Diciembre 2012/Enero 2013 路 ISSN 0719-2258
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editorial
LOS PELOS DE HOY Constatación 3 Los que no caminaban 4 Se necesita caucásica 5 El Último Puerto Olvidado 6 Metapoesía? Metapoesía soy yo 7 Tres sillas de madera 7 Lo mismo 9 Por amor al arte 10 Secretos vapores 10 Dientes 11 11 Yo y mi pan con mermelada 12 Estructura 14 El Ventanal Olvidado 15 Sueño latinoamericano 15 ¿Qué cosa? 16 Taxi 18 Florecer del movmiento 18 El tiempo del miedo 19 La cita 20 De la imposibilidad de la felicidad 23 Te esperé tantos años 24 Movimientos habituales que no vemos 26 Billete falso 27 Café en la floresta 28 Mapuche urbano 29 Santiago de Chile no es Chile 29 Ñiummmmprrfrfrmuchotatatatattañañañañr 29 a mar 29 Onetá 29 El disfraz prohibido 29 La columna de Franz Rasca #3 30
UN PELO PERDIDO
Revista literaria de Concepción, Chile. Estrenada en junio de 2012. Fundada para quebrar a la élite intelectual y convertirse en la feria del trueque oficial de todos quienes quieran dar o recibir literatura. unpeloperdido@gmail.com · www.unpeloperdido.com Creada por Cristóbal Araneda Acuña 2 | UN PELO PERDIDO
Camilo Torres Rojas
Recuerdo perfectamente ese día. Fue una tarde de septiembre. El sol asomaba tímido, lo suficiente para alargar nuestras sombras en ese espacio indefinido entre la media tarde y el atardecer. Un par de altísimos árboles nos llamaron la atención y seguimos su pista. Cuando llegamos a ellos, estábamos en la plaza central del cementerio. Nos vimos rodeados de hermosos y pequeños mausoleos, como casas en un silencioso barrio donde rara vez los vecinos se visitan. Caminamos entre algunas tumbas del siglo XIX, y nos detuvimos ante la imponente vista del río desde un pequeño monte, monumento a aquel general caído en batalla hace 150 años. Nos dimos una vuelta por la avenida principal mientras compartíamos historias de amigos y familiares muertos. En cierto momento, me percaté que no veía mi sombra. Me reí y me volteé para contarte, y lo que vi fue la expresión más grande de tranquilidad que jamás haya visto en alguien. Tu sombra tampoco estaba y unos pasos tras de ti, alejándonos, caminábamos ambos. Más que nada por la impresión me quedé congelado en el lugar. Unos momentos después escuché un zumbido fuertísimo y en un parpadeo, desaparecimos de mi vista. Un murmullo comenzó a elevarse. Giré mi cabeza y ahí estaban todos, riéndose, festejando, niños corriendo, dos señoras sentadas en las escaleras de un panteón, todo vibrante, un hombre mirando el cielo y fumando. Una inefable calma se apoderó de mi corazón cuando me tomaste de la mano y nos internamos en aquella tumba que ahora era nuestro hogar.
Portada: Sarai Miquel Logo UPP: Camila Albarrán
comité editorial Benedicto XVI · Mitt Romney · Yolanda Sultana · Fernando Villegas · Robert Plant · Cuāuhtémōc corrección Daniela Díaz · Ulises Lima Información sobre licencias en la página 31. Este número no se hubiera pudido publicar sin el apoyo de Para pan y libros, Sebastián Pérez y especialmente, Orcec Veșnic.
cada vez aparecen menos pelos tuyos en mi ropa
Juan Pablo Venegas 路 Constataci贸n
E
ra el primer día de primavera. A pesar de pasar todos los días por la misma plaza, nunca había notado la belleza de los botones brotando entre las ramas de los árboles. Una que otra flor ya asomaba. Los rayos de sol eran cálidos y la brisa que aun persistía se llevaba lejos las últimas hojas secas del otoño. El cuadro completo era un paisaje hermoso y de alguna forma me emocionó. Descansé en una banca para admirar el lugar pero inmediatamente mi inesperado encanto me avergonzó. Por un paso empedrado la gente transitaba cabizbaja y opaca. El andar continuo de cada uno, de pronto me hizo sentir extremadamente distante. Tan diferente que incluso soñé la existencia de solo dos tipos de personas: las que caminan y yo. Las ingenuas ideas que prosiguieron a ésta fueron interrumpidas por una suave brisa, que entre su vuelo, arrastraba un aroma nauseabundo. Pronto estuve impregnado de aquel aire. Mi cuerpo reaccionó como era debido, mi cuello apretado impedía su paso y mis ojos enrojecieron. Aferrado aún a la banca busqué en todas direcciones el motivo de aquel hedor.
