Al comenzar el año 2017, satisfechos como estábamos de haber alcanzado por primera vez los 100 millones de toneladas de tráfico total movidas en nuestras instalaciones, la Autoridad Portuaria quiso recuperar la buena costumbre de encargar a Asociación Fotográfica Ufca que ayudase a crear el relato de los hitos de este puerto. Ya se había hecho así en 2006, cuando se conmemoró el Centenario de la Conferencia Internacional de Algeciras y de la Junta de Obras del Puerto y este grupo infatigable consiguió que algunos de los nombres más importantes de la fotografía realizada en nuestro país retrataran esta ciudad y su puerto dentro de lo que se llamó Estrecho 35/14. También se hizo durante los años posteriores, cuando la Ufca buceó en los archivos fotográficos de nuestra casa para editar los celebrados volúmenes El Puerto y la Ciudad de Algeciras: cien años a través de la Fotografía y Puerto de Algeciras. Un siglo de vivencias. Para 2016 llevábamos demasiado tiempo sin emprender nuevos proyectos juntos. Nosotros trabajamos con ahínco hasta lograr unirnos al grupo de puertos europeos con una actividad superior a los 100 millones de toneladas, una cifra que tan solo se había alcanzado en Rotterdam (Holanda), Amberes (Bélgica) y Hamburgo (Alemania). Ufca, por su parte, proseguía sus esfuerzos divulgadores a través de exposiciones y de la docencia. No fue del todo sencillo volver a encontrarnos. Ufca nunca permite que se le hagan encargos convencionales, y las propuestas que les llegan terminan habitualmente convertidas en otras cosas. Tránsitos, esta nueva iniciativa, es lo que Ufca ha querido hacer partiendo de unas cuantas premisas en las que estuvimos de acuerdo: un proyecto colectivo, una convocatoria abierta a miradas nuevas, dotar de medios a fotógrafos que quizás no disponían de ellos para producir su obra. El puerto de Algeciras sería el objeto de esa atención.
Por supuesto, el resultado nos sorprendió. Familiarizados con los titulares, con los grandes números y el largo plazo, la mirada oblicua de estos ojos extraños revela una realidad que a menudo pasa desapercibida. Posada a veces en detalles minúsculos, la lente de los fotógrafos ensancha, curiosamente, lo que llamamos puerto. Algunos de los participantes han elegido expresarse a través de fotografía documental; otros han hecho, casi, pintura. Nos satisface especialmente que esta propuesta atrevida vaya a ser vista por primera vez en los boxes de AlCultura en la Dársena del Saladillo, un espacio vivo que alberga muchas de las propuestas más atrevidas de la ciudad y para el que el proyecto Tránsitos fue concebido ex profeso. AlCultura llegó a unas instalaciones portuarias en desuso y ha logrado convertirlas en un referente en Algeciras y en bandera del compromiso de la Autoridad Portuaria con las artes. Tanto a AlCultura como a Ufca debemos agradecerles su colaboración para la puesta en marcha de esta exposición, en particular, y en general sus esfuerzos por dinamizar la cultura en sus formas más exigentes y contemporáneas. Finalmente tenemos que agradecer al público, una vez más, su atención, sin la cual estos proyectos —periféricos en la actividad portuaria— perderían su sentido. Ojalá que los años venideros sigan cargados de hitos, y que siga habiendo artistas y comisarios para documentarlos, y un público que no se canse de ellos. Manuel Morón Ledro Presidente de la Autoridad Portuaria de la Bahía de Algeciras
