Cristina Vega: ¡Vivan los pueblos, carajo!

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¡Vivan los pueblos,

CARAJO!

Crónicas desde la insurrección popular en Ecuador por

Cristina Vega con texto introductorio de

Raúl Zibechi

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Cristina Vega ¡Vivan los pueblos, carajo! Crónicas desde la insurrección popular en Ecuador con texto introductorio de Raúl Zibechi Selección de textos y diseño: tsunun Los textos de Cristina Vega fueron publicados en eldiario.es El artículo de Raúl Zibechi fue tomado de jornada.unam.mx Fotografía de portada: David Diaz Arcos/Bloomberg. Foto de interiores: Jonatan Rosas. Primera edición, octubre de 2019. León, Guanajuato. México. La presente edición promueve la divulgación y discusión de ideas, no persigue fines de lucro. La atribución de copyleft es sólo por el diseño, para evitar sea usada con otros propósitos. .

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Ecuador, fin de ciclo e inestabilidad sistémica Raúl Zibechi

Los sucesos que vive Ecuador muestran una profunda inestabilidad que va mucho más allá de la coyuntura y que afecta a toda la región. El gobierno de Lenín Moreno decidió imponer un paquete de medidas aconsejadas por el FMI que supone el fin de los subsidios a los combustibles, con un alza de 123 por ciento al precio del galón de diésel y de 30 por ciento al de la gasolina, acompañada de reformas laborales y tributarias para aumentar la recaudación. Inicialmente la movilización correspondió al gremio de los transportistas, pero pronto se sumaron los mayores movimientos del país, en gran medida, como rechazo al decreto que impone el estado de excepción, la suspensión de las garantías democráticas y la militarización del Ecuador. La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), la central Frente Unitario de los Trabajadores, los sindicatos de educadores y la federación de estudiantes universitarios, promovieron movilizaciones en toda la nación, especialmente [3]


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en la sierra (con 300 cortes de carreteras), donde los pueblos originarios tienen mayor presencia, y en Quito, epicentro de los conflictos sociales. Decenas de grupos de mujeres, feministas, lesbianas, negras, ecologistas y trans, lanzaron un comunicado titulado Mujeres contra el Paquetazo, en el que denuncian cientos de detenidos y heridos, entre ellos el coordinador de Pachakutik, Marlon Santi, y dirigentes juveniles de Conaie. La protesta ecuatoriana no es sólo una reacción contra el aumento en los precios de los combustibles. Es una reacción al mal gobierno de Moreno que se recostó en los grandes grupos empresariales, financieros y mediáticos, y es la continuación de las resistencias al régimen autoritario de Rafael Correa (2007-2017). En efecto, muchos recuerdan el ciclo de protestas de junio a diciembre de 2015, contra medidas del gobierno para paliar la caída de los precios del petróleo, que representa más de 40 por ciento de las exportaciones. En aquel momento, los niveles de represión fueron muy similares a los actuales, aunque Correa no decretó el estado de excepción en todo el país. Para evaluar la crisis ecuatoriana, como crisis de la gobernabilidad, debemos remontarnos seis años atrás. En 2013 hablamos del fin del consenso lulista, como consecuencia de la oleada de movilizaciones conocidas como Junio 2013, que marcaron el ocaso del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y el comienzo del fin del ciclo progresista en la región (https://bit.ly/2LRiUsc). 4


Ecuador, fin de ciclo e inestabilidad sistémica

Dos años después, con la derrota electoral del kirchnerismo en Argentina fue evidente que se aceleraba el fin del progresismo, pautado por una nueva fase de los movimientos que se están expandiendo, consolidando, modificando sus propias realidades (https://bit. ly/2XCMzbB). Una de las principales características del nuevo periodo conservador, o derechista, es la evaporación de la gobernabilidad y el ingreso en un periodo de inestabilidad sistémica. A modo de recordatorio, quisiera destacar algunas características del periodo que vivimos en América Latina, y que ahora emergen de forma transparente en Ecuador. La primera es el protagonismo de los movimientos, o sea de la gente común organizada y movilizada. Este es el aspecto central. Si el fin del ciclo progresista lo anunciaron las gigantescas movilizaciones de Junio 2013 en más de 350 ciudades de Brasil durante un mes, el ocaso de las nuevas derechas anuncian las movilizaciones en torno a Congreso de Buenos Aires, contra la reforma de las pensiones, en diciembre de 2017 bajo el gobierno de Mauricio Macri. Luego de una fenomenal batalla campal en la que casi 200 personas fueron heridas por la policía en pocas horas, el 19 de diciembre, los medios destacaron: Argentina está demostrando una vez más que es el país de Latinoamérica donde es más difícil sacar adelante reformas impopulares (https://bit. ly/2CC2XOZ). No es casualidad que pocos meses 5


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después comenzara la escalada del dólar que sepultó al gobierno macrista. La segunda es que el fin de la gobernabilidad, propia de los primeros años del progresismo, es de carácter estructural y tiene poca relación con los gobiernos. El ciclo progresista se cimentó en los altos precios de commodities, con grandes superávits comerciales que lubricaron las políticas sociales. Mejorar el ingreso de los más pobres sin tocar la riqueza, fue el milagro progresista. Ese consenso se terminó con la crisis de 2008 y la guerra comercial Estados Unidos-China no hace más que profundizar la inestabilidad. No es posible seguir mejorando la situación de los sectores populares sin tocar la riqueza y los gobiernos que se reclamen progresistas no harán otra cosa que profundizar el extractivismo y el despojo de los pueblos: Andrés Manuel López Obrador y el posible gobierno de Alberto Fernández, son parte de esta realidad. El panorama de los próximos años será una sucesión de gobiernos, progresistas y conservadores, con un telón de fondo de vastas movilizaciones populares. Se trata del fin de la estabilidad, de cualquier color.

