3 minute read

EL TRIUNFO DE LAS PALABRAS SOBRE LA DESMEMORIA: ACERCA DEL ÉXITO LITERARIO

por Eva Castañeda B.

El éxito en la literatura puede medirse por los números de venta y buenas críticas que genera un libro o por la capacidad de éste de nombrar al mundo e identificar al lector con lo que sucede en él, por su capacidad de permanencia en el tiempo.

Cuando Dante Alighieri escribió la Divina comedia (1307), seguramente desconocía el impacto que dicha obra tendría en la literatura universal. Lo mismo debió haber ocurrido con Miguel de Cervantes, autor del libro que ha sido calificado como el más importante en la historia de las letras españolas: hablo por supuesto de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605). Ambos autores ignoraban cuál sería el destino de sus obras; incluso, me atrevo a suponer que ninguno de los dos imaginó el éxito literario que vendría después de su publicación. Aclaro que entiendo aquí el concepto de éxito literario como la buena recepción que una obra tiene a lo largo del tiempo, por la cual trasciende su momento histórico de producción y se convierte en el referente fundamental de una época o corriente literaria.

Estos libros no sólo son pilares de la historia literaria, son también la prueba fehaciente de que la escritura puede dar cuenta de las virtudes y vicios humanos. El camino que han seguido la Divina comedia y El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha es, sin lugar a duda, triunfante, pues gracias a ellas hemos entendido una época, además de ver a manera de espejo la condición humana con todo lo que de compleja tiene. Otro elemento que no puedo soslayar es el impacto que estas obras han tenido en una colectividad que difícilmente podemos definir como lectora; tal es el caso, sobre todo, de El Quijote. Los ejemplos para ilustrar lo anterior resultan vastos: pensemos en la cantidad de grabados, esculturas, citas y frases de las que la cultura popular ha echado mano; la circulación de estas muestras visuales y textuales ponen de manifiesto la apropiación que un buen número de lectores y no lectores ha hecho de este libro. No importa que la mayoría de la gente nunca haya tenido en sus manos un tomo de El Quijote, el hecho es que han aprehendido la historia y conocen lo que a su parecer resulta más significativo: el amor que Don Quijote sentía por Dulcinea, los molinos de viento y su magnificencia, la lealtad de Sancho Panza y, por supuesto, cada quien tendrá en su imaginario las desgarbadas figuras de Don Quijote y Rocinante.

Reflexionar sobre la apropiación que la colectividad hace de una obra literaria me resulta fascinante porque encuentro en ello una serie de posibilidades que difícilmente se encuentran en el llamado canon literario, entendido éste en sentido tradicional. La construcción y deconstrucción popular de un texto es un fenómeno vivo, casi orgánico, porque mide el pulso de una obra, y permitiría oponer un concepto distinto de canon: otro, intangible. Al respecto Alberto Vital señala:

“El canon intangible es el que cada quien hace y porta consigo; es el que corre de boca en boca, de epígrafe en epígrafe, de cita en cita, de adaptación en adaptación, de evocación en evocación, de semblanza en semblanza. Cabe hablar entonces de un imaginario alrededor de la literatura que no necesariamente guarda relación con lo que la alta cultura entiende como tal”.1

Si tomamos como base esta propuesta, el éxito literario estará dado entonces por la recepción, en el sentido más amplio posible, que de la obra se tiene. Un libro debe leerse y circular, debe estar en la memoria y ser de una u otra forma un sitio al que siempre se puede llegar para formular preguntas y eventualmente encontrar respuestas. De esta manera, dos posibles derroteros atravesarán el éxito: el primero relacionado con el ámbito meramente literario (editoriales, mercado, crítica, foros, reseñas, entre otros), en tanto que el segundo sería el conocimiento que la colectividad tiene de la obra, de la circulación más popular y por ello más libre. Dicho en otras palabras: el éxito de un libro está vinculado directamente a su permanencia en el mundo, pero no el mundo como abstracción o concepto metafísico, sino del mundo como el lugar de lo real, el sitio donde la vida acontece y de donde la literatura toma su materia prima.

En este texto me he remitido a un par de libros cuyo valor para las letras universales es indiscutible, pero afortunadamente la lista de obras que han trascendido el tiempo para develarnos una parte del mundo es extensa. Como prueba de ello, basta ir a cualquier obra clásica, es decir, aquellas que dan cuenta de las posibilidades infinitas de nombrar al mundo. Tal es la razón por la cual el éxito literario, por definición, es el triunfo de las palabras sobre la desmemoria.

Gustave Doré (1832-1883) fue un pintor, escultor e ilustrador francés. Sus obras más reconocidas son las ilustraciones para El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la Biblia y la Divina Comedia

This article is from: