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Prólogo Hace un par de años me llamaron desde una editorial de Valladolid proponiéndome la idea de escribir una guía sobre las mejores bodegas de Castilla y León. En ese momento yo estaba residiendo en Olivares de Duero, un pueblo de larga tradición vinícola, ubicado a unos pasos de la mítica “Milla de Oro” del vino español. Me parecía un proyecto genial y con esa confianza que me caracteriza me lancé en busca del alma bodeguera de una de las zonas productoras más importantes del mundo. Pronto descubrí que no iba a ser una tarea fácil. Hay muchas bodegas en Castilla y León. En principio, quería visitar personalmente
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todas las bodegas que iban a ser retratadas en la guía. Calculaba que a un ritmo de tres citas cada día podría despachar el grueso de los reportajes en más o menos 60 días laborables. Había que añadir unas semanas para sacar fotografías y otras tantas pegado a internet para investigar las opiniones de los críticos nacionales e internacionales. Seis meses máximo y listo. Nada más empezar, mi calendario tan optimista tropezó con la hospitalidad legendaria de los bodegueros. No es posible hacer tres visitas en un solo día. A lo mejor, dos, si eres un tipo seco, poco agradable, disciplinado y muy metódico. Pero para mí, que soy más bien sociable, curioso, un antropólogo cultural irremediable, y un pelín desorganizado, el ritmo de trabajo pronto se quedó en un promedio de una bodega diaria. La culpa también era de los bodegueros. Os explico por qué. Una visita típica empieza a las 11:00 de la mañana, una hora en la que todavía sufres el cansancio de la visita del día anterior, que terminó a las tantas en un pequeño bar de Roa o de Toro. No se puede decir a ningún bodeguero que ya has visto cuatro mil depósitos de acero inoxidable, porque todos tienen un orgullo tremendo por cada metro cuadrado de sus instalaciones, y una necesidad patológica por enseñarte cada rincón, aunque verdaderamente la variación en el proceso de elaboración entre todas las bodegas buenas sea mínima. Una hora después, con suerte, el escritor y el bodeguero se encuentran con dos copas en el salón de barricas para catar a pelo, un rito que siempre se prolonga en el tiempo, porque para mí es una de las experiencias más gratas y el momento en el que se puede aprender un mogollón tanto del vino como del enólogo. Vuelves a la luz del día con un ligero zumbido, ya que eso de escupir está bien si se trata de vino de pitarra, pero cuando estoy en presencia de maestros como Mariano García o Jesús Sastre, yo me lo trago todo. ¡Qué quieren que les diga! Acto seguido te sientan en una mesa blanca para catar todos los vinos de la bodega, empezando por el blanco, el rosado y hasta el gran reserva de la familia. Normalmente éste es el momento en que se me empieza a trabar la lengua, pero gracias a Dios soy extranjero, y no saben si es normal o es la consecuencia de llevar tanto tiempo viviendo en Andalucía, y como son todos muy educados nadie dice ni pío. Ahora viene lo peor, o lo mejor, según se mire. Ya son las dos de la tarde, e insisten en llevarte a comer al pueblo más cercano, donde hay un restaurante que hace el mejor lechazo del mundo mundial. Nunca me atrevo a decir que ya voy por el quinto lechazo en lo que va de
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semana, y llego a la mesa con temor, porque sé perfectamente que me van a preguntar si de verdad es el mejor de la zona, y tendré que mentir. El cocinero sale encantado para conocer al Guiri, porque todo el mundo escucha el programa de Carlos Herrera, y ya sé que me va a sacar todos los platos de la carta, y no puedo dejar ni una miga, si no quiero vivir eternamente con la culpa de que se sienta ofendido porque no me haya comido todo. Por supuesto hay que volver a probar todos los vinos con la comida, un promedio de dos botellas, que te dejan KO, y después no tienes más remedio que volver al hotel a pie por miedo a coger el coche, y más tarde dormir una siesta que suele prolongarse hasta las siete de la tarde por la ligera borrachera que llevas encima. Todo eso lo digo para explicarles cómo es imposible visitar más de una bodega diaria. Y entiéndanme que no me estoy quejando. Hay peores trabajos en el mundo. Aparte de la amabilidad de los bodegueros que tanto ha fastidiado mi calendario laboral, durante la mayoría de la gestión del libro tuve que lidiar con las secuelas de un cáncer que gracias a Dios está en remisión, indudablemente ayudado por la cantidad de vino tinto en mi dieta,
