emota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrav bres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les mand como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas hab ma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura ca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imá con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que ladespués nadie ha ya. Nací hace ya mucho uculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba octava maravilla dede los borrar sabios alquimistas de Macedonia. Fu y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desencl ba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan aban turbulenta detrás los pueblo fierros mágicos «Las cosas,rico tienen propia -pregonaba - de en undesbandada condenado a muerte. Eradeun calientedeyMelquíades. soleado, bastante en vida olivos y guarros (co n iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servir da de losas, con una alhermosa fuenteun demomento tres caños en medio de la plaza.estatuaria Hacía ya varios años, yeso dirigiendo cielo quedóse en laesta actitud augusta. No cuand era qu no sirve.» los Peroojos José Arcadio Buendía no creía en aquelparado tiempo en honradez de los gitanos,y así que cambió su mu arecía a todos la fuente con su remate figurado un niño desnudo, con su bañera toda rizada al bord patrimonio no consiguió disuadirlo. «Muy ha de sobrarnos oro para elensanchar frescor eldeldesmedrado lento orvallo frunciódoméstico, el sobrecejo. Y no era tampoco quepronto le molestase la llovizna, sinoempedr el tene mo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquí mo un cajón de tabaco, con una torre en medio, y en la torre un reloj, blanco como una hostia, o es tan elegante como es feo un paraguas abierto. «Es una desgracia esto de tener que servirse unoparad de la cuyo interior tenía lanatural, resonancia hueca de unbuenas enorme ycalabazo lleno deque piedras. Cuando José Arcadio Buendía y que los cuat ueblo, como es había casas casas malas, son, como pasa con todo, las má s noble de los objetos es la de ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto cambia las higueras, creció Siddhartha, el con hijounhermoso del brahmán, el joven Falke, junto con Govinda, su amig gado en el cuello un relicario de cobre rizo de mujer. no de azulejos y macetas. Jesús sido siempresino muydepartidario las plantas, y para mí qu s cosas en Él. Aquí, en estaDon pobre vida,había no nos cuidamos servirnos de Dios; pretendemos abrirl agradas, al realizar los de sacrificios Sus ojos negros cubrían sombras el bosque, sagrado, l último descubrimiento los judíossagrados. de Amsterdam. Sentaron una se gitana en unde extremo de laen aldea e instalaron el catalee pantalones. Abrió el paraguas por fin ydoctos. sepregonaba quedó unandaba momento suspenso y pensando: «yun ahora, dónd ismo cariño que fuesen hijos, porque la vieja siempre correteando con cazo en la man mano. «La ha si eliminado las distancias», Melquíades. «Dentro de poco, el hombre podrá ver¿hacia lo que ocur l sabio, enciencia las conversaciones con los Hacía tiempo que Siddhartha tomaba parte en las conversacio a.atrospección. «Esperaré a que pase un perro —se dijo— y tomaré la dirección inicial que él tome.» En esto pasó por or. La casa de don Jesús estaba también en la plaza y, cosa rara para el capital del dueño que no repar lupa gigantesca: un montón de hierba en mitadpara de lapronunciar calle y le prendieron fuego mediante concentració Ya pusieron comprendía la palabra de lasseca palabras, silenciosamente el Om,la pronunciar ta, Augusto. Y así una calle y otra y otra. «Pero aquel chiquillo —iba diciéndose Augusto, que más bien a de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar lo n la que todos le ganaban: en la fachada, que aparecía del color natural de la piedra, que tan ordinari tus que piensan con diafanidad. Ya comprendía en el interior de su alma por completo todas y cada unaqu d formaba parte de un cofre de monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que el plar a alguna hormiga, de seguro! ¡La hormiga. ¡bah!, uno de los animales más hipócrita or el hijo, el inteligente, el sediento de ciencia, en el que veía formarse un gran sabio y un gran sacerdote, u ía unas piedras de escudo, de mucho valer, según dicen, terminadas en unas cabezas de guerreros d a de consolarla, entregado por con entero a sus experimentos tácticos con laduda untiene científico y aun riesgo ¡Qu de s a todos quienes seelcruza, y no melocabe deandaba quedeno nada que ahacer. o,codeando le veía si sentarse y aquellos levantarse; Siddhartha, fuerte, el hermoso, elabnegación que sobre sus piernas esbeltas, como quisieran representar que estaban vigilando que de un lado o de otro podríales venir. os rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las protest manesMi cuando Siddhartha pasaba por callesson de ellos, la ciudad, condicen la frente luminosa,y no conhacen los ojos co vago! imaginación no descansa. Loslasvagos los que que trabajan sinoreales, aturdirs haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de un Siddhartha y sual encantadora voz,para amaba y la completa dignidad del de sus movimientos, amab eojos esa de vidriera, a darle rollo majadero, quesuleandar veamos, ese exhibicionista trabajo, ¿qué es sino u testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un mensajero que atravesó ardiente voluntad, su elevada vocación. Govinda sabía: "Este no será un brahmán cualquiera ni un perezos ese lapobre paralítico va antes ahí medio arrastrándose... quélassémulas yo? ¡Perdone, sde fieras, desesperación y laque peste, de conseguir una ruta dePero enlace¿ycon del correo. hermano! —esto s
dor, ningún malvado¿es y astuto sacerdote, tampoco un Joaquín! buen cordero, en elautomóv rebaño d . Y este, Joaquinito, también hijo de ni Adán? ¡Adiós, ¡Vaya,un ya estúpido tenemos cordero el inevitable a de seguir a Siddhartha, el amado, magnífico. Siddhartha llegaba díabuscando a ser dios,cada si algún teníalleg qu filotopía; el que viaja muchoel va huyendoYdesicada lugar que deja un y no lugardía a que ,una como su escudero, como su sombra. Amaban todos a Siddhartha. A todos causaba alegría, era un plac casa donde había entrado la garrida moza que le llevara imantado tras de sus ojos. Y entonces se d deros rosados del huerto de higueras, sentado a la sombra azul del bosque de la contemplación, lavando su aquella mirada le sugirió a Augusto lo que entonces debía hacer. «Esta Cerbera aguarda —se dijo— que ignidad de sus gestos, querido de todos, siendo la alegría de todos, no tenía, sin embargo, ninguna alegría e que procede ahora. Otra cosa sería dejar mi seguimiento sin coronación, y eso no, las obras deben acabars strellas de la noche, de los ardientes rayos del sol; le venían sueños e intranquilidades del alma con el hum o era cosa de ir entonces a cambiarlo, porque así se perdería tiempo y ocasión en ell r los maestros de los viejos brahmanes. Siddhartha había empezado a alimentar dentro de sí el descontent
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