hablando por teléfono. La niña, que fingía cabalgar un caballo, gritaba en busca de atención. Avancé horrorizado hasta la pequeña y la levanté de un brazo. Su madre enfurecida la arrancó de mis manos y siguieron el camino. Pude sentir sobre mis hombros las miradas fulminantes de los que por ahí andaban. El aroma putrefacto que brotaba del animal se había vuelto gentil. Su cadáver desparramado me parecía más bien alegórico y pronto me vi como responsable de su protección. Lo tomé de ambas piernas e intenté arrastrarlo fuera del paso empedrado. Los que caminaban cerca, aún le pisaban sin remordimiento. Quizás por el estado del cuerpo, las piernas cedieron antes que lo pudiera mover y la piel desgarrada por los mismos huesos dejó al descubierto la carne frágil y amoratada. La visión me pareció sobrecogedora y caí arrodillado con ambas piernas aún en las manos. La suavidad del cuerpo, el crujir de los huesos al partirse y el aroma dulce de la carne me encantaron tanto como los botones de las ramas. La facilidad del destrozo me pareció entonces cautivadora. Volví a quebrar las patas y las oculte entre mis ropas. Proseguí con el
Los que no caminaban dani vera
Para mi sorpresa el hecho se hizo inmediatamente evidente. Frente mío, en medio del afluente paso empedrado, yacía el cadáver de un asno gris. Mi asombro no podía abarcar la presencia de semejante pedazo de carne en pleno estado de descomposición. Con cierto pudor volví la mirada hacia el animal con el fin de asegurar que no se tratara de una alucinación. El hecho me pareció insólito y alarmante. Imaginaba los periódicos informando de tal escándalo. Busqué en los que caminaban alguna señal de asombro, sin embargo, pasaban junto al cadáver a marcha rápida, sin siquiera mirarlo. Lo evitaban como de si un charco se tratase y algunos se tropezaban pisándole su cola o sus patas maltrechas. Incluso un hombre que casi cae por culpa de este le rompió la quijada de un zapatazo. Los que caminaban pronto me parecieron bárbaros, casi sicópatas. El cadáver del asno, en cambio, me produjo tristeza. Una niña se le acercó corriendo y brincó sobre su lomo. A unos pasos su madre la observaba distraídamente mientras andaba de aquí para allá, 4 | UN PELO PERDIDO
resto del cuerpo pero pronto ya no tuve más espacio para seguir guardando y mis bolsillos colapsaron. La carne descubierta se desasía entre mis dedos cuando la estrujaba y acerqué un puñado hasta mi boca. Los que caminaban habían dejado de mirarme y transitaban a mi lado. Después de unos pocos bocados caí sobre los restos del animal y pronto mis dedos fueron aplastados entre los zapatos de los otros y el piso empedrado.
SE NECESITA cAUCÁSICA Leo Sand Morenita voluptuosa por favor tiñe hoy tu pelo carbonífero de falso rubio blanquecino. Poda el bosque de mi rincón favorito. Piensa en algo que te ponga nostálgica así quizás se te pongan los ojitos azules. Blanquea tu piel hasta quedar como fantasma puede ser con talco o con harina en flor, pero sin sacarte el rojo caliente de tus labios. Y entonces sonríeme como niña deseosa para expulsarme el cansancio de la pega. Esta noche no perdamos el tiempo no discutamos por celos ni por plata guardemos el pancito con tomate y pasemos directo hacia la cama porque al igual que en aquel casting universitario hoy quiero tener una mujer caucásica.
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El Último Puerto Olvidado Rodrigo Muñoz M.
Entre túmulos sinuosos e inmortales como olas que susurran mil lamentos al amparo de los bosques desolados y alejado por completo del tiempo, frio y silencioso yace entre penumbras el ultimo puerto olvidado, el ultimo puerto sin vida, destino de barcas errantes, castigo de almas vacías rodeada por sombras inmundas impuestas de cruenta agonía. El leve susurro del viento plantea una atmosfera incierta. la húmeda briza siniestra complementa los llantos eternos audibles en todas direcciones, incitándome a seguir. Negras barcas encalladas en la orilla decoran aquel lúgubre paisaje deprimente. El último puerto se acerca. Su olor nauseabundo es latente. Pestilente como el aire de los páramos malditos bajo el averno infinito de colinas crepitantes. Espeluznantes y escabrosas son las aguas que la cubren. insaciables y celosas sus mareas insalubres que de vida y de belleza se han vaciado por completo, devoradas por el eco de las almas sin consuelo. Solo el llanto y escarmiento han mantenido aquel torrente. Solo de muerte y agonía permanecen aun ancladas, Estas maderas olvidadas, Tumba de viejos navegantes que un día atracaron ignorantes ante los brazos de la nada.
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Rodrigo Muñoz M.
Metapoesía? Metapoesía soy yo
Tres sillas de madera
Rodeado de laureles y albores añejos, un dia el poeta se levanta. Respira fuertemente devorando todo a su alrededor, y finalmente se rebela.
