Esos son puros cuentos. Antología literaria

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Esos son puros cuentos

Antología literaria

Fondo Editorial Elena Barro

Sembradores de Historia

Esos son puros cuentos. Antología literaria

Noviembre 2022

Cuautla, Morelos

Que el presente texto sea de libre circulación

Esos son puros cuentos…

Antología literaria
Editorial Elena Barro
de Historia Cuautla,Morelosanoviembrede2022
Fondo
Sembradores

Presentación

Para aquellos que no temen imaginar Para Mari

He preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado.

-Silvio Rodriguez en Resumen de Noticias

La historia y la literatura siempre han sido buenos complementos, sobre todo si de la cuestión didáctica se trata. Es por esa razón que desde Sembradores de Historia decidimos emprender un taller de cuento histórico. Debo de admitir que nuestro objetivo no fue hacer un taller de literatura, sino de historia. Sin embargo, al final de cuentas terminamos cayendo en cuenta de que es una mezcla interesante de ambas disciplinas.

Este ejercicio, del cual todos los trabajos nos sorprendieron, muestra nuestra necesidad inherente de contar historias. Y qué mejor cuando las situamos en aquel momento histórico favorito. Así, como una máquina del tiempo pudimos usar nuestra imaginación histórica, recreando personajes y escenarios como un sueño. Quien se adentre a estas páginas podrá reconocer historias profundas, que llevan las vivencias personales a las del pensamiento histórico.

Agradecemos al Profr. Uriel González que por medio del Museo Casa de Morelos nos apoyó en este proyecto. Igualmente, gracias a quienes participaron, personas que nos han enseñado más de lo que imaginan.

Hernani Herrera Cofundador Sembradores de Historia

Entre campanas e historia se llevó a cabo el taller que, tras el esfuerzo de todos los colaboradores, logró concebir la antología que el lector tiene en sus manos. Este recopilatorio de cuentos se presenta como una ventana a las distintas perspectivas que cada ser tiene sobre la historia y su desarrollo. Esperamos que ésta antología sea un puente para comprender el pasado, la narrativa y, sobre todo, que la historia puede presentarse de maneras tan diversas e interactivas como la literatura.

Ojalá que la narrativa histórico-imaginativa sea cada vez más común entre nosotros y ojalá que cada persona se apropie de su historia para que, eventualmente, pueda construir una perspectiva sobre su historia y la relación que ésta guarda con las grandes estructuras del tiempo y los acontecimientos. Finalmente, agradezco a todos los participantes por su tiempo, su dedicación y su confianza. Ha sido un placer compartir el ejercicio de la historia con todos ustedes. Que estas historias no se detengan y animen a muchos más a participar en la construcción de nuevas perspectivas sobre el pasado y, mejor aún, sobre el futuro.

El hombre del secreto por

Hace muchos años, existió un hombre, al cual apodaron el “Hombre del secreto”, quien sufrió una tragedia muy grande en su familia: participó en el inicio de la revolución zapatista, y fue parte de la planeación y estrategias desde sus inicios; su nombre era Francisco Franco Salazar, o mejor conocido en el pueblo como “Chico Franco” . Ya dentro del ejercito zapatista llego hasta el grado de Coronel de Caballería, además de ser uno de los hombres en los que más confiaba Emiliano Zapata Salazar “Miliano”, no solo por ser su primo hermano, sino porque desde niños y al crecer juntos observaron las injusticias por las que pasaba su pueblo y su familia, por lo que desde muy pequeños traían bien clavado en su pensamiento y corazón, cambiar esa situación.

Todo sucedió en el pueblito llamado Anenecuilco, el cual estaba formado por apenas unas 30 o 40 familias, todas establecidas alrededor del río Chicnahuapan. La casita de carrizo en la que vivía Chico Franco no era nada diferente a las de sus vecinos y de su familia en el pueblo; era una época triste, bastante golpeada por las condiciones de pobreza sufridas por la gente más rica en el país. La gente lo único que quería era trabajar su tierrita para darles de comer a sus familias. La mayoría de la gente se dedicaba al campo, a sembrar o criar animalitos de corral. Solo unos pocos privilegiados podían ir a la escuela y aprender así a leer y escribir y poder aspirar irse a la capital para buscar la posibilidad de un mejor trabajo.

A la muerte de “Miliano” en 1919, Chico Franco emprendió una difícil tarea, su amigo y primo le dio una gran encomienda: proteger los famosos documentos con que daban la legitimidad del movimiento zapatista.

En una ocasión Chico Franco contó a la gente a la que le platicaba de la existencia de estos documentos. “Miliano”, cuando me dio los papeles, me dijo:

-¡Chico, los cuidas con tu propia vida”, y no me traiciones, sino te cuelgo del cazahuate más alto que encuentre!

Es por eso que estos documentos los tenía bien escondidos y solo algunos de sus hijos sabían en donde estaban, ni siquiera su esposa sabía, además era para su protección.

En la época de 1940 la atención médica en los pueblos era escasa, mejor dicho nula, por lo que la tasa de mortalidad era alta en los niños, no se lograban decía la gente, morían pequeños, y chico Franco no fue la excepción en esta situación con 3 de sus hijos: Andrés, Claudia, y Donaciana quienes murieron a corta edad por enfermedad o por piquete de algún animal del campo; pero estos pequeños, los llevaba en su corazón y en su pensamiento, se decía así mismo: “esto tiene que cambiar, ya no debe haber pobreza, ni hambre, nuestros hijos deben crecer sanos, con oportunidades”. Era el sueño de Chico Franco.

LA MÁS TRAVIESA DE LA FAMILIA ESPERANZA

Esperanza, era una de sus hijas consentidas, la mediana, con apenas 17 años, era la más traviesa, prefería andar en el campo sembrando o limpiando el jegüite con el machete, que estar metida en la cocina. Le gustaba ir a cazar venado, tlacuache, armadillos o animal que se le cruzara por enfrente, se les pegaba a sus hermanos Ángel, Julián, Verulo y Sirenio para irse de casería; además era la más curiosa de todos, siempre estaba atenta de lo que platicaba “Chico” su padre, buscaba siempre acompañarlo a todos lados. En las mañanas que se levantaban, era la primera que estaba lista para salir al campo con su padre, su mamá la regañaba constantemente, le decía:

-Tienes que comportarte como una mujercita y no andar como changa trepada en los árboles o mugrosa.

Chico, le decía a Demetria su mujer:

-Deja a la niña, ella quiere acompañarme, mira tus hijos, son hombrecitos y van refunfuñando por levantarlos por las mañanas tan temprano, además mi niña se va a saber defender, y será una mujer fuerte, no se dejará mangonear por ningún hombre, ella trabajará su propia tierra.

Chico le decía a Esperanza:

-¿Verdad hija?

Esperanza contestaba:

-!Sí apá!

La primera vez que Esperanza vio los famosos documentos de los que siempre hablaba su papá, estaba muy pequeña para entender la importancia de ellos, estaban en una cajita de hojalata vieja y bastante maltratada por los años. Su papá la llevo a su escondite secreto, era en un muro en la iglesia del pueblo; cuando ya todos se habían ido, aprovechaba que Esperancita se ponía a jugar con los niños y mientras que su papá la cuidaba, se acercaba sigilosamente al lugar y así de vez en cuando los volvía a revisar. Fue así como Esperanza y su padre Chico Franco se convirtieron de manera natural en cómplices, protegiendo juntos el secreto más importante de su vida y la de muchos, algo que más tarde costaría la vida de su propia familia.

Basándose en la existencia de esos documentos, Chico Franco se dedicó a buscar el apoyo de las autoridades para que les devolvieran las tierras a los campesinos, se convirtió en un dirigente importante en el pueblo, por su honradez y honor la gente lo buscaba para pedirle apoyo o consejo, es así como se convirtió en el último Calpuleque en Anenecuilco. Obviamente, esto le molestó a la gente ambiciosa y de mal corazón.

EL ATAQUE

Durante un fin de semana, un viernes en la madrugada, cuentan que los militares y la policía de Cuautla acorralaron a Chico Franco y a su familia en su casa. Debido a la mala información enviada a las autoridades, creían que iban tras un delincuente muy peligroso y no por una familia humilde campesina.

Cuenta la gente que todo ocurrió porque hubo personas adineradas y de puestos altos en el gobierno molestas por las gestiones de Chico Franco para los más pobres.

Cuentan testigos que por lo que iban eran los dichosos documentos que tanto protegía Chico Franco. Toda la madrugada hubo balazos, lograron escabullirse por la milpa y el campo dos de sus hijos: Ángel y Sirenio, aunque Sirenio traía una herida en su pierna, su hermano Ángel logro cargarlo, llegando hasta las campanas de la iglesia, las cuales hicieron sonar con todas sus fuerzas, pero fue inútil, la gente del pueblo estaba poco armada, y ante el ejercito que rodeaba la casa, nadie pudo acercarse.

Mientras tanto en la casa, durante el tiroteo, Demetria trataba de proteger a la más pequeña de sus hijas, Marciana que tenía tan solo 4 añitos, rasco con sus propias manos en la tierra del suelo de su casita de carrizo para poder hundir a la niña y protegerla con su cuerpo.

En el suelo yacía desmayado Julián por una bala que le dio en el vientre.Verulo de solo 16 años de edad y su padre Chico Franco, seguían disparando con el poco parque que les quedaba.

Afortunadamente la rebeldía de Esperanza sirvió en ese momento de algo, ya que era ella quien les pasaba las escopetas cargadas para no perder tiempo y defender a su familia.

Verulo de solo 16 años de edad y su padre Chico Franco, seguían disparando con el poco parque que les quedaba. Afortunadamente la rebeldía de Esperanza sirvió en ese momento de algo, ya que era ella quien les pasaba las escopetas cargadas para no perder tiempo y defender a su familia. De repente se acabaron las balas y por unos segundos más el ejército siguió tirando, aunque al darse cuenta que ya no respondían el ataque PARARON.

Hubo un silencio ensordecedor, Esperanza pensó que era la única viva, porque ya no escuchaba a nadie, ni a su hermanita chillar. De repente, entro sigilosamente un hombre uniformado y Esperanza sin vacilación, rápidamente se levantó y forcejeando con el fulano logro tomar el arma y con el forcejeo se tropezaron, y el arma quedo apuntada hacia el fulano y Esperanza aprovecho y la disparo.

Esperanza lo mató y asustada, se levantó rápidamente con el arma en las manos quedando petrificada, de repente cuando escucho una voz que le hablaba y sintió una mano tocando su pie, era su hermano Julián.

-Julián le decía: ¡Lo mate YO manita, lo mate YO !, ¡Dame el arma!

Fue un acto de valentía de Julián pensar en proteger a su hermana, para que no la acusaran de ese asesinato, al final sentía que la vida se le iba, y era lo único y último que podía hacer para protegerla.

Esperanza como un ser sin alma, no reaccionaba, pareció una eternidad, pero solo fueron unos milisegundos, cuando Esperanza le dio el arma a su hermanito y lo ayudo a sentarse.

Escucharon que desde afuera les gritaban:

¡salgan con las manos levantadas!

¡no tienen escapatoria!

¡Entréguense!

¡asesinaron a un oficial!

Chico Franco reacciono, y se levantó de repente, buscando a sus hijos y su esposa.

Al asegurarse que estaban bien y al mirar a su hijo Julián sangrando, les dijo:

-Tranquilos, saldré YO, vienen por MI

Esperanza, Julián y Verulo, le dijeron ¡no Papá!, ¡nosotros vamos contigo!

Y faltando por primera vez en su vida a una orden de su padre, lo acompañaron…

Chico sabía que jamás regresarían, solo abrazo a Demetria, su amada esposa y le dijo:

- Gracias por ser mi esposa, te encargo a nuestros hijos

Le dio un beso de despedida a su gran amor y compañera de vida y se dirigió a su pequeña nena de 4 años Marciana y le dio un beso profundo y cariñoso. Sabía en su corazón que no las volvería a ver.

LA TRAGEDIA

Estando los cuatro amarrados de las manos con riatas, les dijeron que se los iban a llevar, la gente del pueblo alrededor, les gritaba: ¡no pueden llevárselos!, ¡es un error!, ¡son gente honesta!, pero tomaron como pretexto el oficial muerto dentro de la casita de carrizos de Chico Franco.

