MOMENTOS BRILLANTES

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M OMENTOS BRILLANTES Chacabuco, una ciudad colmada de historias bellas


Adami, Alfredo Roberto Momentos brillantes: Chacabuco, una ciudad colmada de historias bellas. 1a ed. – San Juan : Pathros, 2012. 240 p. : il. ; 22x16 cm. ISBN 978-987-28576-0-8 1. Narrativa Argentina. I. Título CDD A863

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Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723. 2012, Editorial Pathros. Jujuy 10 (Sur) - Capital, San Juan. E-mail: editorialpathros@yahoo.com.ar

ISBN: 978-987-28576-0-8 Impreso en Argentina - Printed in Argentina


ALFREDO ADAMI

M OMENTOS BRILLANTES Chacabuco, una ciudad colmada de historias bellas


DEL AUTOR Y AGRADECIMIENTOS

Alfredo Adami. Es Licenciado en Comunicación (Universidad Nacional de Córdoba). Especializado en Comunicación Gráfica. Productor gráfico. Periodista. Docente. Pasó su infancia y adolescencia en Chacabuco. Actualmente reside en San Juan, pero con frecuencia regresa al pago a visitar a sus afectos y a seguir reflejando historias azules. Es titular de EDITORIAL PATHROS. Está casado con Sonia y tienen tres hijos.

AGRADECIMIENTOS A MEDIOS LOCALES IMPRESOS: BISEMANARIO CHACABUCO, DIARIO DE HOY. DIGITALES: WWW.VIVECHACABUCO.COM - WWW.CHACABUCODIGITAL.COM

ESPECIAL A Jorge Aníbal Adami, por su colaboración y compañía en esta afable y grata tarea.

Ilustraciones: Miguel Camporro Diagramación: Renato Fernández Edición al cuidado de María José Sánchez Correo del autor: alfreadami@yahoo.com.ar


A mis afectos entra単ables. A nuestros mayores, con respeto y como deuda.



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PRÓLOGO Una obra literaria es siempre expresión de un trabajo intelectual que engrandece el legado patrimonial de la cultura. Pero es también, camino de libertad creadora, por donde, como afluentes de un río, corren sentimientos, emociones, recuerdos y sensaciones de quien escribe. En esta oportunidad, los de un escritor que atesora remembranzas y las narra, tratando de entablar un diálogo optimista con el lector, que, mediante la lectura, deberá recrear las vivencias de aquel. Pero también prestarse al juego de una comunicación incitante horadando el texto, reinterpretándolo, hasta hallar el solaz que, sin dudas, pretende el autor. En una mañana de domingo, cuando julio imponía sus gélidas temperaturas, llegó hasta mi casa el ex alumno ─ hoy Licenciado en Comunicación ─ Alfredo Adami para contarme de un proyecto que rescataba semblanzas de personas distinguidas de nuestra ciudad natal ─ Chacabuco ─ y postales de un tiempo familiar que atesoraba celosamente y que anhelaba fuera conocido. Pasó a contarme su idea ya gestada y madurada, interesándome desde el vamos por ese deseo de rescatar personajes notables de esa ciudad del noroeste de la Provincia de Buenos Aires. Café mediante, no pude sino felicitarlo por su emprendimiento, además de alentarlo en su faena. Recibido un borrador del libro, una tarde de agosto leí la producción completa de Alfredo Adami. En él, cual “paraíso perdido” desfilan de manera cálida y amena desde Enrique el inmigrante, al bandoneonista Raúl Garello; desde el profesor Elvio Oscar Melli, al admirado jugador de fútbol Sergio Vargas que eligió Chile como meta de sus sueños; desde Angelito Torres al político honesto y consecuente Miguel Gil y una caravana de seres tangibles que, quien estas páginas escribe, pudo conocer y ver en sus idóneos desempeños: “Pilo” Rojas ─ recordado director técnico de fútbol ─ ; el doctor Osvaldo Buey pionero en sus vuelos desde el Aeroclub Chacabuco; Carlos Barera como auxiliar de algunas escuelas en las que


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dicté mis cátedras u otros como Haroldo Conti, que, si bien no conocí personalmente, rescaté en sus variopintas narraciones de un realismo local y universal a un mismo tiempo. La primera parte de la obra, titulada Evocaciones, atrapa en lo singular y propio de cada persona elegida, mientras que la segunda, Del lado del corazón, no es sino un conjunto de postales de un tiempo añorado, querido y vivido por quienes superaron apenas la barrera de los 50 ó de aquellos que están próximos a alcanzarla. Por lo tanto, Adami arremete en un momento de balance y reflexión, en torno a dos entidades que configuran un ser: la familia y el barrio. Y en el último, apurando los años en que se quería ser adulto ─ ¡paradoja de la vida, ahora queremos volver hacia aquellos tiempos felices! ─ el grupo de amigos, desandando el camino de las aventuras, las siestas interminables, los juegos preferidos, los dolores infinitos… Adami, escritor de emotiva prosa, pinta estos frescos con la nostalgia de lo ido, pero con la fuerza del que quiere que perdure su tarea: él mismo lo dice de alguna manera y comparto su opinión. No debemos creer que la historia la escribimos nosotros, sino que otros ─ desde distintos quehaceres─ marcaron con luces y sombras, el camino de la vida, haciendo historia sin la vana presunción del héroe sino con la entrega genuina de aquel que todo lo da, encumbrado o modesto haya sido el puesto que le cupo en suerte. Aromas, perfumes y colores pueblan la infancia de aquellos niños o adolescentes de los años 70 que quiso rescatar Adami a través de narraciones aireadas, nobles, sentimentales. Siempre rescatando valores, resaltando buenas acciones, ensalzando virtudes. Loable esfuerzo que sirve de paradigma a nuestra sociedad anclada ─ lamentablemente ─ en lo efímero del hedonismo, la banalidad o un accionar que privilegia en muchos casos el individualismo y desdeña la solidaridad y el encuentro con los otros. Bien decía Atahualpa Yupanqui que “tira el caballo adelante y tira el alma para atrás”, pero sin perjuicio de caer en una pesadumbre


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que aniquila ─ ni convertirnos como la Sara bíblica en estatua de sal por mirar la tierra dejada ─ el recuerdo que nos propone Alfre-do Adami, nos hace pasar por el alma ─ recordar viene del vocablo latino cordis que significa corazón ─ aquellas pequeñas cosas de la vida, las más sencillas, las que perduran o las que al evocarlas hacen muchas veces que nuestros ojos se nublen y la garganta se oprima. Me complazco pues en prologar este libro de un chacabuquense, que graduado en la Universidad Nacional de Córdoba, pasa sus días en San Juan, allí donde brama el Zonda y palpitan aún los sueños de ese gran argentino que fue Domingo Sarmiento. Que estos MOMENTOS BRILLANTES, sean el prólogo a futuros trabajos de un profesional que honra a su “pago chico”, con las semblanzas de quienes fueron artífices de su esencia e identidad. Y que, celebrando el banquete de la vida muchos de ellos, quiso el escritor, humildemente, rendirles un empinado tributo de admiración.

Rodolfo Rodríguez Licenciado en Historia



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OPINIONES DE LECTORES LAS EXCELENCIAS DE RAÚL “Me emociona leer esta nota… por mi actividad periodística tuve la oportunidad de dialogar con él, en alguna oportunidad… y para más casualidad, yo, soy nacido en la C.A.B.A., precisamente en el barrio de Saavedra, dónde Raúl eligió para vivir en éstos tiempos…”. Carlos Belg Publicado en www.chacabucodigital.com

CHACABUCO Y LOS BALDÍOS “A esta nota la había pasado de largo ya que creí que te interesaba otra cosa. Cuantas veces hacemos lo mismo y nos perdemos situaciones o experiencias riquísimas. Ahora bien! tus reflexiones y recuerdos me transportaron al año 1962 y hasta fines de esa década. En esos baldíos y en los juegos con los amigos y otros quienes luego fueron “compañeros” de ideales y lucha, aprendimos esa palabra que muy bien aportaste: Compañerismo!! Y también nuestro espíritu rebelde y guerrero. Te agradezco este ejercicio de memoria y recuerdo. Un abrazo. Norberto Publicado en www.chacabucodigital.com

PERSONAJES DE CHACABUCO “Alfredo, que cierto lo que decís, no tuve la suerte de conocer a todos los que nombras, si a PALITO, DARIO, GALLARDO; personas que despertaban en nosotros sensaciones desencontradas, cuando éramos chicos. Les temíamos y a veces nos burlábamos de ellos, pero después de grandes, aprendíamos a quererlos, comprenderlos y también a divertirnos con ellos y hasta a veces los ayudábamos con algo. Y también los envidiábamos por vivir en ese mundo tan maravilloso en el que ellos vivían. No vivo más en Chacabuco, sé que algunos ya no están y otros, como es el caso de DARIO, no la están pasando bien. Seria bueno poder devolverle algo, por todos los momentos que nos hacían pasar con su manera de ser. Muchas gracias”. Juan Ignacio Manes Publicado en www.chacabucodigital.com



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PRESENTACIÓN ¿Y... para cuándo el libro Alfredo? me preguntaban algunos con ansias. Ya va a llegar, ya va a llegar... viene caminando... despacito pero seguro, les respondía yo, sereno, apaciguándolos. El reclamo era justo porque los había ilusionado y se mantenían expectantes. Pero lo querían ver ¡ya! Bueno, por fin llegó, ahora ellos lo tendrán en sus manos y usted, bienvenida/o, lo está leyendo. Entonces, misión cumplida y final feliz. Íntimamente, les revelo, que siempre quise escribir este libro, porque me parecía que tantas historias bellas de la ciudad no podían ser sólo confiadas al relato de boca en boca, a la oralidad. Era necesario registrarlas, alguna vez, en una publicación que las contuviera como a un tesoro, para no perderlas jamás. Y también la necesidad de resguardarlas nace, no porque las hayamos vivido y disfrutado en nuestro tiempo, sino que además, son propiedad de todos y conforman un fragmento importante del patrimonio cultural de Chacabuco. La primera parte «Evocaciones», comprende una serie de homenajes a quienes son y fueron protagonistas muy apreciables de esta ciudad. Los destaco, porque ante ésta crisis de ejemplaridad, de falta de líderes sociales genuinos e íntegros, se torna una necesidad imperiosa volver a mirar y redescubrir a muchos de ellos, sobrados de virtudes. Es que con sus testimonios de vida, humildes, solidarios, trabajadores, honestos, generosos, etc., etc., nos han honrado desde el sitial que les tocó ocupar en nuestra sociedad; ya sea como artistas, operarios, médicos, docentes, políticos, deportistas, personajes tiernos y notables vecinos. En definitiva: BUENAS PERSONAS DEL LUGAR. Es más, referirlos, me pareció un acto de justicia. La segunda parte «Del lado del corazón», muestra algunas de mis historias personales, que han sido como las de la mayoría de los niños y adolescentes en Chacabuco ─ con sus penas y alegrías ─ entre las décadas del 70 y 80, principalmente. Expresan una forma de vida distinta que tuvo un encanto especial. Bienvenidos entonces una vez más, los invito a disfrutar del interior de este compendio que está colmado de MOMENTOS BRILLANTES. Para mí ha sido un placer reflejarlos.

Alfredo Adami



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I- Evocaciones



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Enrique, el inmigrante



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EL SUEÑO AZUL

Se despertó aquella mañana del mes de noviembre de 1885, sabiendo que a partir de ese momento su vida cambiaría. Corrían tiempos muy difíciles. El trabajo escaseaba, la miseria y el hambre eran cada vez más letales. Apenas desayunó, se fundió en un abrazo con su madre y ella estalló en llanto. Él la besó, secó sus lágrimas y le prometió que volvería un día, la dejó con esa ilusión. Luego,


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comenzó a desandar la casa y con los brazos extendidos fue rozando con sus manos las paredes, fijando las formas, las imágenes, aspirando los aromas, queriéndose impregnar de todo lo que no podría cargar. Después, tomó su equipaje y partió. A poco andar se detuvo y contempló por última vez el paisaje, la bella morada donde había nacido, las montañas detrás, el río, los árboles, el cielo celeste diáfano y sintió que éste también lo despedía sollozando. Más adelante, en el trayecto, pasó por la casa de “ella”, la vecinita que le quitaba el sueño; a la que no quiso despedir para no herirla. Hacia solo días, a la salida de misa, ella le había declarado su amor con la promesa de permanecer a su lado hasta la muerte.

A pie, solo y en silencio, siguió viaje hacia el puerto. Después de caminar un largo rato, vislumbró a lo lejos el SUD AMÉRICA, uno de los vapores más grandes del mundo. En el muelle, su padre lo estaba esperando para despedirlo. Él, le comunicó que algunos familiares de amigos, que habían partido con anterioridad se radicaron en un pueblo nuevo, denominado Chacabuco, en la provincia de Buenos Aires de la República Argentina y que ése lugar sería su destino final. Ya sobre la partida, el anciano se le puso de frente, lo miró fijo a los ojos y le apoyó la mano en el hombro ─ era el gesto más afectuoso de un padre hacia un hijo ─ . Él, sostuvo la mirada hasta donde pudo.─ Enrique, sé que va ser muy duro empezar allá pero aquí no hay porvenir. Con tu madre quisiéramos acompañarte pero ya estamos viejos y seríamos una pesada carga. Nuestros huesos quedaran aquí. Reza y aférrate siempre a Dios, Él te protegerá. En una mano la valija, en la otra una bolsa con algunas mantas


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para protegerse del frío y comida. En el bolsillo del saco algo de dinero, el pasaje y el permiso de embarque que le había costado horrores conseguir. Desde la embarcación informaban la salida. La muchedumbre, obreros y campesinos, se alborotaban en la rampa de subida. Zarparon. El barco se fue alejando lentamente de la costa. Observó con tristeza infinita como la figura del padre se iba achicando y también todo el paisaje. Se apoyó a una de las barandas y lloró como un niño. Era la despedida más dolorosa de su vida. Atrás quedaba su infancia, sus seres queridos, sus recuerdos, su mundo... pero solo lo mantendría en pie el “Sueño azul”.

Después en el barco, llegaron las noches de insomnio. Dormitaba y recordaba cuando en los crudos inviernos, su madre, con inconmensurable ternura, entraba a la madrugada a su cuarto, con el farol en la mano, a taparle la espalda. También, soñaba que ella lo abrazaba fuerte y le murmuraba al oído:─ Hijo, duerme, esto pasará pronto... El viaje se hacia interminable y las ratas estaban en todas partes. Las cáscaras de frutas y la suciedad se esparcían por todos los pisos. Se llenó de piojos. Sentía pánico de contraer fiebre amarilla porque muchos pasajeros ya estaban contagiados. Corrían serios rumores de que en el barco viajaban polizones que aprovechaban la oleada migratoria para escaparse de sus perseguidores e instalarse en América. Para contrarrestar la tristeza, se sumaba a algunos grupos de personas que le brindaban confianza y que tocaban el acordeón, la flauta, el violín. Cayó en sus manos un manual, que había confeccionado el gobierno argentino para desenvolverse en el país. Lo releía con frecuencia. Allí aconsejaban que no se amontonaran en las grandes urbes, que se alejaran hacía el interior, donde encontrarían más posibilidades de trabajo y mejores tierras.


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Por fin, dos meses después, el vapor llegó al puerto de Buenos Aires, ancló lejos de la costa y fue testigo como muchos compañeros de viaje sucumbieron ante la desesperación. Algunos se impacientaban por bajar y perdían sus objetos o se los robaban. Más tarde pasó por el registro civil y se aseguró de que sus datos ─ sobre todo apellido y nombres ─ no fueran mal copiados. En ese lugar oyó testimonios desgarradores de otros inmigrantes sobre lo que devendría y sintió que aquella profunda desazón de la despedida no iba a ser todo. Pues escuchó comentarios del trauma del desarraigo, de los intentos de suicidios, la sensación de peligro constante, el retraimiento social, la pérdida de creencias y las conductas agresivas. También se enteró que a muchos ancianos que habían arribado antes y precisamente de la zona de donde él provenía, la depresión los había enfermado para siempre. Por aquellos años, los inmigrantes llegaron de muchas partes del mundo, principalmente de España e Italia. El destino los puso a prueba y experimentaron en sus corazones ardidos de ausencia, el amor hacia la patria que dejaron y el asombro por la tierra que los recibía. También la renovada contrariedad que les salió al paso, la sonrisa desdeñosa y el gesto burlón, la incredulidad de que pudieran aquellas manos y aquellas voluntades aspirar a un porvenir mejor. Nos dejaron un legado rico e interminable, desde las costumbres de la crianza de aves de corral, cerdos, vacas, conejos, fabricación de distintas clases de quesos, dulces, cuajadas, manteca, embutidos, pickles de verduras y hortalizas. Las virtudes hogareñas, la frescura de la palabra amistad, el descanso lleno de tibieza y de un lecho con rumor a porvenir. Agregaría, que los sembradíos de aquella época se realizaban a mano, las cosechas finas se cortaban con la hoz y la guadaña, lo mismo con el forraje; el maíz también se cortaba con la


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hoz y se emparvaba para posteriormente deschalarlo a mano.

Finalmente sobre Enrique, cuentan que se instaló en la zona y comenzó a labrar su porvenir. Lo más extraño y misterioso es que nunca se supo, con precisión, cuál fue su paradero, su apellido y mucho menos si pudo volver, alguna vez, a reencontrarse con su madre como se lo había prometido aquel día que emigró. Hubo quienes aseguraron que vivió por los pagos de O´Higgins y otros en Rawson, jamás se pudo constatar. Pero lo que sí aseguran es que cualquiera de aquellos inmigrantes pudo haber sido Enrique. Pues el espíritu de lucha y sacrificio estuvo vivo en cada uno de ellos; los que a pesar de todas las inclemencias, apostando al trabajo con perseverancia y con gesto de humildad, lograron alcanzar el más grande de sus anhelos, el venturoso, el radiante “Sueño azul”. Vaya esta sentida historia, recreada a partir de algunos testimonios, en homenaje y eterno agradecimiento a todos aquellos abuelos, bisabuelos y antecesores de Chacabuco, que se dieron íntegros en las tareas de hacer dar frutos a esta tierra y nos comenzaron a forjar una ciudad...



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RaĂşl Garello



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LAS EXCELENCIAS DE RAÚL

"… Estábamos con un amigo charlando, sentados en la alcantarilla de Av. Saavedra y Urquiza, ésta última no era asfaltada todavía y pasaban los autos y nos cubrían de tierra, pero a nosotros no nos importaba, nos gustaba ese lugar. Tendríamos nueve años más o menos. De pronto apareció Obdulio (San Martín) en la bicicleta, y en el portaequipaje de atrás, traía una caja negra. Entonces le


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pre-guntamos que era: ─ Un bandoneón, nos contestó. Nosotros no teníamos ni idea de lo que podía ser y le pedimos: ─ ¡A verlo! ─ No, no se los puedo mostrar acá, nos respondió. ─ Bueno vení, le dijimos y fuimos a la carpintería de mi tío que estaba a media cuadra. Adelante había un salón de exposición. Entramos ansiosos, expectantes. Él con mucho cuidado apoyó la caja despacito sobre una mesa, como si se tratara de un cofre. La abrió… y vimos aparecer el bandoneón... Luego lo acarició y lo recostó sobre su falda muy delicadamente. Todo esto en un silencio absoluto. Empezó a tocar y cuando lo escuché sonar me produjo un encandilamiento. Me parecía increíble que existiera un sonido así. Tocó un par de tanguitos y no lo podíamos creer. Pero a mí como que me absorbió. Entonces a partir de ahí, de ese momento, nunca más volví a ser el mismo. Mi vida cambió para siempre…" Raúl Miguel Garello, forjó una trayectoria impresionante. Es un músico extraordinario, de excepción, completo: bandoneonista, orquestador, compositor, director y arreglador. Nació en esta ciudad, el viernes 3 de enero de 1936. Tan prolífica es su carrera (con más de sesenta años de actuación) que es reconocido no sólo en nuestro país, sino en el mundo. Pisó los escenarios más exigentes, desde Francia, Alemania, Holanda, España, Portugal, Italia, Turquía, México, Estados Unidos, hasta Japón y China.

Es un verdadero orgullo del lugar y uno de los más notables, sino el mayor artista de todos los tiempos que dio Chacabuco. Aprendió de tres especialistas: Don Salvador Criscuolo, Héctor "Cholo" Marsiletti y Don Francisco Leñazi. A los que siempre recuerda como seres entrañables. Ya a los 18 años, las bandas locales le quedaron chicas y decidió partir a la gran metrópoli: la Ciudad de Buenos Aires, con más de cinco millones de habitantes. Fue transitando paso a paso de menor a mayor, con los bríos y los sueños que


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surten los primeros años de juventud. La modestia de un pibe del interior deseoso de aprender, los sabios consejos de sus exmaestros de Chacabuco, y la humildad de reconocer que sólo con su destreza no le alcanzaría para triunfar, sino que además, debía trabajar incansablemente y dedicarle muchísimo tiempo al estudio. Después de varias décadas, en 2003, aquel jovencito que había partido con sus valijas repletas de ilusiones de su pueblo natal, consiguió a fuerza de pura convicción, perseverancia, sacrificio y talento musical, que aquella ciudad gigante, Capital de la República Argentina, "cuna del tango mundial", se rindiera a sus pies y lo declararan: «Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires». Y en diciembre de ese mismo año, lo distinguieron con el premio a la «Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes». Les preparé un breve resumen de su destacadísima carrera. Por motivo de espacio tuve que excluir algunas presentaciones. Pero no he querido apartar su primera actuación con el quinteto de Criscuolo en el viejo Almacén del Sol, siendo apenas un niño y con pantalones cortos. Apropósito de aquel debut, siempre circuló un relato maravilloso, entre real y mágico.

Contaban, algunos de los espectadores que habían asistido aquel día de invierno del 48 a las tres de la tarde, que un grupo de seguidores incondicionales, estaban muy enfurecidos con Don Salvador, porque les parecía una locura la decisión de hacer debutar a un pibe con solo 12 años "en primera división". Era "quemarlo" y además poner en riesgo el prestigio de la orquesta. Sin embargo, cuando la banda empezó a tocar llegó la hora de la verdad... "La joyita", cuentan con detalles, se mostró algo débil y tímido al


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principio,─ claro era lógico, entre otros compañeros músicos adultos ya consagrados y tanta multitud su estado no era para menos ─ pero a medida que fueron pasando los minutos fue tomando confianza, se fue soltando, dejando fluir su talento, su genio y de a poco los fue cautivando, envolviéndolos con su gala, hasta deslumbrarlos completamente arrancándoles grandiosos aplausos que educadamente él agradecía de pie, entre tema y tema. Los escépticos, entonces, se quedaron boquiabiertos y embobados. Pero lo más inesperado, sorprendente y asombroso llegó al final del espectáculo, porque contemplaron, al despedirse el chico, algo jamás visto que los dejó atónitos absolutamente a todos: por sobre la pequeña figura de Raulito se había posado una estrellita muy pequeñita, como dibujada o de fantasía y tenuemente comenzó a parpadear, a dar pequeños destellos... Aquí, una parte de su recorrido: Desde 1963 hasta 1975 fue protagonista en la Orquesta de Aníbal Troilo como bandoneonista y arreglador. Desde 1980 fue Director fundador de la Orquesta del Tango de Buenos Aires. En 1989 se presentó en el Primer Festival de Tango en Granada (España). En 1990 actuó junto a Gary Burton en Buenos Aires. Junto a Horacio Ferrer creó el espectáculo "Viva el Tango" el cual representaron en Montevideo (Uruguay), Amsterdam (Holanda) y en Ankara y Estambul (Turquía). También grabaron el CD "Tangos en homenaje a Woody Allen". En 1991 actuó con su Orquesta en el Festival Latino, en Nagoya (Japón). En 1992 grabó en Toulouse (Francia) con la Orquesta National del Capitolio dirigida por Michel Plasson el CD "Gardel-Tangos" participando como arreglador y bandoneonísta. En enero de 1996 actuó con la Filarmónica de Dresden (Alemania). El 1º de enero de 1997 se realizó el "Concierto de Año Nuevo" en Toulouse (Francia). En esa oportunidad asumió la dirección de la Orquesta reemplazando a su Director titular Michel Plasson. Ha sido premiado por la Fundación Kónex en los años 1985 y 2005 y por SADAIC en 1989 y 1997 recibiendo el "Gran Premio SADAIC de


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composición". Como compositor se destacan sus obras: "La Danza del Fueye" interpretada por el célebre bailarín Jorge Donn, con coreografía de Maurice Bèjart, esta misma obra recibió en el año 2001 el Premio Nacional de Música. En 1999 viajó a Francia en dos oportunidades (mayo y julio). Actuó en Reims, Laon, Nantes, en el Teatro Municipal de Beauvais y también en St-Etienne, donde presentó sus nuevas obras para bandoneón y ensamble de violoncelos. En 2000 escribió su concierto para Bandoneón y Orquesta "Tango Lungo". En mayo de 2001 viajó a París (Francia) y actuó en la Sala Jean Vilar del Teatro Nacional du Chaillot. En enero de 2002, escribió "Arlequín Porteño", fantasía para Violín y Orquesta en tres movimientos. En 2004 grabó junto a H. Ferrer el CD "Diálogos de Poeta y Bandoneón". En junio del mismo año se presentó en Génova 04, (Italia), en el Palazzo Ducale.

En septiembre dirigió la Orquesta Alemana "Sabor a Tango" en Alemania. En mayo de 2006 actuó en el Teatro Nacional Du Chaillot de París. En septiembre actuó en el Auditorio Parco Della Música de Roma y salió a la venta el DVD "Diálogos de Poeta y Bandoneón". Grabó el CD junto a Anna Saeki "Concierto de Anna". En febrero de 2007 terminó de escribir junto a Horacio Ferrer la ópera "El rey del tango, en el reino de los sueños". En marzo actuó en el Teatro Grande de Brescia (Italia) y luego se trasladó a Hong - Kong (China) y actuó en el Festival "Buenos Aires Tango en Hong - Kong" del 21 al 25 de marzo.


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En marzo de 2009 participó del Festival "Fervor de Buenos Aires", en . el Centro Cultural de Belem (Portugal) CCB. En mayo de 2010 lanzó una nueva producción discográfica "Tiempo Fuerte" (algo muy novedoso en el tango actual) y siguió sumando exitosas presentaciones. Hoy, desde un rinconcito distinguido y triunfal, colmado de duendes y musas inspiradoras en el barrio de Saavedra, lugar que eligió para siempre junto a su familia y muy encariñado con su último nietito, al que dedica algunas escrituras; se mantiene pleno, reflejando realidades, armonizando la profundidad de metáforas azules y bandoneando sueños.

