"Razón de duelo". Miguel Marinas

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Miguel Marinas

Razón de duelo

Razón de duelo

T R AV I E S A S D E P O E S Í A

Miguel Marinas


Razón de duelo © Miguel Marinas, 2014 Nº 1 de la Colección Traviesas de Poesía Prólogo: Víctor M. Díez Portada: Sobre un cuadro S/T, de Juan Rafael Al cuidado de esta edición: Eloísa Otero y Rafa Murciego 1ª Edición: León, junio de 2008 Reedición: León, junio de 2014


Duelo a la sombra

(Prólogo de Víctor M. Díez) La memoria como un ser otro “mis pasos saben / que es otro el puente / otro el tiempo y otro / yo mismo”; convocada por uno mismo, convocada “para que diga de lo imposible”. La voz, la voz. El poema, su construcción de roturas, de tientos, de deslices… Echo de menos esa voz rota, más ajada, su voz flamenca: la que duquela. Porque el duelo, si no, será más la ordenación de las fotografías que la recomposición de ruinosas imágenes. Un mundo que es su ausencia y en que sus ausentes asisten a una convocatoria. ¡Qué responsabilidad, madre! Y el que convoca puede saberlo y no querer fallar, fallarse. La premisa de algo tan cerebral sería correcta si no fuera mera razón ¿razón de ser? “Razón de duelo es el nombre de la definición de las cosas”, dice y se aleja el poeta. Quizás hay y sea justo más alivio que quebranto. Llega la figura del pensador, con sus informes “juntaba papelitos / como arqueo de pérdidas y ganancias”. Pero no negaremos que es en el paréntesis donde vuelve la vida “(no recuerdo el color de los ojos de mi madre)”, la muerte al poema, y quizás no siempre lo encuentra. La línea reparadora, el duelo que consuela no deja, a veces, que el poema duela. Lo que es. Lo que no es. Lo que falta de una lengua torcida, retorcida es el poema que se intuye hubiera querido leer el propio autor. Es el poema que nombra, los poemas, tantos, que leyó, que conoce, que le dieron la vuelta a la cabeza a él mismo. Lo nombra pero no surge. “Decimos las vueltas / que da la vida”, pero no crea esa oportunidad caótica, de límite, de precipicio que nos araña. Agrada, lo anuncia, lo enuncia, tiene un clasicismo estético y gustoso en las uñas, pero no… araña. Parece más hurgar que arañar lo que pretende el maestro Marinas. El poema es un atentado (Y ¿Por qué ha de serlo? Más dolor sobre el dolor. Pero no hay parto sin dolor. ¿Morir matando? ¿Renacer también?) Quizás no ha desaparecido (del todo) el mundo que lloras, quizás solo, todavía solo se tambalea.

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“Como si sólo hubiera asidero/ en el poder decir: rescatar el núcleo, / lo que va por debajo de las condiciones, / esto también perece / y sin embargo / lo llamamos meollo, fondo / para que no lo toque lo que todo se lleva”. La reflexión es tan oportuna que no debería quizás tener forma de poema. Pero quién ha de decir eso. Quizás no yo (Quizás un no yo). Y yo prefiera esta escena, esta imagen, ejemplo de otras que también están a menudo en el libro: “es sigilosa como el andar a compás / de dos mujeres / viudas / al sol de la caja de ahorros”. El doctor Marinas, cantor, cantaor, quiere que el duelo no duela. Y se agradece esa forma de estar en el mundo. Alegría hay, y tristeza, en la desaparición de las cosas. El autor se refugia en un clasicismo en el que se protege. Se esconde pero no hace trampa. Se esconde mientras el lector, los personajes, el tiempo cuentan… Y eso vale, se vale. Trae sus notas de memoria, de duelo no solo por él (también por todos sus compañeros), y eso le honra. Mañana dejaré de escribir prólogos. Y eso que había empezado hoy. Vitines m 10