A Chico, se lo llevaron con dos de sus hijos, Julián y Verulo, los subieron a un camión de un hombre que le apodaban La Garnacha. Pero a Esperanza por ser mujer, se la llevaron a la cárcel de Cuautla que tenían en la presidencia. Mientras que, a Demetria y a Marciana, la niña de 4 años, las dejaron ahí, obligados por las exigencias del pueblo; si no hubieran intervenido seguro se las hubieran llevado a ellas también.

Esperanza no volvió a ver a sus hermanos y padre desde ese día, estuvo 2 días encerrada, hasta que logró avisar a alguien que pasaba y por un agujerito en la madera, le pidió ayuda, le dijo:

- ¡Ayúdame, soy Esperanza Franco!

- ¡Soy de Anenecuilco, mi mamá es Demetria Sánchez, vivimos en la entrada de Anenecuilco, por favor dile a mi madre que estoy bien!

Durante el encierro, en todo momento le exigían que les dijera en donde estaban los famosos papeles, pero en su corazón Esperanza sentía que no podía traicionar la promesa de su padre, de guardar ese “gran secreto”. Esperanza pensaba que, si no sabía nada de su familia era porque estaban muertos, así que decidió no decirles nada, aunque su vida le costará. Después de todo pensaba que era inútil seguir viva sin su amada familia.

Esperanza nunca supo quién fue la persona que se apiado de ella y aviso a su madre porque ese mismo día su madre se presentó pagando la fianza acompañada con el Sr. Jesús Sotelo Inclán; el dinero se lo

había dado don Jesús Sotelo, gran amigo de su padre. Al tercer día, siendo día domingo, Don Jesús Sotelo Inclán ubico los cuerpos de Chico y sus dos hijos en Cuernavaca, decían las malas lenguas que se los habían llevado al cañón de lobos para torturarlos.

Al ir a recogerlos con las autoridades le hicieron firmar las actas de defunción a Demetria con la leyenda “muertos de manera natural”.

Don Jesús Sotelo le dijo:

-Ya firma, no podemos hacer nada, es el gobierno, lo más importante es llevárnoslos.

y así lo hizo Demetria con todo el dolor de su corazón.

Fueron sepultados un domingo, sus tres ataúdes fueron acompañados por todo el pueblo, había quienes querían demostrar su respeto cargando el féretro de alguno de los tres, se turnaban para hacerlo; el camino de su casa al panteón del pueblo fue el más largo, triste y siniestro de toda su vida que haya recorrido Esperanza. Se respirada un sentimiento de impotencia y profunda tristeza entre todos los habitantes, media familia había sido aniquilada.

El SECRETO

Al pasar de los días y los meses, Esperanza sufrió mucho, a pesar de su juventud e inocencia se armó de valor para buscar explicaciones.

Gracias a que era mujer, y además atractiva, con un cuerpo delgado y bien formado, pasaban inadvertidas sus intenciones, por lo que con sus medios indago quienes habían participado en el asesinato de sus hermanos y su padre; y un día se fue a meter al lugar en donde la tuvieron cautiva y haciéndose

pasar por la novia del jefe, la dejaron pasar los oficiales que vigilaban la entrada, ella traía escondido un cuchillo , pero por ser mujer no la revisaron, ella muy coqueta entro y pregunto por el jefe, y al entrar el jefe pensó que se le iba a ofrecer como otras chicas del pueblo hacían por dinero o por protección.

Al acercarse al jefe, Esperanza saco el cuchillo y apuntando a su barriga le dijo:

-No grites, no hagas ningún ruido o te lo clavo

-Dime, ¿quiénes mandaron matar a Chico Franco?

El hombre, cobardemente, rogando por su vida, le suplico que no lo matara y le conto todo. El jefe le dijo:

-En mi cajón hay una lista de quienes dieron la orden. Pero mira, nosotros solo íbamos por Chico, no por sus hijos.

-Mi teniente iba a dejar libre al chamaco, pero no quiso irse.

Mi teniente le pregunto a Chico:

-Si me dices donde están los papeles, dejo libre a tu chamaco, y el chamaco se hizo el valiente. Le dijo a Chico:

-¡No papá!, no le digas, si les dices, me dejarán ir, pero me van a venadear, moriré lejos de ti y de mi manito

-¡Quiero morir contigo!

-Recuerda, la promesa que le hiciste a mi tío Miliano

Y Chico Franco con las lágrimas en los ojos, le dijo:

- ¡ya escucho usted!

- El secreto de donde están los papeles se va conmigo y mis hijos, somos los únicos que sabemos.

Esperanza al escuchar esta confesión e imaginarse esta escena, no pudo soportarlo, y salió corriendo, dejando al cobarde hombre tirado en el piso. Nadie la siguió, solo se reían los guardias de afuera, pensando que quizás el jefe había hecho de las suyas con la muchacha.

Esperanza espero días, semanas y meses, pensando que la arrestarían por ese atentado que cometió con uno de los jefes, pero nada paso.

Y un día, decidió que era momento de recoger esos papeles y entregarlos a las autoridades

Al final, ella y su padre eran los únicos que sabían dónde estaban.

En los años 90´s se hizo entrega de esta insignificante cajita de hojalata al museo de Anenecuilco por el presidente entonces Carlos Salinas de Gortari. Como un recordatorio de quienes saben esta historia, esos simples papeles llevan la esencia de valor, la lealtad y el compromiso de muchos hombres, que para defender su existencia dieron su vida.

FIN

Este cuento lo escribo con mucho amor, para mis dos hermosas princesas Belén Azaharel y Marcia Esperanza y para mi pequeño príncipe Francisco Franco, para que recuerden que a lo largo de la vida existen injusticias, traiciones y abusos, pero que siempre debe valer más llevar en alto su persona, porque en ellos corre la sangre de hombres y mujeres valientes, que, en un acto de amor, dieron su vida para cambiar la realidad de todo un pueblo, de los campesinos. Porque no se trata de una lucha para estar bien dentro de las 4 paredes de su casa, sino entender que tu casa es tu país.

Soy Shocko

No escucho nada, en general vivo en silencio, a excepción de los días que niños curiosos vienen a jugar conmigo. Yo me acerco a ellos, intento tocar sus pelotas. Al verme salen despavoridos. Aún no entiendo por qué. Sin embargo, no recuerdo que nadie haya sido amable conmigo nunca.

El primer recuerdo de mi vida es la sensación de la tierra mojada bajo mis pies, jugando con mis hermanos. Ha pasado tanto tiempo que no recuerdo cuantos eran. Ellos no parecian escandalizarse de que un bebe caminara o hablara. No me mostraban cariño; transcurrían los días, uno a uno, royendo pedazos duros de tortilla. Pero no había pelotas, ni comida, solo frío, hambre.

Un día, diferente de los demás, había silencio. Fue el primer silencio de mi vida. Los días transcurrían entre los sollozos de mi madre, los gritos alcohólicos de mi padre, la voz de mis hermanos pidiendo comida; siempre había ruido y había hambre. Y yo, sin saber la extraña condición que guardaba, vi la oportunidad de expresar a mi madre mi necesidad de alimento, acaricie su mejilla y, sonriendo con mis blancos y bien formados dientes, le dije con voz suave y amorosa: “mamá tengo hambre.”

Ella gritó de horror, todos despertaron; los gritos y sollozos poblaron el ambiente. Todavía no terminaba de clarear el día, apenas si tenía un trapo sobre mi cuerpo; sin importar ello mi madre me llevó sobre sus brazos a la calle. Mientras caminaba, yo estaba desconcertado, la miraba y sonreía. Ante mis muestras de afecto ella recrudeció más su mirada hacía mí.

Después de un largo rato y ya con el sol sobre su espalda, llegamos a un lugar muy distinto a donde había transcurrido mi vida hasta entonces. Se respiraba un olor a carbón y comida, volví a pedir comida y dije de nuevo tiernamente a mi madre: “mamá tengo hambre”. Ya no hubo gritos, ni sollozos, solo su mirada de miedo y coraje; una combinación extraña, que se parece a la resignación. Ahora, después de haber vivido más de un siglo, lo comprendo.

Frente a una puerta enorme mi madre sonó una campana; después de un rato de insistir, un hombre se acercó desde atrás y le dijo: “Estás loca mujer, crees que por traer un niño rubio entre los brazos vas a poder entrar por la puerta de los patrones, mira a tu alrededor, aquí casi todas las mujeres tienen un niño blanco y no por eso tragan más; cuando crecen y se hacen hombres se chingan igual que todos, cuando no quieren trabajar al ritmo de todos, el fuete cae sobre ellos, el mayordomo se ensaña más con ellos, los bastardos son hijos del pecado, no tienen privilegios, son peor que nada.”

Entonces, escuché por última vez la voz de mi madre en mi vida: “Este niño no es hijo del pecado, yo no ame, no provoqué; solo estaba como todos los días, desgranando mazorca. El patrón se acercó a mi, yo callé, como todas, mi marido calló como todos los maridos. Este niño es un demonio y no lo quiero en mi casa.

Mi cuerpo fue colocado en el piso frío, pero no era la humedad de tierra suelta de mi casa, había una rudeza mayor en aquel contacto; tal vez por ello me incorporé y mientras la espalda con rebozo de mi madre se alejaba, volví a decir, esta vez gritando: “mamá tengo hambre

Nappatecuhtli*

En tiempos muy remotos, hace tantos años que ni tú, ni yo los podríamos imaginar. En nuestro continente al que decidieron llamar América, existían maneras de vivir diferentes a las de los demás continentes del mundo, particularmente te quiero contar algunas cosas del Valle de Ticumán. Al principio, cuando llegaron seres humanos a esta región, encontraron un paraíso natural, un río cristalino lleno de peces y sin contaminar; manantiales, infinidad de animales como el venado cola blanca, iguanas y liebres; distintos tipos de aves con coloridos plumajes y hermosos cantos y, sobre todo, muchos pero muchos árboles; amates gigantes, ceibas, aromáticos copales que, junto con las gotas minúsculas del rocío nocturno, perfumaban el amanecer cada día; guayacanes amarillos que al florecer cubrían de color oro su alrededor, miles de cazahuates, los cuales además de maravillar con la hermosura de sus flores blancas delicadas y proveer de alimento a mariposas y abejas, brotaban de sus troncos unos hongos deliciosos para el alimento.

También, los guayacanes rosados hacían su particular manifestación de color pues, al florear durante el invierno, tapizaban como si fueran petates de la más fina hechura; sin duda alguna, la fertilidad de estos suelos ha sido desde siempre única y sin igual.

Las personas todavía no vivían en comunidad, sino en pequeños grupos familiares; cazaban solo para poder alimentarse y vestirse, recolectaban los frutos que ya proveía de manera natural la tierra. Caminaban por esta región de manera constante, no se establecieron en una porción de terreno en particular.

Yo pienso, al imaginarlos e imaginar la belleza que los rodeaba, que preferían disfrutar de toda la riqueza que tenían ante sus ojos y, por ende, no se limitaron a un pequeño espacio nada más.

*Nappatecuhtli, deidad mesoamericana denominada señor cuádruple.

Con el paso del tiempo se tuvieron que relacionar con otras familias y empezaron a crecer sus agrupaciones; intercambiaron conocimientos, descubrieron nuevas cosas juntos, crearon medicinas de las plantas, cuidaron su entorno y vivieron en armonía con los animales; sin embargo, la necesidad de organizarse y alimentarse los motivó a establecerse en algunas zonas y así experimentar una nueva manera de vivir. Entonces, dentro de sus muchos descubrimientos, estuvo el teozintle, planta que domesticaron; entre la riqueza de minerales y nutrientes del suelo de este valle y la tenacidad de estas personas, aquí en Ticumán, surgieron varios maíces que todavía hoy podemos disfrutar.

MURMULLOS

No sé cuándo ni dónde. Simplemente, como un estruendo, existí. Mi primer recuerdo es muy poco claro, como mis pensamientos. Podía observar a todos lados al mismo tiempo. Con ello, me di cuenta de lo ancho de mis paredes, hechas con adobe, y de la soltura de mi suelo, compuesto simplemente por la tierra de esos rumbos. No hacía falta que me moviera para poder escuchar las conversaciones de mis habitantes. Sin embargo, muy pocas veces eran palabras claras que yo pudiera comprender pues eran murmullos, pequeños susurros que de vez en cuando podía descifrar, ecos perdidos en el tiempo y en el espacio.

Simultáneamente, de una manera que nunca pude explicar, tenía todos los sentidos que en un objeto debían estar prohibidos. Era consciente de la realidad en la que me encontraba y por esa simple razón, tuve una historia. Es decir, no sólo fue la mía sino que más allá de toda metáfora, una historia se construyó dentro de mí.

