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Historia Contemporánea 42: 5-14 ISSN: 1130-2402

PRESENTACIÓN Carlos Larrinaga Universidad de Granada

A todo lector mínimamente informado no se le escapa el desarrollo que en las últimas décadas se ha producido en la economía regional. Desde luego, la descentralización política consagrada en la Constitución de 1978 mediante la configuración del Estado de las Autonomías ha contribuido, a no dudar, a este desarrollo regional. Sin olvidar, por supuesto, la propia integración de España como miembro de pleno derecho en la Comunidad Económica Europea desde el 1 de enero de 1986. En este sentido, cabe recordar asimismo que el reconocimiento de las Comunidades Autónomas no es sólo propio de nuestro sistema constitucional, sino también de la misma política regional de la Unión Europea. Es más, constituyen ámbitos de decisión cada vez más importantes desde la perspectiva de las políticas del desarrollo, dadas las competencias asumidas por sus respectivos gobiernos. Pero no sólo eso, ya que, atendiendo al propio conocimiento historiográfico, también las Comunidades Autónomas han sido objeto de estudio, habiéndose convertido en muchos casos en las realidades sobre las que se ha construido el estado actual de nuestros conocimientos sobre la propia historia política, económica, social o empresarial. Las políticas científicas de dichas Comunidades Autónomas vienen alentando desde hace tiempo los avances académicos en esta línea. Es por ello que la región (asimilada en muchos casos a la Comunidad Autónoma) ha ganado peso en los análisis de la historia económica actual, por ejemplo, acorde con aquellas teorías económicas más sensibles al análisis espacial, desde Alfred Marshall hasta Paul Krugman. Además, en el caso de España un planteamiento de estas características puede estar aún más justificado, habida cuenta de las importantes diferencias existentes entre unas zonas y otras. Por ejemplo, son evidentes los distintos niveles de renta per capita entre las Comunidades Autónomas. Las diferencias climáticas, de distribución de la población, de los sistemas

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de propiedad de la tierra y de herencia, de determinadas instituciones, etc. han hecho que históricamente España haya presentado importantes diferencias entre sus distintas regiones antaño o Comunidades Autónomas hogaño. Sólo en la medida en que fue avanzando el proceso de modernización desde mediados del siglo XIX y, sobre todo, en el siglo XX estas diferencias se fueron limando, aunque no han terminado de desaparecer. El pluralismo al que tanto apelan muchos es una realidad inexorable, aunque no sólo en el ámbito político o cultural, sino también en el económico. De ahí que tanto el director de la revista, el profesor González Portilla, como yo viéramos la idoneidad de dedicar un monográfico a este tema dentro de la revista «Historia Contemporánea». Un tema novedoso dentro de la trayectoria histórica de la propia publicación, siempre dispuesta a la apertura hacia nuevas sensibilidades historiográficas. Aunque en este caso lo que se ha pretendido es continuar con una tradición historiográfica que cuenta ya con unos cuantos años y que tan buenos resultados ha dado. Sin la pretensión de ser exhaustivo, sí quisiera mencionar algunas hitos de especial importancia para la historia económica regional de España, cuales son Pautas regionales de la industrialización española (siglos XIX y XX), editado por Jordi Nadal y Albert Carreras en 1990; Historia económica regional de España, siglos XIX y XX, editado por Luis Germán, Enrique Llopis, Jordi Maluquer y Santiago Zapata en 2001; y La riqueza de las regiones. Las desigualdades regionales en España, 1700-2000, publicado por Rafael Domínguez en 2002. A estos interesantes trabajos habría que añadir asimismo el excelente libro de David R. Ringrose España, 1700-1900: el mito del fracaso, publicado en 1996 y en el que el análisis espacial ocupa un lugar predominante, o el no menos interesante Capitalización y crecimiento en España y sus regiones, 1955-1995, publicado por Francisco Pérez, Francisco José Goerlich y Matilde Mas en 1996. Por último, desde la perspectiva de la historia empresarial, tampoco habría que dejar de citar la obra titulada Historia empresarial de España. Un enfoque regional en profundidad, dirigido por José Luis García Ruiz y Carles Manera en 2006. Existen, por lo tanto, varias monografías en esta línea. La novedad en nuestro caso residiría, por un lado, en ese intento de crear lazos o canales de unión entre la historia económica y la historia contemporánea, tratando de generar un diálogo más fructífero entre ambas disciplinas. De ahí la peculiaridad de abrir la revista «Historia Contemporánea» a una perspectiva como a la que aquí se plantea, algo que no debiera ser tan novedoso si tenemos en cuenta que muchos historiadores de la economía procedeHistoria Contemporánea 42: 5-14

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mos del campo de la historia y, más concretamente, de la historia contemporánea. Por otro, el haber intentado superar el concepto de Comunidad Autónoma, tratando de analizar la historia económica regional de España mediante ejes de crecimiento o espacios económicos, más acorde con la Geografía económica. En este terreno las dificultades no han sido pocas, ciertamente, empezando por la propia definición, que ya plantea, de suyo, importantes problemas aún no superados. Incluso, la misma producción historiográfica alentada desde las Comunidades Autónomas en los últimos lustros ha hecho que surjan especialistas en historia económica propia de cada una de sus CCAA, por lo que romper con esas ataduras intelectuales no siempre es fácil. Y en esta ocasión tampoco lo ha sido. Baste recordar el inconveniente de la producción de fuentes estadísticas o muchas veces la falta de cooperación entre provincias de distintas Comunidades Autónomas. Pese a todo, se ha hecho un gran esfuerzo por parte del director de la revista, el coordinador y los distintos autores por superar dichas ligaduras y creo que, al menos en parte, se ha conseguido. De hecho, el número no consta de los 17 estudios de rigor y, al menos, ha habido algunos ejes o espacios geográficos que han podido ser agrupados más allá de sus lindes político-administrativos actuales. Por ejemplo, todo el centro peninsular, congregado en torno a Madrid, que, desde la instalación de la capitalidad por Felipe II, pero, sobre todo, desde Carlos III, ha ejercido una gran influencia sobre un amplio espacio circundante. Otro tanto se podría hablar de todo el eje del Ebro y su articulación en torno a Zaragoza, la Andalucía del Gudalquivir, el Sureste español o la propia Cornisa Cantábrica. Espacios o ámbitos geográfico-económicos que, siguiendo lo planteado en su momento por Ringrose, tratan de ir más allá del vasallaje autonómico, muchas veces demasiado artificial para determinados análisis históricos. Eso no obsta, desde luego para que otros estudios coincidan con las divisiones autonómicas, como son los casos de Galicia, Cataluña, Comunidad Valenciana o Canarias. A este respecto, debo señalar que, desgraciadamente, y aunque estaba previsto, no se ha podido incluir un trabajo referido a las Islas Baleares, algo que lamento profundamente. Finalmente, hay que mencionar el espacio temporal, ya que se ha pretendido abordar la contemporaneidad en su conjunto, desde la propia crisis del Antiguo Régimen hasta la actualidad, tratando de ver cómo se ha llegado a la situación actual de cada uno de estos ejes o ámbitos económicos, estudiando en el largo plazo sus antecedentes históricos, queriendo responder a la pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí. En este sentido, el propósito como historiadores es claro: mejor conoceremos nuestro presente y nuestras poHistoria Contemporánea 42: 5-14