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pero que me obligó a abandonar mi casa en la Ribera del Duero y volver a Sevilla, e incluso plantearme la posibilidad de reinstalarme en Canadá por asuntos familiares. Resultó, pues, que las investigaciones se prolongaron en el tiempo y el libro ha tardado demasiado en terminarse. Tengo que pedir disculpas públicas tanto a mi editor, que tiene la paciencia de un santo, como a la misma Junta de Castilla y León por ser tan comprensiva. Total, durante más de dos años he vivido con la obsesión del libro tan omnipresente que se ha convertido casi en mi sombra. Donde sea que me encuentre, en Toronto, Sevilla, Barcelona, Johannesburgo e incluso en Ponferrada, no hubo un momento del día en que no estuviera pensando en alguna bodega de Castilla y León. Admito que no es la manera más eficaz de escribir una guía, pero también tiene su mérito el hecho de empaparse tanto en la materia. Puedo afirmar con toda confianza que soy el periodista extranjero que mejor conoce la industria vinícola en Castilla y León; incluso más que muchos periodistas nacionales. Bueno, despachadas las meas culpas, ahora toca hablar un poco de la metodología en cuanto a la selección de las bodegas que engrosan la guía, ya que es obvio que los reportajes no cubren todas las bodegas de la Comunidad. La selección es mía en un 99,0%. La editorial me ha dejado una libertad total, algo que le agradezco enormemente. Un experto de la Consejería de Agricultura ha contribuido con una lista de sugerencias excelentes que, en la mayoría de los casos, coincidía con mi selección, o que podía asumir por responder a una lógica intachable, aunque a mí no se me hubiera ocurrido. Sólo hay media docena de bodegas que han entrado por enchufe, pero cuyos nombres no voy
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a revelar, de modo que nadie va a saber cuáles son. La mayoría de vosotros puede creer que ha existido todo tipo de ofertas pecuniarias, regalos y hasta sobornos, pero desgraciadamente no es el caso. Me hubiera venido muy bien un poco de soborno, pero puedo jurar que las bodegas que están incluidas lo están porque yo, como autor, creo que deben estar. De forma que tienes en las manos la guía de vinos menos interesada de la historia. Las opiniones aquí expresadas, acertadas o no, las puedes llevar a Misa. Si estás en desacuerdo con alguna opinión expresada en el libro, o quizás por la ausencia de una bodega favorita, toda la responsabilidad es mía como autor. Si pueden tacharme de algún pecado acaso sea de falta de objetividad. Se me ve el plumero. Si tengo admiración por un bodeguero, se nota, y como soy amigo íntimo de un montón de ellos, no debe sorprender a nadie que vaya pregonando elogios de mis amigos, pero con la seguridad implícita de que, por muy amigo que sea, si elabora mal vino no sale en el libro. Os puedo asegurar que muchos de ellos se han quedado fuera. En el libro menciono de manera reiterada las puntuaciones de ciertos críticos internacionales, como Robert Parker, como base para entender la excelencia de un vino fuera de la propaganda de cada bodega y de mis gustos particulares. Para mantener un cierto rigor estadístico la mayoría de las puntuaciones citadas en el libro coinciden con el promedio obtenido de un grupo que incluye revistas tan prestigiosas como Wine Spectator y Wine Advocate, las dos norteamericanas, y críticos europeos conocidos como Stephan Tanzer y Jancis Robinson. También he consultado, pero quizás con menos peso, las guías españolas
