TOM H ELIX
CORTOCIRCUITO EN EL COLE
Para Dani, consejero de asuntos robรณticos
¡¡¡cHicos, Os lo vais A PasAr genial con esta lEctuRa!!!
ยกEH, OYE! ยกque llevo una dieta muy equilibrada!
La mosca hace un triple salto mortal con tirabuzón
y se posa en el estuche de Hugo. El chaval la mira embobado. Como si nunca hubiese visto una. «Seguro que viene de oler una caca en la calle. ¡Qué envidia!... A ver, no por oler cacas, sino porque puede ir a donde quiera.» Ofendida, la mosca despega de nuevo y se posa en la mesa de Laura. «Qué raro —piensa Hugo—. ¿Por qué Laura está escribiendo en un folio en blanco y no tiene
NINGÚN libro a la vista?»
—Hugo, Hugo... —alguien susurra su nombre, pero él ni se entera. Acaba de tener una idea BRILLANTE.
El chico saca un puñado de piezas de Lego del bolsillo. A sus once años, Hugo es un maestro de construcciones.
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Tímido
Buen corazón
Metepatas
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ONCE años 1,45 cENTÍMETROS Despistado
W
Sin perder de vista a la mosca, Hugo fabrica una casita sobre su pupitre. Incluso le añade una pista de aterrizaje y un comedor con vistas. Le está quedando una obra digna de un programa de «grandes construcciones». Para rematarla, en un arrebato de inspiración, arranca un trocito de paté del bocata que le sobró la semana pasada y lo pega en el bloque de Lego del centro. La mosca no se va a poder resistir. Es la casita ideal. —¡Qué PESTAZO ! —protesta Rodrigo, su compañero de al lado. «Bah, no hay para tanto —piensa Hugo—. Mis zapatillas de deporte huelen mucho peor.» Pero la mosca, ni caso. Pasa de la gran construcción y sobrevuela el bocata reseco de Hugo. Es raro. No que la mosca no quiera paté. Cada uno tiene sus gustos. Lo que es MUY RARO es que Rodrigo, el vago de Rodrigo, el «Se Me Han Olvidado los Deberes en Casa» Rodrigo, también está concentrado sobre una hoja blanca. Y encima está mordiendo un boli en lugar de su bocata de salchichón. AQUÍ ESTÁ PASANDO ALGO. Mientras, la mosca vuela a ras de la pizarra.
EXAMEN SORPRESA
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El bicho se posa en la esfera de un reloj de pulsera abandonado en la mesa del profesor. Un momento, ese no es cualquier reloj. Es el reloj del profesor Caraluna, para ser más exactos. Y eso SÍ que es raro, porque Caraluna SOLO se quita el reloj cuando quiere controlar el tiempo en las ocasiones importantes.
—Hugo, ¡que te estoy hablando! —le grita
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el profesor prácticamente en la oreja. El chico se pega tal susto que pega un respingo y tira la silla. Y esta es solo la primera de una serie de reacciones en cadena.
La silla cae sobre el pie de Aina, que salta como un resorte. La chica choca contra el póster enmarcado del mapamundi, que a su vez cae sobre el esqueleto de
clase. Y los ruedines de la base del esqueleto lo hacen rodar directo hasta los brazos del señor Caraluna, que de pronto se ve abrazado por un montón de huesos.
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—Pero ¡bueno! —chilla el hombre cuando consigue quitarse el esqueleto de encima. Se dirige al pupitre del chico como un tiburón a su presa. El profesor Caraluna normalmente habla despacio y flojito. La madre de Hugo siempre dice que su profe es un «bálsamo de tranquilidad». Pero ahora tiene la
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vena de la frente hinchada como un pimiento rojo, como esos con los que se hace la salsa brava y que te hacen llorar de gusto. El señor Caraluna está peligrosamente cerca de Hugo y no parece para nada un «bálsamo». —¡¿Qué pasa?! —pregunta Hugo asustado. —Eso digo yo —dice con los brazos en la cintura. La vena de la frente se le ha hinchado tanto que está a punto de reventar—. ¡Quedan cinco minutos para terminar EL EXAMEN y ni siquiera has sacado el boli! ¿Un examen? Claro. Por eso están todos tan ocupados. Hugo hace un repaso mental de las Cosas
Raras Que Están Pasando En El Aula. Los compañeros escriben en silencio (salvo Guille, que siempre SE CREE que lee en voz baja, pero se lE escucha hasta en Moscú).