La primera que la comenzó fue esa mujer de hermosos cabellos oscuros, la cual poseía una piel morena que parecía haberse tostado debido a la exposición del sol de aquel verano caluroso.

Ellos estaban en constante movimiento: si no estaban jugando afuera con su trompo se encontraban dentro compitiendo con sus carritos de madera. Por lo general, se les notaba más felices que su madre. Pero no siempre era así Cuando llegaba aquel hombre que también vivía con todos ellos, con un aliento a licor que inundaba el ambiente, preferían esconderse en la huerta que existía a un lado mío.

En esos momentos era cuando sentía todo el dolor y miedo de la pobre mujer porque a pesar de solo escuchar murmullos me daba cuenta que eran mucho más sofocantes.

No puedo decir con exactitud cuánto tiempo duró aquello. He de confesar que mis primeros años son realmente confusos, casi delirantes. No podía aceptar tan fácil que pudiera sentir todo y al mismo tiempo, permanecer inmóvil, inerte. Estar vivo y muerto al mismo tiempo, pereciendo en un limbo infinito. Por esas mismas razones, no supe en qué momento llegaron esos hombres, acechando como lobos hambrientos, cegados de su entendimiento. Lo único que recuerdo es verlos desde afuera con algunas armas mientras exigían que la mujer les diera algo, ya fuera dinero o comida, ya que de lo contrario, la matarían junto con los niños. Ella como pudo, juntó lo poco que tenía y se los entregó. El hombre con el que vivía muy pocas veces estaba en casa y en esa ocasión, no fue la excepción. Ella tuvo que lidiar sola con la situación. Y cuando el hombre llegó y se dio cuenta lo que había sucedido, el dolor volvió a inundarme y sabía con certeza que provenía de ella. Por mucho tiempo ignoré cuántos días, semanas o meses persistió esa situación pero ella y esos pobres niños lloraban permaneciendo ocultos en la más profunda oscuridad que alguien se puede imaginar. No fue hasta esa tarde. El ambiente era tan sofocante que el marco de la madera de mis ventanas se ensanchaba, entorpeciendo su uso. Puedo recordar con tanta particularidad ese detalle pues cuando se escuchó la primera detonación, la mujer no pudo abrirla por lo hinchado de la misma. Después, una segunda detonación estalló en el aire y el olor a pólvora se percibió más. Entonces lo vi. Era ese hombre derribado justo en la entrada. Tenía dos marcas: una en su pecho y otra en la frente. La sangre brotaba como el agua que salía de las llaves que se encontraban cerca del pozo. Ella gritó, fue la primera vez que pude oír esa expresión. Sin embargo, no era de dolor como en las demás ocasiones. Por el contrario, era de alivio.

Eso yo solo podía advertir. Después de ese acontecimiento, se hizo una gran celebración pues los murmullos nunca se han sentido tan numerosos como ese día. Miles de susurros con distintas pronunciaciones se formaban y rebotaban de un lado hacia otro. Mientras tanto, la mujer y los niños permanecían en una esquina tranquilos. En su rostro se dibujaba una tranquilidad que hacía mucho habían perdido.

En ese momento sucedió mi primera hibernación. Describir lo que sucedía en esos instantes oscuros era como describir mi propia existencia así que tal vez no encuentre las palabras adecuadas para hacerlo. Era una situación donde no podía percibir nada, es decir, no eran sueños como los que tienen las personas. Más bien, se trataba de una sensación tan extraña pues sentía vacío mi interior aunque era consciente de que no lo estaba.

Después volví a sentir. No obstante, cuando lo hice, la mujer y los niños habían desaparecido. Por mucho tiempo me pregunté a dónde habían ido y sobre todo, ¿por qué ella me había olvidado? Yo sabía más que nadie que vivió cosas horribles pero también era consciente de que disfrutaba estar en el hogar, así como ella lo llamaba a menudo. Cuando al fin pude establecer mi realidad, pude percatarme que mi interior no era el mismo. Añadieron una habitación más y remodelaron parte del exterior, sustituyendo el adobe por un tabique de yeso común. El patio, que antes estaba adornado por la vegetación del lugar, ahora era un pedazo seco de pavimento. En cuanto a los habitantes, puedo decir que no eran muy diferentes a los anteriores. No había como tal niños, pero sí nueve jovencitos, mujeres y hombres que tenían distintos hábitos entre sí.

El hombre tenía la misma dinámica que el anterior pues muchas veces inundaba las habitaciones de murmullos llenos de rencor hacia la mujer. Sin embargo, la historia no fue la misma pues ella un día se marchó con sus nueve hijos. Desconozco hacia dónde pero el hombre permaneció en mí mucho tiempo. Yo podía sentir su ira y frustración.

También padecí la desesperación al lanzar los objetos, haciéndolos estallar por todos lados. Esos golpes se sentían como agujas u alfileres, muy pequeños pero también muy dolorosos. Un día se detuvieron y fue entonces cuando volví a quedarme solo pues él también se había marchado.

Supongo que pasó un lapso muy extenso pues perdí el conocimiento pero entre más pasaba el tiempo, más podía recordar, permanecer atento a todo lo que sucedía a mi alrededor. Ya no me sumergía en aquel largo letargo del que fui víctima alguna vez. A la par de mis pérdidas de conciencia, sucedió un fenómeno que nunca podré explicar. Primero, un silencio espectral envolvió el entorno. Después la tierra retumbó dentro de sí. Lo último que recuerdo de aquel suceso fue el crujido de las paredes desmoronándose. Cuando el movimiento se detuvo, hasta el agua del pozo se había ido. De esta manera, mi interior se fracturó en muy poco tiempo.

Posterior a eso, en uno de mis tantos amaneceres, la vi entrar. Era pequeña y sostenía una muñeca de lana ya un poco maltratada. Mas no llegó sola. Otros cuatros niños la iban acompañando al igual que dos adultos. Esta vez, parecían diferentes. Cuando los conocí, de inmediato pude percibir un cálido ambiente. Los niños salían, casi todas las mañanas, vestidos de una manera bastante similar y ya en la tarde, jugaban hasta que se ponía el sol.

Sus risas eran sinceras, no se escondían de su padre como los anteriores niños. Eran libres y yo podía sentir esa libertad. La madre también era feliz y no le temía a él. Si alguna vez se enojaron, ni siquiera lo noté. Sencillamente, los murmullos eran distintos. Sin embargo, aquella niña pequeña siempre obtuvo más atención de mi parte. Era tan parecida a la primera mujer que vivió en mí y entre más crecía, más se le igualaba. Lo que más resaltaba de ella era su piel canela y su cabello tan oscuro como rizado. Creí que tal vez se trataba de un espejismo, una visión errática por tratar de volver a admirarla aunque sea en otra persona. Tardaron años para que yo me despejara de toda duda. Entonces llegó una persona en una silla que tenía dos ruedas, llevada por la niña ahora convertida en mujer. “Abuelita, otra vez estás en casa”, le mencionó mientras le colocaba una cobija entre sus delgadas piernas. Fue la primera frase completa que pude escuchar en todo lo que llevaba de existir y así pude reconocerla casi de inmediato. ¿Cómo no hacerlo? Esa mujer y yo seguíamos siendo los mismos pero con algunas grietas de más. Aunque he de aceptar que su cuerpo lucía mucho más cansado que mi estructura. Por fin pude entender que la mujer que habitó en mí durante esa última década era su bisnieta. A eso se debía el gran parecido entre ellas. Supe en ese instante que nunca me había abandonado por completo pues una parte de ella siempre vivió en mí. Y otra vez la tenía cobijada entre mis cuatro paredes.

Ese episodio es como un cuadro que tengo impregnado en mi memoria. Otra vez habían adornado el patio con diversas flores pues eso a la mujer le hacía feliz. Hasta hicieron un hueco para plantar un árbol y que éste empezara a crecer para dar sombra en sus paseos matutinos. Sin embargo, su salud empezó a decaer. Las últimas semanas ella prefería estar en su cuarto, al borde de la cama.

Miraba hacia un punto inexistente que solo ella podía descifrar y solía estar en esa posición durante horas hasta que su bisnieta iba a acostarla para que no se lastimara la espalda. Ahora que lo pienso, tal vez ella me veía como yo lo hacía con ella. Tal vez ella también se daba cuenta que yo me estaba deteriorando. Puede ser que le produjera la misma tristeza que yo sentía al ver su estado, al mirar como sus ojos iban perdiendo el brillo que una vez admiré. No pasó mucho tiempo para que una noche la viera dormir pero jamás despertar a la mañana siguiente. Se supone que los objetos como yo no deberían sentir dolor pero por primera vez experimenté esa emoción, el desconsuelo que había afligido a tantos de mis habitantes. Los murmullos que se suscitaron a su alrededor reflejaban mi misma pena. Por eso la teja del techo se vino abajo aquel día pues no podía soportar más peso que el del mismo dolor.

No tardó mucho para que ellos también se marcharan. La diferencia aquí fue que nunca nadie jamás regresó. Me quedé a la intemperie. El árbol que habían plantado con tanto esmero, se marchitó por la falta de cuidados. La luz del sol terminó por cuartear la pintura de las paredes y el polvo desgastó las bisagras de las puertas. Pronto, el tiempo terminó por destruir la sala que se había hecho con la esperanza de un futuro y algunos hombres desbarataron lo que todavía seguía en pie pues utilizaron el escombro para edificar sus propias construcciones. Lo único que quedó de mí fue aquella habitación donde se vivió tanto dolor pero al mismo tiempo tanta felicidad. Esa habitación que tenía una puerta ancha de fierro, pintada por un blanco casi perfecto, el cual persistió pese a los años que transcurrían. Resistió el cruel frio de diciembre, el terrible calor de marzo y las tórridas lluvias de julio. La habitación que vio desaparecer a su primera habitante, la mujer que por tanto tiempo esperó su deceso para morir en lo que ella consideraba su hogar. Esa habitación es lo que perduró de mí y ahora, buscan echarla abajo al igual que mis recuerdos porque piensan que ya no soy útil, que mi presencia ya no es necesaria en este espacio. Como en el mismo instante en el que existí, desapareceré.

Conmigo, también cesarán para siempre los murmullos que hicieron eco en mis paredes a lo largo del tiempo, finalizando así con todas las historias escritas en esta casa, el hogar que signifiqué yo para ellos.

PENUMBRA por Yanly Tenorio Luque

Olor de incienso y copal, fue lo que nos hizo recordar aquellos días de nostalgia, de dolor, de llanto. Sentadas una a una, un poco incómodas, viéndonos fijamente, sin palabras. Así empezaba este día, tranquilo, en silencio, con una luz tenue en la entrada. Silencio, y más silencio.

A lo lejos se escuchó “a un santo cristo de fierro, llorona, mis penas le conté yo ¿Cuáles no serían mis penas, llorona, que el santo cristo lloró? Esa melodiosa tonada; y ahí fue cuando recordé aquel día, cuando ansiosa, preocupada, desgarrada de dolor, tuve que mandar a mis hijos a dormir con el estómago vacío. Varios meses habían transcurrido así. No tenía para darles de comer, por más que buscaba la manera. Sola, sin familia que pudiera apoyarme y sin el padre de mis hijos. El muy cínico, un día se fue y no volvió. Abrí las llaves de la estufa, y mis hijos jamás volvieron a despertar. Por eso estoy aquí, con gran dolor en mi corazón, en mis entrañas, llorando su partida.

De repente, veo la cara de aquella chica, parecía afligida, temerosa, preocupada. Y sin más, rompí el silencio y le pregunté ¿Por qué estás aquí? –No lo sé- respondió. – Recuerdo haber estado contenta con mi hija, pues ese día, yo había ganado la custodia y por fin estábamos juntas después de tanto tiempo. Cuando dos tipos entraron y de ahí, no supe qué pasó. Por cierto, me llamo Anahí.

Volvió a reinar el silencio, el ambiente se volvió amargo, con olor a incienso y copal. Era lo único que mantenía este espacio sereno, y la melodiosa nota de la canción.

De repente otra mujer se decidió a hablar. Pálida con gran culpa en su rostro dijo a todas–Me llamo Consuelo, yo perdí a mis hijos, su padre se los llevó.

No pude volver a verlos. Ya no tuve la fuerza para seguir. Ya no los busqué, solo lloraba en cama, débil, sin comer, no tuve el valor para seguir y por eso estoy aquí. Se me fue la vida sin ellos.