La música, la más maravillosa y sublime enunciación del hombre vive en él, como la vida misma. El tango cuna de barro, percal, melancolía y la herramienta con que muchos enfrentaron la vida y pusieron sosiego a sus sentimientos, sigue siendo el alimento con él que se nutre su espíritu. Da cátedras, e inyecta entusiasmo a nuevos valores. Renueva permanentemente la esencia, el carácter genuino del Tango y enarbola sus banderas. Defiende inquietantemente la difusión y su vigencia, siempre atacada, siempre embestida. Es que continuamente surgen intereses espurios que ofenden al género y mucho se profetiza: "Es una música que ya no ocupa los espacios de antes", "Nuevos estilos piden pista", "Nada es para siempre", afirman algunos. "El tango siempre será acechado por intereses ocultos pero nunca morirá", "El tango se salva sólo…", aseguran otros. Discusiones van, discusiones vienen.


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Pero Raúl, nos reconforta saber que mientras siga en luz, de algo podremos descansar, afortunadamente estar seguros: la guapa hermosura de la música, su belleza íntima, nunca dejará de brillar si usted la sigue dirigiendo, componiéndola, orquestándola, haciéndole algunos "arreglitos", susurrándole al oído desde su bandoneón sensible y enamorándola con la sinfonía que florece de su corazón tierno.

Volviendo a la vigencia del tango, quédese tranquilo`troesma´, nada ni nadie nos podrá impedir jamás, que disfrutemos de las excelencias; esas bellísimas obras maestras que nivelaron para arriba al tango, y que usted talentosamente, como el primer día, cuando comenzó a fulgurar su estrella en la mítica Curva del Sol, le sigue regalando al tiempo.



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テ]gel Torres



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UN ÁNGEL DE PELÍCULA

─ "Hoy a las cinco se estrenan dos películas: la primera es de los hermanos Charles, cómica, se `yama´ Cinco locos en España, pero es francesa ésta película. Son los mismos que hicieron Cinco locos en el supermercado, se acuerdan??? Bueno, es buenísima ésta película!!! Ésta otra (nos señaló la lámina de adelante) es de Bruce Lee. Muy buena también. A él le secuestran al maestro, los chinos, enton-


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ces él lo va a rescatar. Entra a un monasterio y se arma una… reparte patada´ pa´ todos lado´ ja, ja, ja!!! A la noche, dan una comedia muy graciosa y una de amor, se trata de una parejita que estaba de novio y el padre de ella no quería que anduviera con ese muchacho, entonces les hace la vida imposible para que la hija lo deje, pero la chica no lo deja por nada del mundo y se van juntos a vivir a otro país, el padre los sigue pero no los encuentra, después tuvieron muchos hijos y fueron muy felices...”. Hizo una pausa, tomo aire, extrajo un pañuelo del bolsillo de atrás del pantalón y doblado como estaba se lo pasó por la frente como acariciándola, se secó unas gotitas de sudor y siguió: ─ “Después mañana en matiné dan una de Trinity con el Gordo Bad Spencer, muy buena también, yo la vi pero hace mucho y otra del Zorro con el Sargento García, también buenísima las dos. El otro fin de semana no dan nada porque viene Titane´ en el Rin´ a Porteño, así que no van a dar películas. Bueno vayan todos, no se pierdan estos peliculones, chau, chau…". Se dio vuelta, se enderezó y partió con su enorme mochila de papel y cartón. Más adelante, se detuvo ante otro grupo de chicos que estaban sentados en el banco de la plaza. Divisábamos a la distancia, los gestos que hacía para explicar de qué se trataban las películas, no le era fácil mover los brazos con las láminas atrás y adelante. Luego, siguió hacia la avenida Alsina y se nos perdió entre las bicicletas y la gente que entraba a la Antigua Casa Galli. Nosotros, que habíamos estado jugando un "arco chico" en la vereda, retomamos el partido.

Con el correr del tiempo sus visitas fueron más frecuentes. Siempre aparecía de golpe, por sorpresa. Describirlo físicamente, bien podría decirse que era como una caricatura de Basurto. Gordo, petizón, calvo, apenas con unas canitas que se asomaban


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desde arriba de las orejas. Acusaba unos sesenta años. Vestía normal y como detalle, siempre llevaba un pañuelo de seda atado al cuello. Era muy locuaz y tremendamente emotivo.

Después, nos hicimos muy amigos y un día nos contó que su mamá había fallecido. Sacó del bolsillo del pantalón un reloj, de esos que se colgaban con una cadena en el bolsillo y en vez de tener las agujas tenía la foto de una mujer. La miró y se emocionó. Con los ojos llorosos, nos confesó: ─ Ésta era mi mamá, yo siempre la llevo conmigo… ahora está en el cielo, fue la que más amé en la vida... Luego la acarició, la besó como a una estampita, y la guardó casi llorando.

Angelito Torres fue un personaje muy querido en esta ciudad por grandes y chicos. Era "El hombre publicidad". Mostraba las láminas y explicaba las tramas y nombraba a los actores, incluidas las pequeñas reseñas de las películas que daban en los cines de Chacabuco, por todo el centro. Le imprimía a sus alocuciones, su leguaje de pueblo, su impronta y sus ademanes. Por todo eso fue único. Una vez, después de habernos pasado la publicidad, se hizo un ratito de tiempo para quedarse con nosotros y nos sorprendió con este increíble relato: ─ "Yo gané un concurso de “Quien comía más…” y fui el que más comió. Lo superé a un grandote, un gringo que tenía unas manos así… y media como dos metros de alto. Fue en una es-cuela de campo. Yegamo´a la final los do´. Yo le gané porque en ve´de tomar vino como él, tomaba té tibio; entonces la grasa bajaba y se disolvía. El alcohol a él lo perjudicó. Yo comí mi lechón, de casi ocho kilo´y él dejó un cuarto. Después me dijeron si me animaba a comer el cuarto que había dejado el otro, y me lo comí… La gente me aplaudía como loco".


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Nos habíamos quedado estupefactos. Al tiempo, corroboramos que la historia era verdadera y supimos también que era famoso por su "gran comer". Tenía en su haber muchos concursos ganados y varias apuestas también.

Pero un día en Chacabuco el paisaje cambió, nunca más lo vimos por ningún lado, como otros tantos personajes queridísimos, se fue sin avisarnos, sin despedirse, quién sabe a dónde. Nos quedó un dejo de tristeza y en su ausencia muchísimos lo sentimos. Es que ellos, desde sus presencias, con sus carismas, sus ocurrencias, sus relatos, ennoblecieron la ciudad, la hicieron más pintoresca, bella, y propiciaron desde sus almitas nobles, mansamente, otros modelos de amor. Hoy es justo evocarlo y reconocer con sensatez, que el cine y él moldearon nuestra niñez con películas; en salas en penumbras pero llenas de estrellas y de fantasía. Y si bien antes, la oferta en los cines era vasta y muy variada como ahora, no nos era posible asistir a ver muchas películas. Las monedas no alcanzaban. Aunque como consuelo, hoy con la experiencia atesorada, debemos reconocer y convenir, que en el cine como en la vida siempre habrá algunas "películas" que por algún motivo no podremos ver. Pero sin embargo, y a pesar de todo, estaremos buscado algún resquicio o haciendo algún esfuerzo que valga la pena alcanzar para cumplir nuestros deseos. En definitiva, acariciar otros universos posibles, más dignos y más justos; muy emparentados con aquellos mundos soñados de la niñez, en los que Angelito Torres, con su presencia tierna, emotiva, feliz, y desde los cartones impresos que colgaban de su humanidad y se apoyaban sobre su corazón, sin habérselo propuesto quizás, se encargó de prodigarnos.


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Omar AbuĂŠ



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OMAR SIEMPRE ESTARÁ

San Rafael, Mendoza, fue su querencia, allí nació y pasó su infancia. Cuentan, los que lo conocieron de chiquilín, que solía juntarse con los amigos de su edad, entre ellos Julio Tercero, Alberto Vega y los Treptop, en la vereda de la tienda que sus padres tenían en la esquina de San Martín y Day. Que de allí, se iban con las hondas colgadas al cuello a la estación de trenes, a tirarle a todo lo que se moviera o no.


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Entre vagones y aromas del ferrocarril transcurrieron sus días de niño feliz. Las siestas sobre todo, fueron las más fieles testigos de sus travesuras infantiles. Ya, con unos años más, le comenzó a maravillar algo, que se trasformaría luego en el gran amor de vida: el radioteatro. Pasaba horas, escuchando y mirando tras los vidrios de la antigua LV 4, a quienes practicaban esa labor tan hermosa y de moda por entonces.

Tiempo después, se inició en ese arte y los artistas que le despertaron tanta admiración, con el transcurrir del tiempo, fueron sus compañeros de trabajo, y él por su talento, se transformó en el protagonista cómico de mayor trascendencia.

Se dio el lujo de compartir elenco con los más grandes del lugar, cuando las radios llegaban a transmitir hasta tres radioteatros por día. Trabajó con Felipe Dudán, Enrique Llambí, María Esther Martinez, Tito Mendoza, Jorge Albarracín, entre otros. También incursionó en el cine con notable éxito, y bajo la dirección de Abelardo Arias Balloffet, actuó en un famoso largometraje, que se denominó "Álamos Talados" y se filmó en las orillas del Río Diamante. El tiempo hizo que una vez visitara San Juan y se enamorara del lugar. Allí deslumbró con su talento a la gran audiencia de Radio Colón y Sarmiento, emisoras que llegaban además, a otras provincias vecinas. En su andar, se convirtió en una de las figuras más emblemáticas del radioteatro de San Juan y nacional; junto a otros como Oscar Donaire y Alberto Vallejos. Los Abué, vivieron por épocas en esta provincia, y la última vez que Omar la visitó, fue en el año 1980. Es recordado como un gran artista, cálido, divertido e histriónico. Allá por mediados de los 70, arribó con su familia a Chacabuco.


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Nunca me voy a olvidar el impacto que provocaron en la ciudad. Hacia pocos años que LT 36 estaba en el aire, y si bien algunos programas eran dueños de una audiencia muy importante, después del medio día arrancaban ellos con el radioteatro y la ciudad se paralizaba... Fueron de a poco metiéndose en el corazón de la gente, no solo del lugar, sino de todo el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Eran incontables los lugares de presentaciones, en uniones vecinales, clubes deportivos, escuelas, sociedades de fomento, teatros y cines. A las doce y media en punto, comenzaba la radionovela, y en casa mientras almorzábamos, ellos nos deslumbraban con sus historias y sus voces, con sus sonidos, las recreaciones de las escenas y los trucos. La fantástica forma en que Omar pintaba el escenario donde se desarrollaban las acciones. Las características de los personajes, los estados emocionales de los actores y la calidad actoral de Gladys y Jorge, sus hijos, que siempre tenían papeles preponderantes. Por todo ello, sus obras, tuvieron un éxito arrollador. Abué fue un ilustre de éste arte protagonizado por valientes gauchos, malevos, campesinos sufridos, hombres y mujeres en historias de amor y odio. Sus éxitos más notables fueron: "Mamerto llegó del campo", "Agapito el tonto de la familia", "Guapo del 900", entre tantos otros y siempre estuvo al frente de la compañía que llevaba su nombre. Se destacó como actor, imitador, humorista, guionista y director. También en los últimos tiempos, ya un poco retirado de los escenarios, se dedicó a escribir obras, que tuvieron una extraordinaria acogida, obteniendo grandes lauros y demostrando ser un escritor brillante.


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En el año 2007, fue nombrado por las autoridades del municipio: Ciudadano Ilustre del Partido de Chacabuco, por su destacada participación en el ámbito cultural y el compromiso de vida con esta comunidad. Acto muy emotivo y muy merecido por cierto. Pero llegó un día, del mes de enero de 2010, y los diarios publicaron: Se nos fue "El Saluma" (apodo de su niñez) en San Rafael, Mendoza. Llora el radioteatro en San Juan. Nos dejó una gloria del Radioteatro Nacional, en Buenos Aires, y títulos parecidos en otros lugares. En Chacabuco, dicen los que lo vieron por última vez, que había cumplido con su última función, que muy lentamente y en silencio armó su equipaje, cargó sus disfraces, sus guiones, sus personajes, las hojas de diario que utilizaba para simular la lluvia y el resto de sus pertenencias. Se dio tiempo para dejar un pedido: "Que siempre se lo evocara con alegría y levantando una copa de vino". Luego, agradeció al Supremo por tantas bendiciones recibidas y partió al viaje final. En su adiós, muchos lo lloraron, otros guardaron un respetuoso silencio y a otros tantos nos invadió una profunda tristeza. Algunos quisieron evocarlo con palabras. Un señor, que manifestó haberlo admirado y seguido desde pequeño, murmuró: ─Fue un hombre con espíritu de niño… Una señora de O`Higgins, que se identificó co-mo una gran oyente y muy admiradora también, pidió permiso para expresar una estrofa de una poesía en rima, que le había escrito con el alma. Recitó:

Fuiste un gran artista nacido para agradar, con un mueca conquistaste el corazón de los demás, te diste por entero, no te quedó nada para dar, y fuiste feliz con un mimo, un aplauso, nada más.

Pero él no se fue, dejó una señal. Se apagó su vida aquí y se encendió en el cielo una estrella, que se ubicó entre las más altas, grandes y luminosas. Entonces, la mágica presencia de esa lumbre,


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nos dirรก eternamente que Omar siempre estarรก, con humildad, para hacernos mรกs humanos, mรกs sensibles, y para recordarnos que tan solo, con la mirada tierna de un personaje feliz, se puede acariciar un corazรณn.



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Haroldo Conti



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LA LA PLUMA PLUMA BRILLANTE BRILLANTE

Les confieso que la primea vez que cayó un libro suyo a mis manos fue como a los quince. Sabía de antemano, que no se trataba de un escritor cualquiera y las menciones de lugares de Chacabuco, a partir de los primeros párrafos nomás, me atraparon y me facilitaron la lectura, la comprensión. Desde ese momento, solamente con eso, que no sé si llamarle localismo o amor por el lugar, comencé a respe-


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tarlo y a quererlo. Desde aquellos tiempos entonces, comienzo de los 80, ese ejemplar preciado, siempre me acompañó por los tantos lugares donde anduve o la vida me llevó. Y hoy reposa ahí, en mi modesta biblioteca, como un trofeo. Se asoma entre los otros con el lomo dorado y se muestra soberbio con su título: «La balada del álamo Carolina». Y como los grandes libros nos convocan siempre a visitarlos, acepto su invitación gustoso y releerlo me hace bien. Es como se dice: “una bocanada de aire fresco”.

Haroldo amaba Chacabuco, siempre decía que cuando sus ingresos pobres de profesor se lo permitían, agarraba el auto y venía a su pueblo. No había otra cosa que le gustara más. Éste lugar, también le servía de inspiración y muchísimos de sus relatos nacieron aquí. A tal punto estaba ligado a esta ciudad que aquella noche del secuestro, en su máquina de escribir, prendía una hoja de un cuento en plena creación que narraba la historia de una tía que había fallecido en Chacabuco y que a él, lo había movilizado mucho. Mayo reúne las dos fechas más trascendentes en la existencia de Haroldo. El día 4 su desaparición, y el 25 su nacimiento. Motivos suficientes para recordarlo, evocando algunos párrafos de dos de sus más maravillosos cuentos: «Las doce leguas a Bragado» y «La balada del álamo Carolina». En el primero, desde una imaginación prodigiosa, narra la historia de su tío Agustín que era un gran corredor, de la siguiente forma: “Hoy es justamente la festividad de San Isidro, 15 de mayo, y se corre la Vuelta del Salado o la Fondo de las 12 leguas, es decir, La de Fondo de las


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12 leguas a Bragado. El tío estuvo haciendo trote en la largada una hora antes de la partida. Tenía puesta una camiseta de frisa con el número 14 pintado en la espalda y unos pantaloncitos negros y las zapatillas de badana y cuando el viejo Pelice disparó la bomba de estruendo el tío pegó un tremendo grito y salió a los trancos, plaf, plaf, plaf, perseguido en la mañana neblinosa por una hilera de hombres semidesnudos, entre ellos el loco Garbarino que no pasaba del cementerio y se cansaba tanto de agitar los brazos y saludar hasta los perros, dio una vuelta a la plaza y cuando comenzaba a encendérsele aquella blanca llama enfiló por la Avenida Alsina, pasó punteando frente al bar japonés y rumbeó serenamente hacia las quintas. El tío corre con la huesuda cabeza hacia atrás como un pájaro y a medida que entra en combustión sus trancos son más largos y más altos. La gente resbala como una mancha oscura por el costado de sus ojos y, después del hospital municipal, se corta, se disuelve y cuando no hay más gente y sólo queda por delante el camino pelado, el campo húmedo y la mañana olorosa, la llama le brota por los ojos y corre todavía mas fuerte, más liviano”.

Sigue, más adelante: “Después crecí, eché sombra como un árbol y hasta yo participe en La fondo de las 12 leguas a Bragado, pero no pasé del cementerio. Cuando doblé por el hospital y vi a lo lejos los altos humos de los hornos de ladrillo, algo que, supongo, trastornaba al tío el cual quería darle alcance a cuanto se ponía al fondo del camino, las sienes me empezaron a temblar y me dolían las encías como si fuese a echar un puñado de dientes. Al llegar al cementerio rodé con un grito entre el polvo, sudores y piernas pasaron zumbando al lado de mi cabeza”.

Luego, después de muchos años, llega a Chacabuco desde Buenos Aires y va a visitar al tío, ingresa a su carpintería y relata: “De repente sentí un leve raspón junto al tablero de las herramientas y achicando los ojos vi emerger por detrás de la mesa la blanca cabeza del tío que estaba sentado en un banquito. Parecía un pájaro, uno de esos viejos cóndores que con las alas raídas abiertas toman sol en la jaula del Zoológico”.

Pasó un tiempo y al final nos cuenta que el tío ya estaba muy avejentado y perdido:


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“Tenía puesto un camisón de frisa y un gorrito de lana y de tan flaco y huesudo se perdía entre la pila de almohadas. Hace meses que no sale de ahí. Fuera de los límites de esa cama no reconoce nada en el mundo. A eso se ha reducido el suyo, a aquella buena cama inglesa de bronce bien lustrado. Sin embargo, no la pasa tan mal. Siempre tiene algún muertito con el que charlar y por detrás de las barras de bronce ve cosas de hermosa extravagancia, como el corso del año 23 o el Circo Sarrasani, e inclusive el día en que el loco Garbarino ganó de tarro La Fondo de las 12 a Bragado”.

Otro de los cuentos, de brillante relato, es «La balada del álamo Carolina», en el que personifica al viejo álamo. Aquí algunos pasajes: ”Al este, por donde nace el sol, había un bosque. Lo divisó una mañana con sus ojos verdes más altos y todas sus hojas temblaron con su brillo de escamas. Era un árbol más grande, el más grande y formidable de todos. Al caer la tarde, con el sol cruzado barriendo oblicuamente los pastos que parecían mansas llamitas, los árboles aquellos ardieron como un gran fuego. Por la noche, el álamo apuntó una de sus delgadas ramas subterráneas en aquella dirección y recibió la respuesta. No era un árbol más grande, era un bosque, es decir un montón de ellos, tierra emplumada, alta y de rumorosa hermandad. ¿Por qué no estaba él allí? ¿Por qué había nacido solitario? ¿Acaso él no era como un resumen del bosque, cada rama un árbol? Todas estas preguntas le respondió el bosque, sus hermanos, noche a noche. Esta y muchas otras porque a medida que se ponía viejo, en medio de aquella soledad, se llenaba de muchas preguntas como de pájaros a la tardecita. Los árboles no duermen propiamente, se adormecen, sobre todo en invierno cuando las altas estrellas se deslizan por sus ramas peladas como frías gotas de rocío. Es entonces cuando sienten con más fuerza todas aquellas voces y señales de la tierra. Los animales de la noche salen de sus madrigueras y roen la oscuridad, un pájaro desvelado vuela hacía la luz de una casa, un bulto negro trota por el camino, los grillos vibran entre los pastos como cuerdas de cristal, un perro aúlla en la lejanía, el hombre se da vuelta en la cama y piensa cuántas fanegas dará el cuadro de trigo. En este mismo momento, en esta noche tan quieta, la semilla está trabajando ahí abajo, el árbol la siente germinar, siente su pequeño esfuerzo, cómo se hincha y se despliega y recorre, pulgada por pulgada, el mismo camino que ha trazado el deseo del hombre, que ha vuelto a dormirse y sueña con una suave marea de espigas amarillas”.


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Así, con esa forma tan sencilla y simple de narrar, pero llena de hermosura, Haroldo, siempre mezcló ficción y realidad y logró un matiz inigualable. Hoy por hoy, afortunadamente, es notable el apoyo y difusión a las obras y trayectoria de Haroldo desde el Gobierno Nacional, Provincial y Municipal; que bien merecido está y no deja de ser un acto de justicia. Pero lo que más llama la atención, es que a la hora de homenajearlo no alcancen los elogios. Al respecto, existe en Chacabuco desde hace muchos años un relato que nadie cree, pero curiosamente contiene datos de la realidad que lo tornan mágicamente posible.

Cuentan, con lujo de detalles, que para un 25 de Mayo, día de la patria y fecha de aniversario del nacimiento de Haroldo, se habían congregado a la sombra del “Viejo álamo Carolina”, un grupo de jóvenes escritores e intelectuales famosos de habla hispana. Entonces, a modo de homenaje, leyeron algunos de sus cuentos, el que cada cual consideró el mejor, y luego, de a uno por vez, lo evocaron con un elogio en el que cada miembro quiso destacarse por sobre el resto.

Habrían expresado: Vargas Llosa, ─ fue dueño de una mirada distinta… David Viñas, ─ fue un prosista extraordinario… García Márquez,─ fue una pluma brillante… Eduardo Galeano, sentenció,─ fue un viejo mago… Y entonces, quedaba solamente que uno se pronunciara. Miraron hacia un costado, y un señor descansaba apoyado en el árbol mientras fumaba un cigarrillo. Tenía barba blanca un tanto rasurada, lentes gruesos, figura espigada y dejaba trasuntar ser un hombre de


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muy bajo perfil. De pronto, con voz casi apagada pero segura y ante la expectativa de todos murmuró: ─ … fue un escritor sin tiempo… Dicen que todos enmudecieron. Aseguran que hasta los pájaros que posaban en el viejo álamo hicieron silencio. Es que terminaban de escuchar el máximo elogio con el que se puede galardonar a un escritor; que sus obras traspasen y trasciendan los actos de los hombres por décadas, por siglos y por generaciones. En otras palabras, es alcanzar a través de la literatura la inmortalidad. Luego, finalizado el encuentro, cada uno partió. Algunos se fueron yendo por la pampa bonaerense y otros se perdieron en la neblina del Delta.

El viejito, después se supo, residía en París. De allí había venido exclusivamente para la ocasión. Se llamaba: Julio Florencio Cortázar, el escritor a quién Haroldo más había admirado.


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Aldo Carena



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EL HACEDOR DE SUEÑOS

Era un sábado de invierno y el sol de media mañana tibiamente nos acompañaba. Estábamos ahí, precisamente en la 25 de Mayo, entre la Avenida Saavedra y Padre Doglia. De repente apareció él, alto, medio curcuncho, con sus lentes de vidrios gruesos, su radio portátil REPMAN en el bolsillo de la camisa y el broche de alambre en la botamanga del pantalón. En la mano derecha, su bicicleta


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BIANCHI, acondicionada con dínamo y luz (toda una novedad para nuestros ojos). Se paró en medio de la vereda y nos interrumpió el “picadito”. Estábamos: “el Pato”, Mario, Julio, Coco, Alejandro, Paulo, Edgardo, Gastón y yo. Debíamos promediar los 8 años. Nos acercamos y le preguntamos que quería y rápidamente nos respondió con otra pregunta: ─ ¿Quiéren jugar para el Club 9 de Julio...? Por unos segundos nos miramos y no sabíamos que contestarle. Es que era una gran propuesta, hasta ese momento, nosotros solo jugábamos en la calle. No lo pensamos mucho y le respondimos todos que sí.

Entonces fue a la casa de cada uno de nosotros y habló con nuestras madres. Les explicó de qué se trataba la invitación y que luego pasaría a las tres y media de la tarde de ése mismo día a buscarnos. A la una, ya todos habíamos almorzado y ansiosos lo estábamos esperando. Luego llegó y partimos hacía el Estadio Municipal. Él adelante en su bicicleta y nosotros atrás, caminando. Éramos un puñado de chiquilines ilusionados, con una mochila gigante de sueños y sentíamos que el éxito, nos estaba esperando a la vuelta de la esquina. Por años fuimos a todas las canchas de Chacabuco y para nosotros “El 9" era lo máximo. Llegar a los camarines, sentir el perfume del aceite verde, apreciar la bolsa con la ropa, estar en el reparto de las camisetas, era tocar el cielo con las manos. Un milagro. No conocíamos alegría más grande. Nos calzábamos unos botines enormes, la mayoría eran número 42 ó 43, porque provenían de los jugadores de la primera que los descartaban por los nuevos. Nos daba bronca, pero estaban lustrados y Aldo nos contaba que después de cada partido les pasaba pomada en la punta para que no se pelaran, y ante semejante confesión de cuidado y cariño, no nos quejábamos más, le terminábamos pidiendo perdón.


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Después venía el ingreso a la cancha por el túnel, si no estaba inundado, claro. Era mágico introducirnos en ese hueco oscuro, emerger con el sol arriba y hundir nuestros pies en la gramilla del municipal. No tenía precio, no había dinero del mundo que pagara ese momento. Luego venían los partidos. Eran minutos de alegría, de gritos y sudor, en fin de triunfos y derrotas. Lo curioso era, que le ganábamos a los mejores equipos y perdíamos con los peores (habrá sido por eso de que el fútbol no tiene lógica), no sé pero no le podíamos encontrar la vuelta. Aldo nos consolaba y nos decía que el fútbol tenía esas cosas, que no nos pusiéramos mal. Que después de todo, solo valía jugar. Era un padre consejero. Siempre, nos pasaba a buscar por nuestras casas y después de cada partido ganáramos o perdiéramos nos acompañaba de regreso y en el trayecto nos informaba de cual era nuestra posición en la tabla y el resultado de los partidos que se habían jugado en la primeras categorías del fútbol nacional. Él sabía todo, pero todo.

