Discurso Clara Lida

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LA SOLIDARIDAD MEXICANA ANTE LA GUERRA CIVIL Y EL EXILIO REPUBLICANO Discurso de incorporación de Clara Eugenia LIDA

Excelentísimo y Magnífico Rector de la Universidad de Cádiz Ilustrísimas Autoridades Distinguidos colegas, alumnos y amigos

En este acto solemne, la Universidad de Cádiz ha desplegado gran generosidad al concederme su grado más honorífico que acepto más que como homenaje a mi persona, como reconocimiento al afecto y cercanía que unen a Cádiz e Hispanoamérica, particularmente en fechas simbólicamente tan significativas

para

ambas

orillas

atlánticas

en

sus

Bicentenarios.

Mi

agradecimiento se dirige muy especialmente a mi padrino, por su amistad colegial al promover una iniciativa que la Universidad y el claustro respaldan, y quien ha vertido sobre mi persona palabras en extremo generosas. A los colegas y amigos que me acompañan en esta ceremonia solemne, mil gracias. No puedo ocultar la emoción que siento al estar en este histórico recinto desde donde se alumbró en el mundo hispánico la supremacía de la nación y del pueblo como bases legítimas del cuerpo político y se inició el camino hacia el reconocimiento de la igualdad de derechos para los americanos y los españoles. Cádiz, además, ocupa un lugar central, aunque no siempre señalado, en la emancipación americana, pues existía aquí de manera secreta la Sociedad de Caballeros Racionales, vinculada con la Gran Reunión Americana que fundara en Londres el caraqueño Francisco Miranda; en dicha Sociedad participaron y compartieron las ideas y el deseo de independencia republicana


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patriotas americanos como los rioplatenses, Carlos María de Alvear y José de San Martín, el chileno José Miguel Carrera, así como el novohispano Servando Teresa de Mier, entre otros, y a partir de esta chispa inicial se expandieron por tierras americanas muchos de los movimientos emancipadores. Todos sabemos que el camino recorrido fue, por decir lo menos, arduo y doloroso, difícil y contradictorio. Pero para América, éste fue un punto de inflexión sin retorno, que en los años siguientes desembocó en la independencia de quince repúblicas soberanas. Es cierto que las Antillas tardarían en acompañar al continente, y alguna, como Puerto Rico, no lo logró, aunque no por ello sea menor su orgullo nacional, pero a nadie cabe duda que si hoy, al cabo de dos siglos la gran mayoría de las naciones americanas son repúblicas orgullosamente independientes, en ese largo recorrido Cádiz fue un hito insoslayable.

Poco más de un siglo después, Cádiz y América se volverían a encontrar, pero esta vez para conjuntarse en la Constitución de la República Española de 1931. Don Luis Jiménez de Asúa, como Presidente de la Comisión Jurídica de la Cortes Constituyentes, al explicar en su discurso del 27 de agosto de ese año el Proyecto de Constitución, del cual fue arquitecto mayor, no solo mencionaría una y otra vez la Constitución de Cádiz, sino también, entre otras, la influencia de la Constitución mexicana de 1917, que presenta “una teoría de derechos y ansias populares [que ha ensanchado el campo de] nuevos derechos humanos —o mejor, deberes del Estado—, en los campos familiar, económico y social”. Y más allá de la Constitución, también señalaría como ejemplo esencial para las


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garantías constitucionales españolas el ordenamiento jurídico mexicano del Juicio de Amparo, destinado a proteger las garantías individuales. Es precisamente a partir de este reconocimiento a las garantías constitucionales e individuales que guiaban el espíritu de la República Española de 1931 y del México constitucional surgido de la Revolución de 1910, lo que en las siguientes páginas me llevará al tema de este discurso de incorporación: mostrar los lazos forjados entre España y México desde el comienzo de la Segunda República, que seguirán pese a su derrota en la Guerra Civil, hasta los duros años del exilio. Estos lazos continuaron hasta 1977 con el gobierno republicano que se constituyó en 1945, y solo cesaron cuando éste se autodisolvió y México reanudó con el Estado español las relaciones interrumpidas en 1939 debido a la llegada al poder de un régimen considerado usurpador e ilegítimo por haber surgido de la fuerza y no de la libre voluntad ciudadana. Si nos remontamos a los inicios del México contemporáneo, a partir del primer centenario de la consumación de la Independencia mexicana, en 1921, las relaciones con España se fueron recomponiendo tras los fuertes desencuentros del periodo revolucionario que llegaron hasta la ruptura diplomática. En este contexto, los vínculos entre políticos e intelectuales mexicanos y españoles se estrecharon. Las visitas a México de figuras como Ramón del Valle Inclán, Luis Araquistáin, Marcelino Domingo o Fernando de los Ríos, y la estancia en España de escritores y pensadores como un Alfonso Reyes, un Martín Luis Guzmán, un Enrique González Martínez fueron forjando relaciones de amistad y de cercanía intelectual y política.


