La idea de crisis revisitada: variaciones e interferencias
AndrĂŠs Davila Legeren (coordinador)
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CIP. Biblioteca Universitaria La idea de crisis revisitada : variaciones e interferencias / Andrés Davila Legeren (coordinador). — Bilbao : Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, Argitalpen Zerbitzua = Servicio Editorial, D.L: 2011. — 240 p. ; 24 cm. — (Fronteras de Conocimiento ; 2) D.L.: BI-1948-2011. — ISBN: 978-84-9860-547-1 1. Crisis (Filosofía) 165
2. Cambio (Filosofía)
I. Davila Legeren, Andrés, coord
© Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco Euskal Herriko Unibertsitateko Argitalpen Zerbitzua ISBN: 978-84-9860-547-1 Depósito legal/Lege gordailua: BI - 1.948-2011 Fotocomposición/Fotokonposizioa: Ipar, S. Coop. Zurbaran, 2-4 - 48007 Bilbao Impresión/Inprimatzea: Itxaropena, S.A. Araba Kalea, 45 - 20800 Zarautz (Gipuzkoa)
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Sumario A modo de crítica propedéutica: de crisis y criterios Andrés Davila Legeren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 1 La ciencia en tiempos de crisis Félix M. Goñi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 2 Los cuentos de las cuentas Poesía e ideología en los discursos expertos sobre la crisis Emmánuel Lizcano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 3 De crisis en crisis, de gorrones a psiquiatrizados Guillermo Rendueles Olmedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 4 La eutanasia: un conflicto para una medicina en crisis Fernando Marín Olalla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 5 Dilemas del conocimiento, la comunicación y la esfera pública global Cristina Peñamarín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 6 La crisis y las mujeres de los sectores marginales Dolores Juliano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 7 El estado del malestar José Luis Pardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 8 La crisis ecológica se hace mundial El capitalismo global choca con la Biosfera Ramón Fernández Durán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 9 La crisis de la educación como crisis de la escuela Alfonso Unceta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 10 La crisis: una oportunidad para el avance y desarrollo en el campo de la ciencia de la construcción Joseba García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 11 La creación musical, un modo de entendimiento con la crisis Alberto Conde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 12 La crisis: perspectivas desde el pensamiento chino tradicional Vicente Huici Urmeneta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Participantes (en orden alfabético). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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A modo de crítica propedéutica: de crisis y criterios Andrés Davila Legeren
«Toda comprensión de un discurso vivo, de un enunciado viviente, tiene un carácter de respuesta (a pesar de que el grado de participación puede ser muy variado)» Mijaíl M. Bajttín
La exploración de una idea comporta un trabajo de focalización intelectual y discursiva, atendiendo así al sentido de todo aquello que en su nombre circula, se desplaza o discurre, para darle una respuesta. Responder que se refiere a su posible contestación (o nuevo desplazamiento) tanto como a su reconocimiento (al responder por ella), habida cuenta que «toda comprensión está preñada de respuesta y de una u otra manera la genera: el oyente se convierte en hablante» (Bajtín, 1982: 257). En el caso que nos ocupa, la consiguiente respuesta en voz alta adopta la forma de un libro, reuniéndose en éste algunas exploraciones de la crisis y su discursividad, a tenor de distintos enfoques y situaciones en cada una de ellas; variaciones estructurales de ese tema principal, la crisis, en tanto que idea reconocible y familiarizada (por acrítica) pero susceptible de nuevas representaciones (desde un pensamiento crítico). 9