También nos brindaba su confianza y entre broma y broma, le preguntábamos por alguna novia, a lo que él con una sonrisa vergonzosa nos decía que no tenía. Sobre su felicidad, no sabíamos que tan feliz era, pero nos parecía que no había otra cosa en su vida que lo hiciera sentir más pleno, dichoso y feliz que lo que hacia. El tiempo pasó y después de muchos años, un día, un amigo me llamó por teléfono y me contó que Aldo había fallecido. Lo lloré esa tarde, yo ya no vivía en Chacabuco y estaba lejos. Pasaron más de 30 años y no olvido. Es que ha sido un resumen de fútbol, un ejemplo de generosidad, él daba todo a cambio de nada y fue un hacedor de sueños para todos esos chiquilines que sólo jugábamos en la vereda y con pelotas hechas de cualquier cosa. Él nos llevó a una cancha grande y nos hizo despertar y sentir la pasión por el más universal y


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maravilloso de todos los deportes: el fútbol.

─ Aldo Carena, no estarás más entre nosotros pero... dicen que te han visto entusiasta por el cielo, en tu bicicleta roja ─ alada ─ pedaleando a la siesta y convocando angelitos para el gran amor de tu vida... “El 9".


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Miguel Gil



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EL LEGADO DE MIGUEL

Aquel mediodía, la mesa estaba servida para almorzar y mi padre no llegaba. Al rato apareció.─ Me demoré porque nos encontramos con Miguel Gil, acá a la vuelta y lo acerqué hasta la casa, explicó. Fue la primera vez que escuché su nombre. Después de vez en cuando, haciendo sobremesa y hablando de política, mi padre aún siendo de la oposición ─ ferviente radical─ siempre lo nombraba


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bien, le tenía estima, lo admiraba. Pasó el tiempo, no podría precisar cuánto, y un día mi padre llegó muy triste y consternado. ─ Lo mataron a Miguel..., dijo. ─ ¿¿¿Qué??? preguntamos todos.

─ Sí, lo asesinaron. Le dispararon a quemarropa, dicen. Y… estaba destapando varias “ollas”... Qué país de m… agregó, y siguió insultando a medio mundo. Después, circuló una versión de como habían sido los hechos y cada vez que viajábamos a la capital a visitar a unos tíos, pasábamos por el lugar, por aquel tristísimo lugar donde habían encontrado el cuerpo y lo recordábamos. Mi padre, yo lo observaba, agarraba fuerte el volante y se contenía para no llorar. Miguel Máximo Gil, fue un hombre de ley, amante de su familia, apasionado de amor por sus hijas, muy comprometido con la comunidad y principalmente con los más vulnerables. Aunque no alcanzó a materializar todos sus propósitos, truncados por su secuestro y asesinato en el 75, tiempo en que desempeñaba su misión de concejal, me pareció oportuno homenajearlo y rescatarlo desde sus pensamientos, plasmados en dos de sus épicos escritos. La poesía, precisamente, fue el género que eligió para expresar sus emociones más profundas con gran sensibilidad y admirable sapiencia, a pesar de haber llegado solo hasta tercer grado. ESTUDIANTES …Roto el caos, con la luz de mil líricas cabezas que se afanan para darnos un lugar de privilegio…


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Estudiantes de mi pueblo, esperanza de progreso luz y genio de un mañana, de cultura superior, desde el alma os saludo, porque sois nuestra lumbrera que guiará la trayectoria, de un futuro provisor. En vosotros, portadores de una luz que va rasgando las tinieblas que embotaba, en el caos, nuestra ilusión hemos puesto la esperanza de elevar nuestro sistema un sistema que nos libre de una abyecta opresión. De vosotros todo espera ésta patria grande y libre que sean dignos de los héroes que su historia cimentó de Moreno, de Sarmiento, de Almafuerte y otros grandes que en olímpicas proezas dieron gloria y adelanto a la nación. Hijos sois de proletarios y en la fuente del estudio encontrareis el camino de la humana redención y con la luz del silabario, evangelio de progreso con la pluma y el talento, derrotad a la opresión. Que sepamos del orgullo de tener en nuestro medio hombres dignos y capaces, conductores de valor para dar a nuestro pueblo, la nueva fisonomía que reclama su progreso y que sea en el concierto de los pueblos el mejor. En vosotras, dulces niñas, las mujeres del mañana, que precisan tener fuerte el cerebro y el corazón más que en el hombre, en vosotras, hemos puesto la esperanza pues la madre es quién modela hombres genios en embrión. Hijos todos de mi pueblo, en un ansia de progreso elevad en arte y ciencia a nuestra generación que el trabajo y el estudio sea el símbolo que aliente a una juventud que anhela justiciera redención.

PRESAGIO En el alma de todas las mujeres una plegaria,


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en el corazón de todas las madres una angustia, en el mirar de todos los hombres la locura. Ruidos extraños por doquier se escuchan ha enmudecido en su canción la tierra la reja que brillaba hasta hace poco de moho en su abandono esta cubierta y aquel que empuñara la mancera hoy lleva la mochila repleta. Todo es silencio en esos campos yertos hasta el pájaro parece que se aleja buscando la paz en las alturas donde no llegue la ambición perversa esa ambición que domina al mundo suplanta la razón para imponer la fuerza. Es la locura que domina al hombre es la fiera que se alza que se enerva despreciamos la máxima de Cristo que son hermanos los que al mundo pueblan y mostrando en los labios la sonrisa… escondemos el puñal que esta en la diestra. No matarás, dijera el gran Maestro pero la frase suena a hueco, o no es cierta porque es incomprensible que los hombres se destruyan entre si como las fieras y todo para que, si somos polvo y como tal la tierra nos espera?… Ruidos de acero el clarín alerta ambicionando la voz que ordena, mande: sin pensar que otros hombres como ellos esperando la orden de, adelante… sin tener una ofensa tan siquiera, van derecho a matar, o morir para que los manden.


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Mujeres elevad una plegaria Porque todo termine como un sueño que tus padres, tus hermanos y tus novios vivan felices, en la paz eterna que no turbe en los cantos de victoria ni el llorar de la derrota que avergüenza. Madres de todo el universo juntas mirad el sol con la pupila alerta y decidle a ese Dios que de la sombra a esos cerebros que la ambición alienta y meciendo la cuna del pequeño habladle de bondad y de la justicia, aunque no entienda. Decidle que todos debemos ser iguales sin odios, sin rencores, sin protestas; sin tratar de explotar al que esta más abajo hundiéndolo en la mugre en la miseria ayudando al que sufre, y está solo como al que espera un milagro que no llega. Amad la paz, aborreced la guerra seamos todos hermanos sin odios, ni rencores y empuñando la mancera del arado escribamos la canción de las canciones que la tierra es la madre de la vida y hay que brindarle el amor de los amores. Julio de 1939 Miguel, además, es recordado como un ser lleno de virtudes. Tolerante, con una gran capacidad para el disenso, para admitir opiniones diversas en lo social, cultural y religioso. Escuchaba y aceptaba a los demás, valoraba las distintas maneras de posicionarse ante la vida, eso si, siempre que no atentaran contra los derechos de las personas. Cuando esto último ocurría, ahí aparecían sus divergencias, su enojo, su bravura, no soportaba las ilegalidades. Era bondadoso, condescendiente, indulgente, considerado y muy sen-


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sible a la angustia ajena. Sufría y mucho por las desigualdades y las injusticias. No se callaba nada, lo que estaba mal, estaba mal y no había vuelta que darle. Pero más allá de sus ideas, de ejemplo de bien, dejó un legado que protege con su ángel celestial desde la profundidad azul, dirigido aquí por Norma, la mayor de sus hijas y una interminable lista de gente extraordinaria muy caritativa y generosa.

Un hogar, la asociación que lleva su nombre “Miguel Máximo Gil”, que alberga y asiste a pequeños y pequeñas de todos lados que necesitan una mano, o las dos, para vivir y crecer con amor. La casona tiene forma de familia y es un corazón gigante de promesas. Más de treinta almitas conviven en ese nido de cariño y ternura. Y a fuerza de puro empeño, conformada por personal comprometido y verdaderas profesionales de la salud, es una mansión modesta que convoca a la ilusión, a la esperanza, a vida soñada. Pero sin embargo, no todo es color de rosa, incomprensiblemente esta importantísima institución no recibe los fondos suficientes, necesarios del gobierno para su cabal funcionamiento. Es que algunos políticos “argentinitos” la ignoran y miran para otro costado. Entonces, como respuesta a esa indiferencia, los hijos y las hijas, los nietos y las nietas de aquellos por los que alguna vez Miguel se jugó, le salen a poner el pecho a la obra, la remedian, la protegen, la defienden orgullosos y pronuncian: ─ ¡Qué sigan haciendo lo que quieran. Unos pocos, no podrán contra tanto amor...!


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Finalmente, sobre el proceder y desempeño de Miguel como concejal, existe una historia mágica. Cuentan, que una vez lo vieron después de dar una dura batalla en el Honorable Concejo, donde no había podido imponer un proyecto muy providencial para el pueblo, que impotente le dio un puñetazo a la banca, furioso de bronca los ojos se le habían puesto llorosos y vieron con asombro caérsele una lágrima muy cristalina. Todos enmudecieron. Pues se les había representado en esa gota, de una forma inexplicable, algo que los impresionó para siempre y nunca jamás olvidaron: la honestidad hecha vida.



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Osvaldo Buey



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AL VECINO, AL AMIGO, AL PRÓCER Miguel Gil

Una mañana, me llegó un correo de un amigo pidiéndome que le leyera un texto y le diera mi opinión. Al leerlo me pareció maravilloso y se lo hice saber en estos términos: ─ “José Luis, extraordinario relato. Muy emocionante. ¡Te felicito! Tiene imágenes bellísimas: las del vuelo, Chacabuco desde el aire, las cacerías de sapos, él tomado mate en la panadería, el Falcon 62,


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su postura de profesor, el sentimiento de amistad que te unía a él, su compromiso con la salud de los vecinos, el amor por sus hijas, su gran costado humano y el merecido homenaje. Como ilustración, sería sensacional un dibujo con los dos volando en el avión, te lo imaginas... quedaría bellísimo. Decime en que te ayudo. Pero esto lo tienes que publicar pronto. Saludos. Alfredo”. A lo que él, al día siguiente, me respondió: ─ Por favor, publícala vos y realízale las correcciones que consideres necesarias. ─ Será un placer. Un honor. Muchas gracias. Te envío un gran abrazo. Lo saludé y me despedí. Casi sin “tocarla”, pues podría borrarle los rasgos de quién la escribe y modificar su espíritu, se las preparé. Solamente agrego ─ me he tomado esta licencia─ que a pesar de las pálidas e injusticias, que grato es leer homenajes como estos. Que más allá de la fascinación que nos pueden deparar las manifestaciones generosas de las “estrellas del momento”, las célebres, las famosas, las mediáticas, siempre estarán cerca, felizmente, los ejemplos del buen vecino. Demostraciones que muchas veces ignoramos, que se nos pasan por alto de puro apurones, pero que están allí para salvarnos, para reafirmarnos mejores modelos y seguir enfrentando con firmeza los infortunios que nos depara el tiempo. Ellos, insignes, desde sus vivencias nos certifican que siempre habrá mejores atajos por tomar y que una vida más honrada, más digna, solo será posible alcanzar, si nos decidimos amarrarla a la candidez del corazón. Bueno, espero la disfruten tanto como yo. Comienza así: “Para muchos decir prócer es asociar esta palabra con los grandes personajes de nuestra historia, pero en el diccionario de la lengua castellana dice que prócer, es una persona eminente y de máxima dignidad, y son éstas las cualidades que reflejan de la mejor manera lo que fue mi querido amigo… “Ñato”. Muchas vivencias que con él compartí marcaron instantes inolvidables en mi vida.


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Aquí, les voy a contar solo algunos momentos de nuestra amistad. Cómo no recordar la emoción que sentía cuando a media tarde en días de verano, sonaba el timbre de mi casa y escuchaba la voz de Osvaldo pidiendo a mi madre, la aceptación para llevarme en su pequeño avión y entonces sembrar el cielo de volantes que anunciaban algún acontecimiento especial o simplemente la publicidad de ofertas de la legendaria Tienda La Perla................................

Volar con él a los 11 ó 12 años para mí era algo fascinante. El viento golpeándome la cara y las ordenes de “Ñato” que me indicaban cuando y cuantos volantes tirar sobre un Chacabuco, que desde el aire tenía la fisonomía de un pueblo apacible. Sus calles de tierra, sus pocos autos y su verde predominante por su arboleda, siendo solamente el Molino Chacabuco, el referente más importante en construcciones, que rompía esa hegemonía plácida del lugar, siestero y pueblerino... Cómo no recordar cuando un día le dijo a mi madre que iríamos a dar una vuelta en el avión, y al rato ante mi asombro, me dijo que estábamos en Entre Ríos, visitando a unos familiares que él tenía en esa provincia y no me acuerdo quienes eran. Volvimos casi de noche y mi madre estaba intranquila, pero yo le dije que nos habíamos quedado en el aeroclub limpiando el avión, porque sino no me dejaba más ir a volar. Cómo no acordarme de las grandes cacerías de sapos que con los chicos del barrio hacíamos en los pozos de agua de los baldíos y que con varias bolsas de arpilleras, le acercábamos para que él pudiera realizar sus análisis y experimentos en bien de las personas.


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Cómo no recordar las veces que lo jorobaba en el laboratorio para que me dejara darles de comer a sus chanchitos de la India que tenía en decenas y pasaba las tardes jugando con ellos............... Cómo no recordar cuando fue profesor nuestro de Química Orgánica e Inorgánica del 4to. año en el Colegio Comercial, y si había algo que lo pintaba como un calentón era ver que el alumno que hacía pasar al frente no sabía la lección del día. Se recalentaba a tal punto que solía con su enojo, hablándole de frente a la clase, arrojarle trozos de tizas al que estaba exponiendo y lo hacía en forma despectiva, como burlándose del que no había estudiado; las tizas volaban hacia atrás y por sobre su hombro lanzadas con el impulso de su dedo pulgar e índice como disparando bolitas, logrando la carcajada de toda el aula y el esquive ─ a lo Amadeo Carrizo ─ de parte del expositor que no había estudiado.

Sus códigos eran muy claros, nos decía que él no venía a perder el tiempo con tipos que no querían aprender, que nos fuéramos al carajo, que sigamos siendo ignorantes y como represalia nos hacia sacar una hoja y tratar de resolver distintas ecuaciones que por supuesto la mayoría no sabía, por lo tanto ligábamos el 1 que nos llevaba a diciembre sin escala. Pero a la otra semana reflexionaba y nos daba la revancha para poder demostrarle que lo respetábamos de la mejor forma... estudiando y nos levantaba la nota. Cómo no recordar los mates tomados por las madrugadas, en la cuadra de la panadería de mi padre y cuando le preguntábamos que hacía a esa hora en su laboratorio, que estaba justo frente a nuestro local, nos decía una frase que recuerdo, pues siempre era la


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misma: “Si está mal fulano de tal yo tengo que hacer algo…”. Cómo no recordar sus salidas raudas hacia el Hospital Municipal, en su Falcon modelo 62 color verde, cerrándose su puerta solamente con la inercia de la velocidad al arrancar y partir.

“Ñato”, sea rico o indigente, nunca pensaba en el dinero siempre en la vida. Estuvo al lado de mi padre ya enfermo un 25 de Diciembre toda la noche, como lo hizo con muchos padres como el mío, dejando su familia y los festejos. No tenía horarios para el prójimo. Cómo no recordar lo que más lo emocionaba: el amor por sus hijas Silvana y Raquel, también su devoción por los aviones y su querido Aero Club. Cómo no recordarlo a solo poco tiempo de su partida, su último vuelo, hacia ése cielo celeste límpido, que bien supo ganarse a puras gauchadas, y al que regaló sus más brillantes cabrioladas piloteando su avioneta primorosa. Cómo no recordar a alguien que para toda la comunidad de la ciudad de Chacabuco fue un PRÓCER con mayúsculas y en mi caso personal un amigo del alma.

Gracias por todo Osvaldo... el barrio y yo te extrañamos. JOSÉ LUIS D`ACCIAVO



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Elvio Melli



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EL EDUCADOR INSIGNE

“Yo soy amigo de ustedes… pero dentro de la escuela no se olviden… soy Melli”. Así se refería el profesor a sus alumnos cuando se encontraban en algún lugar a conversar amistosamente, prestándose a las bromas. Es que era muy afecto a los deportes, jugaba al tenis, al golf, a la pelota paleta, practicaba natación y siempre se cruzaba con ellos, o ellas, sus alumnas del Normal.


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Elvio Melli, nació en Chacabuco el 3 de agosto de 1932, fruto de la unión entre Luis Melli y Amelia Minderri. Cursó la escuela primaria en Cucha Cucha, donde su padre era jefe de estación del ferrocarril. Ya adolescente se vino a vivir a la ciudad e hizo la secundaria en la Escuela Normal egresando como maestro. Luego se fue a Buenos Aires a seguir sus estudios e ingresó a la Escuela de Profesores Mariano Acosta y egresó con el título de Profesor en Letras, carrera que lo habilitó para dictar varias materias. Comenzó a dar clases a los 23 años y no paró hasta jubilarse. Contrajo matrimonio con Gladys San Martín y tuvieron dos hijos: Luis y María que los premiaron con cinco nietos. En el día del profesor, el pasado 17 de septiembre, quise recordalo especialmente con un texto que deja un mensaje valiosísimo para todos aquellos que desde algún lugar ejercemos la noble tarea de enseñar y pinta claramente con sus descripciones, la calidad profesional de Melli. El autor es Ricardo Díaz, un erudito en contenidos educativos. Comienza así: Prefiero la palabra educador antes que profesor. Educar implicar dirigir, orientar, facilitar un cambio en la persona del otro. Lo intelectual se supedita a un interés mayor: la capacidad de desarrollar la vocación de otro. El educador es aquel que dispone su vida, sus acciones al servicio de otro. Es un servidor, quizás en su sentido originario, de ayuda, de solícita compañía. Sin embargo no es un sirviente, no pierde su vida en ayudar y en la felicidad ajena. Antes bien, encuentra su propia felicidad y realización en esa donación al otro. No hay dicotomía entre el educador y el educando, hay complementariedad, la felicidad de uno se desarrolla con la del otro. La primera característica de un buen profesor: es alguien feliz. El educar


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es un acto humano, un acto que se realiza entre dos voluntades que buscan cada una su propia finalidad y que desean en la consecuencia de ese fin su propia realización. La felicidad es el fin que persigue toda persona humana, en este caso se visualiza y expresa con el desarrollo de la propia vocación. El profesor es aquel que encuentra en su propia vocación el facilitar el encuentro de otro con su propia vocación. Para ello es indispensable que el profesor tenga conciencia de la valía de su misión, pues de otra forma el error se convierte en la muerte de los sueños del otro. El profesor es alguien autónomo. Segunda característica. Entiendo por autonomía lo que planteaba Kant en su visión ética. Autonomía no significa independencia extrema, ni tampoco falta de toda regla o norma, sino más bien implica la capacidad de desarrollar una voluntad propia que permita tomar decisiones por sí mismo. Aprender a actuar sabiendo que de mis actos otros se verán implicados y así, sin tener que recurrir al temor de sanciones ajenas, actuar pensando y poniéndome en el lugar de todos. La persona autónoma no es un egoísta egocéntrico que no sabe que los demás existen, sino aquel que reconoce que su existencia es más llevadera con la compañía y apoyo de otros.

Si un docente es autónomo enseñará a los alumnos a descubrir su propia autonomía y a crecer siendo fieles a sus propios principios e ideales y no movido por sus caprichos y deseos egoístas e infantiles. Sin embargo, no nos engañemos, la autonomía no se logra desde la espontaneidad. A veces confundimos la libertad con la total independencia de normas y reglas, sin darnos cuenta que si las reglas existen es precisamente para educar nuestra libertad. Por ello es preciso reconocer una tercera característica del docente: es alguien disciplinado. El profesor está para educar, para cumplir con el rol social de permitir que las generaciones más jóvenes logren ajustarse a los requerimientos de la sociedad en que estén. Por ello es que el docente no puede perder de vista el apego a normas de convivencia que permitan que los jóvenes eduquen su libertad. No se trata de imponer una obediencia ciega a normas y principios sino enseñar a respetar esas normas por lo valioso que contienen tras de si. Educar la autonomía supone ayudar a decidir, enseñar a elegir entre lo que


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se debe hacer y lo que no se puede hacer. Pero para ello es preciso alentar una voluntad firme y constante. La disciplina ayuda a mantenerse fiel en la elección ejecutada, a continuar en la senda que ya se eligió. Sin disciplina las personas se vuelven inconstantes, temperamentales, pequeños bipolares morales que son incapaces de mantener la palabra ofertada o la promesa entregada. Hemos aprendido que las acciones éticas han de fundarse en un correcto discernimiento, no basta con conocer de valores y principios, ni de elaborar sendos discursos sobre ética, si en las acciones cotidianas y concretas, cuando se plantean dilemas entre lo correcto y lo bueno no sabemos que efectivamente hacer. Por ello es que es preciso que el docente sea prudente, sepa cómo actuar desde una acción ética y no políticamente correcta. Un ánimo capaz de tomar decisiones efectivas, centradas no en el beneficio propio ni en lo políticamente correcto, sino en valores y principios efectivamente formativos.

Por último, me parece que estas acciones desde el plano ético se fortalecen más cuando quien las emite es alguien capaz de fascinar y atraer la atención de sus alumnos. Por ello es que creo, sinceramente, que la mejor forma de enseñar y educar a los alumnos es cuando el profesor se muestra a sus alumnos como alguien con autoridad. Pero me refiero a esa autoridad que surge de quien posee experiencia, de quien enuncia verdades basadas en hechos o conocimientos que ha adquirido en su vida. Un profesor debe ser culto. Debe de potenciarse ante sus alumnos por la fuerza de sus vivencias que le convierten en un referente válido y digno de imitar. El mejor ejemplo no se da en acciones estereotipadas o en un discurso lleno de cliché sobre lo correcto, sino en una personalidad que trasciende y que se hace interesante para sus alumnos. La cultura le permitirá al docente ampliar la mirada de sus alumnos, ayudarles a reconocer que existen otras formas de actuar, mejores y más éticas que lo que ya hacen. Un alumno no se acerca al colegio a repetir lo que ya sabe, sino a ampliar su horizonte, solo un profesor con el conocimiento y la sabiduría propia permitirán responder a esta necesidad vital.


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Un profesor por lo tanto debe dejar de ser un mero instructor de contenidos para convertirse en un pleno educador, en un servidor de las vocaciones ajenas.

Profesor, vaya mi humilde evocación a su memoria. Usted no partió. Se fue ─ como era su costumbre ─ a cubrirle unas horas, de cualquier materia (Física, Matemática, Química, Inglés, etc.,etc.) a un colega, un camarada que por una dificultad se quedó en el camino y no llegó a la escuela. Entonces generoso y capaz lo socorrió, le tendió una mano y evitó que los alumnos, ése día, perdieran la clase.



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Daniel Passarella



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LA TARDE MUNDIAL

Antes de avanzar con el siguiente relato, pido disculpas: a nietos, hijos, padres, madres, familiares, amigos, vecinos y a todos aquellos hermanos argentinos, para los que el siguiente hecho ─ enmarcado dentro de la última dictadura militar ─ no fue una fiesta, sino todo lo contrario, un tiempo de duelo, angustia y profundo dolor.


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Nos juntamos en la Confitería San Martín ─ Av. Saavedra y Pueyrredón ─ para ver el partido más importante del mundo. Ocupamos desde temprano las mesas de adelante, las que estaban más cerca del televisor. De a poco se fue colmando el salón y a las 14, ya no entraba un alfiler.

─ Si perdemos me muero... y si ganamos también..., desde atrás exclamó un abuelo. ─ Esto va a ser para el infarto... yo por las dudas me traje las pastillas para los nervios, agregó otro. La ansiedad se había apoderado de todos. “La previa” nos estaba matando. Hasta que por fin arrancó el encuentro. En el minuto 37´ llegó el primero del cordobés Mario Alberto Kempes: ¡¡¡¡Goooooooooolllllllllll!!!!!!!! Luque le había entregado la pelota. Picó, entró al área, le salió el arquero y comenzó a caer, y en el último esfuerzo la alcanzó a tocar y la redonda entró. Explotó todo. Se escuchó un estruendo. Los ceniceros de vidrio arruchados, que pesaban como un kilo cada uno, saltaron de las mesas. Se había desatado la locura. El griterío era ensordecedor. Argentina pasaba a estar adelante en el marcador y teníamos el firme presagio de que lo podíamos ganar. Cuando terminó el primer tiempo creo que en Chacabuco no quedó un solo cigarrillo, a todos se los habían fumado. Empezó el complemento y otra vez los nervios, los insultos al árbitro, a los contarios, entre los que estábamos ahí, había vuelto la locura. Los holandeses empezaron a presionar y Fillol a convertirse en figura. Le contuvo un remate a quemarropa a Rep y una entrada de Resenbrik por la izquierda. Sin embargo, al minuto 37´ llegó un centro desde la derecha y Nanninga, saltó solo y la metió, puso el 1 a 1. Después casi al terminar el partido, estrellaron un tiro en el palo a la derecha de Fillol que nos enmudeció, nos estremeció. Fuimos al suplementario, y en la primera parte llegó el segundo de Kempes y en la segunda parte, al minuto 13´ el gol de Daniel Bertoni que selló el triunfo. Los holandeses, no querían más y cuando sonó el silbato del final, salimos disparados a la calle, a la plaza San Martín, que estaba a 10 metros nada más y aparecieron tantos autos a la vez, camionetas, camiones, motos, bicicletas y tanta gente a pie


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con banderas, banderines, camisetas, trapos, como nunca antes y en tiempo record porque hacían solo 5 minutos que había terminado el partido. Todo era algarabía, cánticos, bocinazos, sirenas que sonaban de todos lados, vecinos llorando de alegría, jamás se había desatado en la historia de Chacabuco un festejo igual. La nota, la dieron los pícaros que nunca faltan. Los que se fueron sin pagar de la confitería, aprovechando la explosión del evento. Sisto, aquel mozo emblemático que tuvo la San Martín, esa tarde perdió como en la guerra. ─ ¡Paren... no se vayan que les tengo que cobrar!!!, desesperado gritaba Sisto. “El Flaco” Frias, se había comido dos carlitos, uno en el primer tiempo y otro en el segundo y se había tomado dos cocas. Cuando todos salimos como cohetes a festejar, éste agarró por la Av. Saavedra, picó hasta la San Lorenzo y se hizo humo. Otro, “El Narigón” Moyano, mientras Sisto lo seguía a Frias, salió por la puerta de la Pueyrredón y se sambuyó de una, adentro de un Mercedes 1114 (cerealero) que iba hasta las manos. Y otros se escabuyeron entre las miles de almas que colmaron la plaza. Para todos fue una fiesta aquella tarde, menos para Sisto, pobre Sisto.

