saharauis,
la dignidad de un pueblo
Fotografías ANTONIO J. DE LA CERDA | textos MANUEL RODRÍGUEZ
saharauis la dignidad de un pueblo
Fotografías ANTONIO J. DE LA CERDA Textos MANUEL RODRÍGUEZ
Este libro está dedicado a nuestras familias, españolas y saharauis.
A los de aquí... por el sufrimiento de permanecer una semana sin noticias nuestras... Y a los de allí... por hacernos sentir como en nuestra propia casa...
Esperamos que pronto disfrutéis de nuevo de vuestros verdaderos hogares
Edita: Alpha Imagen y Comunicación © Fotografías: Antonio J. de la Cerda © Textos: Manuel Rodríguez © Prólogo: Mario Rodríguez ISBN: 81-2154-03 Depósito Legal: J-1423-03
prólogo Sahara Occidental ocupa una pequeña franja atlántica de la costa noroeste de África, un espacio de arena al límite del mayor desierto del mundo, un lugar oscuro en las parcelas de las perdidas del corazón de los españoles. Pocos recuerdan los años de la Marcha Verde, pero a muchos nos golpean ahora, en la conciencia: las caras y los gestos, entre el temor, la sonrisa y la maravilla, de los niños saharahuis que cada año son acogidos por vecinos, amigos o nosotros mismos; la petición de socorro de sus brazos delgados, sus ojos grandes y abiertos, sus cabezas, convertidas en nido de liendres y piojos; la súplica de auxilio de sus ropajes, sus balbuceantes palabras en un español que apenas reconocemos; la resignación inocente de sus silencios, sus preguntas humildes… todo eso nos acude al pecho como el acero cálido a una herida, con la dulzura de una caricia, con el dolor de saber que hay algo que no está bien. Cada verano, con el programa Vacaciones en Paz vemos de cerca a quienes, desde la televisión, nos acusan de indolencia. La rutina lejana que nos muestran las cámaras, se nos acercan con el temblor propio de la vida y sentimos que hay algo que no está bien. Cuando contribuimos con chiringuitos, almanaques, cuando nos solicitan colaboración, sentimos que, en realidad, lo que hacemos no es más que pagar. Pagar
una deuda tan grande que no la abarcan nuestros euros y nuestras caras de lástima, una deuda que se cobra un pedazo de nuestra conciencia, que se acentúa por no conocer nada de lo que es el pueblo saharahui, quienes habitan ese lugar tan perdido entre las arenas como la culpa en nuestra memoria. Antonio y Manuel se pringaron de sus verdades. La envidiable altivez que aguanta en lucha; el reclamo de esperanza que brilla en las pupilas claras de los niños, la incansable batalla contra el tiempo, contra el exilio, contra el abandono; la búsqueda de una identidad que emerge sangrienta como el cuello de un camello sacrificado, escasa como el agua que resiste en los pozos de Tindouf, cálida y dulce como el té sagrado de su hospitalidad… La vida, en definitiva, se adhirió a su piel como los granos finos de la arena sahariana. Y ahora derraman su experiencia en palabras que fotografían lugares y sentimientos; en imágenes que cuentan del trabajo que cuesta seguir persiguiendo la felicidad por entre los vericuetos de la desdicha, entre las jaimas y el adobe, entre las arenas y el cielo, el brillante y esperanzador cielo del Sahara… … donde hay algo que no está bien. Mario Rodríguez
patatas fritas en el desierto “Quien me iba a decir a mi, que comería patatas fritas en el desierto”. Con esta sencilla frase empecé a conocer a mi compañero de viaje, de nuestro primer GRAN VIAJE. Todo empezó en una cafetería de Huelva, mi insistencia hizo que el director del diario donde trabajabamos, Miguel Ortega, diera el ‘SI’ decisivo. Pero la gran sorpresa llegó cuando comentó ‘Moly, esto es un buen tema, prepara el viaje y me haces un Cuadernillo central de 8 páginas’. A Manolo, Moly para los amigos, le cambio la cara, nunca confió en que yo hiciera ese viaje, y mucho menos que viviriamos una experiencia inolvidable juntos. Moly, pese a su juventud, me enseño gran parte de los entresijos de esta profesión, y en un lugar donde muchos de sus seres queridos no lo verán desembolverse jamás. Idioma desconocido, duchas con cucarachas, alimentos misteriosos, cultura diferente, temperaturas extremas, zona militarizada y pobreza, mucha pobreza...