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Ocurre que, lejos de las «ideas claras y distintas» que preconizara un Descartes como fundamento y principio explicativo, la crisis pertenece al conjunto que cabría denominar como «proposiciones complejas y variables: complejas porque cada palabra designa una multiplicidad de cosas; variables porque la designación recubre cosas diferentes a lo largo del espacio y del tiempo» (Ibáñez, 1993: 127). De hecho, el término «crisis» designa algo bien distinto cuando se trae a colación en obras de épocas tan alejadas como pudieran serlo las de Hipócrates o Marx, pero también cuando hoy en día lo oímos de boca de alguien especialista en relaciones internacionales o en psicología clínica. De ahí que, a medida que la crisis prolifera, abunden sus definiciones, aunque todas ellas adolezcan de una acusada sectorialización; no en vano, mediante tales definiciones se delimita la crisis de modo que ésta responda a aquellas constricciones que son propias del campo de que se trate. Asistimos con cierta frecuencia a discusiones bizantinas acerca de si cabe considerar, o hasta qué punto, a tal o cual episodio o situación como una crisis —o bien si todavía está por llegar y para cuándo— a tenor de unos u otros criterios de demarcación, disciplinares. Su consecuencia queda bien reflejada en el dictamen que al respecto hiciera Edgar Morin hace ya cinco lustros: «Durante el siglo XX, la noción de crisis se ha extendido por todos los horizontes de la consciencia contemporánea. No hay campo o asunto que no haya sido embrujado por la noción de crisis: el capitalismo, el derecho, la civilización, la humanidad… Pero, al generalizarse, esta noción ha acabado por vaciarse de contenido. En origen, Krisis significa decisión: es el momento decisivo, en la evolución de un proceso incierto, que permite el diagnóstico. Hoy en día significa indecisión. Es el momento en que, al mismo tiempo que una perturbación, surgen incertidumbres» (Morin, 1976: 149). Abogando por una «crisiología», este autor plantea en su análisis que el concepto de crisis está constituido por una constelación de nociones interrelacionadas: caso de la idea de perturbación, el acrecentamiento de desordenes e incertidumbres, bloqueo/desbloqueo, multiplicación de los double-bind, despliegue de los feed-back positivos, etc. (op. cit., 155 y ss.). Para ello, toma como punto de partida el desdibujamiento de la hegemónica definición económica de la crisis, la cual además de acantonarla en dicho sector también la hace reconocible a través de medidas cuantificadoras tanto de disminución como de incremento, perdiendo así su contorno al desbordar este campo y afectar a otros (caso de la cultura o la biología) como indicación de que algo y de algún modo no va bien o no marcha como debiera. Enfoque al que responde el primer capítulo de este libro, La ciencia en tiempos de crisis, en el que Félix M. Goñi aborda los avatares de las políticas de investigación científica, en las últimas décadas, a tenor de las crisis económicas. 10
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Conviene indicar aquí, sin embargo, que ese punto de partida es susceptible de ser abordado como un punto que asimismo lo es de llegada. Y tiene esto la virtud de permitirnos entender que la omnipresente definición economicista de la crisis ha llegado a detentar su hegemonía a través de la traducción metafórica de otras definiciones: jurídica, médica, política…. Y como Emmánuel Lizcano pone de manifiesto en el segundo capítulo del presente libro: Los cuentos de las cuentas, es precisamente a través de un proceso de metaforización que los discursos expertos sobre la crisis adquieren su forma y posición actual. Señalábamos antes que, en su caracterización de la crisis, Edgar Morin hacía hincapié tanto en las decisiones como en las incertidumbres, pero hemos de subrayar que éstas son asociadas a un momento decisivo del proceso en que las mismas se inscriben. Tomar en consideración el proceso conlleva responder a las habituales identificaciones de una crisis con un hecho puntual, ya sea con el aspecto de un estado de escasez o carestía ya sea bajo la apariencia de un período de dificultades o complicaciones, etc. tal y como resulta acostumbrado en el mentar la crisis tanto corriente como especializado (cuyas definiciones insisten en el accidente, la alarma, la amenaza… y la consiguiente urgencia en la toma de decisiones), lo que la sitúa en un progreso y no en un proceso. Es cierto que uno y otro tienden a confundirse, aunque en realidad aquél se contiene en éste, por lo que su distinción