La explicación de todo lo que se vivía en ese momento, estaba en que no habíamos terminado de presenciar un partido cualquiera. No había sido una final local, zonal, no había sido un clásico Boca - River. Había sido la final de la Copa del Mundo, y era la primera vez que se jugaba en Argentina y era la primera vez que nuestro seleccionado llegaba a la final. Y por si todo esto fuera poco, la Selección Argentina, terminaba de salir “Campeona del mundo” y dos jugadores de los que habían jugado ese partido eran de Chacabuco: Ortiz (”El Negro”) y Passarella (”El Mocho”). Y como frutilla del postre, el capitán del equipo había sido, nada más ni nada menos que: “El Mocho”. En ese momento ellos habían alcanzado la gloria y en ninguna ciudad del país tenían más motivos que nosotros para celebrar tremenda conquista.


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El primero, Oscar Alberto Ortiz, nació en el Hospital Municipal del Carmen, el 8 de abril de 1953. Futbolísticamente se inició en San Lorenzo de Almagro, después pasó por el Gremio de Porto Alegre y en ese momento jugaba en River. Como jugador era fantástico, veloz, un delantero incisivo e inteligente. Su fuerte era desbordar por izquierda y echar el centro al medio. El segundo, Daniel Alberto Passarella, nació el 25 de mayo, también del 53. Defensor. Sus comienzos fueron en el Club Argentino de Chacabuco, luego Sarmiento de Junin y por entonces la descosía en River. En su puesto, de seis, fue hasta hoy insuperable. Iba como nadie arriba ─nunca nadie se pudo explicar como no siendo tan alto le ganaba a todas “las torres” de la defensa contraria ─ y cabeceaba de forma ma-gistral. Era dueño, además, de una zurda potente y exquisita. Oscar, si bien había nacido en el lugar, se sabía que de chico, se lo habían llevado a vivir a Junin, de manera que le habíamos perdido un poco el rastro. En cambio a Daniel no, había vivido siempre en la ciudad, cerca de la cancha de Argentino. De manera que lo sentíamos más nuestro. Ahora de lo que estoy seguro, es que nadie jamás imaginó y soñó, que semejante jugador, emblema, símbolo y a partir de ese momento figura nacional, mundial, podía salir de Chacabuco. “El Mocho” esa tarde se consagró como nadie en el mundo, era “La Noticia” y en el pueblo reventábamos de orgullo.

Después, aquel hecho trascendente e histórico, trajo sus connotaciones sobre el lugar. Con algunos años más, me pasó muchísimas veces, cuando viajé por otras provincias del país, que cada vez que me preguntaban de dónde era y respondía “de Chacabuco”, me decían: ─ ¡Ah dónde nació Passarella! Y estoy segurísimo que esta situación la tienen que haber vivido muchísimos vecinos.


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Sostengo, que la figura de este gran deportista contribuyó a que la ciudad sea más conocida por su nombre. El hecho deportivo, provocó un cambio y a partir de ese momento, la ciudad empezó a ser más nombrada o precisamente más “identificable”. Es que además Daniel, después de haber dejado de ser jugador, siempre ha seguido ligado al fútbol desde otros espacios: como técnico de River, de la Selección Argentina, técnico de otros equipos del extranjero y en este tiempo Presidente de River. Y su figura, sigue siendo tan destacada como antes. Querido, respetado, profesional, generoso, emprendedor y aceptando desafíos permanentemente. Admirado no solo en Argentina, sino en el mundo.

Pero volviendo a la fiesta, aquella tarde fría del 25 de junio del 78 fue maravillosa, única, mágica e inolvidable. Después de esa celebración, cualquier otra, por más merecida y digna fue chica. En lo estrictamente deportivo, lo alcanzado fue histórico para el país y el mundo; para Chacabuco, la página más dorada que debemos preservar más allá de los tiempos, como un tesoro.



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Sergio Vargas



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EL MÁS VOLADOR

La pelota le cayó llovida desde la izquierda. La bajó con el muslo derecho ─ su pierna más hábil ─ y aunque el piso estaba barroso, resbaladizo, se afirmó y encaró hacia el arco contrario. Fue velozmente esquivando rivales y piernas, dejando el tendal, y, cuando solo le quedaba el arquero y rematar... apareció Julio de atrás ─ su hermano mayor ─ y lo cruzó abajo... casi lo parte en dos.


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─ ¡¡¡Penal!!!, gritamos todos. ─ ¡¡¡Lo pateo yo!!!, dijo Paulo. ─ ¡No, yo! dejenmeló a mí, lo pidió “Ganono”. Lentamente, Mario se incorporó, tomó la pelota, la puso debajo del brazo como si hubiese sido el dueño y no se la quitó nadie. Contó con vehemencia los once pasos desde abajo del arco y la puso en el piso, en un punto penal casi imaginario. Nosotros de atrás, lo observábamos y descansábamos en su seguridad. Mario Bataglia, era nuestra carta ganadora y de no haber sido por aquel accidente que le costó la vida con tan solo 9 años, allá en la Estancia San Calá, seguro que llegaba a la primera del club que amaba: “9 de Julio”.

Enfrente, en el arco, estaba “El Pichi”, flaco y alto, de piernas largas y huesudas, zapatillas, pantalón corto, remera blanca y pelo largo hasta los hombros. Ambos se miraron por unos segundos, se estudiaron, se buscaron adivinar. Mario respiró hondo y fue... la tomó con los cordones, con el empeine, de lleno. Salió un disparo violentísimo al ángulo, y cuando gritamos ¡¡¡Gooolllll!!!, apareció la mano izquierda del flaco y con la punta de los dedos la desvió y la tiró afuera. Nos quedamos estupefactos. Como un gigante se había eyectado del suelo y volado... No podíamos salir del asombro. Jamás habíamos visto que alguien volara de esa forma, tan espectacular. El resultado: perdimos 12 a 7. Esa tarde “El Flaco” fue la figura. Luego, como de costumbre, los perdedores juntamos las monedas y les pagamos la gaseosa. Después, nos volvimos todos juntos caminando y salpicando los charcos de agua, porque esa tarde en Chacabuco se había llovido todo.


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Como vivíamos en barrios alejados y por esas cosas de la vida, nos dejamos de ver por un tiempo. Pero cierto día, un sábado la noche, lo encontré en Portal (aquel tradicional boliche bailable de la esquina Pueyrredón y Reconquista) y me contó que estaba jugando en las inferiores de Independiente de Avellaneda. Cosa que me provocó gran alegría. También me contó que no podía quedarse hasta muy tarde porque debía viajar temprano a la Capital. La tarde siguiente, tenía partido y no podía faltar. Además, que era un gran compromiso y debía hacer mucho sacrificio para permanecer en una institución tan importante y con tanta historia. Me daba a entender, que su esfuerzo era muy grande, pero su sueño no lo era menos, y, que a pesar de todos los obstáculos que se le pusieran por delante, estaba seguro que lograría su gran objetivo: jugar en primera y ser una estrella. Antes de despedirnos le di aliento, le pedí que no aflojara. Pero destaco, él transmitía la certeza de que iba a llegar y muy lejos. Tenía esa seguridad.

Pasaron algunos años y en la Capital Federal, una mañana, me paré en un kiosco de diarios y revistas. Me detuve en la tapa de El Gráfico y aparecía una gran foto de Bochini y un título que hacía referencia a su despedida del fútbol profesional, en un partido de un torneo de verano en Mar del Plata, y atrás, justo atrás, se asomaba el rostro del flaco con una sonrisa amplia, ganadora, triunfal. Había jugado ése partido... Recordé rápidamente aquellas palabras de la última vez que nos habíamos encontrado y me emocioné. Su sueño se había hecho realidad: llegar a la primera de Independiente de Avellaneda; “El Rey de Copas”, por entonces uno de los clubes más ganadores del fútbol mundial. Compré la revista y fui a mostrársela a unos amigos a


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quienes les contagié mi alegría y mi emoción. Después, de vez en cuando me llegaba alguna noticia de él, de que había integrado la Selección Argentina Juvenil, qué pasó al Emelec de Ecuador, luego a Chile y formaba parte de Universidad de Chile y la rompía. Que se había nacionalizado chileno y atajó para la selección de ese país. Que formaron un equipo de estrellas con el “Matador” Marcelo Salas e Ivan Zamorano entre otros, y que no tuvieron mucha fortuna. Siempre, alguna noticia me llegaba de él. Hace algunos años y por esas cosas del destino, viajé a Santiago de Chile y me encontré con mi amigo de la infancia. Era un embajador, una personalidad. Muy dispuesto a colaborar con mis asuntos.

Me brindó su cordialidad. Me hizo sentir un anfitrión de lujo y recordamos muchísimos momentos de nuestra niñez en Chacabuco: una etapa bellísima, un tiempo mágico. Pero lo que más me llamó la atención del encuentro con “El Pichi” allá, es que los chilenos lo adoran y lo conservan como a uno de sus máximos ídolos. Elogian su entrega cada vez que le tocó defender los colores de la selección y mantienen imborrable, el penal que le atajó a Chilavert, jugando también para“La Roja”. Llegué a escuchar: ─ Sergio, en la cancha, supo poner más garra que un chileno...


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Una mañana de domingo salí a recorrer las calles del centro de Santiago, y como es mi costumbre, me detuve en un kiosco de diarios y revistas a leer los titulares. LA TERCERA ─ uno de los medios más leídos ─ titulaba en su tapa: El “Cóndor Rojas” y “Superman” (Sergio Vargas), son considerados, según una encuesta, los mejores arqueros en la historia del fútbol de Chile. El subtítulo destacaba: “De los dos, Vargas, fue el más volador”. Me emocioné por lo de “Mejor arquero”. Lo de “Más volador” no me sorprendió tanto, él ya nos había regalado la primicia con aquella volada magistral, dibujada, para poner en un cuadro, la tarde lluviosa de vacaciones de invierno en el Club Social. Reviendo, su “vuelo” no fue solamente físico, estaba también en su mente, y al niño que fue nadie le quitó el sueño. La peleó. Sacrificó muchas cosas. Resistió. Creció. Se hizo hombre. Triunfó. Después logró hacer historia en Chile, y entonces por siempre encendió corazones.



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Ricardo Rojas



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EL GRAN DT

─ ¡Andá a cabecear “Cabezón”! ¡¡¡Vamos, vamos que lo ganamos, vamooooo'…!!!, gritaba “Pilo”. El árbitro, lo tenía entre ceja y ceja, sabía que el encuentro se le podía ir de las manos por el fuerte protagonismo que cobraba el técnico en todos los partidos. “Pilo”, siguió gritando y no lo perdonó.


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─ Afuera señor, está expulsado, retírese por favor. Le ordenó Bárcena. ─ ¿Pero qué te pasa?, si recién empieza el partido. ¿Por qué me echas? Le pedía explicaciones “Pilo” muy consternado, abriendo los brazos y enseguida, como un caballero, se retiró del campo de juego. Todos apenados lo vieron apartarse y lamentaban que una parte del espectáculo se perdiera. Pero de pronto y sorpresivamente, desde arriba de una de las torres de iluminación de la cancha apareció “Pilo” gritando más fuerte: ¡Abrite turco!, ¿para qué se amontonan en el medio? ¡¡¡vamos, vamos que lo ganamo' !!! Todos estallaron a carcajadas. El árbitro lo miraba de reojo y se mordía de bronca porque no podía hacerle nada. Es que era un técnico que en cualquier momento te sorprendía con alguna “salida” y le agregaba un plus al partido. Te divertía. Esa tarde Racing le ganó a River. La figura: “Pilo”.

Otras de sus cualidades, además de ser extremadamente gritón, eran: organizador, perspicaz, decidido, constante, firme, pero paradójicamente ─ cosa bastante curiosa ─ es que cuando estaba dirigiendo, con el fervor y el frenesí de la contienda que genera ése momento, se producía una metamorfosis en él, emitía alguna exclamación fuerte y a viva voz que generaba risotadas en todos los que estaban presenciando el partido, es decir se transformaba en una persona muy alegre e histriónica; atributos éstos, que le hicieron ganar el corazón de toda la afición futbolística de Chacabuco. Una breve anécdota que corrobora lo anterior es la siguiente: Jugando un partido difícil, el equipo se le hundía y no le encontraba


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la vuelta. De pronto desde el banco se escuchó: ─ ¡Árbitro, cambio…!, gritó “Pilo”. ─ ¿Quién sale?, preguntó el árbitro. ─ Los once… , respondió “Pilo”. Otra anécdota que se puede contar, pero con reservas, es la siguiente cuyo protagonista es un vecino conocido del lugar: Con mucho esfuerzo y sacrificio, una vez hace varios años, con el cuerpo técnico habían comprado unas camisetas nuevas para jugar. Estaban impecables, hasta con los números puestos atrás. Pusieron el equipo en la cancha y arrancó el partido. Entonces observaron que un jugador nuevo, era muy bruto para jugar e iba mucho al choque, caía al suelo y se revolcaba, lo llamaron del banco y le dijeron: ─ Pibe, dame esa camiseta que la vas a romper toda…, se la sacaron y el pibe siguió jugando pero con una camiseta vieja. “Pobrecito era un San Bernardo”, recuerdan los que fueron testigos.

Se destacaba además, por realizar cambios muy audaces. Se jugaba un Racing/Argentino, perdían tres a cero y pintaba para goleada. Fueron al vestuario y “Pilo” se mandó una modificación que quedó para la historia. Arrancaron el segundo tiempo con todos los delanteros en la defensa y los defensores adelante: el resultado final: ganó Racing 5 a 4. Al otro día en todos los cafés y clubes de Chacabuco se hablaba de los cambios de “Pilo”. También dentro de sus virtudes, “Pilo”, tenía la humildad de elogiar las brillantes jugadas de los adversarios en pleno partido. Se emocionaba como nadie. Me acuerdo patente, cuando en un Racing/9 de Julio, la jugada arrancó de atrás por parte de “9”:


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“El Flaco” Di Paolo, ─ arquerazo ─ lanzó la pelota con la mano a los pies del cuatro, éste la “picó” por sobre el wing izquierdo contrario y le cayó justa a “El Moto” Cieri (fornido pero hábil wing derecho, que ése día reemplazaba a Horacio Francione, exquisito delantero) la tiró larga para adelante, pasó raspando y echándole viento a “Pilo” que estaba pisando la línea de cal. Nadie le salía a marcarlo. Entonces encaró decididamente para el arco académico, iba rapidísimo, a toda velocidad y cuando le salió la marca, de sus pies portentosos parió una “bicicleta celestial”, lujosísima que hizo que la redonda dibujará en el aire una parábola perfecta por encima de la cabeza del defensor y mágicamente cayera donde debía caer, otra vez a sus pies pero más adelante. Tremendo gesto técnico nos llenó los ojos a todos, es más nos dejó mudos, pero a “Pilo” se le salía la garganta, el corazón, no lo podía creer y aplaudía como loco. “El Moto” siguió avanzando. Ya casi sin aire. Le salió el arquero y le achicó el ángulo, él le pegó con tres dedos pero la pelota no tomó la comba hacía adentro sino que fue dar casi adonde estaba el banderín del corner… Volviendo al tema, a “Pilo” no le importaba si el autor de la maniobra era un dirigido suyo o del otro equipo, él lo festejaba por igual. Todas sus actitudes le sumaban al espectáculo, lo enaltecían y el fútbol le estaba agradecido. Hoy, con 78 abriles y más de 13 de retiro, el hombre recoge su siembra. Disfruta de la compañía de amigos entrañables, los sábados a la tarde, en el Club Racing. Visita a sus amigos de la panadería de Aldo Duffau, donde por muchísimos años fue maestro de pala. Goza de sus nietos.

Recuerda cuando comenzó a correr tras la redonda en la canchita detrás de la Parroquia San Isidro Labrador. Cuando el padre de Daniel Passarella lo llevó a Racing. Cuando estuvo en Chile y “El Pichi” Vargas lo honró proponiéndole que se radicara allá para dirigir inferiores y muchas otras anécdotas de antología. El costado triste, la salud no lo viene acompañando.


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“Pilo” con su particularidad creó un sello propio en Chacabuco: “Dirigir a lo `Pilo´ Rojas”. Por eso en estos días, los espectadores de lujo y los otros, los jugadores talentosos y los sacrificados, los que fueron sus dirigidos y no, le rendimos honor por su estilo. Por arrancarnos una sonrisa y demostrarnos que el fútbol fue, es y será, si lo sabemos cuidar como él, el deporte más maravilloso del mundo. Entonces, lo aplaudimos jubilosos, desde lo más profundo agradecemos sus gritos ─ tiernos pellizcos al alma ─ sus ocurrencias y le expresamos el más puro y merecido homenaje en vida, con pocas palabras, pero dirigidas al centro, más precisamente al área chica de su corazón frágil, ese rinconcito iluminado donde le anidaron las más célebres jugadas y nacieron los mejores consejos, para que hasta los más troncos solo la empujaran y fueran felices con un gol.

Gracias “Pilo”… por tu fútbol…



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Rubén Bárcena



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UN SEÑOR JUEZ

Rubén Alfredo Bárcena, más precisamente “EL Flaco” como es conocido en el lugar, transita todos los días las calles de Chacabuco, como cualquier vecino, como uno más. De oficio constructor, traslada en su camioneta herramientas de obra: hormigonera, baldes, grinfas, puntas, reglas, clavos, algunos tablones de un lado a otro y, atiende y controla, cada una de sus obras. La albañilería,


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esa noble y artística tarea de unir ladrillos con ladrillos, es su sustento y su sostén, dicho más sencillamente: es con lo que se gana el pan de todos los días. Pero aparte “El Flaco” tiene desde hace muchísimos años, como un hechizo aferrado a su corazón, un eterno y gran amor: el arbitraje de fútbol. Actividad que ejerció durante casi 30 años, pero como nadie que practicó esa dificultosa profesión, ha cosechado y recibido tanto cariño de la gente. Su trayectoria representa un caso atípico, que genera elogios y despierta admiración. La siguiente evocación refleja éste último costado. Dicen los libros: “En el arbitraje es necesario comenzar por abajo e ir subiendo escalones, basándose en las situaciones vividas a lo largo de un periodo de formación. Aunque un futbolista puede alcanzar el éxito a una edad muy temprana, no así los árbitros. No es la habilidad, como en los primeros, su mejor recurso, es la experiencia lo que les hará salir airosos de su compromiso. Las características requeridas para alcanzar la cúspide son distintas. Este largo camino es, evidentemente, una de las razones por las cuales los árbitros ven desvanecer su ilusión de alcanzar la cima”.

Ahora, el caso de Rubén es muy especial, porque desde joven sumó su experiencia como destacado futbolista a su carrera arbitral (vistió la número 6 de Argentino y tuvo de suplente nada más ni nada menos que a Daniel Passarella). Y éste plus, de haber corrido y pateado la número 5, le dio ventajas. Supo tener más elementos a la hora de interpretar las jugadas. Leía distinto el juego. Todas estas ventajas contribuyeron a su carrera. Tanto que creó como una escuela y tuvo el aporte extraordinario, casi como un padrinazgo ─ casi siempre en las historias de los destacados aparece oportunamente un maestro ─ de otro grande del arbitraje de Cha-


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cabuco: Esteban López. Aseguran los que saben, que juntos componen la dupla más prestigiosa de la historia del referato en Chacabuco. Fue el importador y difusor del “¡¡¡Siga, siga!!!” Ante el riesgo de que se cortase la jugada, por titubeo de cualquier jugador que transportaba la redonda en sus pies, Rubén ordenaba: “¡¡¡Siga, siga, siga!!!” Ésta expresión tan simple, que bien podría traducirse como de aliento, estímulo o motivación también, le dio un toque diferente a su arbitraje, lo adornó y más, se popularizó la frase y se tornó inolvidable para todos los amantes y seguidores del fútbol local. Conserva entre sus pergaminos haber dirigido aquel recordado partido amistoso entre la Selección Argentina preparatoria para el Mundial 78 y Argentino, en el emblemático y recordado Estadio Municipal ─ hoy Plaza 5 de Agosto ─ . Y goza de un gran reconocimiento en toda la zona del noroeste de la Provincia de Buenos Aires. También hizo docencia en la liga de Chacabuco dictando cursos de arbitraje.

Supo manejar muy bien el estigma “del árbitro del lugar”; labor muy complicada, sobre todo porque siempre “se choca” con los arbitrados o los espectadores que no ganaron el partido del fin de semana anterior. Me confesó un referí amigo una vez: “Se dan situaciones muy difíciles si sos árbitro del lugar. Lo expulsaste a fulano de tal, justificadamente, pero al otro día te lo encontrás en la calle, el café o en el almacén, te pide explicaciones y se generan roces, no todos saben perder”.


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En un encuentro que tuvimos hace poco me dijo: “Quiero aclarar lo de `Pilo´ Rojas ─ sobre aquel hecho conocidísimo, que el técnico contó y que ocurrió en la cancha de River en donde Rojas, después de ser expulsado por él, se retiró, se subió bien arriba a una de las torres de iluminación y desde allí siguió dirigiendo el partido ─ yo no lo dejé que siguiera dirigiendo desde allá arriba. Paré el partido y le pedí a la autoridad policial que lo bajara. Porque si él se caía de ahí, el máximo responsable iba a ser yo. No podía permitir que semejante ocurrencia, aunque muy graciosa por cierto, terminara en un accidente”. Y agregó: “Sí, fue una anécdota inolvidable, pero creo que el final había que contarlo también, para ser justos”. Así, con detalles, él quiso que se supiera la totalidad de la historia y quedara bien sentado su compromiso con el reglamento y su autoridad en el campo de juego.

Lo increíble, es que a pesar de los roces con “Pilo”, muy conocidos por la afición futbolística, muchas cosas los unieron. “Pilo” fue técnico de él, cuando jugó en Argentino y después él fue árbitro en partidos en los que “Pilo” dirigía a Racing. Es más “El Flaco”, cuando puede se da una vueltita por la pensión para saber cómo anda... Mantienen una gran amistad desde hace muchísimos años. Fueron grandes camaradas. Pero en el rectángulo, en ese espacio sagrado, siempre cada uno respetó su lugar a rajatabla; sabias medidas para mantener una gran amistad. Para ir concluyendo, hay tantas cosas buenas para reconocerle a Rubén… aquí solo algunas: Supo construir con simpleza y honradez, desde ese rol polémico, difícil y muchas veces ingrato como es el de árbitro, un lugar de privilegio. Y destaco un hecho extraordinario; se sumó a las Glorias del


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fútbol de Chacabuco, no desde el sitial de jugador, sino desde un espacio muy dificultoso y comprometido: el de referí. También agregar, que vino a recordarnos con palabras simples, con modestia y humildad, que los reglamentos están para ser cumplidos. A repetirnos, una y mil veces, que el derecho de uno termina donde comienza el de los demás. Que únicamente “el juego limpio” puede dar garantía de buena convivencia. Que la vida es bella y lo será aún más, si nos respetamos entre sí y definitivamente, que se puede ser muy profesional, decente y respetado, si a la frialdad de las leyes le sumamos la más noble y célebre de nuestra condición: la humana.

Maestro, usted sabe… el fútbol y la vida se parecen tanto… y vivimos en una sociedad tan necesitada de justicia, que a muchos a veces se nos pasa por la cabeza una fantasía:… su imagen de juez detrás de un estrado… Pero lo nuestro es un imposible, una alucinación, usted... usted... “¡¡¡Siga, siga...!!!”.



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Julio Niizagua



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“JULITO”... CON CLASE

Es uno de nuestros personajes. Y serlo desde una concepción implacable es en cierto modo ser un elegido. Porque se necesita de un perfil muy singular. Hay que ser portador de un gran carisma, de una gracia substancial, de algo que no se hace, se nace. Sé que estos conceptos lo pondrán un poco incomodo, no le gusta que lo ponderen demasiado, y es porque desde ese lugar de servicio, pocas


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veces reconocido, valorado, no se asume trascendente. Es una característica de muchos de los que ejercen alguna labor para la que no necesitó estudiar, ilustrarse, pero que sin embargo, no existe otra forma de forjarla con laureles sino es con amor, con la transferencia incondicional e ilimitada de la pasión por las cosas y entregando el corazón sin medirse, sin calcular.

Julio Orlando “Julito” Niizawa, es mozo profesional. Nació en esta ciudad, precisamente en Cervantes 65, al lado de la fábrica de pastas. Es hijo de japoneses, su progenitor tuvo siempre confitería y él, a excepción de un debut poco feliz en la municipalidad, siguió sus pasos pero desde la atención al público, interactuando con el cliente, con el vecino y muchas veces hasta con el enemigo, que sentado en la mesa, envalentonado por una copa de más, lo provocó, “lo quiso probar”. También con el tristón, dolido por el abandono de una dama. Con el cercano gringo que acongojado se quejaba porque no llovía en el campo y la sequía le demolía los sueños. En fin, con todos aquellos de distintas generaciones, famosos o desconocidos, que en alguna confitería, en ese espacio de encuentro y convergencia, compartieron con él momentos de incertidumbre o certeza, de tristezas o alegrías. “Julito” tiene un flirteo pasional con la bandeja, con ese objeto frío, flemático, poco tórrido y esferoidal. La tomó allá a comienzos de los sesenta y no la largó más. Se transformó en su compañera inseparable. Con cincuenta años de profesión trabajó en innumerables confiterías y bares de la ciudad. Ahora, la labor de nuestro amigo, no es la de un mozo cualquiera. Se formó entre los mejores. Compartió el oficio con dos de los más grandes mozos de la historia


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de Chacabuco: Miguel “El Vasco” Iturain y “El Gallego” España. Fue de aquella escuela de élite. Portador de un estilo tradicional, posee las más excelsas cualidades. Es rápido, expeditivo, diligente, observador, ágil. Predispuesto al diálogo. Te recibe cordial. Si sos cliente, te ve llegar y hace el pedido al instante. Te sugiere que te conviene más. Está en los más pequeños detalles y sumado a todo, su herencia oriental le da un toque incomparable, porque si bien es nuestro, chacabuquense de alma, su sangre japonesa le aporta una forma de reverencia, de cortesía, que se traduce en lo físico con una enorme postura de humildad.