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Raz贸n de duelo

raz贸n

Raz贸n de duelo

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I otra vez cruzo la pasarela sobre las vĂ­as del tren miro a un lado y a otro al espacio que antaĂąo se llenaba de humo blanco de locomotora me saluda me acoge la figura bermeja en la ventana tardo en llegar: mis pasos saben que es otro el puente otro el tiempo y otro yo mismo

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quería dar razón del duelo dejar correr todas las notas de la pérdida no alivio de la desaparición del fundido en negro del que no se regresa mas testimonio del momento en que quien se va queda continuamente en el umbral sin irse nunca y nos hace despedidores medrosos imantados un planto continuo y seco sin más lágrimas que las que la vida consiente sabiendo que son de este lado no del lado de lo que no es que no tiene nombre ni rocío en las mañanas pues ni amanece ni hay tiempo ni manos llenas ni manos

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dar razón del duelo como quien canta el melisma más terrible sin voz, entredientes, y de vez en cuando se vuelve a la vida y habla y negocia, o dice qué hermoso este edificio o cómo me gustan las líneas de tu boca o cuánto falta para el verano pero sabe que el otro borde del umbral la parte interior de esa zona sin aire le convoca de continuo para que diga de lo imposible algo

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IV volver y contarlo como la que se dejaba abrazar callaba y parec铆a no acabar nunca de regresar del silencio

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V entonces vi la obra de la causa del duelo: un hacer continuo que borra voces, presencias, pulsos, intensidades del rostro, respiraciones, el peso del cuerpo y el hilv谩n de la risa un desvivir que lleva el nombre de la vida, que hace hueco donde lo lleno, que mata el brillo de lo que brota raz贸n de duelo es el nombre de la definici贸n de las cosas

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VI juntaba papelitos como arqueo de pérdidas y ganancias: las fechas se quedaban atrás siempre muertas de muerte legal en el refugio de los calendarios con papelera, allí donde los recibos, allí donde los avisos, allí donde los carnets, y las acreditaciones yacían a los pies de una cazadora con escopeta y cartuchera con cartuchos como días

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VII vida de los gestos: surgen desma帽ados sin norte ni hechuras y en cuanto brotan quedan de piedra en la memoria

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VIII ríos y pérdidas no hay más metáforas: el mismo flujo terco, lo que vive y desvive, los mismos pasos

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IX un cuenco de manos para capturar el agua de la lluvia un pliegue de la hoja de la cardenca donde se almacena el agua del cielo como en un cuĂŠvano un peine pasando moroso por la mata de pelo reciĂŠn lavado con el agua de lluvia de la cardenca (no recuerdo el color de los ojos de mi madre)

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X decimos las vueltas que da la vida un camino con recodos, trocha entre jaras y avenas locas, sendero con poca definición como para furtivos, acotado por sebes, barbechos que crían yuyos y chatarra las vueltas que da la vida no tienen mapa: lo pintamos mucho más tarde cuando ya no vemos carriles ni roderas son las vueltas que da la lengua para nombrar el río quieto con aguas siempre nuevas

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XI d贸nde est谩s laguna Dalga: sigue el agua en que nos ba帽amos ajena a la obra de vida y a la obra de muerte sin ojos para ver la trama laguna con ojos de plata

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XII grabar en la corteza de los árboles poner plata en la piel tatuar los dibujos de los sueños salir al paso de los ríos a los pregones de la carretera que traen pescado y noticias acechaba lo repentino por ver su huella y su piedra sillar en la memoria

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XIII como si s贸lo hubiera asidero en el poder decir: rescatar el n煤cleo, lo que va por debajo de las condiciones, esto tambi茅n perece y sin embargo lo llamamos meollo, fondo para que no lo toque lo que todo se lleva

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XIV sólo la palabra alivia la pérdida: “calabocito oscuro donde yo estoy preso” diminutivo de lo implacable galería de perpetuas