Primeeera preguntaaa del
exaaamen...
El profesor Caraluna echa humo, y eso que no estรก fumando. Aina hace gestos raros con las manos.
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Rodrigo no estรก comiendo...
HUM. VALE. Quizá se le haya escapado alguna señal.
—¿Examen? —pregunta Hugo con miedo. Examen, claro. ESO lo explicaría todo. —Examen, sí —confirma Caraluna mientras su cara pasa del rojo al morado—. De la Edad Media .
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—Pasa a morado oscuro casi marrón— ¡¡¡Estás en la parra!!! —grita fuera de sí. ¡Caray! Caraluna es en realidad Carabrava. Tendrá que contárselo a su madre. El chico niega con la cabeza. Él no está en la parra, sino en el aula de 6.ºD. Está a punto de explicárselo, pero algo le dice que no es el momento. En el fondo, Carabrava tiene razón. Hugo se ha distraído. OTRA VEZ. La psicóloga de la escuela lo llama «déficit de atención», pero Hugo no está de acuerdo. Él presta mucha atención. ¿Acaso piensan que un rascacielos de trece plantas, escalera de in-
cendios, dos góndolas y tres fuentes centrales, cada una con piezas de distinto color, se construye sin prestarle atención? No, amigos. El problema es que Hugo no presta atención a lo que los profesores QUIEREN. Les interesan unas cosas muy aburridas , la verdad. Y, por lo visto, el examen no va ni de Legos ni de moscas. Por cierto, ¿adónde habrá ido la mosca? ¿La volverá a ver? Un ruido cada vez más fuerte lo saca de sus pensamientos. Sus compañeros empiezan a corear para darle más emoción. Les gusta crear ambiente. y Hugo traga saliva. Va a suspender el examen encima sus padres se enfadarán con él. Y para empeorar las cosas: ¿adónde ha ido la mosca? La ha perdido de vista. —¿En qué consiste el castigo? —pregunta con miedo. El profesor se queda en silencio. Necesita unos segundos para calibrar la pena. Por fin habla, y sus palabras retumban en las pare-
des del aula.
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Te condeno a pasar un día en 16
LA SALA.
Los coros se detienen de golpe. Hasta Joaquín, el malote de clase, suelta un grito de terror. La Sala de los Castigos es el lugar más espeluznante del mundo. Nadie necesita llamarla la Sala de los Castigos porque solo con decir LA SALA ya sabe lo que le espera. Nadie se atreve a hablar de lo que ha visto allí dentro. Es demasiado traumático. Hugo comprende que le ha llegado
SU final.
La Sala de los Castigos es el infierno en la Tierra… O en el cole, concretamente. Que es como decir el infierno en el infierno. LA SALA está llena de «pequeños terroristas», como los llaman los profesores. Y los peores de todos ellos son, sin duda, los repetidores. Hugo conoce a algunos de esos alumnos que han repetido curso. Son mayores que él, les han salido pelillos en el bigote y tienen voz grave. Pero sobre todo, son
peligrosos.
La mayoría de los repetidores son unos abusones. Se aprovechan de que son mayores para empujar a los demás y hacer lo que quieren. Pero aun así, incluso ellos le tienen miedo a la Sala de los Castigos. Hugo conoce algunos:
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Santi Granos-de-Acero Al Piccolini
Fernanda Fachín
Santi Granos-de-Acero: 18
– Cursos repetidos: uno pero aparenta catorce. – Características: olfato ultradesarrollado para detectar bocatas de chóped y robarlos. – Secuelas: estuvo en la Sala de los Castigos una vez. Cuando alguien le saca el tema, Santi se golpea contra la pared y se echa a llorar en silencio. ¡Y eso que solo estuvo allí unas horas!