Si le piden un tostado, un café con leche, tres gaseosas de distintos sabores, dos hamburguesas, cuatro porciones de torta, un submarino, dos tés, cuatro cortados, cinco lomos, una picada sin chizitos, un aperitivo… te trae eso. No otra cosa. No es un mozo “cigüeña” de esos que te traen lo que ellos quieren. No anda con la lapicera y el papel anotando el pedido. Es un memorioso. Por eso digo que es un mozo de gran categoría, resumiendo: con clase. Ahora, lo que lo hace un personaje muy querido, es su gracia para contar historias. Sabe, por su gran trayectoria muchísimas anécdotas de vecinos y en varias se ha visto involucrado. Pero no las cuenta con maldad, socarronamente, las narra con respeto, con cuidado para no ofender, para sorprenderte, para arrancarte una carcajada. Es capaz de desgranarte una historia como quien mastica un caramelo. Le brotan las palabras a una velocidad extraordinaria y si no estás bien atento, fuiste, perdiste. Les reproduzco dos.


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“Yo era prácticamente un pibe y entré a trabajar a la municipalidad ─ mi primer trabajo ─ y me dieron para que manejara la barredora; un `forcito´ viejo sin puertas, estaba medio destartalado. Entonces una madrugada mientras trabajaba, esa máquina echaba tierra por todos lados, cuando iba pasando por un molino de acá del centro se me “subieron” dos chicas y me pidieron que les hiciera un lugarcito. Al otro día me llamó el capataz y me dijo: ─ Niizawa venga. ─ Sonaste “Julito”, dije. ─ Lo felicito, me dijo. ─ ¿Por qué? le pregunté sorprendido. ─ Por lo de anoche, las chicas… nosotros con el autazo nuevo que tenemos no las pudimos convencer y usted se las levantó con la barredora”. “Un día, en una confitería de la vieja terminal de colectivos, eran épocas de cuchillos y de revólveres. Entonces dos tipos se pusieron a conversar y de golpe empezaron a discutir, uno sacó un revólver para matarlo al otro, yo estaba cerca y me la jugué, le tiré un manotazo y le saqué el arma “limpita” de la mano. El tipo del revólver me miró asustado. Abrió los ojos grandes como el dos de oro. Después se hizo humo. No, me salió de casualidad. Y gracias a Dios que me salió bien. Te imaginas podría haber sido un desastre, sobre todo por el lugar. Al que lo salvé, es el día de hoy que donde me ve me dice: ─ “Julito” a vos te debo la vida. Ah, me olvidaba, después que pasó todo, un cliente se me acercó y me dijo: ─ Viste como salió corriendo el tipo después que le sacaste el revólver… se tiene que haber creído que vos eras Brucce Lee…” “Julito”, todos sabemos que cultivas el perfil bajo. Pero te aviso, anda preparando el traje porque por ahí andan diciendo: “La verdad que entre tantas cosas que se festejan en Chacabuco, estaría bueno coronar la trayectoria de “Julito” con una carrera de mozos que lleve su nombre…”.


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Pedro Prieto



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EL CICLISTA INOLVIDABLE

Aunque no hace mucho tiempo que se ha bajado de la bicicleta, su figura se ha tornado inolvidable. Es que en la historia del ciclismo de Chacabuco, Pedro “El Flaco” Prieto, escribió una célebre página dorada. Fue una figura emblemática, diferente, singular y al mismo tiempo un gran batallador. No se achicó en ningún lugar y ante nadie. Compitió y les ganó a los más grandes del ciclismo na-


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cional. Su rol de peón, apoyo para el resto del equipo, le dio un gran mérito a su campaña y hoy, retirado, en ese mercadito esquinado y frugal en el que forja su presente y su futuro, recoge casi a diario, afables cumplidos, porque nunca falta algún vecino, algún fan que pase caminando o en bicicleta y le pegue el grito: ¡¡¡Volvé Pedro!!!

La historia del Flaco con la bicicleta comenzó cuando cumplió cinco años y su padre le regaló una Roselli, color roja, que le habían armado en la bicicletería Mazzocco. Cuentan que fue tal la alegría del niño que estalló de felicidad y lo vivió como un momento mágico. Por aquel entonces, corrían los primeros años de los 80 y uno de sus primos (Alberto) y su tío (Hugo) al verlo tan feliz intuyeron, tuvieron la premonición de que podía llegar a algo y lo entusiasmaron para correr. Don Prieto se sumó a la iniciativa y lo empezó a llevar a las carreras que se hacían por la zona. A los 6 años, “el proyecto de pedalero”, participó de un campeonato en San Antonio de Areco, salió tercero, se ilusionó muchísimo y comenzó a soñar. A partir de allí se prendió en cuanta carrera aparecía y a pesar de que los recursos económicos eran muy pero muy escasos, Don Prieto lo seguía llevando y acompañando. A los 9 se cortó con un vidrio y tuvo una seria lesión en un tobillo. Todo se le complicó. Lo tuvieron que operar pero luego, una vez recuperado, siguió compitiendo. A los 13 perdió el entusiasmo. La adolescencia lo dispersó. Fue una etapa de desencanto con su entrañable compañera de dos ruedas y corría de vez en cuando. A los 17 tuvo que ponerse a trabajar en el negocio de su padre (frutería y verdulería) mañana y tarde, se había tornado imprescindible ponerle el hombro a la familia. Pero cierto día, ya mejorada la situación económica, lo invitaron a pedalear y se prendió, salió nuevamente al ruedo. De a poco empezó a correr, reapareció el entu-


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siasmo y su amor por la bici se acrecentó. Fue de menor a mayor, hasta que lo convocaron de la Municipalidad de Salto para que los representara y más tarde lo contrató el prestigioso equipo Bianchi. Había demostrado y se había demostrado a sí mismo que ya estaba para cosas mayores. Antes de los 20 debutó en la primera Doble Bragado y luego a fuerza de mucha disciplina, rigor y constancia llegaron los grandes logros. Los más importantes: La Vuelta de Mendoza (2002), La Doble Bragado (2005) y La Vuelta al Valle (2008) en Río Negro. Pero de todas las vueltas, La Doble Bragado (Edición 70), ha sido la más significativa en la vida del Flaco, por varios motivos: la proximidad al lugar (pasó por Chacabuco), el apoyo de su gente, la calidad de la vuelta, el equipo que integraba, etc., etc. Pero vale mencionar que “El Flaco” no era candidato esa vez. La gente no le tenía mucha fe porque no llegaba muy bien. Venía de correr en San Juan, donde no había tenido un buen rendimiento. Pero sin embargo, él la venía soñando y la tenía en la mira. La carrera se largó el lunes 31 de enero a las 13 desde la Municipalidad de Tres de Febrero. Se destacó el carácter internacional, ya que había dos equipos italianos y uno de Estados Unidos. Hasta el día viernes ─ quinta etapa ─ la carrera se desarrolló con algunos inconvenientes en las rutas pero nada que la afectara o la suspendiera. El Flaco había tenido un desempeño muy parejo. No había ganado etapas, pero el promedio en la clasificación general era muy bueno y el sábado pegó el gran zarpazo e hizo la gran diferencia en el tramo contrarreloj. Clavó un tiempo de 21´01´´. Quedó primero en la general superándolo a Fernando Antogna del Equipo Toledo en 9 segundos y sintió, por primera vez, que el gran sueño se podía dar. Al día siguiente, domingo, la etapa final comenzó temprano. No se largó oficialmente de Bragado sino de Alberti, 20 kilómetros más adelante. Una semana de carrera quedaba atrás, pero todavía había mucho en juego y los 196 kilómetros se preveían muy agitados. Pedro, vestido de amarillo, partió con una estrategia muy clara junto a su equipo: cuidar la diferencia de nueve segundos de todo ata-


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que del Toledo (Fernando Antogna) e impedir que bonifiquen en las metas sprint de Suipacha y Mercedes. El trabajo le salió redondo al equipo de Pedro, ya que sus compañeros mantuvieron controlado el ritmo del pelotón principal, acelerándolo cuando alguno de los blanquicelestes del Toledo quería irse adelante. Así fue como el primer movimiento de la carrera, un grupo de ocho corredores entre los que estaba Sebastián Cancio (tercero a 22 segundos), fue neutralizado a la media hora, antes de que tuviera oportunidad de arribar a la primera meta de Suipacha. Los corredores que estaban con Cancio eran tres del combativo equipo Monti: Cristian León, Emilio San Martín y Adolfo Trabochi; Ariel Anacoreto del Tres de Febrero, Gustavo Artacho y Sebastián Alexandre del Colavita, y Maximiliano Richeze del Parolín. A los pocos kilómetros de terminar la fuga anterior, hubo otra pero fue neutralizada por los FACTORY. Ingresaron en el Acceso Oeste con tres horas y media de carrera encima, el pelotón abarcaba todo el ancho de la ruta con más de ochenta ciclistas, ante la ansiedad de los vehículos particulares, camiones y micros que pugnaban por superar la caravana de la competencia. Pero se tuvieron que aguantar hasta salir al Camino del Buen Ayre, ya que los decisivos últimos kilómetros podrían ser claves para un ataque en busca de la clasificación general. Llegaron a Pablo Podestá y afortunadamente el sueño se consiguió, Pedro se consagró, llegó primero, segundo Antogna y tercero Cancio, en la general. Luego vino todo el protocolo de rigor, “El Flaco” agradeció a medio mundo, posó para las fotos y dio notas a medios del país y algunos del extranjero. Ahora lo más destacable del triunfo de Pedro, en la etapa final, fue el excelente trabajo de Emparedados FACTORY, el equipo que lo rodeó. Porque él triunfó sin ganar ninguna etapa, a no ser la contrarreloj y haber cosechado un buen promedio en todas las anteriores. Pero la última fase, dejó un mensaje valiosísimo de las bondades del trabajo en equipo. Nunca lo dejaron sólo, lo apoyaron a morir. Es que él también, desde su rol de peón, siempre se la jugó por sus compañeros. Podría decirse que en esa carrera, “El Flaco”, cosechó algo de lo que había sembrado. La conquista se vivió con mucha euforia en Chacabuco, sobre todo en la gente más seguidora


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del ciclismo que lo recibió y lo acompañó con la autobomba desde el ingreso de la ciudad hasta el municipio y el plus de la extraordinaria recepción fue, porque no solamente había ganado un notable deportista del lugar, sino además, una buena persona.

Como corolario de la historia, cuentan que después de la gran celebración, en la intimidad, “El Flaco” se emocionó hasta las lágrimas. Lo sorprendió un espontáneo y dulce recorrido por su existencia y recordó aquella vez en que siendo apenas un niño, su padre (Don Roberto), le iluminó la infancia con la bicicletita que le había hecho palpitar el corazoncito. También el apoyo incondicional de su primo, sus tíos; las adversidades, los momentos difíciles en que la plata no alcanzaba. Lo envolvieron aquellas imágenes pasadas, y entonces las religó con su presente y le sumó la recompensa: el enorme premio, el nuevo momento para la posteridad, su estampa gigante cruzando la línea de llegada, levantando los dos brazos al cielo, explotando de felicidad y agradeciendo a Dios por la luz recibida. Había ganado, nada más ni nada menos, que la competencia más codiciada por todos los ciclistas del país, la más tradicional, la más legendaria, la mayor: la Doble Bragado.



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Antonio Fernรกndez



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LA GRAN HAZAÑA

─ Tengo un sueño Pedrito, dijo “El Gallego”. ─ Sí, se te nota en la cara. Estas fusilado. Le respondió el cantinero. ─ No, te quiero decir que tengo un sueño, un deseo que quiero cumplir. ─ Ah si, ¿y cuál es tu sueño? contame…


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─ Batir el Récord Mundial de Permanencia en Patín. ─ Andaaaa… tomatelaaa Gallego que tengo que cerrar. Vos lo que tenes es sueño… Esta conversación de trasnochados, se habría desarrollado, términos más términos menos, una madrugada entre Pedro Adami (mi padre un joven emprendedor que con 21 años tenía a su cargo la concesión de la cantina del Círculo Italiano) y otro (un deportista hasta el momento poco conocido en el ambiente local) de nombre Antonio “El Gallego” Fernández. Al día siguiente, “el Soñador”, apareció por la confitería con unos diarios y se los mostró a los presentes. Se veían fotos de él arriba de unas tarimas tipo olímpicas con trofeos, medallas y otras cosas que demostraban que algo, con los patines, había hecho. Sorprendió a todos y orgullosamente repetía: ─ Yo patiné mucho en Buenos Aires, gané un campeonato provincial, otro nacional, etc., etc.

Pero la conversación inicial siguió otro día. ─ Che Pedrito, vos sabes que el récord mundial lo tiene un ruso que no sé como es el nombre. Es de 104 horas sin parar, sólo cada tres horas se paran 10 minutos para cambiarse los patines, comer algo, ir al baño y se continua. No sé, pero me tengo una fe bárbara a que lo paso. ─ ¿Te parece?, mirá que son más de cuatro días patinando y sin dormir... debe ser muy bravo, le observó Pedrito. ─ Sí, lo voy a pasar. Vos conseguime quién me apoye económicamente y yo lo paso. Te lo prometo. Ya vas a ver. La voy a romper... Con el correr de los días Pedrito comenzó entre los amigos y co-


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nocidos del Gallego a difundir la idea y a buscarle auspiciantes. No era mucho dinero el que hacia falta, pero nadie quería apoyar la propuesta. Las respuestas eran muy negativas: ─ ¡Yo no voy a poner…! ¿cómo voy a apoyar a un tipo que no conozco? decían algunos.─ ¿Batir un récord mundial en Chacabuco?, estos tipos están todos locos, decían otros. Claro había motivos para no apostar porque si bien en el Club Porteño funcionaba una escuela de patín artístico, de permanencia en patín nadie conocía nada. De manera que conseguir los recursos fue un verdadero fracaso. Pero “El Gallego”, insistente, todos los días seguía y seguía con la misma historia. Hasta que un día lo cansó a Pedrito, y éste le contestó: ─ Decime una cosa… ¿cuánto decís que hay que poner? Fernández tiró unos números y no era verdaderamente mucha plata. Entonces Pedrito se decidió. ─ Bueno dale, le metamos, te voy a dar una mano y si sale sale... Luego, los dos aventureros conversaron largo y tendido. Armaron un proyecto de gestión y trabajo. A la semana siguiente viajaron a la Capital. “El Gallego” con su carpeta de antecedentes y sus diarios. Una vez allá lo primero que hicieron fue apersonarse ante la entidad que fiscalizaría el desafío. Solicitaron los requisitos, llenaron planillas y obtuvieron una primera aprobación.

Regresaron al pueblo y una vez que recibieron la respuesta favorable definitiva, volvieron a viajar a la Capital a comprar patines, ropas y otros elementos para comenzar el reto. Consiguieron las instalaciones de la cancha de básquet del Club Porteño. Solicitaron permisos. Convocaron a un masajista, un médico, se sumó al equipo José “Oveja” Mancuso, un grupo de amigos que se ofreció desinteresadamente a colaborar y allá fueron por el Olimpo y para muchísimos: “La gran locura mundial”.


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El primer día “El Gallego” empezó a rodar despacio, probando patines, cambiando ruedas, reconociendo la pista, patinaba en círculo, diagonal, línea recta y todo era pura expectativa. De vez en cuando algún curioso aparecía y preguntaba que era lo que estaban haciendo ahí. Ellos apenas respondían, les daba vergüenza. Pero con el correr de las horas, la noticia se comenzó a difundir y empezó a llegar gente. Al segundo día llegaron dos señores de la entidad fiscalizadora desde la Capital Federal para darle legalidad a la posible hazaña y el hecho tomó seriedad. Empezaron a hacerse presente gente de campo y de localidades vecinas. El tercer día llegaron desde las escuelas y ya el cuarto no entraba un alfiler al Porteño. A “El Gallego” todos lo querían tocar, sacarse fotos, aparecieron patinadoras que imploraban acompañarlo en la pista. Fernández se había transformado de golpe, en alguien muy famoso, en un ídolo prácticamente. Pero hubo momentos increíbles e inolvidables, porque a medida que fueron pasando las horas: 40, 50, 60, 70, hasta llegar a las 90 todo marchaba a la perfección y justamente en la 100 el patinador comenzó a aflojar, a quejarse mucho y revelaba signos de un gran agotamiento, se desvanecía. La señal alertó y afligió a todo el mundo, es que el gran sueño se escurría.

Entonces, Pedrito activo, y en un gesto que impresionó a todos, le empezó a pegar salvajemente con una toalla mojada a la altura de las costillas al patinador. Cuentan, que le sonaban como latigazos los toallazos a “El Gallego” y que éste apenas se inmutaba pero lo revivieron, lo sacaron adelante. El duro costo para Pedrito fue que desde las tribunas lo insultaran: ¡¡¡asesino!!!, ¡¡¡asesino!!!, ¡¡¡asesino!!! Ahora lo que nadie supo jamás fue que el propio Gallego le había pedido antes de salir a patinar: ─ Pedrito, si vos notas que cerca del final aflojo y quiero abandonar, pegame con una toalla mojada... no lo dudes. El manager, cuando eso aconteció, ejecutó el pedido. Es que además del interés por alcanzar la gloria, ayudar al amigo, Pedrito había invertido “una moneda” y no la quería perder.


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Bueno, sorprendentemente al fin se produjo el milagro, llegaron a las 104 horas y estallaron los aplausos. Se desató la fiesta, el locutor estaba enloquecido, eufórico, gritaba. El Gallego no se quería detener, estaba como ido, levantaba los brazos, festejaba, bailaba, y, patinaba pero ya por inercia y lo más absurdo era que quería seguir. Los amigos y Pedrito preocupados le pedían por favor que se detuviera porque después se le iba a ser muy difícil batir su propio record. El reclamo era lógico y toda una estrategia a futuro. Al final tuvo que intervenir el médico muy enojado y ordenó que terminara de una vez porque corría mucho riesgo su salud y lo pararon. Luego vinieron los trámites de rigor, se hizo presente un escribano, dio fe del acto, lo coronaron con flores y a partir de entonces todo fue algarabía, felicidad, aparecieron premios de todos lados, de tiendas, zapaterías, casas de electrodomésticos, plaquetas, copas, hasta un viaje y etc., etc. Terminados los festejos, todos los integrantes del equipo durmieron más de dos días seguidos. Al “El Gallego” lo internaron y lo sometieron a un tratamiento de recuperación especial por 6 días. Después vino un asado íntimo donde estuvieron presentes los amigos y colaboradores. El deportista, agradeció a uno por uno y especialmente a Pedrito.

A las dos semanas siguientes, Fernández fue tentado por empresarios de la Capital y aceptó irse. Decidió aprovechar la oportunidad de mostrarse y seguir triunfando en otras partes. Le habían prometido hacer presentaciones en Chile, Uruguay, España, Italia, Francia y ganar fortuna. Una mañana, todos fueron fervorosamente a despedirlo a la estación de trenes (como se solía despedir a los campeones) y luego por un tiempo no se supo más nada de él, hasta que después de varios meses un día apareció muy acongojado. Contó que las cosas no


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fueron como se la habían “pintado”, que extrañaba mucho y que por todo eso lo mejor era volver al pago. Más tarde se perdió.

Después del suceso el pueblo siguió su ritmo normal, tranquilo y apacible. Lógicamente que no existían los medios de difusión de hoy y ni siquiera el libro Guinness, que apareció en el año 55. De manera que la gesta no tuvo la notoriedad internacional que tendría en éste tiempo, ni marcó un antes y después en la historia de lugar. Pero más allá de todo, de la falta de confianza de muchos, de la locura juvenil, el acontecimiento sirvió como el más vivo y cercano ejemplo de que cuando se pone todo, el cuerpo y el alma, y se juega a fondo por las cosas, casi siempre algún milagro se produce. La epopeya se produjo en Chacabuco, el 19 de abril de 1952. “El Gallego” hizo historia, clavó 107 horas y batió el Récord Mundial de Permanencia en Patín.


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Roberto Urretavizcaya



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EL ESPECTACULAR “TITO”

Peleó carreras con Traverso, Castellano, Satriano, De Benedictis, Etchegaray, Acuña y su gran amigo de Chacabuco: Luis “Patita” Minervino por nombrar algunos y se subió al podio de las glorias del automovilismo nacional a puro talento. Es uno de los ex corredores más respetados y admirados por toda la afición a los fierros de la República Argentina. Cuando competía no se guardaba nada. Corría


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para el espectador. No se quejaba si el circuito estaba resbaladizo y peligroso o si faltaban escapatorias; remontaba desde la última posición y se ponía primero en la última vuelta. Pero hoy, sufre como loco porque no se banca ver las carreras desde abajo, no es fácil dejar el vicio de la velocidad para alguien que fue tanto tiempo al límite, saliéndose permanentemente del libreto, jugado, derrapando, calculando las centésimas y acelerando tan a fondo. El TC ya no es lo mismo sin él. Se volvió un poco frío. Tecnológico. Le falta la esencia, quien genere el delirio, la pasión, le falta, dicho más concretamente: ¡¡¡quién provoque espectáculo…!!!

Roberto “Tito” Urretavizcaya llegó a este mundo el 9 de septiembre de 1957. Fue la partera Lombardi, reconocida asistente en ayudar a dar a luz en Chacabuco, quien le comunicó a su mamá: ¡es un varoncito! y ella, Eva Adelina Pagano, muy emocionada se lo transmitió a su esposo: Don Roberto Julio Urretavizcaya. Quienes dos años antes habían sido papás por primera vez, de Alicia.

Nuestro corredor pasó su infancia entre el campo ─ que dista a casi 15 kilómetros del centro ─ y la ciudad. En la casa de su abuela, primero, y en una vivienda propia después. Pero fue su padre quien lo acercó a los fierros. Es que Don Roberto corría en kárting y se lo preparaba un amigo: el experimentado y reconocido Eraldo “Tito” Gardella. Robertito, a los 3 años, niño mimado, no se despegaba de su papá, era su sombra y cada vez que Don Roberto visitaba el taller de su amigo, a ver cómo iba la preparación de la máquina, el pequeñito muy inquieto se quedaba boquiabierto mirando los kárting, las motos desarmadas y atraído por el perfume del taller. Entonces el dueño, Gardella, muy encariñado y embobado lo hacía jugar, le arrimaba algunas piezas para que se entretuviera y al chiquitito se le iluminaba la carita, se encendía.


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Pasaron los años, “Tito” ya adolescente, a los 13, siguió visitando el taller y un buen día le clavó la mirada a un kárting que era toda una hermosura. Lo deslumbró, lo limpiaba, lo lustraba, lo mimaba, le tenía unas ganas bárbaras y su padre, por alguna intuición divina, se lo compró. Entusiasmadísimo comenzó a probarlo en la calle, y por aquellos tiempos de pocos autos, se iba a las clases de gimnasia en la máquina. Lo usaba como si fuera una motito. Después de ahí, con su mejor amigo Gabriel Brusco y otros compañeros del colegio fundaron una peña y organizaron carreras de kárting en la calle. Ya con dieciséis años comenzó a sentir que su talento empezaba a fluir y le pedía pista.

“Tito”, por aquellos años, mitad de los 70, corrió cinco campeonatos de kárting y los ganó a todos. De 65 carreras ganó cuarenta y pico, en el resto salió segundo, tercero dos veces y quinto una sola vez. Recuerdan, entre las primeras, una que corrió en 9 de Julio. Largaron y en la pista se tocó con otro competidor accidentalmente. Ganó “Tito”, pero como quienes organizaban la carrera estaban vinculados al corredor que tuvo el roce con él, entonces lo descalificaron. Luego, después de insistir le dieron la oportunidad de participar del repechaje. Largó último y lo ganó. Le quedaba la final y lo mandaron a la última posición. Estaba solito, nadie le tenía fe y algunos decían:................................................................ ─ ¿Para qué lo hacen correr?........................................... ─ En la pista va entorpecer a los demás...............................… Largaron y comenzó el espectáculo, fue pasando a uno por uno y a veces hasta de a dos, faltando cinco vueltas ya había ganado la punta… Fue un triunfo extraordinario. Sensacional. Inolvidable. Era tal la euforia en los del equipo de “Tito” que casi se vuelven locos. Otra. Fue en Junin. Salían para allá a correr con el kárting y no


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recuerdan a quién se le ocurrió pedirle una moto a un cliente del taller, que no la usaba, y por las dudas la cargaron. Llegaron y la primera clasificación era de motos, entonces “Tito” se prendió. Corrían tipos de peso, había unos rosarinos con unas máquinas espectaculares, con mamelucos de cuero, metían miedo, pero largaron y “Tito” los partió, les ganó. Después vino la serie de kárting y la ganó. La otra serie de motos y la ganó. Corrió la segunda serie de kárting y la ganó y corrió la final de motos, la ganó y la final de kárting también la ganó. Terminó ganando todo, fue contundente en las seis participaciones. Cien por ciento de efectividad, un récord bárbaro. La gran sensación. Y llegó a ganar, en un momento, seis carreras al hilo, una en que salió segundo y después cinco al hilo también. Fue un fenómeno, siempre estuvo acompañado por su preparador y maestro “Tito” Gardella. Y todo ese brillante desempeño, por ese entonces, le abrió las puertas a categorías superiores.

La historia dice que “Tito” se consagró campeón de la Fórmula Renault Argentina, en el año 1982 a bordo de un Crespi-Renault. Que debutó un 7 de septiembre de 1986 en el Turismo Carretera, corriendo para la escuadra Supertap Chivilcoy, la única que quedaba desde la época del Sport Prototipo. Sobre esta unidad, obtuvo tres victorias y se subió a la galería de valores del TC, siendo considerado como uno de los mejores pilotos de la década del 80. Corrió hasta el año 1994 en esta escuadra, con este modelo, y pasó al año siguiente a correr con un Ford Falcon. Con esta unidad obtuvo la mayoría de sus triunfos acumulando 6 en total. En este mismo año (1995), experimentó su primer contacto con el TC 2000 al subirse a un Volkswagen Pointer del equipo de Guillermo Maldonado, aunque solo pudo hacer una carrera. Compitió hasta 1998 con el Falcon de TC, alternando en 1997 y 1998 con las categorías Top Race y TC


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2000, donde volvió a correr con Chevrolet al subirse a una unidad Chevrolet Vectra de la escuadra de Hugo Bini. En 1999 hizo un doble cambio de marca, corriendo con Chevrolet en el TC y con un Ford Escort en el TC 2000, retornando en el año 2000 al Ford de TC. Este año también manejó un Honda Civic de TC 2000. Los años siguientes, continuó intercambiando de marca entre Chevrolet y Ford en el TC, tratando de encontrar la performance justa que le diera nuevamente la victoria, mientras que en el TC 2000 se mantuvo fiel a la marca Chevrolet compitiendo a las órdenes de los preparadores Hugo Bini o Tulio Crespi, con el fin de poder desarrollar los modelos Vectra y Astra, presentados en esos tiempos. En el año 2002 obtuvo su última victoria, compitiendo a bordo de su Chevrolet Chevy, totalizando diez triunfos en carreras finales de Turismo Carretera. En el año 2006, por primera vez compitió con una marca distinta a Chevrolet o Ford, cuando tomó la conducción de una Dodge Cherokee del equipo de Rodolfo Di Meglio, con la cual se mantuvo hasta el año 2007.

