempos del recorrido son: de la calle de la Gaviota hasta la Cala de Llebeig, media hora; de la Cala de Llebeig a la cala de Moraig, tres cuartos de hora. Hay que contar que se debe regresar por el mismo camino, salvo que se coloque un vehĂ­culo en cada extremo de la ruta.

Arriba las grĂşas, debajo la naturaleza resiste.

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Mont Saint Michel: La ruta de la Bahia El Mont Saint Michel, en el límite entre Normandía y Bretaña, es un lugar especial, centro de peregrinaciones religiosas desde la edad media (y quizás antes) y hoy en día centro de 'peregrinaciones' turísticas algo más que masivas (casi ad nauseam).

Vista clásica del Mont Saint Michel

Llegar en coche, como lo hacen miles de personas al día, era demasiado fácil y con un poco de búsqueda en la red encontré posibilidades de llegar atravesando la Bahía, aprovechando la marea baja para recorrer los arenales. Sólo había un problema en el que varias informaciones coincidían: la marea baja dejaba al descubierto algunas zonas de arenas movedizas. Lo primero que me vino fue una sonrisa de incredulidad: uno se las imagina en medio de la selva, en lugares remotos, y no en la dulce y europea Francia. Con sonrisa o sin ella la recomendación general era no aventurarse en los arenales sin conocerlos y sin tener buena información sobre las mareas. La foto muestra el Mont Saint Michel desde el lado de la bahía desde donde iniciamos la ruta, pero en marea alta. La zona inundad la atravesaríamos, caminando, al día siguiente. Anochecer desde el otro lado de la bahía.


Más por las mareas que por las presuntas arenas movedizas, decidí que hiciéramos una travesía guiada. La decisión fue acertada, y el coste era realmente económico. Además teníamos la opción de hacer la ruta sólo de ida (regresando en bus) o de ida y vuelta por los arenales. La salida es del Bec d'Andaine, un lugarcillo a las afueras de la pequeña localidad de Genets. Tras dejar a algunos bañistas despistados en la playa (aunque el mar estaba a kilómetros de distancia por la bajamar), la ruta comienza a atravesar arenales, primero bastante secos, pero poco a poco la arena se va poniendo más húmeda y va pasando de arena a limo, o más bien a una cosa mixta entre arena y limo.

Caminando hacia Saint Michel por los arenales, en marea baja. Como tal la ruta no tiene mucho misterio: se trata de seguir al guía. Y el hombre no va en línea recta. Frente a una distancia directa de 5 km, la ruta tiene unos 7,5 km. Primero se dirige hacia Tombelaine, un islote (en marea alta) más grande de lo que parece desde el Mont Saint Michel. Tendrá unos treinta o cuarenta metros de alto, está cubierto de monte bajo y es refugio de aves marinas. Antes de llegar se atraviesa un río, no muy profundo pero con una fuerte corriente, y varios arroyos menores.

A la derecha Tombelaine, al fondo Saint Michel.

Desde Tombelaine, la ruta se dirige más hacia el sur de lo que sería la línea directa hacia Saint Michel, trazando una amplia curva que poco a poco se va orientando hacia el objetivo. Aproximadamente hacia la mitad de ese tramo, encontramos las famosas arenas movedizas. ¡Era verdad! No son exactamente como en las pelis, pero... ¡que te hundes, te hundes! Son un fenómeno muy curioso, no sé si llamarle espectacular. Si pisas rápido y cambias los pies de sitio rápidamente (como

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Las famosas arenas movedizas. saltando o bailando), el pie no se hunde y puedes pasar sobre ellas sin problema. Si te paras comienzas a hundirte, y si una vez has comenzado a hundirte te mueves te hundes más. La verdad es que sabiendo cómo actuar eran hasta divertidas. Al saltar o correr sobre ellas era como pisar sobre un lona que debajo tuviera agua. Al final hasta buscábamos las zonas de arenas movedizas (que tiene un brillo especial) para disfrutar de esa sensación. Poco a poco nos vamos acercando a Saint Michel. Por el camino vemos pescadores que aprovechan los cursos de agua de la marea descendente, dedicados a recoger gambas (o Dios sabe qué) con unas grandes nasas.

Pescadores de la bahía de Saint Michel.

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La parte mas pringosa de la ruta son los Ăşltimos metros, donde la arena-limo se convierte francamente en limo adhesivo, pero con eso y con todo llegar a los pies de las murallas de Saint Michel, hace pensar en lo que sentirĂ­an los peregrinos medievales, cuando el problema no era dĂłnde aparcar al llegar, sino llegar.

Los Ăşltimos (y fangosos) metros.

