Primera edición: mayo de 2018 © Del texto: Wof Can, 2018 © De las ilustraciones: David Navarro, 2018 © De esta edición: 2018, Editorial Hidra, S.L. editorialhidra@editorialhidra.com www.editorialhidra.com Síguenos en las redes sociales: @EdHidra
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BIC: YFC ISBN: 978-84-17390-17-4 Depósito Legal: M-13487-2018 Impreso en España / Printed in Spain Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser ni total ni parcialmente reproducida, almacenada, registrada o transmitida en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, ni mediante fotocopias o sistemas de recuperación de la información, o cualquier otro modo presente o futuro, sin la autorización previa y por escrito del editor.
El misterio de la colmena embrujada
Wof Can Ilustraciones de David Navarro
Este soy yo, Wof Can. Soy el mejor detective del mundo (y el menos modesto). Me encantan los cupcakes y los misterios, y no soporto ni los aviones ni a Vultur.
: Ăş Feline n i M s e Ella y carreras n e a t r e exp rciales. ar t e s m a l os por e m a j a i v Juntos o los olv i e n d s e r o d mun omplic s ĂĄ m s s m i ste r i o ĂĄndono h c n i h c c ados y ente. mutuam
Tana y Chip son la cient ífica y el informático de la Ag encia. ¡Y también mis coleg as! Siempre están dispuesto sa echar un cable.
mis colegas Los que no son ur, mi son la Jefa y Vult Agencia. archirrival en la
a tiempo Y si me qued aso, me entre caso y c r el rato con encanta pasa mis sobrinos. , ru a T y a ik M en perrerías. Son expertos
Una bestia enorme salió de un agujero. Se trataba de un formidable oso negro, que despertaba tras varios meses de hibernación. Se llamaba Ursu y tenía mucha hambre. Solo tendría que caminar un poco para encontrar algún panal rebosante de miel. Ursu ya se relamía los labios mientras rebuscaba entre los árboles cuando oyó un ruido. —Tranquila, vamos a comer enseguida —le dijo a su tripa.
Los osos comen tanto que sus estómagos tienen vida propia. Y rugen más que diez tractores juntos. Entonces sucedió algo extraño. El sol desapareció y bajó la temperatura. El ruido creció y Ursu confirmó que su tripa no tenía la culpa. El origen estaba en una nube morada que se acercaba a él, flotando en el aire, como una tormenta en miniatura. Una tormenta mágica. El oso nunca había tenido tanto miedo en su vida. Es más: era la primera vez que sentía miedo. Esa nube siniestra lo petrificó. Para empeorar las cosas, una voz desagradable como una picadura retumbó en sus oídos. No supo de dónde venía: —¡Aleja tus sucias zarpas de la miel!
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La nube disparó un rayo violeta que cayó sobre el asustado Ursu. Un instante después, el humo tenebroso se desvaneció. El oso había desaparecido por arte de magia. El claro del bosque regresó poco a poco a la tranquilidad. Pero Ursu ya no estaba allí.
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1 eL ATAQUE de lAS PLANTAS
L
a ciudad de Nueva York rebosaba vida. La primavera había llegado y las florecillas decoraban los balcones y los parques.
Todo el mundo estaba de buen humor. Todo el
mundo excepto yo. —¡Achís! Me soné el hocico. Tenía una montaña de pañuelos usados sobre la mesa. Mi compañera Minú se mantenía a una distancia prudencial, aburrida mientras esperaba un nuevo caso para pasar a la acción.
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—Todos los años la misma alergia —protesté—. ¿No podríamos saltarnos la primavera y pasar directamente al verano? —Voy a proponérselo a la Jefa —dijo Minú con sorna—. Seguro que puede negociarlo con el hombre del tiempo. Estornudé una vez más. Soy Wof Can, el mejor investigador de la Agencia de Detectives de Animales… Y también soy alérgico al polen. Llevaba años resolviendo misterios de la fauna y, desde hacía poco, trabajaba con Minú. Esta gata llegada desde París era ágil, inteligente y fuerte. Era la pareja perfecta para mí. Hacíamos un equipo imbatible. Mi único problema en ese momento era el dichoso polen. De pronto, sentí un intenso hormigueo en la punta del hocico, más intenso que el anterior.
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—Ah… Ah… ¡¡¡ACHÍS!!! Estornudé de nuevo, solo que esta vez Chip se cruzó en mi camino y salió disparado hacia la pared. —¡Lo siento, colega! Corrí a socorrer al hámster. Chip era tan pequeño que podía volar con un simple estornudo.
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—¡No te he visto venir! —Estoy bien, estoy bien. —El hámster estaba abrazado a una maceta de jazmín que era el doble de grande que él. La colocó junto a su ordenador—. ¿Te gusta? Me la ha regalado mi novia. Me puse morado. Ese jazmín tenía pinta de provocar muchos estornudos. —Creo que voy a tomar el aire —dije agotado. Abrí la ventana y tomé una bocanada de aire fresco. Como toda la primavera fuese así, tendría que empezar a trabajar con mascarilla. Por desgracia, la ventana del despacho contaba con su propio macetero atiborrado de flores. ¡La naturaleza al ataque! Inspiré tanto polen que mis ojos se hincharon y la lengua se me infló como una pelota. —¡¡¡Ah… Ah…!!!
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Minú advirtió el peligro y saltó sobre Chip. Se refugiaron detrás del escritorio y se cubrieron la cabeza. —¡Todos a cubierto! —exclamó la gata. El resto de animales de la Agencia corrieron, espantados, tan lejos como pudieron. No me pude contener más: —¡¡¡ACHÍS!!! El eco del estornudo se oyó por toda la ciudad. Los cristales de la Agencia se hicieron añicos. Las alarmas de los coches se dispararon. Los pájaros echaron a volar.
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Me aparté de la ventana antes de que me detuviesen por escándalo público. —Ups —me excusé con una risita nerviosa.
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2 UnA CLIENTA ZUMBANTE
C
hip y Minú se asomaron lentamente desde detrás del escritorio. Parecían recien salidos de una guerra.
—Está claro que no te gusta el jazmín —dijo el
hámster, y se llevó la maceta a otro sitio. Me apoyé en la repisa para recuperarme. ¡Mi estornudo casi provoca un terremoto! Estaba a punto de cerrar la ventana cuando un insecto se posó en mi hocico. Era negro y amarillo, un ejemplar de abeja.
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Me miró con sus ojillos oscuros. Yo me quedé quieto como una estatua de piedra. —¡No me piques! La abeja levantó el vuelo y zumbó a mi alrededor. Me puse a dar saltitos histéricos. Hacia delante, hacia atrás, hacia abajo… ¡Cualquier cosa con tal de evitar la picadura de la abeja! Minú seguía el baile con los ojos como platos. —¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —¡No es una mosca! —grité, mientras esquivaba al bicho una vez más—. ¡Es una abeja! Esta intentaba hacerse oír, pero conmigo dando vueltas era imposible. La abeja intentaba detenerme, pero yo no la escuchaba. Los dos estábamos envueltos en un baile
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tan ridículo como agotador. Yo intentaba evitar que la abeja me picase y la abeja volaba cada vez más rápido para que yo no la aplastase con mi cuerpo. Carpetas, archivadores, libros… Todo saltaba por los aires. Desesperada, la abeja sacó su paraguas y me propinó un buen pinchazo en el trasero.
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