Los incendios forestales: efectos ambientales y medidas de restauración ACTUACIONES DE EMERGENCIA POST-INCENDIO EN ARAGÓN.
28 de septiembre de 2012.
Álvaro Hernández Jiménez. Jefe de Sección de Restauración Hidrológico-Forestal. Dirección General de Gestión Forestal, Gobierno de Aragón.
Dirigido por: David Badía Villas Universidad de Zaragoza
Introducción. Tras la ocurrencia de grandes incendios o incendios de alta intensidad es habitual en Aragón la redacción de informes y memorias valoradas donde se establece una estimación de los daños y una previsión de las medidas de emergencia a ejecutar, que, como norma general, suelen incluir la retirada de la madera quemada, la defensa de los suelos, la ejecución de tratamientos selvícolas y de sanidad forestal de los rodales supervivientes, el análisis de la regeneración natural, las necesidades de repoblación, actuaciones para la mejora de hábitats y el soporte de la fauna, y otras actuaciones complementarias (seguridad vial, mejora de infraestructuras, etc.). El lugar que ocupa el fuego en los ecosistemas mediterráneos ha sido objeto de debate y estudio en las últimas décadas. De evento catastrófico pasó a ser considerado como una perturbación más que los ecosistemas experimentan dentro de su dinámica, condicionando tanto la evolución de las especies como la sucesión vegetal. Sin embargo en la actualidad el fuego ha sido reconocido como un proceso ecológico integrante de los propios ecosistemas, siendo la perturbación no ya la aparición del fuego, sino la modificación del régimen de incendios que ha existido tradicionalmente en el ecosistema (Keeley et. al, 2012). De esta manera para abordar la restauración de una zona incendiada no basta con el estudio de la intensidad y la severidad del incendio, sino que se debe considerar también el régimen de incendios normal en la zona: el patrón espacio-temporal de los incendios, sus características habituales en cuanto a intensidad, etc., así como si se está produciendo o no la modificación de este patrón. En el presente documento se hace un repaso de las actuaciones de emergencia más habitualmente llevadas a cabo en las zonas quemadas aragonesas. La “emergencia” debe entenderse como la necesidad de actuar contra los procesos erosivos, que serán especialmente intensos durante el primer año posterior al incendio, al no cumplir la vegetación un eficaz papel de protección del suelo. Pero debe contemplarse especialmente desde la legislación de contratación del sector público. Las obras de emergencia constituyen una forma excepcional de contratación, que permite a la administración atender urgencias causadas por acontecimientos catastróficos, y que la habilita para acudir a procedimientos excepcionales, como la contratación verbal o la ejecución de los obras con medios propios. Sin embargo lo más determinante es que desde que se adopta el acuerdo de la declaración de la emergencia hasta que comienzan las obras no puede pasar más de un mes, lo que conlleva que deben comenzar sin tiempo suficiente para haber redactado un proyecto, sino documentos con nivel de anteproyecto, que serán definidos durante la ejecución de las obras. Evaluación de daños y efectos del fuego. Los efectos de los incendios forestales sobre los ecosistemas mediterráneos son múltiples y bien conocidos (Arianoutsou, 2006). Los efectos de los incendios sobre la vegetación son obvios, provocando la muerte de la parte aérea de las plantas, y según su intensidad, también de las raíces, al menos las superficiales. La destrucción aérea se produce aún cuando la planta no llegue a arder, siempre que tenga que soportar una temperatura de más de 60 ºC durante un minuto. De la desaparición de la vegetación se derivan toda una serie de efectos sobre el ecosistema (Hernández y Romero, 2008):
Destrucción o alteración de los hábitats. Pérdida de especies de flora y fauna silvestre.
Muerte y desplazamientos de especies animales. Ruptura o alteración de las cadenas tróficas.
Emisiones de CO2 a la atmósfera, provenientes tanto de la vegetación aérea como del almacén de carbono del suelo.
Alteración de la sucesión ecológica vegetal, dando lugar a un rejuvenecimiento de las formaciones, y en muchos casos a sucesiones regresivas.
Aumento de la probabilidad de aparición de plagas y enfermedades vegetales.
Perdida del ambiente de bosque: incremento del efecto de la radiación solar, disminución de captación de CO2 por la cobertura vegetal, disminución de la humedad ambiental, reducción de la disponibilidad de oxígeno, alteración en el régimen de viento. 1
Los efectos sobre el suelo son también múltiples, y se pueden resumir en (Serrada, 2007):
Fertilización debida a la incorporación de las cenizas, debido a que hojas y ramillas, que suelen resultar totalmente calcinadas, contienen la práctica totalidad de los oligoelementos presentes en la vegetación arbórea, y también buena parte de los macronutrientes, y a que se produce una movilización brusca de los nutrientes ya presentes en el suelo.
Empeoramiento de la estructura del suelo, debido a la calcinación de la materia orgánica edáfica, lo que provoca una menor capacidad de infiltración del agua. Además, en algunas situaciones se puede dar la formación de una capa hidrófoba, especialmente cuanto más pequeños son los agregados del suelo. También en algunos suelos, por ejemplo sobre margas, se pueden producir costras postincendio, aumentando su compactación, efecto que puede durar años (Llovet, 2006).
Destrucción de los microorganismos edáficos.
Elevación del pH como consecuencia del aporte de cenizas. Además en suelos básicos se puede producir también un aumento de la basicidad por la transformación del carbonato cálcico en óxido de cal. La basificación del suelo se puede traducir posteriormente en el bloqueo de ciertos elementos como el potasio y el hierro, que no estarán disponibles para la vegetación.
Incremento de la pérdida de suelo por erosión, derivada tanto de la falta de una cubierta vegetal protectora como del empeoramiento de las condiciones hídricas del suelo debido a la menor infiltración y la hidrofobia. Este incremento es especialmente grave en zonas de gran agresividad de la lluvia, suelos formados sobre materiales muy erosionables, y terrenos de elevadas pendientes. Además el incremento de erosionabilidad del suelo es mayor allá donde antes del incendio esta era menor (Serrasolses et al., 2004), lo que debe llevar a priorizar la restauración en las zonas pobladas de masas arboladas y matorrales con alta cubierta antes del incendio, zonas donde además el suelo estaba más desarrollado.
