Ética de mínimos

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Vivencia en valores Ética de mínimos


Ëtica de mínimos

ÉTICA DE MÍNIMOS

Las transformaciones en las estructuras sociales a través de la historia, han demostrado particularidades en las formas en cómo se actúa socialmente, pensar en una ética que permita un equilibrio y una igualdad en comunidad es pensar posiblemente en una utopía.

Hoy en día los sujetos consideran las bases de su estructura en el bien, pero no de un bien común si no de un bien más hedonista que considera estar mejor que, más no en un estar bien. Marcuse crítico de la sociedad capitalista propone una sociedad que no hace del trabajo su centro, “estamos convirtiéndola en una sociedad de ociosos”.

El juicio «el hombre virtuoso es feliz» es sintético a posteriori, porque la conexión de ambos términos está a merced de la más pura casualidad. En el sistema en que nos ha tocado vivir, si un hombre virtuoso es feliz ya puede decirse que ha tenido suerte, porque desde luego las condiciones no están puestas. Pero, ¿qué significan ya «virtud» y «felicidad», tras esta intrincada historia?

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En una sociedad totalmente desfigurada en sus deseos y aspiraciones, las éticas de nuestro momento suelen limitarse, o bien, a calcular juicios de bienestar social que sean aceptables por todos (lo cual no cambia gran cosa el sistema), o bien, a ocuparse en justificar normas. Las éticas deontológicas, contra lo que cabía esperar a principios y mediados del siglo, están de nuevo en auge y renuncian a hablar de la felicidad.

Las éticas deontológicas, contra lo que cabía esperar a principios y mediados del siglo, están de nuevo en auge y renuncian a hablar de la felicidad. Tanto Apel como Habermas han ofrecido algunas de las razones de semejante reducción, que podrían resumirse en las siguientes:

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Una ética crítico-universalista no puede ni quiere prejuzgar dogmáticamente la felicidad de los individuos, sino dejar la decisión en sus manos;

Una ética crítico-universalista tampoco se conforma con el relativismo al aceptar la pluralidad de formas de vida nacidas de los diferentes ideales de felicidad, porque admite y potencia las diversas ofertas de «vida buena», pero no acepta diversos principios de la justicia; en caso de conflicto entre distintas formas de vida, han de someterse a las restricciones impuestas por principios universales, legitimadores de normas.

Pero se puede añadir a estas razones otras que consideran no menos convincentes a la hora de comprender, e incluso justificar, el deontologismo reinante.

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Para construir en una sociedad ideologizada, desde una perspectiva facilitante, es menester enfrentarse a algunas cuestiones ineludibles: ¿qué podría significar el término «excelencias» en una sociedad inmisericorde y competitiva?, ¿cuáles serían las virtudes envidiadas por una sociedad consumista, estratégica y corporatista?, ¿cuál sería el ideal de felicidad, el ideal de una imaginación bombardeada por todo género de propaganda? Y, junto a todas estas preguntas de «ética-ficción», se abre el gran interrogante: si un hombre animado por semejante ideal de felicidad, conformado por semejantes virtudes, respetaría el elemental principio de igualdad y solidaridad, que constituye la más preciada de las conquistas morales.

Por eso algunos éticos se han refugiado humildemente en una ética de mínimos, y se limitan a decir a los oyentes y lectores: al decidir las normas que en su sociedad van a regular la convivencia, tenga en cuenta los intereses de todos los afectados en pie de igualdad, y no se conforme con los pactos fácticos, que están previamente manipulados, y en los que no gozan todos del mismo nivel material y cultural ni de la misma información; porque —en palabras de John Rawls— usted está convencido de la igualdad humana cuando habla en serio sobre la justicia; o cuando ejecuta actos de habla con sentido, por decirlo con la ética discursiva; haga, pues, del respeto a la igualdad una forma de discurso normativo y de vida.

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