Para celebrar la Eucaristía

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Para celebrar la

Eucaristía PARA DECIRLE “MUCHAS GRACIAS”A DIOS Eucaristía es una palabra griega que significa “¡MUCHAS GRACIAS!.” En tiempos de Jesús todo el mundo, hasta los romanos, hablaban griego. Cuando los primeros cristianos querían dar gracias a Dios, por todo lo que Él hace de bueno, de bello y de justo en la Creación y en la humanidad, decían: Eucaristía = “muchas gracias”. Celebrar la Eucaristía es dar gracias a Dios. En este cuaderno proponemos un itinerario catecumenal para ayudar a celebrar con la debida preparación, el sacramento central de la Eucaristía. En la primera parte presentamos los textos oficiales del Misal romano, el libro que contiene las varias oraciones y aclamaciones de la Misa. En una columna al costado del texto de cada parte de la Misa, presentamos siete introducciones en lenguaje poético para ayudar a penetrar en el sentido más profundo de los Misterios que celebramos. En la segunda parte se ofrece una Guía práctica que vuelve a recorrer las distintas partes de la Misa, esta vez para dar indicaciones concretas sobre cómo celebrar correctamente los distintos ritos. Este cuaderno es fruto de un trabajo de equipo: el grupo de Pastoral Popular del Santuario Nacional de La Gruta y la redacción de Umbrales. Agradecemos al pbro. Roberto Russo, que revisó los textos. Que este trabajo nos ayude a decirle en todas las Eucaristías un adecuado “Muchas Gracias a Dios”. 1


1. NOS PREPARAMOS A LA FIESTA • La señal de la Cruz Para iniciar la Misa, el sacerdote nos invita a hacer la señal de la Cruz. La señal de la Cruz es el signo de los cristianos, porque la Eucaristía es Jesús muerto en la Cruz y resucitado. El pueblo de Dios “camina por la senda estrecha de la Cruz”, anunciando la muerte y la resurrección de Jesús, es decir el hermoso proyecto de liberación que Él realizó (ver CC 1344). En el nombre del Padre, me llevo la mano a la frente. Quisiera inscribir a Dios en todos mis sueños; grabarlo en todas mis ideas. Quisiera que la mano de Dios tocara mis pensamientos, para que naciera en mi mente otro modo de mirar a mis hermanos, otros modos de amar. En el nombre del Hijo, me llevo la mano al corazón. Quisiera hablarle a Dios y cantarle con todas mis palabras de amor. Quisiera plantar la Cruz de Cristo en el centro de mi corazón y que el Amor total floreciera en mí para poder entregar mi vida como Jesús. En el nombre del Espíritu Santo, mi mano pasa de un hombro a otro. Quisiera inscribir a Dios en todo mi ser. Quisiera revestirme de su Espíritu de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Quisiera abrir mi vida al mundo y a mis hermanos; abrir del todo mi puerta y que fuese una puerta abierta a los pobres y a todos los olvidados de la tierra. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, AMÉN.

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SALUDO INICIAL Cuando el pueblo se ha reunido, el celebrante y los ministros se acercan en procesión al altar, mientras se canta un canto de entrada.

+ En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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+ La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor

del Padre, y la comunión del Espíritu Santo, esté con todos ustedes. Y con tu espíritu.

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2. LA EU CARIS TÍA EUCARIS CARISTÍA ES RECONCILIACIÓN Jesús no creó la Eucaristía para los buenos, sino para los pecadores. Los invitados a la Eucaristía no son los que no tienen necesidad de nada, sino los que tienen necesidad de todo; la Eucaristía no es para los que están hartos sino para los que tienen hambre; no es para los que han llegado sino para los que aún están en camino. La Eucaristía no es una recompensa sino un don de Dios, que ama. El perdón es el momento más hermoso del amor. Dios es perdón y no castigo. Es perdón y no venganza, ni multa, ni condena. Dios es perdón. Sin ser el Sacramento de la Reconciliación que se celebra en otro momento ya que exige la confesión personal de las culpa la Eucaristía es un momento de reconciliación. “El obispo S. Ambrosio decía: Cada vez que lo recibimos anunciamos su muerte; si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (CC 1393). Algunas veces durante la plegaria de reconciliación nos golpeamos el pecho como para decir: “Sí, realmente he pecado...”. Y es que no nos avergonzamos de reconocer que nuestro pecado es nuestro. No tratamos de cargarlo sobre la espalda del vecino.

ACTO PENITENCIAL Hay distintas fórmulas para pedir perdón. En un clima de arrepentimiento, el sacerdote invita a todos a pedir perdón, y sobre todo a reconocer la Misericordia de Dios.

+ Hermanos: antes de celebrar los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados. YO CONFIESO Yo confieso ante Dios todopoderoso, y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de

pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

+ Dios todopoderoso tenga misericordia de noso-

tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. Amén.

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SEÑOR TEN PIEDAD

+ Señor, ten piedad.

- Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. + Señor, ten piedad. - Señor ten piedad.

+ Cristo, ten piedad.

Para participar bien de la Eucaristía San Pablo nos invita a un examen de conciencia: “Quien coma el pan y beba el cáliz del Señor indignamente... sin reconocer el Cuerpo de Cristo... come y bebe su propio castigo” (1Cor 11,27). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe reconciliarse antes de celebrar la Eucaristía.

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3. CANTAMOS LA GLORIA DE DIOS La Eucaristía es una invitación a cantar. En las fiestas cantamos el himno del “Gloria”. Cantamos el gozo del encuentro, de estar juntos y con Dios. Cantamos nuestro agradecimiento. Cantar juntos es ocupar cada cual su lugar en la voz de nuestro pueblo. Cantar juntos es compartir la propia voz con la de los demás, como ofreciéndola en obsequio para formar una sola voz. Cantar juntos es vivir como hermanos; cantar juntos ya es comulgar. La Iglesia-Asamblea canta la gloria de Dios en nombre de toda la Creación... Cristo une a los fieles a su persona, a su alabanza e intercesión (ver CC 1361). La Eucaristía es una Oración La Eucaristía es la gran oración de los cristianos. Esta larga oración está hecha de diversas plegarias que marcan los distintos momentos de una misma celebración. Al comienzo de la misa, el sacerdote recita una oración para reunir a todo el mundo (por eso esa oración se llama “colecta”). Hace primero un amplio gesto con sus brazos, como tratando de abrazar a todos, y dice: “Oremos...”. Mientras reza, el sacerdote mantiene sus manos en alto. Sus manos y sus brazos son como un grandioso llamado, una señal que reúne a todo el mundo. Cuando el sacerdote ora de esta manera, con las manos abiertas, su oración es la de todo el Pueblo. Al final de la oración, los cristianos responden: ¡Amén! Amén: significa que estamos aquí para decirte que sí. Amén es lo que Jesús le dijo a su Padre: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Cada uno de nosotros junto a Jesús dice al Padre: “Aquí estoy, para ofrecerte toda mi vida”.

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GLORIA En los domingos (excepto en Adviento y Cuaresma) y en las Fiestas Solemnes, toda la Asamblea canta este antiguo himno de alabanza.

Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria, te alabamos, te bendecimos. Te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Señor Dios, Rey Celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo Único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque sólo Tú eres Santo, sólo tú Señor, Sólo tú Altísimo, Jesucristo. Con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Amén.

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ORACIÓN “DE COLECTA” + Oremos.

El sacerdote, luego de una oración silenciosa, reza la oración de colecta propia de cada celebración. Toda la Asamblea da su consentimiento contestando:

-Amén.


4. EL BANQUETE DE LA PALABRA La Biblia es la Palabra de Dios Dios tiene tanto amor para comunicarnos, tanta alegría para compartir y tanta esperanza para anunciar... que siempre ha buscado la manera de trasmitirnos su Palabra. En la vida y en la historia de la gente Dios ha querido comunicar su vida y su historia. Los profetas y los apóstoles han escrito esa comunicación de Dios en la Biblia. Para hablarnos, Dios no tiene necesidad de voces milagrosas. No nos habla desde otro planeta. Para hacerse comprender por todo el mundo, Dios habla con palabras humanas. Dios no posee otra boca que la boca de los seres humanos. Dios no habla otro lenguaje que el del Amor. Con las palabras antiguas de la Biblia Dios nos dice cosas siempre nuevas. Dios se sirve de antiquísimas historias para hablarnos del presente y del futuro. La Eucaristía es un banquete de fiesta en el que se reparte y se come la Palabra de Dios como si fuera un pan tierno y crocante para nuestro amor. Todo el mundo recibe una espléndida porción. Primero las palabras de la antigua Alianza. Luego la proclamación confiada de un Salmo... A una lectura de las cartas apostólicas de la nueva Alianza sigue la proclamación solemne del Evangelio precedido por el Aleluia (excepto en Cuaresma). Aleluia significa “¡Viva Dios!”. ¡Viva Dios! porque se nos anuncia una Buena Noticia (= Evangelio). ¡Viva Dios! porque Cristo resucitado ha vencido la muerte y nos da una vida abundante.