La restauración de las zonas incendiadas pasa necesariamente y en primer lugar por la defensa del suelo. Este, tras el incendio, ya no tendrá la calidad que tenía cuando albergaba vegetación: empeoramiento de la estructura, menor capacidad de infiltración, cambio del pH, fertilización pasajera y efímera, etc., hacen que la vegetación que se implante tenga menores oportunidades, y deba ser en la mayoría de las ocasiones, independientemente de la situación anterior al incendio, frugal. En zonas de suelos deleznables, con fuertes pendientes, o de gran torrencialidad de las lluvias, este suelo, aún empobrecido, debe defenderse ante la posibilidad de su pérdida total. En cuanto a la priorización de las zonas de actuación de cara a la conservación de suelos y a las dificultades de autorregeneración los principales factores tenidos en cuenta son la pendiente, la orientación y la severidad del fuego (Ruiz-Gallardo et al., 2009). También, como se ha visto, zonas donde antes del incendio existía un suelo desarrollado y de buena calidad.
Las altas pendientes van a favorecer la aparición de escorrentía y a dificultar la nascencia de la vegetación al producirse el arrastre de las semillas.
Las orientaciones de solana, además de soportar generalmente suelos menos evolucionados, experimentarán una recuperación de la vegetación más lenta por lo que esta tardará más tiempo en cumplir eficazmente su función de protección contra la erosión.
Los incendios de alta intensidad destruyen la gran mayoría de las semillas del banco edáfico y modifican profundamente las propiedades edáficas, siendo alto el riesgo de erosión y escasa la capacidad de colonización en los primeros meses tras el incendio. También fuegos de menor intensidad pueden afectar muy seriamente al banco se semillas del suelo en las zonas donde tienen un alto tiempo de permanencia. Además se suelen conjugar estos factores con el anterior, siendo más probable la alta intensidad del fuego en las zonas de solana que en las de umbría.
De esta manera de forma general las zonas de actuación prioritaria serán en primer lugar las solanas con fuerte pendiente y posteriormente las umbrías, si bien en estas es donde se suelen encontrar los suelos más desarrollados, y por tanto susceptibles de mayores pérdidas en términos absolutos. Las 2
zonas llanas o previamente abancaladas o aterrazadas se constituyen en las que menor prioridad presentan, así como los rodales en los que la severidad del fuego fuera baja. Todas estas consideraciones pueden no ser explicitadas en las memorias correspondientes, redactadas normalmente con una celeridad sin justificación técnica, pero sí tenidas en cuenta: es habitual que los técnicos redactores de las memorias hayan trabajado en la extinción del incendio por lo que conocen su desarrollo e intensidad, trabajaran con anterioridad en las zonas quemadas por este por lo que conocen los ecosistemas presentes, la meteorología de la zona, etc., así como el resultado de trabajos de restauración realizados tras incendios anteriores, experiencia que es incorporada a la redacción. La retirada de la madera quemada. La extracción de la madera quemada es una practica habitual tras los grandes incendios aragoneses, justificada tanto por motivos ambientales (favorecimiento de la regeneración natural), económicos (aprovechamiento de los productos con valor de mercado), tecnológicos (facilitación de trabajos posteriores), y sociológicos. Sin embargo a pesar de realizarse habitualmente en las zonas incendiadas, su efecto sobre la regeneración posterior y la conservación del suelo ha sido poco estudiado en España, como se ha puesto de manifiesto recientemente (Madrigal et al, 2009). En la actualidad es una labor controvertida, puesta en entredicho desde diversos sectores, más partidarios de la permanencia de la madera quemada en el monte y de favorecer la libre evolución de la vegetación frente a actividades de restauración. Este debate tiene ya mas de 30 años de antigüedad en Norteamérica, donde el servicio forestal norteamericano recopiló en el año 2000 veintiún estudios sobre el tema, emitiendo una serie de conclusiones, y reconociendo la dificultad de generalizar a partir de un puñado de experiencias (McIver et al., 2000):
La extracción de la madera quemada, combinada con la construcción de pistas, puede incrementar la erosión en rodales de gran pendiente o suelos sensibles. Sin embargo los restos del aprovechamiento pueden contribuir a reducir la erosión al dificultar la escorrentía.
Los efectos medioambientales de esta actividad dependen de características intrínsecas de los rodales quemados como la pendiente y la textura y composición del suelo, de la severidad del fuego, de las condiciones meteorológicas después del incendio, y también de los métodos de aprovechamiento empleados, siendo el más impactante el arrastre sobre el suelo. Los impactos pueden ser mitigados por ciertas medidas de gestión tras el aprovechamiento.
Si el aprovechamiento se lleva a cabo tras el establecimiento de las nuevas plántulas, estas pueden sufrir una alta mortalidad. Por otra parte la eliminación de restos mediante quema puede generar cambios significativos en las rutas sucesionales. Igualmente los rodales alterados por el aprovechamiento pueden albergar posteriormente una menor biomasa vegetal, incrementar la presencia de gramíneas y de plantas exóticas, reducir la riqueza de especies y experimentar un mayor crecimiento de las coníferas.
La retirada de la madera quemada tiene efectos también sobre otros componentes del ecosistema, tanto estructurales al retirar la madera muerta, como funcionales, al extraer un gran numero de insectos que son el alimento de buen numero de especies. Igualmente las aves que emplean cavidades en la madera se pueden ver afectadas.
La extracción de la madera quemada y de los árboles debilitados por el fuego evita el crecimiento de plagas y su afección a rodales cercanos no quemados.
A escala de paisaje el fuego crea zonas muy atractivas para el establecimiento de ciertas especies. El aprovechamiento va a crear condiciones favorables para algunas especies y disminuir la capacidad de acogida de otras, lo que se traduce en un cambio en la composición específica, pero no necesariamente en la riqueza de especies.
En cuanto al riesgo de incendios parece que este puede incrementarse a corto plazo como resultado de la acumulación de restos finos, y reducirse a medio y largo plazo como consecuencia de la extracción de la mayor parte de los combustibles gruesos.