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¡Vivan los pueblos, carajo!

Crónicas desde la insurrección popular en Ecuador Cristina Vega

Desde Quito, crónica del Estado feroz Mientras tratamos de organizar humildes cocinas familiares que sumen a los lugares grandes de acogimiento para proveer a todos los compañeros indígenas, mujeres, hombres, wawas, que desde todo el país han ido llegando a Quito, no dejan de ocurrir cosas. Hacemos cuerpo con otra gente en los lugares del conflicto, protestamos y nutrimos un núcleo de rechazo barrial, nos replegamos a cocinar para cubrir algo de lo mucho que se precisa: una colada, unos almuerzos, un poco de ropa, alcohol, medicamentos… Cada minuto en estos días es un estallido, estallido en los territorios y en las ciudades. Estallido de posibilidades, de dolores y de rabia. Marcha hacia el Carondelet, hoy espectral palacio del ejecutivo, entre gases y más gases; ocupación de la Asamblea Nacional, apenas un tiempo, y posterior desalojo; noticias de personas heridas, detenidas, muertas; reclamos de alimentos y cobijas; y ahora [7]


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recién toque de queda de 8 pm a 5 am en algunas partes de la ciudad. El gobierno se ha desplazado a Guayaquil, y los líderes de la oposición lanzan ampulosos mensajes desorientadores: llamadas al orden anti-delincuencial y justificación del estado de excepción junto a críticas tibias que suenan a quien quiere situarse de la mejor manera para el día después. El correísmo de pronto vuelve a entonar canción protesta. La tesis de la seguridad, el vandalismo y el saqueo para descalificar las protestas es la que maneja, ya con abierto tono dictatorial, el gobierno y replican como loros los medios de comunicación. Se apela al deseo de ley y orden que habita entre quiénes bien saben que estas medidas (“el paquetazo”) son una puñalada, pero temen el levantamiento a medida que se acrecienta la violencia del Estado. La civilidad y el “proteste como se debe” cunde en los medios oficiales. No es justo suspender las clases, no poder trabajar, dejarme sin comida, dice alguien en las redes, mientras admite que tampoco es justo que nos impongan el ajuste y que la crisis la paguemos desde abajo. ¿Hará falta repetirlo? ¿Es preciso recordar el desequilibrio entre el Estado y la gente descontenta? La violencia, como el uso absolutamente desproporcionado de la fuerza, está de su lado. Sí, de su lado. De quienes han movilizado al ejército, han sacado las tanquetas y comienzan a disparar bala. El ministro Jarrín, al frente de las Fuerzas Armadas, 8


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lo ha dicho clarito. El ejército está preparado para la guerra. Aquí cerca, hemos visto imágenes terroríficas en estos días: como la de una bandada de motos atropellando a gente a la altura de la Caja del Seguro en Quito; como la de los jóvenes lanzados por un puente, uno de ellos ya ha muerto; como la del compañero que acaban de asesinar en el Arbolito en una brutal arremetida contra mujeres indígenas cargando wawas (niños), gente tratando de descansar y personas apoyando con enseres básicos y curas. Fuera de Quito se siente la fuerza indígena, la fuerza del campo, pero igual, los militares están en una escalada ante el corte de vías, que iniciaron los transportistas, y luego retomaron pobladores y comunidades. Toca ver imágenes que recuerdan el profundo desequilibrio. Ayer mismo, la del presidente flanqueado por militares y cargos vestidos de estricto azul emulando junta militar. Tras el comunicado, una retahíla de ministros más o menos sonreídos diciendo boludeces, como que la eliminación del subsidio al diésel es la gran medida contra el cambio climático y contra el contrabando en las fronteras o que están muy preocupados por el acompañamiento a la producción agrícola o que el aumento del bono de desarrollo va a compensar el incremento de la canasta básica o que los hermanos indígenas son gente con la que vienen dialogando y que son algunos sectores los levantiscos. 9