el salió airoso de todo esto, mostrándome la grandesa de este mundillo tan peculiar. Recuerdo su enfado cuando montados en el avión a punto de despegar, pararon para que subiera una periodista de la competencia, su asombro al comer ensalada y patatas fritas en la primera noche en los campamentos, su cara al salir de donde nos aseabamos entre centenares de cucarachas, su incredulidad al preguntar la hora a una chica y esta contestarle que su reloj no llevaba pilas (pero lo lucía como la mejor de sus joyas), su diarrea del viajero tras comer unas lentejas sospechosas y tener que asistir a la vez a más de cinco ruedas de prensa insignificantes, pero, lo que más gratamente recuerdo fué al gran compañero y amigo que descubrí. Algunos meses después, montamos una empresa en común y en gran parte se lo debemos a esos amigos que también descubrimos, los saharauis. Antonio J. de la Cerda
“No tengo fotos” Aún recuerdo la cara de ilusión de Antonio cuando nos dieron el visto bueno para realizar el reportaje sobre el campamento de refugiados saharauis en Argelia. Parecía como si los Reyes Magos le hubiesen traído ese Scalextric que tanto había pedido.
Pero no sólo conoció la dramática situación de los refugiados a través del objetivo, su afán por conocer historias, por situarse en el terreno y saber la situación real de los refugiados hacía que muchas veces él fuese periodista y gráfico a la vez.
Y no era para menos. Uno de sus grandes sueños profesionales estaba tomando forma: hacer un reportaje en el que las imágenes son el principal vehículo de denuncia de una ignominiosa situación.
Si los primeros trabajos que hicimos juntos me demostraron su profesionalidad, el viaje a Tindouf hizo que perdiese las pocas dudas que podía tener sobre él. Sabía que Antonio no quería perder el más mínimo detalle, pero su espíritu de superación y su inconformismo hacían que no descansase ni durante las horas de siesta, cuando el sol sahariano aprieta de verdad.
Su metodismo profesional me dejó perplejo durante los preparativos. Él, más experto que yo en estas lides, me enseñó a planificar este tipo de trabajos hasta el más último detalle (nunca me olvidaré de llevar un par de cordones de repuesto…). Por fin llegó el día. Tomamos el avión en Sevilla e iniciamos una de esas experiencias que marca la vida de un profesional. Pocas veces se desprendió de su inseparable cámara Nikon durante los cinco días que estuvimos allí. Siempre había algún detalle algún gesto, algún rostro o algún niño que debía quedar plasmado en las decenas de carretes de película que llevábamos.
“No tengo fotos” me decía constantemente… El resultado de su inseguridad e inconformismo lo pueden contemplar ustedes a lo largo de estas páginas. Siempre pienso que no es consciente de la calidad humana y profesional que atesora. De ahí su inseguridad y ese inconformismo que les permitirá acercarse hasta las arenas del desierto del Sáhara, donde dejamos un pedacito de nuestro corazón y gestamos una amistad, en el amplio sentido de la palabra. Manuel Rodríguez
Sahara, la dignidad de un pueblo
Dureza, firmeza, orgullo, compromiso y sacrificio. Estas podrían ser sólo algunas de las características de los refugiados saharauis, alrededor de unos 180.000, que viven, o mejor dicho, sobreviven, en los campamentos instalados junto a la ciudad argelina de Tindouf. Los 17 años de guerra que han mantenido con el invasor marroquí han dejado una profunda huella en los exiliados del desierto. Sus palabras siempre tienen un cierto aroma de esperanza, aunque también de un profundo dolor por la ignominiosa situación en la que se han visto envueltos desde que, el 6 de noviembre de 1975, 350.000 marroquíes invadiesen ‘de forma pacífica’ el territorio de la entonces colonia española, aprovechando el desconcierto de las tropas peninsulares allí destacadas. Hassan II era consciente de la riqueza endógena que el Sáhara Occidental atesora. Las grandes reservas de fosfatos y el banco pesquero sahariano conformaban un botín que necesitaba de una maniobra rápida para ocupar un terreno que el Reino alauí reclamó como suyo durante la etapa de la Descolonización (segunda mitad del siglo XX). El declive de la dictadura del General Franco y la presión de organismos internacionales, como la ONU, para que España abandonase el Sáhara y lo cediese a los saharauis dibujaron el marco perfecto para su maquiavélico plan. Y la argucia consiguió su objetivo. El 14 de noviembre de 1975, sólo ocho días después de la Marcha Verde, se firmaron los Pactos Tripartitos entre la España de finales del franquismo, Marruecos y Mauritania. Estos dos últimos países se