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Los acantilados de Zumaia. Realmente no se trata de una ruta, sino más bien de un destino que sirve de arranque de una ruta, pero que en sí mismo tiene un gran interés. La costa entre Deba y Zumaia, en Guipuzcoa, está formada por unos acantilados no muy altos, pero que tienen una estructura tan especial y característica que han merecido ser catalogados como espacio protegido. A parte de las características biológicas, de las que no me siento capacitado para hablar, a mi deslumbró su interés geológico (del que en realidad tampoco estoy capacitado para hablar, pero como me interesa más si que lo voy a hacer: maravillas del refrito). Estos acantilados están formados por rocas de edades que van del cretácico al terciario, cubriendo un periodo de unos 60 millones de años, desde hace 110 millones de años. Son areniscas, margas y calizas principalmente con una facies flysch, y es precisamente este aspecto (o facies), el FLISH, lo que nombre a la zona, a la ruta y hasta a un negocio en Zumaia.

La estratigrafía casi vertical de los acantilados

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Esa facies flysch se caracteriza por estratos de poca potencia (espesor) de roca más dura, intercalados con otros de material débil. El resultado es como un libro en el que hay una página dura y una blanda. Cuando la erosión afecta a las capas o estratos débiles el resultado es como un hojaldre: frágil y quebradizo. Si añadimos a esa estructura que los estratos en esta zona están casi verticales, el producto de esa erosión diferencial es espectacular. Se pueden recorrer varios tramos de la rasa de marea formada en el flysch, no creo que se pueda recorrer todo de forma continua, pues el acantilado tiene muchas irregularidades, alguna desembocadura... Lo que si que hay es una ruta, un tramo del GR-121 (sendero que recorre la periferia de la provincia de Guipúzcoa) que corresponde con este sector. Para acceder a uno de los tramos de la rasa de marea, se sigue la calle Ardantza de Zumaia hasta que termina adentrándose en un valle que da sobre el acantilado. Unas escaleras permiten bajar a disfrutar del espectáculo de esos acantilados con forma de libro vertical. Desde el centro de Zumaia hasta la costa a penas habrá unos 20 minutos de paseo.Mucho ojo con las mareas. Hay que asegurarse de los horarios sobre todo si pensamos caminar un rato siguiendo la costa, aprovechando la rasa de marea que queda descubierta en marea baja. Una idea sería iniciar el paseo unas dos horas antes de la marea baja, y regresar al punto de partida como mucho esas mismas dos horas después de la marea baja. Hay que tener en cuenta que no en todas partes hay vías de escape para remontar el acantilado y ponerse a salvo cuando la marea sube. En esta dirección hay información sobre los horarios de las mareas: http://www.enterat.com/ocio/playas-donostia-gipuzkoa-horarios-mareas-01.php

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Calblanque: La sorpresa escondida. Si nombras Calblanque a alguien que no sea de Murcia, Cartagena (o que esté bien informado) seguramente no va a saber por donde anda eso. Pues está en Murcia, muy cerca del archiconocido (éste si) Mar Menor. Cala Reona, punto de arranque de la ruta.

Se trata de un paraje natural protegido, situado al sur oeste del cabo de Palos, cuyo faro domina parte del horizonte de este tramo de la costa murciana. Escarbando por la red encontré un par de rutas fáciles para pasar una mañana caminando por estas tierras, y al final me decidí por la ruta que va de Cala Reona a las salinas de Calblanque (o del Rastail). Desde Cala Reona, por el lado sur oeste, sale una senda que gana rápidamente altura, colocándose en la cota 60, más o menos, y manteniéndola durante toda la primera parte de la ruta, con algunas oscilaciones. En principio la ruta se limita a seguir el acantilado, dándonos una visión del lado sur del Cabo de Palos.

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Se pasa sobre un par de minúsculas calas, simples desembocaduras de barrancos, hasta alcanzar la altura de Punta Espada. Aquí, tras una arista, se abre un amplio valle que termina en la hermosa cala de Dentones. La senda baja hasta apenas unos metros por encima de la cala, para después remontar una loma que cierra el lado sur de este vallecito. Los restos enterrados en la arena de una patera nos hablan de los dramas del mundo actual. Al alcanzar la cima de esa loma siguiendo el sendero, pocos metros en realidad, hay un mirador que no está allí por casualidad: nos permite ver la zona de las calas y salinas de Calblanque. De repente, se pasa de las colinas mineras a una zona llana de cultivos, salinas y playas. Las dunas fósiles, alguna palmera,... de pronto uno se pregunta ¿quedan zonas de la costa así? ¿cómo se ha salvado esto de la especulación? El caso es que ahí está, y que es un privilegio poder contemplarlo. Además en esta época (febrero, tras un invierno lluvioso) todo el paisaje está cubierto por un manto verde que le da un carácter que seguramente no es el más habitual. El sendero baja la loma y desde aquí hasta las salinas, la se limita a llanear por el valle, entre las calas arenosas y los campos abandonados. El que pueda, que lo disfrute ahora que eso aún está ahí, tan natural como este mundo permite en una zona casi totalmente urbanizada.

Los acantilados negros de la ruta.

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Cala de Dentones. Final de viaje para alguna patera.

La costa y las salinas de Calblanque.


Una ruta sencilla.

