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La verdadera libertad

Gloria y gratitud Pablo habla de si mismo como el primero de los pecadores, como el último de los apóstoles, como el más pequeño de todos. Pareciera querer reivindicar el primado de la nimiedad y de la indignidad. Pero desde el centro de esta conciencia florece un sentimiento antes desconocido y hasta incluso imposible: la admiración por si mismo. Mejor aún: la admiración por lo que Cristo obra en él. Hasta aquello que Pablo habría descartado de su persona, aquello que habría preferido olvidar, recibe un lugar central en su relación con Cristo. Todo el mal, el dolor por la vida pasada, todos los límites son arrollados e invadidos por un amor nuevo. No borrados ni olvidados, mas bien transformados por la misericordia de Aquél que todo lo puede.

Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. 1 Co 15,9

En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un cruci cado y yo un cruci cado para el mundo. Gál 6,14

¡El que se gloríe, gloríese en el Señor! 2 Co 10,17

La nimiedad de Pablo, su limitación incluso física, se vuelven de esta forma un motivo de orgullo. Él está orgulloso de ser poca cosa, para testimoniar a Aquél que es todo. Las traiciones, los fracasos, las enfermedades, todo le recuerda, a cada instante, que su vida no le pertenece, sino a Aquél que lo ha generado y lo quiso salvar. El orgullo de Pablo nace de la misma fuente de la humildad. El gloriarse es gratitud.

«El que se gloríe, gloríese en el Señor» Diego Velásquez (1599-1660), Retrato de San Pablo. Barcelona, Museo de Arte Catalán Foto Archivo Scala. Pablo – con las manos que cierran el pesado volumen que sobresale por debajo de su capa- aparece a los ojos de Velásquez como el custodio de la Fe; totalmente consciente de “haber cumplido la buena batalla”, tiene aferrado a sí aquello que ha conservado entre miles de batallas.


La verdadera libertad

No dominado por la nada La historia -Pablo se da cuenta de golpe cuando se le aparece Cristo- no está en las manos del hombre, sino en las manos de Cristo muerto y resucitado. Él es el Señor, de Él todo depende. Para quien tiene conciencia de ello, éste es el origen de una libertad sin límites. El tiempo se ha vuelto breve, escribe Pablo, porque sabe que la nave de la historia humana está casi llegando a su puerto definitivo, las velas ya han sido amainadas y todo está volviendo al Señor. Cada cosa es mirada a la luz de la eternidad, del destino, del Bien.

He aquí la paradoja: la libertad es dependencia de Dios. Luigi Giussani

¡El tiempo apremia. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no lo disfrutasen. Porque la representación de este mundo pasa! 1 Co 7,29-31

«Todo me es lícito»; mas no todo me conviene. «Todo me es lícito», mas ¡no me dejaré dominar por nada! 1 Co 6,12

«“¡Todo me es lícito!” Mas, no me dejaré dominar por nada» Nicoló Circignani dicho el Pomarancio, El naufragio de San Pablo a Malta. Roma, Torre dei venti, Sala della Meridiana. Archivo Secreto del Vaticano.


La verdadera libertad

En tensión hacia el futuro Todo el esfuerzo de Pablo es una respuesta a la llamada de Cristo, como una carrera asumida hasta quedarse sin aliento para alcanzar y abrazar la recompensa, la vida eterna con Cristo. Continuamente, en sus cartas, Pablo reafirma su estupor lleno de gratitud por la gracia de Dios que lo amó primero: «Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rom 5,8).

No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí. Fil 3,12

Yo, hermanos, no creo haberlo ya conseguido. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Fil 3,13-14

Y además resalta la urgencia de una respuesta, la necesidad de colaborar con la gracia, el deseo de ofrecerse totalmente al amor recibido.

«Sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí» Domenichino (Domenico Zampieri, 1581 – 1641), San Pablo llevado al cielo. París, Museo del Louvre. Foto Archivo Lessing. Los brazos abiertos nos remiten a aquellos brazos inmortalizados por Caravaggio en la célebre Conversión de San Pablo. Pero aquí, la pesadez del cuerpo que ha caído se sustituye por la levedad del alma que ya es libre para dirigirse gozosa a la presencia de Aquel que la ha llamado.


La generación de la Iglesia

Apostólica El encuentro con Cristo marca a Pablo en el corazón de su persona y en su tarea en la historia. Él se vuelve apóstol, no menos que Pedro y Juan. Un fuego ardiente encerrado en sus huesos le impide quedarse quieto, quiere contarle a todos aquello que le ha sucedido; a todos quiere hablarles del amor que lo ha arrollado. Su ímpetu misionero trae enseguida muchos frutos y en un período de tan sólo siete años funda nuevas comunidades en Antioquía, Tarso, Listra, Iconio, Dorilea, Samotracia, Tróade, Neápolis, Filipos, Tesalónica, Anfípolis, Laodicea, Corinto, Éfeso... Lejos de ser un estratega dedicado a diseñar campañas de conquista, Pablo es un hombre enamorado de Cristo, disponible a su voluntad, deseoso de ser guiado. No teme a las dificultades o los peligros, porque sabe que no actúa solo, sino en comunión con Cristo mismo que, a través de él, va en busca de cada hombre. Cada vez que llega a una nueva ciudad Pablo quiere ante todo encontrarse con la comunidad de los hebreos, sus preferidos a pesar del sufrimiento que frecuentemente le provocan por su rechazo a Cristo. Va a vivir donde viven ellos y con ellos trabaja, dedicándose a la fabricación de carpas. Los sábados asiste a la sinagoga donde se presenta como doctor de la Ley para mostrar cómo el Antiguo Testamento es la profecía de Cristo. Alrededor de él se genera en todo sitio una muy tupida trama de relaciones y amistades, cuya cuenta se pierde entre las líneas de sus cartas. Maestro de Soriguerola, Los santos Pedro y Pablo. Vich, Museo Episcopal. Foto Archivo Scala. Arte serbio, Ícono de los santos Pedro y Pablo. Ciudad del Vaticano, Biblioteca Vaticana. Foto Archivo Scala.


La generación de la Iglesia

Católica Los antiguos romanos solían incorporar las creencias de los pueblos sometidos, integrándolas a su panteón. Todo esto no estaba exento de un cálculo político. La actitud de Pablo es profundamente distinta. Él está abierto a las otras culturas, pero con una apertura más parecida a la mirada del amante que sorprende en todas partes los rastros de la amada. Preocupado sólo de anunciar a Cristo, Pablo abraza a todas las personas y comparte la experiencia de cualquiera que encuentre. Su acercamiento está fundado en una especie de simpatía previa, como si quisiese estrechar una alianza con todo lo más genuinamente humano que hay en cada uno, apostando sobre la posibilidad de llegar, aunque partiendo de puntos distintos, a un culto común al único y verdadero Dios. De todos modos su apertura, su gusto por las pequeñas semillas de verdad esparcidos en cada lugar, en cada tradición y en cada persona, no está nunca separado del mensaje franco y carente de artificiosas atenuantes de la verdad de Cristo.

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar». He 17,22-23

Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la ley –aun sin estarlo– para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. 1 Co 9,20-21

Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo cruci cado: escándalo para lo judíos, locura para los gentiles. 1 Co 1,22-23

«Lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar» Rafael Sanzio (1483 – 1520), Prédica de San Pablo en Atenas, dibujo. Florencia, Uffizi, Gabinetto dei Disegni e Stampe, inv. 540 E. Foto Archivo Scala, cortesía Ministero dei Beni e Attivitá Culturali. El apunte apenas boceteado pone en evidencia el gesto de Pablo, que parece invitar a los presentes a elevar la mirada hacia un horizonte inconmensurablemente más amplio. La cultura griega es llamada a lanzarse hacia una novedad total.