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Estos vínculos se vieron reforzados a partir de abril de 1931, cuando un México largamente republicano dio la enhorabuena oficial al gobierno emanado de las elecciones españolas y se pactó que las representaciones diplomáticas se elevaran al rango de embajadas, como reconocimiento a la legitimidad del cambio de régimen en la Península. A raíz de esto se produjo el primer intercambio de embajadores: Julio Álvarez del Vayo, jurista, periodista y diplomático español fue designado por la República Española, en tanto que México quiso privilegiar a la par que las relaciones diplomáticas, las financieras, sin duda consciente de la necesidad de negociar los diferendos que existían por las reclamaciones de los españoles afectados durante la Revolución en sus bienes o en las vidas de sus allegados. Por ello primero nombró a Alberto J. Pani, quien en el decenio de 1920 había sido Secretario de Relaciones Exteriores y Secretario de Hacienda; cuando poco después, Pani fue nuevamente nombrado en la cartera de Hacienda, México designó al prestigioso jurista y diplomático Genaro Estrada, quien como Secretario de Relaciones Exteriores en 1930 había elaborado la Doctrina que lleva su nombre. Valga recordar que esta llamada Doctrina Estrada reconoce el libre derecho a la autodeterminación de los pueblos, condena la injerencia de países extranjeros en asuntos internos de otros, rechaza reconocer gobiernos surgidos de golpes de estado y afirma el derecho de México a retirar su misión diplomática y suspender relaciones, todo lo cual, como veremos, incidirá en la postura diplomática adoptada por México al estallar en España la Guerra Civil. En este marco de cordialidad diplomática transcurrieron los primeros años de las relaciones de México con la Segunda República. Es cierto que los altibajos políticos del bienio 1934 a 1936, con la represión en España, en 1934 a


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la Revolución de octubre, así como con la llegada ese mismo año a la presidencia de México de Lázaro Cárdenas, quien defendía un proyecto nacional, social y revolucionario, entibiaron temporalmente las relaciones diplomáticas entre ambos países. Sin embargo, con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 se recompuso la cordialidad, que se vio impulsada con la llegada a México del activo Embajador de la Republica, Félix Gordón Ordás, quien ya había estado en México la década anterior y trabado buenas amistades con personalidades mexicanas, y que tenía en su haber amplia experiencia como diputado a Cortes por el Partido Radical Socialista y Ministro de Agricultura primero, y de Industria y Comercio después. Entre marzo y julio de 1936 Gordón Ordás desempeñó con diligencia sus funciones y generó estrechas relaciones con el propio presidente Cárdenas y sus Secretarios de Estado, así como con figuras prominentes del mundo intelectual, artístico, sindical y político mexicanos. Al estallar el alzamiento militar contra la República, ésta

se

encontró con un Embajador más que dispuesto a enfrentar con energía y habilidad los problemas creados por la rebelión y obtener los mayores apoyos del gobierno mexicano y de sus allegados. Con activismo incansable —por medio de artículos periodísticos, conferencias y discursos, y hábiles maniobras diplomáticas y políticas—, Gordón pudo enfrentar con resolución los ataques provenientes de los sectores conservadores, tanto mexicanos cuanto los conformados por antiguos inmigrantes españoles, e incluso de algunos miembros de la propia Embajada dispuestos a reconocer a los insurrectos. El diplomático español logró obtener el respaldo incondicional para la República