Los estudios realizados tras el incendio del Rodenal de Guadalajara en 2005 (Ocaña et al., 2007, Carrillo et al., 2009) y los trabajos de la Red Temática Nacional “Efectos de los incendios forestales sobre los suelos” FUEGORED (Cerdá et al., 2009a; Jordán et al., 2009; Cerdá et al., 2010) vienen a paliar en parte esta cortedad de referencias científicas españolas en el efecto de la extracción de la 3
madera en la erosión del suelo, la regeneración de la cubierta vegetal y su posterior desarrollo, si bien se pueden encontrar resultados contradictorios, dada la diversidad de vegetaciones, suelos y condiciones climáticas de las zonas afectadas por incendios en nuestro país. En algunos estudios se deja entrever un efecto beneficioso de la madera quemada en pie, que intercepta las gotas de lluvia disminuyendo la energía cinética de las mismas, impidiendo el encostramiento y la emisión de sedimentos, y aumenta la infiltración por escurrimiento cortical, cumpliendo así, al menos en parte, el típico papel protector de la vegetación. Se detecta también un empeoramiento de las condiciones edáficas como consecuencia de los trabajos de retirada de la madera, apertura de pistas forestales y reforestación (Pérez-Cabello et al., 2009). Sin embargo se pueden producir importantes efectos erosivos en zonas arboladas quemadas donde no se ha retirado la vegetación, como se ha demostrado en los grandes incendios turolenses del Maestrazgo en 1994, y Aliaga en 2009. En las zonas incendiadas aragonesas la extracción de la madera se realiza básicamente con tres objetivos:
Obtención de restos que serán el material para la construcción de fajinas, empalizadas y albarradas en todas aquellas zonas con fuerte pendiente (en general superior al 12-15%) con suelos erosionables (Greenpeace, 2006). Este es un trabajo fundamental para la defensa de unos suelos ya de por sí escasos y de naturaleza erosionable, que han perdido la protección de la cubierta vegetal. Sin el suelo el resto de la restauración se vería impedida. En pinares de carrasco del Valle del Ebro se ha cuantificado que tras la quema de la vegetación se duplica la escorrentía, se reduce la infiltración y se incrementa la erosión del suelo de 20 a 30 veces respecto a suelos no quemados (Badía et al., 2009).
Facilitación de la regeneración natural en el caso de especies con estrategias rebrotadoras o con diseminación serótina de las semillas, y mejora del desarrollo del regenerado. Son ya varios los estudios que ponen de manifiesto la no existencia de ventajas, cuando no de inconvenientes, en la permanencia de la madera quemada en cuanto a la regeneración postincendio de rodales de especies como Pinus pinaster (Madrigal et al., 2007), o cuando menos la no existencia de impactos negativos a corto-medio plazo en cuanto a la regeneración se refiere en masas de Pinus pinaster y Pinus halepensis (Bautista et al., 2004; Ferrandis et al., 2000), o en montes mediterráneos (Vallejo et al., 2007; Vega, 2003). En otros estudios sobre Pinus pinaster (Fernández et al., 2001; Ocaña et al., 2007) se pone de manifiesto cómo en zonas de severidad media del fuego (fuego de superficie con soflamación de las copas) la retirada de la madera benefició la emergencia de plántulas frente a zonas sin tratar. En zonas con intensidad muy alta (fuego de copas), el resultado fue el contrario. En estos estudios también se pone de manifiesto el menor crecimiento en altura de las plántulas localizadas en zonas donde no se ha retirado la madera quemada. Además en pinares viejos, en el arbolado sin cortar se contabilizó una mayor mortalidad y un menor desarrollo del regenerado. Ambos aspectos, supervivencia y desarrollo fueron mejores donde se realizó la corta y acordonado de restos antes de la primera primavera tras el incendio. Sin embargo, en pinares jóvenes no se detectaron tendencias suficientemente significativas en el plazo estudiado. Incluso la corta a hecho de la madera quemada ha mostrado en algunos estudios ser ventajosa para la supervivencia posterior de los brinzales (Madrigal et al., 2009). La no intervención en la masa después del incendio o el retraso de la misma puede tener consecuencias en un aumento de la mortalidad en el regenerado, y en su desarrollo, especialmente allá donde el arbolado es más pesado, como puede ocurrir en las zonas afectadas por un fuego de severidad moderada, o donde el suelo está más desprotegido, como consecuencia de niveles de severidad muy altos (Carrillo et al., 2009). Igualmente para Pinus pinaster se pone de manifiesto la ventaja que supone la extracción temprana de la madera frente a aprovechamientos tardíos (Guzmán et al., 2005; Madrigal et al., 2009).
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En el caso de Pinus halepensis, estudios realizados tras el incendio de Les Useres (Castellón) en 2007, en condiciones ecológicas similares a las de los incendios turolenses de 2009, mostraron los mejores resultados en cuanto a recuperación de la vegetación en zonas donde se produjo la extracción de la madera de mayor diámetro y el triturado in situ de los restos, resultados intermedios en zonas donde se construyeron fajinas con la madera quemada y los peores resultados en zonas control, sin tratamiento (CEAM, 2008). Únicamente en el caso del enebro común (Juniperus communis) existen estudios en los que se demuestra que el apeo y poda de los pies quemados dejando los restos “in situ” facilitaron el establecimiento de plantones, previamente plantados (Castro et al, 2008), siendo esta mejor opción que la saca de la madera y eliminación de restos. Sin embargo este enebro prácticamente no rebrota tras el paso del fuego, sea recepado o no.
Aprovechamiento económico de los productos y facilitación de posteriores trabajos de restauración. Es obvio que los restos quemados dificultan tanto el tránsito como cualquier labor que se quiera realizar en el monte. Además, en los siguientes años el entorpecimiento al desplazamiento será mayor, debido a la rotura de troncos, que es de esperar que en 1 o 2 años empiecen a partirse como efecto de la nieve y el viento, y a la caída de árboles enteros, pudiendo generarse rodales absolutamente impedidos de acceso. Esta facilitación es plenamente conseguida en zonas con pendientes moderadas o escasas, en las que los restos quedan en forma de astillas. Sin embargo en zonas de fuerte pendiente, donde se acude a la construcción de empalizadas y albarradas, la transitabilidad del monte, si bien mayor que en su estado original post-incendio, queda entorpecida por las propias estructuras. La maquinaria especializada necesaria para abordar la restauración de estas zonas (retroarañas, tractores de alta estabilidad) puede trabajar perfectamente en estas zonas, prácticamente sin perder rendimiento, no así otro tipo de maquinaria.