hicieron cargo del territorio saharaui mientras España, dejaba a su suerte a la colonia que había ocupado durante más de un siglo. Años antes, un grupo de jóvenes saharauis independentistas crearon el Frente Popular de Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro, el popular Frente Polisario, un movimiento de liberación nacional que encabezó el inicio de la lucha popular, militar, política y diplomática para conseguir la descolonización de España. La jugada maestra de Hassan II dio al traste con la posibilidad de vivir en un Sáhara Occidental libre y prolongó una guerra de liberación que, en sus orígenes, fue contra los españoles y hasta hace unos años se ha mantenido contra el invasor marroquí. Mauritania se retiró pronto de los territorios saharauis, pero Marruecos mantuvo su presencia ejecutando masacres entre la población civil y alentando la instalación de adeptos al régimen alauita en sus principales ciudades. Ante esta situación, miles de saharauis abandonaron sus hogares y huyeron, perseguidos por las tropas y la aviación marroquí. Su largo éxodo los llevó hasta las proximidades de Tindouf, en la vecina Argelia, donde crearon un total de cuatro campamentos con los nombres de sus ciudades más emblemáticas: Aaiún, Smara, Auserd y Dajla. Allí sobreviven día tras día, mes tras mes, y año tras año, en uno de los éxodos más duros que pueden existir, el que marca el árido desierto. La guerra y la independencia es un tema del que hablan con tanta faci-
lidad que una leve insinuación provoca que diserten sobre su única ilusión: el regreso a un Sáhara Occidental con soberanía de su pueblo legítimo, el saharaui. Aunque pueda parecer lo contrario, el pueblo saharaui defiende la paz por encima de todo, pero, como ellos mismos reconocen abiertamente, les cuesta creer la postura marroquí. “No entendemos cómo han podido hacer algo así, aunque no le tenemos odio, pero la historia es irreversible”. “Los marroquíes han entrado en nuestras casas y el Corán va contra eso”, argumentan. La defensa de la libertad y su derecho a la autodeterminación están en boca de todos. Al igual que el signo de la victoria que puso de moda Sir Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Niños, adultos, ancianos, hombres y mujeres, saben de sobra lo que esa ‘V’ representa y la necesidad de mantener viva la esperanza de un futuro en sus hogares a través de la simbología del gesto. Asumen su sino, una disyuntiva vital tan simple como dura: “Obtendremos nuestra libertad o moriremos en el desierto, porque es mejor que haya cementerios de saharauis antes que ser marroquíes”. Este panorama define profundamente el carácter de los refugiados en los campamentos de Tindouf. Los saharauis desprenden una tranquilidad y sosiego que llega a transformarse en parsimonia para la estresante vida occidental. Ellos mismos nos dejaron clara la máxima que aclara el valor de la paciencia tras más de un cuarto de siglo de
espera y lucha. La demanda de algo con celeridad obtenía, generalmente, la misma respuesta: todo se haría “cuando Dios quiera y las circunstancias lo permitan”, una de las leyes saharauis por excelencia. Este carácter es el santo y seña que se han visto obligados a asumir. La ausencia de soluciones al conflicto con Marruecos y las carencias a las que se ven sometidos en el destierro forzoso de Tindouf los ha convertido en personas tranquilas, sabedoras de la dificultad de su lucha y de la complicada solución, aunque, eso sí, sin olvidar un ápice de sus reivindicaciones soberanistas perfectamente legitimadas.