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El Peñón de Ifach. Esto debería titularse "Por fin, el Peñón de Ifach". Y no porque haya costado mucho hacer esta excursión, sino porque ha costado mucho escribirlo. Desde hace seis años, todas las primaveras hacemos la subida al Peñal de Ifac. Se ha convertido en una agradable tradición que marca el comienzo del buen tiempo y la proximidad de las vacaciones. La subida al Peñón no tiene ninguna dificultad especial, y de hecho se ve a gente de toda edad y estado físico haciendo la ruta. Sin embargo, cuando el calor aprieta puede llegar a ser durilla. El desnivel es de unos trescientos metros, y pese a la verticalidad del Peñón cuando se mira desde el aparcamiento la subida está en su mayor parte bien trazada y no resulta pesada. Un consejo general: cuidado con los resbalones, pues la roca de sendero, en el túnel y tras el túnel, está muy pulida por el paso de caminantes.

Se parte del aparcamiento (más bien solar) que hay al final de las indicaciones al Parque Natural del Penyal de Ifac, justo sobre la zona final del puerto de Calpe (el plano está tomado de bp1.blogger.com).

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Desde allí se empieza subiendo por la pista que sube al Aula de Naturaleza y Museo del Parque, donde podemos cargar agua y refrescarnos (esto es valioso sobre todo al bajar, cuando llega uno tirando a quemado por el sol). Antes de alcanzar esta zona, a la izquierda de la pista se pude acceder a unos miradores sobre la playa y la costa, que merecen visitarse (aunque luego las vistas desde arriba sean, sin duda, más espectaculares).

Vista del Puerto de Calpe y la playa del sur.

Desde las edificaciones del Aula de Natura el sendero sube en una serie de lazadas, bien trazado y cada vez mejor acondicionado, hacia la base del impresionante acantilado. En cada extremo de lazada, sobre todo en los que miran sobre la zona del puerto, unos miradores nos van mostrando un paisaje cada vez más espectacular, con vista hacia la Serra Gelá, tras la cual se ven los edificios de Benidorm. La última lazada del sendero nos lleva, pegados ya a la base del cantil, al túnel que permite acceder a la parte interior del Peñón. Este túnel fue abierto a barrenazos a comienzos del siglo XX (en 1918), y en algún tiempo tuvo una puerta que cerraba el acceso.

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Acceso inferior al túnel.

Cruzado el túnel, de unos cincuenta metros de largo, accedemos a las laderas y barrancadas de lo que fue un mundo interior, sin conexión externa hasta la construcción del túnel. Quizás eso explica la gran abundancia de especies vegetales que se han conservado y la riqueza natural de la zona (todo lo cual justificó la creación del Parc Natural). Pero sin duda la reina de la zona es la gaviota patiamarilla. Millares de ellas habitan y crían en las laderas interiores del Peñón. En estos seis años de subidas al pico hemos visto todas la fases de la cría, pues sin salir del sendero se ven nidos en abundancia. Las veces más tempranas, por abril, hemos visto los nidos con dos o tres huevos la mayor parte de las veces. A comienzos de mayo los pollos ya nacidos permanecen en los nidos, bajo el atento (y aveces agresivo) cuidado de sus padres. Hacia el final de mayo lo pollos ya son grandes y comienzan a hacer ejercicio con las alas preparándose para un cercano vuelo. Resulta muy interesante, agradable y formativo ver esa explosión de vida que se produce cada año en el Peñón. Tiene sus inconvenientes, claro. Miles de gaviotas gritando continuamente, un cierto olor a pescado (sobre todo si no hay brisa) y las pasadas rasantes que hacen para defender sus nidos y crías cuando el caminante pasa a su juicio demasiado cerca de ellas. Los intrusos somos nosotros, así que hay que soportarlo con paciencia, no molestar más que lo imprescindible y si no nos gusta... pues no ir.

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Siguiendo por el sendero tras el túnel, se cruzan algunas zonas un poco aéreas. En ellas se han instalado unas cuerdas a modo de seguridad para facilitar el paso. La senda avanza subiendo sin cesar hasta una bifurcación. Por la izquierda se sigue hasta el extremo del Peñón que avanza hacia el mar, en los restos de una caseta de carabineros (a penas un trozo de muro). Este tramo, casi horizontal y sombreado por grandes pinos resulta un buen descanso, tanto a la subida como a la bajada. Si en la bifurcación tomamos hacia la derecha, la senda comienza a subir francamente hacia la cima. Es la parte más agreste del camino, donde la senda esté peor trazada y donde los atajos hacen que sea fácil perder la buena ruta. Un par de tramos con trepas fáciles, en los que se han instalado cuerdas fijas, nos hacen ganar altura y acercarnos rápidamente al pico. Un centenar de metros antes de la cumbre, el camino pasa a unos pocos metros del límite del escalofriante acantilado que cae casi directamente al mar, trescientos metros más abajo. Ya en la cima, un monolito marca la posición del vértice geodésico. Desde aquí hay que disfrutar de la vista: 360º de espectáculo de mar, costa y montaña. Si empezamos por el norte girando a derechas, el Montgó, girando a la derecha los cabos de La Nao y de Moraira, y el mar... dicen que llegan a verse a veces las montañas de Ibiza. Cuando volvemos a encontrar la costa aparece la Isla de Benidorm y la Sierra Helada, tras ella lo edificios de Benidorm. Más ala derecha Altea, la zona del Mascarat, la Sierra de Bernia, el mismo Calpe, la laguna de las Salinas, la playa de la Fossa... bueno, que uno se queda con ganas de darle otra vuelta al panorama.