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También nos ha tocado ver imágenes de enorme fortaleza e inspiración comunitaria, como la de pueblos que marchan y cortan todo el país para oponerse, no ya al paquetazo, sino a mucho más, a la profundización de un modelo extractivo, depredador, racista, machista, que favorece la acumulación engrosando el endeudamiento, para el que luego se reclama que “todos” nos apretemos el cinturón. Quienes aportan con salario, quienes viven con lo justo en la economía de calle, quienes aguantan con las justas la agricultura familiar campesina y quienes sostienen todos los días con el trabajo doméstico, de cuidados y de producción casera. Una vez más. Toca entender en carne propia lo que los militares han aprendido en estos años de entrenamiento. La gente dice: cuando la caída del presidente Lucio Gutiérrez, la policía no actuaba así, era otra cosa, no eran tan violentos, han cambiado de estrategia represiva. En estos años de correísmo son muchos los recursos destinados a las fuerzas armadas. “Ahorita se ve”. Entre el temor y la preocupación, la gente, desde luego, protesta y protesta. Ayer, ante la llegada inminente de los indígenas venidos de distintas comunidades y comunas, éramos cientos los que marchábamos a San Blas, en el centro histórico, lugar emblemático de la protesta en la ciudad. Íbamos en grupos, buscando respaldarnos en nuestra fragilidad, y llegábamos hasta donde el temor nos permitía, cerca de donde se 10


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encontraban quienes estaban en la primera línea, un poco menos cerca. Avanzábamos con la extraña sensación de dirigirnos o al menos intentarlo a una casa de gobierno que ya no era tal, que ya estaba vacía ante el cambio de la sede de gobierno a Guayaquil. Como decía un mensaje chistoso por las redes sociales, “el que se fue de Quito, perdió su banquito”. Como siempre, la economía popular, esa que crece cuando arrecia el neoliberalismo, operaba en la retaguardia, entre los manifestantes, recordando de dónde venimos y hacia donde vamos con estas medidas económicas. Pañoletas negras para cubrirse el rostro, banderas de Ecuador, mascarillas y cigarros para que el humo ayude con el gas lacrimógeno, pitos y todo tipo de merchandaisin para la protesta. La tesis de la seguridad y el vandalismo ha sustituido de a poco a la de los zánganos. Ayer, para el presidente eso éramos: zánganos. Hoy somos saqueadores, desestabilizadores y, por si acaso, correístas, mandados de Venezuela, golpistas todos. Dicha tesis era adecuadamente combinada con que “no había de otra”, no había alternativas. La receta con sangre entra. Si hay que pagar la deuda externa, que ya este y el anterior gobierno se han dedicado a engrosar, toca paquetazo, toca FMI, toca pérdida de soberanía. Fin del subsidio al combustible, con el consiguiente encarecimiento de los productos básicos y el trabajo femenino no pagado para sostener a las familias, medidas de flexibilización laboral, despidos, bajada 11


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de salarios, aliento a la evasión tributaria y la salida de divisas, modelo de jubilación patronal privatizadora y apoyo a agentes importadores. Un paquete ensayado una y mil veces con terribles resultados para la población, para la más pobre y para las mujeres. Si de algo servía el subsidio al combustible era para hacer sostenible la producción ecuatoriana, pero la codicia externa e interna es más fuerte y el Estado demasiado grueso cuando de proveer se trata. Asoma entonces el Estado feroz y más que asomar enseña toda la artillería pesada. Mientras escribo esto caen bombas lacrimógenas en la Casa de la Cultura, donde se albergan cientos de personas indígenas llegadas de las provincias, y donde hace apenas una hora se pedía apoyo de todo tipo con la guardería. Han entrado a desalojar con todo en esta fría noche de octubre y las sirenas no se detienen. Las compañeras que viven cerca y han podido ver lo ocurrido desde las ventanas nos hablan con la voz entrecortada. Nunca habíamos visto esto, nunca. Hay mujeres llorando por sus esposos, mujeres buscando a sus hijos. Necesitamos un corredor humanitario para que pueda salir la gente. Entonces, compañeros, la cosa está bien terrible. Los derechos han quedado suspendidos, el estado de excepción instalado y avalado por la Corte Constitucional, las fuerzas armadas legitimadas para cometer atropellos, la libertad de expresión condicionada, los compañeros indígenas, ejemplo de dignidad, 12


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atacados como personas y como comunidades en resistencia, la democracia suspendida. Algunos sitiados en las casas y con movilidad restringida, otros atrapados en un fuego mortal. Lo mucho o poco que podíamos apoyar quienes estábamos alrededor proporcionando lo justo para alimentarse, resguardarse y cuidarse, precisamos hoy de una fuerte presión internacional para frenar la violencia de un Estado que irrespeta los derechos más básicos tachando a la población que protesta de zángana, vándala y ladrona. Precisamos valorar la vida que nos rodea, las expresiones de apoyo mutuo y el descontento que se levanta, no ya sólo contra el paquetazo, sino contra un gobierno vil. Necesitamos toda la fuerza del acompañamiento, necesitamos toda la rabia de la verdad.