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más importantes, que en mi opinión no son del todo independientes. Los premios, tanto nacionales como internacionales, a menudo carecen de validez por un rosario de razones que van desde el peso político en la decisión al coste económico que supone acudir a los eventos, lo que puede dejar fuera a muchas bodegas pequeñas. Los que quieran contrastar las puntuaciones utilizadas en este libro pueden consultar la página www.ninetypluswines.com que publica notas obtenidas de una sarta de fuentes internacionales, que en su mayoría coinciden con las puntuaciones citadas en el libro. Al no poder incluir todas las bodegas de Castilla y León era necesario encontrar una vara de medir, un listón que la mayoría de las bodegas tuvieron que superar para poder ser consideradas. Algo así como la marca de la entrada a la montaña rusa que deja fuera a los niños demasiado pequeños que no alcanzan la altura suficiente. En general las bodegas de Castilla y León que tienen uno o más vinos en el club 90+, o sea con puntuaciones de 90 o más puntos, están todas en el libro. También incluyo algunas bodegas que, por su trayectoria o posibilidades, están a punto de romper el techo de cristal del club de los vinos 90+. Para no ofrecer demasiado peso específico a los grandes grupos bodegueros, en general sólo hemos mencionado cada grupo en una sola denominación de origen, pero sin olvidar sus marcas producidas en otras denominaciones de origen de la comunidad. Si te extraña no encontrar la bodega Pintia en Toro, eso es que está mencionada en el reportaje de Vega Sicilia, en la Ribera del Duero. El tamaño de cada reportaje obedece exclusivamente a mi entusiasmo por la bodega y por sus vinos. Hay bodegas muy grandes que consigo despachar en pocas líneas, y otras bodegas familiares, de producción limitada, que precisan mucho más espacio. Es un rumor interesado y desagradable, propagado por los envidiosos, que el espacio dedicado a cada bodega tenga algo que ver con las cajas de vino que llegan a mi casa en Navidad. Es mentira. Pero las tendré en cuenta para la segunda edición. Castilla y León ya tiene nueve denominaciones de origen, la indicación geográfica Vinos de la Tierra en toda la Comunidad, dos zonas de Vino de Calidad y otras regiones como Cebreros y la Sierra de Francia que algún día serán también denominaciones de origen. Aunque parezca mentira, hay zonas de Castilla y León sin viñedos, pero hay que cruzarlas para llegar a las que los tienen, y acabas conociendo toda la Comunidad mejor que un nativo. Incluso en pueblos donde desde hace décadas las viñas han cedido espacio a los cereales, como en el
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caso de la Tierra del Pan, se conservan todavía las antiguas bodegas familiares, cuyas paredes y tinajas olerán a vino para siempre. Mucho antes de que existiera un vino de autor o de que naciera Robert Parker, la frescura de esas construcciones tan sencillas, pero a su vez tan ingeniosas, suavizaron y marcaron el carácter de sus gentes. Es evidente que a pesar de las vicisitudes económicas que han marcado el desarrollo de la agricultura en cada región, la viticultura ha sido la actividad agraria más importante en casi toda la Comunidad desde la Reconquista. El vino forma parte del ADN de los castellano-leoneses y hablar del vino es describir el alma de Castilla y León. Al mismo tiempo, es imposible dedicar tanto tiempo a las bodegas de Castilla y León sin convertirse en un enamorado de cada uno de sus rincones. Poder conocer tantos pueblos y a tantas personas es un regalo muy grande y siempre estaré en deuda con la Junta por haberme brindado esa oportunidad única. A veces Bacchus sabe muy bien lo que hace. Creo que no es pura casualidad que este libro me haya alcanzado en una época tan decisiva de mi vida. Si bien mi recuperación, después de una enfermedad tan grave, ha estado a cargo de un cirujano experto de Valladolid y de un grupo de médicos y profesionales pamplonicas muy dedicados, los padrinos del evento, sin duda alguna, han sido los bodegueros de Castilla y