La generación de la Iglesia

Una Algunos años después de su conversión, algunos siguen poniendo en duda la autenticidad de la fe de Pablo. Por esto, él decide acercarse para hablar con los amigos más cercanos de Cristo, aquellos que todos consideraban los pilares de la comunidad cristiana.

Subí nuevamente a Jerusalén. [....] Les expuse a los notables en privado el Evangelio que proclamo entre los gentiles. [....] Y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos.

El objetivo del viaje no es sólo recibir ratificación y credibilidad, sino el intento de comenzar una verdadera construcción en común, colaborar en la generación del pueblo cristiano.

Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan.

Pablo intuye que la unidad que se genera en la participación del sacramento, se debe expresar también en forma visible en la unidad con Pedro, aquél que fue puesto por Cristo para guiar a toda la Iglesia.

«Aun siendo muchos, un solo cuerpo somos»

Gál 2,1-2,9

1 Co 10,17

Obviamente, subrayar la exigencia de la unidad no signi ca sostener que se deba uniformar o nivelar la vida eclesial en una sola forma de actuar. En otros lugares, Pablo enseña a «No extinguir el Espíritu» (1 Tes 5,9) es decir, dar generosamente espacio al dinamismo imprevisible de las manifestaciones carismáticas del Espíritu, el cual es fuente de energía y vitalidad siempre nueva. Pero si hay un criterio que Pablo cuida mucho, es la mutua edi cación. «Pero que todo sea para edi cación» (1 Co 14,26) Todo debe con uir a construir en forma ordenada el tejido eclesial, no sólo sin estancamientos, sino también sin fugas y sin desgarros. Benedicto XVI

El molino místico, capitel esculpido. Vezélay, Iglesia de Santa María Magdalena (siglos XII-XIII). Foto Archivo AKG / Electa. La exuberante fantasía medieval crea en la imagen del Molino místico uno de los ejemplos más extraordinarios de teología en imágenes: el profeta Isaías echa, del costal del Antiguo Testamento, el grano que el molino transforma en harina, la cual es recogida por Pablo en otro costal. Todo el saber de los profetas no se pierde, sino que se convierte, a través del sacrificio de Cristo, en un nuevo conocimiento vivificado por la fe.


La generación de la Iglesia

Santa «He sido aferrado por Cristo» (Fil 3,12) La imagen usada por Pablo es viva y carnal. Porque cuando Dios escoge, ama a su predilecto con un amor intenso y concreto, un amor celoso, como lo recuerda más de una vez el Antiguo Testamento. Pablo mismo, en sus relaciones con las comunidades fundadas por él, experimenta en primera persona este ardor, este afán típicamente divino. Es un celo real y ardiente, la pasión de un enamorado que quiere a la persona amada sólo para sí. Pero aquí nos encontramos con una paradoja: Pablo ama como un enamorado, pero el esposo no es él, sino Cristo. Pablo desea sólo que todos sus discípulos sean fieles al anuncio de Cristo, quiere que amen al Señor, que en su corazón haya lugar para Él. A veces, él se dirige a las comunidades con críticas inclusive fuertes. Pero la suya es la cólera de un padre que ama a sus hijos. Todo lo que sucede en las comunidades repercute profundamente en lo íntimo de Pablo, lo alegra, lo hiere, lo turba. Algunos hechos graves ocurridos en Corinto lo angustian. Sin embargo mientras recuerda una dura carta ya escrita a los cristianos de esa ciudad, deja transparentar todo el afecto que lo mueve.

Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo. 2 Co 11,2

Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. 2 Tes 3,10-11

No escribo esto para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos. Pues, aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no tenéis muchos padres. 1 Co 4,14-15

Os escribí en una gran a icción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que a vosotros os tengo. 2 Co 2,4

«He sido aferrado por Cristo» Rembrandt Van Rijn (1606-1669). San Pablo. Viena, Kunsthistoriches Museum, Gemaeldegalerie. Foto Archivo Lessing. Después de haber retirado la vista del libro, pareciera que delante de los ojos de Pablo pasaran todos los rostros encontrados a lo largo de su largo peregrinar. Rembrandt le da la misma mirada cargada de misericordia del padre que acoge al hijo pródigo, la de un hombre que ve el cumplirse del Misterio en su propia vida pasada, presente y futura.


La generación de la Iglesia

El abrazo de los amigos No debemos pensar en Pablo como en un héroe solitario. La dedicación total a Cristo lo vuelve capaz de un amor profundo a los hombres que encuentra, lo vuelve capaz de un amplísimo abrazo a sus comunidades, de una amistad tierna, conmovida y paterna. Pablo vive del afecto de los amigos. Y no se trata nunca de un amor genérico o formal. En sus cartas, alcanza incluso a dar consejos útiles para la salud, con la atención de un padre preocupado por su hijo: «No bebas ya agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes indisposiciones» (1 Tim 5,23).

Hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así rmes en el Señor, queridos. Fil 4,1

Pues, ¿quién, sino vosotros, puede ser nuestra esperanza, nuestro gozo, la corona de la que nos sentiremos orgullosos, ante nuestro Señor Jesús en su Venida? Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo. 1 Tes 2,19-20

Noche y día le pedimos insistentemente poder ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe. 1 Tes 3,10

Les recomiendo a nuestra hermana Febe; saluden a Prisca y a Aquila, saluden a mi querido Epéneto, saluden a María, a Andrónico y Junías, a Ampliato y a mi querido amigo Estaquis. Saluden a Apeles, y a la familia de Aristóbulo. Saluden a mi pariente Herodión y a los de la familia de Narciso que creen en el Señor. Saluden a Trifena y a Trifosa. Saluden a Rufo, y a su madre, que ha sido para mí como una segunda madre [...] y a todos los santos que están con ellos. Cfr. Rom 16,1-16

«Noche y día, le pedimos insistentemente poder ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe» Luca di Tommé (1330-1389). Prédica de San Pablo. Siena, Pinacoteca Nazionale. Foto Archivo Scala, cortesía Ministero dei Beni e Attivitá Culturali. La espada inseparable tiene la punta dirigida hacia la tierra, mientras que el dedo de Pablo señala decididamente hacia el cielo y su mirada se fija en los presentes, de los cuales no hay ninguno que no haya sido, de una manera u otra, impactado. Los volúmenes de las casas, esbeltas y de formas esenciales, se convierten en una especie de telón de fondo que permite destacar a los protagonistas de la historia.


La generación de la Iglesia

Los colaboradores de Pablo Numerosos son los colaboradores de los que se rodea Pablo. Ciertamente los busca especialmente para ser ayudado en la inmensa obra misionera, pero las relaciones que establece con ellos nunca son utilitarias, ni tampoco están determinadas solamente por las necesidades pastorales. Más bien es necesario reconocer que Pablo buscaba personas con quienes compartir el propio camino de fe. Buscaba amistades verdaderas, que fuesen para él una ayuda, corrección y conforto.

Para vivir con los hermanos se necesita tener un amigo, aunque esté lejos; para tener un amigo se necesita vivir entre los hermanos, al menos estar entre ellos en espíritu. De hecho, para poder tratar a todos como a uno mismo, se necesita que uno se vea y se sienta por lo menos en uno, se necesita que en este uno se perciba la victoria ya alcanzada, aunque sea parcialmente, sobre la soledad del egoísmo. Pavel Florenskij

Una particular cercanía une a Pablo con Timoteo. A nadie le dirige palabras tan tiernas como aquellas que utiliza con él. En la amistad de ellos, sin embargo, no encontramos rastros de egoísmo. Justamente en uno de los momentos en los que habría tenido más necesidad de su consuelo, cuando se encuentra recluido en la cárcel, en Éfeso, Pablo no duda en enviarlo a la comunidad de Filipos, donde lo reclamaban las urgencias de la misión.