Ecuador, una lucha sin vanguardia ni retaguardia: todos de a una Acaban de gasear a las puertas de la Universidad Salesiana en Quito, lugar al que históricamente han llegado los indígenas para alojarse en marchas y levantamientos. "La universidad es zona de paz", reza una pancarta en la Universidad Católica, también lugar de acogida, ante la arremetida de la policía. No ha pasado ni una hora cuando cientos de iniciativas buscan 13


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resguardar estos albergues y centros de acopio. Vecinas con solicitudes y firmas dirigidas al alcalde para que declare el área como "zona de no violencia", cartas de docentes universitarios, videos en las redes para hacer respetar la autonomía de las universidades. Y es que no se detienen las hostilidades, contra la gente que se junta, contra periodistas, contra wawas (bebés)…, mientras los voceros se llenan la boca con palabras que definitivamente no van: delincuencia y diálogo. Resguardar, albergar, cuidar, acoger son palabras que resuenan el día de hoy, allí donde fluyen mil y una pequeñas, medianas y grandes iniciativas para sostener la lucha. Ni vanguardia ni retaguardia; todo de a una, como el palo horizontal que porta la comunidad para defender la tierra, para encabezar la marcha, para no seguir mandados. Ahí es donde se condensa lo se aprende peleando, lo que me gustaría compartir con mi hija y mi ahijada: la fuerza del cuerpo a cuerpo comunitario que enseña el movimiento indígena, y el par reproducción de la lucha y lucha por la reproducción, que alumbran las mujeres organizadas y los feminismos, los wambras también. Muchos jóvenes urbanos, mestizos, populares y de clase media, se acercan a los centros de acopio. Llegan a dejar algo y se quedan, se arremangan y se ponen a hacer y a coordinarse con otros conocidos y desconocidos. Unos se juntan por aquí, otras por allá. Esto sucede de lo más grande a lo más pequeño. De lo grande: los centros de acopio y acogimiento en las universidades, 14


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en la Casa de la Cultura Ecuatoriana y alrededores, que ya hoy se sienten como santuarios. De lo pequeño: la brigada de limpieza que irrumpe y recompone el espacio, la enfermera que logra un auto para llevarse a una joven herida, la que acerca lo propio de casa y se queda. Ocurre, igualmente, de lo fijo a lo móvil. De lo fijo: la compa que reúne, clasifica y manda, los vecinos que cocinan, los amigos que ponen en marcha su colecta. Lo móvil: los paramédicos que van y vienen, adelante, detrás y a un costado de quienes resisten, las amigas que circulan repartiendo almuerzos, panes, coladas, los abogados que atienden y buscan a los detenidos. De pronto todo se recompone, las heridas si no se curan, se mitigan. Cuentan que en la reciente historia de levantamientos y destituciones presidenciales desde mediados de los 80 y ya en los 90, también se debió forjar la memoria de estos niños, hoy chicas y chicos. Yo creo, seguía mi amiga, que de pequeños han vivido, hemos vivido, episodios que precisaban de la apuesta por lo común. Memoria corporal han de tener. Hacia arriba, hacia El Dorado, algunas compañeras reportan un herido muy grave de bala, lo sacaban como podían para hacerlo atender. Estamos atentas a ver qué pasó con él, si está muerto. La represión comenzaba arreciar esta tarde en El Arbolito, y después se fue poniendo más fea, como anoche. Hoy pudimos ver imágenes del cordón humano que conectó La Casa de la Cultura con la Universidad Católica, por el que 15


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salieron mujeres, mayores, niñas, heridos ante la brutalidad policial. Las mujeres y hombres indígenas y campesinos caminan juntos con los palos y las ramas de eucaliptus, con las que protegerse de los gases. Y más que juntos, acuerpados, los compañeros salen y entran del ágora preguntando por los de su pueblo, por los de comunidad; separarse es extraño, uno va con los suyos, a la marcha y al descanso, al almuerzo y al camión. Los estudiantes de la católica les aplauden cuando salen: "gracias por siempre estar". De otro modo, pero también como con los urbanos, se siente el legado. Hermanos de una comunidad de Bolívar, provincia donde han tomado la gobernación, donde quedaron quienes no subieron a Quito, explican lo que todo el mundo ya percibe. Los jóvenes dicen, "ahora nos toca a nosotros". "Nuestros taitas y mamas han peleado, nosotras seguimos su senda igual". Y verá, "mujeres y hombres". En efecto, las mujeres, bien arrechas, gritaban con fuerza llamando a la resistencia, desde la asamblea ocupada y desde la calle. Como los urbanos: "somos los hijos del primer levantamiento", "no se construye el presente sin entender el pasado". La indignación es mucha y no es de ayer, del paquetazo. Ya estaban los pueblos preparándose, y es que el racismo capitalista es fuerte y recorre el territorio. Estos días hemos podido percibirlo en toda su repugnante densidad: en las palabras de los socialcristianos de Guayaquil, en las palabras de las derechas desde 16