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León y sus caldos maravillosos. Es imposible contar los momentos tan gratos vividos en compañía de bodegueros amigos o de una buena botella de vino castellano y leonés. Sin olvidar a nadie, es un privilegio enorme poder contar con los hermanos Pérez Pascuas como amigos desde hace años; haber pasado una mañana emocionante con Jesús Sastre; compartir mesa con Mariano García o Jesús Ramiro; pasar un fin de semana inmerso en ese ciclón que es la vida de Raúl Pérez; catar de una barrica de 100% Calabrés con Alberto de Viñas del Cámbrico; o tomar vino de pitarra con un anciano, amigo de Ricardo Palacios, en El Bierzo. No hay espacio suficiente para enumerar todas las experiencias magníficas que tanto han enriquecido mi vida en los últimos años. Pero no sólo los bodegueros y sus vinos, sino también todos los castellanos y leoneses que viven ajenos a la producción del vino, pero que lo tienen siempre presente en su vida cotidiana. He conocido literalmente a miles de personas en catas, restaurantes, eventos, o a través de las ondas radiofónicas, que comparten conmigo el amor por los vinos de Castilla y León. Con esta guía espero conocer a muchas más. Dos años inmersos hasta el corcho en las bodegas de Castilla y León es una manera eficaz de tomar el pulso de la industria. Es cierto que hay aspectos preocupantes, como pueden ser la salud económica de muchas bodegas pequeñas y medianas, la caída en el consumo nacional, el arranque de viñedos viejos en zonas como Cigales, la feroz competencia de otras zonas productoras y cierto olvido institucional, que está condenando a la desaparición la cultura de vino en algunas zonas de la Comunidad. Pero al mismo tiempo hay muchas razones para el optimismo. Castilla y León ya cuenta con algunas de las zonas productoras más conocidas del mundo. Si denominaciones de origen como Ribera del Duero, Toro y El Bierzo ya tienen fama internacional, pronto tendrán que compartir el foco de atención con zonas más jóvenes, como Tierra de León y Arribes del Duero. El porvenir más prometedor para el vino español tendrá dos elementos claves: terruño y variedades autóctonas. Son aspectos que definen a la perfección Toro, El Bierzo, Rueda, Tierra de León y otras denominaciones de origen en Castilla y León. Variedades como la Prieto Picudo, la Mencía y la Verdejo lucirán de manera espectacular en los próximos años, sin olvidar la uva más importante, la Tempranillo. El terruño es rey en el Bierzo, Toro y Arribes del Duero. Todo apunta a que Castilla y León sólo crecerá en prestigio como zona productora por excelencia. Hasta ahora he hablado de variedades y de terruño, pero las mejores uvas del mundo no se convierten en magníficos vinos
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sin la intervención del hombre. En este sentido, Castilla y León va sobrada. Tenemos enólogos galácticos, como Mariano García y Álvaro Palacios, pero detrás de ellos viene toda una nueva generación con mucho futuro: Raúl Pérez, Eduardo García y Jesús Sastre, por nombrar sólo unos pocos. Cada año hay más vinos producidos en Castilla y León que entran en el club de los vinos 90+, con un grupo muy importante en el rango de 92 a 96. Entre ellos, caldos de bodegas muy conocidas, como Vega Sicilia o Aalto, pero también de pequeñas bodegas familiares como Valderiz y Elías Mora. En todos los casos dominan la técnica, pero también figura el éxito de la transición generacional de agricultor a bodeguero en los últimos 20 años. Quizás más que en cualquier otra parte de España esa renovación ha jugado un papel decisivo, impulsando la creación de nuevas bodegas, mientras se conservaba la sabiduría sobre el campo de generaciones anteriores. Es una combinación ganadora. Lo que pretendía lograr en los próximos capítulos era plasmar todo el futuro y las posibilidades de la industria vinícola de Castilla y León en casi 150 reportajes muy personalizados. Suman sólo una parte de las bodegas en toda la Comunidad, pero son una selección muy representativa de todas ellas. He intentado llenar los reportajes con muchas sensaciones, emociones y aspectos personales. El éxito de mis esfuerzos se reflejará en las visitas a las bodegas que los lectores decidan hacer después de leer los reportajes, o los vinos que buscarán en las tiendas motivados e impulsados por mis comentarios. ¡Que sean muchas las visitas y muchos los litros de vino inspirados por este libro! El mejor piropo que alguien puede ofrecerme es que cuando conozca a uno de los bodegueros retratados en el libro o cuando cate algunos de sus vinos, exclame: “El cabrón del Guiri tenía razón”. Que disfrutéis todos de mi visión de las mejores bodegas de Castilla y León. Os cambiarán la vida como lo han hecho conmigo.
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