En el año 2008, comenzó a dedicar espacio a la formación de la carrera de su hijo mayor Tomás. Al mismo tiempo, volvió a correr a bordo de un Chevrolet Chevy, marca de la cual según sus propias palabras se confesó simpatizante. En el año 2009, compartió la estructura con su hijo, aunque en distintas divisiones, ya que Tomás corría en TC Pista ese año. Luego, Roberto se llevó su alegría más importante como padre, ya que su hijo se consagró campeón a bordo de un Chevrolet Chevy atendido por la escuadra de Pablo Satriano y siendo además, el primer campeón de TC Pista en ser definido por el sistema de Play Off. En 2010, “Tito” cumplió el sueño de emular a pilotos como la Familia Di Palma, los Hermanos Gálvez o los Hermanos Emiliozzi, ya


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que por primera vez volvieron a aparecer en pista dos miembros de una misma familia, en este caso Tomás y Roberto Urretavizcaya. Para ello, Roberto le cedió a su hijo la butaca de su Chevy del equipo de Satriano, yendo a incorporarse al equipo Castellano Power Team, donde volvió a correr con una Dodge Cherokee. Sin embargo, esta alegría le duró poco ya que en la cuarta fecha el equipo de Satriano se retiró de la divisional mayor, dejando a Tomás sin correr. Ante esto, Roberto gestionó la continuidad de su hijo con su jefe de equipo, el ex campeón Oscar Castellano, quien aceptó de buen agrado incorporar al joven Tomás, rescindiendo el contrato del veterano Roberto. Sin embargo, la carrera de "Tito" no se cerró aquí, ya que ese mismo año resolvió su incorporación al Top Race, conduciendo un Volkswagen Passat V del equipo Halcón Motorsport. Con esta escuadra compitió hasta el año 2011, intentando nuevamente la posibilidad de compartir el escenario con su hijo.

Finalmente, Roberto anunció su retiro efectivizando una vez más el encuentro con Tomás en una pista, al anunciar su presencia en la décima fecha del Turismo Carretera a bordo de un Ford Falcon del equipo Savino Sport, con el fin de poder retirarse definitivamente de la categoría que lo vio correr en más de trescientas oportunidades. Esta carrera, tuvo lugar en el nuevo autódromo de la localidad de Junín, bautizado con el nombre de Eusebio Marcilla y que fuera inaugurado el 7 de agosto de 2011, con motivo de la 10ª fecha del Turismo Carretera.

Ahora si bien la gran trayectoria de “Tito” está coronada de momentos brillantes y por su notable calidad humana cosechó fans que lo idolatran y lo evocan a lo largo y ancho de todo el país. Lo más


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maravilloso es que su historia, su gran historia, encierra a la vez un episodio de puro amor, excelso e imperdible:

Eraldo “Tito” Gardella, hoy con 86 años, su primer maestro de los fierros, su segundo padre, de vez en cuando, `pela´ un cuadernito, muy humilde, sin marca, de tapas marrones, fechado en los 70, donde constan con trazos inalterables los circuitos y todas las carreras que corrió y ganó su discípulo, quizás el mejor. Y al hojearlo con un cariño único, igual que aquel chiquilín al que le entregaba las piezas en el antiguo taller para que jugara y se mantuviera contento; se emociona, se le ilumina el rostro, revive y se siente, por un momento, el hombre más feliz de la tierra.



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Carlos Barera



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EL PORTERO QUE ENSEÑÓ

Si nos propusiéramos efectuar un somero análisis de los tipos de porteros o porteras de escuela según su desempeño, concluiríamos rápidamente en tres categorías: Los limpiadores: Reúne a los que pasan el cepillo, plumerean, van y vienen con baldes, rejillas, escobas, hacen mandados y algunos que otros menesteres que están a la vista de todos. Cumplen rigurosa-


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mente los horarios de ingreso y salida. Son precisos y eficientes. Los arregla todo: Incluye a los que no se andan midiendo, a los que no trabajan a código. Los que entienden e interpretan que en un establecimiento escolar donde hay tantas necesidades no pueden trabajar a reglamento. Están más allá de lo escrito. Este tipo de porteros también hacen de electricistas, cerrajeros, plomeros, soldadores, carpinteros y a veces, de bomberos. Porque viven “apagando incendios”. Son los primeros que llegan y los últimos en retirarse, y porque además, tamaña responsabilidad, tienen todas las llaves; entonces abren y cierran la escuela. Los cabales y generosos: Incluye a las dos categorías mencionadas, “El limpiador” y “El arregla todo”. Es una clase en extinción, porque además de reunir todos los atributos anteriores, brindan su costado humano. Se dan con los alumnos, son abiertos al diálogo, les gastan bromas, se preocupan por ellos, se ríen con ellos, son compinches y hasta padres consejeros. O sea, son completos porque están un escalón más arriba del resto. Resumiendo: “¡Son los porteros de alma!”.

Juan Carlos Barera, hoy jubilado y con 83 años, fue uno de éstos últimos que trabajó en “La Católica” por décadas, aunque mejor es decir por varias generaciones, que desde 1972 hasta 2001 pasaron por la escuela. En casi treinta años entonces, el portero conoció, se vinculó y entabló amistad con miles de chicos, hoy ciudadanos adultos de esta vital ciudad. Don Carlos era un docente, que no dictaba contenidos curriculares en las aulas, él nos daba “clases de vida” en cualquier lado o lugar de la escuela, mientras limpiaba. Nos acercábamos a charlar y nos transmitía, nos señalaba cosas importantes. No podría precisar ahora exactamente los términos que utilizaba ─ han pasado muchos años ─ pero recuerdo las ideas, los argumentos, que eran más


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o menos los siguientes:.................................................... “… La responsabilidad es un valor esencial y significa que somos capaces de hacernos cargo de nuestras acciones, tanto de los aciertos como de los errores”.................................................. “Tenemos que asumir obligaciones y compromisos beneficiosos para nosotros y para los demás, sin necesidad de que nos den una orden”. “Los deberes deben ser cosa de todos los días, cuando organizan su tiempo para estudiar y hacer las tareas del cole, cuando llegan a horario a clases”............................................................... “Las pequeñas responsabilidades diarias ─ hacer la cama, levantar la mesa ─ los van a preparar de a poco para ir asumiendo responsabilidades mayores en la vida…”.

Barera tenía la sabiduría de las personas simples. De esas que con dos palabras dicen mucho. Que siembran con el ejemplo. Por supuesto todas las charlas eran mientras él trabajaba, porque nunca dejaba de empuñar ése escobillón ─ enorme para nosotros entonces ─ que era como una prolongación de sus brazos y que pasaba por todos los patios y salones de la escuela, enérgicamente, presurosamente. Daba gusto escucharlo porque tenía el don de enseñar y algunos que tuvimos la suerte de compartir su amistad escuchamos sus sabios consejos y fuimos, por años, sus incondicionales alumnos. Anécdotas, tiene miles, algunas muy emotivas, conmovedoras y otras no tanto, pero todas imborrables. Él, además de toda su gran tarea diaria, atendía el Kiosco de la escuela. Recuerdo patente, cuando una mañana después del recreo de las diez, se presentó en el aula. Serio, desencajado, pidió permiso a la maestra y se dirigió a todos: ─ Estoy mal porque resulta que hice 60 sándwiches, los vendí todos y cuando cuento la plata, me están faltando cinco, esto no


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puede ser, y agregó: ─ Ahora la diferencia la tengo que poner yo de mi bolsillo y no es justo. Estoy harto de que me falten los sánddwiches, concluyó muy triste. Cuando se disponía a irse alguien desde atrás tiró: ─ ¡Fueron los del otro curso! Pegó la vuelta, pidió precisiones pero fue en vano, los datos no lo conformaron y siguió su peregrinar por los otros grados. Pobre Barera, no podía con los “pícaros” que se amontonaban contra la mesita del pequeño negocito y le “patinaban” muy habilidosamente, los riquísimos “únicos” sándwiches, aprovechándose de su bondad.

Otra anécdota, pero esta vez felicísima, fue la que vivió hace algunos años. Un grupo de ex alumnos que decidió celebrar su aniversario de egresados, lo convocó junto a Mabel Castillo, otra portera de alma, para que les prepararan su especialidad: Los sándwiches de mortadela bocha en Pan Felipe recién horneado. Allí estuvieron los dos y lo más increíble para él fue que ese día no le faltó ninguno. Vivió momentos de tremenda emoción, inolvidables. Don Carlos, como no recordarlo. Le debemos un inmenso reconocimiento por aquellos días dorados, cuando a esos brotes tiernos que éramos, usted supo proteger con sus sabios consejos de vida recorrida y esencialmente desde su ejemplo de hombre de bien. Volviendo a los deberes ─ aquello que tanto nos inculcó ─ quiero que sepa que algo nos ha quedado; pues también es una responsabilidad, una obligación honrar a los que entregaron el corazón, dieron todo de sí, confiaron en los niños y apostaron a la educación, desde donde se pudo. Ojalá estas simples líneas, sirvan aunque más no sea, para devolverle una partecita del cariño que nos supo regalar. En el debe de la vida, hay deudas que nunca podremos saldar, y una será con usted.


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Emilio Aprile



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LOS DURAZNOS DE DON EMILIO

El vecino puede ser un aliado, un amigo, un camarada ante las contingencias de la vida. “Un vecino nos puede llegar a cerrar los ojos…”, escuché hace poco y les confieso que me impactó la frase. Pero cuánta verdad, a veces no lo consideramos de esa manera, pero quién podrá asegurar lo contrario. ¿Quién podrá aseverar que ante una situación límite él no estará allí para salvarnos? En Cha-


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cabuco, siempre se comulgó, se construyó y se defendió la buena convivencia con el vecino. Quien, no es alguien que elegimos y es una lotería, porque así como podemos agradecer de por vida que nos haya tocado “un ilustre benefactor”, también nos podría tocar alguien que termine siendo nuestro enemigo.

Actualmente, se advierte que el rol y las relaciones con los vecinos se han ido transformado. Los temas de conversación no son los atrayentes y agradables de antes. Hoy, se ha tornado casi imprescindible, por la inseguridad imperante en todo el país, aliarse para establecer estrategias y defenderse de los posibles hechos delictivos. Y los temas se refieren, fundamentalmente, a esto último.

Pero apropósito de la buena suerte de estar rodeado de buenos vecinos, a nuestra familia le tocó uno de lujo, Don Emilio, al cual hace algunos años le dedique unas líneas que quiero compartir con ustedes y seguramente los hará recordar a algunos buenos vecinos que les hayan tocado y también disfrutado. Dicen así: Es el recuerdo de un vecino que jamás olvidaré. La generosidad, valor sublime, afortunadamente, se hizo presente entre nosotros desde muy temprano y llegó de la mano de Don Emilio. Tengo presente imágenes muy grabadas. Recuerdo como un ingreso triunfal, a la tardecita, que hacía su aparición llegando de su campo en la localidad de Salto. Doblaba en calle Padre Doglia y enfilaba sus metros finales por la 25 de Mayo pegando la última acelerada hasta su casa número 24, pegada a la nuestra, la 22. Descen-


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día de su camioneta flamante, cero kilómetro, color celeste cielo, me alzaba bien arriba y me hacía reír… Luego caminaba hacia la parte trasera. Con mi hermano lo seguíamos expectantes, felices, y él bajaba una canasta grande colmada de duraznos que nos obsequiaba con alegría, como quien entrega un trofeo. A veces llegaba a la hora de la siesta y para no despertarnos dejaba la canasta detrás de la puerta de entrada. Al despertarnos y descubrirla, nos sentábamos a comer. Esas frutas eran para nuestro paladar la mayor delicia que habíamos probado.

Nunca me voy a olvidar de su estampa. Era bajo, medio corpulento, sus manos regordetas y ajadas. Usaba, casi siempre, una gorra azul tirada hacia un costado. Pero más allá de su aspecto físico, era un hombre humilde, simple y bueno. Él perteneció a esa generación de inmigrantes y de hijos de italianos que consagraron su vida al trabajo. Demostraron que a pesar de que este no era su terruño, se podía hacer patria y terminaron siendo protagonistas fundamentales de nuestra historia. Tenían muy en claro que ningún progreso era sustentable sin la base del trabajo. Dignificaron sus vidas y las de sus familias. Cuántos monumentos les debemos... Pero no fue fácil la tarea y la llegada a estas tierras, Efraín Bischoff, eminente historiador estampó en letras sobre ellos "...nos imaginamos los rostros de aquellos, que ignorantes del idioma que escuchaban a su alrededor, venian confiados en la Providencia y en las promesas que habíanles hecho quienes les contrataron para embarcarse hacia América. Pupilas de asombro que espiaban todos y cada uno de los movimientos de las gentes, mientras una nostalgia enorme de la patria lejana crecía en los corazones...". También describió:


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“...fue aquella, sí, una fundación sobre la ternura, el sacrificio y, muchas veces, la desesperación. Coraje, abnegación, energía se conjugaron en el alma de los que arribaron y se prolongaron en la progenie voluntariosa, que acrecentó su cariño por esta tierra. Mujeres y hombres de un ayer distante desafiaron a los tiempos adversos y a toda inclemencia con la modestia de sus destinos…” Vaya en usted Don Emilio Aprile un sentido homenaje a todos los inmigrantes italianos que ayudaron al engrandecimiento de nuestra patria. Pero principalmente, hoy con varios años recorridos, descubro que fue usted el vecino responsable de mi devoción por los duraznos. Esa fruta deliciosa que tantas veces nos regaló y endulzó nuestros días de niños felices. Y también quiero que sepa, allá en el cielo, que sin proponérselo quizás, nos inculcó con su gesto noble, la sabia enseñanza de que quien reparte a manos llenas sentirá en su corazón una gran verdad: ES MEJOR DAR QUE RECIBIR. Que dar a alguien, sin esperar nada a cambio es la mayor felicidad que se puede experimentar en vida.


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Luis Montes



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A Eddy

Hay tantas formas de concebir la amistad‌ Puede explicarse escuetamente, que surge cuando dos o mås personas desarrollan un afecto mutuo, desinteresado e incondicional. Un amigo se asemeja a un hermano, pero existe una diferencia fundamental: los amigos no nos vienen dados, podemos elegirlos. En este punto se en-

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cuentra la clave del asunto. Los amigos tienen tanta importancia en nuestras vidas justamente porque se trata de relaciones que nosotros mismos decidimos crear y mantener a cada instante. Nada ni nadie nos obliga a soportarlos, como sí puede suceder con ciertos parientes. Por el contrario, la amistad se genera cuando dos personas se eligen mutuamente para compartir parte de sus vidas: experiencias, intereses, conocimientos, actividades, etc. Es muy difícil encontrar una buena definición de “amistad”, capaz de agotar toda la complejidad de semejante concepto. Algunos la conciben como “una virtud que nos lleva a una relación sólida, profunda, desinteresada y recíproca con otra persona”. Para la Real Academia Española consiste en el “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

En Chacabuco tuvimos un gran amigo al que le llamábamos Eddy, por el parecido físico con el gran Eddy Grant, músico de reggae. Nacido en Guyana, de raza negra y hecho musicalmente en Inglaterra, que descolló con aquel pegadizo tema: Do You Feel My Love. Fue furor en el 81. Todas las radios lo promocionaban. Un grande realmente, exitosísimo. Actualmente vive en Barbados “La joya del Caribe”.

Pero nuestro Eddy, había nacido en Mendoza, y no recuerdo cómo aterrizó en la ciudad. Vivía en una pensión de la calle Belgrano. Trabajaba de lo que le salía. Hoy de pintor, mañana de jardinero, pasado hacía alguna changa, de lo que fuese y en un tiempo, ayuda-


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do por alguien que no recuerdo, entró a trabajar de administrativo en la Cooperativa Eléctrica. Su vida, por un tiempo, había cambiado sustancialmente. Fuimos compañeros en la secundaria desde el 83 al 85. Me acuerdo el primer día que lo conocí en la escuela, apareció vestido de gaucho, bombacha, bota, pañuelo al cuello, sombrero y facón. Me impresionó. Al día siguiente llegó vestido muy formal: pantalón de vestir, camisa blanca, corbata y zapatos mocasines bien lustrados. Al día siguiente de manera muy informal. Nos vivía sorprendiendo. “Su familia” eran todos. Hoy comía en la casa de fulano, mañana del amigo de…, pasado de un vecino, otro, de una persona que había conocido circunstancialmente y así. Pero todos le guardaban muchísima estima porque era lo que se dice “buena gente”. Y si alguien necesitaba una ayuda él estaba ahí, siempre dispuesto a dar una gauchada.

Era huérfano. Siempre contaba que no había conocido a sus padres. Lo habían abandonado desde muy pequeño y esto le aportaba a su personalidad un toque de rebeldía. Tenía un carácter muy marcado por esta situación. La gente lo alcanzaba a percibir y lo adoptaba con cariño.

Tenía la personalidad de un payaso. Llevaba muy adentro la cicatriz de la tristeza, por todo lo que había sufrido, pero su función era hacer reír y sabía llamar la atención. Cuando pienso en él se me viene a la mente la historia de Pagliacci. Aquella que habla de un hombre que va al médico. Le cuenta que está deprimido. Le dice


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que la vida le parece dura, cruel y que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas donde lo que nos espera es vago e incierto. El doctor le responde: ─ "El tratamiento es simple, el gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad. Vaya a verlo. Eso lo animará". El hombre se echa a llorar. Y dice ─"Pero, doctor... yo soy Pagliacci". Era un imitador sin igual, calcaba a todos los cantantes, desde Sandro a Gardel. Le gustaba mucho el folclore también y recitaba EL MALEVO, de Argentino Luna, como nadie. Decía… “Yo siempre quise tener/un perro como la gente/al fin el tiempo y la esperanza/me dieron uno/pero bien mirao/es hombre de pocas pulgas/yo no atrancaba la puerta de mi rancho/ni durmiendo... /para que… /si al lao de ajuera/por malo que juera el tiempo/enrejaba de colmillos/el coraje de mi perro/cimarron, medio atigrado/lo halle perdido en las sierras/temblando de agusanao/malo como manga é piedra/tuve que echarlo enlazao/para curarle las bicheras/y ahí se quedo aquerenciao/Compañero de horas lerdas/trotando bajo el estribo/ni calculaba las leguas/y donde aflojaba cincha, mire.../se echaba a cuidar mis priendas/Eso si,.. muy delicao/manosearlo ni le cuento se ponía de ojo extraviao/y se le erizaba el pelo/con que tenia bien ganao su apelativo...”El Malevo...”. Nos emocionaba a todos.

En los temas del amor, le costaba mucho. Como que apuntaba demasiado alto. Era muy ambicioso. Pretendía siempre un target muy superior; le iba bien al comienzo y la remaba... pero después se quedaba sin combustible y sin el pan y sin la torta.


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Pero más allá de su histrionismo, de su capacidad para hacer reír, su mayor atributo era la calidad de su amistad. Te bancaba a morir y a pesar de que era muy pobre, no soportaba ver que alguien, a su alrededor, estuviera aburrido o de mal humor. Su partida hacia el silencio, a comienzo de los noventa, fue imprevista. Lo tomó una enfermedad terminal y no le dio chance de nada, ni del más mínimo tratamiento. Tardamos mucho en recuperarnos. Fue un ser muy pero muy querible.

“Un amigo… es uno mismo, con otro cuero…”, sentenció Yupanqui e inmortalizó la máxima. Ninguna frase mejor, más exacta, podría definir lo que fue “Eddy” en Chacabuco para todos los que tuvimos la suerte de conocerlo y gozar de su amistad.



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“Palito” Baldi & Cía.



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PERSONAJES DE CHACABUCO

La ciudad, desde comienzos de los tiempos, estuvo habitada y bien representada por los conocidos “Tiernos sobresalientes del lugar”. Contrastaron siempre con nuestra idiosincrasia y cultura. Fueron y son actores predilectos y través de la huella que muchos han dejado, Chacabuco ha diseñado una parte de su perfil. Y más, constituyen un fragmento de su tradición y su historia.


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De los muchos que nos pertenecieron, “El Viejo Mago” (Haroldo Conti), promediando el siglo XX, retrató algunos y lo hizo magistralmente desde una narrativa en la que los personajes encarnaban siempre un lirismo manso y a la vez enigmático. Más acá en el tiempo, entre los sesenta y setenta, la aparición del genial “Tiaco” Sosa les dio un estatus de gran notoriedad. A partir de entonces se instalaron definitivamente en el corazón de la gente y fueron aceptados invariablemente por la cultura popular. Este párrafo introductorio, es sólo a los fines de contextualizar la evocación; pero son merecedores de un gran ensayo o profunda investigación. Ojalá alguien, entendido en el tema, pueda abocarse a la justa tarea.

Hasta nuestros días entonces, surgieron muchísimos pero aseguran que fue Sosa “El Padre” de todos los personajes. Voy a rescatar del cofre de los recuerdos apenas a cuatro que tuvieron vigencia en las últimas décadas. Aunque ustedes, seguramente, van a recordar otros tantos. “El señor de negocios”, nunca se supo su nombre. Tenía una imagen misteriosa. Decía que venía de la Capital y se hospedaba en el viejo Hotel de Av. Saavedra y San Lorenzo. Vestía traje impecable, sombrero y un maletín de lujo. Donde veía chicos se paraba y les preguntaba: ─ ¿Vo´ de quién so´? Dicen que siempre había alguno que se asustaba por sus preguntas indiscretas y algunas madres murmuraban que pertenecía a una banda que hacía la tarea de inteligencia para que después sus cómplices vinieran a Chacabuco y se robaran los chicos. Era muy extraño, todos le tenían un poco de temor y desconfianza. Hasta que un día, en un descuido, le abrieron el maletín (tipo médico) y vieron que solamente llevaba un gran zapallo. Cuentan que el hecho provocó entre los chicos que estaban presentes un ataque de risa incontrolable. También cuando le preguntaban si conocía a fulano de tal de la Capital, él respondía serio y con voz gruesa: ─ No, pero sí, sí lo he sentido nombrar... Vino por


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años y pasaba semanas enteras en la ciudad. Nunca se le conoció nada malo. Hugo “El Huracán”. Aparecía imprevistamente por los barrios y “atendía” con sus patadas voladoras a los chicos que hallaba jugando en las veredas o las plazas, mientras aseguraba ser Bruce Lee y reproducía los sonidos de los golpes a puros gritos. Su paso era fugaz, duraba segundos. Su notable protagonismo nacía inspirado en las películas que daban en los cines, donde sospechaban que tenía entrada libre. Se compenetraba a tal punto con los personajes de los filmes, que después necesitaba exteriorizar, arrancarse esas emociones tan fuertes y encontraba como destinatarios, “sparring partner”, a los chicos que encontraba. Pero acusaba un lado dulce. A veces, amanecía enamorado y entonaba canciones de Dyango o Armando Manzanero. Tenía sus días: hoy, podía ser un torbellino y mañan, un dulce romántico. Deambulaba por toda la ciudad.

Cortese, “El Gran Jugador”. ─ ¡He Cortese! ¿qué pasó que no jugaste el domingo con Independiente?, le preguntaban con picardía los chicos, por los “Diablos Rojos de Avellaneda”, a lo que él les respondía: ─ ¡Estoy lesionao, estoy lesionao… por eso estoy en Chacabuco!, y agregaba, sí, me pegaron los negros del Gremio en el tobillo, jugando el otro día por la Libertadore' en Brasil... Lo que más sorprendía era la vehemencia y la seguridad con que respondía. Era muy delgadito, bajo y caminaba 'cancheramente'. Pero era extraordinario porque cada vez que le hacían alguna pregunta referida a por qué estaba en la ciudad y no jugando un partido con Independiente, siempre tenía una respuesta diferente, sorprendente, pero sobre todas las cosas muy actualizada. Dejaba a todo el mundo boquiabierto.


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“Palito” Baldi, “El Artista”. Una tarde, Quique Cieri relataba tremendamente eufórico: -… Se sumó al pelotón de los primeros, la gente aplaude a este sorprendente personaje de Chacabuco, que ahora comienza a quedarse y a ser superado... Segundos después, siguió: -… Ahora lo vemos a “Palito” que se va a la banquina, se baja de la bicicleta y abandona…, describía Quique en una carrera de bicicletas que venía desde Salto y al pasar por la Curva del Sol, nuestro personaje se prendió a los que iban primeros. Permaneció en la punta unos 70 metros porque los corredores venían regulando y se preparaban para el embalaje final en el acceso Hipólito Yrigoyen. Fui testigo y estoy seguro que con esa pequeña intervención, absurda y arriesgada que nos arrancó una sonrisa a cientos, sintió que tocaba el cielo.

Cuántos queridísimos y notables personajes nos han deleitado con sus geniales ocurrencias. Hace algunos años les escribí un poema y quiero aprovechar la ocasión para dedicárselos ahora: a los que partieron, los que se fueron de viaje y a los vigentes, los actuales, los reinantes. Increíblemente, al redactarlo fue adoptando la forma de una copa o trofeo (caligrama, forma de dibujar con escritura) que terminé de perfilar, y viene bien obsequiárselos, metafóricamente hablando, colmado de palabras conformes a modo de reconocimiento o tributo por los tantos momentos de alegría que nos supieron regalar. Dice así:


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Personajes de mi ciudad Son expresivos, cándidos e inocentes. Comprenden, se entusiasman y lloran. Son amigables, dignos y sensibles. Animados, graciosos y cordiales. Ansían cariño, caricias y ternura. Son sumisos, mansos y dóciles. Felices, radiantes y oportunos. Critican, se enojan y maldicen. Toleran y revientan de bronca. Hablan, cuentan y prometen. Son afectivos, sabios e idos. Queribles y apasionados. Sufren, suspiran y ríen. Soportan las burlas. Se mueren de amor. Creen en Dios. ¡¡¡Ellos, son nosotros…!!! Solo que algunas veces, por un momento, les nace la maravillosa ocurrencia de mostrarse. Nos improvisan un escenario, muy humilde y en cualquier parte. Nos crean un personaje esplendoroso o quizás también bizarro. Nos llevan de paseo por el tiempo persiguiendo una estrella, nos hacen noviar con la alegría, abrigar la ternura y nos arrancan cosquilleos en el alma. Asombrosamente, esa sola función, les basta para ser feliz y seguir persiguiendo la luz.