LITURGIA DE LA PALABRA Los lectores proclaman las lecturas de la Biblia. En las fiestas pueden haber tres lecturas, tomadas del Antiguo y Nuevo Testamento. Al terminar se aclama:

+ Palabra de Dios.

- Te alabamos, Señor. Entre las lecturas, un lector proclama o canta el Salmo y todos contestan con el estribillo cantado o rezado. Antes del Evangelio todos se ponen de pie y cantan el Aleluia. El diácono (o el celebrante) desde el ambón, saluda diciendo:

+ El Señor esté con ustedes.

- Y con tu espíritu.

+ Lectura del Santo Evangelio de Jesucristo, según...

- Gloria a ti, Señor.

Al terminar la lectura del Evangelio, se dice:

+ Palabra del Señor.

- Gloria a ti, Señor Jesús.

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La Palabra de Dios desde un “lugar elevado” (= ambón) es proclamada solemnemente y se alza sobre la asamblea como un inmenso sol que nos ilumina a todos. La palabra “Biblia” significa “Libros”. Es el libro de la Palabra de Dios, una Palabra que antes de ser escrita en un libro fue vivida por el Pueblo de Dios. Dios transformó sus vidas de tal manera que no pudieron dejar de contar sus maravillas de generación en generación. Lo que les ocurrió fue tan intenso que quisieron que nosotros pudiéramos aprovechar su buena noticia, y la relataron en la Biblia. En la Eucaristía, el Pueblo de Dios que hoy peregrina en la tierra lee la Biblia. Cada domingo, cada día del año, se leen distintos pasajes. En cada Misa se abre la Biblia como si fuera un nuevo día. La homilía: una “conversación familiar” Después de escuchar las lecturas de la Biblia, el sacerdote habla para ayudarnos a comprender mejor la Palabra, para que podamos saborearla, amarla y vivirla. Estas palabras del sacerdote son la “homilía”, otra palabra griega que significa “conversación familiar”. La homilía no es una clase magistral ni un gran discurso retórico; es más bien una conversación como la que tiene el padre con los hijos o los hermanos entre sí. Al escuchar una homilía es a Dios a quien tratamos de oír. El Espíritu, que sigue hablando hoy, habita siempre en medio de su Pueblo. Cada uno de nosotros lleva en sí una Palabra de Dios oculta en lo más hondo de sí mismo. La homilía quiere evidenciar esa Palabra viva en nosotros, esa Palabra que se comparte, esa Palabra que es de Dios porque Él nunca ha dejado de hablar el lenguaje del Amor.

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CREDO Niceno Constantinopolitano Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

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Creo en un solo Señor, Jesucristo Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro. Amén.


El Credo: la respuesta a la Palabra

CREDO (Símbolo de los Apóstoles)

Los domingos y los días de fiesta el Pueblo de Dios proclama su Fe en la Eucaristía: Creo en el Dios de Jesucristo. Creo en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu. Dios mío, yo creo en ti; tú nunca nos engañas. Cada uno proclama su confianza plena en Dios, pero lo hace en comunión con todos sus hermanos, compartiendo la misma Fe y haciendo coincidir esta Fe con la Fe de la Iglesia proclamada en sus 20 siglos de historia. La comunión en la misma Fe necesita un lenguaje común que nos una en la misma proclamación y en la misma vivencia. Desde sus orígenes la comunidad cristiana expresa en fórmulas breves y claras lo que todos creen. Cuando la Iglesia “recopila” estas fórmulas, las llama “Símbolo” de la Fe.

Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos. Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, y la vida eterna. Amén.

Oración de los fieles Después de escuchar la Palabra de Dios le respondemos a Él no sólo con el Credo sino también con una súplica confiada con y por todos nuestros hermanos. Nadie puede ser olvidado ni nadie tiene que quedar atrás: todos los hombres, las mujeres y los niños del mundo entero llegan a la puerta de nuestra oración. Todas las preocupaciones del mundo entero, todas las inquietudes y los miedos, todas las alegrías y las esperanzas se hacen nuestra oración. En la Eucaristía cada cual hace su corazón tan grande como el mundo. Un corazón mundial, un corazón auténticamente “católico”. ¡Católico significa universal!, tan abierto como el universo. Por eso este momento de la Eucaristía recibe el nombre de “Oración universal”.

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Oración de los fieles La Liturgia de la Palabra termina con la Oración de los Fieles u Oración universal. Después de la invitación del Celebrante, uno o más fieles proponen algunas intenciones de oración. La Asamblea contesta: Escúchanos, Señor (u otra aclamación).

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El celebrante concluye con una oración y todos dicen:

- Amén.

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5. EL BANQUETE DEL PAN

PRESENTACIÓN DE LOS DONES

La Eucaristía es una ofrenda No es más que un trozo de pan, pan de cada día, pan humano. En otro tiempo, ese pan se encontraba disperso en el campo, en los trigales. Pero hemos cosechado el trigo, lo hemos molido, convirtiéndolo en harina, y después lo hemos amasado para formar un solo pan. De esa misma manera, oh Señor, reúnenos de todas partes y amásanos juntos para formar un solo Pueblo. No es más que un poco de vino; pero es un vino de fiesta. En otro tiempo, ese vino se encontraba disperso en los racimos de los viñedos. Pero hicimos la vendimia para formar un solo vino. De esa misma manera, oh Señor, reúnenos de todas partes para hacer de nosotros Iglesia, la viña de tu Amor. No es más que pan; no es más que vino. Pero bastan unas palabras, unas pocas palabras venidas de otra parte, para que algo suceda... es la Eucaristía. La ofrenda que hacemos en la Eucaristía no le “añade” nada a Dios, que ya lo tiene todo: todo cuanto podamos ofrecerle a Dios, Él nos lo ha dado previamente. No es pan y vino lo que le damos a Dios, sino que ofrecemos a su Padre nuestra propia vida. En la Eucaristía, Jesús toma consigo y asume nuestras ofrendas y nuestra entrega de vida. Cuando Dios reconoce en el pan nuestra fatiga y entrega diaria, está reconociendo la entrega de Jesús. Cuando Dios reconoce en el pan el amor de hombres, mujeres y niños, está reconociendo el amor de Jesús.

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Se presentan al altar el Pan y el Vino (y otros dones) para el banquete eucarístico. Se puede hacer un canto de ofrenda o responder a la oración del sacerdote. Mientras presenta el Pan, el sacerdote dice:

+ Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este Pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida. Bendito seas por siempre Señor.

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Mientras presenta el Vino, el sacerdote dice:

+ Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este Vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación. Bendito seas por siempre Señor.

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La presentación de los dones se concluye con una invitación a rezar juntos:

+ Oremos hermanos, para que este Sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso. El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

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La Eucaristía es una consagración Los libros suelen comenzar por un prefacio. También la Eucaristía tiene un Prefacio, que es la puerta de la plegaria eucarística. Entren todos, vengan, está puesto el mantel, la mesa está dispuesta, Dios quiere regalarnos: ¡Acudan a la fiesta! ¡Hoy Dios nos invita a todos a comer! ¡Aclamemos al Santo, Santo, Santo! Comienza entonces la Plegaria Eucarística. ¡Ven y desciende sobre este pan, oh Espíritu, y transfórmanos en el cuerpo de Cristo! Ven, Espíritu de Dios santifica este pan, santifica este vino. Que el hambre se nos despierte, que el corazón y las manos se abran a tu gran banquete. ¡Ven y desciende sobre este pan, oh Espíritu, y transfórmanos en el cuerpo de Cristo!

PLEGARIA EUCARÍSTICA PREFACIO Y SANTO

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+

+

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El Señor esté con ustedes. Y con tu espíritu. Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario.

+ En verdad es justo y necesario, nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado. Por Él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas; tú nos lo enviaste para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor. Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz, y así adquirió para ti un pueblo santo. Por eso, con los ángeles y los santos, proclamamos tu gloria, diciendo: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosana en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosana en el cielo.