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sibilidades de futuro cuanto mejor conozcamos nuestro pasado. O lo que es lo mismo, para entender lo que está sucediendo en la actualidad y en el futuro próximo es conveniente saber lo que aconteció en el pasado. Dicho esto, Luis Alonso, en su artículo dedicado a Galicia, nos da una excelente visión de la evolución económica de esta Comunidad Autónoma desde prácticamente mediados del siglo XVIII hasta nuestros días. Si durante buena parte del siglo XIX Galicia había sido la región española con menor renta per capita, en un contexto de ruina de las industrias de auxilio de su agricultura y con un fuerte predominio de la emigración a América, para finales del siglo XX, sin embargo, se había convertido en la comunidad con mayor productividad agraria. Pues bien, este trabajo se va a centrar, precisamente, en tratar de explicar cómo se ha producido dicha evolución en el largo plazo, destacando inicialmente la gran recuperación económica que se produjo durante el primer tercio del siglo XX, incluida la propia Guerra Civil, años en los que la producción aumentó sensiblemente para el abastecimiento de la zona franquista y para satisfacer la demanda de una Alemania que se estaba preparando para la guerra. Por el contrario, y tal y como sucediera en el conjunto de España, el tejido industrial de Galicia también se vio seriamente afectado durante la postguerra, recuperándose, no obstante, a finales del Novecientos, tras la grave crisis que experimentaron sectores tales como la pesca, la industria lechera o la construcción naval tras la entrada de España en la CEE. De manera que la recuperación económica experimentada por Galicia a finales del XX y principios del XXI ha sentado sus nuevas bases en la remodelación de sectores maduros y en la apuesta valiente y decidida por un sector empresarial de nuevo estilo. Así, el textil y la moda, la distribución en grandes superficies comerciales, las nuevas posibilidades de comercialización de los derivados de la pesca, la industria farmacéutica y química, el turismo e incluso la madera y la construcción inmobiliaria han adquirido en los últimos tiempos un protagonismo inédito. Por su parte, como nos ilustra Luis Germán en su trabajo sobre el Eje del Ebro, el cambio institucional caracterizado por la implantación del nuevo sistema capitalista (procesos de privatización y mercantilización) y los cambios productivos (vinculados a la difusión de una nueva base energética inanimada) posibilitaron desde principios del siglo XIX la incorporación de las regiones históricas del Valle medio del Ebro al crecimiento económico moderno, si bien es posible distinguir las diferentes trayectorias económicas de los distintos espacios geográficos componentes de dicho espacio geográfico (Zonas de Montaña y Eje del Valle), lo que ha Historia Contemporánea 42: 5-14

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propiciado un polarizado proceso de crecimiento económico vinculado a nuevos procesos de especialización productiva. Así, frente a las regresivas zonas de montaña (Teruel, Huesca e incluso una parte de Navarra), el crecimiento demográfico y productivo se fue concentrando en el Eje del Valle (Navarra, La Rioja y Zaragoza), una zona mejor dotada de infraestructuras de conexión con los principales centros de la economía española (Cataluña y País Vasco). Pues bien, si en el conjunto de trayectorias económicas regionales de España, podemos distinguir varios tipos de especialización: regiones industriales, regiones de servicios y regiones agrarias, en verdad muy pocas regiones han mostrado capacidad de evolución desde una especialización hacia otra, siendo ésta que nos ocupa una de las que lo ha logrado. En efecto, si durante la primera mitad del siglo XX el Eje del Valle basó su crecimiento económico en una base exportadora alimentaria, en la segunda mitad de esa centuria éste se cimentó en nueva base exportadora metalúrgica inicialmente vinculada a una industria auxiliar, aunque más tarde protagonizada por el complejo de la automoción, dentro de un marco de creciente globalización e integración económica en la CEE. De suerte que es posible afirmar que la estructura productiva de las provincias ribereñas, muy condicionada en el caso de la provincia de Zaragoza y Navarra por su notable especialización metalúrgica en automoción y más diversificada en el caso riojano, parece haber logrado a finales del siglo XX unos niveles de eficiencia superiores a la media española. Precisamente, otra de las regiones que han conseguido cambiar de especialización económica ha sido la Comunidad Valenciana, tal como se deriva del artículo presentado por Salvador Calatayud, aunque con unas perspectivas más sombrías que en el caso del Eje del Ebro. Desde mediados del siglo XIX se fraguó un modelo económico que predominó en la región durante más allá de un siglo. Estaríamos hablando de un modelo asentado en dos sectores. Por un lado, una agricultura muy intensiva y exportadora (naranja, sobre todo, aunque no sólo), orientada fundamentalmente al mercado europeo y que fue capaz de generar altas concentraciones de población, características que, a pesar de un acceso a la tierra cada vez más generalizado, no impidieron la mejora de los niveles de vida. Con lo cual aquí tendríamos un rasgo distintivo claro que contrastaba con la mayor parte de la España agraria, cuyos niveles de renta eran más bien bajos, cuando no en muchos casos miserables. Por otro lado, un desarrollo industrial que también fue superior a la media española, aunque quedó muy lejos del de las regiones manufactureras como Cataluña, por ejemplo. Historia Contemporánea 42: 5-14

