Los Archivos del Terror de J. X. Avern
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Dirección Editorial: Isabel Carril Coordinación Editorial: Begoña Lozano Edición: María José Guitián Preimpresión: Francisco González ISBN: 978-84-696-2298-8 Depósito legal: M-2962-2018 Printed in Spain Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. Pueden utilizarse citas siempre que se mencione su procedencia.
Los Archivos del Terror de J. X. Avern
J. X. Avern lleva años investigando sucesos sobrenaturales por todo el mundo. Vive en paradero desconocido y no existen fotos suyas. Ni siquiera se sabe si es hombre o mujer. Ahora, y por primera vez, publica sus famosos «Archivos del Terror»: para ponernos los pelos de punta, sí, pero también... para ponernos sobre aviso.
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Nunca compres
en Infernalia
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M
ATEO odiaba sacar la basura.
No era justo que siempre le tocara a él. Su padre se excusaba con que ya tenía suficiente con preparar la cena y su madre volvía agotada del trabajo. Por supuesto, pensar en Nico era imposible. Su hermanito pequeño era demasiado canijo para sacar la bolsa de la basura por la puerta. Se habría caído en el cubo y tendrían que haberlo sacado tirando de las piernas. Fuese como fuera, esa era la tercera vez que Mateo sacaba la basura en lo que iba de semana, y para colmo, de la bolsa goteaba un liquidillo apestoso. El 9
chico estiró el brazo para alejarla lo máximo posible de su nariz. El olor era repugnante. Cuando salió a la calle se dio cuenta de que ya había anochecido. El otoño avanzaba en el calendario y cada vez oscurecía antes. Por desgracia, en esa época del año las luces de las farolas no se encendían hasta un rato después y Mateo tenía que recorrer a oscuras los cien metros que llevaban desde su casa hasta el contenedor de la esquina. Su barrio era una zona residencial llena de adosados idénticos y jardines perfectamente cuidados. Podían pasar horas sin ver a un vecino. Pero ya tenía once años, y sabía lo que se reirían de él si se dejaba asustar por un poco de oscuridad. «No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo...», se repetía. Entonces Mateo escuchó un crujido entre la vegetación y se paró en seco. El ruido procedía del parque infantil situado enfrente de su casa, silencioso y abandonado a esa hora de la tarde. Intentó ver algo entre los columpios y los toboganes, pero estaba demasiado oscuro para distinguir nada. 10
«Habrá sido un animal», pensó, y siguió caminando con la bolsa de basura. Ya se había olvidado del mal olor. Dio diez pasos, el ruido se repitió y supo que no estaba solo. Se giró y no vio nada a su alrededor. ¿Cuándo iban a encender esas farolas? «No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo...», se repitió como una cantinela. Mateo aceleró el paso para llegar cuanto antes a la esquina y librarse de la bolsa de la basura. Estaba deseando regresar a casa y cerrar de un portazo. Llegó al contenedor y arrojó la basura dentro. Ya estaba la mitad del viaje hecho. Dio media vuelta con intención de emprender el camino de regreso y entonces vio una figura en medio de la calle. Una figura de aspecto humano, quieta en medio del asfalto. Era delgada y más alta que él. En cuanto a sus rasgos, resultaba imposible identificarla con esa oscuridad. ¡¿Es que no pensaban encender las farolas nunca?! Ni siquiera podía adivinar si era chico o chica, hombre o mujer. 11
Eso si era un humano... Se le pusieron los pelos como escarpias. Mateo corrió hacia su casa. No iba a esperar a que esa figura lo devorase. Efectivamente, en cuanto él se movió, la silueta de la calle empezó a perseguirlo. Él corría todo lo que podía, pero su perseguidor era todavía más rápido. Y lo más inquietante: no se movía como las personas. Por el rabillo del ojo, Mateo advirtió que aquella cosa se deslizaba por el suelo, sin levantar las piernas. Como una babosa gigante... El monstruo emitía unas siniestras luces parpadeantes. Cada vez estaban más cerca. Mateo no tuvo tiempo de llegar a su casa cuando el monstruo se le echó encima y lo arrojó al suelo. Entonces el chico gritó con toda su alma.