Los trabajos de retirada de la madera deben ser cuidadosamente planificados y ejecutados so pena de ser causa de procesos erosivos comenzados en arrastraderos y trochas de saca. De cara a la regeneración natural que pueda aparecer en el monte conviene que estén ejecutados antes de la primavera siguiente al incendio, de forma que no afecten a las plántulas que vayan apareciendo. Esta urgencia en el plazo también viene impuesta por la ineficacia de la vegetación instalada en el primer año tras el incendio: los principales problemas erosivos se producen en el primer año tras el incendio, y en ocasiones en el segundo, disminuyendo los fenómenos erosivos en los años posteriores. En muchas zonas los trabajos deberán estar terminados antes de las tormentas estivales del año posterior al incendio, principales causantes de erosiones en regueros y en los cauces. El impacto que la eliminación de la madera tiene sobre el suelo puede ser muy variable en función de los sistemas utilizados, pero en general se han podido obtener una serie de conclusiones de las restauraciones ejecutadas en Aragón en los últimos años: Dentro de las operaciones de corta y saca de la madera son los sistemas altamente mecanizados los que exigen un menor tránsito en cuanto a extensión superficial. La humedad del suelo es determinante: en suelos saturados las máquinas de ruedas pueden producir profundas rodadas, con la consiguiente compactación que se produce sobre todo en suelos arcillosos. El apeo y tronzado con procesadora y posterior saca de las trozas cargadas sobre autocargador es un sistema de bajo impacto: permite no transitar sobre alrededor del 50% de la superficie, desplazándose las máquinas una vez realizado el desramado en la mayor parte de las ocasiones sobre los restos, por lo que aunque son trabajos que se realizan a máxima pendiente, en zonas en que esta alcanza hasta el 40% no se han producido rodadas o signos de erosión superficial en la mayor parte de los rodales en que se ha utilizado este sistema. En altas pendientes el esfuerzo que se exige a las máquinas suele deteriorar más el suelo: a partir del 35-40% se mostró preferible el apeo manual. Otro sistema poco impactante es el apeo manual o con procesadora seguido del desembosque de árboles enteros cargados en la caja del autocargador o en camión forestal. Con apeos planificados de 5
forma que los árboles queden paralelos y sin entrelazarse se consigue minimizar los desplazamientos del autocargador, por lo que nuevamente este no se desplaza por buena parte de la superficie. Estos dos sistemas evitan el mayor efecto generador de impacto que se ha podido constatar, como es el arrastre semisuspendido o sin suspender efectuado tanto con maquinaria (skidder) como con mulas. El barrido que los troncos, o los pies enteros si posteriormente van a ser desramados y tronzados en cargadero, producen sobre el suelo supone una escarificación de prácticamente toda la superficie del suelo, necesitándose además trochas o arrastraderos, que posteriormente obligan a una defensa cuidadosa. A esto se une el hecho de que son sistemas empleados en zonas de fuertes pendientes donde la mecanización está muy limitada o imposibilitada. De esta forma las operaciones de saca con mulas o en sistemas mixtos de mulas y skidder, que exigen una gran cantidad de recorridos, y que a priori podrían considerarse de bajo impacto, han demostrado ser las de más impacto sobre el suelo. Este impacto se incrementa si además las operaciones se realizan tarde puesto que la escarificación elimina la cubierta de herbáceas ya instaladas. Por el contrario el sistema menos impactante para el suelo es el apeo seguido de la preparación manual de fajinas, empalizadas y albarradas, sin saca de los restos. En este sistema el impacto sobre el suelo es mínimo, incluso nulo, por lo que desde este punto de vista se ha demostrado como el mejor. En su contra están su coste y la gran cantidad de restos que quedan en el monte, que son excesivos en zonas de masas originales adultas y densas, localizadas sobre todo en umbrías. En estas zonas se puede acudir a un sistema mixto de primer apeo manual y saca mecanizada de la madera sobrante mediante skidder y un segundo apeo con preparación de fajinas, que permite reducir en buena parte los impactos sobre el suelo, y defender aquellas zonas que podrían ser el inicio de procesos erosivos, como las trochas de desembosque, con fajinas y empalizadas, siendo especialmente importante que estas se dispongan desde su inicio en las zonas superiores de las laderas. El astillado de arbolados de poca o mediana edad mediante cabezales trituradores de martillos acoplados a retroexcavadoras giratorias de cadenas exige recorrer con las máquinas la totalidad de la superficie, la cual tiene siempre una pendiente menor del 20-25%, y en muchos casos se encontraba aterrazada o abancalada. Cuando el suelo está excesivamente húmedo se pueden producir rodadas, pero en condiciones normales el suelo sufre un ligero escarificado, y es protegido por el mulch o capa de astillas generadas, siendo su susceptibilidad de movilización escasa dada la fisiografía. Es un sistema de eliminación rápido, relativamente barato, y que permite la defensa del suelo con los restos generados, así como la mejora de este a medio plazo por la incorporación de los mismos. La defensa del suelo. La defensa de suelos mediante fajinas, albarradas, empalizadas y estructuras similares tiene como misión evitar la pérdida de suelo mediante erosión laminar, al suponer tanto una estructura de filtrado de la escorrentía y retención de los sólidos puestos en movimiento, como estructuras capaces de acortar los movimientos del agua sobre la ladera y por tanto su propia capacidad para poner en movimiento las capas superficiales del suelo. La conectividad de los procesos en la ladera y la transmisión de esos procesos de la ladera a los arroyos y ríos desempeñan un papel clave en la degradación de áreas quemadas (Ferreira et al., 2009; Cerdá et al, 2009a). Por otra parte, en aquellas zonas donde interese evitar completamente la perdida de suelos es recomendable no sacar la madera, o sacar únicamente la que no se vaya a utilizar en la construcción de fajinas. La defensa de la erosión en cauces que van a concentrar un cierto caudal no puede ser efectuada mediante estas estructuras, que en ningún caso pueden sustituir a diques de mampostería u otros materiales para la laminación de caudales y la retención de sólidos. Sin embargo en pequeños barrancos con cuencas reducidas las albarradas construidas con restos pueden ser estructuras suficientes para pequeñas correcciones, siempre que hayan sido bien ancladas. La funcionalidad de estas estructuras se ha cifrado en el caso de las construidas tras el incendio del Maestrazgo de 1994 en algo más de 10 años en las situadas en umbría, plazo en el que la regeneración, y por tanto la cubierta vegetal, se ha desarrollado favorablemente en esta exposición, mientras que las situadas en solana siguen siendo funcionales. Esta diferente tasa de integración de los restos al suelo se 6