La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) La sociedad saharaui en los campamentos de refugiados se ha organizado a imagen y semejanza de los estados socialistas de mitad del siglo XX. La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) nació el 27 de febrero de 1976 con un marcado carácter revolucionario. La ayuda humanitaria llegada desde Cuba y la colaboración con la isla caribeña en todos los ámbitos ha dejado huella en generaciones de saharauis, tanto en quienes han estado allí estudiando como en el resto. La RASD está sustentada en tres pilares fundamentales: la guerra, la educación y la sanidad. El frente bélico sigue siendo, aún en la etapa de tregua en la que nos encontramos en la actualidad, la principal ocupación de
la mayoría de los saharauis varones. Todos los hombres forman parte del Ejército de Liberación Popular Saharaui. Pese a la clara desventaja, tanto material como de efectivos, con la que cuentan con respecto al enemigo marroquí, los soldados saharauis han demostrado su ferocidad a lo largo de estos 17 años de guerra, en los que consiguieron liberar una serie de territorios (la zona de Tifariti), anexos a la línea de muros construidos por el Reino Alauí a principio de los años 80, por el desgaste de las constantes incursiones del Ejército saharaui en el territorio ocupado. Pero el drama de la guerra no se traduce sólo en las pérdidas humanas y el regreso de hombres lisiados. Debido a la prolongación del enfrentamiento bélico, la mayoría de los soldados del Ejército de Liberación Popular Saharaui no tienen otro oficio reconocido que éste. Para muchos, sus únicos conocimientos se reducen a tácticas de guerra, lo que augura un difícil futuro para la inexistente economía del Sáhara Occidental. De ahí que la formación y la educación sean básicas para los dirigentes de la RASD. Frente a la mayoría de hombres ligados al Ejército, otros, los menos, trabajan en las escuelas, órganos del Estado o en las testimoniales explotaciones agrícolas que existen, como el Huerto ‘9 de junio’ (fecha de la caída del primer líder del Frente Polisario) donde se cultivan zanahorias, cebollas o rábanos. “La tierra es buena”, nos comentó uno de los trabajadores de allí, “pero falta agua”. La poca que obtienen del subsuelo sahariano la emplean
en el riego para conseguir una testimonial producción que se reparte entre los refugiados, ya que los siete huertos que hay en la zona de Tindouf son propiedad del Estado. Los dirigentes de la RASD, todos integrantes del Frente Polisario, centraron sus miras en la educación de las generaciones más jóvenes. Como reconoce Salek Bobbih Yosef, ministro de Educación, la lucha de la RASD no es sólo contra Marruecos, “sino contra la ignorancia y el subdesarrollo”. La inversión realizada en materia de formación es un refuerzo al proyecto independentista, que está consiguiendo la escolarización de todos los niños de entre 3 y 6 años, así como la entrada en guarderías de los de 1 a 3 años. Una vez alcanzan los 13 años, los jóvenes que siguen estudiando se ven obligados a abandonar el único territorio saharaui que conocen –los campamentos de Tindouf- a países como la vecina Argelia, Cuba, Libia o España, entre otros. “La misión de la RASD –sostiene el ministro de Cultura- es la creación de generaciones cultas”. Y su esfuerzo está obteniendo sus pequeños frutos, colocando al Sáhara Occidental al mismo nivel que muchos países del continente africano, exentos de sus condicionantes, una mejora “abismal”, según Salek Bobbih Yosef, con respecto a hace más de 25 años. Pero el capítulo de la educación no se cierra con la la-
bor de las escuelas. La RASD centra muchos de sus esfuerzos en la formación de sus mujeres. La Escuela ‘27 de febrero’ (fecha de la creación de la República Árabe Saharaui Democrática) es un fidedigno ejemplo de ello. A lo largo de sus 25 años de existencia ha formado numerosas promociones de mujeres en ramas como la educación, administración, sanidad, gestión, costura, artesanía, enfermería, mecanografía… y un largo etcétera de actividades que elevan el papel de la mujer saharaui por encima del de otros países no muy lejanos. Su labor durante estos años ha servido como ejemplo para la puesta en marcha de otros centros similares en algunas de las wilayas de Tindouf. La mujer en los campamentos ha conseguido elevar la calidad de vida árabe por su sustento de la retaguardia mientras que los hombres han estado luchando en el frente para combatir al invasor marroquí. Mariam Salek, ministra de Cultura de la RASD, reconoce que las mujeres saharauis han avanzado notablemente con respecto a otras del mundo islámico “por el rol que han desempeñado en la sociedad”. Se enorgullecen de que el Polisario hable de ellas y alabe su trabajo silencioso en los campamentos de refugiados, soportando todo el peso de la vida diaria para seguir adelante y manteniendo la esperanza en la liberación del Sáhara Occidental. Mariam Salek reconoce que se han conseguido muchos logros en el capítulo de la igualdad de género, “aunque queda mucho por hacer porque tenemos que crear mentalidad, que es lo más difícil y eso hay que hacerlo a
