Concurso
la ciencia es todo un cuento 2012
Universidad de los niĂąos EAFIT
Presentamos a continuación los tres cuentos ganadores de la primera versión del concurso La ciencia es todo un cuento, organizado por la Universidad de los niños EAFIT e inspirado en las preguntas trabajadas durante este año en las dos etapas del programa. ¡Esperamos que los disfruten!
Categoría 1 (7 a 10 años)
Mr. ZZ y Dr. Misterio Por: Thomas Sebastian Dover Edad: 9 años Pregunta: ¿Por qué hay guerras?
Capítulo 1 -No admitiremos esta inútil guerra -decía siempre Dr. Misterionos está absorbiendo poco a poco y en todo caso no la ganaremos. Y el general militar siempre le respondía: -Oiga, Doctor. Usted es nuestro mejor detective. -¿Y? -Nos ayudará cueste lo que cueste, le guste o no. Dr. Misterio suspiró. -¿Y por qué empezó esta guerra? -Escúchame. Este no es tu problema. ¡Déjame en paz! Dr. Misterio se fue refunfuñando muy enojado. Pero al general se le olvidó que cuando Dr. Misterio quería saber algo, hacía todo lo -4-
posible para averiguarlo... Y él tenía un plan...
Capítulo 2 -¡Eee! ¡ZZ! ¿Estás ahí? -gritaba Dr. Misterio desde afuera de la cárcel letra Z. -¿Qué buscas? -dijo una voz ronca desde adentro de la cárcel. Adentro había un hombre grande y fuerte pero con cara de asustado. -Mira, lo que pasa es que el general no me quiere decir por qué empezó esta guerra -dijo Dr. Misterio- y como tú eres el mejor ladrón de todos... -No necesitas terminar -dijo el ladrón Mr. ZZ- ¿Quieres que robe los archivos secretos? -¡Síííí! -se alegró Dr. Misterio. -Bueno, pero a cambio pido 2 cosas. Primera cosa: quítame estas estúpidas cadenas. Dr. Misterio abrió la cárcel y le quito las cadenas. Cuando Dr. Misterio le terminó de quitar las cadenas, Mr. ZZ siguió: -Y segunda y última cosa: pido 50.000 pesos. Dr. Misterio, de mala gana, le dio 50.000 pesos. -5-
-Muy bien, -dijo Mr. ZZ, hojeando los billetes- espera 30 minutos. Te traeré los papeles secretos. Solo ten paciencia. Inmediatamente salió corriendo hasta una alcantarilla, y desapareció. La mayoría del tiempo Dr. Misterio se la pasó jugando juegos en el celular, contando cuántos pesos le quedaban, haciendo sopas de letras, etcétera, hasta que oyó el esperado “¡Aquí están!” proveniente de la alcantarilla. Dr. Misterio, contento dijo: -Gracias al cielo que no te desc... -¿Quién anda ahí? -dijo un policía que interrumpió a Dr. Misterio. -¡Escóndete! -susurró Dr. Misterio- ¡Te van a pillar! -¡Mamita! -murmulló Mr. ZZ, saltando de una a la celda letra Z. -¡Solo yo! -balbuceó Dr. Misterio. -¿Pero que haces aquí? ¡Vete! -dijo el policía, y Dr. Misterio se fue con los papeles. Capitulo 3 -¡Llegó el momento de la verdad! ¡Llegó el momento de la verdad! -cantaba Dr. Misterio mientras abría el sobre donde estaban los archivos secretos- Vamos a ver qué dice. Julio 12 de 2012: Candidato de presidencia mata a dos policías y deja heridos a seis porque perdió la elección. -Aquí hizo una pau-6-
sa en honor a los policías-. “Nosotros lo tratamos de calmar pero el llamó a sus guardaespaldas y ellos nos dispararon mientras el candidato decía: ‘Empezaré una guerra y cuando me supliquen que la pare les recordaré, a cada uno de ustedes, que no me eligieron como presidente’”. Julio 26 de 2012: Candidato le dice al nuevo presidente que nosotros supuestamente le dijimos que él era un inepto, estúpido, viejo, bruto, etcétera. Inmediatamente, el presidente le dijo a un país que tenía ganas de guerra que tirara contra nosotros... y así lo hicieron. Agosto 7 de 2012: Capturamos a un ladrón que trato de robarse nuestras armas. Como no nos dijo su nombre, le pusimos Mr. ZZ -aquí Dr. Misterio se quedó con la boca abierta durante media hora. Septiembre 14 de 2012: Encontramos a un detective bueno que se identificó con el nombre de Dr. Misterio. Nos ayudó a prevenir un ataque sorpresa. Aunque a veces es irritante -aquí Dr. Misterio se enojo- es... es un buen chico -y aquí se calmó. Octubre 4 de 2012: Esto parece la guerra de Troya. Tenemos que detener al candidato maniático o rendirnos. Tenemos que detener al candidato maniático o rendirnos, siguió diciendo esa voz en la cabeza de Dr. Misterio. -Con que las guerras empiezan con querer tener el poder supremo. Pues tengo una guerra que parar. Después de decir esto, se puso su ropa de detective, y salió a parar una guerra, una guerra imposible de parar, pero lo imposible, es posible. -7-
Categoría 2 (11 a 14 años)
Momentos previos a un Gran Concierto Por: Sofía Encinales Edad: 13 años Pregunta: ¿Cuál era la música de moda hace cien años?