explica fundamentalmente por la diferente acción de los hongos descomponedores en función de la humedad disponible (Navarro, 2005). La menor emisión de sedimentos como consecuencia de la presencia de las fajinas ha sido medida en algunos estudios (Vallejo et al., 2007) y su efecto es doble, por una parte defiende el suelo donde está y donde es necesario para permitir la regeneración y abordar labores de restauración; y por otra evita la emisión de sedimentos a las cuencas, y hace innecesarias desde este punto de vista la ejecución de obras transversales en los cauces. Sin embargo existen también estudios que no sugieren un papel relevante del tratamiento de la madera quemada en fajinas como medida de conservación de suelo a corto plazo (Gimeno et. al, 2008), si bien el período de estudio fue de corta duración (dos años) y durante él los eventos de precipitación en la zona fueron escasos y, en general, de poca magnitud. En cualquier caso la producción total acumulada de sedimentos fue ligeramente superior en las microcuencas control que en las microcuencas con fajinas. No obstante, estas diferencias no fueron estadísticamente significativas. Además las fajinas tienen como misión posibilitar la incorporación de los restos vegetales quemados al suelo, devolviéndole la materia orgánica y mejorando así, a medio y largo plazo, su estructura. En este sentido trabajos efectuados en repoblaciones de Pinus sylvestris quemadas en Sierra Nevada donde se compararon zonas donde se extrajo la madera con zonas donde no se extrajo concluyó que, tras dos años, el contenido del suelo en materia orgánica, C total, N total, P disponible, NO3 y pH fue mayor bajo restos de madera quemada a lo largo de todo el gradiente altitudinal muestreado, lo que indica una mejora de las condiciones edáficas favorecida por la presencia de restos de madera sobre el suelo (Marañón-Jiménez et al., 2009). Aunque se puede suponer que en España son importantes las superficies en las que se ha realizado el fajinado de restos de arbolado o matorral quemados, no existen especificaciones sobre su diseño. Así bajo el termino fajina se suelen incluir cordones de restos colocados a línea de nivel, ya sean anclados al terreno o no, y atados entre ellos o no, empalizadas, albarradas, etc. En corrección de taludes de carreteras y obras de conservación de suelos (sobre todo en Latinoamérica) la fajina suele ser una estructura anclada en el terreno, tanto por postes verticales como por ser colocada en una zanja abierta al efecto, con al menos 0,1 m. de profundidad, y atada para dar una mayor compacidad al material vegetal. En otros países mediterráneos como Grecia se utilizan fajinas consistentes en troncos únicos, de hasta 30 cm. de diámetro, dispuestos en curva de nivel y apoyados y atados a tocones o estacas (Andriopoulus et al., 2006), al estilo de las barreras contra la erosión norteamericanas, en las que tras el tronco se excava una pequeña trinchera o berma, que asegura el contacto intimo de la barrera con el suelo y que tiene la misión de retener los sedimentos transportados (Robichaud et al., 2010). Esta es una técnica no empleada en Aragón pero con potencialidad en el futuro dado su menor coste y permitir la defensa del suelo en zonas donde no se vaya a retirar la madera quemada. En estudios hechos en fajinas y empalizadas se ha podido comprobar, que cuando estas son cordones dispuestos a curva de nivel, apoyados o no en fustes (empalizadas), los 20 centímetros más próximos al suelo pueden quedar sin material hasta en un 55% de los casos (CEAM, 2008). De esta manera la fajina no cumplirá su principal misión, la retención de sedimentos, ni contribuirá a acortar la longitud de ladera de la escorrentía que circule sobre ella. En las fajinas realizadas tras los grandes incendios de 2009 en las provincias de Teruel y Zaragoza se ha utilizado la experiencia adquirida en actuaciones de restauración del incendio del Maestrazgo de 1994, en las que se emplearon en algunas zonas empalizadas de perfil triangular construidas con fustes y restos quemados (Navarro, 2005). Se han empleado fundamentalmente empalizadas, apoyadas sobre tocones de vegetación quemada, que contribuyen a dotarlas de mayor estabilidad estructural que si únicamente se usan estacas clavadas para su sustentación. Igualmente se han realizado albarradas en pequeños cauces. Las empalizadas en ladera se conciben como trampas de retención de sedimentos y frenos de la energía cinética de la lámina de agua que pueda circular aguas arriba de las mismas. Para ello se dispone una empalizada formada por uno a cuatro troncos, tras la cual se rellena con restos finos (ramas, copas, matorral, etc.), que tras una primera compactación manual, son rebajados de altura 7
mediante cortes con motosierra, aproximadamente cada 0,5 m., y compactados nuevamente. Los restos finos se aportan en una cantidad tal para que al final de la ejecución enrasen con la altura máxima de la empalizada, aunque es normal que dada la alta relación resto fino a fuste terminen adquiriendo una ligera pendiente ascendente, en cualquier caso muy inferior a la del terreno. Las dimensiones oscilan entre los 25 cm. de altura en zonas de poca pendiente donde la empalizada se construye con un tronco, hasta los 120 cm. de altura. en pendientes mayores del 50% donde la empalizada puede ser construida hasta con cinco troncos. Su anchura dependerá de la pendiente del terreno, pudiendo llegar a los 2,5 m. De esta forma se consigue que los restos finos estén en contacto con el suelo al menos en una anchura de 0,5 a más de 2 m., lo que lleva por una parte a interceptar el material sólido puesto en movimiento por la escorrentía, y por otra facilitar la incorporación de la materia orgánica al suelo. La longitud teórica de las fajinas es de 20 a 25 m., con aberturas del orden de 2 a 3 m. para facilitar el tránsito por el monte (sin embargo las retroarañas trabajan bien en la superficie entre las fajinas, aun sin estas aberturas). La distancia entre fajinas o empalizadas depende de la pendiente del terreno y la cantidad de restos disponibles para su ejecución, variando en el caso general entre 10 y 20 metros. Las aberturas deben ser dispuestas al tresbolillo, de forma que no haya coincidencia entres dos aberturas consecutivas a lo largo de la ladera. La disposición sobre el terreno de las empalizadas, fajinas y albarradas debe seguir un orden lógico, de cara a su efectividad y también a la defensa del suelo. Así las estructuras deben disponerse siempre en pequeños barrancos y zonas cóncavas de las laderas, dejando para último término la defensa de las zonas convexas: interesa defender prioritariamente las cuencas de los barrancos y las zonas donde existe mayor profundidad de suelo, acometiendo después la defensa de zonas alomadas si existen restos suficientes para ello. El recubrimiento del suelo que suponen estas estructuras puede variar, en proyección horizontal, desde el 10% en zonas de poca pendiente a más del 30% en zonas de fuerte pendiente. El suelo que queda bajo las estructuras será el que reciba una máxima defensa: imposibilidad de golpeo de las gotas de lluvia sobre el suelo, máximo aporte de materia orgánica y recogida de sedimentos y semillas de la zona de impluvio superior. Las fajinas van también a servir como trampa colectora de las semillas que se desplazan por el suelo junto con los sedimentos. Para poder cumplir esta función eficazmente es necesario construirlas con urgencia, antes del lavado del horizonte superficial del suelo, lo que aconseja su construcción durante los meses anteriores a la primera primavera tras el incendio, y como máximo antes de la segunda primavera. Esta función puede ser también llevada a cabo por acaballonados realizados a curva de nivel, que recogerán sedimentos, cenizas y semillas, lo cual es observable en surcos de repoblaciones quemadas, bastando el ligero resalte de fajas de buey construidas hace mas de 40 años para retener eficazmente sedimentos y semillas, técnica no empleada en Aragón pero si en la restauración de incendios norteamericanos, donde se denomina “contour trenching” y se recomienda su ejecución manual para evitar impactos causados por la maquinaria pesada (McIver et al., 2000). En rodales poblados por