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La Eucaristía es recuerdo de la entrega salvadora de Jesús En el centro mismo de la plegaria están las palabras del propio Jesús en la Última Cena, la noche anterior al día de su muerte. Jesús cenando con sus Apóstoles, tomó en sus manos un trozo de pan, pronunció una oración, te bendijo, Padre Santo, y repartió el pan, diciendo: “Tomen y coman todos de él, porque éste es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”. Y al acabar la cena, tomó una copa de vino, y la pasó a sus amigos diciendo: “Tomen y beban todos de ella, porque ésta es la copa de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que va a ser derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados”. Y les dijo también: “hagan esto en memoria mía”. Lo que Jesús nos mandó hacer es lo que actualmente hacemos en la Eucaristía. Es ahora cuando la muerte y la resurrección de Jesús suceden para nosotros. Es ahora cuando llega a nosotros el Amor de Jesús.

PLEGARIA EUCARÍSTICA II Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones, con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor. El cual cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

+

Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discipulos, diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.

+ Éste es el Sacramento de nuestra fe.

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

(otras posibles aclamaciones):

+ Aclamen el Misterio de la redención.

Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

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+ Cristo se entregó por nosotros.

- Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.

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La Eucaristía es una presencia Te preguntas cómo el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y cómo el vino se convierte en su sangre. No es cuestión de magia. La Eucaristía es una grandiosa manera de amar. Es el Espíritu de Dios que se apodera del pan y del vino y los transforma. La Eucaristía es el Espíritu de Dios, ese Amor sin estrépito, esa inmensa y serena fuerza que transforma el pan y el vino para que también el ser humano se transforme. Lo mismo ocurre con la presencia de Jesús: nos toma por entero y nos habita, aunque nadie lo ve. La presencia del Amor únicamente se ve con los ojos del corazón; así como cuando hago un regalo manifiesto mi amor, que no se ve. En la Eucaristía, el Pan y el Vino que nuestros ojos ven, hacen realidad la presencia de Jesús, que no se ve. La presencia de Jesús no es un objeto. Jesús no está encerrado en la Eucaristía como si ésta fuera una caja. La presencia de Jesús es su Amor. El Amor está Vivo y nadie puede atraparlo para encerrarlo en una caja. La presencia de Jesús en la Eucaristía es algo así como la presencia del silencio. Cuando estamos juntos en silencio, nadie ve el silencio y, sin embargo, el silencio está ahí. Nadie puede tomar el silencio y encerrarlo en una caja. Y, sin embargo, el silencio existe, nos agarra y nos habita. En la Eucaristía, Jesús está realmente presente en el Pan y en el Vino, pero también está realmente presente en su Pueblo, que también es su cuerpo y su sangre. Y además, Jesús está igualmente presente en la Palabra, que es anunciada, proclamada y cantada. No hay más que una presencia de Jesús, pero hay mil maneras de recibirlo: el Pan y el Vino, la Palabra, el Pueblo, el Sacerdote que preside...

+ Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia. Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa..., con nuestro Obispo... y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad. Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro. Ten misericordia de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas. Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Todos responden aclamando:

- AMÉN.

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6. EN COMU NIÓN CON EL COMUNIÓN PADRE Y LOS HERMANOS Durante una larguísima noche de miles de años, los seres humanos tuvieron miedo de Dios. Consideraban a Dios un desalmado, se ocultaban de Él, y le ofrecían sacrificios, porque tenían miedo de que Dios se enojara. Rezaban para amigarse con Dios; y naturalmente, no podían amarlo, porque le tenían miedo. Pero un día llegó Jesús y habló de Dios con palabras nuevas. Jesús liberó a Dios de todas las prisiones en las que el miedo de los hombres lo habían encerrado. ¡Dios es amor! Dios no se venga sino que perdona siempre. Dios no castiga, porque es pura ternura. Jesús nos dijo: Dios no es ningún “cuco”, Dios es “Nuestro Padre”. Ahora lo compartimos todo, y ya no decimos: “Padre mío” sino que decimos juntos: “Padre Nuestro”. A nosotros nos toca ahora recoger esas palabras y repetirlas. Puedes pronunciarlas mecánicamente, sin pensar en nada. Pero también puedes decir esas palabras como quien dice un secreto, o como quien dice: “te quiero”. Entonces, las palabras volverán a ser nuevas y brillantes y harán florecer tu corazón: “Padre Nuestro...”

La Eucaristía es don de Paz Antes de comulgar con el mismo Pan, se les pide a los cristianos que se deseen la paz y se besen como hermanos. El Evangelio de Juan lo proclama: “Quien dice que ama Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso...”

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RITOS DE COMUNIÓN PADRE NUESTRO Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

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+ Líbranos, de todos los males, Señor, y concédenos la Paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.

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LA PAZ + Señor Jesucristo, que dijiste a los Apóstoles: “mi paz les dejo, mi paz les doy”, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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+ La paz del Señor esté siempre con ustedes.

- Y con tu espíritu.

+ Nos damos fraternalmente la paz.


Comulgar es comer juntos

CORDERO DE DIOS

La comunión no es únicamente estar a solas con Jesús. Comulgar es también ir al encuentro de los hermanos, compartir con ellos la misma comida. Cuando Jesús acude a la cita de la comunión, lo hace siempre acompañado de su pueblo, llevando siempre consigo a todos los pobres. No puedo encontrar a Jesús sin encontrar a los demás, a todos los demás, los que me agradan y los que no me caen bien.

Mientras el sacerdote hace la fracción del Pan, se canta o se dice:

No puedo comulgar con Jesús sin comulgar con mis hermanos. Comulgar no consiste en que cada cual acuda a buscar para sí el cuerpo de Cristo. El pan depositado en el hueco de mi mano es todo el Amor de Dios, pero es también la vida entera de mis hermanos. Cuando comulgo, llevo a Dios en mí, pero además me hago responsable de mis hermanos. Comulgar es una tarea que hay que realizar, es una obra, es pasar a la acción. Comulgar es decidirse a cambiar las cosas, es inventar un mundo, es crear un mundo que haga realidad los sueños de Dios: un mundo en el que, al fin, los hombres sean hermanos. La comunión pone en pie a todo un Pueblo; la comunión hace Iglesia.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

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COMUNIÓN El sacerdote, sosteniendo el Pan y el Vino consagrados los muestra a la Asamblea, diciendo:

Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor. Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.

+

-

A los que se acercan a comulgar, el sacerdote presenta el Pan consagrado, diciendo:

+ El Cuerpo de Cristo.

- Amén.

Comulgar no consiste tan solo en levantarse del banco para ir en procesión a recibir la hostia. Esta procesión ha de ser la de un pueblo que se pone en movimiento, que empieza a caminar. Un pueblo que pone manos a la obra, un pueblo en pie que se pone a amar. En la comunión, el cuerpo de Jesús es un Pueblo. Comulgar es convertirse en el Pueblo de los Resucitados.

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7. LA EU CARIS TÍA EUCARIS CARISTÍA ES MISIÓN Termina la Misa y empieza la Misión. Empieza otra Misa, la Misa de la vida. Vayan y anuncien por las calles, en su casa y en su trabajo que Jesús está vivo. La Eucaristía es siempre apertura. El amor jamás cierra sus puertas. El Pueblo de Dios nunca está cerrado: todo el mundo tiene en él su lugar. La Eucaristía no es una fiesta prefabricada. La Eucaristía hay que hacerla: es una fiesta que nos acontece a todos. La Eucaristía, inevitablemente, nos abre, nos relaciona, nos hace encontrar con el Otro, y con los otros. La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios. Terminada la Eucaristía, salimos del Templo, volvemos a la calle..., pero hemos salido también de nosotros mismos, para volver a encontrarnos con los demás. La Misa es un envío misionero. Dios mismo nos envía. La primera característica de la Eucaristía es... salir. Salir de sí mismo y aceptar la misión que Jesús nos encomendó: ser sal y luz del mundo. Debemos salir como el Pueblo de Dios salió de la esclavitud. Salir para comenzar algo nuevo. Salir a la calle como los apóstoles en Pentecostés. Salir del miedo, de todo cuanto nos reduce y achica el corazón para anunciar con valentía al Señor resucitado. La Eucaristía no es jamás un asunto privado. Los obispos latinoamericanos han dicho que “la Misa no es algo ritualista y privado sino que debe traducirse en un compromiso solidario para la transformación del mundo” (Santo Domingo n. 43). ¡La Eucaristía nos pone en camino, es una misión!

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RITO DE CONCLUSIÓN Para terminar la misa, el sacerdote despide al Pueblo de Dios con la bendición.

+ El Señor esté con Ustedes.

- Y con tu espíritu.

+ La Bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes Amén.

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Las últimas palabras son un envío misionero para que la misa continúe en la vida.

+ Pueden ir en paz.

- Demos gracias a Dios.

o bien:

+ Glorifiquen al Señor con su vida. Pueden ir en paz. Demos gracias a Dios.

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o bien:

+ Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Pueden ir en paz. Demos gracias a Dios.