resulta relevante. Más aún si se atiende al hecho de que todo progreso se atiene a aquello que permite su marcha o en todo caso la detiene momentáneamente y, en cambio, todo proceso se caracteriza tanto por aquello que lo pone en marcha como por aquello que lo pone en cuestión. Así, y a diferencia del unívoco progreso, el proceso se muestra ambivalente pues presenta a la vez sus aspectos opuestos y contradictorios —prestándose así a dos interpretaciones contrapuestas—. No es de extrañar, por tanto, que entre los momentos constituyentes de cualquier progreso se cuenten las estasis o momentos de detención (de donde deriva lo estático, precisamente), mientras que en el caso de un proceso se trate de las crisis o momentos de ambigüedad, ya que en ellos queda en suspenso la posibilidad de que se den unos u otros valores, comportamientos, características, etc., surgiendo la incertidumbre de no poder determinarlo de antemano. Suspensión que llega a poner en entredicho las propias categorías concernidas, al igual que por ejemplo ocurre con el caso del perro errabundo en relación a lo salvaje y lo doméstico (Bobbé, 1999). Al fin y al cabo, se trata de un devenir. Y en este sentido, al igual que Nicole Loraux (2008) indicara la dimensión política de la estasis, Guillermo Rendueles Olmedo hace lo propio respecto a la crisis al comparar las luchas de la izquierda y prácticas psiquiátricas de los pasados años 80 con las de ahora en el tercer capítulo: De crisis en crisis, de gorrones a psiquiatrizados. 11
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Y es que los procesos se caracterizan por la contingencia y el devenir, y sin embargo cabe «fulminarlos», tal y como habitualmente se plantea en toda causa procesal. Recordemos que, el término «crisis» deriva tanto de krino («juicio», «decisión» o «estimación») como de krinein (o momento en el que debe decidirse), orientándose así el propio procedimiento judicial hacia el mismo mediante una serie de etapas sucesivas que den cuenta de un conjunto de hechos y operaciones encaminadas a reducir el propio proceso al estado de sentencia (absolutoria o condenatoria). Un modelo cuya vigencia se hace patente en el caso ejemplar protagonizado por Norbert Elias cuando aborda el escenario aventurado por Edgar Allan Poe, en su narración de A Descent into the Maelström (1841) e incorporado desde entonces al imaginario occidental, situándonos bien lejos de aquel «estado estacionario» que apenas unos años más tarde fuera propugnado por Stuart Mill para «los intereses permanentes de la humanidad» en Principles of Political Economy, With some of their Applications to Social Philosophy (1848). Y así supo verlo al menos Norbert Elias quien, con motivo de su intervención en el XX Congreso Alemán de Sociología, en septiembre de 1980, dio una conferencia cuya reelaboración escrita se titula: «Los pescadores en el Maelstrom», precisamente porque en este texto dice Elias que intenta «aclarar en cierta medida el significado de la expresión double bind acudiendo a un episodio del cuento de Poe» (Elias, 1990:66). El episodio en cuestión es aquél en el que dos hermanos se encuentran a bordo de su embarcación de pesca girando en el vórtice, atrapados en las paredes del remolino. Elias rescata aquí la diferente actitud de uno y otro hermano, el uno pegado a la tragedia inmediata de la situación (aplastado por el temor y la desesperación) y el otro distanciándose de ésta hasta llegar a hacerse una imagen coherente de ella (gracias a la observación y la reflexión), pudiendo así salvarse al comprender que su única salida era la de abandonar la nave atado a un tonel —objeto más pequeño, además de cilíndrico, por lo que tardaba más en acercarse a la base del remolino— mientras su hermano perecía al permanecer a bordo y completar así el recorrido descendente hasta el final para, irremediablemente, estrellarse contra el fondo marino. Elias, quien apela una y otra vez, desde el principio al final del texto, a la superación de «la tendencia hacia el aislamiento según disciplinas especializadas y la reducción de los procesos a estados estáticos» (Elias, 1990:145), de manera sorprendente elimina el carácter procesual del relato atendiendo sólo a uno de sus momentos constitutivos, dejando de tomar en cuenta el trabajo narrativo del propio Poe. Como recordarán quienes hayan leído Un descenso al Maelström, éste comienza con la narración de un ascenso a la cima de la montaña Helseggen (Nebulosa), lo que no puede 12