Cuando a comienzos del pasado otoño se nos planteó una nueva colaboración con la Autoridad Portuaria de la Bahía de Algeciras, recordamos que sobre la mesa ya había un proyecto denominado Diario de Paso que no terminó de prosperar pese a nuestro empeño y convencimiento de que reunía todas las características para convertirse en todo un referente que diera continuidad al exitoso Estrecho 35-14, organizado en 2006 con motivo del centenario del Puerto. La idea que nos proponían era otra, pero Ufca es tozuda y firme en sus principios de innovar y construir cultura, de modo que pedimos tiempo y volvimos a abrir la caja de las ideas. La fotografía del territorio tiende a derivar hacia lo genérico con representaciones que comparten una estética formal, pero a nosotros nos interesaba una visión personal de este singular enclave, con miradas que ofrecieran una reinterpretación del paisaje en todos los sentidos. De esa idea surgió Tránsitos, una propuesta colectiva que tras una convocatoria pública ha reunido a ocho fotógrafos que han trabajado con plena libertad y cuyos resultados conforman esta muestra que ahora ve la luz. Nuestro agradecimiento a los autores, a Federico Fuertes por sus increíbles textos, al equipo humano de Ufca por su capacidad de asumir retos y a la Autoridad Portuaria por dejarnos trabajar a nuestra manera. Aquí otra vez, sin remedio. Nos pierde la vehemencia. Alberto Galán Presidente del Colectivo Ufca
Soy Federico Fuertes y no me gusta la fotografía. Eso lo saben los dirigentes de la Ufca, lo he hablado con ellos muchas veces, tal vez dos o tres fotógrafos, alguna imagen suelta pero poco más. Aun así, cada vez que se les ocurre editar una publicación, llámese catálogo, díptico para exposiciones o libro de autor, cogen el teléfono y me llaman. Tienes que escribir un texto. A veces me dan unos días para trabajarlo, otras veces es para mañana, para esta tarde, para ahorita mismo. Y ahí está Federico Fuertes escribiendo sobre fotografía, una disciplina artística que, insisto, no le gusta nada. Podría quejarme, dirán ustedes, podría decir que no, que la musa ha volado y que la inspiración se ha ido detrás. Entonces vienen a verte, como hacían las delegaciones del hampa o del FBI en las películas americanas y te hacen una oferta que no puedes rechazar. La oferta no es económica, ni chantajeadora, ni violenta. No. La oferta es: sí hombre, cómo no vas a hacerlo, si son solo unas líneas. ESCRIBE DE LO QUE QUIERAS. He de reconocer que es una gran oferta que nunca hasta ahora he podido rechazar. Escribe de lo que quieras, cómo es posible escribir de lo que quiera si lo que quiero es no escribir. No sé qué sustancia me echan en el café, pero cuando se marchan estoy convencido de que debo ser yo, one more time, el que haga los textos. Pues bien, aquí están, una vez más, los textos de Federico Fuertes. ¡Bieeen! Esta vez se trata de fotografías sobre el puerto de Algeciras para una exposición que llevará el título de Tránsitos. Bien, parece que no será demasiado difícil. Un puerto, creo, es un lugar que se presta muchísimo a sacar buenas fotografías. Vamos a ver lo que me han traído.