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de sindicatos, agrupaciones profesionales y, sobre todo, del propio presidente Cárdenas y sus colaboradores. En este contexto general, quiero destacar la extensa e intensa solidaridad brindada por México. No se podría entender la generosa mano tendida por ese país a quienes en 1939 se vieron obligados a huir de España en un largo y doloroso exilio, de no ser por la cercanía previa de México con la Segunda República, en especial con sus sectores progresistas derrotados al finalizar la contienda. No intentaré aquí una historia pormenorizada de este proceso, pero sí quiero centrarme, en algunos aspectos de esta política, particularmente durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, que concluyó a finales de 1940, pero que fue continuada, aunque con variantes, por su sucesor Manuel Ávila Camacho, y consolidada en adelante por quienes los sucedieron en la Presidencia. A partir de mediados de 1936, el apoyo mexicano se expresó al menos en tres frentes de acción. El primero se manifestó en la lucha diplomática a favor del gobierno legítimo español llevada a cabo por México en los foros internacionales de la época, en particular, aunque no exclusivamente, en la Sociedad de Naciones, a la que había ingresado en 1931 con el apoyo, a su vez, de la República española —Estado miembro de dicha Sociedad. El segundo comenzó a partir de los meses que siguieron al alzamiento rebelde de julio del 36, y se tradujo en ayuda material de México al Estado español. El tercer frente de apoyo se expresó a través de la excepcional política de ayuda humanitaria e institucional a los refugiados, víctimas de la guerra. En las páginas siguientes esbozaré rápidamente los dos primeros aspectos, para ocuparme más adelante, con el detenimiento que permita el tiempo disponible, del cobijo que México ofreció a hombres, mujeres, niños y ancianos que se acogieron al asilo en ese país,


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primero paulatinamente y desde 1939 en números tales que en una década sobrepasaron las 20 000 personas, ocupando el segundo lugar internacional en la recepción de españoles refugiados, solo después de la fronteriza Francia y muy por delante del resto de los países receptores.

I. No cabe duda que la amplia ayuda diplomática, material y humana que México prestó en estos años fue excepcional en la época. Tampoco cabe duda de que si este apoyo fue posible, dado el fuerte presidencialismo mexicano, se debió directamente a la voluntad política del presidente mexicano, quien en 1936 dictó las primeras medidas para marcar el derrotero que tomaría su país respecto de España. En efecto, con el respaldo amplio y vigoroso de un grupo de políticos, juristas, científicos e intelectuales mexicanos, Lázaro Cárdenas inició uno de los esfuerzos nacionales de solidaridad internacional más ejemplares del siglo pasado. A partir de 1936, dos destacados juristas representantes sucesivos de México ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra, Narciso Bassols e Isidro Fabela, fueron los encargados de cumplir estricta y puntualmente con los pactos internacionales de esta Liga, y con los puntos de la política internacional dictados por el propio presidente de México. Nuevamente, tres años después, el propio Bassols trabajó activamente para apoyar a quienes a comienzos de 1939 cruzaban los Pirineos en busca de refugio fuera de España. Cabe destacar cuáles fueron los postulados principales del presidente Cárdenas en materia de política exterior. En primer término, la idea central no sólo era cumplir "estricta y puntualmente" el "pacto de la Liga" sino, dentro de éste,


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apegarse estrictamente "al inalienable principio de no intervención" marcado por la Doctrina Estrada, antes mencionada. Como consecuencia de lo anterior, la postura de México fue defender en todo momento a todo estado jurídicamente constituido que sufriera la violación de su soberanía por parte de cualquier potencia extranjera. Más específicamente, en el caso de España, en vista de la intervención de Alemania e Italia en favor de las fuerzas anticonstitucionales, México expresó claramente el "derecho a la protección moral, política y diplomática, y a la ayuda material [...] de acuerdo con las disposiciones expresas y terminantes del Pacto de la Liga". Por este motivo el gobierno mexicano se negaba a reconocer otro gobierno legítimo y legal de España que no fuera el propio gobierno republicano. Cárdenas invocaba como antecedente inmediato de esta postura respecto de la República española la defensa que en 1935 la delegación de México en la Sociedad de Naciones había hecho de Etiopía, en contra de la invasión colonialista de Italia. Por ello postulaba que México "ha sido y debe seguir siendo un país de principios” y que en materia internacional, México "deberá ser intransigente en el cumplimiento de los pactos suscritos, en el respecto a la moral y al derecho internacional, y específicamente en el puntual cumplimiento del Pacto de la Sociedad de las Naciones". Más adelante, mantendría con firmeza esta misma actitud ante la invasión alemana a Austria, a Checoslovaquia y a Polonia. En octubre de 1936, Narciso Bassols inició ante la Sociedad de Naciones la batalla de México por la defensa legítima del gobierno español súbitamente atacado en su propio suelo no sólo por fuerzas levantiscas internas, sino por elementos internacionales que afectaban los principios de la independencia de los estados jurídicamente constituidos. Siguiendo las directivas del presidente