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La Misa continúa “Un amigo del Corazón de Jesús debe hacer revivir totalmente en él el corazón de su amigo y de su hermano, para que su vida llegue a convertirse en una ‘Misa continuada’, por medio del amor... Nuestra unión a Cristo se expresa y se concreta en el sacrificio eucarístico, de manera que toda nuestra vida se convierte perenne”. en una Misa perenne p. León Dehon.

Maestro de la Magdalena, La Última Cena, siglo XII (Museo del Petit Palais de Aviñón, Francia)

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¡Quédate aquí! cenaremos contigo... VINISTE AL MUNDO a traernos la vida. Vida abundante que el Padre nos da. Nos encontraste sin paz y muy solos: por eso Tú te quedaste en el Pan. Tu eucaristía es misterio de entrega, Pan amasado en dolor y amistad. Es alimento que nos hace hermanos: sólo en tu amor nos podemos amar. Nos prometiste quedarte por siempre, si ffaltas altas tú, ¿a quién v amos a ir? vamos ¡Quédate aquí! cenaremos contigo. Danos tu Pan, danos hambr hambree de T Ti.i. Nos ordenaste remar mar adentro y en tu palabra las redes echar, en los que sufren, queremos servirte, a los que lloran llevarles tu Pan. Cuando las sombras parecen vencernos tu rostro amigo nos muestra la luz. Y al adorarte hecho Pan, sigue ardiendo el mismo amor que nació en Emaús. p. Jorge Martínez 16


Guía práctica para celebrar bien la MISA 1. LA

MISA DOMINICAL

Cada ocho días, como en los primerísimos tiempos de la Iglesia (Jn 20,26), se reúne la Iglesia alrededor de Cristo Resucitado presente en la Eucaristía. La Iglesia no puede vivir unida, como es el deseo de Cristo, si no se reúne con regularidad y alrededor de Él. La Misa siempre se ha celebrado el día después del sábado judío, es decir el “primer día de la semana” (Jn 20,19), cuando Jesús resucitó. A ese día los primeros cristianos lo llamaron “Día del Señor” (Ap 1,10), en latín “Dies Domini” o “Dies Dominica”; de allí viene la palabra “domingo”. La que se reúne es una asamblea organizada donde hay un Presidente (el presbítero) y otros animadores: Lectores, Acólitos ( = los que sirven al altar; son normalmente niñas y niños o jóvenes), los Cantores ( o el que dirige los cantos), el Guía de la Misa, los que llevan al altar las ofrendas y recogen la colecta, etc. Todos deben saber con anterioridad lo que les corresponde hacer y estar listos antes de la Misa. La Misa no es una acción individual sino comunitaria y litúrgica, es decir realizada en nombre de toda la Iglesia. Por lo tanto, toda la asamblea debe participar activamente (cantar, rezar, escuchar, responder, tomarse de las manos o levantarlas, pararse o sentarse, etc.) y en forma conjunta, respetando las prescripciones y las pautas establecidas. No hay lugar para actos piadosos individuales. Es toda la asamblea la que celebra la Misa y el presbítero la preside en nombre de Cristo. Por eso todas las oraciones son en plural; aun cuando el presbítero tuviera que celebrar solo, lo hace en nombre de todos.

La Misa escuchada por radio o vista por televisión no puede sustituir a la asamblea dominical que se reúne para compartir la Eucaristía.

2.

ANTES DE LA MISA

La Misa debe ser preparada no sólo en cuanto al servicio litúrgico, sino también en cuanto a recibir con alegría y cordialidad a los hermanos, ubicarlos cómodamente evitando la dispersion , empezar con puntualidad y todos juntos la celebración. Es oportuno practicar la pastoral de la buena acogida por parte del sacerdote y del equipo litúrgico para con todos los fieles que llegan al templo, en particular con las personas que se acercan por primera vez (en lo posible fuera del templo o en el atrio). De no haber mucha gente, es oportuno reunirse en semicírculo alrededor del altar. No sólo el sacerdote ha de rezar antes de la Misa para una digna preparación como prescribe la Iglesia; también los fieles han de procurar que haya en el templo un clima de silencio y 17


oración. Se pueden leer de antemano las lecturas del día, o participar en los ensayos de canto. Se pueden anotar con anticipo las intenciones para la Misa, siempre que después se participe efectivamente en la Misa; ésta no es tarea exclusiva del cura sino de todos. Es oportuno, si se desea hacerlo, confesarse antes y no durante la Misa; por eso hay que acercarse temprano al templo. No hay obligación de confesar los pecados leves de la vida diaria para poder comulgar; siempre hay que comulgar mientras estemos en gracia de Dios, ya que la comunión es parte esencial de la Misa.

3.

RITOS INICIALES

Los Ritos Iniciales ya son parte de la Misa; por eso es importante para todos la puntualidad. El Guía hace una introducción a la Misa ayudando a disponer los ánimos para la celebración. La Misa consta de dos partes fundamentales: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Es una única mesa: la “mesa del Señor” (1Cor 10,21) donde nos alimentamos de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. Al comienzo están los Ritos Iniciales (procesión de entrada, acto penitencial, himno del “Gloria”, oración de colecta) y al final el Rito de Conclusión ( bendición del sacerdote y despedida). Los Ritos Iniciales tienen la finalidad de organizar a los “fieles” (= los que tienen Fe) en “asamblea” (es lo que significa la palabra griega “Ekklesia”) para disponerlos a escuchar comunitariamente la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía. La palabra griega “Eucaristía” se usa desde el primer siglo para identificar a la Misa, aunque se refiera a la segunda parte de la misma. El griego “koiné” (= “común”) era el idioma popular que se hablaba en las áreas geográficas donde se extendió primeramente el 18

Cristianismo y los mismos cuatro Evangelios fueron escritos en ese idioma. La reunión semanal de la asamblea eucarística es una respuesta a lo que dijo Jesús: “Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18,19). Por eso el sacerdote saluda diciendo:“El Señor esté con ustedes”, invitando a abrirse a esa presencia.

4.

PROCESIÓN DE ENTRADA

La asamblea de pie entona el canto de entrada, que no es “para recibir al sacerdote” y a los acólitos que suben hacia el altar en procesión; es una expresión de fe de la comunidad reunida que celebra la presencia de Cristo. Esta procesión representa a la Iglesia peregrina que va al encuentro de su Señor. El sacerdote besa el altar que es la piedra que representa a Cristo, “piedra angular”(Ef 2,20-22) de la Iglesia, se ubica en la “sede”(lugar reservado al presidente de la asamblea), hace la señal de la cruz y saluda al pueblo. El Guía (o en todo caso el mismo sacerdote) hace una monición breve para explicar el sentido de la Misa o la fiesta del día. El altar, adornado con manteles, flores y cirios debe estar totalmente despojado de otras cosas porque es, junto al ambón (donde se leen las Sagradas Escrituras), el centro de la asamblea. La presencia de un posible coro con instrumentos musicales es para animar y sostener el canto de toda la asamblea y no para sustituirlo; puede haber alternancia entre asamblea y coro. El cantor en todo caso, que no debe ser el sacerdote, indica y entona los cantos para ayudar a crear en el ambiente un clima de fiesta; porque el encuentro semanal con Cristo el Señor ha de ser realmente una fiesta.


5.

ACTO PENITENCIAL

El acto penitencial consiste en pedir perdón a Dios al comienzo de la Misa por los pecados cometidos durante la semana (de pensamiento, palabra, obra y omisión) en forma comunitaria, después de una pausa de silencio. En el caso de pecado grave, es necesario acudir al sacramento de la Reconciliación antes de comulgar. Advierte san Pablo: “Que cada uno examine su conciencia cuando va a comer del Pan y a beber de la Copa, porque de otro modo come y bebe su propia condenación” ( I Cor 11,28-29). El acto penitencial no debe confundirse con el sacramento de la Reconciliación. Es una manifestación comunitaria de arrepentimiento, pero por sobre todas las cosas es una profesión de fe en la misericordia de Dios y en su Palabra que nos disponemos a escuchar. Es un rito que se practica en esta parte de la Misa desde el segundo siglo después de Cristo. “Señor ten piedad”, “Cristo ten piedad”, son invocaciones que pueden ser cantadas; recuerdan el grito de los ciegos y leprosos del Evangelio (Mt 9,27; Lc 17,12) o el gemido del publicano que se golpeaba el pecho en el templo (Lc 18,13). Los domingos, especialmente durante el tiempo pascual, en lugar del acostumbrado acto penitencial puede hacerse alguna vez la bendición y aspersión del agua, evocando y renovando el Bautismo. Como en la parábola del hijo pródigo, cuando hay un corazón sinceramente arrepentido, Dios perdona y sella la reconciliación con un banquete.