Los últimos metros antes de la cima.


Y la cima…

Ya sólo queda bajar: Si subir puede costar una hora y media, más o menos, para bajar hay que contar otra hora. Y al llegar bajo, procede arremeter contra una cerveza helada y un buen arroz a banda, en cualquiera de los restaurantes que hay en la zona del puerto. Digno remate para una buena excursión.

El Peñón visto desde el centro de interpretación.

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Las calas del Cabo de Gata (Almería) La costa del Parque Natural de Cabo de Gata (Almería) es una sucesión de playas y acantilados que definen unos paisajes de una gran belleza. Algunas de las playas se encuentran en bahías más o menos abiertas, pero las que, para mí, le dan más encanto y atractivo al Parque son la que se encuentran calas, alejadas de los caminos para vehículo y que hacen bueno el eslogan de "el monte para quien lo pisa", o en su vertiente marinera "la playa para el se la patea". Del amplio muestrario de calas de todos los tamaños que hay a lo largo de los muchos kilómetros de costa del Parque, voy a hablar aquí de las que hay entre la Playa de los Genoveses y la Playa de Monsul, que definen una ruta deliciosa, entre las áridas montañas y el mar Mediterráneo. Un aparcamiento en cada extremo hace que la ruta pueda ser de un sólo sentido si tenemos dos coches, y si no es una ruta circular, como aquí se presenta.

Desde el aparcamiento de la Playa de los Genoveses, salimos atravesando pequeñas dunas y alguna lagunilla, a la misma playa. Tomamos hacia la derecha (dirección más o menos S) por la misma orilla hasta que la playa casi se termina. Por la ladera se ve claramente el arranque de un sendero que seguiremos a lo largo de toda la costa y en el que no deberíamos perdernos.

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Playa de los Genoveses

Una primera bifurcación, nada mas empezar nos permite subir el Morrón de los Genoveses si tomamos hacia la izquierda o bien seguir la ruta hacia la derecha. Desde el Morrón, pero también desde el mismo sendero la vista de la bahía que forma la playa de los Genoveses es hermosa. La Cala Amarilla y el Morrón de los Genoveses


Si seguimos el camino comenzamos por pasar sobre la Cala Amarilla, a la que se puede bajar por un empinado sendero, y después pasaremos sobre la Cala Chica. Al alcanzar un collado el camino se bifurca de nuevo. La ramal de la izquierda va sobre el mismo acantilado, más aéreo, y el de la de derecha sube un poco más y rodea el cerro, pero ambos convergen sobre la Cala Grande.

La Cala Grande Deberemos ahora bajar hasta la playa. Comienza aquí el tramo que, para mí, es más espectacular. Nuestro camino sigue ahora junto al mar, por la base de los acantilados, enlazando varias calas con sus espectaculares playas: la Cala Grande, la Cala del Barranco y la Cala del Lance del Perro. Las formas volcánicas, las coladas y columnatas de basalto negro jalonan el camino sirviendo de contrapunto a la blanca espuma de las olas.

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Una columnata de basalto

Me imagino que cuando el mar esté fuerte no se podrá pasar, pero en condiciones normales es una experiencia a no perderse. Al final de la última cala, debemos de nuevo ascender monte arriba pues una última colada de lava bloquea la continuación por la orilla. Nuevamente un colladito nos da la opción de seguir pegados al acantilado, con vistas más aéreas, o rodear adentrandonos un poco hacia el interior. En ambos casos venimos a salir sobre la Cala del Barronal, a la que deberemos bajar. Si las fuerzas flaquean, desde aquí se puede salir ya a la pista de vehículos y a un pequeño aparcamiento, pero también se puede seguir, remontando el último cerro que nos separa de la Playa de Monsul, destino de nuestra ruta.


Llegando a la Playa de Monsul Si el clima lo permite, el baño en la playa es una buena recompensa, aunque después de las recónditas calas que hemos atravesado esta se nos antoja "llena de gente". Desde aquí podemos hacer el regreso saliendo a la pista para vehículos que llega al aparcamiento, y caminando hasta la playa de los Genoveses. Poco más de media hora de caminata basta para este regreso. En total unas tres horas y media, dependiendo de lo que hayamos querido parar a disfrutar de los paisajes que esta ruta tan especial nos ha brindado. Para redondear el día, en San José hay numerosos restaurantes donde comer y reponer fuerzas. A nosotros nos fue muy bien en el que se llama El Emigrante: Pescado fresco y delicioso.