Del lado del coraz贸n

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II- Del lado del coraz贸n



Del lado del coraz贸n

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Corazones gigantes



Del lado del corazón

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CHACABUCO Y LOS BALDÍOS

La ciudad se ha ido transformando como todas las cosas. Nada escapó al progreso y hoy Chacabuco brilla, pero vale recordar para mantener viva esa memoria luminosa que con frecuencia nos acaricia el corazón, que antes de éste brillo existieron otros resplandores que alumbraron otras siestas, otros crepúsculos, otras realidades, y los baldíos fueron para muchísimos chiquilines de és-


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te bendito lugar, más que terrenos fugaces y transitorios, fueron verdaderos patios lúdicos. Sí, es cierto que se los ha ido devorando el tiempo, sobre todo los que estaban dentro de las cuatro avenidas, pero que tremendamente felices fuimos en esos lugares, tan solo levantando “un fortín”, jugando un “picadito”, o simplemente, construyendo una “casita” con pocas maderas, chapas y algunos cartones.

Tuvimos en el barrio un baldío. Fue por aquellos años cuando fabricábamos nuestros juguetes y éramos pequeños ingenieros, artesanos de marionetas. Porque a todos los juguetes, prácticamente, los hacíamos nosotros y recuerdo claramente que nuestra más alta creatividad, en una temporada, estuvo puesta en la construcción de armitas de madera de cajón de manzanas para jugar a la guerrita. Con algunas cosas: tachos, escombros, tablones, puertas y ventanas viejas, creamos un espacio de combate y ahí pasábamos las tardes enteras. Hoy, lo más parecido a esa práctica vendría a ser salvando el tiempo y los costos: El Paintball (que en español se traduce como “bola de pintura”), es un juego en el que los participantes usan marcadoras (se suele evitar la palabra “pistola” para no causar posibles alarmismos) que accionadas por aire comprimido, disparan pequeñas bolas rellenas de pintura a otros jugadores. Pero en esencia se trata de un juego de estrategia y contario a lo que se piensa es uno de los deportes al aire libre más seguros y en nuestro país viene conquistando cada vez más adeptos. Sobre esto último, “nuestro paintball”, me quiero detener porque era un juego que invadía casi todos los barrios de Chacabuco. Por


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todos lados había un baldío. Nosotros en el barrio fuimos muy afortunados porque hasta llegamos a construir, en el nuestro, un fortín que se llamó: “Fuerte El Chajá”. Estaba ubicado en calle 25 de Mayo, metros antes de llegar a Av. Saavedra. Ése lugar, era nuestro bunker y ahí trazábamos nuestras estrategias de combate con trampas hechas con hilos de atar paquetes que desataban nuestros planes de guerra. Las M16 la fabricábamos con tablitas. Medio ladrillo era una gran bomba y cuarto una granada de mano. Cada uno aportaba lo que sabía, de lo que había visto en alguna película últimamente. No faltaba el teniente, el capitán, el sargento, no faltaba nadie de algún rango.

Gritos: ¡¡¡Todos al frente!!! ¡¡¡A retaguardia!!! ¡¡¡Avancen!!!. El más audaz avanzaba y el resto lo cubría. Nos adelantábamos o retrocedíamos según el movimiento del enemigo o invasor, pero todos permanecíamos unidos. Recuerdo, aquella vez que asistimos a un compañero maltrecho y herido por una esquirla, que entre todos lo curamos. No teníamos cupo limitado en el batallón, todo el que pasaba estaba invitado a sumarse y combatir. Allí pronunciamos por primera vez la palabra camaradería y practicábamos ─ sin saberlo ─ el compañerismo... Hoy comprendo, lo que para aquella edad era un “fuerte de combate” en realidad fue todo lo contario: un simbolismo por alcanzar virtudes y claridades. Allí no había exclusión ni discriminación, no sabíamos de la existencia de estas palabras. Combatíamos contra la tristeza de no jugar. Arremetíamos sin temor ni desconfianza. Buscábamos conquistar el corazón de los demás imponiendo y forta-


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leciendo el valor del afecto sin límites. También, el baldío era nuestro punto de encuentro. El lugar que nos convocaba a reunirnos cuando un amigo había cometido alguna travesura y su mamá lo buscaba para castigarlo y ponerlo en penitencia. Allí nos escondíamos. Era nuestro refugio, nuestro abrigo.

No soy de los que proclaman que todo tiempo pasado fue mejor. Me resisto a aceptar esa áspera afirmación. Más bien soy de los que sostienen, esperanzadamente, que siempre lo mejor está por venir. Es que estamos obligados a alcanzar otros escenarios más merecidos, más ecuánimes, más solidarios, más justos, aunque solo nos parezcan una quimera o simplemente una utopía. Pero nadie me podrá negar, desde el placer o el encanto, que en aquellos terrenos precarios y efímeros, baldíos de Chacabuco, pasamos una niñez que festejamos con una intensidad superior, como difícilmente la hayan vivido los de otros tiempos. Aunque deba reconocer, respetuosamente, que cada época tiene y tendrá, seguramente, su deleite, su magia, su propio paraíso. Volviendo a “El Chajá”, después el tiempo pasó y se encargó de hacer lo suyo. Con el correr de los años, en el sitio se construyó un local comercial y una casa arriba, entonces el paisaje cambió. Nosotros crecimos y volamos, algunos muy lejos y al otro lado del océano. Pero dicen que en la inmensidad del silencio exótico, por las tardes temblorosas, se escucha muchas veces en el lugar, algún ruido de artillería, algunas ráfagas de metralla, mientras sobrevuela muy alto un bello pájaro azul, que lleva en el pico una ramita


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de olivo y agita en sus alas un mensaje de paz y amistad. ¡Cuántos maravillosos momentos vivimos en aquellos baldíos! ¡Cuántas veces él nos convocó a su sitial dorado! ¡Cómo disfrutamos de aquellos corazones gigantes!

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Tributo a las historietas



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OR GRUND EN “MAFALDA”

En una época en que la tele se veía en blanco y negro, existían solamente canales de aire, la señal que recibíamos era muy débil y no había considerables opciones de entretenimiento, en Chacabuco, muchísimos vecinos encontrábamos en las revistas de historietas nuestro recreo, nuestro regocijo para el ensueño. El Tony,´Dartagnan, Fantasía, Intervalo, Nippur, fueron entre


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otras, publicaciones estupendas de la década del 60, 70 y 80 que leíamos a diario. Porque ¿quién no leyó alguna vez una de esas revistas? Sobre la tele, me acuerdo clarito que en casa teníamos un RANSER a válvulas. Nuestras historias con ese televisor fueron inolvidables. Porque empezaba una película, veíamos los títulos y a los pocos segundos se “chispoteaba” la imagen… se iba. Entonces aparecían unos porotitos blancos, nos enfurecíamos y en el intento por recuperar la imagen lo sintonizábamos, y con el vertical las siluetas de los personajes se iban desde la cintura hacia un costado, se deformaban y luego volvían a su lugar. Era imposible ver una película entera. Excepto y nunca supe porqué, cuando estaba nublado. Había que anhelar que se nublara. Era una lucha y paradójicamente también algo muy gracioso.

Ahora, existían también los privilegiados. Aquellos que veían mejor porque tenían las antenas más altas, entonces captaban mejor la señal, con más calidad. Uno se subía al techo, apreciaba el universo de torres y fácilmente deducía quien o quienes eran los que veían una película o programa de principio a fin. Esto indudablemente, estaba ligado a la condición económica y las medidas de las antenas, eran verdaderos indicadores de la clase social de las familias. Las más altas (más costosas) pertenecían a las familias más acomodadas y las más bajas (menos costosas) a las más humildes. Otra referencia de aquella época, era que la tecnología hogareña no estaba tan al alcance de todos como hoy. Pero por suerte una gran mayoría, como mencioné al principio, encontrábamos en las revistas de historietas nuestra salvación.


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No recuerdo como ni bajo que circunstancias, un día llegó a nuestras manos una FANTASÍA y con uno de mis hermanos, que promediábamos los diez años, la leímos en una tarde. Después nos enteramos que existía un kiosco que las canjeaba por otra en el mismo estado y allá fuimos. Cruzamos la plaza San Martín y costeamos la municipalidad. Llegamos al Cine Porteño y ahí, a pocas casas nomás llegamos a Kiosco “Mafalda”. Nos atendieron muy agradablemente dos mujeres y enseguida nos pusieron unas enormes pilas de revistas ante nuestros ojos para que eligiéramos la que más nos gustaba, o sea la que no habíamos leído, que dicho sea de paso para nosotros eran absolutamente todas. Después de unos segundos, con el ejemplar cambiado por unas moneditas, volvimos a casa y al rato ya la habíamos leído completamente. Creo que las hojeadas a esas revistas nos fue forjando el hábito por la lectura, aprendimos a leer y de tanto ir al kiosco construimos una hermosa amistad con Gladys y Ana Lía (las dueñas, madre e hija) dos bellísimas personas. Y así fue por años.

El negocito estaba abierto de domingo a domingo y a veces la gente hacia cola para ser atendida. Después llegó el Mundial 78 y junto la tele a color, una mejor señal por microondas, la televisión por cable y bueno más acá todo éste advenimiento tecnológico en las comunicaciones, maravilloso, del que hoy somos testigos y no para de sorprendernos. Pero el mundo del canje de revistas, fue sucumbiendo ante el progreso como otras tantas cosas. No hace mucho me enteré que en el año 2000 la Editorial Columba, que era la empresa que las editaba quedó fuera de mercado, quebró y despareció. Era fantástico introducirnos en esas historietas. Había tanta creatividad, tanto ingenio, desde Nippur, Mi Novia y Yo, Dago, Mark,


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Savarese, Gilgamesh, Nan Hai, Isabella, Helena, Wolf, Amanda, Aquí la Legión!, Dennis Martin, Grace Henrichsen, El Muerto, Big Norman, Martin Hel, Merlín, Dax, Drácula, Billy Grant, Los Aventureros, Ahorcado, Anders, Brío, Chaco, Chindits, Danske, El Cosaco, El Peregrino, Kayan, Largo Nolan, Morten, Or-Grund, Ronstadt, Starlight, Ted Marlow, Ibañez, El Angel, Holbeck, Kozakovitch y Connors, Harry White, Morgan, Kevin, Los Amigos, Mojado, Munro, Port Douglas, Jackaroe… Les rescaté tres de aquellos memorables personajes:

PEPE SÁNCHEZ. Un displicente agente secreto argentino protagonizaba una parodia de las series de espionaje. Era un joven espía porteño, disparatado y divertido. Algo canchero e inútil para la mayoría de las actividades, a éste personaje las cosas le salían bien por casualidad. Mientras que con filosófica resignación convivía con la pesada burocracia de su departamento de inteligencia. Pepe enfrentaba a temibles villanos que, por lo general, eran tan incompetentes como sus propios jefes y estaba rodeado de hermosas mujeres que, indistintamente, lo amaban o lo intentaban liquidar. MI NOVIA Y YO. Tino Espinoza era un periodista que trabajaba para la Editorial Palomita en pleno Buenos Aires. La historia se centraba en las aventuras (desventuras) de Tino en su vida diaria y en la galería de personajes que desfilaban por ella: su novia Poppy, temperamental y siempre predispuesta a adoptar las ideas más extrañas. Su perro, Tom, que siempre tenía que salvar al papanatas de su amo (siendo el primer perro de historieta que leía la Enciclopedia Británica y escuchaba música clásica). Su jefe, Balbastro, un hom-


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bre cruel y frío que vivía gritándole a sus empleados (en especial a Tino). Y no nos olvidemos de sus suegros, sus compañeros de trabajo, los vecinos, y otros tantos personajes que reflejaban en tono de humor la vida diaria........................................................ EL CABO SAVINO. Fue la historieta "fortinera" por excelencia, un indiscutido clásico de la gauchesca ilustrada argentina. Presentaba un mundo que extendía su angustia entre la soledad de la pampa y el inminente peligro del ataque de un malón. Era un universo hecho a puntas de facón y lanza, dividido en turnos de guardia, rondas de mate cimarrón (amargo), fajina de fortín y excursiones sobre la frontera, que reflejaba la vida en la época de las campañas al desierto.

Hace poco pasamos con mi hermano por “Mafalda”, va... por donde existía, lo tuvieron que cerrar hace algunos años porque ya no funcionaba, y nos bajamos a saludar. Me costó identificar el frente, fue rediseñado. Toqué timbre, nos atendieron y me encontré con la misma gente de entonces... Muy amables, cordiales y alegres nos recibieron Gladys Candi de De Salvo, Ana Lía De Salvo y Julio Chazarreta. Ahora, ni bien llegamos nos atendió Ana Lía, nos invitó a pasar al living y en un momento en que se retiró a comunicarle a Gladys de nuestra visita, nos quedamos solos en ese espacio contiguo al ambiente donde antes había funcionado el kiosco, sentados en un sillón muy cómodamente. Entonces mágicamente y por sorpresa me invadió una nostalgia dulce, feliz. Levanté la mirada, respiré profundo, cerré los ojos y de pronto todos aquellos entrañables personajes de las historietas como en una película se me aparecieron de golpe. Es que sus espíritus aún permanecían allí, y vi a Or Grund, aquel gigante forzudo, protector de Atlantis (la ciudad plateada) con una espada enorme, unas botas y una gruesa capa de cuero de oso que se


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debatía con un salvaje que había perseguido a una preciosísima mujer para matarla. El gringo lo venció.

Luego ella se acercó y le agradeció con un besó muy apasionado. Él, dio media vuelta y se encaminó hacia un horizonte blanco de espesa nieve y bosques de pinos al fondo. Se fue perdiendo de a poco, pero dejando huellas muy visibles, profundas, que eran verdaderos rastros llenos de mensajes, para que lo siguiéramos y no lo olvidáramos. Para que no abandonemos al niño que fuimos ni perdamos la fantasía. Para que se nos grabe, a fuego, que las emociones nutren al alma. Que a la vida hay que honrarla y seguir dejando huellas de existencia digna, para que los que vengan detrás no la derrochen, la tomen de verdad, intensamente, la disfruten a morir, sean capaces de jugarse por entero, estar siempre dispuestos a entregar el corazón, y si es necesario también, dar la vida por amor.


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El amigo que perdimos



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TRAVESURA MORTAL

Sacábamos el féretro de la parroquia entre seis. De un lado: “El Pato”, Julio y Paulo. Del otro: “Coco”, Alejandro y yo. El ataúd no debía pesar más de 50 kilos y medir apenas más de un metro, pero para nosotros era lo más pesado que cargábamos.No terminábamos de entender que ahí adentro iba Mario, muerto. Tremendo dolor, congoja y confusión no cabía en nuestras almas


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de niños de solo 8, 9,10 y 11 años. ¿Desde qué lugar le podíamos encontrar una explicación a tremenda tragedia? Si él, hasta hacia pocos días nomás había estado con nosotros pateando la redonda y deleitándonos con sus acrobacias en la calle. ─ Dios se lo llevó porque se sirve de los angelitos… se escuchó que dijo una señora. Todos se abrazaban y no paraban de llorar. Fue una despedida impresionante.

Creo que hasta las palomas de la plaza enmudecieron esa tarde, las agujas del reloj del campanario se clavaron, y hasta el paso del tiempo hizo una pausa silenciosa y tácita, en señal de duelo. Había fallecido un niño de 9 años y no era una muerte cualquiera.

Los Bataglia eran tres: Julio, Mario y Amilcar “El Pato”. Anclaron en el barrio provenientes de la zona de la Plaza De la Cruz (hoy General Paz). A juzgarlos por su condición social eran los más pobres pero a la vez los más dispuestos a jugar. Estaban siempre ahí esperándonos para partir hacia cualquier aventura: como hacer un karting a bolilleros, jugar a las figuritas, trepar a un árbol, armar autos con masilla y sunchos en la punta, jugar en un baldío, construir una pileta en el fondo, tirar cohetes, jugar con perros y cuando llovía chapotear con el agua en los cordones; ir a conocer algún circo recién llegado, ir a pescar a la Cañada de lo Peludos, ir a ver la primera “de 9” a un pueblo vecino, jugar al fútbol ─ un contrabarrio ─ en el Club Social, ir al cine Español o Porteño, a la Sede del Club River a jugar al metegol entre otros lugares y convencer a la madres de ellos a que nos contara historias de novelas, que era su especialidad. Con ellos el entretenimiento estaba asegurado. Con amigos como ellos no conocíamos la tristeza y no sentíamos nunca cansancio. Las 24 horas del día eran pocas para jugar. Comíamos donde nos


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daba hambre y nada estaba estructurado. Era jugar y jugar en ese gran parque de diversiones que era, para nosotros, Chacabuco. El tiempo pasaba y nos acompañaba feliz hasta que un día, ellos nos contaron que se marcharían del barrio y que se instalarían en una estancia. Que a su padre, que trabajaba en una metalúrgica le habían hecho una oferta mejor. Se fueron un fin de semana sin despedirnos siquiera, por esa informalidad de los niños quizás. Ignorábamos lo que perdíamos, aunque conservábamos la esperanza de que alguna vez volverían al barrio y seríamos tremendamente felices otra vez.

Pero una tarde de agosto, el primer golpe bajo llegó a nuestras vidas. No había pasado mucho tiempo. Apenas tres semanas de que se habían ido. Estábamos con Alejandro Rizzi, pegados a la alambrada del Estadio Municipal ─ hoy sector norte de la Plaza 5 de Agosto ─ viendo “al 9”, que caía derrotado por Porteño 4 a 1, y escuchamos de la radio de un señor que estaba cerca, que un chico, un tal Mario Bataglia había fallecido. No podíamos creer la noticia. Nos desdibujamos, y como locos, desesperados fuimos corriendo al hospital.

Una vez en el lugar, fuimos hasta la morgue y una enfermera salió a nuestro encuentro y nos confirmó que efectivamente, la persona fallecida era un chico de nombre Mario Bataglia, y que le estaban realizando la autopsia. Cuando le preguntamos si tenía conocimiento de cómo había fallecido nos contó. “…Se quiso subir a un tractor que estaba marchando por el campo, desde atrás, por el enganche y se resbaló. El conductor no lo advirtió y la máquina que traía detrás le provocó lesiones muy serias. Las personas que lo


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asistieron hicieron todo lo posible para salvarlo pero fue en vano, murió en el lugar…” El relato nos conmovió hasta los huesos. Nos volvimos destrozados y llorando. Nos negábamos a aceptar la tragedia. Es que Mario era el más completo y dúctil de todos nosotros. Lo admirábamos mucho. Era valiente, amigazo y tenía una notable agilidad física, practicaba el salto mortal en cualquier parte y nunca caía mal parado. Se había ganado nuestro respeto y era nuestro líder.

Hoy, reflexionando, pienso que aquella tarde, en la estancia, se confió demasiado. Es que no conocía los riesgos de aquellas máquinas. Habrá pensado que era solo una pirueta más, vaya a uno saber.

Hace poco lo soñé. Dios ha querido que no lo olvide y me concedió un sueño inolvidable. En él, lo vi despuntando el mejor de sus saltos: el mortal. Se lo pedimos con los amigos, estábamos afuera de su casa y él no se negó. Entonces, se hizo el espacio. Se preparó. Nosotros le aseguramos que lo protegeríamos para que nadie se le cruzara en el trayecto ─ era en la vereda ─ . Tomó aire, fijó la mirada adelante en un punto imaginario. Después levantó los brazos y picó a toda velocidad, en cuero y con su pantaloncito desteñido. Clavó las manitos en una baldosa y se impulsó hacía arriba rotando alrededor de su plano medio… y nos regaló un crol perfecto, limpio, excelente, maravilloso, como el mejor acróbata del mundo. Pero esta vez, no volvió a tocar el suelo. Su cuerpo de niño atleta quedó suspendido en el aire por unos segundos, y se fue tornando dorado y brillante… como un ángel. Luego se fue elevando, muy lentamente... hacía la luz que lo esperaba...


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El amor de una abuela



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LOS PAN DULCES MÁS RICOS DEL MUNDO

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Señora, esto le manda mi abuela. ¿Pero qué es? Un Pan Dulce, lo hizo ella… Pero, ¿por qué me manda un Pan Dulce tu abuela? Yo no le encargué un Pan Dulce.


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─ Nooo, es un regalo... ─ ¡Bueno!, decile que muchísimas gracias. Que no se hubiese molestado y dale saludos. Ya se lo voy a agradecer personalmente. ¡Muchas Gracias! Mi abuela Laura Guareschi era una genia y yo la admiraba. Amante de la cocina tradicional, no existía alguien en la familia que la superara. Brillaba por sus dulces y sus postres. Pero su especialidad, su gran amor, su máxima pasión estaba puesta en los Pan Dulces. Y creo que ni la madre de Don Musel (el famoso pandulcero internacional) hacía los Pan Dulce más ricos que ella.

La clave estaba, en que para la abuela, la elaboración era un acto de plena solemnidad. Cada unidad, no la concebía como un producto más de panificación, no, era una pieza de arte distinguida y en ese enfoque diferente, en ese paradigma, residía la gran diferencia. La faena comenzaba en octubre. Primero visitaba el supermercado, allí averiguaba los precios de las nueces, las pasas de uva, las almendras, las avellanas, las castañas de cajú, las frutas abrillantadas, etc., ─ ¡Están cada año más caras!, comentaba. Me acuerdo que junto a uno de mis hermanos la acompañábamos a la Cooperativa de Granjeros Unidos; ahí compraba docenas de huevos y de los más grandes. ─ La masa tiene que tener muchos huevos para que salga bien amarilla, no hay que mezquinarle, decía. Tam-bién aprovechaba a comprar harina y azúcar, de la mejor. En noviembre, venía la pelada de las nueces, la cortada de la fruta abrillantada y la limpieza de las almendras que siempre traían algunas basuritas. Ya a principios de diciembre preparaba los mol-des. Tenía entre cuarenta a cincuenta, pero siempre alguno se perdía, porque a pesar de que eran de chapa galvanizada, en alguna parte se picaban


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un poquito, entonces los descartaba. Pero al resto, los embadurnaba por dentro con manteca de la más alta calidad, y les colocaba un papel especial para que de ninguna manera la masa tomara contacto con la chapa. Todo debía salir perfecto. Después de los preparativos con la materia prima, para el 20 de diciembre llegaba la etapa final: producir los Pan Dulces. Mis tíos la ayudaban en la madrugada. Preparaban un gran pastón de harina y agua sobre la mesa y amasaban y amasaban con vehemencia. Luego, venía la horneada, el desmoldado, el chequeo y el almacenamiento en un lugar especialmente preparado, bien acondicionado. Finalmente, el 24 a la mañana se hacía la distribución por el barrio y ahí estábamos nosotros con la logística, listos para darle el toque final al proyecto: “Pan Dulce tradicional de Navidad para los vecinos”. Íbamos felices con uno de mis hermanos de una esquina a la otra, por nuestra vereda primero y después por la de enfrente regalando Pan Dulces. La abuela nos indicaba qué teníamos que decir y cómo presentarnos, nos preparaba. Repartíamos uno en cada casa, uno a cada familia, uno en cada hogar.

Ella a los vecinos los ubicaba en un pedestal. Había hecho un culto de la buena convivencia. Y el respeto y el afecto que les tenía alcanzaba una dimensión casi desmedida, porque lo que muy pocos sabían era que la abuela cobraba una pensión muy modesta y ahorraba para poder hacer los Pan Dulces. No obtenía ingresos de otra parte. Pero era su disposición de conceder, lo que la hacía feliz y ella se daba ese gustazo. Hace tres o cuatro años, fue como ahora, para estas fiestas, me encontré con una de aquellas vecinas de la infancia en un mercadito


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del barrio. La vi muy viejita, la saludé y me reconoció, cruzamos unas palabras y se acordó de la abuela, ─Me acuerdo de Laura… hacía los Pan Dulces más ricos del mundo… ─ Muchas gracias seño-ra, le respondí. Me tomaron flojito esas palabras y se me hizo un nudo en la garganta. Pero de golpe se me vinieron a la mente, muchísimas imágenes de aquel tiempo y pensé que la abuela bien pudo haber hecho los mejores Pan Dulces, pero si nos los hubiera compartido, nadie la hubiese recordado, sobre todo después de tantos años. El comentario me sorprendió. La historia reciente del lugar, está colmada de ejemplos nobles como los de la abuela Laura y la generosidad ha sido una constante. Pero se advierte con claridad, que lo que cambió, es el elemento que se concede, que se transfiere, que se da.

Hoy, regalamos algo que compramos o adquirimos en un negocio, mientras que entonces, se regalaba algo que se producía o se elaboraba con las propias manos. Esto le sumaba una carga emocional y de valor muy fuerte al acto de conferir. Porque era como entregar una parte de sí mismo. Con la ofrenda iba lo mejor de la persona. Iban los sentimientos... Ejemplos de aquellos regalos hay muchísimos, desde dulces, facturas de cerdo, nueces, vinos y licores caseros, salsas de tomates, miel, plantas, pan dulces, verduras, pollos, frutas, etc., etc. Si me parece verlo a Don Emilio Aprile, repartiendo orgullosamente a los vecinos, canastas repletas de duraznos o damascos que él, producía en su campo. Sobre la generosidad, existe una descripción simple y estupenda de Eugenio Mussak, que me gustaría compartir con ustedes. Dice


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así: Existe “El mundo de lo más” y “El mundo de lo menos”, para diferenciar las personas no por su raza o nivel social, tampoco por su cultura o su dinero, sino por su generosidad o falta de ella. “El mundo de lo más” es el mundo que posee una propiedad que dignifica al ser humano, y ésta es la marca de la generosidad, del compartir, de la disponibilidad. “El mundo de lo menos” es mezquino, aislado, egoísta. Conozco personas del mundo de lo más y del mundo de lo menos en todas las clases y profesiones. Son fácilmente reconocibles, no por la ropa que llevan, ya que ésta no significa nada. El generoso no comparte lo que le sobra, reparte lo que tiene, su mejor parte. A veces suele ser considerado tonto o no providente por ello. Pero no lo es, créeme. Actúa de este modo porque es parte de su naturaleza. Volviendo a la abuelita, “¡Te quiero alto, alto, alto, bien alto… hasta el cielo… ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta…!” le decíamos, y ella nos abrazaba fuerte, nos estrujaba, y nos brindaba una ternura infinita. Le encantaba que le repitiéramos cuánto la queríamos.

Se fue con Dios a comienzo de los 80. Su delicado y sensible corazoncito, cansado de soportar tantos inviernos no resistió más. Padecía desde muy joven una seria enfermedad coronaria. Extraña paradoja, sufría de lo que más daba... No encontramos consuelo. Como muchas abuelas fue nuestra segunda mamá. Nos había cuidado el alma.

La recordamos siempre, sobre todo para Navidad. Junto a otros tantos generosos abuelos y abuelas de Chacabuco, en palabras de Mussak: pertenecieron “Al mundo de lo más”.