Fernanda Fachín: – Cursos repetidos: cinco. – Características: le convalidaron las oposiciones de bombero después de pasar un curso entero en la Sala de los Castigos.
– Secuelas: soportó toda clase de pruebas físicas y resistencia mental. Pero, aún ahora, cuando oye el nombre de la sala, adopta posición de combate y grita: «¡Fuego, fuego, cuerpo a tierra!».
Al Piccolini: – Cursos repetidos: si te lo dijera, LA FAMIGLIA tendría que matarte. – Características: es el hijo de un conocido mafioso. Tiene el control absoluto del tráfico de lasaña en el comedor. El día que hay ese plato, nadie, NADIE excepto él lo come. – Secuelas: pasa tanto tiempo en la Sala de los Castigos que organiza desde ahí el contrabando de exámenes y obliga a los castigados a que se tatúen su jeta en el culo. Es ALTAMENTE PELI-
GROSO.
Si un castigado ya pone los pelos de punta, Hugo no quiere imaginar lo que puede ser un aula llena de ellos. Probablemente LA SALA sea lo más parecido a una Convención de Villanos. El camino hasta el final del pasillo se le hace eterno. Sus pies pesan toneladas y los intestinos se le retuer-
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cen. Los repetidores lo rodearán en cuanto lo vean, y no tiene suficiente bocata para repartir. Tampoco cuenta con suficientes Legos para fabricar una fortaleza.
¡No le da ni para un iglú!
Hugo llega hasta la puerta, traga saliva y dedica unos minutos a rememorar su vida. Nunca volverá a ser el mismo. ¡Adiós, mundo cruel! Gira el pomo de la puerta y se prepara para lo peor.
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Pero cuando mira al interior de la Sala de los Castigos , dentro solo están un hombre joven con cabello ondulado y una chica. Una chica bastante guapa, la verdad. Ellos ni lo ven, porque están totalmente metidos en una batalla campal, corriendo alrededor de una mesa con lo que parece una máquina de palomitas. Hugo aguanta la respiración y entonces lo ven. Y el vigilante y la alumna se quedan congelados. Pero no congelados en plan de frío, sino más bien como cuando tu madre te pilla comiéndote la última de las diez galletas de chocolate que te estás zampando ANTES de la hora de comer.
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La primera en reaccionar es la chica, que se abalanza sobre la máquina de palomitas y la guarda en su mochila. El hombre, en cambio, le dedica a Hugo una sonrisa. Está claro que FINGEN que no ha pasado NADA. El problema es que disimulan BASTANTE MAL . —Pasa, pasa —le pide el adulto.
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Aunque en realidad tampoco es TAN adulto. Debe de tener veintitantos años y por algún motivo lleva una bata blanca sobre la camisa. ¿Y si se ha vuelto a despistar (OTRA VEZ ) y ha ido a parar a la enfermería en vez de a la Sala de los Castigos? Claro, eso tendría mucho más sentido. Mejor se da la vuelta y encuentra la Sala de los Castigos de una vez, o se lleva además un pinchazo de regalo. Y este año ya ha pillado la gripe y la varicela. —¡Bienvenido! —dice el joven de la bata—. ¿A quién tengo el placer de recibir? —Eeeh… —Mira alrededor, no sea que lo hayan confundido con otro—. Solo soy Hugo. El hombre prácticamente le hace una reverencia y mueve la silla para que se siente. —Soy Ulises, el vigilante de esta sala. ¿Estás cómodo? ¿Tienes frío, calor…? —pregunta—. Puedo traerte un zumo si quieres. ¡Y una pastita! Definitivamente, aquí está pasando algo raro.
RARÍSIMO.
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