nivel escolar, donde se obtienen resultados lentos pero seguros”. La ministra sostiene que la cultura es un medio de lucha para combatir contra Marruecos “porque es nuestra identidad y tenemos que mantenerla”. Aún así, se lamenta de las condiciones que tienen que soportar en los campamentos de refugiados de Tindouf “porque para culturizar un país debemos estar bien de salud y educados, y el pueblo no puede hablar de cultura si se debate entre la vida y la muerte”. Y es que la Sanidad constituye el tercer pilar de la RASD, uno de los capítulos más duros de la vida en los campamentos de refugiados. La flagrante carencia de medios, la sustituyen con organización, aunque el milagro de los panes y los peces no ha llegado a traspasar las páginas del Nuevo Testamento. Cada campamento de refugiados cuenta con su propio equipo de salud mientras que el Hospital Nacional se encarga (o lo intenta) de los casos más graves. Allí, las áreas de cirugía, medicina general, consultas o las microfarmacias, luchan día a día contra los principales males del pueblo saharaui. Los niños sufren anemias, falta de crecimiento, desnutrición y otras enfermedades temporales, como diarreas, conjuntivitis (en verano) y problemas respiratorios como la bronquitis durante el, paradójicamente, frío invierno sahariano. Asimismo, la devastadora y duradera guerra contra Marruecos ha traído consigo más enfermedades contra las que los sanitarios saharauis luchan, como las pa-
raplejias, los parásitos, enfermedades oculares (cataratas, principalmente), hepatitis, bocio (por el agua que consumen) o afecciones del riñón. A ello hay que unir los cinco millones de minas enterradas por Marruecos en la zona del conflicto, que hará aumentar el número de mutilados durante no se sabe cuanto tiempo. La unión de todos estos males sitúa la esperanza de vida en los campamentos de refugiados saharauis entre los 60 y 62 años de edad, muy por debajo de otros países de la zona y que deja a las claras la precaria situación en la que viven. Los médicos con los que cuenta la RASD se forman en Cuba y Argelia, que, junto a la ayuda de países como España, cubren las necesidades lo mejor que pueden. Asimismo, suelen llegar cooperantes cubanos, médicos y enfermeras principalmente, en función de las necesidades. Ante la escasez de equipos, anestesias, cloradores de agua, vacunas, medicamentos y vehículos sanitarios, la sanidad del pueblo saharaui se centra en la prevención y la higiene, que se ha convertido en su principal terapia, tal y como comenta Mohamed Ahmedd Ainina, director del Hospital Nacional. Sólo la ayuda de ONGs y algunos estamentos oficiales puede paliar esta dura condena a la que los saharauis se han visto obligados a aceptar mientras que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ha descendido sus ayudas para la compra de
medicamentos en los últimos años (de 300.000 dólares en 1998 a 80.000 en 2001) e ignora a otras poblaciones, como los saharuis de los territorios liberados, tal y como denuncia Omar Bachir, ministro de Sanidad de la RASD. El panorama es desolador tras 25 años de éxodo forzoso. Sólo la tenacidad del pueblo saharaui ha podido soportar esta pena impuesta sin juicio previo y contra la que se rebelan día tras día. Su constancia y capacidad de supervivencia les ha permitido afrontar en buenas condiciones el último paso para recuperar su territorio: el referéndum de autodeterminación contra cuya limpieza está poniendo todo tipo de impedimentos el Reino de Marruecos y su aliado en la ONU, Francia.
El Campamento - La Vivienda Los campamentos de refugiados saharauis en el desierto argelino de Tindouf son todo un paradigma de la dureza y fortaleza de la que está forjado este pueblo. Las explanadas de duras rocas y fina arena del siroco se han acostumbrado, desgraciadamente, a la presencia de miles de tiendas, similares a las carpas de circo (aunque más pequeñas) en las que conviven las familias. El propio Gobierno de la RASD concede tiendas y mantas (para combatir el intenso frío nocturno durante el invierno) a los nuevos matrimonios de saharauis, para que formen su propio núcleo familiar. Pero con el paso de los años, a la espera del regreso a sus verdaderos hogares, algunas familias edifican pequeñas construcciones de adobe alrededor de las jaimas, en las que se albergan
dependencias esenciales como la cocina, el aseo o un dormitorio para los padres. Este entramado de lonas y barro, perfectamente dispuesto, rompe por completo los esquemas del inhóspito desierto, demostrando, una vez más, la capacidad de adaptación y supervivencia del ser humano a las circunstancias más extremas. El interior de la jaima sirve de salón, de comedor y de dormitorio en algunos casos. La decoración depende mucho del nivel social de cada familia. Aún así, las tradicionales alfombras árabes ocupan todo el suelo, por el que se anda descalzo (los zapatos se quedan en la entrada), mientras que las sillas desaparecen, con lo que todo el mundo se sienta en el suelo, con las piernas cruzadas. La postura no es del todo incómoda para un visitante, al principio; pero llega a ser un quebradero de cabeza durante largas estancias, en las que las articulaciones inferiores se resienten de la rígida postura a la que los occidentales no estamos acostumbrados… para risas de los anfitriones que, eso sí, conservan un humor excelente.
con él a medida que van siendo mayores. Esto mismo ocurre con el resto de familiares masculinos de mayor edad. Las mujeres, por el contrario, sacan a la luz su lado más sentimental y son las únicas que muestran cariño a los niños. No es que los hombres sean insensibles, pero su lugar en la sociedad saharaui les confiere un rol de mayor rectitud y menor condescendencia que el de las esposas, hermanas u otras familiares femeninas.
