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Códigos QR: así nacieron, así los usamos y así evolucionarán
De cómo un tablero de juego dio vida a una revolución tecnológica tan sencilla como disruptiva
Para asistir al nacimiento de los archifamosos Códigos QR debemos trasladarnos a los años 90 del pasado siglo. En esa década, los supermercados habían ampliado mucho su oferta y los carros de la compra de los consumidores se elevaban al cielo. Las cajeras no podían cobrar más deprisa y los propietarios de los supermercados aumentaban su personal y veían descender sus beneficios. Por si fuera poco, las cajeras sufrían entumecimiento en sus muñecas y el denominado síndrome del túnel carpiano. Pronto se incorporaron los códigos de barras en los productos, aligerando el trabajo de estas profesionales. En los supermercados, los códigos de barras cumplían su cometido. En otras industrias resultaban insuficientes ya que su diseño solo permitía 20 caracteres de información.
La industria del automóvil necesitaba ir un paso más allá e incorporar códigos que albergaran mucha más información. Así llegó el encargo a Denso Corporation, una ingeniería que desarrollaba códigos de barras de nueva generación para Toyota. Al frente de este proyecto estaba Masahiro Hara, padre de los códigos QR. En 1994, su creación vio la luz. La inspiración le llegó mientras descansaba: “Solía jugar al Go en mi hora del almuerzo.
Un día, al disponer las piezas en blanco y negro sobre la cuadrícula del tablero, me di cuenta de que era un modo muy fácil de transmitir información. Fue como una revelación”, explica años después. El objetivo de Hara era que aquellos pequeños cuadraditos negros se puediera leer a la mayor velocidad posible. Y, por supuesto, que contuvieran mucha más información que sus hermanos mayores, los códigos de barras.
El gran avance de los códigos QR fue su caracter bidimensional: pequeños y de diseño atractivo, eran capaces de albergar información tanto horizon tal como verticalmente. Para ello añadió los tres cuadrados de las esquinas que permiten detectar al lector la posición del código QR. Hoy pueden llegar a contener hasta 7.000 caracteres y los diseñadores ya han empezado a hacerlos más atractivos, cambiando su configuración.
Hoy, pero mucho más mañana
La logística los recibió con los brazos abiertos. Estos códigos facilitaban el orden en almacenes de dimensiones inimaginables, pero poco a poco fueron encontrando nuevas funcionalidades. La prensa vio en ellos una ventana abierta a sus webs o a sus canales de video. También algunos libros incorporaron rápidamente códigos desde los que poderse descargar listas de música, películas o álbumes de fotos. En la pandemia descubrimos un nuevo uso: las cartas de los restaurantes desaparecieron y aquellos pequeños cuadraditos nos desvelaban los menús. Los smartphones son su gran aliado y el software que lee códigos QR es hoy un must have. Añadir nuestro código QR en papelería y tarjetas de presentación se está haciendo común, permitiendo acercar nuestras ideas y negocios a un sinfín de nuevos clientes. La última hora nos habla de códigos QR con imágenes y colores personalizados, que ya se están transformando en arte. También los hemos visto “guardando” radiografías o criptomonedas, abriéndonos puertas cerradas a los almacenes de grandes museos del mundo o impresos en pulseras para identificar a enfermos de Alzheimer. También podemos pagar con códigos QR o verlos en algunos cementerios con información sobre los fallecidos. Y esto no ha hecho más que empezar…
En una entrevista reciente le preguntaban al creador de los QR, Masahiro Hara, en qué le gustaría que se aplicaran en un futuro cercano. El ingeniero respondió: “Me gustaría ver que los códigos QR que contienen información médica se distribuyen a las personas para ser utilizados en emergencias y desastres naturales. El personal de los centros de evacuación podría escanear los códigos y así proporcionar servicios médicos apropiados. En el futuro creo que surgirán nuevas aplicaciones que irán mucho más allá de lo que inicialmente imaginamos”