especies rebrotadoras (Quercus fundamentalmente) en un plazo breve de entre dos y cuatro años el rebrote cumplirá eficazmente la labor de defensa del suelo, por lo que las fajinas a realizar en estas zonas no necesitan tener una larga vida útil. Por ello es suficiente realizar acordonados de restos, que en zonas con alta pendiente pueden ser anclados mediante estacas o apoyados en tocones o piedras, e incluso ligeramente trenzados entre sí, mientras que en zonas de pendiente escasa o moderada pueden ser rebajados mediante cortes con motosierra cada metro, facilitando su incorporación al suelo. En terrenos de pendiente escasa, en general inferior al 12%, o bien que previamente fueron abancalados o aterrazados, no es fácil la pérdida de suelo como consecuencia de la escorrentía. Por ello en estas zonas se puede recurrir al astillado de los restos quemados. Los restos, una vez astillados y repartidos por la superficie, van a cumplir una doble misión: defender al suelo de la agresividad de la lluvia, lo que unido a la baja escorrentía genera una muy eficaz defensa del suelo, y van a mejorar en un plazo relativamente corto las condiciones edáficas y en concreto la textura del suelo y su capacidad de infiltración y retención de agua, al incorporarse la materia orgánica. 8
En zonas de masas jóvenes o sin valor comercial se puede recurrir al astillado de los árboles en pie mediante cabezales desbrozadores de eje horizontal montados en el brazo de excavadoras giratorias de cadenas. Esta máquina, capaz de desplazarse sin dificultad hasta pendientes del 30%, tiene potencia suficiente para proceder al astillado de pies de prácticamente cualquier diámetro. Las trituradoras de martillos móviles convencionales no permiten el astillado de pies de mayor altura que la del brazo de la máquina, ni de diámetros mayores de 30-35 cm., exigiendo para una buena terminación el apeo manual de las trozas que superan ese diámetro. Sin embargo las trituradoras de martillos fijos modificadas específicamente para este trabajo permiten el astillado de árboles de cualquier altura, y de prácticamente cualquier diámetro. En las zonas donde se producen aprovechamientos comerciales de la madera quemada es necesario evaluar la cantidad y disposición de los restos que quedan en el monte, que será función de las especies quemadas y el tipo de aprovechamiento. En general los aprovechamientos manuales generan más restos y de mayor tamaño que los aprovechamientos mecanizados, sobre todo en especies muy ramosas como el pino carrasco, o bien masas repobladas muy densas en las que aún no se había producido una intensa poda natural. En estos casos es recomendable abordar el acordonado de los restos y su trituración mediante desbrozadoras de martillos o cadenas. El uso del fuego para la eliminación de restos está contraindicado, tanto por razones ecológicas como sociológicas. Tratamientos selvícolas de rodales supervivientes y sanidad forestal. Los rodales supervivientes tras incendios de alta intensidad suelen situarse en zonas de umbría con humedad edáfica, lo que propicia que el fuego baje de las copas y pase a ser de superficie. En cualquier caso es habitual que los rodales supervivientes hayan sufrido la afección del fuego en mayor o menor medida, al igual que la vegetación que se encuentra en los bordes perimetrales de la zona quemada. Los tratamientos selvícolas a realizar con más urgencia son los que aseguren la vitalidad del arbolado y favorezcan la regeneración el mismo así como la atención a la sanidad forestal de estos rodales y de de las masas circundantes. En lo que respecta a las plantas rebrotadoras es normal que rebroten en un porcentaje muy alto de los individuos, ya sea de cepa o de raíz. En el caso de especies que brotan de cepa el recepe estimula el rebrote, y evita además que los árboles broten de tronco mediante brotes epicórnicos o adventicios. Esta emisión de brotes adventicios se ve sobre todo en pies muy afectados, de tal forma que todas las energías de la cepa se centran en ella, consiguiendo unas pocas hojas, y condenando al individuo a la muerte con seguridad en la próxima savia, momento en que las energías gastadas no podrán ser repuestas por la insignificante superficie foliar. Igualmente estos brotes epicórnicos no son deseables desde un punto de vista de estabilidad estructural de la planta, ya que pueden causar que en cuanto esta alcance cierto tamaño se produzcan desgarros. En cuanto a la necesidad de recepe en experiencias realizadas en el encinar quemado de Obón y Torre las Arcas tras el incendio de 2007 los pies no recepados tuvieron una mala supervivencia y deficiente estado vegetativo evidenciado por puntisecazos y falta de desarrollo, mientras que los pies recepados presentan un vigoroso brote, que tres años después alcanzaba el metro y medio de altura. Es un error por tanto no recepar pies que se han visto afectados en algún grado por el fuego aunque tengan porte de árbol o arbolillo: el escaso rebrote de tronco y copa puede condenarlos en años venideros. Caso diferente es el de especies que rebrotan no desde yemas adventicias sino desde estructuras subterráneas como lignotubérculos (Erica ssp., Juniperus oxycedrus), bulbos, rizomas o estolones (caso de muchas gramíneas, y en particular Brachypodium retusum) . En este tipo de brotación el recepe no va a influir en la mejora de la viabilidad de la planta. En el caso de rodales de pinar es conveniente siempre retirar árboles moribundos, con fuerte afección del fuego en su base, que presenten exudaciones de resina, etc., en una cantidad tal que aseguren una escasa competencia a los pies que queden en pie, llegando por tanto a espesuras algo defectivas. De 9
esta manera se estimula el crecimiento y vitalidad de los pies, y se crean condiciones para la aparición de estratos herbáceos y arbustivos, e incluso regeneración, que ayudarán a defender el suelo. El arbolado debilitado de los rodales supervivientes y las zonas circundantes puede ser el origen de importantes problemas de plagas forestales. La experiencia aragonesa de daños posteriores a grandes incendios muestra como las incidencias de las grandes explosiones demográficas de insectos perforadores subcorticales se producen en el segundo y tercer año tras el incendio: en el primer año los insectos se reproducen en pinos parcialmente quemados, soflamados o afectados por fuego de superficie o subsuelo, pasando en los años siguientes, y debido a las fuertes poblaciones que consiguen, a la colonización de arbolado sano. Este salto se puede ver agudizado por las condiciones meteorológicas: años secos harán al arbolado menos resistente a la entrada de los insectos. En Aragón los problemas de plagas posteriores a incendios son causados por escolítidos: Ips acuminatus e Ips sexdentatus sobre masas de pino albar (Pinus sylvestris), pino negral (Pinus nigra) y pino rodeno (Pinus pinaster), y Tomicus destruens en masas de pino carrasco (Pinus halepensis). Otros insectos subcorticales como bupréstidos o cerembícidos, o incluso toda otra serie de escolítidos, no causan problemas al no pasar desde el arbolado afectado por el fuego al arbolado sano. Las actuaciones de sanidad forestal en las zonas quemadas de Aragón en los últimos años se basan en las siguientes líneas de trabajo:
Corta y extracción o destrucción de la madera quemada, encaminada fundamentalmente a la madera gruesa que es aquella que por el grosor de su corteza aun permite, en el año siguiente al incendio, la multiplicación de insectos perforadores. Los árboles de menores diámetros y muy quemados pueden ser troceados y utilizados para la realización de fajinas sin peligro de transmisión de plagas.