Pablo entrega las cartas a Timoteo y a Silas, mosaico. Monreale, Catedral, capilla septentrional del coro, siglo XII. Foto Archivo Ultreya. La misión genera misión. Pablo, enviado por Pedro, entrega a su vez a Timoteo y a Silas las cartas que les serán confiadas a los dos colaboradores y discípulos para ser llevadas “per universum orbem” como se indica en el texto: el nuevo horizonte del cristiano es el mundo.


Victoria

Todo coopera al bien «Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro».

En la discusión en el modo correcto de ver y de vivir el Evangelio, al nal, no deciden los argumentos de nuestro pensamiento: decide la realidad de la vida, la comunión vivida y sufrida con Jesús, no sólo en las ideas o en las palabras, sino en lo profundo de la existencia, implicando tanto el cuerpo, la carne. Las heridas recibidas en una larga historia de pasión son el testimonio de la presencia de la cruz de Jesús en el cuerpo de San Pablo, son sus estigmas. No es la circuncisión que lo salva: los estigmas son la consecuencia de su bautismo, la expresión de su morir continuo con Jesús día a día, el signo cierto de su haberse transformado en nueva criatura (cfr. Gal 6,15). Benedicto XVI

(Rom 8,31-39)

«Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?» Duccio di Buoninsegna (1260-1318), Cristo ante Herodes, de La Majestad. Siena, Museo dell´Opera Metropolitana. Foto Archivo Scala / Opera Metropolitana, Siena. Luca di Tommé (1330-1389), San Pablo es conducido al martirio. Siena, Pinacoteca Nazionale. Foto Archivo Scala, cortesía Ministero dei Beni e Attivitá Culturali La aproximación del martirio de Pablo al de Cristo es el signo más dramático de una identificación que Pablo ha querido vivir hasta el fondo en el sufrimiento para alcanzar a participar de Su gloria.


Victoria

«No vivo yo, sino es Cristo en mí» «Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» (Jn 3,4) En la madurez de la vida, parece imposible regresar a la frescura de la juventud. Pero ante la pregunta de Nicodemo, Pablo ofrece como respuesta su vida. El encuentro con Cristo lo vuelve una criatura nueva, le da una nueva existencia, lo hace vivir de Su misma vida.

Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Gál 2, 20

He sido cruci cado con Cristo, y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Gál 3, 20

¿Cómo se puede responder a este amor, sino abrazando a Cristo crucificado, hasta vivir de Su misma vida?

«Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios» San Pablo en majestad, tabla, de la iglesia de Sant Pere di Orós de Tremp. Arte catalán, siglo XII. Foto Archivo AKG / Electa. Como ha participado en la carne de los padecimientos de Cristo, así Pablo, en esta tabla de arte catalán, participa de Su gloria. En efecto, se le representa en un trono, rodeado por la aureola gloriosa, signo del destino de gloria que nos espera a todos.


Victoria

La certeza de la resurrección «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.[...] Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos». (1 Cor 15, 14.32) En cambio, los muertos resucitan, pues Cristo resucitado se le apareció a Pablo. Y el Apóstol puede expresar con gozo su certeza: «Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?». (1 Cor 15,54,55) Todo es salvado en la resurrección de Cristo, incluso nuestra débil carne. Y nada podemos desear más que unir nuestra vida a él: «El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si no murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos». (2 Cor 5,14-15)

«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?» Cristo en majestad entre los apóstoles, tabla. Barcelona, Museo de Arte Catalán, siglo XII. Foto Archivo Scala. La gloria de Cristo no es gloria de uno solo; ella exige la presencia del hombre, en este caso de los discípulos llamados a participar de la felicidad eterna.


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