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El Torrent de Pareis Para quien no conoce, Mallorca es el lugar menos asociado al senderismo y a las rutas interesantes, y sin embargo, a poco que uno se documente se trata de un 'paraíso' de los pateos. La Sierra de Tramuntana es el alargado eje que vertebra la parte norte-oeste de la isla, y es donde mejores y más duros senderos se pueden encontrar. Aquí voy a presentar parte de uno de esos senderos, más bien rutas, de los que se puede disfrutar en esta hermosa isla: la ruta del Torrent de Pareis.

La carretera de la Calobra La Calobra y el Torrent de Pareis son uno de los muchos atractivos turísticos que tiene Mallorca. Sólo la carretera de llegada, con sus curvas y pendientes de auténtica carretera de montaña ya merece la pena. Esa carretera atraviesa unos paisajes cársticos que despiertan muchas ganas de patearlos, con sus lapiaces, dolinas, torres... un catálogo completo de formas cársticas superficiales. La Calobra es una cala accesible por esa carretera que comentamos o por barco desde el puerto de Soller. Desde la entrada de la cala un camino peatonal, cómodo y bien organizado nos lleva a través unos túneles a la desembocadura del Torrent de Pareis. Aquí llegan los turistas en oleadas, a gozar de un paisaje que es sin duda espectacular (aunque la palabra esté un poco sobada). La ruta que comento es el recorrido del Torrent, y lógicamente puede hacerse en dos direcciones: hacia arriba o hacia abajo. Aquí voy a comentar lo que hicimos nosotros: hacia arriba (y no todo). Una nota previa: la ruta la hicimos en agosto, y las indicaciones sobre nivel de agua son variables (y mucho) con la estación.


La desembocadura del Torrent de Pareis El inicio no tiene pérdida: se trata de remontar el cauce del Torrent, evitando o no las zonas inundadas según el calor que haga, hasta llegar a una primera poza que bloquea el paso. Esta la remontamos por la izquierda, sin ningún problema y accedemos a una nueva zona fácil de recorrer.

El comienzo del Torrent (cerca de la desembocadura)


Poco a poco el Torrent se va convirtiendo en un cañón y los pasos 'complicados' van siendo más abundantes. El lecho está cubierto de grandes piedras que hacen la progresión pesada, aunque no difícil. Unos grandes bloques cierran el paso y por la derecha la primera vez y la izquierda las tres siguientes vamos remontando el cañón.

El segundo de los pasos Tras el segundo paso, una fuentecilla nos da un ligero respiro. La font des Desgotís está a la izquierda, en la pared del cañón, y el diminutivo que he empleado no es de cariño, sino muy descriptivo. En varios de los pasos podemos fijarnos en que hay a modo de escalones tallados en la roca y en los grandes bloques, así como algunas huellas de barrenos. Un nuevo grupo de grandes bloques cierra el paso, y esta vez es por la izquierda por donde, con la ayuda de esos escalones apenas tallados en la roca, podemos remontarlo. Nuevo tramo de fondo llano, nuevos bloques... el esquema se repite hasta que el cañón se abre. Nosotros llegamos hasta aquí, y regresamos por el mismo camino, soñando con el baño que nos íbamos a dar al llegar a la desembocadura (como así fue).

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Bloques y pozas Más arriba lo que hay es lo siguiente: Tras un tramo de valle más abierto, el cañón vuelve a cerrarse hasta una confluencia de dos barrancos. El sendero abandona en algún momento el cauce para ganar algo altura por la margen izquierda. El barranco de la derecha conduce a unos pasos muy estrechos (Torrent del Gorg Blau, zona de Sa Fosca) y el otro nos permite remontar hasta la zona de Escorca, donde podemos enlazar con la carretera. Si aquí hemos dejado un coche, tenemos ruta completa. También es desde aquí desde donde se inicia el camino para hacer la ruta 'hacia abajo'. Lo que nosotros hicimos nos llevó un par de horas tranquilas de subida y como una hora y pico de bajada. Desde luego mereció la pena.


La parte más espectacular del cañón


La Gruta de Fingal Hace unos mil o dos mil años, cuando era pequeño y coleccionaba cromos, tenía uno que me llamó la atención. Era la boca de una gran cueva, en la que entraba el mar, y cuyas paredes eran como unas grandes columnas que le daban un poco de aspecto de templo o algo así. Era la Gruta de Fingal y estaba en un remoto lugar llamado Escocia.

Al final la vida (que da muchas vueltas y a veces alguna voltereta) me permitió ir a ese 'lejano' país y en mi cabeza rondaba la idea de ir a Fingal. Sin mucha confianza en lograrlo eché un vistazo a los folletos y ¡vaya!, allí estaba la cueva de marras como un de los atractivos de la costa oeste de Escocia.

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Esquivando las destilerías de whisky que abundan por la zona, y que son una tentación casi tan fuerte como el mundo subterráneo, conseguímos llegar hasta Oban, pequeño puerto metido en uno de los 'fiordos' que forman esa recortada costa. Desde allí sólo quedaba tomar un barquito de los que van a la isla de Staffa, que es donde está la Gruta de Fingal.