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ser ignorado pues ambas narraciones componen dicho relato, cada una de ellas con su narrador correspondiente. De hecho, si el segundo narrador conduce hasta la cumbre al primero es «para que tenga desde aquí la mejor vista del lugar donde ocurrió el episodio que mencioné antes… y para contarle toda la historia con su escenario presente» (Poe, 1981:139). Ahí nos sitúa el relato, yendo y viniendo entre el vórtice y el vértice, en la doblez del maelström como escenario de ficción o cronotopo (Bajtin, 1989). Esta configuración de Edgar Allan Poe se inscribe en la experimentación literaria (junto a Baudelaire, Mallarmé…) con «figuras de experiencia ajenas al tiempo lineal canónico de la narrativa y a la unidimensionalidad de la línea versal tradicional»; figuras cuya vehiculación y divulgación de «la percepción de las «simultaneidades anacrónicas» en la narrativa novelesca, en el discurso de las ciencias sociales y en el arte y la poesía de vanguardia ha sido un ingrediente fundamental del ethos moderno» (Abril, 2003:53). Escenario que en la actualidad no responde ya a tales experimentaciones sino a un ámbito de experiencias en vías de normalización. Y sin embargo, una determinada escena es capaz por sí sola de devolvernos a lo ineluctable de esa aparente linealidad unidimensional: unos cuantos amigos, de edades muy similares, se han reunido para celebrar el cumpleaños de uno de ellos, primero en alcanzar una cifra redonda a la que se irán sumando el resto, de manera que la situación es propicia para recordatorios y anecdotarios, echando la vista atrás. Y como si le hubiesen accionado un resorte, alguien despliega sobre la mesa la página del periódico en la que una gráfica representa los valores del PIB durante las últimas tres décadas. Los dedos índices recorriendo la curva y deteniéndose en aquellos puntos donde se localizaban los ritos de paso de cada cual: estudios, trabajos, des-emparejamientos… siguiendo el ritmo de sus ascensos y descensos, que a su vez dan lugar a periodizaciones de bonanza o recesión, según se mantengan por encima o por debajo de una imaginaria línea de flotación. Un ejemplo de cómo los modos de percibir la crisis trabajan nuestros gestos y objetos cotidianos, haciéndose presentes en las maneras de vivir el cuerpo, la pareja, la familia, el (des)empleo, la amistad, el entorno material… Circunscribiéndose todo al cumplimiento del carrolliano axioma de la Reina Roja, según el cual es preciso correr mucho para lograr permanecer en el mismo sitio, y que en este caso se concreta en el permanente esfuerzo por adecuarse al cada vez más rápido ciclo catastrófico de «recuperación», como si no dejásemos de recorrer una Cinta de Moebius, debiendo de pasar una y otra vez por su frunce para tratar de contrarrestar en cada paso al anterior. Se diría que demasiado a menudo olvidamos que de krino y krinein no sólo deriva «crisis» (desde la krisis hipocrática que señalaba el momento de13
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cisivo —de recuperación o de recaída— en una enfermedad) sino tanto «crítica» —en tanto que análisis o estudio de algo para emitir un juicio— como «criterio» —en cuanto que razonamiento pertinente— o criterium (Rey, 2008): carácter distintivo que permite reconocer o distinguir una cosa o noción. Quizá por eso mismo parezca cada vez más desusada la práctica misma de someter a crítica los propios criterios, además de los ajenos. Pero lo propio de una crisis es su capacidad para comprometer aquellos criterios que hasta entonces vienen confiriendo legitimación a las propias acciones. Una concepción de la crisis que se expresa con absoluta nitidez a través de las palabras iniciales de aquel telegrama que Albert Einstein dirigió, una vez finalizada la segunda guerra mundial, a diversas personalidades norteamericanas en una campaña mediante la que les solicitaba su apoyo económico para la constitución de un Emergency Committee of Atomic Scientists: «Nuestro mundo afronta una crisis de cuyo alcance aún no se han percatado quienes poseen el poder de tomar importantes decisiones acerca del bien y del