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Cárdenas y de los principios y acuerdos de política exterior que regían la conducta de México, Bassols defendió la noción de que las normas internacionales deben ser escrupulosamente observadas y vigiladas por los organismos establecidos para dichos fines. Por ello señalaba el peligro que existe cuando los países deciden "olvidar el abismo jurídico que separa a un gobierno de un grupo rebelde", y en vez de ejercer "la contención universal, derivada de principios indiscutibles", convierten lo que "debe ser una obligación precisa de abstención para con los facciosos en un simple resultado de ajustes, convenios inertes, elásticos y tardíos". Estas consideraciones llevaron al delegado mexicano a subrayar una y otra vez la necesidad de evitar "una verdadera regresión” y enfrentar semejantes contingencias políticas por medio del Derecho Internacional. Para explicar que España era ejemplo transparente de un país crudamente agredido por otros más fuertes, Bassols acudió a la propia experiencia de México, que, "ha sufrido en el curso de su historia el azote de cuartelazos antisociales". Y concluía que con base en ello, “el Gobierno de México [ha definido] su política de cooperación material para con el gobierno legítimo de España. Desde comienzos de 1937, a medida que la situación española se deterioraba y la intervención de las potencias totalitarias crecía, una de las mayores preocupaciones del gobierno mexicano era precisar el alcance verdadero de la noción de "no intervención", de acuerdo con la Carta de la Sociedad de Naciones y en contraste con la postura del Comité de No Intervención creado por Inglaterra y Francia, y apoyado por los Estados Unidos, que en gran medida resultaba en una política de aparente neutralidad que sin embargo permitía la participación en el conflicto español de las potencias nazi-fascistas: Italia y Alemania. En contra


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del parecer de las potencias occidentales, el gobierno mexicano invocó una y otra vez la noción de que la postura del Comité anglo-francés era contraria al principio de la Carta de la Sociedad de Naciones, puesto que ésta señalaba explícitamente el derecho de los países miembros a ayudar a los gobiernos legítimos, amenazados por la intervención directa o indirecta de otras potencias. En este sentido, para México la "No Intervención" invocada por Inglaterra y Francia era, según una aguda y certera apreciación del propio Cárdenas, "uno de los modos más cautelosos de intervenir". En carta a su delegado en Ginebra, el presidente de México precisaba que la ausencia de colaboración con los gobiernos constitucionales de países amigos en la práctica resultaban en una ayuda indirecta, pero no por ello menos efectiva, para los rebeldes, y ponía en peligro el régimen legal de un gobierno cuya autoridad era legítima. En esta misma carta, Lázaro Cárdenas explica que, en relación con la situación española y el concepto de neutralidad internacional, México no sólo tuvo en cuenta el Pacto Constitutivo de la Sociedad de Naciones, firmado en 1931, sino que también actuaba de acuerdo a los principios emanados de la Convención de Derechos y Deberes de los Estados que había suscrito en la Sexta Conferencia Panamericana, reunida en La Habana en 1928, y a los principios de la Conferencia de la Consolidación de la Paz, celebrada en Buenos Aires en 1936. Según Cárdenas, con base en el derecho internacional, México se adhería a la noción de que en el caso de los estados agredidos era indispensable todo el apoyo moral y material para éstos y, por el contrario, al tratarse de los estados agresores, se imponía fijar un régimen de sanciones económicas, financieras, políticas, etcétera. En el caso de España, donde los militares facciosos resultaban visiblemente apoyados por gobiernos extranjeros, México pedía una estricta y


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correcta interpretación de la doctrina de "No Intervención" y una observación escrupulosa del principio de sanciones explícitas contra los países agresores de acuerdo al principio "de moral internacional". En este contexto, México reconocía la gravedad de los conflictos que se desarrollaban ya en Asia, en Europa central y en el Mediterráneo y anticipaba los temores de que se desencadenara una nueva guerra internacional. Por ello mismo también insistía en utilizar la Liga de las Naciones como un foro central para hacer pública la defensa de la paz. Esto lo sintetizaba Cárdenas al expresar el principio de que la "supremacía de la voluntad popular, la democracia auténtica, el respecto a la integridad de cada país y el propósito sincero de pacificación constituyen la esencia de la doctrina social e internacional de México". Después de dejar la presidencia de la república, Lázaro Cárdenas escribía en 1941 en sus Apuntes privados una extensa reflexión sobre la actitud que su gobierno había asumido ante el caso de la República Española. En esos párrafos no sólo recapitula los puntos específicos del apoyo mexicano al régimen vencido, sino que se explaya sobre la actitud adoptada por su gobierno al no reconocer el de Francisco Franco dada la "inoportunidad de establecer comunicación diplomática con un gobierno cuyo apresurado reconocimiento podría causar graves entorpecimientos a la posición democrática [de México]". Debo agregar que en términos diplomáticos aún hubo más. Entre agosto de 1936 y marzo de 1937, la Embajada de México en Madrid y sus legaciones en la península ibérica ejercieron sin restricciones y sin discriminación el derecho de asilo a españoles de ambos bandos, ayudando a salir de las zonas de