“No creas que porque canto, llorona, tengo el corazón alegre”, fue lo siguiente que se escuchó cuando ella terminó de hablar. Esa canción, me llegaba a lo más profundo, me dolía, pero me gustaba escucharla.

Una mujer más habló, su voz era temblorosa, se percibía su dolor. Su ropa no parecía a la de nosotras, yo creo era mayor. Su rostro estaba cubierto con su cabello, tan oscuro como la noche. Hermoso. –Ahogue a mis hijos en el río, su papá se fue, nos dejó. En mi época era difícil cargar con esa vergüenza de ser madre soltera, no podía con ello. Me era increíble creer su valor para decirlo, yo nunca dije lo que había hecho, no podía con la culpa. A lo lejos se seguía escuchando la canción

“llorona,

Una voz débil habló, todas volteamos a verla, estaba en un rincón, embarazada, con vestido largo de manta y rebozo.

–Mi esposo se fue a la guerra y no volvió, murió. La revolución no nos hizo justicia. Me quedé embarazada y de tanta tristeza y llanto, dejé de comer. Solo quería volver a verlo, lo amaba tanto y queríamos una vida mejor. Me dieron santa sepultura un 23 de abril de 1923 en Juchitepec, Oaxaca.-

Un frío recorrió mi cuerpo y mi sangre se heló. Nos vimos fijamente. Es verdad, estábamos muertas, solo las dos últimas mujeres que hablaron lo sabían. Anahí, la mandó a matar su ex esposo. Ese día dos tipos entraron a su casa y le dispararon.

Consuelo murió de depresión.

¿Y yo? , yo morí el mismo día que mis hijos, abrazada a ellos.

Y ahora estamos aquí, con llanto desgarrador, desde el útero hasta el corazón.

Aquí estamos las malas, las locas, las culpables, las abandonadas, las solteras, las sin hijos, las lloronas.

llorona, llorona”.

Anahí, la mandó a matar su ex esposo. Ese día dos tipos entraron a su casa y le dispararon.

Consuelo murió de depresión.

¿Y yo? , yo morí el mismo día que mis hijos, abrazada a ellos. Y ahora estamos aquí, con llanto desgarrador, desde el útero hasta el corazón.

Aquí estamos las malas, las locas, las culpables, las abandonadas, las solteras, las sin hijos, las lloronas.

EL RECADO

¡Hummn! Delfino, amor mío...

¿Tlein quihtoa moyollo?*

Dios quiera que tú, mi papá, mis hermanos, mis tíos, mis primos y todos los que andan con Don Miliano se encuentren bien, donde quiera que anden allá en la bola. Nosotras mi madre, mis tías, mis cuñadas, mis hermanas, mis primas y yo, salimos hace meses de Tetelpa dejamos nuestros jacales, con la esperanza de encontrarnos con ustedes. Aquí nos ganamos el taco metidas todo el día en la cocina, trás el clecuil, horita le estoy moviendo al nixcómil con el tlaxmolote, en cuanto se enfríe pa ´ molerlo en el metate con el meclapil pa ´ hacerle las memelas a esos guachos pelones, tragones, groseros. El coronel dice que mi mamá y mis tías cocinan rico, por eso todos los pelones nos respetan.

Mi mamá ya me anda buscando, oigo que grita mi nombre ''Felicitas,Felicitas" Mande, mamá. ¡Aquí estoy, trás el clecuil! Me dice mi amá:

Ándale chamaca, que acabo de ver a Miliano y su gente entrar a la hacienda, no alcance a ver a tu papa ni a nadie de ellos.

Le pregunto angustiada: Ama, ¿y por qué están aquí?

Ella me contesta: No sé, mija. Hay que apurarnos con la comida, para ver cómo le hacemos para que tu papa sepa que estamos aquí. Voy a decirle a tus primas y a tus tías lo que vi.

¡Sí amá! vaya usted le dije, el nixcómil ya está, dígale a mi prima Juanita que venga pa ´ que me ayude a sacar lo de la lumbre.

-Delfino, nimitz tlazotla*, pienso en voz alta al pensarme sola trás el clecuil.

Mi prima Juanita llega justo en ese momento y me dice:

*Qué dice tu corazón.

-

¿Nimitz Tlazotla, prima? No escuché a quién amas canija

Felicitas, quién te ve, con esa carita de que no rompes ni un jarro y rompes como media docena ¡ja, ja, ja!

Mejor ayúdame a sacar el nixcómil, Juanita. Se va a pasar de cocido y luego no vamos a poder hacer las memelas. Le digo nerviosa y apenada por lo que escuchó al llegar.

Prima, dice tu mama que los de la bola entraron pa ´ acá hace rato. Me dice Juanita:

Sí, Juanita. Quién sabe por qué están aquí. Contesté yo.

Llega mi mamá y nos ordena:

Chamacas, muelan estos chiles guajillos en los metates pero rápido, adelantaremos la comida. Dicen que el coronel Guajardo está allá en la calle trasera de la hacienda, en la tienda echándose unos pistos con Miliano. Apúrense, chamacas, muelan bien esos chiles y chitón con lo que saben, no vaya a ser que los pelones nos escuchen. Mi mamá se retira y yo le digo a mi prima: Ándale Juanita. Hay apurarnos, entre las dos rápido acabamos.

Mi mamá nos vuelve a ordenar que lo hagamos: Felicitas, hija, atízale a la lumbre, voy a poner la cazuela con manteca, llegaron los guachos con unas güilotas ya listas pa' freír.

Ama, ¿qué olores le molemos al chile? Le pregunto yo. Muélanle bastantes ajos, clavo, cominos y pimienta, un puño de cada uno. Me indica mi mama.

Tía, ya está lista la cazuela dice Juanita, ¡Y el chile también ama! Le dije yo.

Ahí va su tía Prajedis con las güilotas. Dice mi mama.

¡Sí, ama! Le contesto yo.

A ver chamacas, háganse pá tras, voy a echar a freír las güilotas, no vaya a ser que les brinque la manteca caliente y se quemen. Dijo mi tía Prajedis.

*Te amo.

No, tía Prajedis. ¡Ni Dios lo quiera! Contestamos mi Prima y yo.

Tía Lucrecia, ¿a dónde vas? Le pregunté yo.

Aquí afuerita a la calle de atrás no me tardo.

Tía Prajedis, ¿tú sabes a dónde va? Le pregunto yo a mi tía.

¡No, no sé! Ahorita le pregunto a tu mama, que no se me quemen las güilotas, deja le muevo a la cazuela.

Dice mi tía Prajedis y llama a mi mamá para preguntarle:

Lucía, hermana ¡ven tantito!

¡Voy! ¿Qué pasó, Prajedis? Mi mamá le pregunta a su hermana.

Mi tía Prajedis sorprendida de lo arreglada y apresurada que va Lucrecia pregunta a su hermana Lucía:

¿A dónde fue Lucrecia, hermana?

Sí amá, dinos a dónde fue. Yo, llena de dudas le insisto a mi mama que diga dónde fue mi tía Lucrecia.

¿Cómo que a dónde mija, Felicitas? La mandé allá afuera con su enamorado el guacho a ver qué dice ahorita que regrese, a ver qué sabe de Miliano y su gente. (Respondió mi má).

Mírenla, ya viene de regreso. (Dice mi tía Prajedis) Volteamos todas pa ´ ver lo chula que se veía mi tía, bien arreglada para el guacho. Corre, Lucrecia que la salsa ya está. Me quedó bien rica. Dijo mi tía Pragedis.

¡No lo dudo hermana! Contesta mi Tía Lucrecia.

Lucrecia, no hay ni un guacho cerca. Dinos qué sabes, ¿qué te dijo tu enamorado? Mi mama ansiosa por saber lo que mi tía Lucrecia nos va a decir

Me vine rápido hermana. Dice mi tía Lucrecia.

Mi enamorado me dijo que el coronel Guajardo invitó a comer a Miliano pa ´ matarlo y a todos lo que vengan con él.

¡Hay que avisarles a Miliano y a su gente! Dice mi má

Ya que estamos todas, hay que sacar la cazuela del clecuil y vámonos a buscar a los alzados. Dijo mi mamá

Lucrecia, ¿no sabes pa ´ dónde se fueron? Le pregunta angustiada mi mama.

Me dijo el guacho que se dispersaron, pero que Miliano subió a la piedra encimada, hace 2 horas lo están esperando que baje. Contestó mi tía Lucrecia.

Felicitas hija, tú y yo vámonos a la barranca como si fuéramos a lavar, por ahí tiene que bajar. Me dijo mi mama.

Ustedes también salgan discretamente, a ver a quién encuentran, para poner en aviso, vamos a advertirle a la gente de Miliano lo que los guachos tienen planeado. Mi mama era la mayor, al faltar mi nona, mis tías la respetaban mucho y la obedecían. Por eso, ella les da instrucciones de lo que deben hacer en ese crucial y peligroso momento, para ayudar a los de la bola o los alzados como les dicen.

Ándale, Felicitas. Mija, aquí en estas piedras que están en la orilla hay que ponernos disque a lavar. Me dice mi mami con voz bajita. -En cuanto se escuche el galope de los caballos vamos a ver si es Miliano y su gente.

¡Sí amá! Yo le contesto temerosa con mi voz quebrantada. Y le preguntamos por mi papa y los demás. (Y en mi pensamiento dije: “ y por mi yolotzin* Delfino”).

De pronto, el sonido del galope interrumpió lo que estaba pensando y pongo en aviso a mi mama.

Amá, se oye que vienen unos caballos.

Vente mija, quién quite y sea Miliano. Me toma mi má del brazo y caminamos hacia la vereda.

Veo a Don Miliano, amá, sí es y viene con otros 5, háblele. Le dije a mi má.

Sí mija. ¡Miliano... Miliano! Lo llama mi má gritando.

¡Oooh, quieto! Ordenando a su caballo. Don Miliano, que aunque ese caballo yo lo vi en la hacienda días antes, Don Miliano le dice a mi má: Buenas tardes, mi alma. ¿Qué andan haciendo por aquí?

Miliano, no vaya pa ´ la hacienda, ¡lo van a matar! Le contesta mi má.

¡Compadre Miliano! Una voz de uno de los cinco que venían a caballo con él interrumpe la plática.

Dígame, compadre Agustín. Responde Don Miliano.

Si quiere yo voy en su lugar. No vaya a ser que estás mujercitas tengan la razón. Contestó el compadre de Don Miliano.

Ahí vemos, compadre. Contestó a eso Don Miliano y se despide de nosotras diciendo: - Cuídense mucho mi alma y muchas gracias por el recado.

Miliano. ¿No ha visto a mi hombre por ahí, por dónde ustedes andan? Dice mi má. ¿Cómo se llama su hombre? ¿De dónde es? Pregunta Don Miliano. Le dice mi amá: - Margarito Huico, de Tetelpa.

Él y otros de Tetelpa vienen conmigo, llegamos en la mañana de Tepalcingo pa' acá. Dice Don Miliano.

Gracias, Miliano. Dios los bendiga. Dice mi amá.

Seguimos nuestro camino mujer y otra vez gracias por el recado. ¡Ámonos, muchachos! Dice Don Miliano.

Mamá, abrázame, me da gusto saber que mi papa anda por aquí, pero tengo miedo de lo que pase en la hacienda.

Contesta mi má: Ámonos de regreso pa ´ allá chamaca, a rejuntarnos con todas a ver qué noticias nos tienen y a ver si por ahí nos encontramos a tu papa mija, ¡córrele!

Sí, amá. A mi papa y los demás, Dios quiera y sí. De pronto, al caminar apresuradas para encontrarnos con los nuestros, un estruendo nos hizo detenernos.

Mamá, disparos, muchos disparos.

Sí, hija. Es en la hacienda.

*Corazoncito.

El capitán Zarzamora en el nido de águilas por Roberto Carlos

“Escribo para el amor que te tengo, Credo de mi creencia, en que eres el único Dios del que se habla en numerosas historias.

Zarza ardiente dentro de mí.

Bendice mis manos y mi ser, perdona mis pecados, confidente divino, oh, tú que todo lo puedes.

Amor eterno, Lirio del valle, vengativo y celoso eres tú, magnánima presencia celestial.

Creador y destructor, tú, que eres el alfa y el omega, amoroso y fidedigno, cree en mí, tu siervo te ama, te adora. Vivo para ti. Señor de paz, de amor, quédate conmigo, nunca me abandones pues sin ti el dolor se hará presente.