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XV fluida pasa la raz贸n de duelo: no atruena esta raz贸n en marcha es sigilosa como el andar a comp谩s de dos mujeres viudas al sol de la caja de ahorros

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XVI a los padres les creció la frente los ojos desmesurados más allá de la pena no acertaban a poner nombre a la que pasó de la calle a la caja sin que nadie notara cuándo quedó detenido el paso escolar el vuelo de las trenzas y el flequillo una falda de tablas con peto los furtivos del barrio no sabíamos si decirnos amigos suyos casi novios o mirarnos los rostros envejecidos un velatorio de niños entre la calle de los plateros y la plaza a la puerta de una tienda que era el arca de noé más tarde vimos que se asomaba a la mirada de la madre al acento del padre cuando vendía ambos reían despacio como tomando un aire de más peso: respirando por ella

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XVII el aire quedaba trastornado después del incendio ardía más que una tintorería un despacho de pan el almacén de las maderas era la señal de que la vida se iba a renovar implacable atravesando la negrura mojada de los pecios de secano era el duelo anticipado de las metamorfosis dolientes que reptan en silencio y derruyen las caras de las casas las aceras los badenes los poyos las huellas de los pies avezados y los mismos cuerpos de los caminantes

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XVIII alivio de luto cuando la ropa vira del negro al malva o al gris marengo no hay alivio de duelo: es un tajo abierto en el que se ingresa a dar de sí quebrándose la figura contra el bulto vacío de quien se fue antes de permitir que escape sin dar razón cabal del abandono (no devuelve el aliento mío que se lleva ni el nombre que me sobrepuso ni el lugar que yo precisamente ocupaba entre sus palabras) no hay alivio de duelo ya no somos completos ni se pueden recomponer los escenarios a los que dimos en llamar nosotros

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XIX hay un duelo mayor alarido mudo preso de las aristas de la vigilia, ahoga tanta bruma quieta se ha desatado la presencia que habita en la sala ocurre apenas pero deja una huella que se reconoce de inmediato como un animal propio palpar una felpa mullida entre las yemas del índice y el pulgar un hilo la insistencia de un cabello sin volumen ni trama desazonado pasar y repasar y no se borra no muda está como testigo de una escena que nunca cometimos (el gesto de la boca al comienzo del llanto) continua caricia de los dedos nonatos que no tienen mapa ni piel como destino (el repliegue de los labios antes del gemido) frontera del sueño se desprende de su borde una savia y un pulso a los que no hay regreso la concitación de los relojes de mesa las ventanas tomadas por el sol el cuchillo de las calles ocaso nata agua fría los dedos con anillos mecerse entre dos luces querer la luna antes de las palabras (el movimiento de los dientes entre la queja y el mordisco) Razón de duelo

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XX regiones de la pérdida: no damos abasto a recorrer los paisajes derrotados contamos flores nuevas, casas, catedrales, el aparato todo del mundo como es y parece que los ajustes cuadran las metas son casilleros en la planilla que se van tachando como si estuvieran cumplidas, colmadas las ambiciones todo va como va, vive la rueda de la culminación los desperfectos en el núcleo de lo que hacemos parece que son daños a lo más colaterales devastadas regiones de la pérdida tan dentro tan normalizadas que no hay ojos ni caligrafía que las haga legibles todo se resuelve en negar que haya otra vida precisamente aquí y ahora

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XXI pero di más que sí lo sabes: qué te traes en este combate con lo que ya pasó en mucha parte y lo que no no hay modo de decir su detenimiento que concita preguntas qué te traes en este regreso que te condena a formar sin tiempo alguno en la cofradía de los amigos de Peter Pan di eso más que sabes, no lo achaques a falta de palabras o a que los conceptos no abrigan la urdimbre de los hechos tenebrosos, desguarnecidos de librillos cosidos, de resmas de papel que se quedan en blanco como tu misma memoria lerda como la certidumbre de tener que dar aviso de la pérdida di lo que sospechas sin más miramientos da la voz que te canta de tanto tanto tiempo atrás de manera que ya la llamas tu propia voz oculta di lo que tocas con las yemas de los dedos porque no serán formas conocidas sino la piel de un anfibio detenido en una mesa la palpitación amagada de los glomérulos de los vivientes que se han instalado dentro de tu silueta dilo todo no aplaces no calles no temas