mal. El poder desencadenado del átomo lo ha cambiado todo, salvo nuestro modo de pensar, y así nos vemos arrastrados hacia una catástrofe sin parangón» (New York Times, 25/05/1946). En efecto, una crisis responde a la inestabilidad propia de cualquier situación que comporta una bifurcación, allí donde las pautas adquiridas basculan, revelándonos hasta qué punto «estamos rematadamente mal preparados para plantar cara a lo que se nos avecina» (Stengers, 2009: 7), sencillamente porque «la crisis nos mira de frente, pero aún no la hemos enfrentado» (Nussbaum, 2010:21). Y es que la crisis se revela así como un potente analizador de nuestras (in)capacidades, y no por lo que respecta a establecer medidas extraordinarias sino más bien en relación al restablecimiento de lo ordinario a partir de asumir las tensiones que en la misma se concitan. Ya se trate de los criterios establecidos para distinguir la vida de la muerte y que interfieren en el derecho a una muerte digna (lo que es abordado por Fernando Marín Olalla en el capítulo: La eutanasia, un conflicto para una medicina en crisis); ya se trate de aquellos que designan a nuestro mundo como una sociedad del conocimiento o de la comunicación (y cuyos escollos afronta Cristina Peñamarín en Dilemas del conocimiento, la comunicación y la esfera pública). Pero no en menor medida, de aque14
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llos criterios manejados para la conformación de sus víctimas y chivos expiatorios (a quienes nos muestra Dolores Juliano en La crisis y las mujeres de los sectores marginales) así como de la conversión de la inestabilidad en norma (José Luis Pardo en El estado del malestar), pues ocuparse de la representación de la crisis y sus urgencias no impide seguir ocupándose de la crisis de la representación social y sus exigencias. No en vano, la crisis se hace global por cuanto toca a no pocas transformaciones decisivas en nuestros propios criterios de dependencia: «sí, en adelante dependemos de lo que hasta ayer no dependía más que de nosotros» (Serres, 2009: 53). Y esto supone un replanteamiento de la manera en que damos forma conjuntamente tanto a nuestro entorno (La crisis ecológica se hace mundial, de Ramón Fernández Durán) como a nuestro aprendizaje (La crisis de la educación como crisis de la escuela, por Alfonso Unceta), alterando no pocos de los modos institucionalizados al respecto. No es de extrañar la llamada de atención de Martha C. Nussbaum, al respecto: «Estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial. No, no me refiero a la crisis económica global que comenzó a principios del año 20008. (…) No, en realidad me refiero a una crisis que pasa prácticamente inadvertida, como un cáncer. Me refiero a una crisis que con el tiempo, puede llegar a ser mucho más perjudicial para el futuro de la democracia: la crisis mundial en materia de educación» (Nussbaum, 2010: 20). La crisis, en efecto, juega un papel relevante en toda institucionalización (McLuhan, 1996) del discernimiento; empezando por recordarnos la inviabilidad de una resolución terminante —esto es, de una vez por todas e indiscutible— de aquellas categorías que manejamos (Dufourt, 1995). Nuestras categorizaciones son siempre provisionales y tentativas; clausuras parciales, no cierres definitivos. Y si los efectos desestabilizadores de cada momento crítico son su expresión también, y por esa misma razón, lo son de su renovación creadora. En este libro se ha considerado tal extremo dedicándole dos capítulos a la creación constructiva (La crisis, una oportunidad para el avance y desarrollo en el campo de la ciencia de la construcción, de Joseba García) y compositiva (La creación musical, un modo de entendimiento con la crisis, de Alberto Conde), respectivamente. Asoma por tanto la posibilidad de que la tensión constitutiva de toda crisis pueda ser percibida como una coyuntura de oportunidad en su doble faz, negativa y positiva (tal y como se apunta en La crisis: perspectivas desde el pensamiento chino tradicional, por Vicente Huici Urmeneta); perspectiva a menudo relegada a tenor de la tradición grecolatina. Sugieren las distintas contribuciones a este libro (forma social a su vez en crisis) que no cabe variación alguna sobre la crisis que no contemple las variaciones de la crisis. O dicho de otro modo, que «si no se tienen las múltiples sensibilidades de la ambigüedad, de la ambivalencia (o la contradicción) y de la complejidad, se es muy poco capaz de comprender el sentido de los acontecimientos» (Morin, 2010: 16); tal y como sintetizara la pelí15