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De manera que, por lo que se ha dicho, estaríamos hablando de un modelo que presentaba fuertes peculiaridades en el contexto español, además de sólido, puesto que, ya se ha comentado, perduró hasta bien entrado el siglo XX, cuando, ante la falta de innovaciones y en el nuevo contexto nacional e internacional, dicho modelo empezó a manifestar límites evidentes. Ni la agricultura ni la industria experimentaron grandes transformaciones, habiéndose apostado desde las últimas décadas de esa centuria por la actividad turística y por la construcción, es decir, por la terciarización de la economía regional. Una opción que, como nos recuerda Calatayud, ha producido cierto retroceso en la posición relativa regional, al caer la renta per capita valenciana por debajo de la media española, en contraste, por ejemplo, con regiones en ascenso como La Rioja, Navarra o Aragón, todas ellas pertenecientes al Eje del Ebro, ya mencionado. Lo cual lleva a plantearnos con el propio autor el problema de la terciarización como estrategia de desarrollo. Una zona que recientemente también ha avanzado hacia la terciarización, aunque de forma muy distinta a la de la Comunidad Valenciana, es la Andalucía del Guadalquivir, analizada por Antonio Parejo. En este caso la evolución no ha sido igual y los resultados, según el autor, presentan tales claroscuros que la situación actual no invita precisamente al optimismo, al contrario, según él, de lo sucedido en el valle del Ebro, por ejemplo. Partiendo del último tercio del siglo XVIII hasta la actualidad, el análisis que se puede hacer es que la Depresión del Guadalquivir parece que ha perdido peso. En esa larga etapa de la Primera Revolución Tecnológica, que llegó hasta finales del siglo XIX, estaríamos hablando de una notable especialización productiva con predominio de las actividades primarias orientada, en buena medida, al mercado internacional, al tiempo que se produjo una incipiente industrialización. Dicho proceso debió truncarse a finales del siglo XIX, durante la Gran Depresión, cuando se fueron perdiendo muchos de estos mercados exteriores y se reclamó del Estado medidas proteccionistas. Esta situación se agravaría aún más durante la Guerra Civil, primero, y durante el periodo autárquico, después, siendo esta zona especialmente castigada desde el punto de vista económico si tenemos en cuenta el enorme número de emigrantes que salió de ella hacia Madrid, Cataluña, País Vasco o el extranjero. De suerte que sólo a partir de 1960 empieza a dibujarse una tercera etapa caracterizada por una cierta modernización agraria vinculada a los mercados exteriores, un limitado proceso de industrialización y un cierto proceso de terciarización, con una extensión de los servicios no directamente ligados al mercado (admiHistoria Contemporánea 42: 5-14

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nistración pública, sanidad y educación) y otros más vinculados al mismo, aunque de productividad reducida y bajas exigencias de cualificación para el factor trabajo. Por lo que los retos a los que debe hacer frente este eje de desarrollo son muchos y, en buena medida, inciertos. Desde luego, también en Madrid se ha producido un cambio importante en lo que a su estructura económica se refiere. Así se deriva del trabajo firmado por José Luis García Ruiz, quien no sólo aborda la realidad económica de Madrid, sino también las de Castilla-León, Castilla-La Mancha y Extremadura, es decir, lo que podríamos denominar el «interior peninsular». Acorde con las tesis mantenidas en su día por Ángel Bahamonde, García Ruiz demuestra en este artículo el largo proceso de encuentro entre la «economía de la ciudad» y la «economía de la capital», hasta el punto que este ritmo lento de industrialización y de modernización de la capital explica que se retrasara mucho la puesta en valor de los recursos energéticos de que disponían las dos Castillas (carbón y saltos de agua) y Extremadura (saltos de agua). De hecho, fue a lo largo del siglo XX y más en concreto en la segunda mitad de esa centuria cuando Madrid consolidó su liderazgo en el interior peninsular, convirtiéndose en un centro de gran dinamismo económico, frente a una Castilla-La Mancha menos activa y una Extremadura muy atrasada. Un atraso que ni la propia institucionalización autonómica ha terminado de resolver. Situación bien distinta a la de Castilla-León, que ha sabido consolidar un proceso de industrialización tímido en la preguerra y mucho más intenso durante el franquismo. Por su parte, un modelo peculiar de desarrollo económico le corresponde a las islas Canarias, según el estudio presentado por Antonio Macías. Así, este desarrollo está marcado por su insularidad, por un lado, y por el propio modelo económico y social que se forjó con la conquista y colonización del archipiélago en el siglo XVI, por otro. Un archipiélago que, históricamente, ha contado sólo con recursos naturales aptos para el desarrollo económico según el marco institucional. La economía insular ha requerido de un trato específico en materia fiscal y aduanera para su desarrollo. Hasta tal punto que la crisis del Antiguo Régimen en Canarias se caracterizó por la pugna de las elites con el nuevo Estado por recuperar la herencia fiscal y el librecambismo de la etapa anterior. Pugna que no se resolvió hasta el decreto de puertos francos de 1852. A partir de ese momento se vivió una larga etapa de prosperidad, basada principalmente en la oferta agro-exportadora. Es cierto que la economía canaria padeció la crisis ligada a la Primera Guerra Mundial, pero los efectos realmente negativos para su economía tuvieron lugar durante la Guerra Civil y la políHistoria Contemporánea 42: 5-14