Silencio. ¡Ah, sí! El magnífico y adormecedor silencio de una tranquila y hermosa madrugada de domingo. Me siento en mi silla y miro por la ventana. Afuera, unos pequeños rayos salen por el horizonte. No he dormido mucho. Es veintiocho de noviembre, de mil novecientos nueve. Abro el libro que tengo en frente mío, y observo ese pequeño montón de partituras. Suspiro. Miro la hora y me tranquilizo un poco: sólo son las cuatro de la mañana. Pero entonces, justo cuando comienzo a adormecerme en aquella silla frente a mi escritorio, abro los ojos de golpe. En nada más y nada menos que catorce cortas (o muy largas) horas, Damrosch moverá su batuta con su gran estilo, sacudiéndola de un lado para otro, transmitiéndole a ese montón de gente mi Concierto Número Tres para Piano y Orquesta. Carajo. Ojeo de nuevo el montón de partituras. Aquellas hojas lisas que leeré hoy, mientras le hago el amor a ese magnífico instrumento, -8-
contándole al mundo entero mi vida, mis experiencias, mis amores, mis pasiones, mis odios y mis deseos. En solo un poco menos de... “42 minutos” Suspiro. Miro al frente, y en mis ojos, en mis adormecidos y espantados ojos, nace una pequeña chispa de felicidad, que calma enormemente mis nervios. No la contaré solo, tengo amigos, amigos que sé que no me fallarán. Amigos músicos, muchos amigos músicos, con su alma portable manifestada de la manera que sea: violinistas, chelistas, violistas, flautistas, percusionistas ¡Todos son mis amigos! Y todos me ayudarán a contar mi historia, me ayudarán a contarla “¡La contarán conmigo!” Grito. Me tapo la boca al instante. Espero no haber despertado a nadie. Miro de nuevo el libro y sonrío: una sonrisa cálida, pero levemente falsa, en la cual se nota una pequeña mueca nerviosa. Sacudo la cabeza. Tengo sueño. Me levanto dejando el libro sobre la mesa y me recuesto lentamente en mi cama, haciendo que las maderas chirreen suavemente bajo mi cuerpo. Me cobijo y cierro los ojos, y allí, en esa cálida mañana, en medio de la tranquilidad de mi hacienda familiar, me quedo profundamente dormido. Pasan las horas. Me despierto de un brinco y lo primero que hago es mirar el reloj. Abro los ojos, espantado. ¡Tres de la tarde! ¡Debo estar en una hora en el teatro! Corro al baño y me lavo rápidamente la cara. Me pongo un traje y salgo disparado. Bajo las escaleras y me preparo un café. Empaco un emparedado y salgo de la casa. Durante el camino, los ruidos infernales de la vida cotidiana hacen que mi corazón lata mil y un veces por minuto, a punto de estallarse. Cada uno de esos ruiditos aumentan en gran cantidad mis nervios, amenazando mi concierto, y de paso, mi vida. -9-
En una esquina por ejemplo, veo a un montón de gente bailando “The Entertainer” por Joplin. Esa maldita composición que me ha acechado todos estos años, que todos, sin excepción, bailan alegremente en las fiestas. Esto me trae recuerdos; cada uno de los miserables intentos de componer en año nuevo, manchados en tinta por la frustración al no poder hacerlo, porque en mi casa, en el primer piso, hay un montón de gente bailando eso, acompañados de un imbécil que se sienta en mi piano a tocar esa absurda melodía. A veces hasta he llegado a pensar que solo lo hacen por fastidiarme. En seguida escucho, proveniente de una tienda, un desafinado vendedor cantando “Give My Regards to Broadway” y entonces pienso lo absolutamente perdida que está la gente de esta época, y lo hermoso que hubiera sido el haber vivido en el Barroco. Un poco más adelante, solo logro escuchar pitos y sirenas. Y lo único que logro sentir, aparte de la gran cantidad de nervios, es un verdadero dolor de cabeza. Entonces, a lo lejos, escucho un montón de gente gritando la letra de una canción, y claro, cantan nada más y nada menos que la peor de todas: “Under the Unheuser Bush”. Cierro la ventana. “Estamos arruinados” me digo a mí mismo, y sigo conduciendo. A lo lejos veo el teatro y sonrío con ganas de estar en ese templo lo antes posible. Llego allí a las tres y cincuenta. Me como el emparedado antes de bajarme de mi auto y entro en el teatro. Me encuentro en medio de una espesa oscuridad. Amo esta parte... ¡Prendo las luces! Todo se enciende en orden ascendente. Corro a la mitad del escenario y comienza: primero (¡Tas!), segundo (me siento en el piano), tercero (la adrenalina se apodera de mí), cuarto (comienzo a tocar). - 10 -