6.

con la fiesta o el tema del día) a la oración personal diciendo: “Oremos..”. Hay un breve silencio para que cada uno formule interiormente sus intenciones y deseos. Entonces, el sacerdote dice la oración de “colecta”( del latín “colligere”), así llamada por “recoger” todas las intenciones personales de los fieles y presentarlas a Dios. Se le llama también “oración de la asamblea”. El pueblo se une a la súplica del sacerdote y mediante la aclamación del “Amén” hace suya esa oración. Con esta oración terminan los Ritos Iniciales de la Misa y empieza la Liturgia de la Palabra, donde celebramos a Cristo Resucitado, que nos quiere transmitir su mensaje. En la Eucaristía Jesús nos alimenta desde el ambón con su Palabra y desde el altar con su Pan y así nos va comunicando su Espíritu. Desde los primerísimos tiempos de la Iglesia se acostumbraba leer primero los libros del Antiguo Testamento y después los del Nuevo.

“GLORIA” Y ORACIÓN

El himno, muy antiguo, del Gloria retoma en su comienzo el canto de los ángeles de Belén. Es un himno de alabanza a la Santísima Trinidad y por lo tanto conviene que sea cantado por todos o en coros alternados. Se omite los días de semana y los domingos de cuaresma y adviento. Es uno de aquellos “himnos y cánticos inspirados” de la asamblea, de los que habla san Pablo en Col 3,16. Después el sacerdote exhorta con palabras apropiadas (que pueden tener relación 19


7. LECTURA DEL ANTIGUO TESTAMENTO La Liturgia de la Palabra comprende los escritos de los Profetas (Antiguo Testamento), la memoria de los Apóstoles (Cartas, Hechos de los Apóstoles, Apocalipsis) y los 4 Evangelios. En los días de solemnidad y los domingos se hacen tres lecturas (profetas, apóstoles, evangelistas); en los días de semana tan solo dos. Las Sagradas Escrituras han sido repartidas a lo largo de tres años (con un ciclo A, un ciclo B y un ciclo C) de manera que los textos fundamentales de la Biblia puedan ser conocidos por todos. La primera lectura es normalmente un texto del Antiguo Testamento (o Antigua Alianza) y el Lector la proclama desde el ambón después de una breve introducción por parte del Guía. El Lector (varón o mujer) es una persona designada expresamente y en forma estable para esta función (es un ministerio), después de una oportuna formación. Hay que preparar adecuadamente las lecturas antes de la Misa y proclamarlas en forma clara y pausada, con un buen uso del micrófono. No es conveniente confiar las lecturas a niños, a personas que leen con dificultad o al primero que se presente. Cuando se leen en la Iglesia las

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Escrituras, es Cristo mismo que habla y el Lector es su portavoz. La primera lectura normalmente, a diferencia de la segunda, tiene relación con el Evangelio. Después de una breve introducción del Guía, la asamblea se sienta para escuchar atentamente la Palabra de Dios.

8. SALMO

RESPONSORIAL

El Salmo Responsorial es uno de los 150 salmos u oraciones de la Biblia y se le llama “responsorial” porque para la liturgia es como una “respuesta” de toda la asamblea a la Palabra de Dios escuchada en la primera lectura, con la que está normalmente relacionado. Es una oración de meditación y alabanza que no puede ser reemplazada por ningún otro canto, porque es parte de la Palabra de Dios. Los Salmos son cantos inspirados por Dios que el mismo Cristo, la Virgen María y los Apóstoles rezaron; cuando los cantamos o rezamos en nuestras Eucaristías, prolongamos su oración. Es conveniente que después de cada estrofa la asamblea, guiada por los cantores, cante el estribillo. El Lector ha de evitar anunciar: “Salmo Responsorial” (como también: “Primera Lectura” o “Segunda Lectura”); tampoco hay que invitar a rezar o cantar el estribillo con palabras como : “Repitan todos” etc.. El Lector, en lo posible, ha de ser uno para cada lectura y no debe hacerse esperar. Al acercarse al ambón, saluda con una breve inclinación al altar, tanto al ir como al regresar. El “ambón” (palabra griega que significa “lugar elevado”) es un estrado al cual asciende el Lector para proclamar desde allí la Palabra de Dios; los comentarios del guía, la animación de los cantos y los avisos deben hacerse desde otro lugar.


9. SEGUNDA

LECTURA

Es un texto bíblico del Nuevo Testamento, en especial de las cartas del apóstol Pablo a las comunidades cristianas de las ciudades de Tesalónica, Galacia, Filipos, Corinto, Colosas, Éfeso.., que él había fundado en sus viajes. También se leen cartas de los apóstoles Pedro, Santiago, Judas y una carta a los Hebreos de un cristiano desconocido; y también tres cartas de san Pablo a sus colaboradores Timoteo y Tito. También se leen trozos de la carta a los Romanos. Al final de cada una de las dos lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento el Lector dice: “Palabra de Dios” a lo que todos contestamos: “Te alabamos Señor”. La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras tanto como el Cuerpo mismo del Señor. Así como se honra la Hostia consagrada, así hay que honrar a toda Palabra de Dios. Al meditar esa Palabra, hacemos como la Virgen María que aun no entendiendo plenamente lo que Jesús había dicho, “guardaba fielmente esas palabras en su corazón”(Lc 2,51).

10.

“ALELUIA”

Luego el Guía invita a la asamblea a ponerse de pie para cantar el “Aleluia” y prepararse para escuchar el mensaje de Jesús. Es una aclamación de bienvenida a Cristo el Señor y acompaña la procesión con el Evangelio. “Aleluia” es una palabra hebraica compuesta (“Alelú – Yavé”) que significa: “Alaben a Yavé”, es decir a Dios. El Aleluia ha de ser cantado; si no es posible cantarlo, es mejor suprimirlo. En Ap.19,1-4 es el canto de toda la Iglesia celestial. Se canta en las misas durante todo el año, excepto en Cuaresma; y se canta dos veces porque entre un aleluia y otro el mismo Lector proclama un versículo bíblico. Puede ser una frase del Evangelio que se va a proclamar o un versículo de los Salmos. Mientras se canta el Aleluia con aplausos o batir de palmas, el sacerdote, acompañado por los acólitos con los cirios, se acerca al ambón para proclamar el Evangelio. Anteriormente, inclinado frente al altar, reza en silencio: “Purifica mi corazón y mis labios Dios todopoderoso, para que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio”; es una alusión a la súplica del profeta Isaías cuando fue llamado por Dios a profetizar (Is 6,5-7) . 21


11.

EVANGELIO

A la proclamación del Evangelio se le da mayor importancia porque Dios “nos ha hablado en diversas ocasiones por medio de los profetas, pero en estos últimos tiempos nos habló por medio de su mismo Hijo” (Heb 1,1-2); y en el Evangelio está lo que Jesús hizo y enseñó. Por eso es el mismo sacerdote, o en su lugar el diácono, el que proclama el Evangelio y todos, en señal de respeto, nos ponemos de pie. El sacerdote hace la señal de la cruz sobre el libro, sobre su frente, labios y pecho; los fieles también pueden acompañar al sacerdote con los mismos gestos para que la Palabra de Dios penetre en nuestra mente, la proclamemos después con nuestros labios y la llevemos siempre en el corazón. Al concluir el Evangelio el sacerdote dice: “Palabra del Señor” y todos contestan: “Gloria a Ti Señor Jesús”. Después besa el libro así como besó el altar al comienzo de la misa y reza en voz baja: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Después de haber besado el libro, lo levanta ligeramente y lo presenta a la asamblea, como se hace con el pan y el vino en el ofertorio. El Evangelio de Jesús, es uno solo, pero redactado por cuatro discípulos de Jesús; por eso se dice: “Evangelio según san Mateo, según san Marcos, según san Lucas, según san Juan”. Durante un año (ciclo A) se lee san Mateo, el otro año san Marcos (ciclo B) y el tercer año san Lucas (ciclo C). Se leen entonces los llamados “sinópticos” (porque en general narran los mismos hechos y enseñanzas de Jesús). El Evangelio de san Juan que es más independiente se lee parte en el ciclo B junto con san Marcos y parte en las fiestas y tiempos fuertes del año litúrgico (Cuaresma, Tiempo Pascual). 22

12.