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tica proteccionista derivada de la implantación de la dictadura franquista. Dicha política rompía con el librecambio que había favorecido su expansión económica, suponiendo un duro punto de inflexión en su trayectoria económica, en parte sólo amortizada por la riada migratoria hacia el continente americano, Venezuela principalmente. De suerte que sólo es posible hablar de una parcial recuperación del legado fiscal y librecambista a partir de 1960, coincidiendo con una nueva fase de expansión, impulsada ahora por el turismo. El proceso modernizador retomó su cauce, la deuda histórica en infraestructuras y equipamientos sociales tendió a saldarse y el resto de los indicadores de bienestar social también empezaron a mejorar. Sin embargo, se fraguó un nuevo modelo económico muy vinculado al escenario internacional, lo que ha supuesto la forja de una economía extremadamente vulnerable a los cambios en dicho escenario, de modo que esta última etapa de la historia isleña se caracteriza por sus cortos ciclos de bonanza y recesión. Más dificultades para conformar un eje económico, nos apunta Andrés Sánchez Picón, presentan la Andalucía Mediterránea y el Sureste español o, más en concreto, Murcia. De hecho, a pesar de compartir algunos elementos en común, como formar parte del Arco Mediterráneo o la falta de pluviosidad, entre otros, y amén de algunos rasgos económicos que aquí nos interesan especialmente, lo cierto es que histórica y actualmente ambos espacios presentan una escasa interrelación, a pesar de su inclusión en la red urbana mediterránea presentada por Ringrose en su momento para los siglos XVIII y buena parte del XIX. En cualquier caso, económicamente hablando, este eje tiene en común el haberse podido aprovechar de una favorable renta de localización para incorporarse a la red de intercambios urdida durante la primera globalización. Así, la industrialización europea demandaría desde el siglo XIX materias primas y productos alimenticios que nutrirían el tráfico que desde los puertos de la zona se dirigía hacia los mercados del noroeste del continente. En semejante contexto se sitúa el desarrollo minero (plomo, sobre todo), la ampliación de los cultivos comerciales o la especialización agroalimentaria, actividades todas ellas estimuladas por la inserción en las redes de la globalización, acompañadas de mejoras en la red de transportes y en las infraestructuras (ferrocarriles y puertos, por ejemplo). Esta actividad económica, empero, quedó truncada por la Guerra Civil y la autarquía del primer franquismo, abriéndose a partir de los años sesenta dos vías de convergencia con la renta media española. Por un lado, la correspondiente a las provincias de Málaga, Murcia y Almería y, por otro, la de las Historia Contemporánea 42: 5-14