Llegando a la isla de Staffa

La isla de Staffa es casi lo que lo que su nombre indica, al menos como isla, pues es poco más que un gran espolón rocoso que emerge del mar. Su atractivo son los acantilados, formados por unas espectaculares columnatas de basalto, y la cueva en cuestión. Eso hace que el barquito sea un tour turístico, y el viaje parezca una excursión, mitad Inserso, mitad colegio. Nada es perfecto.

La columnata de basalto de la isla de Staffa


La Gruta de Fingal es y no es una cueva volcánica. Me explico: Lo es porque se abre en material volcánico (las coladas de basalto); no lo es porque su origen no tiene que ver con el vulcanismo, sino con la acción erosiva del mar. En este sentido es como tantas de las cuevas que se abren en todos los acantilados del mundo, pero aquí el basalto, con sus enormes columnas, le da un aspecto distintivo y único.

La boca de la Gruta de Fingal desde el mar

La cueva tendrá unos cincuenta metros de longitud, y en toda ella las columnas de basalto forman unas terrazas por las que podemos profundizar bastante en la cavidad sin complicaciones. Después se puede subir a la parte alta de la isla, que resulta ser un prado ondulado, batido por un viento que tiene toda la pinta de no parar nunca. Un paisaje también digno complemento de la visita. El lugar es tan mágico que incluso sirvió de inspiración al músico escocés Mendelssohn para crear una obertura titulada "la Gruta de Fingal" y a Julio Verne, que la usó como escenario de uno de los pasajes de su novela "el Rayo Verde". Sir Water Scott, el novelista romántico escocés autor de Ivanhoe y Rob Roy, escribió sobre esta cueva "...Cliffs of darkness, caves of wonder, echoing the Atlantic's thunder...." (...acantilados de oscuridad, cuevas de maravillas, ecos del trueno del Atlántico...). Hasta como lugar de apariciones de fantasmas se ha considerado la cueva, como se ve en una de las siguientes imágenes. Visitada la cueva y satisfecha esa curiosidad de tantos años, era hora de caer en la otra tentación (las destilerías), y eso tampoco desilusiona. Pero, como diría Kipling, esa es otra historia.

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La Gruta de Fingal desde el interior

El fantasma de la Gruta de Fingal

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La Cova Tallada (Denia) De los muchos lugares con encanto, con mucho encanto, que hay en a costa de la Comunidad Valenciana (a pesar de todos los pesares y de las urbanizaciones sin gracia), la Cova Tallada, entre Denia y Javea, es uno de los más destacables. Es una cueva que es, por lo menos en parte, artificial. Fue usada como cantera, al parecer para la construcción del castillo de Denia. La mayor de sus varias bocas es un enorme porche que mira hacia el noreste, hacia un mar Mediterráneo casi siempre de un azul insultante. Y ese mar es el que le da un carácter muy especial a esta cueva, situada tan a nivel del mar que éste entra en la cueva por varias de sus bocas formando unos lagos interiores a los que pueden incluso acceder las canoas que llegan a la cueva por el mar. Pero nosotros no fuimos por mar. A los pobres nos toca patear. En todo caso, como en tantas otras cosas de la vida, el camino forma parte del encanto de la ruta tanto como el destino.


A la cova Tallada se puede llegar básicamente desde dos sitios. Desde lo alto de las Planas del cabo San Antonio, por un sendero que se asoma al mar desde lo alto de los acantilados y barrancos, para descender por una de las barrancadas casi directamente a la cueva. El otro camino parte de la zona final de la carretera de las Rotas. Este segundo es que nosotros seguimos. Los coches se dejan en una de las explanadas que hay casi al final de la carretera de Denia a las Rotas. Desde allí hemos tomar la calle de la Vía Láctea, la última que sale a la derecha de la carretera. Se sube por ella hasta la primera curva muy marcada que gira a la derecha hacia la Torre del Gerro. Una pista de tierra arranca de la misma curva y hemos de tomar por ella. A unos 200 m sale a la izquierda un ramal que termina enseguida y en el que una escalera marca el comienzo del sendero. Tras bordear una zona un poco aérea, en la que se ha colocado hace poco un pasamanos de cuerda, más como quitamiedos que por necesidad, comienza un fuerte descenso también acondicionado con unos escalones.

Pasamanos a poco de comenzar la ruta.

La torre del Gerro y el sendero que baja hacia la Cova Tallada.


El camino hacia la Cova Tallada.

El sendero continúa desde aquí manteniendo el nivel, unos veinte metros sobre el mar, salvando un par de barranquitos hasta llegar a la cueva. Realmente uno podría pasar de largo si nos sabe donde está, pues llegamos desde arriba y la cueva es visible sólo desde el mar. De todos modos hay dos indicaciones muy fáciles. Por un lado, desde el sendero se ve el islote que forma un pequeño puerto frente a la boca de la cueva. Por otro lado se ha colocado un poste de indicación de senderos justo donde comienza el descenso a una de las bocas de la cueva. A este punto llega también el sendero que viene desde lo alto de las Planas del Cabo de San Antonio. El islote frente a la Cova Tallada.


