Me como las uñas y costras de mi piel.

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08-A General

Expediente

Sábado 26 de mayo del 2012

Historia

“Ana” comía impulsivamente sus uñas, costras y ‘granos’ de su piel; también las secreciones de sus fosas nasales y el cerumen de sus oídos. Al conocer la historia de su vida, se encontraron las causas de esta extraña conducta…

del padecimiento

“A

na” tiene 23 años de edad y reside en Tijuana desde que tenía 1 año de edad. Es soltera, trabaja y estudia en la universidad. Asistió por referencia de su sicóloga, quien previamente me explicó que “Ana”, desde hace muchos años, se mordisquea las uñas y también tiene la costumbre de comerse las costras de heridas, de los ‘granos’, los ‘mocos’ y las secreciones de los oídos. La paciente accedió a la entrevista y se presentó puntual. Durante la misma, pude apreciar a una joven de estatura promedio, complexión delgada, de tez blanca y con cierta palidez, vestía ropa sport adecuada para su edad. De trato afable, aunque con cierta ansiedad o timidez. Antes de tomar el tema, motivo de su consulta, quise conocer aspectos de su infancia, familiares y de su personalidad, que tal vez tendrían relación con su padecimiento. Me relató lo siguiente: Dijo que no conoció a su padre, ya que sus progenitores se habían separado cuando ella estaba recién nacida, y que prácticamente fue criada por su abuela materna; con ella vivió de los 5 años de edad hasta los 15, cuando falleció debido a una enfermedad. En la actualidad reside con la madre, con su padre adoptivo y cuatro hermanos; ella es la mayor. Creció en un ambiente de pobreza y desintegración familiar. A la madre la describió bastante agresiva, soberbia y frecuentemente la golpeaba; éste fue el motivo por el cual se mudó con la abuela: “Me daba golpes muy fuertes, como si fuera una persona de su edad; no eran nalgadas o manazos, sino que me pegaba con zapatos, con tablas o cosas así. Siempre me decía palabrotas o groserías, lo principal era: ¡Eres una tonta! ¡No sabes hacer nada, estás bien pendeja! A mis hermanos les pegaba menos, pero también los maltrataba”. Cuando tenía 8 años de edad, su familia cambió de casa; se fueron a un terreno cercano al de su abuela, y las condiciones de la vivienda eran deficientes, insalubres; difícilmente tenían luz o agua y no había drenajes ni sanitarios. Todos los miembros de la familia defecaban u orinaban fuera de la casa y lo hacían en botes del tamaño de una cubeta para luego vaciar el contenido en un lote baldío. Obviamente, nadie quería hacerse

‘Me como las uñas

y las costras de mi piel’ cargo de tirarlos, y la madre tomó la decisión de que “Ana” fuera a responsable. “Tenía que hacerlo a diario y me daba mucho asco. No podía decir que no, porque eran puros golpes; así estuve por un año. Me decía mi mamá que lo tenía que hacer porque yo era como un desecho, como mierda...”. Al tiempo que recordaba esos momentos, noté su voz entrecortada y sus ojos se humedecieron; su expresión era de vergüenza y amargura. Desde pequeña fue muy delgada, tal vez porque casi no comía al no sentir hambre. Aún en la adolescencia su alimentación era escasa; comía una vez al día y generalmente eran alimentos no nutritivos, como si la comida no le importara. Me aclaró que nunca ha vomitado, ni le ha preocupado su figura corporal como los que padecen anorexia o bulimia; contrariamente, no le gusta verse “flaca”. Como consecuencia de su mala alimentación, con frecuencia se enfermaba y su abuela la llevaba con los médicos por padecer de anemia o infecciones al estar bajas sus defensas. Durante la mayor parte de su infancia, se sintió sola, tendía a deprimirse y a veces tenía crisis de ansiedad y gritaba enojada, se jalaba el pelo o se golpeaba la cabeza contra la pared. Tal vez de esta manera quería paliar esos sentimientos de enojo, frustración y resentimiento que tenía hacia algunas personas, principalmente hacia su madre; sentía que la amaba y la odiaba al mismo tiempo, y la sensación de culpa la embargaba. Por las noches lloraba inconsolablemente hasta el cansancio, o hasta que el sueño la vencía; entonces su abuela pacientemente la abrazaba y la cobijaba; sólo