HOMILÍA

Terminada la proclamación del Evangelio la asamblea toma asiento y el sacerdote, a partir de las lecturas bíblicas y en especial del Evangelio, desarrolla la “homilía” (del griego= conversación familiar), es decir una reflexión que simplemente busca explicar la Palabra de Dios y adaptarla a la vida actual y cotidiana de los fieles así como relacionarla a la Eucaristía que se celebra. Es imitar a Jesús que después de haber leído un párrafo de la Sagrada Escritura en la sinagoga de Nazaret, la actualiza diciendo: “Hoy se cumple esta Palabra que acaban de oír” (Lc 4,21). El documento de Puebla establece como criterio para todos los sacerdotes: “La homilía debe ser preparada en forma esmerada y su duración debe ser proporcionada a las otras partes de la celebración” (n. 930). La homilía no es una charla espiritual cualquiera, sino parte integral y constitutiva de la celebración litúrgica y por lo tanto obligatoria, por lo menos los domingos y días de fiesta; también en la semana es conveniente hacerlo cuando hay participación de público. Está estrictamente relacionada con la explicación y profundización de la Palabra de Dios que se ha escuchado y busca una conversión de vida. En las pequeñas comunidades la homilía puede ser dialogada; que todos aporten su experiencia de fe y de vida es muy enriquecedor. El fruto de la homilía depende en gran parte de la disposición del oyente que, más allá de la persona o de la elocuencia del sacerdote, debe abrir su corazón a Dios. Finalizada la homilía hay una pausa de silencio para facilitar la asimilación del mensaje.


13.

CREDO

La asamblea se pone de pie y hace su profesión de fe rezando el “Creo” como respuesta a la Palabra de Dios. El Credo puede ser rezado o dialogado como en el Bautismo. Es una fórmula muy antigua que contiene las verdades principales de nuestra fe. Ya desde los primeros tiempos de la Iglesia se exigía esta fórmula de fe a los adultos para que pudieran ser admitidos al Bautismo. Pertenecía justamente al rito del Bautismo; luego entró a formar parte de la liturgia de la Misa a causa de las herejías que iban surgiendo en la Iglesia. El que rezamos normalmente es el llamado “Símbolo (del griego= señal de reconocimiento) de los Apóstoles”, que se encuentra ya en documentos del cuarto siglo. No se reza todos los días, sino los domingos y días de fiesta con toda la comunidad reunida y en forma pública.

dos. Todos los cristianos somos sacerdotes con Jesús por el Bautismo, y por lo tanto estamos capacitados para rezar por los demás y para presentar nuestras ofrendas a Dios por la salvación de todos. De hecho, en la antigüedad no se permitía que participaran en esta oración los que todavía no estaban bautizados; en este momento de la misa, los “catecúmenos” (es decir los no bautizados) debían retirarse. Conviene que esta Oración se haga habitualmente en todas las Misas con gran participación de los fieles. Entre una invocación y otra, leída o expresada de forma espontánea, se puede cantar un estribillo de súplica que permita la participación de toda la asamblea. Con la Oración de los Fieles termina la Liturgia de la Palabra y empieza la Liturgia de la Eucaristía.

14. ORACIÓN DE LOS FIELES La asamblea eleva ahora a Dios la llamada “Oración Universal” o la que también es llamada “Oración de los Fieles” porque está reservada a ellos (el sacerdote únicamente la introduce y la concluye); los fieles ejercen así su sacerdocio bautismal. Ya san Pablo les decía a sus comunidades: “Recomiendo que se hagan plegarias, oraciones y súplicas para todos los hombres” (1 Tim 2,1-3). Como modelo de esta oración, se puede recordar la “oración universal” de la celebración del Viernes Santo. No es el momento de la acción de gracias, que es propia de la Plegaria Eucarística. Es el momento de pedir que la Palabra de Dios escuchada, se haga realidad en nuestra vida; y sobre todo es el momento de interceder por toda la Iglesia y por el mundo entero. Se pide por la Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren, por la reconciliación entre los cristianos, por la paz. Se puede pedir también por casos particulares de la comunidad o personales, pero manteniendo siempre una apertura universal en los pedi23


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15. PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS

16. UNA COLECTA DE SOLIDARIDAD

En la Liturgia de la Eucaristía el sacerdote repite no sólo las palabras sino también los gestos de Jesús: “Tomó pan” (Presentación de los dones), “lo bendijo” (Oración Eucarística), “lo partió” (Fracción del Pan), “y se los dio” (Comunión), cumpliendo con la orden de Cristo de hacer todo esto “en su memoria” (Lc 22,19). Por eso la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes, que responden a las palabras y a las acciones de Cristo. La Presentación de los dones antes se llamaba “Ofertorio”, pero en realidad la asamblea en la Misa no ofrece a Dios simplemente pan y vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo; y esta ofrenda se realiza recién después, con la Consagración y la Plegaria Eucarística. En los dones del pan y del vino, frutos del trabajo del hombre, que en este momento de la Misa el sacerdote presenta a Dios y a la asamblea, está nuestra participación activa en la que será justamente la gran ofrenda de Cristo. Está nuestro trabajo de todos los días, nuestra vida familiar, nuestros esfuerzos de bien, nuestros cansancios y fracasos, nuestras luchas y esperanzas de un mundo mejor. Estos son los “sacrificios espirituales y agradables a Dios” (1Pe 2,5) de nuestro sacerdocio bautismal. Mientras comienza el canto de la asamblea, unos fieles llevan procesionalmente desde el fondo del templo los dones del pan, del vino y del agua al altar (puede haber otros dones simbólicos ya que éste es un momento creativo y de mucha participación) y el sacerdote los presenta a Dios y a la asamblea elevándolos discretamente sobre el altar con una oración. La hostia es de harina de trigo puro; es pan ácimo (es decir, no fermentado) igual que el de la Cena del Señor el jueves santo. Las pocas gotas de agua que el sacerdote pone en el vino simbolizan nuestra participación en la ofrenda de sí mismo que Jesús renueva en cada Misa.

La colecta de dinero (mejor no hablar de “limosna”), que se hace en este momento de la Misa, es parte integrante de los dones que se ofrecen al altar y por lo tanto del culto que se debe a Dios. La colecta está destinada, según la tradición de la Iglesia, exclusivamente al mantenimiento del culto y a los pobres. Conocemos el testimonio del escritor cristiano Justino (año 155) cuando relata cómo en la celebración de la Eucaristía “lo que se recoge es entregado al presidente, el cual socorre a huérfanos y viudas, enfermos, presos y forasteros” (“Apología”,c. 67); es un reflejo de la comunidad de bienes que se practicaba en la primera comunidad cristiana (He 2,42-47). Si se comparte el Pan de Vida, hay que estar dispuestos a compartir el pan material con los hermanos que tienen menos; por lo tanto esta


colecta tiene que merecer toda nuestra consideración y el desembolso de un aporte humilde pero significativo, ya sea por parte de los chicos como de los grandes. Cuando hay mucha gente, es oportuno no apurar el ritmo de la celebración, para que de este modo los encargados puedan pasar a recoger la colecta y presentarla a los pies del altar antes que se termine este momento de la Misa. En ciertos lugares se publica periódicamente la cantidad recogida y su destinación. Las ofrendas en dinero que se hacen en ocasión de encargar Misas, no son para “pagar” la Misa sino para sostener el culto y la vida del clero como le corresponde hacer a la comunidad cristiana; ni pueden servir para monopolizar la Misa, ya que en todas las Misas las intenciones son comunitarias.

17.

PREFACIO

Terminada la Presentación de los dones, empieza la Oración o Plegaria Eucarística. Ésta se abre con el Prefacio, sigue con la Consagración, la segunda invocación al Espíritu Santo, las oraciones de intercesión y termina alabando a Dios “con Cristo, por Él, y en Él”. Antiguamente era conocida con el nombre de “Canon” (del latín = regla, norma) porque era una sola, invariable; hoy el sacerdote puede elegir un número variado de Plegarias Eucarísticas. Es una plegaria de acción de gracias que el mismo Cristo hace al Padre a través del sacerdote y junto a toda la asamblea. Durante la Plegaria Eucarística el único que reza es el sacerdote que representa a Cristo; los demás acompañan en silencio este momento cumbre de la Misa. El momento de la acción de gracias en la Misa no es después de la comunión sino con la Oración Eucarística. Por eso, al comienzo del prefacio el sacerdote dice: “Demos gracias al Señor nuestro Dios”. El prefacio es un himno de acción de gracias que introduce la Plegaria; empieza con un breve diálogo con la asamblea y termina con el “Santo”. Éste es una aclamación que se inspira en Is 6,3: “Santo, santo es el Señor Dios del universo”; en el Salmo 118: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”; y en Mt 21,9: “Hosana en el cielo”, cuando el pueblo aclamó la entrada

mesiánica de Jesús en Jerusalén. Toda la asamblea canta la aclamación y se queda respetuosamente de pie a lo largo de la Plegaria Eucarística.

18.