Gema Casas
Primera entrega: Gema Casas. ¿Alguien cree que encontraremos fotografías del puerto, de esas hermosas grúas que cantan a capella día, noche y madrugada, de esos escandalosos contenedores de metal que cruzan la noche de un lado para otro, buscando el último bar abierto? ¿Imágenes de radiantes gaviotas mendigando un trozo de bocadillo? ¿Un viajero exótico, ligerísimamente fuera de foco para dar una visión más intensa del colorido de su vestimenta? No, claro que no. Esto es la Ufca, amigos. Gema Casas llegó al puerto, vio todas estas cosas y miró para otro lado. Joder, Gema, mira qué de cosas fáciles hay en el puerto de Algeciras, está Gibraltar al fondo para conseguir magníficas profundidades de campo, la luz de la bahía en los días de poniente, el tránsito,
Gema, el tránsito. Nada, esa realidad no le interesa a Gema. Ella ha dado un paso hacia atrás y ha preferido otro mundo, uno sucio y demasiado borroso para ser real. Un segundo mundo, por detrás del primero, ese que digo yo de las gaviotas y los peñones. ¿Habrá un tercero para próximas convocatorias? ¿Y un cuarto mundo? ¿Habrá infinitos mundos? Vaya, menos mal, escribiendo, escribiendo he llegado a un tema que sí me gusta: el infinito, ese epicentro de la gran irrealidad que nos envuelve, una cifra demasiado poética para ser cifra y para ser real. Léanse ustedes si tienen unas horas lo que dijo sobre él un señor llamado Cantor: eso de los infinitos conjuntos infinitos que Papá Infinito puede albergar en su seno. Uno vive feliz pensando que hay un único dios de los números y resulta
que no, que hay infinitos dioses por debajo de él haciéndole la competencia y la pelota a partes iguales. Parece una gran fiesta eso del infinito, una orgía de cifras, bebidas que no se acaban en noches que tampoco lo hacen, mientras Papá Infinito cuenta malos chistes de borracho. ¿Y por qué digo todo esto? Ah, vale, Gema Casas, la fotografía, el encargo, el tránsito. Pues eso, que no sé si ella comparte mi afición con los números gloriosos, olímpicos, pero sí sé que lo primero que ha hecho para este proyecto ha sido llegar, mirar y darse
la vuelta hacia la irrealidad, el territorio de los Cantor y demás poetas que se mueven en siniestras irrealidades, en viajes submarinos de muchas leguas, en territorios alejados del bien y del mal… Para, para, Federico Fuertes, déjalo aquí por el momento. Di que Gema le ha dado la espalda a la realidad y con su cámara la ha escrito al revés, esto es: dadilaer. Quizás esa sea la contraseña para la fiesta del infinito a la que queremos entrar. O, tal vez es la de toda la vida: “Guerra a la vulgaridad”. No lo sé, todavía, pero lo sabré.
Blanca Morales
Hemos salido del primer trance. Avancemos por el pdf de la Ufca, a ver qué encontramos. Arrea, mangas verdes: Blanca Morales. Conjunto de imágenes tomadas durante los días en los que la población árabe de Europa siente el anhelo de volver a su tierra, convirtiendo a España en un reloj de arena por el que los granos bajan a toda velocidad hasta llegar a nuestra ciudad, que es el lugar desde el que saltan al receptáculo inferior. Y allí en medio está Blanca esperando. Bueno, esperando no, diciéndole a todos lo que tienen que hacer para que las fotografías queden como ella quiere. Esto lo sé por experiencia. Un día la doctora Morales vio al atribulado Federico Fuertes cruzando un semáforo con el muñeco de color verde encendido, of course. Verde esperanza y verde alegría primaveral. FF recuerda escuchar en ese instante una voz sólida, de alguien que tiene claro lo que quiere: «¡Quieto!». FF está en el centro del paso de cebra, a
caballo entre la asquerosa boca rumiante llena de saliva y el culo mojonero de los herbívoros. Sí, ahí, estate quieto. Blanca se alejó un poco y se tumbó en el asfalto. Han leído bien, esto no tiene nada que ver con que no me guste la fotografía. Se tumbó en el asfalto y comenzó a dar precisas instrucciones sobre qué tenía que hacer durante mi estancia en aquel paso de cebra, ya por entonces con público balconero expectante. El día era festivo y no había muchos coches. Así, levanta un poco más el brazo, baja esa pierna, no camines como una nancy, ¿es que no sabes andar como todo el mundo? El muñeco feliz y primaveral comenzó a cansarse de las fotos pero no había problema porque era festivo y nadie se comía los padrastros detrás del volante. Pero, festivo y todo, la paz mundial, la primavera eterna, la gran esperanza se ruborizó y la amenaza de tormenta tomó forma de soldadito rojo y firmes, tan iracundo que podía escuchar sus gritos. ¡Vamos, todos fuera de la
carretera, fuera! Cuando un soldado rojo grita hay que salir corriendo y si los cláxones acompañan, con más razón. Nos quitamos a tiempo, claro, pero ese día supe que a Blanca tampoco le gustaba mucho la realidad para hacer sus fotos. A ella lo que le gusta es que le den un ajedrez bien ordenado para poder mover las piezas a voluntad, pintarlas de colores más vivos, arrancar almenas y cruces y conseguir que el gran rey negro y la hermosa dama acaben en la cama. Blanca ha hecho un pacto con su cámara: está bien, no saldré de la realidad, lo que veo es lo que fotografiaré. Ahora bien, este orden no me gusta, quiten aquellas cortinas, esos niños que salten con más brío. Total, lo de siempre, otra fotógrafa de la Ufca que no se conforma con lo que le ponen por delante.