Hay tres mujeres Sentadas en tres sillas de madera Rosa Matilde y Carmen
Eliecer Cabrera
No grita despavorido contra sus semejantes, ni se enfrenta contra la viejecilla natura. Se revela contra su oficio, contra el poeta, la poesía, y aquel intento vacío de la divinidad artística. Encontrándose solo. Temblando solo. En algún rincón de un cuarto vacío, mirando al techo, mientras se masturba. Ve las grietas de la madera y en los azares de sus formas su vida reflejadaCae en llanto. En el otro extremo de la habitación del bar Hay tres ojos mirando a las tres mujeres Juan y Modesto el tuerto Se imaginan despiertos a las tres sombras De la noche flotando desnudas hasta sus copas De vino de tres pesos para beberlas hasta la madrugada Y cuando el gallo cante tres veces el cantinero Con tres golpes en la mesa les arrebatará el ensueño Modesto a pesar de lo dicho donde pone el ojo Mata tres pájaros de un tiro No hay mujer que lo rechace y Juan ya tiene Tres divorcios a cuestas y tres hijos que lloran su ausencia Son las tres de la mañana Y con la tercera tonada Comienza la lluvia y su huída de la casa de Doña Trinidad La cantina queda en silencio Y solo unos pequeños susurros Se sienten al fondo de las mesas Es la Rosa la Matilde y la Carmen Sentadas en tres sillas de madera
Jaime Lagos M.
La de cabellos azabache Ha tomado tres cervezas En las tres horas entrada la noche La que está al costado del tercer espejo Tiene tres cicatrices en su rostro Rosa llora por su tercer hijo preso Le pide a Dios entre la tercera noche que lleva Bebiendo y el tercer Padre Nuestro Que se cumplan luego los tres años de condena Tres pueblos oscuros circundan la cantina Y tan solo tres álamos en el patio donde Maúllan los tres gatos que fueron paridos El tres de mayo junto a las tres gallinas Aquel día el poeta perdió su esencia, lo más propio de su existencia, pierde la prosa, el verso, la rima - asonante y consonante-. Desesperado. Se pregunta: ¿Qué es poesía?. lo que fuese en algún tiempo tan simple de responder. Ya no tenía el guiño romántico de antaño. ¡Yo no soy poesía, si me lo preguntas!- gritó su musa. Tiembla una ventana, se enciende una T.V., Secuestraron otro avión los extremistas. En los diarios se ratifica el Electro Circus. Nada ha cambiado. Comprende su nueva esencia. La poesía, no es poesía.
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Es ho r de ar a de apa g rastr ar la ar el fueg de as s u o y abr mir que cenizas, , los r ir pa ec so La lu na se a los nu uerdos e pero stรกn guirรก evos Es ho quem . n ra Siem o ilumin siendo la a d o d s p e cer de apag a r una re queda rรก los m misma, y de ar las co ar la luz, somb ismo rรก un e r s ra m Y de ncender tinas enos lugar va rostros. cada darm cรญo, . Es ho e esta r habi e cuenta strella. de ec a de apa t a q L c ue, g a h iรณn n visita No i ar a corr ar el fueg o r s รก e q m guirรก el m uizรกs e o, i ni po porta cu r. pero la mism smo sol, siendo l an le r c ua a mi a n jo El s o n sma. sin tu o serรก lo luna, l seg to tiemp s, u m s y cad o. irรก si iluet i s mo a a en secar brote de endo el m el ba lcรณn รก ismo . cualq cualqui luz , er ra uier st huel la en ro de do lo el asf alto. r, Alice L
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Por amor al arte Alejandro Manríquez
Donde comienza la cicatriz, ahí debo insertar la punta del dedo. Lo hago y miles de colores explotan a presión hacia afuera, manchando húmedamente la ropa de los presentes, quienes responden de inmediato con una serie de sonrientes y entusiastas aplausos. Entre la euforia del éxito, olvido que pronto mi cuerpo se vaciará completamente, dejando sólo un envase de carne sedosa y grasienta, desprovista de vida y colores. La herida se abre más y más y los colores brotan con chorros de alegria, tan conscientes de su liberación como de mi completa necesidad por evitar su inminente escape. Así, mi vida se desliza por entre la piel, acelerando sin parar el entusiasmo de los invitados. Sus copas de vino y champagne caen al suelo mientras sus coloridas vestimentas son rasgadas entre gritos de completa y libre bestialidad. Tirado como un trapo de colores yace mi cuerpo en el suelo, palpitando tan desesperadamente como un pez que intenta respirar fuera del agua. A mi derecha, tres hombres calvos y gordos muerden la pierna de un cuarto, la cual sangra y tirita ante esos afilados dientes, manchados de alcohol y canapés de queso roquefort. La sangre se mezcla sútilmente con los demás fluidos, formando un hermoso tejido de colores y texturas. Por fin, el reloj marca las doce, y los invitados se levantan, exhaustos pero alegres, dejando los rasgados pedazos de ropa, carne y