Bajando hacia la Cova por el acceso superior.

Siempre había bajado a la cueva del siguiente modo. Después del poste se sigue por el sendero unos treinta metros, momento en el que hay que asomarse al acantilado (mucho cuidado) para localizar la vía de bajada. Esta, aunque bastante vertical, es muy cómoda, pues las roca esta tallada formando como escalones que nos permiten bajar con una razonable seguridad.

Panorámica del boca mayor de la Cova.


Este acceso tiene la ventaja que nos coloca de frente al gran porche de la cueva, y eso impresiona. El otro acceso, que nosotros hemos gastado para salir, más que nada por probarlo, baja desde al lado del poste de señalización, en la última barranca antes de la cueva, con la ayuda de una cuerdas que hay instaladas, y que la verdad viene bien para subir, seguro que para bajar también. A este acceso le veo dos inconvenientes: en primer lugar tiene el problema de que si el mar está un poco fuerte no se debe poder usar, mientras que el primero no tiene ese problema; en segundo lugar, se accede a la cueva por una boca lateral y sin gracia.

Acceso lateral a la Cova Tallada.

Ya en la cueva, podemos avanzar cerca de la pared, hasta la zona en la que el agua entra formado unos lagos y unas vistas espectaculares. El resto de la bocas son arcadas formadas por el proceso de extracción de bloques de roca, y el mar entra por ellas creando un juego de luces como pocas veces se ve. Donde acaban los lagos la cueva se prologa hacia el interior de la montaña, siempre artificial, formado una gran galería, o una sucesión de salas, de unos cien metros. Gran cantidad de arena llena la galería, formando casi dunas en su interior. Una cosa llamativa son las marmitas o depósitos de agua que hay, hasta cuatro en toda la cueva, para recoger los escasos goteos que la cueva presenta. Tal vez los pescadores se suministraban de ella, pues también hay, una galería cerca del lago interior, una gran argolla de hierro que seguramente empleaban para amarrar las barcas.


Otro elemento interesante, que pasa casi desapercibido para el que no lo busca, es un texto grabado en la roca en que se lee (o m谩s bien se le铆a y ahora se adivina) "PHILIPUS III HISP REX CAVERNAM HANC PENETRAVIT AN MDXCIX", o sea, que Felipe III visit贸 esta cueva en 1599.

Lo que queda de la inscripci贸n


También merece comentarse el puerto que se forma frente la cueva, gracias al islote que los trabajos de canterería dejaron frente a ella, seguro que con toda la intención de facilitar el proceso de carga de los bloques de roca que se extraían de la cueva. El agua transparente y el fondo rocoso de esa especie de piscina marina, convierten el lugar en muy bueno para el buceo con careta y aletas.

Un baño refrescante frente al islote.

Resumiendo, una excursión ideal para el principio o final del verano, para poder disfrutar del baño y no sufrir demasiado con el sol que nos compaña en casi todo el camino. Y en pleno verano... pues a aguantar el calor, a cargar un poco más de agua y a disfrutar aún más del baño. Y de remate, como no, un buen arroz en alguno de los restaurantes de la zona. Justo cerca de donde arranca la ruta, esta el Mena, que cumple muy bien su papel (nos comimos un arroz del señoret, de categoría), y para muestra, la foto.


AquĂ­ va el plano de la cueva, para que nadie se pierda.


El faro de Cíes Las Islas Cíes son un pequeño archipiélago situado en la entrada de la ría de Vigo, tres islas que por su tamaño pasarían desapercibidas pero que por su belleza y valores naturales forman el núcleo del Parque Nacional de las Islas Atlánticas.

Las Islas Cíes, a la entrada de la ría de Vigo.


Su visita está regulada y los recorridos que se pueden hacer por ellas también, como ocurre en todo los Parques Naturales. Ello no quita para merezcan un visita y la consideración de quienes gustan de caminar en la naturaleza.

El dique que una la isla de Faro con la de Monteagudo.

Hay cuatro rutas señalizadas en la Isla Faro, que es la que se visita. Bueno, en realidad se visita el conjunto formado por la isla de Faro y la isla de Monteagudo, ambas unidas por un istmo de arena (la playa de Rodas) y un dique artificial. La otra isla, San Martiño, es visitable pero hace falta ir en embarcación privada y además solicitar permiso. El acceso a las islas no es complicado. Desde varios puertos de la zona (Vigo, Cangas...) salen barcos con mucha frecuencia y en media hora larga se alcanza la isla.

Sendero hacia el faro.


La isla de Monteagudo y la playa de Rodas.