Carlos Zambrano
Y aquí llega Carlos Zambrano, y yo insisto. ¿No veis a ese señor pescando con las piernas colgando sobre el mar? ¿Es que no admiráis la poesía de su silueta, el humo que lo envuelve en la tranquila tarde de agosto? ¿Ni dos vejetes en tirantes fumando en la cubierta de un mercante? No. Eso es costumbrismo y en la Ufca ya se han perdido las costumbres, las buenas y las malas. Nadie en la Ufca quiere pedir menú, que traigan una carta, a poder ser en blanco, que yo escribiré lo que me apetece comer (¡pulpo!). Tampoco Carlos Zambrano. Yo lo entiendo, pero díganme qué puedo decir de un minúsculo pescado muerto retratado en medio de una mole gigantesca de hormigón y de gente ¿Por qué se tienen que empeñar en rascar en los rincones arrabaleros? La cámara de Carlos parece una de esas cucharas que los cocineros llaman lenguas y que no dejan ni un minúsculo guisante en la sartén. Nada comible me es ajeno, dice mientras lame una y otra vez. Ningún rincón del puerto queda tampoco a salvo de la cuchara zambránica. Sí, sí, los trozos de perdiz, las hojas de laurel, las zanahorias, todo eso está muy bien,
pero miren todo lo que ha quedado atrás, miren qué de sustancia, cuantos rincones a los que poner voz, aunque lo que tengan que decir no sea más que: mira qué pescadito muerto tengo aquí; o: cuando viene una ola forma un remolino de grasa en el que se pueden ver figuras que parecen nubes. Bien: ¿y a mí qué? Eso le importaba a Heidi, pero yo tengo que escribir unos textos y no tengo nada Carlos, no hay tránsito que valga. Qué hago yo con un puente amarillo que no lleva a ningún sitio. O con pedazos de cuerda. Con tanto silencio arrabalero. Nada que defina una realidad grandilocuente sobre la que disparar mis poéticas parrafadas. Y es que se extiende la opinión entre esta gente artista de que Dios está en los detalles. Vale, está en los detalles, pero a ver si alguno levanta los ojos y mira alguna vez los sublimes amaneceres o la imponente comedia humana que se desarrolla en el Llano Amarillo. Pensad, por favor, alguna vez en Turner, pensad en mi tocayo Caspar David, hacedlo por mí, que después me toca escribir y es mejor hacerlo sobre el festín de Babette que sobre una mesa en la que sólo quedan las migas de pan y los pellejos del salchichón.