Llévame contigo, quiero estar muy cerca de ti, purifica mi alma, quédate conmigo hasta el fin”.

-¿Quién eres tú y qué haces aquí?-. Dijo el general José María Morelos al tiempo que destapaba la cabeza de aquel hombre ya sometido por lazos que había llegado la madrugada del 5 de febrero al campamento de Cuautla cabalgando un oscuro jaco. Su presencia transmitía ira, melancólica y… mezcal.

-Es un traidor, mi siñor, sirve al innombrable, hay que fusilarlo ora que salga il sol-. Se escuchó en la misma habitación iluminada por antorchas. Era sólo un deforme.

-Llevo horas diciéndoles quién soy, ¿por qué no quieren creerme?

-¿Esperas que te creamos esa maldita historia? Que vienes de Gran Bretaña, que eres de una tal Royal Navy-. Ahora pronunció el mariscal Galeana.- ¡Dinos quién eres!-. Y le dio un fuerte golpe en el estómago, haciéndolo doblarse.

-Soy… soy William Zarzamora, pertenezco a la Royal Navy-. Y el mariscal Galeana le acertó otro golpe.

-Esta no es manera de tratar a un hombre-. Parló riendo el hombre sometido, como recordando todas las bestialidades que cometió hace tanto tiempo que no recibe otro nombre más que el de “historia”. Morelos interrumpió, tomando su espada, diciendo. Dices ser hombre, pero morirás como perro.

Fue cuando entró con el corazón en mano izquierda el General Mariano Matamoros.

-¡Alto! ¿Qué sucede? ¡suéltenlo! Él viene de mi parte .

Interponiendo su cuerpo entre la espada y la cabeza del atenazado, mostrando un sacrificio que sólo muestran los enamorados, los familiares o aquellos que saben algo de ti que ni la muerte puede convalecer.

-¿Qué haces? ¿Cómo puede ser que este vil güero inclinado venga de tu parte, Chano? Dijo Galeana con voz de intriga más que de coraje.

-¿Qué es lo que quiere el compadre? . Preguntó Morelos.

-Él viene a ad…

-Certeramente general Matamoros es que no le hice la pregunta a usted. Dígame compadre, a qué ha venido un hombre como usted a estos lares.

-Yo he venido a advertirles de los realistas . Y todos en la habitación comenzaron a carcajear, incluso el deforme soltaba chillidos a modo de mofa, doblando la lengua cual manía de anciana octogenaria, como chirimía en La Flauta Mágica o un castrati.

-No se ofenda mi güero magullado, pero los realistas están aquí desde añales . Dijo Morelos burlándose y dándole bofetadas como niño burlón tirándolo de a loco.

-No me refiero a eso, sino que los realistas llegarán pronto a Cuautla, tengo órdenes de la Corona inglesa de hacerle saber esto.

-General Matamoros, quiero una explicación a esto . Y Matamoros respondió:

-Señor Morelos, el capitán Zarzamora ha venido desde lejos a informarnos de Félix Calleja, yo le tengo mucha confianza al capitán. Terminó diciendo Mariano.

-¿Y cómo me explica que hable tan bien el español?

-Mis abuelos eran nobles españoles, yo incluso me eduque junto al rey Jorge II de Gran Bretaña y Hannover cuando, como dicen ustedes, hace añales fuimos a ese país de güeros inclinados . Respondió Zarzamora todavía fuera un poco de sí por los golpes dados y todo el mezcal que había tomado.

Y luego de pensarlo, viendo al general Matamoros, José María Morelos dijo.

-Tu confianza no es la mía, ¡llévatelo al Calabozo!

Llevándolo casi arrastras el general Mariano lo tumbó en el frío piso de la celda reclamando el por qué no lo esperó para informarle juntos a Morelos sobre el oscuro plan de Calleja que ni pudieron contarle… y el casi sentenciado respondió.

Pero al menos no pasó a mayores, apareciste justo en el momento, además no me puedes dejar morir, yo y sólo yo conozco tu secreto y puedo salvarte de esta penuria que como fénix siempre renace y te alcanza, no importa dónde estés.

-Yo soy tu salvación, tu último salvador a decir verdad ya que ni Dios en este caso se dispondría a soltar ayuda por un hereje de tus niveles. Sin mí pasarás el resto de tus días en una verbena del terror, no importa qué maleficios convoques, te la pasarás navegando en un oscuro mar de cristal, estarás a la deriva que ni a ti mismo te reconocerás, la eternidad es tu condena y el dolor que sientes te perseguirá junto con tu vida. El latir de tu corazón siempre tendrá en cada palpitar el presentimiento de que algo indescriptible al fin te alcanzará pero nunca sabrás cuándo ni cómo, el temblar de tus manos te las engarrotará de a poco por el estrés y terminarás tragando como la bestia que eres en el interior. En el día te temerán niños pequeños y en la noche los ancianos, serás el monstruo bajo la cama que tanto se cuenta en mi folclore, no tendrás descanso.

Sólo yo puedo salvarte.

Así pasó los días ese inglés en una celda puerca, donde tragaba cual rata flaca miserias hasta que la madrugada del 10 de febrero se supo de la llegada de Calleja a Cuautla.

-¡Traigan al capitán Zarzamora! . Gritaron los generales Matamoros y Morelos al unísono…

“Continuará…”

El anhelo de María Francisca por Berenice Bahena

María Francisca tuvo una fastuosa fiesta de bodas, a pesar de que su matrimonio fue concertado por su tío Manuel, de quien quedó al cuidado cuando sus padres murieron, a sus 21 años ella tenía el anhelo de tener una vida dichosa al lado de Félix, aquel apuesto militar ya entrado en años con quien unía su vida. Al fin y al cabo, contraer nupcias con un hombre mayor era lo acostumbrado, más para una joven de su clase.

A los ojos de María Francisca, en la boda, Félix se veía contento, pero los invitados a la fiesta cuchicheaban que él era afortunado al encontrar a una joven hermosa y sobre todo acaudalada que sin duda lo haría mejorar su posición en la Nueva España, aunque también rumoraban que creían que a su edad, María Francisca se iba a quedar para vestir santos, como mujer, ya estaba grande para casarse.

Pasaron tres años de matrimonio, María Francisca los vivió apaciblemente a pesar de que Félix acudía a sus servicios militares en la Intendencia de San Luis Potosí, hecho que a ella le daba tiempo para contemplar la naturaleza en la hacienda de Bledos. Le encantaba irse a sentar junto a un mezquite, a la orilla de una acequia en la que le gustaba meter los pies y que cuando llegó a Cuautla también disfrutó, pero ahí descubrió que los indios le decían apantle, y ahí, más que mezquites, proliferaban los platanares, árboles de guayaba, mangos y la floreciente caña. Ella decía que el vergel del valle de las Amilpas era muy próspero.

En las noches, en la hacienda de Bledos con el canto de los grillos, el ulular de los búhos, ella ignoraba los asuntos políticos y militares que ocurrían en el reino, Félix, a veces le platicaba y aunque ella, sí notaba injusticias, creía que todo estaría bien, se sentía protegida. Lo inesperado ocurrió en 1810. El pueblo de la Nueva España bajo el liderazgo de un cura de pueblo al que Félix se refería despectivamente, comenzó un cambio. Cuando María Francisca se enteró que ese cura de pueblo como lo llamaba su esposo era “criollo” lo entendió un poco, pero ella estaba convencida de su labor como esposa de Félix y que lo seguiría hasta la muerte.

Cuando niña, María Francisca escuchó que le decían “criolla” “criollita” “mi niña criolla” ella no entendía muy bien a qué se referían aunque tenía idea, conforme fue creciendo supo que “esa palabra” era referente a ser reducida, pequeña, igual que un español pero menos. Los españoles se las habían ingeniado para etiquetar a los hombres y mujeres que vivían en su reino y que no eran como ellos, por eso había mestizos, criollos, indios, negros, mulatos, zambos, lobos, saltapatrás y otros tantos que se resumían en hacerlos menos.

Para Félix, éste cambio significaba un reto, pues como Capitán de Infantería tenía el deber de contener la revolución, su labor militar aumentó cuando ascendió a Comandante de la Brigada de Infantería de San Luís Potosí. Así fue como llegó a tener encuentros militares con ése cura de pueblo y otros infames desertores que lo atacaban y seguían en esas ideas “libertarias” -¡Insurrectos todos!- como también les decían en España.

Félix, confiado en que María Francisca estaría segura en San Luis, la dejó en la casa del tío Manuel, pero ésta creyó estar más segura con su hermana y se fue a la Hacienda de Ciénega de Mata del ahora Jalisco y en el camino la detuvo una partida de rebeldes que se la llevaron presa con un cabecilla de nombre Rafael Iriarte que fue antiguo compañero de Félix en el ejército real y que ahora era parte de los alzados o “insurrectos”.

Iriarte, al reconocerla, ordenó detenerla y le pidió a su tropa no tenerle el mínimo de atención. Pero la suerte de Iriarte cambiaría cuando el ejército realista le hizo saber que habían capturado a su esposa en Santiago de los Pinos y no tuvo más que intercambiar a María Francisca por María Agustina de Iriarte, su esposa.

Después de lo acontecido con ambas esposas en la Intendencia de Nueva Galicia, Félix se trajo con él a María Francisca y la colocó en una especie de pequeña corte itinerante en la que la convirtió en una mujer de guerra con ciertos privilegios pero donde ella tuvo que ver los combates con los alzados desde 1811 hasta inicios de mayo de 1812.

Cinco años después de casada, María Francisca se encontraba en Cuautla de Amilpas. Había sido encargada al cuidado de Lambardi, el administrador de la Hacienda de Calderón. A sus 26 años seguía siendo curiosa pero precavida. Félix María (Calleja) como ahora se hacía llamar, le había dicho que el 19 de febrero desayunarían en la plaza principal del pueblo de Cuautla, pues habían de iniciar los ataques a eso de las 7 de la mañana y que la tomarían sin dificultad. María Francisca estaba bien arreglada desde antes de las siete de la mañana, se levantó muy temprano pues sabía que para Félix María o Calleja como ya lo llamaban en su ejército, era importantísimo tomar ésa plaza y ella quería acompañarlo en el triunfo. Lambardi la escoltó, estuvieron en la parte noreste del pueblo por precaución al tener que salir rápido de ahí, esperarían un pequeño rato en lo que su Félix María Calleja le indicara entrar a Cuautla, lugar que también era custodiado por otro “cura de pueblucho” del que se decía que ni siquiera parecía mestizo, más bien parecía provenir de raza negra y con ésa nariz chueca… Morelos le decían. María Francisca lo despreciaba porque le hacía padecer mucho a Calleja y también a ella… Y aún faltaba.

Ése día, María Francisca sentía que había más balas de lo habitual, empezó a sentir desesperación cuando a un tiempo determinado por su experiencia las balas no calmaban, entonces Lambardi le ordenó al cochero salir de la coordenada segura a mandato de Calleja. Salieron, pero María Francisca estuvo aún más insegura por su Félix, como le decía. Pasadas las horas, Félix se encontró con María Francisca, le dijo muy enojado o más bien frustrado lo que había sucedido:

¡Ése cura se cree un segundo Mahoma!- le dijo Calleja

Entre otras tantas inconveniencias. Félix María Calleja del Rey como ya le gustaba que se dirigieran a él, comenzó un plan de ataque a Cuautla, en el que impuso un sitio y ésa batalla del 19 de febrero se prolongó del 9 de marzo, fecha en que se formalizó el sitio hasta la madrugada del 2 de mayo de 1812.

María Francisca al cabo de casi año y medio, se acostumbró a los campamentos pero no se acostumbraba a los mosquitos, le gustaba el calor, tener la opción de usar menos ropa que la acostumbrada y la sensación del agua fría entrando a sus pies. En Cuautla de Amilpas se asombró disfrutando del manantial que le decían Almeal cuando su esposo lo tomó y obligó a los alzados a la sed. Ella creía que los insurrectos de Morelos cederían, le dolía pensar lo que estaban pasando, aún más porque veía a la tropa de su esposo padeciendo calor, penurias, enfermedades. También pensaba en los otros y acusaba a su cabecilla Morelos por dejarlos pasar eso. Con gran paciencia, María Francisca vivió los enojos y enfermedades de su iracundo marido, pues a cada rato, le escribía al Virrey que se encontraba muy mal en los campos de Cuautla, Morelos le hacía pasar muy malos ratos, María Francisca, le deseaba lo peor a Morelos.