La familia
Los ancianos son personas veneradas y a las que se les profesa gran respeto. Brahim Salem Ali es un veterano sahrarui de 71 años de edad, aunque su curtido rostro representa muchos más. Conoció de primera mano la ocupación española del Sáhara Occidental e incluso sirvió durante 45 años en el Tercio de la Legión Española, durante la época de la Dictadura franquista. Con sólo 20 años entró a formar parte de las tropas invasoras, aunque, posteriormente, acudió junto a miles de saharauis a la llamada del Frente Polisario, donde combatió contra el ejército marroquí. Curiosamente, su último Documento Nacional de Indentidad (DNI) de España tiene fecha de octubre de 1975, una semana antes de la Marcha Verde.
La familia tiene una gran importancia en el seno de la sociedad saharaui. Mientras que en Europa asistimos a la descomposición de la familia nuclear tradicional, el caso saharaui demuestra el afianzamiento de una organización en la que el padre es el centro del grupo y al que todos los miembros profesan un respeto casi perdido hoy día en Occidente. Los niños obedecen sin rechistar cualquier orden que su padre les da y guardan las distancias
Como otros ancianos saharauis, Brahim suele contar a los niños saharauis su particular historia, siempre salpicada de una tristeza innata en muchas generaciones de su pueblo. Su mensaje para los pequeños es tan claro como duro a la vez: “Hijos míos [sic], el futuro está en vuestras manos; cuando volvamos a nuestros hogares vosotros tendréis que tomar el relevo. El Sáhara Occidental es un desierto árido pero nosotros lo amamos
como es, porque es nuestra tierra y la queremos para vivir, pero nunca bajo el dominio de alguien”. Las mujeres están más cercanas a los críos y derraman muestras de cariño con ellos. Las saharauis son las encargadas de todas las tareas del hogar: el lavado de la ropa, la limpieza de las jaimas y la preparación de la comida. Sus manos son artífices del milagro diario de dar de comer a familias completas, en las que los hijos son cuantiosos. La tasa de natalidad en los campamentos de refugiados saharauis multiplica por casi seis a la española, lo que sitúa el número de hijos por familia en torno a la media docena, cifra alentada también desde el seno de la RASD, que anima a las parejas a tener muchos hijos para aumentar la población saharaui. Como en toda cultura, las mujeres saharauis son presumidas. Aunque las leyes del Islam les impiden llevar una vida como en otros países occidentales, pulseras, anillos, pendientes y tatuajes temporales de henna decoran las pocas partes de su cuerpo que son visibles para el hombre: rostro, manos y pies. La henna es un tinte decorativo muy presente en sus vidas. En sus manos y pies dibujan figuras geométricas, flores o lunas, aunque no figuras humanas (prohibidas por el Corán) y las lucen como símbolo de feminidad. El maquillaje para el rostro también es muy apreciado por las saharauis más jóvenes, que suelen pintarse los ojos y los labios en fechas señaladas. Asimismo, durante fiestas o celebraciones, el perfume es esencial para las mujeres, que llevan el típico velo musulmán a partir de los 17 años. Otro elemento
decorativo que suelen portar las mujeres saharauis (y que nos llamó extraordinariamente la atención) son relojes de señora, una pieza que otorga distinción, aunque se dé el caso de que el mecanismo no funcione (bien por falta de pilas o por avería), algo que no les importa ya que llegan a considerarlo como una joya más para lucir.