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provincias de Granada y Jaén, con niveles más bajos, penalizadas probablemente por la falta de dinamismo de las comarcas del interior de la Alta Andalucía. De ahí que la conclusión a la que llega el autor es que, en efecto, han emergido en la región activos núcleos, áreas, sistemas productivos locales e incluso distritos, pero desconectados, por lo que en este caso hablar de un eje económico puede presentar importantes objeciones, más allá de las expuestas para otros casos. Dejo para el final los comentarios referidos a dos zonas de industrialización temprana dentro del panorama nacional, la Cornisa Cantábrica, por un lado; y Cataluña, por otro. Es la profesora Montserrat Gárate quien profundiza en el primer eje, teniendo por objeto su análisis el estudio de la posible convergencia de Asturias, Cantabria y País Vasco, repasando al mismo tiempo las causas de los diferentes niveles de desarrollo alcanzados. A partir de un interesantísimo examen de la economía de esas tres Comunidades Autónomas en los últimos 150 años llega a la conclusión de que, pese a lo avances en la convergencia, siguen subsistiendo diferencias en términos de riqueza achacables a los distintos perfiles industriales que caracterizaron las trayectorias económicas de las provincias en ellas comprendidas. Así, mientras en Guipúzcoa, Vizcaya y Cantabria es posible hablar de una importante burguesía comercial que en un momento dado dio el salto hacia la industrialización aprovechando las ventajas comparativas existentes, esto no ocurrió en Asturias, donde la temprana explotación de la minería no sirvió inicialmente para transformar la sociedad. Es más, el peso de los sectores tradicionales y del proteccionismo ha desempeñado y sigue desempeñando aún hoy en día un papel fundamental. Por el contrario, una provincia del interior, como Álava, al igual que Navarra, si bien se sumó tardíamente al proceso de industrialización a mediados del siglo XX, lo hizo en condiciones bien distintas, orientando buena parte de su producción a mercados ajenos a la propia provincia, lo que progresivamente implicó una transformación de su estructura económica y social. En cuanto a Cataluña, la visión que nos presenta Jordi Maluquer de Motes es bien distinta a las demás, pues, yendo más allá de una síntesis tradicional de lo que ha sido la evolución económica de esa Comunidad Autónoma en los dos últimos siglos —algo que el propio Maluquer ha presentado en otras ocasiones—, ha preferido centrar su análisis en el impacto que viene teniendo la actividad turística desde mediados del siglo XX en esa región, cuando Cataluña, como buena parte de la Europa mediterránea, se incorporó decididamente al fenómeno turístico bajo el nuevo paradigma triunfante del sol y playa. De forma que su estudio analiza en proHistoria Contemporánea 42: 5-14

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fundidad los cambios acaecidos en el sector desde esos primeros orígenes y el peso que esa actividad tiene en la economía catalana de principios del siglo XXI, para lo cual ha llevado a cabo todo un ejercicio de reconstrucción de series que hace de este trabajo un artículo pionero dentro de la historia económica del turismo actual y un modelo a seguir para futuros estudios en este terreno. En resumen, estaríamos ante un dossier que pretende abordar las distintas economías regionales de España en el largo plazo, tratando de desentrañar cuáles han sido las claves fundamentales que se han sucedido a lo largo de todas estas décadas con el objetivo de entender la situación actual de dichas economías.

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LA ECONOMÍA DE GALICIA, UNA PANORÁMICA, C. 1750-2010 THE ECONOMY OF GALICIA, AN OVERVIEW, C.1750-2010 Luis Alonso Álvarez Universidad de A Coruña

Entregado el 5-5-2010 y aceptado el 15-12-2010

Resumen: Examinada desde la perspectiva del largo plazo, Galicia entró muy tardíamente en la vía del mercado y la industrialización, hacia fines del siglo XIX, momento en que se situaba en el último lugar entre las comunidades españolas en términos de PIB per cápita. Recuperó increíblemente el tiempo perdido en el primer tercio del siglo XX, experimentó en su tejido empresarial la depresión de la posguerra y consiguió mejorar sus variables económicas en los años finales del Novecientos, pese al obstáculo que supuso la entrada en la Comunidad europea (que desbarató parte de sus sectores tradicionales, como la pesca, la industria láctea y la construcción naval), para asentar sus bases económicas sobre la remodelación de los sectores maduros y la apuesta decidida por un sector empresarial de nuevo estilo. Palabras clave: Historia contemporánea, Galicia, economía tradicional, modernización económica, empresa pública. Abstract: From a long-term perspective, Galicia came very late into the industrialization and the market, aproximately at the end of the XIXth century. At that time it was among the last of Spanish communities in terms of the GDP per capita. Incredibly made up for lost time in the first third of the XXth century, experimented the post-war depression in its economic network and managed to improve its economic variables in the final years of the XXth century, despite the