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la tribuna de los Shyris. Son la funcional contracara de la hipocresía represiva del presidente Moreno. En Guayaquil, decía la Sra. Viteri, "los que vienen lo hacen para destruir la ciudad en nuestro mes de orgullo", "está la política, pero la ciudad, la ciudad es como si se metieran a tu casa"… Nebot, sí sale directo… "qué se queden en el páramo". Así se las gastan las sudaderas blancas a nombre de la paz, destilando racismo. Porque al final la indiada no es sino un conjunto desordenado de vándalos, turba junta indeseable. La libertad se va recortando por pedazos. Hoy ha llegado un comunicado advirtiendo que entre estos vándalos se encuentran muchos extranjeros pagados, colombianos y venezolanos, como se ha dicho en varios medios. Para quienes no respeten las leyes y ofendan a los ecuatorianos, sanción y deportación. Radio Pichincha Universal suspendida y así. Eso al tiempo salen con un paquetito de medidas adicionales para sentarse a dialogar con los "hermanos indígenas", mientras meten bala y gas a quienes se retiran a descansar. ¿Qué irá a pasar? Hay un saber inmenso de las mujeres. Lo veíamos en un hermoso video compartido en redes con imágenes de sostenimiento. La mirada tradicional ve a las mujeres como retaguardia; las que acaban limpiando mientras los hombres se enfrentan arriesgando su cuerpo. Pero con los pueblos y las mujeres la imagen no casa bien, no encaja del todo, algo chirría, aun escapando de idealizaciones. En los últimos tiempos, los feminismos 17


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han hecho cambiar la lógica, la han volteado, empujando y revelando un nuevo sentido de lo político. Para que la gente luche, desde luego, hay que barrer, limpiar, curar, cocinar, cubrir el descanso, abrigar, alimentar, tranquilizar, alentar… ¡Eso de una! Pero también ahora jugamos a la inversa o a lo todo a la vez: la lucha es cada vez más lucha por el sostenimiento de los cuerpos colectivos que somos. La reproducción es la lucha, es la forma que nos damos para resguardar y empujar al mismo tiempo. Las luchas anti-extractivas, campesinas, por la soberanía alimentaria y el resguardo de las fuentes de vida muestran ese rostro, las peleas contra la violencia machista y por el acompañamiento en aborto muestran ese rostro, las que se libran ahorita contra el avance del neoliberalismo en calles, vías, comunidades y casas revelan ese mismo rostro. Porque hoy, queremos ir y vamos de a una.

Ecuador en la lógica de guerra, toca quebrar el cerco, toca virar la fuerza Son las 12 de la noche y las bombas no cesan, llora una amiga. Yo temo por los indígenas amazónicos, que fueron llegando el día de ayer y hoy ya se ven expuestos a esto después de tremenda travesía. Es terrible, dice mi vecina y amiga de Imantag, nos están matando; siento tanta impotencia. Ya debemos hacer algo, algo distinto 18


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quizás. Ahí fuera hay una ciudad que sigue su vida y no sabe que nos están matando. Ya no puedo soportarlo. Este gobierno es una máquina de muerte, máquina de aniquilación total. Esa ciudad la he visto. Es la ciudad del norte, donde no hay desabastecimiento en los supermercados, donde se come torta en el sweets&coffee y donde se ven las noticias desde el sofá. Es una ciudad obscena en su desconexión y en su conexión a través de los medios, en los que se habla de destrucción del patrimonio, violencia de quienes protestamos y deseo de la gente de trabajar y sacar al país adelante, como si esto último nada tuviera que ver con la legalización del empobrecimiento generalizado que traen las nuevas medidas y las viejas injusticias. Hoy, tras una nueva ocupación de la Asamblea Nacional, y un pronunciamiento del presidente Moreno, palabras vanas, llamando al diálogo con los líderes indígenas para que “hablen conmigo”, la policía volvió repentinamente al ataque frente a una multitud pacíficamente sentada a la espera de cualquier señal de esperanza. Una estudiante estaba allí y nos envió su testimonio. No dejaba de llorar. Infame el ataque sorpresa a las universidades ayer noche mientras la gente descansaba, infame la nueva ofensiva el día de hoy tras el llamado al diálogo. Ver la imagen del presidente hablando me revuelve el estómago, es un fascista, y ahora sabemos que no va a detener la matanza. 19


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En una reunión en el ágora de la Casa de la Cultura, en apenas minutos, hemos visto entrar al menos a cuatro heridos gritando en una precaria camilla hecha de tela. En los centros de acopio ya no se piden mantas. Se piden extintores, medicinas, gasas, material médico, oxígeno… Eso se pide. Ayer lloramos en asamblea ceremonial a los primeros muertos, y hoy la cifra sube y sube en una espiral de terror. Ese mismo rato, en el ágora, nos dijeron que habían matado a dos mujeres shuar. A varias compañeras se les saltaron las lágrimas. Ya es 12 de octubre, día de la masacre, de la invasión y del despojo colonial, y no tenemos otro relato que contar. Una explosión enorme hace temblar la casa. Tras ellas un silencio inquietante. Ayer salimos voladas. Las mujeres indígenas habían apresado a ocho policías y la asamblea los estaba exponiendo sin botas. Llegamos y yo no daba crédito a lo que tenía ante mis ojos. Un ágora repleta. Yo tenía miedo de que llegaran a rescatarlos de un momento a otro y no quería imaginar lo que podía ser aquello allí encerradas tantas personas. Los policías estaban arriba en la tarima delante de la gente. Ante la hábil conducción de Leonidas Iza, dirigente del Movimiento Campesino de Cotopaxi, se fueron desenvolviendo los acontecimientos. Hablaron todos y cada uno de los policías, a los que en ningún momento se maltrató y recordó que “eran pueblo”. También habló un infiltrado, al que descubrieron los 20