Vigilancia y seguimiento de la colonización de los pinos que aun estando o no, total o parcialmente verdes, son atacados por los insectos. En ellos no se puede permitir ningún margen de duda y una vez detectados deben ser destruidos mediante machacado o astillado, o extraídos del monte, y en este último caso nunca pueden ser depositados en cambras en el monte ni en lugares próximos a pinares. Esta es la línea más importante y que mayores problemas ha creado siempre tras los incendios, por la creencia de que al verse aún algo verde en su copa se van a salvar. Hay que tener siempre presente que si tienen orificios y galerías subcorticales no solo van a morir, sino que además son el lugar de multiplicación masiva de estos insectos para su ataque posterior a árboles sanos, ya que los quemados que permanezcan en pie en el segundo año tras el incendio ya no serán colonizables por los insectos peligrosos para el pinar.
Utilización de complejos feromonales (Hernández et al., 2005). A partir del año 2005 se pueden utilizar con buenos resultados atrayentes feromonales para Ips acuminatus e Ips sexdentatus que proporcionan niveles interesante de capturas con trampas válidas para estos trabajos. Las feromonas agregativas sintéticas son productos que, a diferencia de las feromonas sexuales que solo capturan machos, capturan tanto machos como hembras, incluso estas últimas en una proporción dos o tres veces mayor. Con ello se consigue incidir directamente en la descendencia de forma importante ya que estos insectos se están multiplicando de forma continuada desde la primavera hasta el final del otoño. La utilización de estas trampas se plantea de dos formas distintas: por una parte la colocación de trampas que podemos denominar vigías o de alerta distribuidas por diversos lugares del monte para detectar si se producen capturas de insectos o incrementos de población que señalen vuelos de colonización importante en las proximidades; y por otra, trampeos de captura masiva, con grupos de trampas, en los lugares donde se detecten incrementos de vuelo o se localicen corros de árboles atacados y siempre tras la inmediata eliminación de los pinos afectados. Los trampeos de captura masiva son muy importantes en el segundo año tras el incendio, ya que al no tener pinos quemados colonizables, las trampas compiten en mayor igualdad con el arbolado sano. Las curvas finales de incremento poblacional en el primer año permiten prever las zonas con mayor impacto en el año posterior.
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Actuaciones de mejora de hábitats y soporte de la fauna. En los últimos años es habitual dentro de las actuaciones de emergencia contemplar actuaciones para la mejora de hábitats y para el soporte de la fauna silvestre. Tras el incendio, y en particular durante el primer año, la capacidad de acogida de las zonas quemadas disminuye drásticamente, tanto en su oferta alimenticia como en la de lugares adecuados para el encame, el refugio, o la nidificación. El fuego actúa como un herbívoro, consumiendo recursos vegetales, y como en cualquier otra interacción competitiva lleva a la exclusión de los competidores debido a la alteración de la cadena trófica (Keeley et al., 2012). Aunque la población de algunas especies parece aumentar tras los incendios, realmente lo que se produce es un efecto de mayor visibilidad, facilitándose el avistamiento (es el caso de especies como la cabra montés o el jabalí). Sin embargo, los incendios suelen suponer un desplazamiento masivo de la fauna hacia zonas no quemadas, que puede llegar a causar problemas en zonas colindantes (daños a cultivos, por ejemplo). Para favorecer las condiciones de vida en las zonas quemadas se realizan una serie de actuaciones entre las que cabe citar:
Creación de balsas tanto para el soporte de la fauna silvestre como doméstica. En la mayor parte de los casos se trata de balsas de arcilla con recogida de agua de la zona de impluvio superior aprovechando cunetas de pistas forestales, aunque también se han construido balsas de hormigón con canalización desde fuentes, o represas mediante pequeños diques de hormigón en barrancos.
Suplementación alimenticia para la fauna, mediante la siembra de parcelas agrícolas con cereales o leguminosas. Esta práctica se suele realizar el primer año tras el incendio, cuando la vegetación no tiene capacidad para proporcionar el alimento necesario para aves y herbívoros.
Instalación de bebederos para aves, realizada normalmente como complemento de la medida anterior, y dirigida fundamentalmente al fomento de la caza menor.
Mejora de las condiciones de refugio o nidificación de ciertas especies mediante la instalación de sencillas conejeras, la modificación de tejados y creación de oquedades, instalación de cajas nido, etc.
Actuaciones complementarias. Además de las afecciones al ecosistema el fuego puede afectar a toda una serie de infraestructuras existentes en el mundo rural, relacionadas con los usos agrarios, turísticos, forestales, etc. De esta manera no es raro tener que atender dentro de las actuaciones de emergencia la reparación de infraestructuras viales o la sustitución de señalizaciones. En algunos incendios se hace necesario además realizar actuaciones para asegurar la seguridad vial, de personas, etc. Entre estas se pueden destacar la retirada rápida de los restos en el borde de carreteras y junto a otras infraestructuras. Evolución de la regeneración natural y repoblación. La evaluación de la regeneración natural debe realizarse durante los años posteriores al incendio, considerando si la vegetación instalada supone una progresión en la serie de vegetación correspondiente, pero también si cumple los objetivos ecológicos, protectores y productivos que de ella se demandan. Dentro de las actuaciones de emergencia debe considerarse la capacidad del medio para su reconstrucción natural: la diferente resistencia y resiliencia de las formaciones vegetales hacen que, en función de su composición, la intensidad del incendio, las características de la estación, etc., puedan aparecer diferentes situaciones de respuesta. En especial debe atenderse a los rodales supervivientes y la regeneración natural procedente de rebrote o germinación, las dos grandes estrategias que adoptan las plantas para resistir el paso del fuego. La experiencia de los incendios aragoneses muestra unos resultados generales en el caso de incendios de alta intensidad, coincidentes en general con estudios realizados en Cataluña (Quevedo et 11
al., 2005), que permiten anticipar la respuesta de la vegetación y condicionar el cronograma de los trabajos de restauración:
Los pinares de pino albar (Pinus sylvestris) y pino negral (P. nigra) no regeneran en absoluto tras los grandes incendios. Ello se debe a que son especies que no suelen aportar una gran cantidad de semilla al banco de semillas del suelo, carecen de estrategias serótinas, y los incendios veraniegos acaban con la fructificación antes de que se haya producido la diseminación. A pesar de que el paso del fuego suele desencadenar mecanismos fisiológicos de aumento de la fructificación como respuesta a la muerte de las raíces superficiales, es escasa la regeneración que a partir de la primavera del segundo año se puede ver en los bordes de los rodales supervivientes, en general, no más allá de una distancia equivalente a la altura media del rodal. En el caso del pino albar en zonas de suelos ácidos la regeneración que se va instalando en los años posteriores suele sufrir una fuerte competencia de los jarales. Por su parte el pino negral suele colonizar los terrenos más pedregosos, donde encuentra poca competencia.