Manuela Quirós
Aunque no lo parezca en este libro, todavía hay gente que piensa que una fotografía enfocada es mejor que una desenfocada. Pero a mí no me han tocado esos números. Por si no me creen, ahora, con todos ustedes, el premio gordo de la lotería fuera de foco: Manuela Quirós. Para mí, Manuela Quirós se llama en realidad Homero. Homero era un señor que no veía bien, de hecho no veía ni bien ni mal. Homero tendría complicado hablar de la realidad por ese problema con el principal de todos los sentidos. Aun así, comenzó a contar historias. En ellas aparecían guerras que nunca se habían celebrado, gentes con alas en los talones para llevar con presteza los mensajes, dioses que enviaban esos mensajes y que vivían no en casas de ladrillitos sino encima de las nubes y comían ambrosía y no mahonesa de bote, esa que siempre sabe demasiado a vinagre. Homero decía que un hombre
mataba a pellizcos a los leones, que una mujer provocaba la mayor batalla de la historia, que otra era la que organizaba las guerras, otra controlaba los asuntos amorosos, otro se ponía unas alas de cera y, pobre infeliz, volaba hasta el cielo. Y estas y otras muchas cosas las decía una y otra vez, dándole a sus historias el encanto añadido del lenguaje poético. Incansable Homero, tal vez por la ausencia de programas de máxima audiencia en horarios infantiles, consiguió con su insistencia que las historias que contaba fueran masticadas, deglutidas y digeridas por sus paisanos. Claro que Homero era un pesado, pero era un pesado del siglo octavo antes de aquello. Un pesado del veintiuno, llamados también plastas, colaboradores y contertulios, es aquel que te cuenta una y otra vez insufribles historias de personillas sin recorrido alguno, sin manzanas de oro y sin hidras de muchas
cabezas, ya saben, esos que sale en los horarios ya citados de Max Aub. Todos los Homeros que existen en el mundo son unos pesados, sobre todo Manuela Quirós, que siempre hace las mismas fotos, preparándolas con delicadeza y cocinándolas al punto. Manuela Homero nos cuenta siempre las mismas historias y poco a poco está consiguiendo que todos nos las creamos. Yo al menos ya
me las creo. Desde que Cezánne cogió un pincel, para mí no hay más manzanas que las suyas. Desde que los personajes de Chéjov empezaron a dialogar, no hay más teatro. Desde Kant (de esto no estoy demasiado seguro), no hay más filosofía. Pues eso: desde Manuela Quirós, para mí no hay otras fotografías. O no hay más realidad que la suya, que viene a ser lo mismo.
Santos García
Tránsito no es más que movimiento, desplazamiento desde A hasta B. Lo que buscaba la Ufca, con este proyecto era enseñar el tránsito de gente que se mueve. Creo que la fotografía en general tiene mucho de tránsito, de gente que pasa por delante de un ojo de cristal y, zas, se los come un pajarito. Por eso no parece que lo de Santos tenga que ver ni con el tránsito ni con la fotografía. Santos ha subido su cámara a un vuelo low cost y le ha dado un paseo con vistas panorámicas al puerto. El resultado, ya lo ven, es un escenario triste y silencioso, pero enormemente poético, no de esa actual poesía de la experiencia, de las gentes y los objetos comunes, sino más bien la de aquellas elegías románticas que ensalzaban lo grandioso. Los viejos pintores decimonónicos también buscaban lugares altos desde los que pintar el mundo. Y los resultados eran siempre los mismos: grandilocuentes
pero silenciosos, elegíacos pero igualmente tristes y solitarios. El mundo visto desde cierta distancia es un lugar frío, una película muda desposeída del encanto de la conversación, pero con la gran carga de magia que posee el punto de vista nuevo, recién descubierto. También es frío el puerto a vista de pájaro. Parece que hay piezas que se mueven de un lado a otro, siguiendo unas reglas que nosotros desconocemos. Nadie puede ver la cámara de Santos, nadie puede chocar con ella y provocar una disculpa o un encuentro casual que lleve a algo más. Las piezas se mueven en un tablero de arriba abajo, de izquierda a derecha, en diagonal, pero nunca vienen hacia la cámara porque están demasiado lejos. El fotógrafo amante de las alturas es un ser solitario que jamás podrá decir a nadie que pronuncie la palabra anís o whisky para sacar la sonrisa. Eso es lo que parece querer Santos García,
el último fichaje de la Ufca, la última esperanza de que volvieran la sensatez, el cuarenta por cincuenta, el baritado y los paspartús. Nada. El nuevo becario se ha puesto las alas y se ha ido con Ícaro a
recorrer las alturas. Todo por allí suena a inmensidad. Pero tranquilos, no creo que suba mucho más arriba porque todos conocemos la historia del viejo cretense que se fabricó las alas para tocar el sol.