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jóvenes por una sudadera de la policía que escondía bajo la ropa. Una máma preparó el fuego ceremonial con palo santo y todos los elementos. Los policías fueron limpiados, muchos se pasaron ellos mismos el humo sobre la cabeza y a los lados del cuerpo como quien conoce el ritual. Se les cubrió con la bandera ecuatoriana, se les colocó la wipala a modo de pañuelo. Después hablaron los distintos medios de comunicación. Pacientemente, uno a uno, para dar sus argumentos, sus razones. Estaban los alternativos y también los que ofenden mintiendo: Ecuavisa, Teleamazonas… Ante la asamblea debían dar cuenta de sus falsedades. Como digo, no daba crédito, también ellos eran interpelados como pueblo. Parte del sistema, miembros del pueblo. Se buscaba asegurar la transmisión en directo, pero la propia Secretaría de Comunicación había inhabilitado la señal. Todo se fue armando ahí no más, en un flujo de interacción, ante nuestros ojos. Estabamos esperando los cuerpos de los compañeros asesinados. Ya bien tarde llegaron, junto a los familiares, la comunidad. Se realizó una misa con llamados a la justicia y a la liberación. Los policías que habían pasado todo el día ante la gente, cargaron los féretros y la gente salió en marcha. Después, eso no ví, debío producirse la entrega de los policías con la intermediación de la ONU y la Conferencia Episcopal. No quedó claro cómo. En todo caso, yo no podía creer lo que había visto. Escuché que a un periodista, grosero y prepotente, le habían 21


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dado una pedrada al salir. Esa pequeña cosa sí merece mucha atención de parte de los medios, a diferencia de la exposición pública sin herir físicamente, sin humillar en la condición humana. Ya han vuelto las bombas. Da escalofríos la noche de hoy. En estas circunstancias, que son de guerra, una se pregunta dónde quedó la política. Subimos y bajamos hacia el centro, hacia la asamblea, en un ir y venir recurrente en el que se va derramando la vida de jóvenes, mujeres, hombres, niñas. Anoche volvíamos a subir, después de que salieran los féretros. Teníamos miedo, pero acabamos subiendo nuevamente. La lógica del avance cuerpo con cuerpo es la de empujar los límites de lo posible, no a través de la violencia, sino de una presión tozuda que va ganando espacio y razón paso a paso, palmo a palmo. Pero la lógica de la guerra no es esa, es otra, la del Estado feroz, que desde posiciones de altura dispara a matar. La política acaba, empieza la guerra. Las mujeres, perspicaces en todo lo que se refiere a la política, pronto se dan cuenta. Hacen el llamado, vamos las que andamos cerca. No podemos seguir poniendo carne ahí, no podemos permitir la aniquilación de nuestra gente. Tenemos que bajar a los jóvenes. Ni ceder, ni dar papaya. Toca quebrar el cerco, cerco espacial y cerco en torno a los indígenas, como si el resto (estudiantes, mujeres, trabajadoras, servidores públicos, etc.) nada tuvieramos que ver con el decreto 883 que impone las 22


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medidas, como si la ciudad se redujera al círculo que forma El Arbolito y la Casa de la Cultura. Desde acá, las mujeres urbanas hemos sostenido con muchas tareas que han generado vínculo, solidaridad, acompañamiento y que hemos logrado, en nuestros afanes, hacer visibles y valorables. En todos estos trajines de acopio, salud, albergue, hemos armado las mañas de lo colectivo. Pero eso que ayer servía en la lógica del ir empujando física y éticamente, bajo el espíritu de ni vanguardia ni retaguardia, hoy ya no sirve y toca cambiar para no replicar la guerra sobre nuestros cuerpos. Las mujeres rurales, urbanas, feministas, indígenas, campesinas… se reconocen en el dolor de estos muertos y heridos y en la impotencia de ver una ciudad que muere y otra que sigue como si nada. Entonces, volvemos a hablar: contra la guerra toca virar la fuerza y la rabia para transformarlas en potencia y sabiduría política. Porque somos todas y empujamos por la vida digna.

Ecuador, tras la derogación del decreto que originó las protestas: "¡Viva la vida carajo!" Toca revivir y guardar firme en la memoria cada imagen poderosa, cada conversación, cada sensación. No han parado de sucederse, y ahora, todo lo que hemos 23