Habían pasado ya más de dos meses, en el primer día de mayo todos se sentían cansados, en la noche más parda de todas, en la que no se distinguían sombras. Se escucharon ruidos… y los insurrectos se salieron del cerco que había puesto Félix María Calleja.

Hubo muchos heridos, después, entre los chismes del ejército se decía que Morelos había muerto pero lo que no sabían es que entre la confusión de la salida de Cuautla, Morelos se cayó del caballo y andaba con una costilla rota, aparte del golpe en la cabeza.

Félix María Calleja se encontraba en su casa de campaña. Se enteró de la salida de los insurrectos rato después… ¡Éstos alzados se habían puesto de acuerdo para salir sigilosamente!

Dicen, que del coraje, Calleja ni entró al pueblo, se fue directo a la Ciudad de México a informar lo acontecido y mandó al Alcalde

Echegaray a quemar el pueblo y matar a los insurrectos que quedaban ahí. Por supuesto que María Francisca lo seguía en su entrada a la Ciudad de México, ella ya no sabía qué decir ni qué pensar, había vivido y visto mucho dolor. Ha pasado más de medio año, es enero y hace mucho frío en el palacio virreinal.

Félix María ha sido nombrado Jefe Político Superior según la Constitución de Cádiz en España, y a la usanza de la Nueva España, Virrey. Félix se hizo llamar formalmente Félix María Calleja del Rey. María Francisca se siente extraña en ése palacio gris, no puede negar que le gusta pensarse Virreina, pero más, esposa de Félix. Así, entre inciertos y opulencia transcurre el tiempo. El 9 de noviembre de 1815, llegó al palacio virreinal la noticia de que habían capturado a Morelos, ése “cura de pueblo” que le hizo ver su suerte a Calleja en el pueblucho de Cuautla de Amilpas, Calleja estaba encantado con la noticia y comenzó los trámites para recibir al reo, sin duda le haría sufrir. Por su parte, María Francisca que era poco expresiva, se le notaba el gusto; pensaba hacia sí, que vivió ésos 73 días de penurias, entre el calor, los moscos, la mala comida, las enfermedades, heridas y bajas de la tropa y lo peor, el mal humor y los achaques de Félix, la verdad, sí odiaba a Morelos.

Morelos llegó a la Ciudad de México el 13 de noviembre, después de varios juicios, entre ellos el eclesiástico, Calleja ordenó sacarlo de la Ciudad con motivo de evitar una revuelta en la población. Llevaron a Morelos a San Cristóbal Ecatepec y lo fusilaron el 22 de diciembre a las 3 de la tarde. Dicen que su cuerpo fue enterrado ahí, en el atrio de la iglesia de San Cristóbal pero la verdad es que muchos años después su hijo Juan “Juanito” Almonte sacó sus restos y ya no se supo dónde lo enterró.

Al fusilamiento de Morelos, Calleja sintió un gran alivio, pues el cabecilla insurrecto había muerto y los alzados habían bajado en fuerza. Para María Francisca llegó un momento de calma, ante tanta incertidumbre política que se veía reflejada en los malos humores de su esposo y por supuesto, los malos tratos hacia ella. Ella anhelaba con poder regresar a San Luis, a esas noches de grillos y búhos, de paseos por el campo y refrescarse en el agua, pero a veces dudaba que eso pudiera suceder. Calleja, fue relevado del cargo de Virrey, él sabía, sin decirle a su esposa que la estancia en la Nueva España para su familia no era segura con seis millones de americanos deseando la independencia, y decidió embarcarse a España.

La familia Calleja, llegó a España en junio de 1817. María Francisca llevaba a María Guadalupe de escasos meses en brazos, allá nacería Félix María y María del Carmen. Los tres niños aminoraban en María Francisca el anhelo de San Luis así como el recuerdo de dos niños que habían muerto cuando ella y Félix vivieron en el palacio virreinal. Adaptarse a la nueva vida, resultó difícil, para María Francisca todo era diferente. Calleja tuvo varios puestos públicos y recibió el título de “Conde de Calderón” en relación a la batalla que enfrentó con los insurgentes en el puente de Calderón, entonces empezó a tener conflictos políticos con los que tuvo que ir lidiando, pero a él le daba certeza la fortuna que cosechó en la Nueva España para tener una vida cómoda allá.

Para Calleja lo que más le costaba adaptarse nuevamente era al clima tan frío y lluvioso, comenzó a enfermar, en un principio vivieron en Madrid, después en Valencia donde enfermó más, hasta que el 28 de julio de 1828 falleció en su casa a los 75 años dejando a María Francisca viuda y con tres niños. Ella siguió viviendo en Valencia, decidió no regresar a la Nueva España pues por las noticias, muy posiblemente todo sería distinto a como lo recordaba. Crió a sus hijos como españoles y ella terminó por acostumbrarse a esa nueva vida, ya sin ser la esposa que siempre siguió a su hombre, a quien prometió serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarlo y respetarlo todos los días de su vida; con lo bueno y con lo malo. Con su vejez y su bilis.

Los 27 años que vivió después sin Félix, a veces le pesaban, a veces con sus hijos se hacían ligeros, se refugió en la religión y un día de julio después de merendar, se fue a descansar, soñó con los campos de San Luis Potosí… y ya no despertó.

María Francisca de Calleja: Virreina novohispana

Felipe Benicio Montero nombró una de las calles del centro histórico de Cuautla como “Esperanza de la Generala” referente a hechos que ella vivió ahí.

Soñé a Narciso Mendoza

Parece un sueño... desde lo alto observo como Morelos gira instrucciones a sus subalternos para que instruyan a esos chiquillos; y me maravillo porque también escucho... su preocupación era cómo distraer a los niños amilpeños y a los que vinieron de otros solares acompañando a sus padres o hermanos que, motivados, mostraban sus ansias de libertad, se unieron a las filas insurgentes comandadas por el sacerdote convertido en general.

Ya se están preparando para enfrentar al más sanguinario del virreinato, el temible Félix María Calleja del Rey, el mismo que acabó con el ejército del cura Hidalgo, el iniciador de la guerra por la independencia.

No sé cuántos niños son, calculo que alrededor de 50 con edades que van de los 8 a los 14 años. Uno de ellos es el líder, se refieren a él como “el generalito”. Su padre es el señor Morelos, escuché decir que lo procreó en Carácuaro, Michoacán con la señora Brígida Almonte, es un niño serio, tiene apenas 9 años y ya se le ve comprometido con su cargo; su papá los hizo formar en tres líneas y les tomó protesta, nombró al ejército infantil “Los Emulantes.” Sí, “Los Emulantes” porque imitan lo que hacen los mayores y ya pensaban en colaborar con los adultos por liberar a la patria.

Me llamó la atención del sacerdote, acostumbrada a observar sus pinturas donde se le ve con rostro adusto que refleja un carácter duro y determinante y en esa escena su mirada es tierna y preocupada como sufriendo por la seguridad de los pequeños y a la vez satisfecho de la decisión infantil por la lucha por nuestro país.

Marchan ordenadamente detrás de un emulante que toca el tambor. Después inician con la tarea de acarrear piedras que amontonan donde les indican los onderos, son expertos. Otros tienen la orden de cuidar y resguardar a los niños que vean caminando por ahí.

Los más grandes aprenden a manejar rifles, cargarlos y desarmarlos en caso de que se atoren, así como disparar. Están atentos escuchando y observando al instructor; en otros momentos se diría de ellos que son traviesos y juguetones ¿y cómo no, si son niños? Pero en aquellos momentos además de niños, son soñadores que anhelan ser reconocidos como buenos alumnos.

El día 19 de febrero de 1812 tronaron los cañonazos, se escuchaban ayes de dolor en uno y otro bando, de pronto, voces aterrorizadas hicieron creer que los enemigos se habían hecho de la trinchera más importante. Un niño de escasos 10 años al que llaman “niño artillero” porque su papá se dedicaba a fundir cañones y municiones en la hacienda de Buenavista, acondicionada como maestranza, apareció de entre los montones de piedras y costales llenos de tierra que fungen como trincheras...

Observaba que en ese lado que ocupaba el huerto del convento de San Diego no había insurgentes y que por la calle, a la derecha, venía un contingente de soldados encabezado por el Conde Diego de Casa Rul montado en un hermoso caballo blanco portando un elegante uniforme azul y blanco con sus blasones dorados...

Yo, como suspendida en el aire miraba cómo Narciso corrió y recogió la tea encendida; los realistas percibieron sus intenciones y uno de ellos, sin importarle que fuera un niño, disparó causándole una herida en el brazo izquierdo.

El valiente chiquillo se abalanzó hasta el cañón e hizo lo que varias ocasiones observó que hacían los insurgentes artilleros; encendió la mecha y la bala acertó al contingente enemigo causando innumerables bajas y dejando herido de muerte a su elegante líder.

Vi al mariscal Hermenegildo Galeana de Bargas que, al escuchar el estruendo, hizo un llamado a sus valientes sureños que fueran a ver quién había sido el osado soldado que acababa de salvar la situación de peligro; al notar que no había otra alma más que la del integrante del

recién creado ejército de “Los Emulantes”, lo abrazó y le dijo que su padre seguramente estará muy orgulloso de él.

Al término de la batalla, Galeana informó al general Morelos lo sucedido, éste, felicitó al chiquillo y le dio el nombramiento simbólico de Capitán del Cañoncito "El Niño” su pieza de artillería más preciada. Y desde aquí sigo viendo y escuchando la trayectoria de Narciso Mendoza...

Las balas van y vienen... provocan destrozos y quitan vidas, muchas vidas.

Los Emulantes corren de una trinchera a otra llevando piedras o agua; ayudan en lo que su corta edad y sus pocas fuerzas les permiten.

Hay momentos de calma por las tardes principalmente, algunos emulantes, dedicados, buscan algo debajo de las piedras … ¡oh, ya veo, son alacranes. ¡Los están echando en jarros sin orejas y los avientan al otro lado donde están las trincheras de los realistas! Me asombro de su espontánea imaginación guerrera.

Pasan los días y yo, continuo en mi posición suspendida sin sentir que el tiempo transcurre, el cansancio y el hambre comienzan a ser evidentes...

Los chiquillos van a los campos a cortar quelites, verdolagas y todo lo que crean que es comestible.

Es la madrugada del 2 de mayo, pueblo y ejército insurgente están listos para romper el Sitio; en la columna encabezada por Hermenegildo Galeana de Bargas va Narciso Mendoza, el “Niño Artillero”. Su padre se quedó pues su esposa está preñada, no podría ir al paso del contingente...

Están en el pueblo de Ocuituco, bajo el volcán Popocatépetl, llegó un soldado que pudo escabullirse y entre otras noticias le informa al gene-

ral Morelos que los que se quedaron en la maestranza de la hacienda Buenavista fueron ejecutados por orden de Félix María Calleja, Narciso escucha atento, en su interior guarda la esperanza de que su padre hubiera podido ponerse a salvo, pero el soldado voltea a mirarlo y, le da la terrible noticia... “Tu papá murió".

Salieron de Ocuituco, Narciso triste va junto a Morelos. Se fueron rumbo al Sur...

El 5 de noviembre de 1915 están en Tesmalaca, poblado situado en el límite entre los estados de Puebla y el de hoy Guerrero; aprehenden a Morelos y se lo llevan prisionero junto con unos 200 hombres, muchos murieron... Narciso y otros logran escapar, se unen a las fuerzas de Vicente Guerrero, lo alcanzaron allá por el río Mezcala, en la región cercana a Michoacán.

Es 1821, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero le dan el nombramiento de Coronel de Artillería.

Narciso, ya no es aquel que corría entre las trincheras para acarrear piedras, ya era todo un joven fuerte y curtido por tantas vicisitudes y el sol.

Los años pasaron volando como silbido del tiempo... Yucatán, Tabasco, Campeche...

Yo encantada con todos esos escenarios, diríamos cautivada de saberme testigo en la soledad de los sueños que siento como toda una realidad. El general Marín se acercó a la puerta de una casa donde estaba el ya señor, Narciso García Mendoza, le entregó un comunicado en el que se lee que todos los que hayan luchado en la Guerra por la Independencia están invitados por el emperador Maximiliano de Habsburgo, a la Ciudad de México para celebrar.

Narciso, aquel niño con ansias de ser hombre en 1812, después joven fuerte y curtido, ya no tiene fortaleza, ni edad, pesan sobre él 64 intensos años que apagan sus ímpetus infantiles y de juventud.