quesos sobre los sillones, o colgados de los percheros. Algunos cadáveres son guardados en un improvisado cuarto de invitados, mientras otros, los más vistosos y coloridos, se cuelgan de las paredes y enmarcan con finos marcos de plata. Los últimos abrigos son retirados de sus perchas para luego salir, entre bromas y sonrisas, a las frías y grisáceas calles de Santiago. En la habitación ya vacía, mi cuerpo se desangra. Los colores comienzan a perder tonalidad, la herida se abre más y más hasta alcanzar la envergadura completa de mi abdomen. En el silencio de la sala, el único movimiento visible es el de mi corazón, saliendo lentamente por mi pecho. Y, al fin solo, contemplo los resultados de mi obra. Todo sea por amor al arte. 10 | UN PELO PERDIDO
Secretos vapores Roque Atreides
Era sólo un día más. La diferencia era, quizás, que me había cortado el cabello. Llegué a mi pega, un odioso bar en el puerto, y me tocaba turno con la cajera Carlita, la más sexy muchacha de ese antro según yo, claro. Con su cabello claro, su voz y risa endiablada, su piel blanca como pollito, su silueta carnuda, su escasa prominencia glutéica, sus atractivos excesos de piel y grasa acumulada sobre sus caderas, uuuh… ¡Me encanta! Inocentemente salí a la barra desde la cocina, mi oculta base voyerista. Me ve y me dice sonriendo ‘se te ve bien el corte’. Y no, no pude resistirme más. Me abalancé sobre ese cuerpo suelto, sobre esa hermosa sonrisa, buscando esos labios delgados tan exuberantes y esa naricita respingada. Me fui encima unos segundos tras lo cual ella me separó de sí con un empujón. Me cacheteó – lo merecía. Luego, se me tiró encima. Yo me sorprendí: tuve mis ojos abiertos unos cuantos segundos antes de dejarme llevar. Vi la sorpresa de todo el mundo: las garzonas, mis jefes, los clientes. La tomé entonces y comencé a besarla, a comerla, a recorrerla; el más exquisito e invaluable de los platos chatarra que ofrece este ¡¡MALDITO CUCHITRIL!! Pero el dónde ya no importaba; sólo el calor de su piel de teflón, y el sonido de su voz derramado, con el cual susurraba dulcemente mi nombre. –Roque, ¡ay Roque! Roque, ROQUE, ROQUE... –Sí Carlita, sí… –¡¡ROQUE!! – ¿Eh? – ¿Qué chucha te pasa huevón? ¡Tay en la luna! – ¿Ah? –Te hizo mal el corte de pelo parece... Levanté la vista. Nadie nos estaba mirando. Afuera, bullía la lluvia de agosto; el frío y la indiferencia dentro. Y mi secreta fantasía, como secretos vapores se evaporaban junto a la fritanga y al cigarrillo, por mi nariz, mis poros, mis suspiros…
Dientes
Paulina Madariaga Fue algo lento y desagradable. Comenzó simplemente como un capricho, como una especie de manía tonta que no tenía ningún sentido. Luego, sentir la lengua presionando sobre sus dientes se convirtió para Tomás en una especie de hábito inconsciente, que practicaba a todas horas e incluso dormido. No tenía ningún objeto ni finalidad: simplemente lo hacía, porque podía y quería hacerlo. Nadie lo notaba, ni siquiera cuando empezó a hacerlo cuando la gente le hablaba. Simplemente se fijaban en su rostro taciturno y sus ojos penetrantes, pero nunca notaban ese músculo húmedo y flexible recorriendo su mandíbula. Y, a decir verdad, él tampoco se daba cuenta. Eso hasta que comenzaron las pesadillas. En realidad, eran sueños bizarros, que siempre involucraban aquel movimiento que durante los días parecía tan inocente y simple. Podía notar en el surrealismo punzante de los sueños, cómo lograba arrancarse sistemáticamente cada uno de los dientes. Por alguna razón, lo asociaba al coliflor, un olor que se volvió asqueroso y repugnante para él. Tomás despertaba de esos sueños muy incómodo, pero aliviado al notar que su lengua, fiel a sus costumbres, recorría sin problemas cada uno de sus dientes, prolijos y firmes, cada uno en el lugar que le correspondía. Aquella noche no fue la excepción. Soltó un suspiro luego de comprobar que toda su dentadura estaba intacta en su boca y que todo había sido tan solo un mal sueño. Se levantó a tomar algo de agua fría en el lavabo del baño, pensando en lo mucho que se reirían sus colegas si alguna vez les contara sobre todo esa tontería. Se sintió mucho más animado y refrescado luego del sorbo de agua, por lo que realmente fue una pena cuando alzó la vista y la palidez se apoderó de su rostro, como si la piel solo hubiera dejado paso a una calavera reseca y aterrorizada con una bella dentadura confeccionada con trozos rancios de coliflor, ensangrentados. Lo peor de todo era que, un segundo antes de desmayarse, se dio cuenta de que debería pagar a un gasfiter que destapara el lavabo que ahora alojaba 32 dientes arrancados, que bajaban tranquilamente por la tubería.