Hospitalidad Lo que más abunda en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf es la hospitalidad. Es asombroso ver como las familias se desviven porque sus invitados estén a gusto durante su estancia en pleno desierto, aún sabiendo las dificultades diarias que atraviesan. Pese a las gravísimas carencias, no falta un detalle. Nada más llegar ofrecen colonia en un recipiente típicamente árabe, con el que uno puede refrescarse del calor asfixiante en el desierto, así como encienden varitas de incienso para olvidar el mal olor del esfuerzo durante el camino. Acto seguido llega el té, tan presente en sus vidas que ha llegado a ser casi el sustento de muchos durante épocas de carestía absoluta. Cada familia toma unas cinco tandas durante el día, a razón de tres catas cada una, sin horario predefinido. Sus ingredientes son el té verde, mucha azúcar y agua. Según nos contó Mulay Mohamed Fadel, un simpático saharaui que estudió doce años en Cuba, la tradición afirma que el primer té es “amargo como la vida; el segundo, dulce como el amor, y el tercero, suave como
la muerte”, una trilogía tan profunda que llega a dar respuestas a las numerosas incógnitas que rodean la tenaz lucha de este pueblo contra su invasor. Para los saharauis, el té es fundamental para su existencia, las grandes cantidades de azúcar que llevan han paliado en muchos casos las carencias de alimentos, permitiendo la ingesta de calorías suficientes para seguir adelante. Su preparación es todo un arte y un ritual. Hombres y mujeres, indistintamente, participan en este proceso para que la infusión esté en su punto. La voluminosa espuma que cubre cada copa se obtiene a partir de un proceso similar al que se realiza con la sidra asturiana. El encargado de la preparación pasa el líquido de vaso a vaso, de forma que el movimiento crea esa deliciosa espuma que se aloja en el interior de cada recipiente. Su El proceso es una verdadera obra de malabarismo y precisión, así como de experiencia a la hora de añadir los ingredientes al agua, que se calienta en un pequeño hornillo de gas. El resultado final de este laborioso proceso es una bebida que, pese a su temperatura, es una delicia en pleno desierto del Sáhara. Pero su hospitalidad no finaliza ahí. La llegada de un invitado trae consigo un esfuerzo gastronómico para saciar su hambre, aún a sabiendas que no se puede repetir. Ésta es la realidad saharaui: ellos ofrecen todo lo que tienen, aunque sea poco, para atender a aquellos que han venido a visitarlos hasta una morada en la que se han visto obligados a residir durante más de dos décadas.
Volvamos a la gastronomía. Nuestra primera cena no envidió para nada las de hoteles del mayor lujo en Europa. Las ensaladas, patatas fritas, cus-cus o tortillas de patatas (todo este menú vino por el simple hecho que los visitantes éramos periodistas y el Gobierno de la RASD proporcionó a las familias que nos acogieron todos los ingredientes para atendernos lo mejor posible, un detalle que hay que agradecer de todo corazón) se mezclaron con un producto estrella en los campamentos: la carne de camello. Reconozco que la primera impresión al ver aquellos jugosos pinchitos morunos fue el pensarlo dos veces antes de hincarles el diente, pero, una vez degustado, recomiendo a todos los amantes de la carne a que prueben la exquisita carne de camello. Agua embotellada, Fanta de Naranja (refrescante aunque con un sabor distinto) y la omnipresente Coca-Cola acompañaron a todos estos platos. Pero la realidad saharaui es muy distinta a ese banquete de bienvenida que nos organizaron. El arroz, la pasta o el cus-cus conforman la dieta diaria, en la que la ayuda internacional tiene un valor fundamental. La carne la consumen en contadas ocasiones, como durante la celebración de la Pascua musulmana, en la que el Islam obliga a todo creyente a tomar carne. Las mujeres de la casa son muy amables. Ellas no comen con el resto de la familia. Sólo los hombres y los invitados (sean hombres o mujeres) comen en el interior de la jaima. Las saharauis lo hacen en la cocina, todas juntas, una vez que sirven la comida por riguroso
orden: en primer lugar los invitados, después las personas mayores, los hombres y, finalmente, los niños. Los niños son los verdaderos protagonistas de los campamentos de refugiados saharauis. La elevada tasa de natalidad ha proporcionado a la RASD una población joven con un gran peso específico de cara al futuro, aunque ahora aprovechen sus horas jugando y correteando por las calles y explanadas de arena desértica de los alrededores de las wilayas. Ante la carencia de medios, la imaginación es el principal aliado para disfrutar de su infancia alejados, en la medida de lo posible, de la dura situación de su pueblo. Un simple aro de hula-hop, una bicicleta desvencijada y con las ruedas pinchadas o unos globos son elementos suficientes para