A la llegada, tenemos rápidamente información sobre las rutas. Nosotros tomamos la que va al faro que da nombre a la propia isla, que es punto más alto de las islas y desde el que se consigue una imagen más global del conjunto. La ruta, cómoda y bien marcada, nos lleva en una hora y algo más (depende de cuanto paremos a hacer fotos) hasta el faro de Cíes. El camino atraviesa un denso bosque atlántico y va ganando altura. Conforme se va subiendo se logra una vista muy buena de la isla de San Martiño, separada de la isla de Faro por el estrecho de Porta, que tiene su pequeño faro (también en la isla de Faro).

El sendero del faro por el bosque.


La isla de San Martiño desde una de las curvas del camino al faro. El último tramo de la subida está trazado de una manera bastante espectacular en una serie de lazadas, con el camino soportado por muros de mampostería que le dan al cerro del faro el aspecto de una fortaleza.

La últimas lazadas del camino al faro.


De bajada se puede aprovechar para acercarse a un mirador de aves (en realidad no hace falta, pues toda la isla es un gran mirador) y a un formación rocosa un tanto curiosa llamada la Campana.

La roca de la Campana. De premio, a la bajada podemos disfrutar de la bellísima playa de Rodas y de un baño (esto para los valientes) en sus frías aguas.

La Playa de Rodas.


El castro de Baroña y los petroglifos de A Gurita Nadie va a estas alturas a descubrir los atractivos de las Rías Baixas, pero eso no impide hablar de ellos. Así pues, en estas líneas voy a hablar de un par de sitios, relacionados por dos cosas: su interés arqueológico y su proximidad a la localidad de Porto do Son. De hecho están muy próximos, en línea recta apenas les separan kilómetro y medio, pero pueden estar separados por mil años de historia. El primero es el castro de Baroña, un poblado que estuvo ocupado en los siglos I aC a I dC. El castro está en una pequeña península unida a tierra por un istmo de roca y arena. El siguiente montaje muestra el conjunto descrito.

Panorámica de la península dónde se encuentra el Castro de Baroña El acceso al poblado es sencillo, desde la carretera de la costa, al oeste de Porto do Son, arranca un camino bien señalizado que atravesando el bosque lleva a la costa y al poblado. El camino en sí ya es interesante, pues en algunos tramos aparecen sobre la roca las huellas de desgaste causadas por las ruedas de los carros, que iban al castro, pues esas marcas llegan hasta casi al propio poblado.

Camino de acceso al Castro de Baroña


Camino de acceso al Castro de BaroĂąa. Rodadas de carros.

En el istmo los habitantes excavaron un foso de unos cuatro metros de ancho, seguido de un primer muro de defensa de unos tres metros de ancho. Tanto el foso como el muro estĂĄn bien conservados. Parece ser que el muro se prolongaba por los lados del istmo a unirse con la muralla del poblado, creando un primer recinto.

Castro de BaroĂąa. Foso y paramento de la muralla exterior.


A continuación se encuentra la muralla del poblado, en la que se abre una única puerta de acceso, flanqueada por dos ensanchamientos de la misma (no llegan a ser torreones, aunque quizás lo fueron en algún momento).

Puerta de acceso al recinto.

Aparece entonces una primera zona de cabañas, de formas redondeadas y algunas de ellas con un pequeño recinto exterior. La imagen que da el conjunto con ayuda a imaginar cómo era el poblado en su momento. La restauración realizada pienso que ha sabido combinar el respeto al lugar con el

Primer recinto de cabañas.


Panorámica del poblado desde lo alto del cerro. Unas escaleras, de la época del poblado, dan acceso a una segunda plataforma donde un nuevo grupo de cabañas forma el barrio de arriba. Bromeando, y teniendo en cuenta lo que casi siempre pasa, decíamos que era el barrio pijo. Esta imagen muestra una perspectiva del conjunto desde el punto más alto de la península. Las cabañas, el roquedal de granito y las olas del mar conforman un conjunto de los que no hay que perderse si se va a Galicia. El otro lugar del que hablé al principio es el conjunto de petroglifos de A Gurita I. En la ladera sur del cerro de A Gurita, de unos 160 metros de altura, un km al S de la playa de Arnela (Porto do Son). También aquí el acceso es sencillo, pues desde la misma carretera antes mencionada está indicado el camino. Al final la carretera nos deja en un pequeño llano donde un panel explicativo informa sobre

Petroglifos de A Gurita I. Conjunto.


Estos son de la edad del bronce (aunque hay un rango amplio en la posible cronología, la verdad). Son unos grabados sobre una laja de granito, en el que hay numerosos animales (ciervos, cabras, caballos), un sol (por lo visto muy poco frecuente) y algunos motivos geométricos. Los fuimos a ver al atardecer, y el sol rasante hacía que las figuras resultaran muy evidentes, dando que pensar si sus autores no buscarían en su momento el mismo efecto. Tal vez al medio día, con el sol dando de plano sobre la roca, no lo hubiéramos visto tan bien.

Detalle de un ciervo.

Para terminar y como regalo, una foto de la cascada de Ezaro, el Costa da Morte, recientemente recuperada y que es imperdonable no visitar.


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Aテ前S DE LAS

CAVERNAS


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