David Guzmán S. Aunque me gustaría, nunca he sido asiduo a los vinos. No percibo diferencias entre módicos y costosos. Todos son vinos, saben a mierda, y punto. Me gustaría serlo porque gente que aprecio lo bebe: músicos y escritores, amigos que consiguen ser llamados como tales, y casi toda mi familia. Qué más da. Supongo que consumiendo un poco de cuando en cuando terminará por gustarme. Gregorio es un veterano poeta valparisino. Escribe en una libreta humedecida, raramente publica, viste ropa usada y poco es lo que se le entiende al hablar. Se define como un anarquista. Lo conocí hace menos de un día, bebiendo –vino- en una encantadora casa en Calen, Chiloé. No retuve su apellido, y no encontrarlo después en Google me hizo especular que efectivamente es un poeta, uno de verdad. La conversación derivó a su ideal de sociedad, una transversal. La reconocía como una utopía, pero una que podía dejar de serlo. Al mismo tiempo que lo escuchaba, no pensé en la paradoja, ni quise intervenir cuando un imbécil lo insultó exigiendo un método para concretarlo. Pensé si él me agradaba o no, si su ideología se acompañaba de principios o no, y si la libreta humedecida era su fuente de ingresos o no. “Conversando pue’. No hay voluntad”, le respondió con ojos desconsolados, no por tristeza; por impotencia. No creo en los poetas que tiran una moneda al aire para decidir escribir o esperar el día siguiente, sí en los que están listos para hacerlo, en una libreta humedecida o en lo que sea. No creo en una sociedad sin cabecillas, pero sí en una sin pirámides. No distingo entre un vino en caja y uno embotellado, pero sí entre un hombre bueno y uno prescindible. Uno puede convertirse en alguien que admiras o en un amigo que merece ser llamado como tal; el otro es una mierda y punto. UN PELO PERDIDO | 11
Dirán Es una mosca Solo un bicho y su bulla de mosca Pero es mucho para nosotros Yo y mi pan con mermelada Sobre la mesa de la cocina Un fastidioso batir de alas Sobrevolándonos Pequeño Aeroplano Terrorista Dicen que viven unas horas No entiendo el chiste Dios es muy gracioso cuando quiere Aquí viene Cae a la mesa Nos mira Somos yo y mi pan con mermelada Entonces vuela hacia nosotros Enrollo una revista La espero Que molestia hacer esto Pero somos yo y mi pan con mermelada Se acerca sin miedo No entiendo el porqué Da igual Acá está Desafiante Sin temor A una orilla de la mesa Siento un poco de asco Es una mosca Tan poca cosa No más que un bicho sobre la mesa Y la bulla Su peculiar indiferencia No consigo entender aquello La miro Está quieta No hace ruido Ya no la odio No ahora Pero somos yo y mi pan con mermelada No hay opciones ni alternativas La observo Levanto el arma Y llamándola por su nombre A un instante de acabar con su escueta vida 12 | UN PELO PERDIDO
Le leo sus derechos Tienes el derecho a morir A ser una mancha A ser disuelta en esponja con cloro A darme asco A no ser velada A no ser enterrada A no ser recordada Apaciguando mi odio humanista con tu insignificante ofrenda-sacrificio Pobre y sin astucia Tú y tus sucias patitas Tú y tu naturaleza de creación de última hora Tú y tu nauseabundo estilo de vida obra y muerte No pueden conmigo Mi revista Mi pan con mermelada Mi… ¡Paff! ¡Mierda! Nos mira desde una pared Ahora quieta Dejo el arma sobre la mesa Me siento embaucado Con odio sin usar Pero en paz Me quedo quieto Nuevamente Somos yo y mi pan con mermelada Consigo así una primera mordida Algo de té con boldo Eso fue todo Una mascada un sorbo ¡Y la muy puta vuelve al mantel! Como un proyectil Nuevamente La revista La cojo Enrollo Apunto ¡Paff! ¡Paff! … ¡Paff!
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Levanto el arma Ahora es una mancha Una mancha y patas por todos lados Mancha negra y no más que eso Punto y plano Mientras yo vuelvo a mis asuntos Bebo mi té Muerdo mi pan Quieto y en silencio Degusto la mermelada Inhalo el olor a boldo entre el vapor del té caliente Sobre la mesa So
to si
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la ábu
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(Pero qué es un pan con mermelada Sin una guerra por la soberanía de la especie Más fuerte)
ebo el té / Y
Yo y mi pan con mermelada Filipo Becerra F.
