Jaguares en la cordillera del cóndor

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Jaguares transfronterizos Texto y fotograf铆as de Trotsky Riera Vite

En el sur del a Cordillera del C贸ndor, el huidizo jaguar tiene un futuro incierto.



Los bosques que unen a la Cordillera del C贸ndor con la de los Andes, en el sur de la provincia de Zamora Chinchipe, le brindan al jaguar un lugar donde esconderse cuando est谩 cazando. El problema inicia cuando las presas escasean o los potreros ganan terreno.


Frotarse, rasgar, orinar y defecar son parte de las sugerentes marcas que utiliza el jaguar para marcar su territorio. El olor ayuda a los felinos a evitar confrontaciones por territorio . Este jaguar negro, es la versi[on melรกnica de la especie.


Al final del día, cuando la oscuridad se apodera de los bosques de la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor, en lo profundo de la selva, un joven jaguar macho se levanta luego de su descanso. Se estira, bosteza y sigilosa pero firmemente se aleja de la madriguera donde permaneció por un poco más de dos años junto a su madre, dejando atrás el aroma que tanto lo consoló y dio seguridad cuando era cachorro. En este territorio tiene refugio y alimento, además ha podido percibir el olor de hembras con las que bien podría aparearse. Pero hace una pausa, hay un aroma especial en el aire, abre la boca para que las moléculas odoríferas pasen directo a sus órganos olfatorios, y sí, tal como lo temía, está en el territorio de otro macho adulto que lo ha delimitado con orina y rasgaduras en los árboles. Macho que no aceptará rivales y que de ser necesario lo defenderá incluso con el enfrentamiento. De modo que el recién emancipado toma la decisión de buscar un nuevo territorio y se marcha. Camina unos 5 km diarios hacia el occidente, luego de un par de días llega al final del bosque y encuentra pastizales. Motivado por el instinto y el hambre camina por el borde de la arboleda, pero sin darse cuenta, el bosque ya no es más que unas cuantas palmas, árboles relictos, y una pequeña luzara, sin presas que cazar. De a poco llegó a los potreros ganaderos del valle del Nangaritza, donde el aroma de un ternero recién nacido y el hambre superan su instintivo temor a cruzar espacios abiertos. Arrastrándose por la grama, con las estrellas como únicas testigo, se acerca y al primer salto muerde la nuca del ternero con sus poderosas mandíbulas, rompiendo sus vértebras cervicales. Sin más interferencia que los mugidos de las vacas, el jaguar lleva la presa al bosque, come una parte y se retira para tomar una siesta, luego regresará para acabársela.


La mañana siguiente, Don Bartolo, habitante del valle por más de 30 años y empeñoso ganadero, se desayuna el ataque a su ganado por las huellas dejadas y los restos del ternero que encuentra dentro de la luzara. Raudo baja al pueblo y cuenta a sus vecinos lo sucedido, todos coinciden en que es por culpa de un jaguar y recuerdan los daños que hizo esa plaga años atrás. Entonces se organiza una horda de finqueros bien armados, acompañados de una jauría de perros “leoneros”. Tres días gastados, cero cartuchos detonados y solo rastros del jaguar, es el saldo de la primera correría. Es como si hubiese desaparecido comentan, entonces todos bajan la guardia. Días después, Bartolo regresa a la finca y observa que otro torete ha sido ultimado por el jaguar. Decide él solo tenderle una trampa. Temprano por la mañana fabrica una tarima sobre un árbol y amarra el extremo de una piola a la presa -sin tocarla mucho para que no se quede su olor en la carne-, y el otro a su pie. A la media mañana el perro corre ladrando hacia el bosque, pero en unos minutos el silencio domina el lugar. Pánico y angustia invaden el cuerpo de Bartolo, que lo único que hace es aplastar el gatillo en cuanto identifica al joven jaguar. Por la distancia los perdigones hacen más daño en las extremidades que en su duro cráneo; lisiado y mal herido, intenta huir hacia el bosque oriental de donde vino, ansiando percibir el aroma que semanas atrás le abrigara protección.


Increíblemente el Jaguar es el único felino grande que no tiene sub especies, es decir que iguales genes tienen los jaguares de México que los que de la Cordillera del Cóndor, entre otras cosas esto significa que se han estado moviendo por todos el continenete.


Las grandes presas, como sajinos, tapires y venados son de los favoritos de los jaguares. Pero tambiĂŠn se alimenta de otros mamĂ­feros pequeĂąos como monos, dependiendo de su disponibilidad.


Por su lado, Bartolo se da fuerzas y sigue el rastro dejado por el jaguar, aunque necesita dispararle varias veces, al final consigue matarlo. Viendo al jaguar tendido en el piso, algo extraño recorre su cuerpo: arrepentimiento. Todavía temblando por la adrenalina, asegura el cuerpo en su mula y lo lleva al pueblo para que sus vecinos vean por primera vez un jaguar. La novedad invade a la gente, unos caminan jactándose de cómo lo hubieran hecho ellos, otros riendo, al final todos rodean al cuerpo sin vida, pero, descubren que no era tan emocionante como esperaban, más bien se ve desolación en sus rostros. La oscuridad llega tan rápido como se extinguió la luz de los ojos del jaguar y Bartolo regresa a su casa, con la cabeza gacha como contando las piedras, preguntándose si en verdad valió la pena o si nosotros invadimos su territorio. Ciertamente el valle del Nangaritza ha sido el espacio natural de estos felinos, pero en décadas recientes los potreros y las fincas han acabado con más de la mitad del hábitat de esta y otras especies, y conforme la gente siga diezmando las poblaciones de sus presas y acabando con los bosques, esta historia se repetirá hasta extinguirlos. α


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