Me imagino a mí mismo como lo estaré en un par de horas. Cierro los ojos y toco cinco segundos antes de que oiga una puerta abriéndose. Mi hermoso sueño, el más fantástico que he tenido en los últimos años, desde que toqué mi Concierto No 2, se desvanece en menos de un segundo. Entra el primer músico y me saluda formalmente. Las siguientes horas las paso saludando gente y conversando. Por fin llega el momento. El público comienza a entrar en el escenario, y siento un cosquilleo alucinante en todo mi cuerpo. El primer timbre suena una única vez “En sus marcas” me digo a mí mismo, mientras leo en el programa de mano aquel gran título “Concerto No3 en D minor”. El segundo timbre suena dos veces, “listos” susurro, mientras observo detenidamente la imagen del piano a pocos metros de mí, como si ambos estuviéramos separados por una capa de vidrio, que pronto se haría pedazos, y así me podría sentar a tocar en él. El tercer timbre suena tres veces, “Fuera” digo, poniéndome de pie, rompiendo la barrera, caminando hacia el piano. La gente se calla. Las luces me dan en la cara y una oleada de aplausos me dan la bienvenida a lo más cercano que puede haber al cielo en este mundo. Doy la venia y me siento en el piano. Miro al frente. Observo detenidamente el título de mis partituras “Concerto No 3 en D minor” y abajo, a la derecha, el nombre del compositor “Sergei Rachmaninoff”... Mi nombre. Cierro los ojos y pongo las manos sobre el piano. Contemplo el silencio menos de diez segundos y respiro hondo.
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El director da la orden y los instrumentos comienzan a sonar. Cierro los ojos con más fuerza. Más, más. Oigo mi entrada. Pongo el pie sobre el pedal. Los aprieto más, más, más. Necesito descargar la energía, ¡Ya! Comienzo a tocar.
Categoría 3 (15 a 17 años) Nota: en esta categoría recibimos un único cuento, sin embargo lo presentamos aquí como primer lugar, pues consideramos que tiene la calidad de un cuento ganador.
La máquina Por: Simón Murillo Edad: 15 años Pregunta: ¿Quién gobierna la ciudad?
Los cuarenta segundos más sociedad de una sociedad son los previos a la abordada del metro. Las barreras sociales, culturales y económicas desaparecen y lo único que importa es el deseo de llegar a la puerta. La tierra prometida. Se Desaparece el individuo y este se convierte en el colectivo más perfecto que nuestra sociedad puede llegar a idear. Tus ideas o tu voz poca cabida tienen acá. Si haces lo impensable y te detienes, toda la perfecta máquina se retrasará y los otros engranajes no tardarán en reprimirte. En nuestra sociedad, construida sobre los valores del trabajo duro, del capital y de un sistema de ascenso piramidal, ningún trabajo es - 12 -
tan igual y tan eficiente, como lo es la abordada al tren de las seis de la tarde. Señoras de la limpieza, oficinistas, gerentes y estudiantes. Toda la clase media y baja se congrega con la caída del día para volver al hogar. Nos volvemos iguales por cuarenta segundos, sin importar que aquel gane el cuádruple que esta. El tumulto es el gran abrazo comunitario de aquellos que no se pueden permitir un carro. Yo no tengo la suerte de estar incluido en la hermandad de los pobres que responden por intermediarios a los ricos y a los poderosos. Yo hablo directamente con El Jefe y él me da las órdenes solo a mí. Me suele dar casas y carros, pero solo son medios para hacer el trabajo, mis verdaderos activos son limitados a un pequeño piso y a una cuenta bancaria irrisoria con la que le pago el asilo a mamá. Mi Jefe es el hombre más poderoso de esta ciudad. Pocos lo saben; yo, unos pocos colaboradores y sus colegas en los negocios conocemos la verdad. Nadie mueve un dedo sin su permiso, él, a través de su dinero, de sus redes y de sus artimañas se ha adueñado de esta ciudad. Yo hago valer su poder, mi función es recordarles a los competidores de El Jefe que él existe y de paso, mover hilos para que los acontecimientos se desarrollen como él quiera. Así como la gente que aborda el metro en hora pico, yo también soy parte del engranaje, soy una rueda del largo brazo que El Jefe extiende sobre la ciudad. Y así como los usuarios del metro, mientras trabajo, pierdo mi individualidad. Mi juicio carece totalmente de efecto o de sentido. Además le pago la casa a mamá. El trabajo de hoy es uno de rutina: tengo que dejar el paquete en el vagón del metro, luego me bajo en la siguiente estación y asunto resuelto. Me imagino que será una bomba. Si es química o explosiva no sé. Tengo entendido que El Jefe tiene unos contratos en - 13 -