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Yo y mi pan con mermelada (p. 12), por Alejandro Méndez
estructura Mark Bowen
Era el profesor correcto, símbolo del buen criterio y la norma establecida. Alto, canoso, pocas arrugas en el rostro, contextura delgada y unos lentes que le brindaban un carácter culto. Caminaba con uniformidad, sin sobresaltos y atento -pero no paranoico- a lo que acontecía a su alrededor. El académico acostumbraba anotarlo todo en una libretita; sus apuntes, sus direcciones, sus clases, todo estaba registrado, la guardaba como el tesoro de su vida, pues su esquema estaba expuesto ahí, el esquema de su vida que tanto le costó construir.
vista de aquella huella que lo ensuciaba.
Llegó a su casa, guardó su libretita en el bolsillo izquierdo de un abrigo oscuro, ancho y exageradamente largo, en el otro bolsillo guardó las llaves, se relajó el nudo de la corbata y se quitó los zapatos dejándolos ordenadamente en su respectiva caja. Decidió calzarse unas zapatillas que de ordinario las lucia para jugar fútbol.
De pronto el profesor se puso a gritar, salió corriendo de la cocina y se instaló en el living, se bajó los pantalones y empezó a masturbarse desaforadamente, se retorcía simulando a un epiléptico y volvía a masturbarse con ansias. Se toqueteaba su miembro sin compasión, lo golpeaba y lo tironeaba, el semen no tardó en abrirse paso, corrió por todos los espacios del living manchando cada mueble, cada adorno, cada cuadro, todo. El semen se propagó igual al chorro de una regadera en el prado. El profesor siguió masturbándose y dando gritos de mono por todo el espacio, gritaba improperios a la tierra y hacia él mismo, empezó, también, a golpetear su pene contra la mesa del comedor como si se tratase de un mazo, azotaba su nobleza de arriba a abajo y gritaba a todo volumen “caso cerrado, caso cerrado”.
Se preparó en la cocina un café con leche que tomó mientras comía galletas. Entonces una migaja cayó dentro de la taza haciendo que el brebaje se rebalsara y una mínima gota color marrón saltó a la camisa blanca del profesor. El profesor miró la mancha y soltó la taza medio llena en el lavaplatos como si nada, el café con leche escurrió por el drenaje mientras el docente imperturbable no quitaba su
La locura no terminó, ni mucho menos. Cuando se desnudó corrió por toda la casa y defecó en todos los rincones que le parecieron posibles, tomó sus excrementos y los lanzó por las paredes, abrió una pan y le unto su caca encima, se lo comió, al rato vomito en un balde, el balde lo llevo al baño y lo vació en la tina en donde ya había agua acumulada, el hombre se lanzó al agua -siempre con las
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zapatillas- y se escabulló entre gargajos y agua. No contento con eso, mientras se bañaba en su peculiar mezcla, decidió contorsionarse para poder probar su virilidad, logro tocarse el prepucio y como un desquiciado abrió toda la boca para tragarse su miembro, lo consumió, lo mantuvo en su boca hasta que no pudo respirar más y lo soltó como quien escupe un caramelo sin sabor. Aun excitado salió del baño, se puso el abrigo y corrió por las calles de la ciudad, le mostraba sus genitales a todos los que pasaban cerca, poseyó a un perro vagabundo y masticó la tierra de un parque, incluso se subió a algunos techos y quiso imitar a los pájaros, pero no en el volar si no que en lanzar los desechos desde el aire. Su locura lo llevo hasta la universidad, ya iba a amanecer, abrió las puertas de la facultad con su llave maestra, nadie lo vio entrar, luego ingresó a su oficina privada y se echó tumbado a dormir como un perro. Cuando despertó a las 6:30 estaba medio desorientado, rápidamente sacó una ropa que tenía guardada dentro de sus cajones, estaba igual de pulcra y elegante que la del día anterior. Se vistió, se lavó el cabello y la cara, parecía un hombre nuevo. Simuló entrar a la facultad, saludó a todos con cordialidad, se sentó en su oficina y guardó el abrigo no sin antes sacar su libreta. Ahí se quedó revisándola, y así empezaba otro día en su perfecta y amada estructura.
El Ventanal Olvidado Ulises Medina A.