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Luis Alonso Ă lvarez obstacles that led to the entry into the European Community (which disrupted part of its traditional sectors such as fisshing, milk industry and shipbuilding) to settle their economic basis on the remodelling of mature industries and the commitment for a new-style business. Key words: Modern History, Galicia, traditional economy, economic modernization, public business.

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Durante las décadas centrales del siglo XIX, Galicia se había convertido en la comunidad de menor renta per cápita de España, pese a la herencia relativamente positiva heredada de la centuria anterior. Añadía a esto la ruina de las actividades de auxilio, que le permitían compensar la insuficiencia de su magro ingreso agrario, y una elevadísima tasa de emigración a Ultramar. Nadie mejor que Don Jorgito el inglés, ese personaje entrañable de la memoria popular que visitó sus tierras durante aquellos años, para describir con todo patetismo aquella situación: «No me agrada nada este país […], porque aquí todos mendigan y, como casi no tienen para ellos, menos tienen para mí, que soy forastero […]. ¡Qué miseria la de Galicia!»1, concluía. En lo que sigue, procederemos de la siguiente manera. En primer lugar, analizaremos el comportamiento de la economía agraria tradicional y los factores que la condujeron a la que parece ser la mayor crisis de su historia reciente a mediados del siglo XIX. A continuación estudiaremos la difícil transición hacia una economía de mayores niveles de mercantilización, un objetivo que alcanzó con éxito relativo durante el primer tercio del Novecientos. En los últimos apartados se examinará la evolución fluctuante de la comunidad por la senda del crecimiento capitalista entre la Guerra civil y la primera década del siglo XXI. 1. La economía agraria tradicional, c. 1750-1850 Hacia mediados del siglo XIX, la economía de Galicia había alcanzado sus límites. Los rasgos que la definían procedían de su carácter preindustrial y tradicional. Preindustrial en la medida en que predominaban las actividades rurales, en especial aunque no únicamente, la agricultura. Y tradicional, por su escasa orientación comercial. La agricultura, sin duda la ocupación más significativa, tanto desde el punto de vista de la población activa como del PIB, estaba en gran medida condicionada por un peculiar régimen de propiedad, lo que le proporcionaba esa situación de singularidad que mantenía en el conjunto peninsular, la persistencia del sistema foral2. Los foros habían tenido su origen 1 G. Borrow, The Bible in Spain, Londres, 1842 (La Biblia en España, Alianza, Madrid, reedición de 1970, traducción española de don Manuel Azaña). 2 Véanse, entro otros, los trabajos de J. García-Lombardero, La agricultura y el estancamiento económico de Galicia en la España del Antiguo régimen, Siglo XXI, Madrid, 1973; P. Saavedra y R. Villares, «Galicia en el Antiguo régimen: la fortaleza de una socie-

