Monstruoso puzle en Australia (Detectives de Animales 1)

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Primera edición: mayo de 2018 © Del texto: Wof Can, 2018 © De las ilustraciones: David Navarro, 2018 © De esta edición: 2018, Editorial Hidra, S.L. editorialhidra@editorialhidra.com www.editorialhidra.com Síguenos en las redes sociales: @EdHidra

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BIC: YFC ISBN: 978-84-17390-16-7 Depósito Legal: M-13486-2018 Impreso en España / Printed in Spain Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser ni total ni parcialmente reproducida, almacenada, registrada o transmitida en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, ni mediante fotocopias o sistemas de recuperación de la información, o cualquier otro modo presente o futuro, sin la autorización previa y por escrito del editor.


Monstruoso puzle en Australia

Wof Can Ilustraciones de David Navarro


Este soy yo, Wof Can. Soy el mejor detective del mundo (y el menos modesto). Me encantan los cupcakes y los misterios, y no soporto ni los aviones ni a Vultur.

: Ăş Feline n i M s e Ella y carreras n e a t r e exp rciales. ar t e s m a l os por e m a j a i v Juntos o los olv i e n d s e r o d mun omplic s ĂĄ m s s m i ste r i o ĂĄndono h c n i h c c ados y ente. mutuam


Tana y Chip son la cient ífica y el informático de la Ag encia. ¡Y también mis coleg as! Siempre están dispuesto sa echar un cable.

mis colegas Los que no son ur, mi son la Jefa y Vult Agencia. archirrival en la

a tiempo Y si me qued aso, me entre caso y c r el rato con encanta pasa mis sobrinos. , ru a T y a ik M en perrerías. Son expertos



Una tormenta sacudió la casa. Los koalas despertaron en medio de la noche. La lluvia golpeaba el tejado y el viento silbaba por las rendijas de la pared. Ponía los pelos de punta. Y, en el caso de los koalas, estamos hablando de muchos pelos. La señora Koaling oyó un ruido en el piso de abajo. Se puso inmediatamente en pie.


—La ventana del salón se habrá abierto. Nunca me acuerdo de arreglarla. —¡Por favor, quédate aquí! —rogó el señor Koaling—. ¿Y si hay un ladrón? —Tonterías. —La koala se burló de los temores de su marido y salió de la habitación. No tenía miedo—. Te asustas hasta cuando suena el teléfono. ¡Ya iré yo a ver qué ocurre! La señora Koaling no se andaba con bromas. Una vez atrapó a un ladronzuelo que intentó robarle. ¡No sabía con quién se había metido! En cuanto advirtió el peligro, la koala abofeteó al granuja hasta que llegó la policía. En otra ocasión, le intentaron timar diez céntimos en el mercado. La señora Koaling se llevó la caja registradora hasta que se disculparon. Era una koala de armas tomar.

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Mientras tanto, el señor Koaling se quedó de pie en la habitación, esperando el regreso de su mujer. Desde la ventana podía contemplar la lluvia sobre su jardín. Pero el koala descubrió algo más. Algo que no debería estar ahí, bajo la tormenta. Una silueta tenebrosa, una criatura que no pertenecía a este mundo, salió del granero. Era un monstruo muy extraño. El koala no pudo verlo bien por culpa de la lluvia y de la oscuridad. El monstruo pasó por delante de la casa y se zambulló en el lago. El señor Koaling gritó y se escondió debajo de la cama.

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1 Wof, el detective

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ra el día más frío del año. La ciudad de Nueva York amaneció cubierta de nieve y los termómetros estaban bajo cero.

La calefacción era la mejor aliada para soportarlo. En la Agencia de Detectives de Animales, sin embargo, hacía una semana que la caldera se había estropeado. Los trabajadores de la oficina llevábamos tantas capas de ropa que parecíamos cebollas. Tenía tanto frío que mis dientes castañeteaban de manera incontrolable, así que prendí fuego

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a unos documentos TOP SECRET en la papelera para que me dieran un poco de calor. Esperaba que no fuesen importantes. —Como no arreglen pronto la calefacción, pienso ir al despacho de la Jefa y soltarle cuatro ladridos —dije. —¡Ja! No te atreverías a ir al despacho de la Jefa aunque te diesen un millón de huesos —se burló Chip, mi compañero de despacho. El hámster es el hacker de la Agencia. Puede cargarse cualquier sistema de seguridad. —Es verdad —reconocí con una sonrisa en los labios—. Pero si fuesen cupcakes… Me presento: me llamo Wof Can y soy el detective más exitoso de la famosa Agencia de Detectives de Animales. Haga frío o calor, soy capaz de resolver los casos más difíciles, los huesos duros de roer.

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Me había ganado la fama gracias a mi excelente olfato y dotes para la deducción. No había caso que se me resistiese. Fui el héroe que desenmascaró a la peligrosa banda de Cerdos de la Pezuña Larga, el que encontró a la pequeña avestruz del gobernador y el que evitó el robo del valiosísimo Collar de Coral de los delfines.

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Resolvía los casos en tiempo récord y, aun así, la Jefa estaba enfadada conmigo. ¿El motivo? Además de ser el mejor detective de la Agencia, también tengo un inexplicable don para meterme en problemas. Todo lo que tengo de genio, lo tengo de patoso. ¡Y eso que soy un perro! Arrojé otro documento SUPERSECRETO al cubo de fuego y sentí un gustirrinín cuando aumentó el calor. De pronto, el sonido del teléfono me dio un susto de aúpa. La papelera, el fuego y los documentos secretos saltaron por los aires. Chip soltó una risita desde su mesa.

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Lo silencié echando una manta encima. Después descolgué el teléfono: —¡¡¡WOF!!! ¡¡¡VEN INMEDIATAMENTE A MI DESPACHO!!! La Jefa colgó antes de que pudiese responder. Seguro que estaba furiosa por mi última metedura de pata. Chip intentó animarme. —La Jefa está de mejor humor que ayer —dijo con guasa—: esta mañana solo ha chillado a tres animales. Tragué saliva y salí al pasillo. Intenté caminar lo más lento posible, pero el despacho de la Jefa estaba solo a diez pasos del mío. Fue como si me leyese la mente, porque cuando estaba casi en la puerta, oí:

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—¡¡¡DEJA DE PERDER EL TIEMPO Y PASA DE UNA VEZ!!! No tengo todo el día. Definitivamente, podría ser peor. Si estuviese enfadada, me habría arrojado la grapadora… y no habría fallado. De joven, la Jefa fue campeona de tiro de nueces. Ensayé mi mejor sonrisa y entré al despacho. Ahí estaba la directora de la Agencia de Detectives de Animales, la leyenda viva del misterio. No era una leona, ni un tiburón, ni ningún animal fiero y con dientes afilados. La Jefa que atemorizaba a la oficina y la controlaba con puño de hierro era… una vieja ardilla. Y esta vez no estaba sola.

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