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contenido, se desborda. También le sucede a mi hija, que hoy necesita llorar por cualquier cosa y no le apetece nada regresar mañana al colegio. La marcha encabezada por las mujeres hacia el norte de la ciudad fue realmente hermosa. Acabó, ese 12 de octubre, en la estatua ensangrentada de Isabel la católica. Este gesto de dar un paso adelante arrastró a muchas personas y también reveló algo triste, bueno, si no triste, muy particular sobre la lucha vivida. Algo que sin duda nos toca pensar. Mucha gente mestiza de clase media, y desde luego de sectores populares, está en contra de que el FMI gobierne el país junto a la élite empresarial supeditando el bienestar de la población, en particular de los grupos peor parados, a los fines de la acumulación. Al fin y al cabo, todo el mundo entiende lo que implica el encarecimiento del combustible, particularmente el de transporte pesado. Las mujeres saben lo que supone echar cuentas. Los campesinos comprenden que dicho encarecimiento favorece la producción de agrocombustible y monocultivos energéticos. Saben, como los ecologistas, que esto acelera aún más el acaparamiento de tierra, la contaminación y el daño al medio ambiente. También sabe la gente que reducir aranceles de tecnología beneficia a los grupos importadores y pone a unos cuantos a consumir más y más huevadas. El capital transnacional puede estar contento al vender maquinaria pesada para impulsar la agroindustria. Al fin y al cabo, nuestro destino 24


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va a seguir siendo la minería, el petróleo, la extracción, y eso lo saben bien las indígenas amazónicas. La bajada de salarios, porque eso es lo que significa regalar tiempo de trabajo y hacer contratos baratos no se le escapa ni a los sindicatos, ni a las personas jóvenes, ni a las mujeres, ni a nadie. Se intensifica la explotación, se promueve el endeudamiento doméstico, se genera incertidumbre, se expande el miedo, mientras la canasta básica sube. La espiral de despidos en el sector público no suscita tampoco dudas, como ocurre con la fragilidad de las pensiones. Y lo mismo ocurre con la reducción del impuesto a la salida de divisas, previo a condonar deudas a grandes capitales mientras se contratan con el FMI. Menos tributación para los ricos e impuestos indirectos para los demás. La crisis que todo esto crea la preteden paliar con un bono de a 15. ¡Ja! La gente empobrecida de este país lo tiene claro, y los menguantes sectores medios tienen muchos ejemplos alrededor de lo que acarrea este tipo de políticas. El lenguajeo del emprendimiento, a pesar de su virtuosa alabanza a la ética del trabajo, el sacrificio familiar y el evanescente ejemplo de los que sí han podido, no deja de ser un modo de hacer que la gente trabaje más y corra con los riesgos. El pueblo ecuatoriano no es cojudo, conoce de cerca el neoliberalismo, y el actual martilleo de la lucha contra la corrupción no alcanza a ocultar las miserias del gobierno, del Estado y del capitalismo dependiente. 25


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Esto, como digo, es claro para todas y todos. La diferencia es cómo lo vivimos, cómo lo combatimos. Y en eso, hay una cesura enorme entre mestizos e indígenas, pensando también en términos de clase. Kichuas, shiwiar, shuar, saraguros, kañaris, Tsa'chila, kitukaras, chibuleos, puruhás… Nuestras formas, nuestras memorias, nuestros cuerpos, nuestros saberes y, al fin, nuestros modos de enfrentar la dominación expresan vidas bien distintas, bien desiguales. Inocencio Tucumbí, Humberto Otto, José Chaluisa, Raúl Chilpe, Abelardo Vega Caizaguano son los nombres de algunos de los hermanos asesinados. Anoche, mientras recorríamos el Arbolito con una mezcla de profundo dolor, incertidumbre y alegría por lo que se presentó como la derogación del 883, escuche a un joven indígena que se quejaba de la mucha gente (mestiza) que asomaba al momento de festejar. Más allá de los juicios, esto es algo que nos recuerda la diferencia, la de mujeres, hombres, jóvenes y pequeños. Ayer mismo, estando en el albergue de la Universidad Central, lo pude ver de forma clara. Un grupo de Bolivar salía para el Arbolito; habían preparado unos precarios escudos de metal y madera. Entre ellos correteaba un niño chico con un escudo que el papá le había arreglado con unas cuerdas y cartones. También mi compañera lo escuchó. Caminaba una mamá con su nena de cuatro años, de Colta quizás. "Mami, le decía, ¿vamos a piliar?", "sí, vamos a piliar". 26


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Toca asumir y pensar qué significa esta lucha para cada cual. Entender la centralidad indígena, su persistencia y resistencia en ese singular campo de batalla que fue El Arbolito, donde algunes aguantamos a duras penas con mascarilla, agua con bicarbonato, vinagre y leche para resistir los gases y entregar a quienes avanzaban. Repensar, pues, más allá del bien y del mal, las formas de la presencia; cuerpo colectivo que resiste, cuerpo que avanza y se repliega, cuerpo voluntario que atiende, cuerpo paramédico que rescata, cuerpo rezagado, cuerpo que coordina, cuerpo que habla sin apersonarse... Mujeres, hombres, estudiantes, dirigentes… Muchos lugares y maneras para estar, muchas interrogantes sobre nuestros estares. "No somos su ejército", dijo alguien. "No hemos venido a comer", dijo alguien. "No queremos su ayuda", dijo alguien. Mientras, una mujer muy humilde llegó al albergue de la UCE con unas funditas de bicarbonato, era una vendedora de la calle, había caminado tres horas para traerlas con la poca plata que había hecho en el día; "es domingo y no hay muchos carros". "Los runas, escribió un amigo en las redes, hemos dado luchando, dado muriendo, ahora ya toca dar gobernando. Ya de una vez". Mientras la marcha de mujeres buscada desplazar el cerco, el ataque a Teleamazonas y el incendio de la Contraloría, o quizás todo ello combinado, más cosas que estaban ocurriendo fuera de nuestro campo de visión en Quito, reinstalaron el toque de queda y una 27