Natalia Leiva
Yo creía que Natalia Leiva era una chica solar, risueña y transparente. Ja. Ella puede que lo sea, pero tiene en su casa una cajita de Pandora que descorre la cortinilla cuando cae el sol. A Natalia le dijeron que fuera a mirar eso del tránsito en el puerto de Algeciras y ella dijo vale, mientras se reía del que pensaba que nuestra vida oscila entre el dolor y el aburrimiento. El puerto es el puerto y está muy bien y muy bonito, con sus barquitos chiquititos, sus turistas y viajeros, sus postales de recuerdo. Pero ella se da un paseo, cruza hacia la acera de la Marina y ya empieza a respirar el olor a mar nocturno, el del otro puerto que ella se dispone a retratar. El día por aquí es como todos los días, de color amarillo. La noche es también azul, casi negra. El día es la realidad, es el mercado con todos los puestos abiertos, un sitio que huele un poco a mar y que consta de pimientos rojos, verdes y amarillos, tenderetes de ropa barata, pescado fresquísimo, mari, que lo he traído esta misma mañana de la bahía, señores que todavía arreglan
relojes y muchos puntos suspensivos. Su cámara no se levanta antes de las diez de la noche y para entonces han desaparecido los carritos de la compra, los churros y los cafés. Cuando Natalia ha acostado a todas las cenicientas de la ciudad, saca su cámara a dar un paseo. ¿Tránsito? ¿Qué cojones de tránsito? El tránsito de la Leiva es el que va desde el bonito día de los dibujos animados y la fruta de temporada a la noche de las viejas películas negras. Lo que sale en sus fotos es un agrio olor a humo y a sudor, una musiquita feliz cuando coinciden tres fresitas en la pantalla de la tragaperras y unos hielos muriéndose en el fondo de los vasos. Salen culos gordos suplicando salir de los esqueléticos vestidos, salen las jeringas y los papeles de brillo, salen el placer y la furia, compañeros ciegos y rabiosos que no reconocen patria alguna. Natalia no sabe nada de eso que llaman tránsito porque el mar se acaba en la tierra portuaria, el día se acaba en la noche, pero la noche, la noche de Natalia no se acaba nunca.
Mon Magán
Y tú, Mon Magán, te llamas amigo y no paras de ponerme fotos y fotos de gente solitaria en el filo de una cama de hotel barato. Yo no quiero escribir sobre fotografías y mucho menos sobre fotografías tristes y apagadas. Ya hubo un Hopper y nos deprimió bastante a todos. Pues no contento, Magán llega con la temática de Hopper, pero con los colores de Rembrandt y del Goya negro. ¿Es que no había más hoteles alrededor del puerto? ¿Qué hace toda esa gente a los pies de la cama, es la cama una metáfora de la muerte, es la muerte la cama más definitiva de todas y por eso lo mejor que se puede hacer es no dormir nunca, quedarse siempre a sus pies o, todo lo más, sentadito en el filo? ¿Por qué no habla nadie de los que salen en tus fotos, Mon Magán?¿Por qué ese silencio? ¿Qué tránsito es éste?