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peligro a aquellos que así lo desearan.1 Por su parte, los representantes en Francia se afanaban por rescatar a los refugiados de los campos de internamiento así como impedir las deportaciones a España, y también a Alemania una vez iniciada la ocupación a partir de 1940. No deseo extenderme en este tema, pero sí señalar que este episodio de solidaridad diplomática y humana de México terminó de la manera más paradójica. Al romperse las relaciones diplomáticas con el gobierno de Pétain, el encargado de la legación mexicana, Gilberto Bosques, y todos sus colaboradores y familiares fueron, a su vez, apresados por los soldados nazis de ocupación e internados en una prisión militar cerca de Munich, de la que sólo salieron al cabo de un año, al ser canjeados por prisioneros alemanes. Un año después Bosques reinició el apoyo mexicano desde la Embajada en Portugal.2

II. Si, como acabamos de ver, el gobierno de Lázaro Cárdenas libró una intensa e infatigable batalla en el frente de la diplomacia internacional, en relación con el apoyo material a la causa republicana también se debe señalar la disposición para ayudar al gobierno español con armas, municiones y pertrechos de guerra después de firmado el Pacto de No Intervención, a comienzos de agosto de 1936. Aunque no era mucho lo que podía aportar un país

pobre,

con

escasos

recursos

financieros

como

era

el

México

posrevolucionario, sí se alentó y dispuso todo el apoyo posible, tanto oficial y colectivo, como privado e individual. Así, en sus Apuntes del día 10 de agosto 1

Véase un importante testimonio personal de la esposa del Ministro Consejero de la Embajada de México en Madrid, Juan F. Urquidi, en BINGHAM DE URQUIDI, 1975. 2 Véase el recuerdo de uno de los principales protagonistas, en BOSQUES, 1988, pp. 39-89.


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de 1936, el presidente anotaba que a petición del Embajador español, Félix Gordón Ordás, se autorizaba a la Secretaría de Guerra y Marina para que pusiera a disposición del Embajador 20 mil fusiles y 20 millones de cartuchos de fabricación nacional vendidos al gobierno de España.3 Comparado la precariedad del armamento ligero entonces disponible para la República, el cargamento mexicano fue especialmente bienvenido y sirvió para armar soldados en el frente de Madrid, en el norte e, incluso, en el frente de Aragón, como recordaría George Orwell en su Homenaje a Cataluña. Pero estos pertrechos, más allá de su valor bélico, desempeñaron un papel simbólico doble: desde el punto de vista de México, que no poseía una industria militar significativa, quedaba claro que la solidaridad diplomática no era un mero ejercicio retórico, sino que debía ser respaldada en los hechos por la solidaridad material. Para la República, por su parte, este gesto significó un espaldarazo solidario en medio de la indiferencia que manifestaban ya las democracias occidentales. Lázaro Cárdenas amplía el punto aun más al escribir en sus diarios que "México está obligado moral y políticamente a dar su apoyo al gobierno republicano de España, constituido legalmente [...]. México proporciona elementos de guerra a un gobierno institucional, con el que mantiene relaciones". Por otra parte, no tiene nada de raro que, de paso, México también contemplara con estos actos enderezar la balanza de pagos que hasta entonces había estado inclinada a favor de España. Por ello también aumento la exportación de garbanzo, frijoles o habichuelas, café e, incluso, azúcar, así como

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Para un minucioso análisis de los apoyos a la República y de las reacciones en México véase MATESANZ, 1999.


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materiales médicos y farmacéuticos. El gobierno se ocupó de dar amplia noticia de estas ventas, también para acallar la crítica de los sectores más conservadores que no se podrían oponer a que el país hiciera negocios ventajosos para productores y exportadores. Naturalmente, la reacción internacional al apoyo mexicano no se hizo esperar. El valor simbólico y material de esta ayuda era indudable y constituía un reto abierto a las políticas de No Intervención. No fue inesperado, pues, que México fuera acusado de intervenir ilegalmente en la guerra de España, de servir de conducto para la distribución de pertrechos, alimentos y materiales médicos, y de suministrar ilícitamente al gobierno de la República artefactos bélicos propios u originados en otros países, ni que el gobierno mexicano se viera más de una vez a confrontado con la censura de los partidarios del Comité de No Intervención y con las agresiones patrocinadas a través de la prensa y la diplomacia internacional por los gobiernos de Hitler y Mussolini. En este contexto, en junio de 1937, Cárdenas anotaba en su diario que el día 17 se había dirigido al presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, para que apoyara por todos los medios a su alcance la intervención en favor del gobierno legítimo de España. La misiva al presidente norteamericano insiste en la necesidad de que ejerza "su influencia moral ante las potencias de Europa para hacer cesar la intervención de contingentes extranjeros en la lucha interna que sostiene el pueblo español". En sus Apuntes, el presidente de México reflexionaba pesaroso: "si Estados Unidos se hubiera decidido a intervenir por medio de gestiones, es seguro que la contienda en España no se hubiera prolongado tanto", y advertía con clarividencia que “si Estados Unidos se duerme en los laureles que le ha brindado su privilegiada situación económica y cree defenderse de toda agresión