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nueva escalada represiva. Esa tarde apenas logramos alcanzar nuestro destino, mientras camiones militares maniobraban de manera siniestra, volviendo a amenazar albergues y espacios de confluencia. Tocó dormir allí donde se pudo mientras escuchábamos bombas, sirenas, helicópteros al tiempo que la televisión mostraba escenas animadas y las redes no actualizaban la información. Me vinieron imágenes infantiles de la dictadura, con escenas de coros y danzas, misas y toros. Así funciona el estado de terror. Quede de esa noche la cadena humana de paramédicos defendiendo el albergue en la Universidad Católica y la bella sinfonía de cacerolas que hicimos posible desde balcones, ventanas y terrazas en toda la ciudad. Que, por cierto, no era "por la paz" (y contra el vandalismo), sino por el fin de la represión y la militarización. Una vez más, contra las medidas del gobierno. A día de hoy, podemos comenzar tan sólo a echar cuentas, a partir de lo recogido por la Defensoría del Pueblo, 1.192 personas detenidas en el país, 96% varones, jóvenes en su mayoría. Muchos fueron estudiantes quiteños arrestados en los primeros días. ¿Recuerdan? Doce días atrás. 1.340 personas oficialmente atendidas, la mayoría aquí, en Quito. Eso sin contar las innumerables que vimos asistidas en los albergues. En los hospitales hay pacientes críticos. Jaime Vargas, presidente de la CONAIE, habló ayer de más de 100 personas desaparecidas. Vamos a tardar un tiempo en recomponer la verdad de estas cifras, pero desde ya 28


¡Vivan los pueblos, carajo!

sabemos que la violencia ha sido mucha y que su peso no va a ser fácil de olvidar. Por fin anoche, después de todos estos días, se logró sentar al gobierno. Una mezcla de estupor y esperanza nos embargó. Memes y memes recorrían las redes y los grupos de wasap, uno tras otro, mientras se producían las intervenciones y esperábamos, "toda una vida" que se retomara la mesa de diálogo tras una larga pausa. Presidente pelele, dirigentes locuaces. Miriam Cisneros, lideresa amazónica, brilla por siempre. Llegamos a un acuerdo incierto con anuncio de derogatoria del 883; muchos silencios dolorosos, entre ellos, el que toca a las responsabilidades criminales de Romo, Jarrín y el propio Moreno. ¿Hemos ganado? Mientras festejábamos, no podíamos dejar atrás el dolor. Ya tarde en la noche bajamos al Arbolito. Un auténtico campo de batalla, amasijo de neumáticos, piedras, palos, metal y jirones de tela. La gente bailaba sobre todo lo quemado, sobre todo lo destruido y construido. Subimos hacia la Asamblea Nacional. Arriba estaban esos mismos policías que ayer disparaban. La gente les hizo espejo, frente a frente. Los miramos a los ojos. Algunos los apartaban. Les gritamos asesinos. Hay quien les recordaron que también ellos eran ecuatorianos. Santi tocaba el saxofón bellamente bajo una torre flanqueada por policías metalizados. En la bola del Arbolito ondeaban wipalas y banderas de El Ecuador. Estábamos muy emocionadas; yo pensaba en 29


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lo mucho que amo esta tierra y a su gente. Lo mucho que hemos vivido en tan corto tiempo y lo mucho que nos toca digerir. Se armaron, ya esa noche, cadenas humanas para desmontar las barricadas mientras se colocaban adoquines. Ya vivimos la lucha, ya la asamblea, ya la minga y ahora, la fiesta y nuevamente la minga. Hoy, en la resaca, después de buscar a mi hija retorné al Arbolito y al ágora, como quien no puede abandonar los lugares donde ha experimentado cosas tan intensas e inborrables. Muchas personas se habían afanado recogiendo todo, al margen del Estado, del municipio y sus agentes. La mayoría eran jóvenes y trabajadores de los barrios que habían llegado con palas y materiales de construcción. Encontré a un amigo pintando farolas mientras una reportera de TVE se apostaba ante el edificio quemado de la contraloría. Las amigas coincidían: ¡cuánta dignidad! El gesto es irreversible: el de quienes hacen la comunidad, en la pelea, en la fiesta y en la reconstrucción. Ni vándalos y ni sumisos. Pueblo, pueblos que luchan. Alguien gritó: ¡Viva la vida carajo!

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Cristina Vega ¡Vivan los pueblos, carajo! Crónicas desde la insurrección popular en Ecuador con texto introductorio de Raúl Zibechi se terminó de editar el 18 de octubre de 2019 en la ciudad de León, Guanajuato, México. Para su composición se utilizaron fuentes de las familias A veria serif y Alte Haas Groteske

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