Entró a la casa, tomó una silla de madera y se acomodó en el patio donde las gallinas y el perro jugaban con sus nietos. Llamó a uno de ellos y le pidió que trajera papel y manguillo, el chico entra a la casa y regresa con lo pedido... pero esperen, no alcanzo a escuchar lo que le dicta al niño.

Me acercaré a ver...

Señor don Juan N. Almonte, gran mariscal de la Corte y Ministro de la Casa Imperial. México.

Le dicta una carta dirigida a su antiguo líder “El Generalito”, le recuerda su hazaña aquel 19 de febrero de 1812, para que sepa de quién se trata, y solicitando que le mande dinero, no para acudir al festejo, no, le dice que, para regresar a su tierra amada, Cuautla de Amilpas porque allí desea morir.

En lo que veo y escucho no percibo si es un sueño o realidad, yo disfruto de todo, es un repaso excitante y maravilloso que me enloquece de felicidad.

Pensé:

¡Ay Narciso, no sabes que la soberbia que embarga a Juan Nepomuceno le llevó al punto de olvidar lo que su padre el general Morelos le enseñó y por lo que combatió por casi cuatro años, hasta por lo que él mismo como “Generalito” junto a su tropa de casi 50 emulantes luchó!

Ahora es funcionario imperial...

No recibió respuesta, don Narciso se quedó en el barrio del Guanal en Ciudad del Carmen, Campeche, vive en la casa del predio 62 de la calle

22 cruzamiento con calle 21 por la que la autoridad municipal le paga

"Mi respetable señor. Carmen y agosto 10 de 1864”...

3 pesos de renta y a él 18 pesos mensuales por su puesto de guarda faroles o sereno, su labor es encender los alumbrados del pueblo a las seis de la tarde y apagarlos a las seis de la mañana, también elaborando fuegos pirotécnicos durante las fiestas para el goce de los habitantes y por los que gana otros pesos.

Narciso fue un Niño Héroe, su acción de salvar el famoso Sitio de Cuautla lo eternizó, su nombre es un sello de los que conocen su valor infantil y se le admira.

No obstante, que en el momento que necesitaba la ayuda no la consiguió; que murió tal vez triste, hoy, me gustaría tener el poder de saber cuál es su estado de ánimo al observar desde donde esté que es un niño inmortalizado por su determinación de haber sido el emulante más sobresaliente de aquel grupo y que su nombre y recuerdo, lo han elevado a la heroicidad …

Quisiera volver a soñar.

Nuestra Revolución por El Tlacuache Cuentero (Hernani)

¿Así que uste` también pelea por la Revolución?

Pos ya ve, a la bola nos tuvimos que juntar. Ya ve como me corrió mi patrón de la hacienda, allá en Santa Bárbara, dizque me robé su pistola.

Allá en Morelos estábamos igual, nos quitaron todo, si no más no se llevaron los calzones porque no se les ocurrió. Pero luego llegó nuestro General.

Sí, le digo acá con Villa tampoco nos va tan mal. No más que uno se tiene que hacer cabrón pa ` ser dorado.

Pero bueno, ¿cuánto hicieron hasta acá?

Pos como seis días en tren, `tabamos allá en Juárez esperando el cargamento de armas de los americanos ¿y uste`?

Yo llegué por mi lado, fuí a visitar primero a mi chatita a Amecameca y luego ya los alcancé, hasta hoy apenas.

Ta bueno, ojalá y ya se pongan de acuerdo con esta Convención, porque no más no parece que quieran resolver.

Esos canijos. No más les das poder y se olvidan de quien los llevó pa ` allá.

Por sí es cierto, habrá que seguir con nuestra Revolución.

El diario de un inmigrante por

MI REALIDAD

Me apodan el canicas, soy el quinto hijo en una familia de 6, mi apá desde muy pequeño me enseñó el trabajo del campo, arar la tierra, sembrar, fumigar, esa era mi escuela a mis 7 añitos, pero con el corazón en la mano les aseguro que me gustaba más que ir a la escuela. Mi apá siempre me dijo que ganar dinero era mucho mejor que perder el tiempo donde no me pagaran, pero la realidad fue que mi padre no pasaba de ser campesino, alcohólico, mujeriego y por si fuera poco no sabía leer, yo creo que lo de mujeriego le aprendí re bien, porque la neta a mí me encantaba andar de noviero, conquistando a todas las muchachas de mi pueblo, si les contara… las andaba paseando en burro a las canijas y uno que otro beso les plantaba hasta dejarlas sonrojadas. Una vez me escape de la escuela, a la que por cierto mi amá era la que me obligaba a ir, «ay como odiaba la escuela», me andaban busque y busque, hasta que me encontró y me dio la madriza de mi vida, y eso que yo nomas fui a pasear al burro y ver las tierras, yo vivía muy feliz, siempre me andaba robando cañas, los elotes y cualquier cosa que se me antojaba, de todos modos no teníamos dinero para nada, ni siquiera pa’ comer, pero nos las arreglábamos en compartir la comida, los días viernes eran mis favoritos, pues pese a que no teníamos pa’ comer solo ese día podía disfrutar de un rico y delicioso pedazo de huevo con maza, con unas hierbas que les ponía mi amá, ella lo ponía a calentar en el tlecuil, para después dividirlo con mis carnales, la verdad en cuestión de alegría no me sale a deber nada México.

‘‘No soy tan malo, también tengo corazón, aunque el gobierno me persiga sin control’’

Pero a pesar de mi felicidad deseaba tener una vida mejor, sacar a mi amá adelante, poder tener todo lo que veía de los patrones, sus camionetas, sus botas de cuero, esa hermosa camioneta que siempre me imagine trepado en ella, con una morrita a un lado, que ellos los de las grandes casas me trataran por primera vez con respeto, quería que por fin nos alcanzara el dinero, esa era mi meta.

No les hablare mucho de mi madre, pero mi amá es la mujer más chingona que he conocido, a sus 15 años se casó porque en su casa se sentía insegura, ella hija de una madre y padre que la abandonaron a su suerte, en la casa de un tío violador y pervertido que la maltrataba constantemente, huyó a casa de su abuela, una viejita que al igual que ella abandonaron a su suerte en un pequeño jacal, pero lamentablemente debido a la falta de comida, las condiciones de salud y de vida de su abuela esta falleció, llevándola nuevamente al monstruoso mundo con su tío, para luego ser vendida, para la suerte pero no tan suerte de mi amá, logró escapar con mi apá, casándose y formando lo que ahora es nuestra familia, sin imaginarse que él sería el próximo monstruo de su vida y eso me dolía, no quería verla sufrir más, mucho menos a mis hermanas. Yo las amo y me dolía no poder darles lo que merecían, se supone que yo era el hombre de la casa, yo tenía que sacarlas adelante, yo tenía que trabajar y demostrar que soy un verdadero hombre, en cambio ella nos mantenía a mí y a mis hermanos, trabajando de costurera, soportando las infidelidades de mi jefe, aguantando que le quitara el dinero que con tanto esfuerzo había ganado, todo para irse a tomar.

Para mis 12 años yo ya me había dado cuenta de lo injusta que era la vida en México, yo no quería esto para mis amados. Nuestro gobierno disfrutando del presupuesto público, de las ganancias del pueblo, explotando a los más pobres con más y más impuestos, y nosotros con cada vez menos trabajo, ellos regocijándose en sus mansiones, en su corrupción, como los ratas y cerdos que son, tan bonito que era mi México antes de crecer y conocer esta verdad, y nosotros aquí, teniendo que aguantar migajas, sin dar un paso adelante, solo para atrás. Y todo solo para llenar el bolsillo de otros, pero ¿Qué podía hacer?, yo solo era un chamaco, deseando una mejor vida, cuyo único pecado fue no nacer

en la élite del poder.

Fue entonces cuando dos de mis hermanos se lanzaron pal Norte (United state), llegando a salvo a Texas, con cada llamada me convencieron más y más de que yo debía irme también, la estadía de mis hermanos nos relajó un poco económicamente, pero no lo suficiente, decían que ellos tenía otros gastos, y tampoco les podíamos jalar las patas cuando nos estaban dando las manos, por eso en cuanto cumplí los 15 años yo también quise, así que les pedí una última ayudada a mis hermanos, pa’ que me a completaran pal coyote, yo estuve ahorrando y cuando junte el completo me fui con mi primo ‘‘el sirilo’’, imaginando que llegaría a hacer mucho dinero, yo estaba en la ilusión que el norte me iba a regalar una mejor vida, esa vida que México no me daba, mis últimos días en mi pueblo soñé dormido y despierto como iba a llegar a comprarme una casa, usar ropa de marca, ya no existirían los problemas ni pa’ mí, ni pa’ mi familia, estaba listo para vivir mi mayor sueño.

UNA TRAVESÍA HACIA MIS SUEÑOS

Eran cerca de las 5 de la mañana, cuando Sirilo y yo tomamos un vuelo rumbo a Agua Prieta, Sonora, yo estaba muy nervioso, tenía una sensación muy extraña en mi panza, como si tuviera ganas de vomitar, pero estaba decidido a llegar, todavía ni siquiera estaba en la frontera y la alegría por ir a rumbo a mi sueño se volvía cada vez más intensa, «no sabía a qué me enfrentaría». A las tres horas llegamos, de allí nos fuimos a un hotel como con 15 personas más, de Morelos, Puebla, Yucatán, Querétaro, cada uno estaba ocupado, esperábamos las indicaciones del coyote.

A eso de la 1 de la madrugada, nos levantan para irnos, nos llevaron a la frontera en dos camionetas, nos separaron en grupos para brincarnos hasta las 5 de la mañana, esperando el momento perfecto que hicieran cambio de turno, al brincar nos escondimos en un terreno de una casa, yo sentía que el corazón se me salía, estaba muy nervioso, pero aún recuerdo aquellas palabras del Coyote.

Aquí nadie se me distraiga, porque va a valer madres, ahorita va a llegar un carro por ustedes y quiero que se suba la mitad de ustedes.

Entonces, a mí me escogieron para subirme al primer carro, porque estaba flaco, se fijaban en eso, para que nos pudieran esconder en la cajuela, todo estaba calculado para llegar a nuestro destino, pero cuando llegó el carro todos se alocaron y se subieron, no sabía qué hacer, pensé que me habían dejado, porque yo no alcance a subirme, todos me ganaron, hasta mi primo me abandono, sentí que mi primo me traicionó, jamás creí que él pudiera hacerme esto, crecimos juntos toda la vida, para mí era como un hermano, la tristeza y el miedo me invadió por unos minutos, pero por suerte otro carro llegó, me tuve que subir yo solito.

Sin embargo, mi sorpresa fue a unos kilómetros, cuando vi por un hoyito que a los otros los detuvo la migra, escuché que los tenía arrestados a todos, porque en el carro que iban tenía vidrios oscuros y polarizados, me dolió mucho porque allí iba mi primo Sirilo, pero así como me abandonó yo tuve que seguir solo, yo solo pensaba «yo puedo, seré más feliz». Lo logré, a las pocas horas llegamos a un hotel en Arizona, donde estuvimos mucho tiempo, eran varios, vivíamos amontonados en una casa, donde te pudieras acomodar, en lo que ahorrabas trabajando en lo que te dieran. Yo pensé que me iba a alcanzar luego, luego el dinero, pero no fue así, tuve que echarle huevos a la chamba, hasta que un día nos cachó migración y se los estaba llevando a todos los del hotel, pero yo me escondí por miedo, yo no quería que me mandaran a México. Pero los coyotes se espantaron porque estaban drogándose, así que nos llevaron en cuanto se fue la migra a una casa, al día siguiente nos tuvimos que mover pa’ Minnesota, pasaron un día completo manejando, sin parar, porque tuvieron que ir rodeando a migración.

Cuando llegué no fue la sensación que esperaba, llegué luego a trabajar a una compañía de cereales, tuve que vivir con otros diez en un pequeño departamento de tres cuartos, a mí me tocaba dormir en la alfombra, pero ganaba cinco veces más de lo que ganaba en México, todos los día me sentía triste, extrañaba a mi amá, pero sabía que me tenía que aguantar para salir adelante, Estados Unidos no fue lo que esperaba, había mucha matanza, no era seguro vivir en la zona, incluso

era peor que estar en mi pueblo, poco a poco Estados Unidos se convirtió en un infierno para mí, pero tenía motivos para no darme por vencido, con el tiempo fui cambiando de trabajo y ganando cada vez más, pero muchas veces me ponía a pensar si eso valía la pena, porque yo solo quería felicidad, pero lamentablemente el dinero no la pudo comprar, «Te extraño tanto amá, los extraño tanto carnales».