la construcción del metro entonces me imagino que debe ser del segundo tipo. Además, normalmente es más limpia, no juega con la posibilidad de que quede un pasajero sobreviviente que pueda delatarme. Aunque estoy acostumbrado a hacer este tipo de cosas, cuando manejo bombas suelo ponerme nervioso. El problema de estas, radica en un pequeño tic-tac que sale del mortal artefacto. Un defecto caricaturesco que los diseñadores insisten en seguir colocando, a pesar del gran número de quejas recibidas. Aunque es bastante difícil escuchar el suave sonido de relojería, es más que suficiente para ponerlo a uno intranquilo. La llevo en una maleta. No puedo evitar pensar en que alguien escucha el tic-tac; aun cuando logren captar algo de entre el murmullo, serán completos extraños al mortífero sonido. Pero me pongo nervioso, el metro apenas acaba de arrancar y todavía faltan dos estaciones antes de que pueda bajarme. Cuando una señora me mira por una milésima más de segundo de lo que debería, se me tensan los músculos y un sudor frío recorre mi nuca. Aprieto con fuerza la manija de la maleta. A dos milímetros de mi cara tengo a un tipo que me esta echando el aliento en la cara. ¿Nunca has notado que la gente suele respirar en sintonía? Es la única vez que El Jefe me ha dicho algo que no tiene que ver con el trabajo. Él cree firmemente en la capacidad natural de algunos, una especie de Ubermenschs, para gobernar, para lidiar con lo que llama “Las ovejas incapaces de escuchar que las llevan al matadero”, esa gente, que el gobierna, ajena a todo. Me dijo lo orgulloso que se sentía de lo única e individual que era su respiración. Más aún, empezaba a sentir que se formaban inquietantes intervalos de silencio entre el ruido de las conversaciones y el choque de los cuerpos. En esos momentos de silencio, cada vez mayores, lo único que se escuchaba era el mecánico tic-tac de la muerte que - 14 -
se avecinaba. Ese tic-tac, iba cobrando sonoridad a medida que aumentaba el silencio, a mis oídos el subliminal tono mecánico se había convertido ahora en un perforador gemido que resonaba en las sucias ventanas del metro. Muy pronto, todos esos otros ruidos: las conversaciones, las quejas y bufidos, desaparecieron. Lo único que se escuchaba era la respiración coordinada de noventa personas apiñadas en un módulo de metro. Y ese tic-tac, ese tic-tac de los infiernos que sonaba entre cada inhalada masiva de la sociedad. Hasta sus movimientos parecían funcionar como uno solo, transformados en la máquina perfecta, con una misma conciencia, con un mismo cuerpo. Esa masa humana solamente se tambaleaba violentamente con cada tic-tac, ese sonido agónico que amenazaba con acabar su unidad. Dos estaciones más y la bomba estallaría, una estación más y me bajaría. Distraído contando los segundos y los metros que me acercaban a la estación, no noté como la Maquina me iba rodeando. Ya no se escuchaba nada, solo el tic-tac y los amenazantes pasos de humanos acercándose a su presa. Solo era cuestión de segundos antes de llegar a la estación, segundos rápidamente ocupados por el movimiento regular y controlado de noventa personas, aproximándoseme. Pronto, todas estas formaban un semicírculo rodeando mi silla. Como un gran abrazo comunitario, sentí decenas de manos sujetarme y arrancarme el maletín de encima. Luché y grité pero poco servía ante el esfuerzo concentrado de hombres y mujeres. En la estación, alguien salió con el maletín. Y nunca se volvió a ver.
Fin - 15 -
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