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asumiendo una actitud pasiva y desperdicia la ocasión de hacer una positiva alianza con los pueblos del Continente, no estará lejano el día en que la escuela de Hitler y de Mussolini dé sus frutos, pretendiendo una agresión a los pueblos de América". Hoy, a la distancia, podemos apreciar la lucidez histórica con que Cárdenas percibió en los años de la Guerra Civil española los peligros que aquejaban al mundo y que se verían definitivamente confirmados al iniciarse la Segunda Guerra mundial.

III. Si bien México destacó entre todos los países occidentales en el campo de la diplomacia internacional y, en la medida de sus fuerzas y medios, en la ayuda material a la Segunda República, sin duda fue en relación con la ayuda humanitaria a los refugiados de la guerra en lo que México no tuvo parangón. En mayo de 1937 México organizó la evacuación de unos 460 niños embarcados en Valencia y Barcelona, que fueron acogidos como "hijos adoptivos del gobierno de México en la figura de su presidente Lázaro Cárdenas".4 Estos pequeños fueron conocidos luego como los "niños de Morelia", por haber sido alojados en una casa-escuela en esa ciudad michoacana. A partir de 1937 se organizó también el asilo a intelectuales españoles desplazados por la guerra, incapaces de seguir en España ante el peligro físico que los amenazaba. Bajo el estímulo de dos figuras destacadas de la cultura mexicana Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, el presidente Cárdenas decretó

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Entrevista con Amalia Solórzano, viuda de Cárdenas, en El exilio español, p. 892.


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en 1938 la fundación de La Casa en España en México como "Centro de reunión y de trabajo". En la ciudad capital, La Casa ─que, por cierto, ni recinto propio tenía─ desarrolló con entusiasmo actividades culturales y académicas sin par en instituciones tan diversas como la Universidad Nacional, el Instituto Politécnico, el de Bellas Artes, la Escuela Nacional de Antropología, el Hospital General, el Instituto del Cáncer, el de Enfermedades Tropicales. Gracias a la nueva institución, histólogos, químicos, neurólogos y entomólogos de primerísima fila trabajaron junto a musicólogos y poetas, críticos de arte y filósofos, pintores, juristas, historiadores y sociólogos. Durante su corta existencia, antes de transformarse en El Colegio de México en 1940, la institución recibió a una treintena de los talentos más distinguidos de la España desterrada, lo cual le permitió desde el comienzo destacarse como un pequeño pero excepcional núcleo receptor, creador y emisor de alta cultura. Además contribuyó a llevar a otros hacia universidades de provincia, como lo atestiguaron en su momento la filósofa María Zambrano, el químico Juan Xirau y el biólogo Fernando de Buen, en Morelia; Cándido Bolívar, entomólogo, en Chiapas; el doctor en medicina, Aurelio Romero Lozano, en Monterrey, y el también médico Urbano Barnés, en Guadalajara. Por otro lado, La Casa también funcionó con humanidad y generosidad inigualables, como un centro de selección y de irradiación para ayudar a quienes no tuvieran cabida en ella a insertarse laboralmente en diversas esferas de la vida profesional mexicana y facilitarles a los recién llegados sus primeros pasos en el Nuevo Mundo. Sin embargo, sería un grave error creer que el perfil de los españoles refugiados en México fue sobre todo académico y artístico, especialmente a partir del gran aluvión emigratorio que comenzó con la caída de Cataluña en el invierno