UN POBRE DIABLO

Regresar a México fue mucho más fácil, solo crucé la frontera como si nada, tan solo cuando llegué a la frontera, escuchar mi idioma, ver a tantos paisanos, tuve una alegría inimaginable, ya quería llegar a mi casa, a mi Morelos, a mi tierra, con mi amá y mis carnales, cuando por fin llegué les di el abrazo más grande que pueden imaginar, me preparó los mejores chiles rellenos y frijoles de toda mi vida, llegar a México me devolvió la alegría, ver a mis seres queridos fue magnifico, estuve aproximadamente un año y medio, conocí a una hermosa mujer chaparrita, de pelo negro, con la sonrisa más bonita que mis ojos habían visto, yo sé que les dije que era enamorado, pero esta vez fue diferente, ella era mi primer amor, el amor de mi vida, un amor que ni siquiera las palabras podían explicar, aunque su familia no estaba muy de acuerdo, porque ya traía mi famita de andariego, pero eso no me importó, yo me la robé. Y entre beso y beso me dieron la mejor noticia de mi vida, iba a ser papá, no les voy a mentir la verdad es que eso me puso muy nervioso, el dinero en México se me estaba acabando, así que decidí regresarme a Estados Unidos, pero eso sí, primero me casé con la morrita, para que nadie me la quitara, fue así como volví a emprender mi viaje, pero ahora con un motivo más en mi vida, iba a ser padre por primera vez, quería darle una buena vida a mi bebé, mi ahora esposa quería terminar la universidad y yo la quería apoyar, quería ser el mejor padre del mundo, quería ser ese padre que yo no pude tener. Durante todo el camino hacia Sonora, estuve pensando hasta en las universidades de mi bebé, cómo iba ser, inteligente como su mamá, guapo como su papá, aún no sabía si iba a ser niña o niño, pero ya amaba a ese ser y lo amaba por todo el amor que le tenía a su madre.

El trayecto fue el mismo, llegar a Agua Prieta, Sonora y esperar las indicaciones del coyote, solo que esta vez nos escondimos debajo de un tráiler ya del otro lado, por el Norte, pero la sensación seguía siendo la misma, me dolía el estómago de los nervios de que me cacharan y también sentía mucha adrenalina porque, así como pase la primera vez, esta vez también estaba decidido a llegar, esperé y esperé hasta que llegaran por mí, esta vez llegué a Los Ángeles, California.

La frontera es el infierno, no hay mejor palabra para describirla, con muchísimos peligros, tanto humanos como naturales, desde que te secuestren, te maten, te roben, hasta que te pique una víbora de cascabel, fue horrible pasar y ver a los cuerpos de personas muertas después de las balaceras de los carteles, porque cuando me iban a pasar me tocó que se quisieron pelear por el territorio del jefe. Tener que pedirle protección al narcotráfico fue mi única oportunidad de sobrevivir, ‘‘los Zetas’’ verdaderos demonios me tuvieron que cuidar en su infierno, en su territorio, puedo decir que tuve que ser su amigo antes que su enemigo, lamentable o de buena suerte me convertí en su compa, pero ni eso me quitó el miedo de mi cuerpo, que tuve que aguantarme, deseando con todo mi ser poder salir de una vez por todas de ese lugar, ojalá hubiera podido salir corriendo, pero me mantuve por mi futuro hijo y por mi futura familia, a muchos les ofrecieron pasar drogas a cambio de que los pasaran, pero yo pagué mis 300 dólares, estamos hablando de alrededor de 3,300 pesos mexicanos, allá por el año 2003, esta ida me sirvió para entablar amistad con personas que posteriormente me ayudarían a volver a pasar. Conocí al jefe de Reynosa, Tamaulipas, que para mi sorpresa no fue lo que yo me esperaba…

MIS ERRORES

Los días en Estados Unidos se convirtieron en meses, luego en años, con el paso del tiempo, me sentía perdido, trabajaba día y noche, pero un día caí en depresión, supongo que mis borracheras sobrepasaron mis limites, no había día que yo no pisteara con mis compas, las peleas con mi esposa cada vez aumentaban más y más, hasta que en un arrebato de ira arruiné mi motivo. En una borrachera se me pasaron las copas y

engañé al amor de mi vida, engañé a mi esposa una vez, luego dos, hasta que olvide que tenía una, ni si quiera pensaba qué tal les iba en México, las drogas y el alcohol ya me habían consumido, pero yo me la pasaba a toda madre, pisteando con mis compas, con un chingo de viejas, contratando banda.

Pensé que estaba feliz, hasta que un día me llegaron chismes de engaños, aunque pensé que ya no me dolía, me dolió, no supe que hacer y la volví a engañar, pero esta vez fue diferente porque embaracé a esta nueva mujer, así que tuve que juntarme con ella y con el tiempo la llegué a querer, pero se lo tuve que ocultar todo a mi familia de México, porque tampoco quería que mi hija me odiara, ni mi esposa, ni mi amá, con el tiempo tuve otro bebé, hice mi familia, pero nunca me olvide de mi hija en México, mi primogénita y primer amor de padre e hija, pero la cara se me caía de vergüenza, no podía hablar con ella, ni si quiera podía mandarle un solo mensaje, ella creció sin mí. Mi nueva acompañante, la madre de mis hijos no fue lo que esperaba, perdóname hija por tener las posibilidades de buscarte y no hacerlo, por las llamadas que rechacé y los mensajes que no contesté, por hacerte creer que no te amaba, por no estar para ti en tus primeros pasos, en tu primer cumpleaños, en aquella vez que saliste de abanderada en tu escuela, por no regañarte en tu primer travesura, por no haberte dado consejos de padre, perdóname por no haberte visto crecer.

Probablemente pienses que te dejé por una nueva familia, que nunca te voy a amar por no estar cerca de mí, probablemente te preguntas constantemente el porqué lo hice, pero te juro que fuiste el mejor regalo que pude haber tenido algún día. Lamento no haber sido lo que mereciste y perdóname amor de mi vida por romper tu corazón y no poder haber valorado tu amor lo suficiente, no les volveré a ver la cara porque se me caería de vergüenza, sé que están mejor sin mí, lo único que me queda es pedirte perdón por el dolor que te causó mi ausencia.

Mi hija creció y al final descubrió la verdad, ella no reaccionó mal, pero sé que en su corazón le causó mucho dolor, porque esto suele pasar con las personas que se vienen para acá sin sus familias, al final se destruyen de alguna u otra manera.

EL INFIERNO DEL CARTEL

Cuando ya no funcionó con mi nueva señora, me dejó en la calle, sin fuerzas para reclamarle, me engañó, me usó y caí en depresión, nuevamente me volví un alcohólico, drogadicto y volví con mis amigos a la frontera, quise regresar a México, pero ellos me ofrecieron otros “bisnes” donde tendría más dinero. Todo estaba planeado y organizamos, pero algo salió mal y tuve que irme lo más pronto posible para México, estuve seis meses y después regresé a Estados Unidos, esta vez por el río, por el territorio del jefe de Reynosa, Tamaulipas, todo se convirtió en un infierno, llegué esta vez a Texas en un helicóptero que transportaba la coca, llegando nos metieron a una casa de seguridad del jefe, mejor dicho Jefa porque era mujer, pero aparentaba ser hombre para que no la vieran débil, hice bastantes amigos en el infierno, infierno que al final me hizo perder todo.

La frontera es muy cruel, no nos imaginamos ni una tercera parte del infierno que se viva allí, para inmigrantes y nativos, pero es la realidad de este país, una realidad que nos ha azotado durante años, es muy triste escuchar este tipo de historias porque así como nuestro protagonista muchos olvidan en el camino la razón por la que se van, porque olvidan que el narcotráfico es el principal factor para el aumento de corrupción en autoridades, especialmente en las instituciones de seguridad y justicia propiciando el “blanqueo” de recursos ilícitos en la economía mexicana.

El general Glen VanHerck, estimó que los cárteles del crimen organizado transnacional operan en alrededor del 30 al 35 por ciento del territorio mexicano, "en áreas que son con frecuencia ingobernables", causando muchos de los problemas que está enfrentando la Unión Americana en la frontera con México, esta lectura fue un poco de lo cruel que puede llegar a ser la vida de un inmigrante más si toma decisiones equivocadas, pero hay muchísimos en otras situaciones que pudieran sonar horribles como es el caso de las mujeres, violadas y alejadas de sus familias, sometidas a la trata de personas, niñas y niños que pierden a sus padres en esta travesía, son tus peores pesadillas una realidad cuando te pones en los zapatos de aquellas personas que decidieron migrar

WASHINGTON, D.C.- El jefe del Comando Norte de Estados Unidos (US Northcom)

Otro anochecer

Pocas veces me detengo a pensar, por lo general vivo en automático. Dejo que los días pasen, vivo al momento y prefiero fluir antes que hacer charco; sin embargo, hoy es uno de esos días donde me detengo a maquinar. Aquellos días que en apariencia corren más lento y hasta la actividad más emocionante resulta insulsa frente al placentero descanso reflexivo de recostarse sobre el llano. No se trata de una pérdida de tiempo, sino de una ventana al interior.

Sólo en los momentos más insulsos del andar nos ponemos a pensar, recordamos con nostalgia y añoramos con mucha fuerza tiempos que nunca volverán. Mi corazón arde en silencio y de manera periódica, pues aunque el fuego persiste día con día solo me quemo en circunstancias como las de hoy.

Pensar así de formal solo me viene en tiempos de amargo ardor y, con mayor frecuencia, cuando espero su llegada. Todas las tardes sin falta corro a través de los pasillos de la hacienda. Vigilo corredor por corredor y pregunto a los peones sobre sus malicias: “Que se detuvo el trapiche” dicen algunos, “que ya se puso a llorar” berrean muchos más. Aún con todo, no paro de pensar que son simples maricas, hombres de poca valía llenos de miedo y faltos de cojones para enfrentar ruidos y fallas. Sin embargo, persiste en mí la curiosidad. A lo mejor y si es cierto que se aparece un chamaco que, falto de quehacer, encuentra diversión en joder a los peones; asustar a mis hermanas y arrimarle chingos de miedosos a mi papá.

Tras correr como si trajera lombrices en la cola y de andar de preguntona con cualquier cristiano que se cruzara conmigo, me detengo en el purgar rodeada de azúcar y melaza para trepar a una ventana. A través del arco de piedra miro un cielo naranja, son poraí de las cinco de la tarde y es momento de ver a las golondrinas partir hacia el sur.La simpleza de su vuelo hace que me incorpore de manera nostálgica, con una mirada que dice más de lo que oculta.

Son simples manchas negras en el cielo volando en conjunto hacia otro paraje pero despiertan en mi el deseo de huir.

Al volver a la realidad, trato de pensar en él. Un niño que fue asesinado al poco de nacer por andar de chistoso mostrando sus dientes y diciendo tonterías. ¡Que absurdo! Aunque así hubiera sido no puedo creerme que el chingado chamaco ande por aquí como Juan por su casa. Sin embargo, corren y corren los peones, hablan de sustos, fallas y llantos, mis hermanas lloran en los lavaderos por oír risas y los vigilantes temen salir a la guardia quesque no vaya ser que venga el choco o pior tantito, su papá, el diablo.

Dentro de la eterna rutina de la hacienda encuentro una nueva actividad que me emociona. Sin embargo, el niño nunca aparece, todo el mundo lo ve pero huye de mi. ¿Será que yo le provoco miedo al mentado chamaco? ¿o será que nomás no existe? A veces me gusta creer que hay un sentido en esperar, que el niño vendrá y a lo mejor me voy a espantar o quién sabe, en una de esas nos hacemos amigos para ir haciendo travesuras de allá pa acá en cada rincón de la hacienda.

Por ahora vuelvo a mi querida ventana para sentir como arde mi corazón, ver pasar mis emociones y pensar sobre lo que me depara, porque una vez más, entre el chacuaco y las golondrinas, aguantaré el sueño, me olvidaré del hambre y esperare su llegada en lo que cae otro anochecer.

Sembradores de Historia

Antología presentada en noviembre de 2022 en el Museo Casa de Morelos en Cuautla, Morelos. Que las letras de éstas páginas vuelen libres y nazcan muchas más.

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