Se supone que acaban de llegar de un viaje y se han instalado. Lo más natural es que llamen a sus familiares, que den noticias sobre el tránsito. Pero aquí es que parece que no hay tránsito, este hotel es un cementerio, es el lugar en el que desembocan los viajes y después de la euforia viene el silencio, esos momentos en los que todo se detiene y hay que dedicar unos minutos a pensar en lo que se ha hecho y a pensar en lo que se hará mañana. Qué piensan todos estos amigos de Magán, callados, mirando hacia ninguna parte, llevando luto por sus vidas. Hace unos años la gente llegaba al puerto de Algeciras a bordo de lujosos cruceros. Venían personalidades glamurosas y todas sonreían y saludaban con la mano. Claro, ya me dirán, varios días tomando combinados y engullendo canapés y
bailando hasta caer reventados en la cubierta y teniendo hermosas historias de amor que se recordarán durante toda la vida. Pero la gente de Magán no ha desembarcado de un crucero, esta gente no habla y, por supuesto, no sonríe. Por qué nadie sonríe aquí, Magán. Las vidas de las personas felices son de una manera y las vidas de las personas infelices son de otra. Eso dijo un filósofo y viendo el trabajo de Mon diríamos que sí, que el hotel de las fuentes de chocolate y los bailes de madrugada está en la otra esquina de la ciudad. Aquí hay silencio y por qué, por qué el silencio siempre va asociado con los colores más marrones y grises de la paleta. Con todos los sonidos que emite el puerto, Mon Magán, con el escándalo de las grúas que me despiertan todas las putas noches de verano, con los
camiones, las sirenas, el viento, con todos los sonidos del puerto y tú te vas al único espacio en el que todo es silencio, en el que la vida se apaga al filo de una cama, de la última de todas las camas. El viaje se ha terminado, Mon, echa la persiana y vámonos a otra parte, invítame a un vermouth.
Tiago da Cruz
Y ahora la traca final, el triple mortal carpado. ¿No querían tránsitos los de la Ufca? Pues aquí tienen a la madre de todos los tránsitos. Si todo lo anterior les ha parecido que adolece un poco de la imagen poética que tenemos de un puerto, de esa nostalgia asociada al viaje, de esa melancolía de todo lo pasado y de esa esperanza de lo porvenir que se asocia a un lugar tan efímero como un puerto, aquí está Tiago da Cruz para enseñar tránsito de verdad. Las fotografías de TdC odian mis textos y mis textos odian sus fotografías. ¿Por
qué? Se ven demasiado a menudo. Cada vez que a Tiago se le ocurre algo los inspectores de la Ufca llegan a pedirme unas nuevas líneas. Al principio se lo pasaban bien, pero ya se han cansado los unos de los otros. ¿Habrá que decir otra vez algo del bonito nombre de nuestro portugués favorito, habrá que soportar textos de las islas, los islotes, los atolones y los archipiélagos junto a las fotos? No, por suerte. Porque hoy queríamos sólo tránsito, hoy queríamos un río en perpetuo movimiento y que nunca ofrezca la misma agua. Si querían un puerto, aquí
tienen una ciudad entera convertida en puerto, una ciudad de Heráclito en la que nada permanece, donde todo lo que tiene más de diez años es viejo y potencialmente derribable, destruible, desechable. Una ciudad que no tiene muebles estilo imperio, ni estatuas de viejos héroes, ni historia perdurable. Una ciudad que se aburre de sí misma cada cierto tiempo y acaba quemándose, destruyéndose, abandonándose. Aquí la gente llega, pasa un tiempo yendo de un lado a otro, y después se va. Algeciras es una ciudad en la que nadie se muere porque antes sale corriendo a comenzar una nueva etapa. Y eso se nota, el que no haya muertos en Algeciras, sólo vivos que se pasean y posan sonrosados y felices delante de la cámara de Tiago.
Bienvenidos al centro del mundo, el lugar en el que el norte y el sur se dan un abrazo, el lugar en el que el este y el oeste hicieron el pacto de: hoy viento para ti, mañana para mí. Toda la tierra del mundo se resume en esta tierra, que es mía, claro, que es tuya, sí, pero que es de todos. Aquí no hay banderas porque las rompe el viento, que es nuestro único himno. Aquí todo el mundo entra a la vez que todo el mundo sale. Aquí nunca huele a podrido ni a humedad. Aquí no hay raíces porque una raíz es un objeto tremendamente aburrido y muy parecido a un cadáver. Aquí Parménides y su quietud serían corridos a gorrazos. Aquí pasan cosas. Aquí se hacen cosas. O no. Aquí está Tiago, aquí está el gran puerto del mundo, aquí está Algeciras.
Montaje en sala