Get obsessed, totally obsessed. There is no use just, liking what you do, get obsessed with it. –Mario Testino
INICUO tonybobadilla
A ti, que desde la eternidad estuviste, a ti mi eternidad. A uted que sostiene mi mano. A usted que me dijo quĂŠ dijera. A ti, valiente, a ti.
Somos humanos, somos perfectos imperfectos, somos seres humanos perfectamente imperfectos. Malvados, sin escrúpulos, inmisericordes ante nosotros mismos, ante los que amamos, ante quienes son un mucho. Somos compasivos, somos buenos, somos perfectos ante los que no nos hacen bien, ante los que queremos, somos extraordinarios ante todos, ante quienes decidimos. Esta es una historia contada através de fotos, está basada en la obra de José Agustín, Ciudades Desiertas, misma que me ha obsesionado, misma que ha dejado desnudo al ser Inicuo que hay en mí. Inicuo habla una historia, no de alguien específico, cuenta historia de seres Inicuos. Encontraremos seres desnudos, imperfectos, conoceremos cuatro historias, perfectas, reales, imperfectas y banales.
Susana caminaba por Insurgentes cuando encontró a Gustavo Sainz, quien le preguntó si quería le gustaría participar en un programa de escritores en Estados Unidos. Susana dijo sí al instante. Una mañana de agosto se levantó muy temprano, se dio un baño y eligió con gran detenimiento la ropa que había decidido ponerse y revisó su imagen repetidas veces en el espejo. La suerte la había favorecido y Eligio se había viajado a Chihuahua a ver a su familia,
De una manera natural, espontánea, el polaco Slawomir todo el tiempo estuvo cerca de Susana, y ella vio que se trataba de un hombre terriblemente introvertido, que sólo emitía monosílabos y gruñidos cuando le dirigían la palabra. Conforme bebía, el polaco mostraba unos ojos cada vez más opacos y despreciativos. Todo el tiempo parecía que en cualquier momento se pondría en pie y haría algo terrible. Pero nunca hizo nada, y Susana sólo le dedicó miradas ocasionales
Eligio quiso intervenir: era intolerable que su mujer fornicara con ese tipejo ante su mismísima presencia, pero no podía hacer nada, algo le había succionado toda la fuerza y le impedía irrumpir adentro y armar el escándalo apropiado. Era intolerable verla campanear el torso con un ritmo espasmódico, ausente, y sí: estaba gritando, aullaba de placer, qué cinismo. Eligio no daba crédito a lo que sucedía: consideraba que cuando menos Susana debía de tener el mínimo tacto de coger sin venirse, y menos aún con tal estrépito. Con él, jamás había llegado a los alaridos que en ese momento profería, el llanto que le brotaba de los ojos bizqueantes, mientras el gorila la sujetaba con fuerza de la cintura y empujaba con todas sus fuerzas. Los viejitos y los fascinerosos, ¡los derelictos!, reían con la mirada un tanto turbia y señalaban el cuerpo sudoroso de Susana, quien se levantó y se dejó caer en la alfombra; después rodó un poco y se detuvo, bocabajo.
Eligio saltó la ventana y se metió en la sala. En la ventana opuesta los espectadores se entusiasmaron ante lo que consideraron un inminente terceto sexual o menachatruá. El gorila alcanzó a ver que Eligio iba hacia él, pero no se inmutó, se apresuró a encontrar el camino entre las nalgas de la mujer y la penetró con facilidad, a lo que siguió una exclamación satisfecha de Susana, quien tenía la cabeza reclinada en la alfombra. Eligio empujó con el pie al hombrón y lo mandó brutalmente contra el suelo. Durante fracciones de segundo, dudó si agarrar a patadas las nalgas de Susana o lanzarse contra ese abominable usurpador de la mujer ajena.
Susana trató de apartar a Eligio jalándolo de la ropa, y éste retrocedió varios pasos, se desprendió rápidamente de su esposa, levantó una piedra y en un relampagueo ya la había tirado con todas sus fuerzas contra el polaco; se llenó de júbilo al ver que la piedra se estrellaba en la cabeza del gigante y que éste se cubría la herida con las manos. Eligio se lanzó nuevamente contra el polaco y pudo propinarle un puntapié en el estómago, pero, con un rugido de dolor, el polaco lanzó un brazo al aire y golpeó, pesadamente, a Eligio; lo proyectó contra la pared fácilmente. Yo me voy a dormir, avisó Eligio, hundiéndose en su asiento, cuando vio que el polaco subía en el autobús con Altagracia detrás de él. Todavía mostraba curaciones en el pómulo izquierdo y parecía más sombrío que nunca. Yo también me voy a dormir, dijo Susana. [...] Al día siguiente Eligio despertó con una cruda mortal pero, sobre todo, con la certeza de que Susana no iba a regresar al Kitty Hawk, en verdad le valía madres dejar todas sus cosas allí, seguramente confiaba en que Eligio se encargaría de todo. Telefoneó a Becky, quien le informó que Susana ya había cobrado su último cheque, ¿en dónde estaba, por cierto? ¿Pensaban quedarse para la Navidad? Porque tenían que hacer planes. Eligio colgó el auricular y llamó al banco. Susana había cerrado su cuenta. Premeditación, alevosía y ventaja, consideró Eligio, dispuesto a no perder más tiempo. Salió a comprar otras maletas, en la tienda de segunda mano por supuesto, y desglosó todo lo que tenía, pensando que esa misma tarde los escritores que quedaban encontrarían nuevos tesoros en la basura.
¡Qué cinismo de mujer!, se repetía, ¡no es posible! ¡Qué bajo ha caído! En el correo depositó un costal lleno de los libros que Susana obtuvo del Programa, y hasta entonces pudo comer algo sin sentir náuseas. Estaba a punto de irse en ese mismo instante cuando pensó que sería horrible viajar sin compañía por las planicies del Medio Oeste. Quizás Edmundo quisiera ir con él... ¡Qué estupideces pensaba! Subió en su auto y fue a la Universidad, y en la oficina del Programa encontró a Irene. Le preguntó a boca de jarro si quería irse con él. ¿A dónde? No sé bien a dónde, contestó, todavía, pero desde este momento te aclaro que voy a buscar a mi esposa, y tan pronto como la encuentre tú vas a tener que esfumarte, ¿de acuerdo? Irene palideció y después de un largo silencio decidió acompañarlo; desde algunos meses antes estaba pensando en el drop-out, aunque perdiera todo lo que había estado pagando en la Universidad. Te caló duro lo que dijo el poeta, ¿no?, aventuró Eligio. Irene asintió reflexivamente. Fueron al pequeño departamento que Irene compartía con otra estudiante y allí mismo hicieron el amor con una intensidad que a Eligio le pareció alucinante; tenía razón, pensaba, aquel tipo que le dijo que una experiencia escalofriante era acostarse con una mujer cuando se ama a otra que se ha perdido. Después quedaron profundamente dormidos, así es que salieron al día siguiente, no sin que Eligio hubiera telefoneado al Kitty Hawk por si acaso Susana había vuelto.