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dolientes

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XXII en el ¿qué ¿qué en el ¿qué

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hoyo del duelo miel se liba? paredes de sangre se levantan? desierto del duelo huesos pujan?

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XXIII siempre destartalados: la más cercana más lejos más definitivamente ausente un legado de soles vendimiando risas al cielo poner el jugo de las uvas en la piel del compañero morder el dedo que tinta la cara nombres de los pliegues interiores cicatrices los relatos del dolor debido que a pobres viene como agua caída sobre lluvia como secano al tiempo de lumbre la desmesura de un mundo que sale de vientre de madre de quicio y no regresa te deja regando plantas de geranio y repartiendo caramelos a los niños que enloquecen nombres del amor del deseo que no encuentran escena las dádivas como una gavilla ofrenda a los saurios vecinos todos los gestos que tejían el mundo conocido

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los acentos ajenos sentados a la mesa y los cantares para hacer labores toda la repetici贸n destinada a fijar los estratos de la tierra como piedra de amolar lo duro dada al soplo que todo lo anula sortijas relojes fant谩sticos botellas de colores una maceta de esparraguera verde

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XXIV je ne t’attendrai au bout d’une ligne droite qué regiones recorren las palabras hasta llegar a decir de modo entero la pérdida central el duelo nunca recobrado: die flambierte Frau mis ojos que no ven el cabo del siglo

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XXV comida de duelo: en ella perdemos alg煤n 贸rgano vital sin nombre lo nota con el tiempo nuestra manquedad

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XXVI qué tal el duelo vicario que cuelga como estampa prendida en el entredós del abrigo teñido de azul marino tiene los ojos color agua de un niño condenado a ser foto de primera comunión tiene el pelo negro de mi hermano primogénito que se quedó en el sur y me volvió doliente fijo y mudo

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XXVII al testimoniar tan sensible pérdida verbo municipal para soledades lágrimas mendigas y manos que dan vueltas y más vueltas al pañuelo blanco

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XXVIII no tan sólo la muerte: las muertes innumerables ya el paso de los dolientes que de la pérdida dicen razón aquí no son lutos ni duelos es la implacable rueda de la melancolía que no da tiempo a que lo vivo sea

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XXIX ratio dolentium: alicia que era beata gabriel que jugaba al fĂştbol un hombre alto que daba miedo de vivo todos los vecinos de mi padre alicia que era beata gabriel que jugaba al fĂştbol un hombre alto que daba miedo de vivo todos los vecinos de mi padre

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XXX otra vez vuelven las señales del duelo: no es el peso completo de quien se va son los acentos contar cosas los dedos al borde la mesa lo que miró quien ya no está y los pájaros que se quedaron cantando cuando aquello y han terminado por alzar el vuelo

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XXXI infinita paciencia de los mortales: inoculados de vida eterna contando los d铆as

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mudas

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XXXII bella falsedad: en azules mayúsculas a la puerta del templo del sur lamento del incendiario presa de compunción desengaño de la prótesis días contados esperando la caída del velo del templo la mostración del hueso estruendo mudo un momento detenido de silencio seco el remedo es eficaz es más real que lo real es la viva estampa de la belleza y el noctámbulo diurno cae de repente en la cuenta todo remedo funda belleza en el mismo hueco del que se fue el ángel todo simulacro tapa sutura cierra corta mano y corta fierro para que no queden más ganas de andar hurgando entre el tiempo y el sueño ay que falsa belleza que agosta la mano dada la palabra y el eco