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de 1939. En efecto, en febrero de 1939, ya derrotado el ejército republicano en Cataluña, el representante ante la Sociedad de Naciones, Isidro Fabela se trasladó de Ginebra a los Pirineos franceses, para apreciar de cerca el problema de gran número de los casi 450 000 exiliados que se habían visto obligados a buscar asilo en Francia en el transcurso de la Guerra Civil. La enorme magnitud de este éxodo se puede medir con sólo pensar que de los 24 millones de españoles que poblaban España, cerca del 2% huyó de su país por causas eminentemente políticas a raíz de esa Guerra. Isidro Fabela se trasladó de Ginebra a Francia e inició entonces una intensa campaña para apresurar la emigración de los republicanos a México, apremiado por la amenaza inminente de que Francia reconociera al gobierno de Franco y decidiera repatriar a los refugiados. Con el apoyo de otros diplomáticos, de organizaciones generadas por el propio gobierno republicano ya exiliado y de varios organismos internacionales solidarios, como, por ejemplo, los cuáqueros y diversos comités de apoyo, se comenzó a seleccionar a los refugiados que quisieran trasladarse a México, a tramitar su salida con las autoridades francesas e, incluso, a financiar los viajes y primeros pasos en el país de acogida. Varios de estos organismos contribuyeron, ya en México, a financiar proyectos culturales, crearon fuentes de trabajo y fundaron escuelas para los niños y adolescentes. Hoy ya sabemos bien que entre quienes lograron trasladarse a México no sólo había unos doscientos profesores universitarios y cerca de dos mil maestros, sino también de otros profesionales: médicos,

ingenieros,

abogados,

etcétera.

Pero

quienes

predominaron

abrumadoramente fueron asalariados en actividades industriales, técnicas, mecánicas y en los servicios, como las comunicaciones, los transportes, la electricidad y el comercio.


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Esto explicaría por qué, aparte de las simpatías y coincidencias políticas y la natural solidaridad con los vencidos, México considerara traer al país a los refugiados que poseían un alto grado de cualificación laboral y profesional, lo cual le significaría un importante capital humano. Hay que tener en cuenta que en esos años, después de los sacudimientos revolucionarios de las dos décadas previas, México iniciaba una expansión en los ámbitos económicos y culturales. Para ello, requería de mano de obra capacitada y de conocimientos profesionales y técnicos modernos y sólidos. La gran mayoría de los españoles adultos que se asilaron en este país tenían una educación más elevada que el promedio de sus compatriotas y de los mexicanos de su época, y en general conformaban los cuadros técnicos, profesionales, científicos y artísticos más destacados de España. Hay que recordar también que los exiliados llegaban de una España que algunas décadas atrás había iniciado su desarrollo industrial y de los servicios, a la par que había dado un fuerte impulso a la ciencia y a la cultura. Desde comienzos del siglo XX, España había ingresado en un proceso de modernización de la industria y las manufacturas, de los transportes y las comunicaciones, de la producción eléctrica, de la educación en todos sus niveles, todo lo cual significaba el fomento y desarrollo de nuevos cuadros profesionales, científicos y técnicos. Con la Guerra Civil la población más afectada fue precisamente aquella que por su alto grado de educación y nivel de preparación laboral apoyó a la República liberal y democrática en su afán modernizador. Así, el perfil ocupacional de este exilio tuvo un predominio de los sectores terciario (43.30%) y secundario (18.75%) sobre el primario (sólo el 6.84%) —sin contar un 8% de estudiantes y hombres y, sobre todo, mujeres que se dedicaban a otras actividades no asalariadas fuera y dentro del hogar.


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En este sentido, el asilo otorgado a los españoles republicanos por el gobierno mexicano se entendió no solo como un gesto humanitario, sino también como un refuerzo altamente calificado para las diversas ramas productivas del país de acogida, por lo cual el exilio español, con sus pluralidades sociales, regionales, ocupacionales y demográficas, se insertó sin mayores dificultades en condiciones laborales favorables y contribuyó a ese desarrollo modernizador, especialmente en los sectores técnicos y de servicios, particularmente en la producción eléctrica, en la industria y las manufacturas, los transportes y las comunicaciones, y en la educación en todos sus niveles. Lo anterior nos permite comprender mejor por qué su incorporación al mundo laboral mexicano fue, dentro de lo dramático del exilio, relativamente rápida, fluida y, sin duda, exitosa y ascendente. El propio presidente Cárdenas, en su penúltimo informe de gobierno del 1º de septiembre 1939, señalaba su esperanza de que incluso sus enemigos políticos reconocieran y "llegaran a estimar en todo el país los beneficios que recibe México con la aportación de esas energías humanas que vienen a contribuir con su capacidad y esfuerzo al desarrollo y progreso de la nación". Pero aún hubo más: a partir de 1940 por disposición del gobierno de Lázaro Cárdenas, se extendió la ciudadanía mexicana a los asilados que la desearan, o por razones legales, la necesitarán para cumplir con las posibles restricciones que la legislación laboral y de población señalaba para los extranjeros. En todo caso, se calcula que a partir de entonces y durante las siguientes décadas, cerca del 80% la eligió. México también reconoció como documentos de identidad válidos los expedidos por el gobierno de la República, lo cual contribuyó los exiliados españoles no quedaron como una población apátrida al negarse a reconocer al gobierno de Franco, sino como la única española considerada