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cula de El quinteto de la muerte (originalmente titulada como The Ladykillers), y dirigida en 1955 por Alexander Mackendric en clave de comedia negra, respecto al propio dispositivo del que se forma parte o al que se integra. Y en este sentido, no quiero dejar agradecer tanto la disponibilidad como la dedicación de quienes han participado en este libro, haciéndose cargo de su correspondiente variación y en el contexto de todas las otras. Agradecimiento que asimismo incluye a los Servicios Editoriales de la UPV/EHU por realizarme el encargo de la coordinación de este volumen, segundo de la colección «Fronteras del conocimiento», al que se ha tratado de responder concitando la participación desde muy distintas disciplinas y sus interferencias. Leioa, noviembre de 2010 Bibliografía ABRIL, G. (2003) Cortar y pegar. La fragmentación visual en los orígenes del texto informativo. Cátedra, Madrid. BAJTÍN, M. (1982) Estética de la creación verbal. Siglo XXI, México. — (1989) Teoría y estética de la novela. Taurus, Madrid. BOBBE, S. (1999) «Entre sauvage et domestique: le cas du chien errant. Une liminalité bien dérangeante» in Ruralia, n° 5: 119-133. DUFOURT, H. (1995) «Musique, mathesis et crises de l’antiquité à l’âge classique» in Maurice LOI (dir.) Mathématiques et Art. Hermann, Paris. ELIAS, N. (1990) «Los pescadores en el Maëlstrom» in Compromiso y distanciamiento. Ensayos de sociología del conocimiento. Península, Barcelona. (p. 61-152). IBÁÑEZ, J. (1993) «El discurso de la droga y los discursos sobre la droga» en VV.AA.: Las drogodependencias: perspectivas sociológicas actuales. Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología. Madrid (p. 121-138). LEROUX, N. (2008) La ciudad dividida. El olvido en la memoria de Atenas. Katz, Buenos Aires. McLUHAN, M. (1996) Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano. Paidós, Barcelona. MORIN, E. (1976) «Pour une crisologie» in Communications, 25: 149–163. — (2010) «Comprendre le monde qui vient» in E. Morin & P. Viveret : Comment vivre en temps de crise? Bayard, Montrouge (p. 8-32). NUSSBAUM, M.C. (2010) Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz, Buenos Aires. POE, E.A. (1981) «Un descenso al Maelström» in Cuentos/1. Alianza Editorial, Madrid. (p.138-157). REY, A. (2008) «Extension de la crise» in Magazine Littéraire n° 480: 106. SERRES, M. (2009) Temps des crises. Le Pommier, Paris. STENGERS, I. (2009) Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient. La Découverte, Paris.
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Capítulo 1
La ciencia en tiempos de crisis Félix M. Goñi
Hace ya dos años, al menos, que la crisis económica nos golpea sin que podamos ver bien de dónde vienen los golpes, ni hasta cuándo va a durar esta pelea. Siguiendo un guión que repite, con gran exactitud, lo ocurrido en las crisis de los 70, 80 y 90 (que yo recuerde) nuestros gobernantes y expertos oficiales han pasado de una primera fase negacionista (no hay crisis, o no la hay en Euskadi, o en España) a una segunda, diacrónica (hay crisis, pero nada comparable con la de los años equis, ésta es mucho más suave), pasando por una tercera, délfica (pronto pasará, y entonces nuestra economía será más fuerte que nunca), a la cuarta, actual, dadaísta (dada, bla, bla, bla, xiu, xiu…). Entre tanto, la mano no tan invisible sigue moviendo sus piezas, que son todas y somos todos, y el culo, totalmente visible, del común de los mortales recibe los puntapiés que merecieran traseros más altos y más rotundos. Apenas hay actividad humana que no se vea afectada por la crisis económica mundial, y, desde luego, la ciencia no es una excepción. Sin embargo, la ciencia tiene sus peculiaridades, y por lo tanto ciencia y científicos viven la crisis global de manera particular. Esto no quiere decir que la ciencia sea una actividad separada del «normal» quehacer humano; muchas, si no todas las dedicaciones humanas tendrán sus propias singularidades, la ciencia es sólo una de ellas, pero es la que ahora nos ocupa.