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bella falsedad del desengaño melancólico por las paredes del templo del puerto la suspensión de aire de las letras azules mayúsculas como un Apocalipsis de pueblo nuevo rico

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XXXIII aparecer del cerco del acento de los nómadas suspender los moldes de las palabras el viaje de los sonidos por las cavidades en las que se refugia el hilo del agua invisible que argumenta ver frente y ojos con la tremolación de la garganta (lo comestible de la voz no devorada) las resonancias las colmenas que discurren con la risa y con las manos deslizarse de espaldas pasar de la naturaleza común del relato a la celebración del gesto que todo lo convierte (mirar, decir, mirar oyendo) en el silencio de los dones

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XXXIV era como un cuerpo inerte deslizándose por esta región intermedia del agua en la que aún son reconocibles los reinos animales, era como un vegetal, una mata verde que oscilaba apenas con el movimiento del agua del río no había premeditación ni meta, se dejaba conducir como en un baile líquido, era una voz queda, insistiendo en el flujo del rumor que salía de la cabeza, sin boca abierta, ni ojos avizor, sin oídos atentos, o tal vez sí escuchando, más hacia adentro que alrededor, el sonido del abrigo del agua sostenido a base de arrugas suaves, de pliegues como capas de verdín, como piel de las alas de un quiróptero gris oscuro apenas reluciente, callada ondulación, blanco de los pies desnudos, sombra cóncava de manos, dedos, uñas, era un barco humano contorneando los juncos, las juncias, la raíz de las paleras, las matas de vilortas, era un cabello mecido a compás de pasos que descubren los caminos del agua, sobre bajo la línea de flotación, sin asomar y transparente, como un destino era, burlado, volver asiéndose a los remansos ciegos demorando la ida y el retorno

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XXXV ya estoy del lado de la muerte siempre estuve el recuento de las pĂŠrdidas y la promesa de los triunfos no permiten catar la veta de la vida por eso busco las pocas palabras el silencio que reĂşne ocaso y nacimiento

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XXXVI sierpe entre dos mudas: no hay sosiego para el nombre ni pacificaci贸n en los papeles no extra帽a que buscando arroyos nuevos se oye el rumor oscuro de la corriente en cauce al pie de las paleras como un reencuentro

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colofón

arde el mar arden las pérdidas el pelo nos arde a todos

Se terminó de reeditar este libro, nº 1 de la colección Traviesas de Poesía, en León, el 13 de junio de 2014


JOSÉ MIGUEL MARINAS (leonés, aunque por azar nació en Vitoria en 1948) es catedrático de Ética y Filosofía Política en la Universidad Complutense de Madrid. Su campo de trabajo se extiende desde el análisis de los valores y códigos de la sociedad contemporánea a las relaciones entre ética, política y psicoanálisis. Es autor de Diario del Viaje a Italia de Michel de Montaigne (1995), Historia: casuística y mística (1998), La fábula del bazar. Orígenes de la cultura del consumo (2001), Lacan en español. Breviario de lectura (2003), La razón biográfica. Ética y política de la identidad (2004), La ciudad y la esfinge. Contexto ético del psicoanálisis (2004), Los nombres del Quijote. Una alegoría de la ética moderna (2005) y La escucha en la historia oral (2007), entre otras obras. Publicó poemas en las revistas Los Cuadernos Leoneses de Poesía y El Signo del Gorrión, y en el libro Todos de Etiqueta —una antología de inéditos realizada por Tomás Salvador González para la colección Barrio de Maravillas de la Junta de Castilla y León—. Razón de duelo, su primer libro de poemas publicado en la red, es el nº 1 de la Colección Traviesas de Poesía. No obstante, José Miguel Marinas tiene dos poemarios anteriores, parcialmente publicados en antologías y revistas, De Transhumantes a Transeúntes (1980) y Ejido de las ciudades (1989).


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