CONSAGRACIÓN

La Consagración del pan y del vino se da en el marco del relato de la Cena de Jesús. Extendiendo las manos sobre las ofrendas el sacerdote pide al Padre que envíe al Espíritu Santo sobre el pan y sobre el vino para que queden transformados en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. La imposición de las manos en la Biblia significa que algo o alguien es separado del uso profano para ser consagrado al servicio del Señor (Núm 8,10). El Espíritu Santo que formó en María el cuerpo físico de Jesús, ahora dona a la Iglesia el cuerpo glorioso de Jesús resucitado. El sacerdote toma la hostia en sus manos y después el cáliz repitiendo las mismas palabras de Jesús: “Éste es mi cuerpo”, “Ésta es mi sangre”. El memorial de la Cena del Señor es a la vez el memorial del

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Sacrificio de Cristo en la cruz. Con su sangre derramada Jesús selló la nueva y definitiva Alianza (Heb 9,15-28). A las palabras de Jesús en la Última Cena, debe prestarse la misma atención y el mismo respeto que a las demás partes de la Misa, sin devociones particulares para no interrumpir la continuidad de la Plegaria Eucarística. El sacerdote eleva parcialmente la hostia consagrada y el cáliz para presentarlos a la adoración de la asamblea; la gran elevación de la ofrenda se hará recién al finalizar la Plegaria Eucarística. “Éste es el misterio de nuestra fe”, canta el sacerdote y la asamblea responde también cantando: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”; es una alusión a una expresión de san Pablo en 1Cor 11,26 y a la conocida invocación de los primeros cristianos: “Maranatá”(en griego: “Ven, Señor Jesús”) con la que termina el Apocalipsis (22,20).

19. INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO A continuación el sacerdote hace memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros; recuerda en especial la pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo de Jesús. En este momento, todos juntos con el sacerdote ofrecemos al Padre el sacrificio de Cristo, la Víctima inmaculada realmente presente sobre el altar; y nosotros nos ofrecemos con Él (Rm 6,13; 12,1) también al Padre para la salvación del mundo. Comer el Cuerpo y beber la Sangre de Jesús significa buscar como Jesús la voluntad del Padre y la venida de Su Reino. Sigue una segunda invocación al Espíritu Santo (la primera fue pidiendo la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo), y es en este momento cuando el sacerdote pide que el Espíritu Santo transforme también a la asamblea 26

(que quiere alimentarse de Jesús) en un solo Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, un pueblo de hermanos; esta comunión fraterna es el objetivo principal de la Eucaristía. Se pide al Espíritu Santo que “congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” para que seamos “congregados por el mismo Espíritu Santo en un solo Cuerpo” en el cual “no haya ninguna división”. Es lo que afirmaba san Pablo: “Los que comemos de un mismo Pan, formamos un mismo Cuerpo” (1 Cor 10,16-17). Es el gran signo que Jesús pidió a los cristianos en la última Cena: “En esto los reconocerán como discípulos míos” (Jn 13,35).

20. ORACIONES DE INTERCESIÓN Las Oraciones de los Fieles elevadas a Dios antes de la Liturgia de la Eucaristía, son ahora recogidas por el sacerdote que intercede (en realidad es el mismo Cristo que intercede a través del sacerdote) por toda la Iglesia Católica y sus pastores, por los presentes, por los difuntos y también por todos “los que buscan a Dios con sincero corazón”. A través de oportunas pausas de silencio, los presentes pueden ir nombrando a personas vivas o difuntas que se quieran recordar. Se invoca la intercesión de la Virgen María, de San José su esposo y de todos los santos. Una vez terminadas las oraciones de intercesión, el sacerdote eleva bien en alto el Cuerpo y la Sangre de Cristo como para recordar y visibilizar la elevación de Cristo en la cruz; es la gran ofrenda de la Misa para alabanza del Padre, el verdadero


ofertorio de la asamblea. Se concluye con una hermosa oración que puede ser la síntesis de toda la vida cristiana: “Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Estas expresiones son cantadas por el sacerdote, y todo el pueblo contesta con entusiasmo, también cantando, el “Amén”. Aquí termina la Plegaria Eucarística y empieza la preparación a la Comunión.

21.

PADRE NUESTRO

Al finalizar la parte sacrificial de la ofrenda, se abre ahora la liturgia de la mesa eucarística. El pan y el vino consagrado no sólo son ofrenda a Dios, sino comida fraterna y compartida. Cristo nos une a Él y entre nosotros. No se trata simplemente de comer el Cuerpo y la Sangre de Jesús, sino de comerlos juntos. El objetivo es lo que pide Jesús: “Para que sean una sola cosa, como Tu Padre en mi y yo en Ti”( Jn 17,21). No es comida individual; se subraya el partir el pan y el compartir la copa. El Padre Nuestro es la gran oración que nos enseñó Jesús y se canta, todos de pie, en este momento de la Misa. Puede ser cantado con las manos levantadas o dándose la mano como hermanos, hijos del mismo Padre. Al final no se con-

testa “amén” ya que el sacerdote retoma la última petición del Padre Nuestro: “Líbranos del mal” y la amplía con otra oración. Esta oración pide expresamente a Dios la paz para todo el mundo, una paz que debe ser fruto de la justicia: “Concédenos la paz en nuestros días, para que vivamos libres de toda violencia”. Finalizada ésta, el pueblo canta: “Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor”.

22.

RITO DE LA PAZ

A continuación el sacerdote reza otra oración (que puede ser rezada por todos) en la cual se pide el don de la paz y de la unidad como don pascual de Cristo Resucitado (Lc 24,26) para su Iglesia. Se subraya el hecho de que la paz es un don que hay que pedir a Cristo (Él dijo: “Les doy mi paz”, Jn 14,27) y recién después ha de ser entregada a los hermanos. La paz y la unión han de ser el signo de la presencia de Cristo en su Iglesia. Finalmente el abrazo de paz compromete a los presentes a hacer realidad entre ellos esa paz y esa unión. Este gesto responde también a la invitación de Jesús: “Si presentas tu ofrenda al altar y te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23-24). Cuando la asamblea no

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es numerosa, es bueno saludarse todos y sin apuro; cuando hay muchas personas, es preferible saludar a los más cercanos. Puede ser un apretón de manos, un abrazo, un beso; este gesto tan significativo, en determinadas ocasiones, puede ser trasladado al final de la Misa. Lo importante es que los hermanos que tenemos al lado no nos resulten indiferentes, o peor todavía molestos; Dios quiere una comunidad reconciliada. Ya en los primeros tiempos de la Iglesia, a este gesto se le llamaba “beso de la paz” y a este gesto se refiere san Pablo cuando escribe: “Salúdense los unos a los otros con el beso santo” (Rom.16,16; ICor 16,20).

23.

FRACCIÓN DEL PAN

El sacerdote ahora imita el gesto de Jesús que después de haber tomado el pan en sus manos, lo partió para entregarlo a los apóstoles; por eso el sacerdote parte la hostia grande en varias partes y las distribuye por lo menos a los fieles más cercanos. Que el presidente no sea la única persona en comer de la hostia grande. También las hostias chicas que se distribuyen a los demás fieles deben ser consideradas como trozos de un mismo pan grande que se parte, reparte y comparte. El pan partido es antes que nada Cristo, Pan de Vida que nos quiere alimentar a todos, en esta nueva multiplicación de panes. Al mismo tiempo la Fracción es signo de comunión fraterna. Era tan importante entre los primeros cristianos esta “Fracción del Pan” que le daba el nombre a toda la misa entera (He 2, 42.46). Tanto el gesto del abrazo de paz como éste, buscan que todos nos pongamos al servicio unos de otros como Cristo que le lavó los pies a sus apóstoles (Jn 13,1-15) y que aprendamos a romper el pan con el hambriento y el desvalido. La Fracción del Pan no debe realizarse por lo tanto antes de la Consagración. Es únicamente el Pan consagrado el que se reparte a los fieles; y únicamente tiene sentido en este momento de la Misa antes de la comunión. No debe hacerse tampoco mientras los fieles se dan el abrazo de paz, sino después; es un gesto que ha de des28

tacarse y ser bien visible. El sacerdote pone un fragmento del Pan consagrado en el Vino para destacar que el Cuerpo y la Sangre de Cristo forman una sola cosa. En la Misa se habla por un lado del Cuerpo de Cristo y por el otro de la Sangre de Cristo; en realidad Cristo Resucitado es uno solo y lo que se quiere destacar es la muerte violenta de Jesús en la cruz y su sangre derramada por nosotros.


24.