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L monstruo cayó sobre Mateo y lo agarró por los brazos. El chico gritó, y a punto estuvo de llorar, cuando escuchó una risa sobre él. Una risa femenina que conocía muy bien. —¡No tiene gracia, Vero! Mateo se levantó enfadado y se sacudió el polvo de la ropa. La chica se reía a carcajada batiente. A diferencia de Mateo, ella encontraba aquello muy divertido. Estuvo así durante un minuto entero. —¡Tendrías que haber visto tu cara! ¡Casi te meas encima! 13
—No me has asustado —dijo él, pero Vero no se lo creía. Era imposible creérselo. Mateo se había llevado el susto de su vida. Su mejor amiga le dio una palmadita en la espalda para que se relajase, aunque todavía se reía por lo bajini. Se habían conocido el primer día de Secundaria, y desde entonces se habían hecho inseparables. Mateo era curioso y decidido; Vero era enérgica y siempre quería ser la primera en todo. La casa de la chica estaba cerca de la urbanización de Mateo, así que no era extraño que jugasen juntos. Lo raro era que Mateo no hubiese adivinado antes que el «monstruo» era Vero. —Yo solo quería mostrarte mi última adquisición, pero te he visto solo en la calle, e ibas con tanta prisa, que no me he podido resistir... El chaval se olvidó del susto. Ya era agua pasada. Además, Vero había mencionado una «nueva adquisición», y eso siempre era un motivo de interés. El tío de Vero trabajaba en Nueva York, la ciudad más flipante del mundo según los dos amigos. Un 14
par de veces al año visitaba a su sobrina y le traía regalos que eran impensables en otro lugar. Vero siempre iba a la última, ya fuese en ropa, música o libros. Esta vez, la chica presumía de patines. Vero golpeó los tacones, como si fuesen los zapatos mágicos de Oz, y las ruedas se iluminaron, produciendo un efecto multicolor increíble. —Aún hay más —se pavoneó su amiga. Vero se puso a patinar alrededor de Mateo y sonó una música que salía de los patines. Pero no era una canción cualquiera, como podría hacer cualquier altavoz, sino una composición única, que iba exactamente al compás de los movimientos de Vero. —Guau... —murmuró Mateo. —Son los nuevos patines RollerXD, lo último del mercado. —Vero detuvo su exhibición y se quedó plantada delante de Mateo. Con los patines era un palmo más alta que él. Vero era tan delgada, y las luces tan estridentes, que no era raro que el chico la hubiese tomado por una especie de ovni—. Los llevan todas las estrellas de Hollywood y hasta los youtubers. 15
—Cómo molan —replicó Mateo, que estaba fascinado con sus luces y sonidos—. Daría cualquier cosa por tenerlos. tos.
Mateo ya se estaba viendo con los patines pues¡Eran increíbles!
Todavía no sabía patinar y ya se estaba imaginando las piruetas que haría con ellos. Iba a ser la sensación del instituto. Su cumpleaños era solo una semana después, así que ya sabía qué les pediría a sus padres de regalo. ¡Se moría de ganas por tenerlos! Vero y Mateo estuvieron un buen rato haciendo planes para sus patines cuando la chica reparó en la hora y se fue rodando por la calle. Él regresó a su casa también; se suponía que solo iba a tirar la basura, y al final había estado más de veinte minutos fuera. Su familia se podría preocupar. Estaba a diez pasos de su jardín cuando escuchó un nuevo ruido, y entonces supo que esta vez no era Vero. Ya debía de estar a medio camino de su casa. 16
El corazón se le aceleró. De pronto se encendió el alumbrado de la calle y comprendió que esa era la causa del ruido eléctrico. El chico se relajó y entró en casa. Todavía no sospechaba el terror que se avecinaba.
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ATEO entró en su casa con ganas de hablar de los nuevos patines de Vero. Ya se había olvidado del susto que se había llevado un minuto antes. Encontró a su padre cocinando. Su hermanito Nico estaba sentado en su silla de comer, aunque él ya había dado cuenta de la cena. Tenía el cabello castaño y una cara redonda. A sus dos años, era el típico niño de anuncio. —¡Teo! —chilló para llamar su atención. Nico lo llamaba así desde que había empezado a hablar. Mateo, sin embargo, no tenía ganas de hablar con él. 19
—¿Cómo has tardado tanto en tirar la basura? —le preguntó su padre mientras removía un puré en la cazuela. —He ido a un contenedor en el Polo Norte —respondió Mateo con una sonrisa. En otro momento su padre se habría reído con la broma, pero en esa ocasión simplemente hizo una mueca y continuó con los preparativos de la cena. Al chico no le pasaba desapercibido que su padre llevaba días preocupado, pero no acertaba a adivinar por qué. En ese instante entró su madre a la cocina. Aunque había vuelto del trabajo hacía poco, había tenido tiempo de quitarse la chaqueta y los zapatos para ponerse más cómoda. Dio un beso a cada miembro de la familia y se dejó caer en la silla, agotada. —Ha sido el día más largo de mi vida. ¡Tres juicios seguidos! —exclamó, bebiéndose un vaso de gaseosa de un trago—. ¡Y encima no funcionaba la calefacción! La señora Yagüe era abogada. Se quejaba de que últimamente había más pleitos que nunca, y cada vez que perdía uno volvía a casa de mal humor. Su trabajo era la única fuente de ingresos de la familia. El padre de Mateo había sido publicista 20