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¿Qué ciencia? Entiendo por ciencia, a los efectos de estas notas, cualquier actividad humana dirigida a aumentar el caudal de conocimientos de nuestra sociedad. Incluyo, pues, en el término a la ciencia básica y a la aplicada, a la teórica y a la experimental, a las humanidades, a la medicina, a la tecnología, a la innovación, y a cualquier otro sinónimo o parónimo que nuestras autoridades quieran añadir al creciente polinomio I+D+i… En una palabra, y no en dos: hablo de ciencia. Por otra parte, sin ánimo de remover los fantasmas de aquella patética «polémica de la ciencia española», voy a hablar sobre todo de la ciencia española, o más exactamente de la ciencia en España. Si hay una actividad transnacional, aparte de los manejos de la ya citada mano —relativamente— invisible, ésa es la de la ciencia. Pero la ciencia la hacen científicos y, por mucho que viajen a congresos internacionales y colaboren o compitan con colegas extranjeros, en su inmensa mayoría los científicos están radicados en un lugar, y hacen ciencia, para todo el mundo, desde ese lugar. Aquí hablamos sobre todo de los científicos que hacen ciencia en España. En otros países habría que distinguir el caso de científicos que trabajan para organizaciones internacionales, o para empresas multinacionales. Para nuestra desgracia (y bochorno), en España el número de tales científicos es estadísticamente despreciable. Ciencia y crisis en la historia En un excelente artículo publicado en la Revista de la Sociedad Española de Bioquímica el pasado diciembre1 el profesor Fernando Cossío citaba algunos ejemplos egregios de científicos que habían desarrollado trabajos eminentes en circunstancias críticas, cuando no trágicas. Así Lavoisier desarrolla una frenética actividad investigadora en los años de la «gran revolución» de 1789, Pasteur publica sus trabajos sobre la isomería óptica meses antes de que estallara la revolución de 1848, y Staudinger desarrolla la teoría de macromoléculas en Friburgo en plena era nazi, mientras el rector de su universidad, Martin Heidegger, le acusa de «pacifista oculto». A estos ejemplos podríamos añadir el de Cajal, postnoventayochista, sin medios materiales de ningún tipo, y el de tantos otros sabios que hicieron su trabajo en tales condiciones de miseria y/o persecución que invalidan el antiguo adagio que ponía el ocio como precondición de la filosofía.
1 F.P. Cossío (2009). «Crisis y ciencia: algunas reflexiones desde el pasado y el presente» in Revista SEBBM 162: 10-14.
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Sin embargo, estos casos notables son excepcionales, y no nos pueden servir de guía para establecer una política científica en la actualidad, por dos razones importantes, una, que los científicos citados en el párrafo anterior son auténticos genios, y por lo tanto no reducibles a las reglas normales de comportamiento de los científicos, y otra, que dichos científicos publicaron sus obras en plena crisis pero, al menos en los casos de Lavoisier y Pasteur, es sabido que los trabajos varían siendo madurados tiempo atrás. Estas dos circunstancias, singularidad de algunos científicos y larga gestación de las investigaciones, son importantísimos para juzgar la situación de la ciencia en la España de 2011, y las trataremos en detalle a continuación. Científicos: genios, héroes y empleados Se dice con frecuencia, y es verdad, que el noventa por ciento de todos los científicos que han existido en la historia están vivos en la actualidad. En decir que en los últimos años, digamos en los últimos cien años, por redondear, el número de investigadores en todas las áreas ha crecido de manera espectacular. Pero no sólo ha crecido su número, ha cambiado también radicalmente su perfil social: de personajes aislados que trabajaban con sus propios recursos han pasado a ser empleados o funcionarios subvencionados con fondos de los estados o de las grandes empresas. De todas formas, y antes de extendernos en este tema, debemos separar y dejar aparte la categoría de los genios. Entiendo por genio la persona con capacidades extremas y extremadamente singulares para una actividad humana específica, que no se correlacionan con la formación recibida ni con su entorno social. El genio brota de manera inesperada, con frecuencia en un ambiente indiferente u hostil, brilla con luz cegadora, y a menudo se extingue sin discípulos o seguidores directos. Todos tenemos en la mente a éste tipo de personas, sean Platón o Miguel Ángel, Newton o Beethoven. De hecho, nos vienen tantos nombres de genios a la cabeza, que podemos sufrir el espejismo de considerar la genialidad como algo relativamente extendido. Nada más lejos de la realidad. Los treinta o cuarenta nombres que nos vienen sin esfuerzo a la cabeza son prácticamente todos los genios que han existido en unos veinticinco siglos. Se ha dicho que apenas nace un genio por cada generación humana, y esta apreciación se acerca seguramente a la realidad. Los genios son tan beneficiosos para la humanidad como funestos para la elaboración de políticas científicas. Me explico. Los genios, huelga decirlo, no son personas «normales», se alejan enormemente de las capacidades medias del ser humano en una actividad concreta. Insisto en que los 19
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