ella entendía su sufrimiento. Todas las mañanas se alistaba para ir a la escuela; le gustaba ir y soñaba que algún día sería una profesionista. Tenía algunos amigos, sonreía y trataba de olvidarse de sus pesares; al fin de cuentas, pensaba, no lograría nada con estar lamentándose. Tenía 13 años de edad cuando a su abuela le diagnosticaron cáncer, dos años después falleció. La muerte de ella le causó un gran dolor; no podía creer que a la única persona que le brindaba afecto y esperanza, la había perdido. ¿Acaso la vida es así? ¿Sólo es dolor y sufrimiento?, se preguntaba al mismo tiempo que su llanto se perdía entre el olor a flores y los rezos del funeral. Pronto tuvo que regresar a su casa con su familia, y el temor de enfrentar a su madre surgió de nuevo. Aunque su madre ya no la golpeaba, el maltrato verbal persistió y nunca le dio la ayuda necesaria para seguir con sus estudios. Pero esto no la detuvo, pronto encontró un trabajo y ella misma se solventaba sus gastos; no tenía alternativa si quería salir de esa pobreza o ambiente que corroía internamente. A los 17 años de edad, seguramente por la misma desesperación que sentía, llegó a cortarse los brazos con navajas; aunque no fueron heridas profundas y lo hizo en cinco o seis ocasiones. Dijo que el acto de cortarse o ver sangre le proporcionaba cierto alivio a su ansiedad. Después de conocer su historial, abordé el tema por el cual fue referida. Me explicó, sin poder evitar sentir pena y ruborizarse, que desde chica y hasta la fecha, ha tenido la costumbre de comerse las costras de sus heridas o granos. También tiene la compul-

sión de mordisquearse las uñas o los ‘cueritos’ de los dedos de las manos y pies, o de provocarse excoriaciones en la piel del talón con sus propios dedos o dientes. Además, ingiere los ‘mocos’ o secreciones endurecidas de sus fosas nasales, de sus oídos (cerumen) y los residuos de sus dientes; lo mismo hace con los restos de caspa o suciedad que queda debajo de sus uñas cuando se rasca. Morderse las uñas lo hace en público, todo lo demás a escondidas porque sabe que causaría repugnancia a le gente. Cuando tiene más tensión o preocupaciones, los síntomas aumentan, por ejemplo cuando discute con su familia o cuando va a tener exámenes. Siente mucha pena por ello y a nadie le platica sus “hábitos”, que casi diariamente practica. No quiere seguir con ellos, pero no puede controlar el impulso de hacerlo. Seguido tiene infecciones intestinales y una gastritis crónica que padece, se relaciona con ello y por su mala alimentación. Al finalizar la entrevista, concluí que “Ana” ha padecido, además de depresión crónica y anorexia atípica, problemas en el control de los impul-

sos, y que clínicamente reciben los siguientes nombres: Onicofagia (morderse y comerse las uñas), mucofagia (comerse los mocos o secreciones), dermatofagia (acto de comerse pequeños trozos de piel, como la cutícula o descamación) y la dermatilomanía (pellizcado cutáneo compulsivo). Todos ellos son síntomas de una enfermedad o diagnóstico común que se denomina ‘Trastornos del control de los impulsos’. Estos trastornos se observan con mayor frecuencia en personas con antecedentes de maltrato o abuso infantil, conflictiva intrafamiliar, desórdenes de personalidad o aquellas que tienen un carácter ansioso o impulsivo, entre otras. En una de las entrevistas con su sicóloga, ella comentó lo siguiente, en relación a los síntomas antes descritos: En los primeros años de vida del ser humano, se van formando sistemas de creencias y conceptos de realidad a través del lenguaje verbal y no verbal de los padres o cuidadores. Los traumas por abusos sicológicos tienen un gran impacto. Y, en el caso de “Ana”, al hacerla responsable de cargar el excremento de su familia, influyó de manera significativa para que distorsionara su autoconcepto. En el momento que la madre le impuso que ella tenía que hacerlo, porque era como “mierda”, el inconsciente la programó para que se percibiera como tal, “un desecho”. Tal vez, por este motivo, desarrolló un mecanismo de defensa adaptativo, en el cual tiene el impulso de comerse sus propios “desechos”. En estos casos, es importante la valoración especializada para el diagnóstico y manejo correcto, de lo contrario pueden ocasionar complicaciones médicas o retraimiento social. Y no debe ser motivo de vergüenza para quienes los padecen, pues se trata de enfermedades comunes y causantes de gran sufrimiento. Generalmente estos pacientes presentan bastante mejoría con medicación antidepresiva y terapia sicológica, en particular la cognitivo conductual y la hipnoterapia. “Ana” está recibiendo este tratamiento y empiezan a observarse resultados alentadores. El pronóstico es favorable porque muestra gran interés en seguir su tratamiento y sobresalir en todos los aspectos. Estamos seguros que su vida cambiará de manera significativa.

Dr. Jorge Octavio Maldonado Nodal Médico Siquiatra del Hospital de Salud Mental de Tijuana Éste es un espacio compartido con el Hospital de Salud Mental de Tijuana Tel: (664) 607 9090 www.hospitalmentaltijuana.com


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