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en la baja Edad media, como respuesta de los dueños de la tierra a una población en creciente declive. Implicaban también, como en otras partes, la división del terrazgo en un dominio útil (el cedido al campesino) y otro directo, casi siempre eclesiástico. Difería sin embargo de los regímenes contemporáneos en la existencia de unos intermediarios en la cesión del útil, los señores medianeros o fidalgos, quienes recibían una renta de los campesinos y la trasladaban a los eclesiásticos a cambio de un diferencial del que se apropiaban. El contrato foral suponía una cesión así del útil en el largo plazo similar a la enfiteusis, porque en la práctica convertía a los campesinos en cuasi-propietarios, en especial tras la Provisión emitida por Carlos III en 1763. Esta situación se mantuvo invariable durante el siglo XIX pese a la irrupción de la reforma agraria liberal, que apenas alteró su marco jurídico, y tan solo substituyó el dominio directo de la Iglesia por el del comerciante o profesional compradores de bienes desamortizados (en realidad, rentas)3. El régimen de propiedad determinaba así el tamaño medio de las parcelas, pequeñas y muy dispersas, efecto de la sucesiva partición en suertes de los foros, los llamados subforos, aptos para el policultivo de autoconsumo, donde jugaron un papel fundamental el maíz en el litoral atlántico y el centeno en el interior. El ingreso obtenido de la tierra por sus cultivadores directos se empleaba en el pago de la renta foral, los gravámenes señoriales, en especial los diezmos, y el resto servía a los campesinos para su autorreproducción (cuadro I). Pero como aquél en general resultaba insuficiente, éstos se veían precisados a realizar actividades de auxilio, de las que hablaremos, que completaban el ingreso agrario. Una pequeña parte de las tierras se mantenían, sin embargo, fuera del sistema foral y su propiedad directa pertenecía a las comunidades campesinas4. Se trataba sobre todo de pastos y, es especial, de montes, nombre que en Galicia sirve para designar a suelos marginales, no aptos para la labranza. dad tradicional», en R. Fernández (ed.), España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar, Crítica, Barcelona, 1982, pp. 434-504; R. Villares Paz, La propiedad de la tierra en Galicia, 1500-1936, Siglo XXI, Madrid, 1982; y sobre todo «Els foros de Galicia. Uns quants problemes i comparacions», Estudis d’Història Agraria, núm. 7, 1987, pp. 161-185. 3 R. Villares Paz, y A. Artiaga Rego, A desamortización na provincia de Pontevedra (1855-1900), Diputación Provincial, Pontevedra, 1991. 4 Existían propiedades, sobre todo en el norte de la provincia de Lugo en donde la cesión de la tierra se efectuaba a través del arriendo a corto plazo. Véase X. Balboa López, «La propiedad de la tierra en la Galicia contemporánea», en J. De Juana y J. Prada (coords.), Historia contemporánea de Galicia, Ariel, Barcelona, 2005, pp. 441-459. Historia Contemporánea 42: 15-65

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Cuadro I Porcentaje del producto bruto agrario que alcanzaban en 1752 las diversas cargas satisfechas por los campesinos gallegos Provincia

Foros

Diezmos

Voto y primicia

Derechos señorío

Total

Margen de subsistencia

Betanzos A Coruña Lugo Mondoñedo Ourense Santiago Tuy

8.4 10.1 22.6 4.8 10.7 13.3 7.4

6.3 7.8 9.9 8.2 8.6 9.2 11.5

0.6 0.6 1.6 0.4 1.4 1.3 1.7

0.2 0.3 0.7 0.2 0.4 0.2 0.7

15.5 18.8 34.8 13.6 21.1 24.0 21.3

84.5 81.2 65.2 86.4 78.9 76.0 78.7

Toda Galicia

12.0

8.9

1.2

0.4

22.5

77.5

Fuente: P. Saavedra, «Régimen señorial y poderes locales», en Villares, R., Historia de Galicia. 3. La época moderna, Faro de Vigo, Vigo, 1991, pp. 517-536.

De ellos se obtenían productos complementarios para el sostenimiento de los aldeanos, como el combustible, maderas para la construcción y especialmente determinados inputs que intervenían en la elaboración del abono orgánico (toxo), fundamental para evitar los rendimientos decrecientes de las parcelas. De esa manera, agricultura y monte introducían una complementariedad simbiótica que establecía un equilibrio entre ambos, de modo que no era sostenible la existencia de la una sin el otro5. La insuficiencia de la renta agraria, a la que hemos aludido, estimuló históricamente estrategias campesinas para la búsqueda de nuevos ingresos en otras ocupaciones que se han calificado como de auxilio, en la medida en que facilitaban complementar recursos. Entre ellas destacó especialmente la industria rural doméstica, llamada popular por los pensadores ilustrados6, pero también la salga del pescado en áreas costeras, la emigración estacional, la arriería, el laboreo del hierro y los curtidos, en5 X. Balboa López, «L’utilizzazione del “monte” nella Galizia del secolo XIX», Quaderni Storici, núm. 81-3, 1992, pp. 853-872. 6 Conde de Campomanes, Discurso sobre el fomento de la industria popular, Madrid, 1774, passim.

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