Sobre la mancha del pincel caminaré despacio, para llegar más lento a mi destino. La sombra ya no me seguirá, y dejaré que nuestro futuro sea corriente. Ahogaremos con una bolsa de plástico el fruto de nuestra locura, vaciando los frascos de tinta roja sobre el seno marchito de tu ingenuidad. ¿Hacia dónde iremos mañana? No puedo decirlo, el silencio es el tormento que merece tu alegría. La tierra sigue girando, y sigues parada ahí, desnuda frente a la ventana como si el viento y el frio invernal te fueran a traer la respuesta necesaria para que vuelvan a emanar de ti los histéricos gritos de volcán en erupción, altanera dama de las misericordias. Ya la virginidad no es tu atributo, la castidad y pureza no son dignos de tu cuerpo, tómalo por ese lado… estos cambios no son tan malos. Mejor sería que te acercaras a mí en este momento, en vez de seguir fotografiando tu hermosa fisonomía con mi mirada atónita de sátiro morboso, deseando tocar tus negros cabellos y hundirme en el sueño de tenerte a mi lado, y esculpir en tu rostro el amor desconsolado y feroz que siento por ti, misteriosa mujer.
Tus poses en la ventana mientras miras el mar, aunque tristes, me hacen sentir halagado. Sí, halagado de poder contemplar tanta belleza, feliz de poder contar con tu divina y maravillosa figura. El morbo y la codicia de poder hacerte mía contrasta con la paciencia suficiente de poder plasmar el óleo en mi tela, y ser tu Dios, y construirte, crearte, maravillosa mujer que te sientas en los curvos ventanales de mi hogar para poder contemplar el mar, y desear volver a ser una princesa albina, un ser de luz. Gracias a mis dones hoy te podré pintar, y contemplar por siempre. Y aunque aún me falta mucho… no es hora de saltar por la ventana, hoy no mi amor, porque hay cosas que me hacen falta estando al lado tuyo, y son las mismas cosas que sobrarían si tú no estás.
Sueño latinoamericano Samuel Castillo
Ayer, en la siesta de la tarde, me habló en sueños nada menos que Gabriel García Márquez. Me dijo que Macondo realmente existía, que no había sido invención de él sino que era un pequeño pueblito perdido en la selva colombiana y, sobre todo, que yo debía buscarlo para revelarle la verdad al mundo, porque Macondo estaba siendo en la actualidad explotado por una raza alienígena llamada los grintgous, y los pocos habitantes que quedaban se estaban muriendo. Bien, ése fue mi sueño. Yo estaba decido a llevar a cabo lo que García Márquez me estaba pidiendo, pero al despertar me di cuenta de lo que ridículo que había sido soñar eso, partiendo por el hecho de por qué mierda me iba a visitar en él un escritor que aún sigue vivo, si por regla general son los muertos los que visitan y hablan y dicen cosas trascendentales en los sueños. Sin embargo, en vez de olvidarme del asunto decidí que debía escribirlo. Pensé en inventar toda una historia en torno al sueño, y empezarla con algo así como “pueblo chico, infierno grande” o “los cien años de Macondo suenan, suenan en el aire”. Pero resultó ser que al final no se me ocurrió nada y pospuse mi tarea hasta hoy, que estuve reflexionando en la mañana sobre el significado de mi lapsus onírico de ayer y sobre la situación entristecedora del pueblo latinoamericano. De todos modos, hoy sigo sin nada que contar. Anoche volví a soñar con García Márquez, pero esta vez sólo me decía que volviera a leer y ahora detenidamente El coronel no tiene quien le escriba, porque si no lo hacía, iba yo también a terminar comiendo mierda. Sinceramente, no entendí bien que quiso decir ni quiero entenderlo. No espero que los sueños se cumplan, pero a veces sería bueno que algunos sí lo hicieran. UN PELO PERDIDO | 15
Ser los evangelios del & caer en los planos colecti Cuando ya ferviente Las letras querrán ser melodías Quieran ser como el viento, que despei
Ento Caigo, p Tomar vuelo es lo Volar es lo que el viajer
s io n o em e o d d nd os on e l y ca de ba d s o a n oc ig tum r n a b e e la ag o s d h t e ia n al ,s ric piro l ca ifici o ad a d c es n e rt d a e s r l a a lr e nt so e str te e sas igo a e s l vu fal esca clér ha en e e e e d d n un u g te sq d. ice don rne sea o e l a r b p lo to s, d p o sa ali óm só se ete os or o n c , n l le da ue s de cio s a q ue a e nub a vi som re e r o e a q t s e le rt l te l p a ar cil é p de sib bie ue e sig aire lo s s de ue i , b s v o Q u el ie a a q m da in s cu nt o a Q ue el c agu a l o ai o t o c t g n ! ri n o Q ue las isa nt en en eu ab imie uier d tr e Q ue la r l sa ible . l s r e os c o q Q ue sa e err ve tra da e a n s e n t l Q po el ni ra en xíge is nco am e re ue e la i t ye m s s o i u a Q br las qu raig e en el c ire e so o a d t d t s l te an e di tirm ite n e u r m e le es C o t ve l lí e c N on de irm o g ¡C lir nd to fue Sa xpa ron el E e p en D aer C