CORDERO DE DIOS

Mientras el sacerdote parte el pan y reza en silencio una oración, los fieles cantan el “Cordero de Dios”. Fue Juan el Bautista quien señaló a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Al mismo título de “Cordero de Dios” se refiere también el apóstol san Juan en el Apocalipsis (5,6-13;7,14; 12,11) y en su Evangelio (19,33). Juan relata que a Jesús crucificado, como en el caso del cordero pascual de los judíos, no le quebraron las piernas porque Él era el verdadero Cordero inmolado por nosotros. La sangre del cordero en los dinteles de las puertas de los judíos fue la que alejó al ángel exterminador de sus casas en Egipto; por eso pudieron huir, y todos los años en la cena pascual se asaba un cordero sin defecto como recuerdo. Otra imagen bíblica de Jesús como Cordero, es la del Siervo de Yavé que “manso como un cordero se deja llevar al matadero” (Is 53,7) y con su sufrimiento quita el pecado del pueblo (Mt 16,63; Mc 8,31).

25.

Él sino también entre nosotros. Alrededor y gracias a la Eucaristía crece la comunidad cristiana; la Eucaristía debe llevarnos necesariamente a participar de la vida y de las tareas apostólicas de la comunidad parroquial. Si no hay comunidad, la Eucaristía no logra su objetivo principal. La Misa debería anticipar y ser signo, por la comunión y la participación, de lo que será el gran banquete del Reino (Mt 8,11; 22,2-14; Lc 14,1524).Los invitados privilegiados de la Eucaristía deberían ser los que son marginados y excluidos de la sociedad; Jesús se sentó a la mesa con ellos. A comulgar se va caminando juntos; el canto acompaña la procesión de comunión porque cantando expresamos la unión de sentimientos y la comunidad de fe del pueblo de Dios. Después de la comunión de los fieles, los ministros extraordinarios de la Eucaristía pueden acercarse al altar para recibir las hostias consagradas y llevarlas a los enfermos.

COMUNIÓN

El sacerdote presenta a la asamblea la hostia consagrada y el cáliz: “Éste es el Cordero de Dios..”. Jesús se hizo pan y vino para ser nuestro alimento espiritual. “Tomen y coman”, dice Jesús y nos invita a todos a su mesa. Nosotros contestamos con las palabras del centurión romano: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8,8). La oración esta vez es en singular porque el momento de la comunión con Cristo es profundamente personal. Por eso es necesario que cada uno, después de una breve inclinación, al recibir la hostia diga su “amén” en forma clara y fuerte, por separado. Cristo nos quiere en familia, pero “conoce y llama por su nombre a cada una de sus ovejas” (Jn 10,3); es el encuentro con un amigo. La Comunión también significa, común-unión. Los que comemos de un solo Pan que es Cristo, formamos un solo Cuerpo no tan solo con 29


26. EL CUERPO DE CRISTO

27. COMUNIÓN EN LA MANO Y BAJO LAS DOS ESPECIES

Cuando el sacerdote nos presenta la hostia consagrada, nos dice: “El Cuerpo de Cristo”. En el idioma de la Biblia cuando se habla de “cuerpo” o “carne” se entiende la persona humana ( “Dios se hizo carne”, significa que se hizo hombre). “Comer la carne y beber la sangre” (Jn 6,55-56) de Jesús no ha de entenderse de manera material. Significa unirse profundamente a la persona de Jesús gracias al Espíritu Santo. No es unirse al Cristo descolgado de la cruz, al que podamos tocar como María su madre en el Calvario; es unirse al mismo Jesús, pero Resucitado y con un cuerpo espiritual y glorioso. Él quiere vivir y actuar en nosotros, para que nuestra vida y nuestra labor sean realmente fecundas. A través de nosotros Él quiere seguir luchando por un Reino de justicia, paz y amor en el mundo. Jesús está presente tanto en el pan consagrado (por eso los fieles comulgan sólo con el pan) como en el vino. No es que el pan se transforme en el Cuerpo y el vino en la Sangre de Jesús, como si fueran dos cosas separadas. Recibiendo sólo el pan o sólo el vino consagrado, se recibe cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo.

La comunión se recibe de la mano del sacerdote (nadie puede servirse por su cuenta) porque es un don, puro regalo que se recibe del cielo. Pero hoy se ha vuelto a la antigua costumbre de poder recibir la hostia en la mano. No sólo es la forma más auténtica históricamente sino que su recepción resulta más digna, activa y responsable; se abre la palma de una mano para recibir la hostia y con la otra se lleva la hostia a la boca. Si bien no es un gesto obligatorio, esta práctica ha sido normal durante todo el primer milenio en occidente (excepto para con los niños y enfermos); y en oriente lo ha sido siempre hasta el día de hoy. También la comunión con el pan y el vino juntos (es decir bajo las dos especies) se practicó universalmente a lo largo de los primeros 12 siglos de la historia de la Iglesia. Por motivos prácticos y frente al aumento de los fieles, se dejó la distribución de las dos especies para practicar únicamente la del pan. Hoy se ha vuelto a practicar la antigua costumbre donde y cuando es posible, aunque sea por intinción (es decir mojando la hostia consagrada en el cáliz; es la forma más usada). Ambas prácticas, la comunión en la mano y bajo las dos especies, parecen responder mejor a la invitación de Jesús: “Tomen y coman..”; y los gestos son más expresivos y convincentes.

28. DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Para comulgar es preciso estar en gracia de Dios, participar normalmente de la eucaristía dominical. La mejor unión con Cristo se da con la comunión; “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él” (Jn 6,56). Necesitamos de Él, como los sarmientos necesitan estar unidos a la vid (Jn 15,1-7). La comunión se toma de pie. Según la tradición judía (Éx 12,11), el pan de la cena pascual era sin levadura y se comía de pie recordando la prisa con que los judíos habían huido de Egipto aquella noche. Después de la comunión y una vez sentados, 30


habría que disponer de un tiempo prolongado de silencio para la oración y la reflexión personal, sin interrumpirlo con cantos o avisos. La limpieza del cáliz y de la patena debe hacerse fuera del altar, en la sacristía o en una mesita aparte. Es bueno volver a orar y reflexionar personalmente sobre la Palabra de Dios escuchada en la Misa, quizás sugiriendo como antífona desde el altar o desde el ambón una frase significativa del Evangelio del día. Se trata de grabar en la mente un claro mensaje evangélico que se haga carne en la vida diaria (“Una sola palabra tuya bastará para sanarme”, decimos con el centurión).

29.

ENVÍO MISIONERO

se nos dice como al profeta Jeremías (1,8) o a María (Lc1,28) o a los apóstoles (Mt 28,20): “El Señor está con ustedes”. Por la comunión, efectivamente llevamos a Cristo con nosotros.

30.

DESPEDIDA

El sacerdote besa otra vez el altar y mientras él y los acólitos salen del templo, la asamblea entona el canto final. La Misa finaliza sólo con el canto final. Es oportuno después de este canto saludarse entre todos en el atrio del templo, antes de que cada uno se vaya a su casa. La Misa continúa en la vida.

Toda la asamblea se pone de pie para participar de la última oración solemne del sacerdote, en la que se pide por los frutos del misterio celebrado. Los avisos parroquiales deberían ser dados después de esta oración y antes de la bendición final. Es oportuno que todo lo que se refiere a la vida de la comunidad cristiana (cumpleaños, aniversarios, acontecimientos, pedidos de ayuda o agradecimientos, presentación de nuevos hermanos, etc.) sea puesto brevemente en conocimiento de todos en este momento y como parte de la Misa, ya que la Eucaristía nos ha de llevar a comprometernos más al servicio de la comunidad cristiana y de la evangelización. El sacerdote luego saluda y otorga una bendición especial ya que al final de la Misa hay un envío misionero. Somos enviados a llevar la Palabra de Dios a los demás, a transformar el mundo, a dar testimonio de Jesús. Es el momento de la Misión (la palabra “Misa” viene justamente del idioma latín: “mittere”= enviar). Se nos envía, “como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3), no a ir en paz tranquilamente a nuestras casas sino a llevar la paz de Cristo (Lc 10,6) a todas partes, aun a costa de rechazos y persecuciones (Lc 10,10-11). “Vayan” (es la palabra final de Cristo a sus apóstoles) y hagan que todos sean mis discípulos” (Mt 28,19). Es una misión difícil; por eso se nos da la bendición de Dios, y para que no tengamos miedo 31


Santuario Nacional de La Gruta de Lourdes, Montevideo, Uruguay. Diciembre de 2005 Equipo de redacci贸n: Francesco Bottacin, Primo Corbelli, Quinto Regazzoni. Diagramaci贸n: Equipo de Umbrales. P谩gina web: www.chasque.net/umbrales Impresi贸n: Imprenta Rojo

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