Los pinares de pino carrasco (Pinus halepensis) regeneran bien o muy bien tras los incendios, debido a la serotinia de sus piñas. En zonas donde el matorral acompañante eran aliagares y tomillares es esperable una escasa competencia del matorral regenerado, competencia que aumenta en zonas de matorrales dominados por romero, especie que regenera profusamente tras fuego, y que puede ser muy intensa allá donde el carrasco se mezcla con la coscoja. En muchas ocasiones esta regeneración explosiva, con rodales que pueden superar los 100.000 pies/ha, va a obligar a tener que ejecutar decididas actuaciones de dosificación de la competencia en un plazo breve de tiempo, no más allá de 5 a 7 años después del incendio.
Los pinares de pino rodeno (Pinus pinaster) del ibérico aragonés regeneran bien en general. Tanto las poblaciones locales que han sufrido incendios, como las repoblaciones que se han quemado, han mostrado comportamientos serotinos. La germinación de las semillas se puede producir desde finales del mes de abril y principio del mes de mayo siguientes al incendio, algo más temprana incluso que la del pino carrasco, tal como se pudo comprobar en los incendios turolenses de 2009. Los matorrales acompañantes de este pinar suelen ser fuertemente heliófilos, en general jarales de jara estepa (Cistus laurifolius) y jarón (Cistus populifolius), que regeneran profusamente tras el paso del fuego, y crecen con rapidez. De esta manera la facilitación que puede suponer el jaral durante los dos o tres primeros años tras el incendio a las plantas de pino rodeno, puede tornarse en una fuerte competencia. Las cistáceas en general aportan una gran cantidad de semillas a los bancos edáficos, cuya germinación se ve estimulada por la temperatura del incendio. Así se ha podido observar cómo en repoblaciones calcinadas en su totalidad y que habían excluido al matorral largo tiempo atrás, la regeneración del jaral tras el incendio es abundante e inmediata.
Los pinares de pino moro o negro (P. uncinata) muestran una aceptable regeneración tras incendio en un plazo medio de tiempo, puesto que se produce por la dispersión anemócora de las semillas en zonas donde a lo sumo se instala matorral pulvinular, tal como se ve en Añón de Moncayo a consecuencia de un incendio de 1993.
Otro grupo de especies habitualmente afectadas por los incendios aragoneses son las juniperáceas, que presentan respuestas contrapuestas al fuego. Así mientras que el enebro común (Juniperus communis), la sabina mora (J. phoenicea) y la sabina albar (J. thurifera) no brotan en absoluto y no cuentan con estrategias de colonización por semilla, siendo su recuperación muy lenta, el enebro de la miera (J. oxycedrus) tiene una muy alta capacidad de rebrotar desde cepa, lo que unido a que soporta el diente de ganado mejor que otras especies (en particular los pinos) lleva a una recolonización muy efectiva de los terrenos quemados en los que estuviera presente: de esta forma no es raro ver enebrales más o menos puros en zonas con recurrencia de incendios.
Entre las especies del género Quercus se suele producir una intensa brotación de cepa y de raíz. La coscoja (Quercus coccifera) puede empezar a aparecer tras unos quince días de transcurrido el incendio, sin necesidad de que medien lluvias, como en el caso de los incendios de Zuera. La encina (Q. ilex) y el quejigo (Q. faginea) rebrotan de cepa, de raíz y también en ocasiones 12
presentan rebrotes en el fuste. Los montes bajos de encina pueden obtener un recubrimiento del orden del 50% del suelo en un solo año, con altura media del entorno de un metro, como en los encinares quemados en Villarluengo y La Zoma en el incendio de Aliaga de 2009.
Otras especies afectadas en ocasiones en los incendios aragoneses y que son eficaces rebrotadoras son el acerollo (Sorbus domestica) y el acebo (Ilex aquifolium) entre los árboles, y el guillomo (Amelanchier ovalis), el cornejo (Cornus sanguinea), el majuelo (Crataegus monogyna), el endrino (Prunus spinosa), y la arlera (Berberis hispanica) entre las especies de matorral.
Aunque la repoblación forestal no puede considerarse como una actuación de emergencia tras los incendios sí que se apuntan algunos de los principales condicionantes de las zonas quemadas: Es necesario esperar unos años para tomar la decisión y acometer la implantación de vegetación. El estado y evolución de la regeneración natural se verá muy influido por las características climáticas de los años posteriores, y en particular por el régimen de precipitaciones estivales de los primeros años. Diseminados abundantes pueden perecer en su práctica totalidad tras un primer verano seco, mientras que al contrario el encadenamiento de primaveras y veranos húmedos en los años posteriores pueden propiciar y consolidar la regeneración en años posteriores. Una vez decididas qué zonas deben ser repobladas la elección de especies a implantar debe ser cuidadosa, en función de las características ecológicas y los objetivos de la actuación, pero principalmente apoyada en la consideración del régimen de incendios de la zona, que en caso de ser recurrentes y/o de intensidades altas, llevarán a priorizar el empleo de especies que aumenten la resiliencia de las masas, prefiriendo especies serótinas o con buena capacidad de rebrote tras el fuego, antes que especies con más adaptación a otros factores ecológicos o mayor producción de bienes o servicios. Es importante también diseñar actuaciones en mosaico, teniendo en cuenta los flujos laterales entre las diferentes manchas. Así, por ejemplo, la creación de rodales de cupulíferas entre rodales mayoritariamente plantados con coníferas, puede permitir la reintroducción de aquellas bajo la cubierta creada. Este paisaje en mosaico debe permitir tomar las decisiones más acertadas a nivel de rodal, diversificar el paisaje forestal y agrario, y aumentar la resiliencia del ecosistema a escala paisaje.
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