causar el revuelo entre los nutridos grupos de pequeños saharauis. Lugares como éste demuestran verdaderamente el valor y la inocencia de la sonrisa de un niño, que con cualquier regalo es feliz y, lo que es más importante, siempre lo comparte con el resto, porque en los campamentos no hay lugar para el egoismo. La existencia de programas como Vacaciones en Paz está permitiendo que muchos puedan abandonar las penurias en el desierto para pasar unos meses en España, alejados del horror de la guerra. El cariño que reciben aquí es recíproco al que todo visitante obtiene allí. Por cualquier calle, o rincón de las jaimas se escuchan saludos en castellano con voces jóvenes, voces que están creciendo en situaciones extremas que marcarán, a buen seguro, el resto de sus vidas. Ellos no paran de
repetir ese “!Hola¡” cada vez que ven algún extranjero y se acercan a él para observarlo minuciosamente, como si de un ser de otra galaxia se tratase. Son tan cariñosos que con una sola caricia que les hagas, toman tu mano y pasean contigo orgullosos del nuevo amigo que acaban de hacer. La experiencia intercultural que se está desarrollando con el programa Vacaciones en Paz ha dado lugar a situaciones insospechadas y asombrosas para el visitante a los campamentos de refugiados de Tindouf. Su gran pasión por el fútbol español es sólo similar al conocimiento que tienen de las canciones del momento. Todos los éxitos del verano forman parte de sus humildes discografías, que reproducen en los radio-cassette con pilas o conectados a baterías solares que sólo unos pocos poseen, y aprovechan cualquier momento para mostrar al visitante las dotes de cantante y la ilusión y diversión que todo niño, sea de donde sea, posee innatas a su ser. Hay una canción de un grupo (que no recuerdo) que decía “…los niños son el futuro” y de eso son conscientes los saharauis. Esos niños que llegan cada verano a España serán quienes disfruten de un Sáhara Occidental en paz y bajo soberanía saharaui. Ellos serán quienes tengan que enderezar el rumbo de una injusticia que dura ya demasiados años y en la que han perdido la vida muchos inocentes por el simple hecho de recuperar un territorio que es suyo y del que fueron brutalmente expulsados.
Epílogo Antonio J. de la Cerda y yo, Manolo Rodríguez, anduvimos una semana por los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf, una semana en la aprendimos a valorar muchas de las cosas de nuestra vida diaria a las que habitualmente no prestamos atención. La humanidad que se respira en este rincón de apariencia inhóspita en pleno desierto demuestra lo que el tesón y la constancia puede lograr, aunque la ayuda internacional es imprescindible para mantener con vida una esperanza que no han perdido durante más de dos décadas.
Es necesario que no olvidemos a nuestros hermanos del Sáhara Occidental, un país que conserva con orgullo nuestra lengua y muchas de nuestras costumbres heredadas durante casi un siglo de ocupación. Tomemos ejemplo de otros países vecinos como Portugal, que nunca ha abandonado a su suerte a sus antiguas colonias y apoyemos la causa saharaui. Un pequeño esfuerzo para cada uno de nosotros es todo un tesoro para ellos.
El té es todo un ritual en los campamentos de refugiados. Siempre se toman tres vasos y responde, según la tradición saharaui, a un tridente existencial:
“El primero es amargo como la vida, el segundo, dulce como el amor y el tercero es suave como la muerte”.
Noviembre de 1975. 350.000 marroquíes invaden el Sáhara español con la denominada Marcha Verde. Tras los acuerdos tripartitos de París, la España de finales de la dictadura franquista cede el territorio de esta antigua colonia a Marruecos y Mauritania y abandona a la población saharaui a su suerte. La ocupación mauritana finaliza pronto, pero el Reino de Marruecos inicia una larga guerra contra el Frente Polisario, activistas saharauis que reivindicaban la independencia de la antigua colonia española. Ante las masacres que los marroquíes estaban cometiendo entre la población civil, la mayoría de habitantes de las principales ciudades abandonan su país rumbo al exilio en medio del desierto del Sáhara, junto a la ciudad argelina de Tindouf. Allí, con temperaturas que en verano superan los 50 grados, los 180.000 refugiados saharauis malviven gracias a las ayudas de muy pocos gobiernos extranjeros y a la solidaridad de ONGs de buena parte del mundo. España se sitúa a la cabeza en este capítulo. Todos ellos esperan con impaciencia la celebración del referemdum prometido por la ONU desde 1991, esperan el regreso a sus casas para olvidar estos 28 años del exilio más duro que puede existir: bajo la ley que marca el árido desierto. Pero Marruecos sigue torpedeando la celebración de esta consulta, a sabiendas que ocupa un territorio que, por más que lo promulguen a los cuatro vientos, pertenece a los saharauis.