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legítima. Con esta medida, México evitó el problema que planteaba el caso de los judíos de Europa, privados de su nacionalidad por el nazismo, ya que la legislación mexicana no contemplaba la figura del apátrida y, por lo tanto, negaba el reconocimiento otorgado a los ciudadanos de un estado soberano. La excepcional voluntad y firmeza de México en apoyar a la República española y de no aceptar un régimen de fuerza frente al gobierno legítimo implicaba una constancia inigualable en la historia internacional en vísperas de la Segunda Guerra mundial. El por qué de esta perseverancia lo anota lacónicamente desde el comienzo el propio presidente Lázaro Cárdenas en sus Apuntes privados: "¿El motivo por el que ayuda México a España? Solidaridad [...]". Pocos días antes, Cárdenas había registrado ya una explicación complementaria: "México no pide nada por este acto; únicamente establece un precedente de lo que debe hacerse con los pueblos hermanos cuando atraviesan por situaciones difíciles como acontece hoy a España".


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REFERENCIAS Todas las citas de Lázaro CÁRDENAS han sido tomadas de sus escritos: - Obras. I: Apuntes, 1913-1940, t. 1. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1972. - Obras. I: Apuntes, 1941-1956, t. 2. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1973. - Palabras y documentos públicos de... Mensajes, discursos, declaraciones, entrevistas y otros documentos, 1941-1970, t. 3. México: Siglo XXI editores, 1979. - Palabras y documentos públicos de... Informes de gobierno y mensajes presidenciales de año nuevo, 1928-1940, t. 2. México: Siglo XXI editores, 1978. Todas las citas de Isidro FABELA en: Cartas al Presidente Cárdenas. México, s.e. [Offset Altamira], 1947. También allí se encuentran las cartas de Cárdenas a Fabela.

ADEMÁS: Narciso BASSOLS: "Sobre el problema de España". (Discurso pronunciado en la Sociedad de Naciones, como Delegado de México), en Obras. México: Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 392-394). Benedikt BEHRENS:“Gilberto Bosques y la política mexicana de rescate de los refugiados españoles republicanos en Francia (1940-1942)”, en Agustin SÁNCHEZ ANDRÉS, et al. (coords.): Artífices y operadores de la diplomacia mexicana, siglos XIX y XX. México: Porrúa, 2004. Mary BINGHAM DE URQUIDi: Misericordia en Madrid. México: B. Costa-Amic editor, 1975. El exilio español en México, 1939-1982. México: Fondo de Cultura Económica, 1982. Graciela de GARAY, coord: Gilberto Bosques. Historia oral de la diplomacia mexicana.. México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 1988 Daniela GLEIZER SALZMAN: México frente a la inmigración de refugiados judíos: 1934-1940. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia-Fundación Cultural Eduardo Cohen, 2000. Luis JIMÉNEZ DE ASÚA: Proceso histórico de la Constitución de la República española. Madrid: Editorial Reus, 1932, p. 47. Clara E. LIDA: La Casa de España en México. México: El Colegio de México, 1988 (2ª ed.: 1990; reproducido en Clara E. LIDA, José Antonio MATESANZ y Josefina Z. VÁZQUEZ: La Casa de España y El Colegio de México: memoria 1938-2000. México: El Colegio de México, 2000). ----------: Caleidoscopio del exilio. Actores, memoria, identidades. México: El Colegio de México, 2009. ---------- (comp.): España y México durante el primer franquismo. Rupturas formales, relaciones oficiosas. México: El Colegio de México, 2001. José Antonio MATESANZ: México y la República Española. Antología de documentos,


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1931-1977 (compilación, introducción y notas). México: Centro Republicano Español de México. 1978, p. 30. ----------: Las raíces del exilio. México ante la guerra civil española, 1936-1939. México: El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México, 1999. Dolores PLA BRUGAT: Els exiliats catalans. Un estudio de la emigración republicana española en México. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia-Orfeó Català de Mèxic-Libros del Umbral 1999. ----------: Los niños de Morelia. Un estudio sobre los primeros refugiados españoles en México, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1985 [2? ed.: 1999]. Rodolfo REYES: Ante el momento constituyente español. Madrid: C.I.A.P., 1931.


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