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Las mejores historias



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LOS ABUELOS DEL BARRIO

Chacabuco es una ciudad con encanto de pueblo, y su medio, siempre estuvo engalanado por la presencia de abuelos decidores y ocurrentes que, sentados en el banco de alguna plaza o en una silla enfrente de su casa, esperaban con paciencia el encuentro de alg煤n par o algunos ni帽os para sacar a relucir sus historias. Pero hoy el contexto cambi贸. Los nuevos tiempos signados por la inseguridad,


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los han confinados a un arresto domiciliario y ya pocos, cada vez menos, son los que se animan y salen a la calle a propagar la valiosísima transferencia de sus relatos, de sus anécdotas, de sus dichos y quimeras. En la cuadra tuvimos dos que fueron de todos. Uno, Don Del Ponte. Llegó un día proveniente de otro barrio. Cuando lo vimos por primera vez nos interrogó: ¿Vo' de quién so'? ─ Yo soy hijo de…, le fuimos respondiendo uno por uno. ─ Ahh… a tu viejo lo conozco, al tuyo también y así siguió con todos.

Vivía solito y nos contaba historias fantásticas como la leyenda de La luz mala, de indígenas, de bandidos y otras muy cautivantes, “…La luz mala aparecía en el campo. A veces entre los matorrales. Decían que en esos lugares siempre había un tesoro enterrado. Una vez unos hombres fueron y cavaron en el sitio donde aparecía la luz y dicen que encontraron un cofre lleno de oro…” Era un enamorado de los perros, tenía dos callejeros, y un día nos contó la maravillosa y tierna historia de Fido que fue llevada al cine con otro nombre y es muy conocida; no la recuerdo desde sus palabras textuales pero el relato es el siguiente: En un pueblito de Italia, cierto día, un muchacho encontró un perrito que había sido abandonado, lo adoptó y lo bautizó con el nombre de Fido. Todas las mañanas el animalito lo acompañaba a la estación del ferrocarril que quedaba como a dos kilómetros del lugar. El muchacho trabajaba en una carpintería y se iba muy temprano a cumplir con sus tareas. El perrito lo acompañaba. Luego, al regresar a la tarde cansado, el animalito lo estaba esperando jubiloso en el andén moviendo su colita, y de regreso a su casa, jugaba todo el camino con él. Fido saltaba de alegría y no terminaba de hacer piruetas por el aire. Pero un día, al muchacho le llegó una correspondencia donde


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le informaban que había sido reclutado para la guerra y se fue. El perrito dejó de ir a la estación por las mañanas pero no por las tardes, donde su presencia era puntual día tras día. Fido, apenas oía la locomotora como que se encendía y empezaba a mover la colita. Luego iba vagón por vagón husmeando a los pasajeros que bajaban para encontrar a su amo. Después que el tren partía, se quedaba unos minutos en el andén y volvía solitario a su casa con la cola entre las patas.

Pero el muchacho jamás regresó. Murió en la guerra. Pasaron los meses, los años, el perrito envejeció y demoraba mucho más tiempo en ir y volver a la estación, pero nunca abandonó la rutina. Parecía no perder la esperanza de que alguna vez volvería a reencontrarse con su dueño; y una tarde de invierno, muy fría, de regreso a su casa se tambaleó y el corazoncito le dejó de latir… Al otro día, unos vecinos del lugar, hallaron el cuerpito congelado en la nieve. Todos en el pueblo conocían a Fido por la historia de amor que lo había unido a su amo. Lo lloraron mucho. Después en la estación le hicieron un monumento en su honor. El otro: Don Michelli. Llegó un día y revolucionó la cuadra. Tenía un espíritu muy pero muy alegre. Chistoso. Era muy cariñoso con los chicos. Físicamente delgadito, de estatura mediana y bien en vertical. Nos contó que había venido del campo a la ciudad para estar más cerca de sus afectos familiares. Que ya no estaba para los trabajos rurales, y creo que nos dijo que lo había alquilado. Sumamente curioso, quería conocer a todo el mundo enseguida. Era medio piropeador, pero sus piropos no eran groseros, sino primorosos, refinados. Las vecinas no salían del asombro y estaban movilizadas por el nuevo galán ─ mayor─ que había llegado al barrio. Su fuerte era la repentización, el chiste corto aunque siempre tenía alguna


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historia de lujo para contarnos. Pero a diferencia de las de Del Ponte, las suyas eran más personales, de cosas que le habían ocurrido en algún momento de su vida, sobre todo en el campo. Daba gusto escucharlo, y cuando hablaba en serio, generaba admiración. Estos viejitos, con sus defectos y virtudes, han dejado huellas indelebles en nuestras vidas. No fueron nuestros abuelos de sangre, pero sí del corazón, porque nos brindaron su afecto, su cariño, su amistad. Nos construyeron un mundo poblado de imágenes, sabores, alegrías o dolores, que no se circunscribieron solo a nuestra infancia, sino que además marcaron nuestra adultez y sus presencias siempre fueron beneficiosas.

Otra particularidad de los abuelos de barrio, es que fueron creadores de dichos que aun tienen vigencia y muchos de ellos, alcanzaron gran notoriedad, solamente difundiendo o repitiendo una frase. Por ejemplo, hoy existe una máxima muy de moda: “Es lo que hay”, que era pronunciada hace algunas décadas en Chacabuco por uno de estos abuelos, a la que todos imploraban que la repitiera. Encajada en una situación del momento, la expresión, generaba grandes carcajadas y el viejito era considerado un verdadero ídolo de grandes y chicos. Ahora es importante destacar y reconocer, que ellos han contribuido con sus expresiones y ocurrencias ─ la mayoría de las veces con humor ─ a la conformación del acervo cultural de Chacabuco. Y no es una consideración caprichosa, pero en rigor de verdad, los nuevos cambios en las comunicaciones, el crecimiento tecnológico de las redes virtuales, sorprendente y admirable por cierto, afecta-


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ron este tipo de creatividad, y es un alto costo que se pagó y se está pagando. El ingenio que se manifestaba entonces, a través de ellos, está en extinción. Sobre el destino de nuestros abuelos del barrio, una tarde nos enteramos por un vecino que Del Ponte se descompuso mientras almorzaba, convaleciente salió a la calle y le pidió ayuda a un señor que pasaba por el lugar para que llamara una ambulancia y lo llevaran al hospital. Allí estuvo internado una semana y después falleció. Como vivía solito, no supimos ni donde lo velaron. Luego de un tiempo, llegaron unos parientes y se llevaron las pocas pertenencias de su casa. Fue muy triste, habíamos perdido a un amigo. Nunca supimos que suerte habían corrido sus dos entrañables perritos callejeros.

A Don Michelli, un día lo vimos muy flaquito y ya no era el mismo que había llegado años atrás. Su mirada estaba como desenfocada y sus ojos habían perdido el brillo. Su tono de voz era bajito y caminaba encorvado. Su vida fue pereciendo, de apoco, como una llamita hasta que un día se apagó para siempre... ─ “ …fue un angelito que volvió a su casa… al cielo”, contaron que pronunció una vecina en el funeral. Después la cuadra jamás fue la misma. Faltaba él. ¡Cómo nos reíamos de sus ocurrencias! ¡Cuántos mensajes buenos nos tiraron! ¿Por qué lugar del infinito andarán contando sus historias azules?



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Profunda pena



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LAS MARCAS DE LA VIDA

¡¡¡Goolll!!!, ¡¡¡Goolll!!! y ¡¡¡Goolll!!!, le gritaba “Guille” en la cara que no paraba de festejar. Después “Ganono” le pegó abajo y se la clavo en un rincón, él se tiró pero le fue imposible sacarla, no llegó. Luego “Lalo” con un penal potente, al medio que tampoco atajó, y como que la dejó pasar. El final llegó con tiro rasante de Fernando que lo atajaba hasta un chico de tres años y terminó el


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partido. El resultado, catastrófico, perdimos 17 a 3. Ya no queríamos más, ni revancha. ─ ¡¡¡Chau maluras… hijos nuestros!!!, se fueron gritando ellos, mientras montaban a sus bicis y se retiraban. Los nuestros también se fueron de a poco, y yo, que era muy amigo de él me demoré porque había tenido que subir al techo de la escuela, que estaba detrás de la parroquia a buscar la pelota. Ya de regreso, me estaba esperando para irnos. Mientras nos íbamos caminando, lo noté muy cabizbajo y le reclamé: ─ Gordo panza de mamadera, no agarraste una, te entraron todas, parecías “corral sin puerta”, ¿qué te pasó?.. ─ Es que no ando bien...-................................................. ─ Sí, ahora no te dan queso andaaa!!!, le reproche..... .............. ─ No, en serio, tengo muchos problemas, me aclaró............ ─ ¿Problemas de qué?, si no te falta nada............................ ─ No, mi mamá y mi papá se están por separar. Me confesó casi llorando. Nunca lo había escuchado así, tan triste.

─ Es que se pelean mucho. Yo a la noche, cuando me

acuesto en la cama escucho todo. A veces están hasta las dos de la mañana discutiendo, va... casi todas las noches. Durante el día me parece que en cualquier momento se van a empezar a pegar y siento que mi casa va a explotar. Ya no es como antes, ahora tengo que pedir permiso para todo. Tengo que hablar en vos baja...

A veces pienso que por cualquier macana que me mande me van a castigar ─ no paraba de desahogarse y siguió ─ . Todos son malos ratos. A veces me escondo debajo de la cama, llorando, y todos los


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días pasa algo raro. También veo que mi mamá no da más. Uno me habla mal del otro y el otro del otro. Me da vergüenza que se enteren los vecinos y en la escuela. Yo no sabía que decirle pero lo tomé del hombro, lo abracé y nos despedimos. Después, nos volvimos a encontrar y ya no me quería contar más de lo que pasaba en su casa. Sufría mucho. Pero un día, sí, nos contó que su papá los había abandonado y ya casi no lo veían, que venía sólo de vez en cuando y que vivía en otra ciudad con una mujer más joven que su mamá.

Varias veces he pensado qué podía haber hecho el gordo para no sufrir tanto y que difícil debía haber sido, porque él no podía defenderse ni correrse del lugar en el que lo habían puesto los padres. Estaba absolutamente condicionado a involucrarse.

Hoy comprendo que los padres somos las figuras de referencia. También pienso que si los padres supiéramos que fuerte es la dependencia que tienen nuestros hijos con nosotros, creo que haríamos menos tonterías y cometeríamos menos errores. Hace algunos años iba en bicicleta por la avenida Lamadrid y desde una camioneta grande, 4X4, me gritaron fuerte ¡¡¡Alfredo!!! Enseguida, más adelante se detuvo. Se bajó un “Oso” barbudo, caminó hacia mí y me abrazó, era el gordo. Nos emocionamos, hacia como 20 años que no nos veíamos, y claro no lo reconocí, el tiempo había hecho lo suyo en nosotros… Entre saludos y sorpresas nos preguntamos sobre nuestras vidas y cuando le pregunté si se había casado me sorprendió con esta respuesta.─ No, vos te debes acordar la que me tocó pasar de chico. He sufrido mucho. Fue muy duro lo que viví con mis viejos. Es mentira que uno puede sustraerse de esas situaciones: uno es lo que ha vivido. Ser hijo de padres separados


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me marcó. Me hizo distinto, como de otra categoría. Te digo más, la situación jodida de mis viejos me hizo serio. Yo sufría cuando estaba con gente que no conocía, no sabía cómo desenvolverme. Hoy, la verdad, es que no me vería casado y con hijos, y creo que es por temor a caer en ese pozo que cayeron mis viejos… ¿vos qué opinas?, me sorprendió con la pregunta pero le respondí...................... ─ Mirá gordo, yo no soy un experto en el tema, pero nosotros no venimos de un repollo ni de una cigüeña. Venimos de padres que son seres humanos, y ser padres y humanos es equivocarse... Se quedó pensando un instante. Luego nos despedimos con el compromiso de volvernos a juntar y comer un asadito. Me fui con la impresión de que no le había llegado nada de lo que le había dicho, pero con la convicción de que en el próximo encuentro pendiente, lo iba a persuadir de razonar aquella triste situación que le tocó vivir en su infancia de otra manera. Me lo había tomado como un desafío. En ese tiempo, yo, cursaba la carrera de Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba, antes de cambiarme a Comunicación. Y un día, estando en la biblioteca del establecimiento, consultando unos libros, me acordé del gordo y busqué material referido a su problemática. Encontré, por suerte, una reflexión de un profesor que creí le vendría justo al gordo y la copie en un papel que todavía conservo, milagrosamente. Al año recién pude volver a Chacabuco, me organicé una recorrida para visitar amigos y fui a la casa del gordo con la idea de organizar el asadito que teníamos pendiente y con el papel.

─ Se radicó en España... le va muy bien allá y no creo que quiera volver a Chacabuco..., me dijo su abuela. Se me vino el mundo abajo. Me quedé con el pensamiento atragantado. Igual que esos goles que no metimos por demorones ...


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Sentí bronca de llegar tarde. Me retire triste porque a él ya no le llegaría nunca la reflexión y pensando que le fuera bien en España. Era una persona muy buena y se merecía lo mejor. Todavía conservo aquel papel con el pensamiento, y no sé si será la verdad o cuánto tenga de verdad, pero si al menos le llegara a una sola persona que pensara como él y cambiara su forma de pensar para sentirse más feliz, ya me daría por satisfecho. Dice así:

“… a los que sufrieron en la infancia por la separación de sus padres y siguen sintiendo que pertenecen a una categoría distinta de la gente, porque quedaron estigmatizados por los principios de hace 20 o 30 años, quiero decirles que en realidad no son ni más ni menos normales que otros hijos de otros padres que también se han equivocado, quizá de otra manera, pero se han equivocado. Esas marcas que consideran tan dolorosas son, más que las marcas de la separación o del divorcio, son las marcas de la vida. Y todas las personas las llevan, sea cual fuere el estado civil de sus padres…”



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La memoria de los perfumes



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FRAGANCIA DE MANDARINAS

Llevar impregnado el perfume de mandarinas obligaba a los de alrededor a una pregunta inevitable… ¿tenés una? Porque era una esencia que nos delataba a 10 metros a la redonda. Y más si era de las primeras, de las arrancadas a fines de mayo, ni hablar. Recordemos, que las de fines de junio ya no tenían tanto aroma y no eran tan apetitosas. Casi que no valía la pena pedirlas, no olían


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bien y para esa fecha ya estábamos medio cansados de comer tantas. Quiero destacar a las que maduraban primero y empezaban a pintar, las que estaban entre verdes y amarillas, las que representaban todo un desafío para la digestión, las que te producían un terremoto adentro… sí esas, eran las mejores. También podríamos llamarlas “las polémicas”, porque cuando nos decían................… ─ Están verdes tonto, no las comas que te van a hacer mal......... ............................................s: Vos les respondías: ─ Cállate que me van a hacer mal… (Además ya te habías comido cinco). ─ Están maduras, no ves que están maduras. Retrucabas........... ─ Sí, pero se ven verdes. Inistían. ........................................ ─ Pero por dentro están amarillas... Y te trenzabas en una pequeña discusión. ─ Ojalá que te de una buena descompostura así aprendes a hacer caso… se iban diciendo..................................................

Es que uno las defendía, porque la mayoría de las veces, te había costado mucho conseguirlas. Te habías tenido que subir a una planta difícil y había sido toda una aventura arrancarlas, representaban toda una conquista. Pero las que más costaban conseguir y alcanzar, ésas, eran las que más se disfrutaban, las más ricas.

Ahora quiero resaltar las virtudes intrínsecas que poseen en si mismas las mandarinas, respecto a otras frutas, que también son muy apetitosas como los duraznos, las peras y las naranjas, sólo por nombrar algunas. Las mandarinas te convocaban a la solidaridad. Porque si tenías solamente una podías compartirla fácilmente con tus ami-


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gos. Quiero decir, que de una podían comer varios. Porque se desgajaba, se partía en dos, tres o más partes, y si alguien te pedía solo un gajito, también le podías convidar y complacer. Ese gran atributo descripto, le daba ventajas, preminencias. Como que le aportaba un carácter más social y confraterno. Sin ponderalas demasiado, ése plus, nos empujaba, nos estimulaba a desarrollar nuestra capacidad de compartir y de ser más solidarios para con los demás. Como que sin querer, contribuía a que de niños no fuéramos tan egoístas; ese defecto que en la vida adulta divide, separa, excluye, que a muchos los hace insensibles y hasta los deja ciegos.

Tuvimos en mi casa una hermosa planta de mandarina. Tendría yo en ese entonces entre siete u ocho años. Era una especie de las más comunes. La había plantado mi abuela Laura. Daba frutos deliciosos. Tenía una extraña forma, estaba balanceada toda sobre un costado como recostada en el tiempo.

Recuerdo una gran rama como de dos metros de largo, gruesa y fuerte, que iba desde el centro hacía afuera y estaba como a dos metros del suelo. Pero como un capricho de la naturaleza, a la misma rama, le habían crecido ramas más pequeñas hacía los costados, que a su vez formaban como una suerte de red, para que yo estuviera encima de ella y no me cayera al suelo ¿habrá sido premeditado? Bueno, ése gajo era mi preferido. En él, después de almorzar, me recostaba a despuntar un sueño corto, y sin existir internet yo ya navegaba. Con solo entornar mis parpados, mi mente viajaba a mundos ideales, a paraísos terrenales donde triunfaba el bien y la maldad no prosperaba. Después, cada uno siguió su crecimeinto. Y como que nos acompañábamos desde el lugar que cada


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uno ocupaba. Yo pasé la adolescencia, llegué a mi adultez, y el arbolito fructifero un día envejeció, lo tomó una peste fuerte y murió. Pero aquellas ilusiones, aquellos sueños que abrigué en él, los sigo teniendo y celebro cada día que sigan vivos en mí. Ahora, les confieso, que su aroma no lo perderé jamás. Porque me dejó en aquellos pequeños pulmones, fijado para siempre, aquel balsámico inolvidable. Tan fuerte como las flores de manzanillas, a las costas del Río Salado y a la suave esencia de las guayabas que recogíamos en aquel triangulo de la Plaza San Martín, frente al Banco Nación. También al inconfundible perfume de un pino que está frente al Cine Español. Qué curiosamente, por muchos años tuvo una rama muy larga y flexible, de donde nos colgábamos y hamacábamos felices.

Hace pocos días, caminando hacia mi trabajo, me desvié, tomé por una calle que nunca había transitado, desconocida, y pasé por una casa donde asomaba como un brazo tendido, desde lo alto de uno de sus muros una rama de un mandarino todo florecido. Me sorprendió. Me detuve un momento a observarlo… era una hermosura... Aspiré su perfume y me avivó la memoria. Me tomó sensible y recordé aquellos momentos de la infancia, que se me venían a la mente uno tras otro, sin pedirme permiso, solo a brindarme placer. La fragancia se hundió en mi pecho y me invadió un aroma dulce y frutal. Ese instante, con esa poquita cosa, fui feliz.


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Nada ocurre por casualidad



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“CABALLITO”

Todos, absolutamente todos, en ese rinconcito iluminado y santo que habita en nuestro corazón, atesoramos alguna historia de reflexión o una historia de Navidad. Yo viví una increíble que jamás olvidaré y se las escribí. Ojalá, al leerla, los inspire a recordar alguna de las vuestras, para recuperarla, emocionarse y compartirla. Bueno, empieza así:


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“Nada sucede porque sí”.................................................. “Nada ocurre por casualidad”............................................ “Lo que haces hoy, mañana pude hacer la diferencia en tu vida”. Adhiero a estas afirmaciones, comparto y abrazo. A comienzos de los 70, yo atravesaba la etapa de “El Explorador”. Ese momento en que los chicos comienzan a identificar lugares, subirse a los techos, treparse a los árboles, recorrer la cuadra, conocer vecinos, dar una vuelta manzana, entre otras proezas. Entonces un día de aquellos, “yendo de expedición” hacía la plaza San Martín por la avenida Saavedra, llegué hasta la Tienda Santa María (una de las grandes tiendas de Chacabuco por décadas) que delimitaba con la Escuela de Educación Católica. Recuerdo patente, que estando en la puerta del negocio, un empleado salió a mi encuentro. Me interrogó, me hizo hablar, se rió mucho, acarició mi cabecita, me obsequió una moneda y me dijo:

─ Andá con esta monedita que tiene un “Caballito” (tenía grabada en una de sus caras, la imagen de un gaucho de a caballo ─ El Resero ─ y creo que era de 10 centavos o pesos) al kiosquito de la esquina y te van a dar caramelos... Seguí su consejo, fui y el kiosquero me llenó las manos de golosinas a cambio de la moneda. Otras tardes, yo volvía a iniciar “mi expedición”, pasaba por la tienda y el empleado siempre salía a mi encuentro, conversábamos, se sonreía y luego me decía: ─ ¡Tomá un “Caballito”! Y me obsequiaba una moneda que alegremente sacaba del bolsillo del pantalón. Yo salía corriendo jubiloso al ki-osco, compraba caramelos, regresaba a mi casa y los comía, en al-gunas ocasiones con mis amigos de la cuadra. Éste hecho se repitió muchísimas veces y Mario (después con el tiempo supe su nombre), simbolizaba para mí, un amigo muy generoso y rico. Esa era, exactamente, la imagen que había construido de él.


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Después crecí, y eché sombra como un árbol ─ tal cual describió nuestra “Pluma Brillante” Haroldo Conti, en el aquel magnífico cuento “Las doce a Bragado” ─ y fui por etapas ulteriores, futuras. Ya en mi adolescencia. Me urgió la necesidad de trabajar. Corrían tiempos difíciles en Chacabuco y se me hacía complicado conseguir un empleo. Un amigo, había tomado la representación de una conocida marca de helados de renombre nacional y como conocía mi situación; me ofreció venderle. Lo acepté con cautela. Pero él me tenía fe. Llegó el día de comenzar y me llenó la conservadora de helados. Debuté muy bien. Vendí todos y lo tomé con responsabilidad. Me había acondicionado una corneta grande de aluminio y recorría los barrios de los alrededores de la ciudad. Gracias a este trabajo pude conocer todas las calles del lugar. Me iba estupendo y con mi amigo estábamos felices porque el negocio para ambos, realmente funcionaba.

Pero lo más emocionante y milagroso, me sucedió una tarde de tantas. No podría precisar la fecha, pero fue para antes de las fiestas. Mientras recorría una zona, cercana a la plaza Belgrano para el lado de la periferia, unos chicos me gritaron: ¡heladero!, ¡heladero!, ¡pare heladero! Me detuve, y observé que desde una casa bajita, que estaba debajo de un gran árbol, salieron cuatro o cinco pequeños y vinieron hacia mí. Se arrimaron a la bicicleta pretendiendo comprar algunos helados y enseguida evidencié que no tenían dinero. De pronto, un adulto salió de la casita y se acercó...


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Cuando lo tuve cerca, lo reconocí y me estremeció: era Mario. Aquel amigo generoso y rico de la infancia. Su rostro me era imborrable. Nos saludamos con un abrazo y conversamos. Me contó que hacía muchos años que había dejado de trabajar en la tienda, entre otras cosas y que esos niños eran sus hijos. Entonces, movido por un voluntad superior e instintivamente, abrí la conservadora, saqué los helados más caros y comencé a entregarle uno a cada niño. Él se interponía y me pedía que me detuviera, afligido, porque no iba a poder pagarlos. A lo que con cierta serenidad le respondí: ─ no me debes nada… “Caballito”. Me miró, y no hizo falta agregar un solo término, una sola expresión, nada. Es que “Caballito” era una palabra que encerraba un misterio mágico entre nosotros y reflejaba una historia de bondad, que solamente él y yo sabíamos que existía. Luego me agradeció: ─ ¡¡¡Muchas gracias!!!, me dijo. ─ No, gracias a vos… le respondí. Nos despedimos y nos deseamos suerte. Me quedé mirando, por un instante, como los niños corrían con los helados en las manos, felices hacia la humilde casita y… me vi entre ellos.

Retomé mi recorrido mientras una paz inmensa me colmaba el alma. Había saldado, apenas una partecita, de una deuda de gratitud jamás imaginada. Me sentí pleno. ¡¡¡Solo me faltó rezar: “Gracias Dios, porque tu amor se manifestó en las manos y en los corazones humanos”!!!


ÍNDICE PRÓLOGO............................................................9 OPINIONES DE LECTORES.........................................13 PRESENTACIÓN....................................................15

I- EVOCACIONES ENRIQUE EL INMIGRANTE - EL SUEÑO AZUL...................19 RAÚL GARELLO - LAS EXCELENCIAS DE RAÚL.................27 ÁNGEL TORRES - UN ÁNGEL DE PELÍCULA.....................37 OMAR ABUÉ - OMAR SIEMPRE ESTARÁ..........................43 HAROLDO CONTI - LA PLUMA BRILLANTE.........................51 ALDO CARENA - EL HACEDOR DE SUEÑOS......................59 MIGUEL GIL - EL LEGADO DE MIGUEL...........................65 OSVALDO BUEY - AL VECINO, AL AMIGO, AL PRÓCER..........75 ELVIO MELLI - EL EDUCADOR INSIGNE..........................83 DANIEL PASSARELLA - LA TARDE MUNDIAL.......................91 SERGIO VARGAS - EL MÁS VOLADOR............................99 RICARDO ROJAS - EL GRAN DT.................................107 RUBÉN BÁRCENA - UN SEÑOR JUEZ...........................115 JULIO NIIZAGUA - “JULITO”... CON CLASE...................123 PEDRO PRIETO - EL CICLISTA INOLVIDABLE...................129 ANTONIO FERNÁNDEZ - LA GRAN HAZAÑA...................137 ROBERTO URRETAVIZCAYA - EL ESPECTACULAR “TITO”....145 CARLOS BARERA - EL PORTERO QUE ENSEÑÓ................155 EMILIO APRILE - LOS DURAZNOS DE DON EMILIO............161 LUIS MONTES - A EDDY...........................................167 PALITO BALDI Y CÍA. - PERSONAJES DE CHACABUCO.........175

II- DEL LADO DEL CORAZÓN CORAZONES GIGANTES - CHACABUCO Y LOS BALDÍOS.............185 TRIBUTO A LAS HISTORIETAS - OR GRUND EN “MAFALDA”.........193 EL AMIGO QUE PERDIMOS - TRAVESURA MORTAL....................201 EL AMOR DE UNA ABUELA - LOS PAN DULCES MÁS RICOS............207 LAS MEJORES HISTORIAS - LOS ABUELOS DEL BARRIO.............215 PROFUNDA PENA - LAS MARCAS DE LA VIDA.........................223 LA MEMORIA DE LOS PERFUMES - FRAGANCIA DE MANDARINAS...231 NADA OCURRE POR CASUALIDAD - “CABALLITO”...................237 NOTA.....................................................................245




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