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UN PELO PERDIDO | 17
Tal parece que todo el invierno se había contenido para venir a caer hoy, sobre mí, la única silueta caminando bajo la lluvia, esquivando las pozas y el lodo, y ni siquiera puedo correr porque si lo hago mis pantalones se ensucian con pintitas de barro. No me queda más que esperar bajo la lluvia, empapado, con el mentón irritado luego de afeitarme, y se suma la lluvia, y una cortina de gotas brillantes que cae frente a mi rostro desde el pelo. Diviso un taxi a lo lejos con el asiento del copiloto ocupado, ese asiento que siempre espero esté vacío, pero la lluvia apremia, y extiendo el brazo para detenerlo con la autoridad que un brazo extendido implica, y el viento y la lluvia acarician mi mano. El taxi frena, debía hacerlo, y subo rápido, torpe, incómodo por mi estatura. Atrás está vacío y me apego a la ventana contraria intentando mirar hacia afuera entre las gotas precipitándose al pavimento, cayendo desde el vidrio empañado. Sin mirar adelante pregunto si el taxi llega hacia donde me dirijo. El conductor titubea queriendo decir que no. Pero antes de que me lo diga interrumpo su estúpido ademán y le digo que no importa, que me mojo nomás, que me deje lo más cerca posible, cancelo, y me callo. Pero yo sé que el recorrido del taxi llega hasta donde me dirijo, pero le cancelo, molesto, sin mirarlo siquiera, y en mi mente lo insulto, y le lanzo toda la lluvia de mi cuerpo entumecido. Mala clase, inconsciente. Sabe todo lo que tendré que caminar y seguir mojándome pero no le interesa, sigue parloteando con la mujer en el asiento de copiloto, y yo juro que estiro los brazos y lo agarro del cuello, y el taxi se vuelca, y qué más da si se me quita el enojo. Pero no, yo no soy así. Y en mi mente continúo insultándolo mientras percibo su mirada asechándome por el espejo retrovisor, pero yo no lo voy a mirar a él, por mala gente. Baja la mujer y la sensación de vacío absorbe en una bocanada todo el ruido del andar del taxi y de la lluvia en el exterior, y quedamos solos yo y el taxista mirándome por el espejo. Eso, así es, siente pena desgraciado. Y del silencio nace su voz como la de alguien que ha gritado por horas. Me dice que no sube hacia donde voy porque con unas monedas no va a arreglar el motor si se le estropea, y me lo dice como si necesitara escucharlo, como si quisiera oír sus excusas, si ya sé la clase de persona que es. Y no lo miro. Y mi rabia aumenta. 18 | UN PELO PERDIDO
Taxi
Sergio Villar Ledin
el papel del cigarrillo quemándose quemándose quemándose mientras mi mano viaja entre tu piel y tu vestimenta dibujando serpientes infinitas / que se cruzan sin tocarse y tú en silencio fumas mientras el papel de tu cigarrillo se quema se quema se quema y se vuelve a quemar mientras mi mano en silencio se desliza cosquilleante entre tu piel húmeda y tu vestimenta al igual que el humo viaja tambaleante entre el tabaco quemado y el papel que se quema
Florecer del movimiento Alonsso Fernández
La lluvia se evapora con el calor de mi cuerpo y la garganta comienza a picarme. Me siento cada vez más incomodo y el taxista no para de mirarme. No sé si se burla o siente vergüenza por la insensatez que ha cometido. El taxi dobla y se acerca a mi destino, y el maldito me pregunta si a la derecha o a la izquierda sabiendo que voy a la derecha, y de nuevo extiendo los brazos y con las manos le aprieto la cara y le inserto los dedos en los ojos y volvemos a volcarnos y qué más da. Pero no me voy a rebajar a su nivel. A la derecha, sí, sí lo sabías. Lo hago parar y le digo “en la esquina por favor” y todo. Me bajo y cierro la puerta despacito mientras me mira como incitándome a patearle la ventana, pero no, yo no soy como él. Ahora tendré que caminar aún más, incluso me bajo antes y le doy limosna al desgraciado.
El tiempo del miedo Jonathan Lukinovic
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F
inalmente aquí estoy. Dentro de una hora, quizás un poco menos, vendrá a buscarme. Eso creo. Eso presiento. Un adagio suena en algún rincón de esta sucia y miserable existencia. Pero saben una cosa, me siento feliz. El árbol del jardín sigue dando manzanas, el perro negro y desgarbado sigue moviéndome la cola cada vez que salgo a buscar algo que beber, algo que fumar, algo que comer. La vida, en definitiva, no es un asunto de inmaculada felicidad. Las calles húmedas y atestadas de sin sentido no son más que el paraíso no reconocido. Las mujeres sin amor, los hombres horrendos, los perros vagabundos, saben de lo que estoy hablando. Al final, espero despertarme alguna vez de nuevo entre estas mismas paredes para volver a abrir estas mismas deshilachadas cortinas, para ver algo de luz desteñida por la melancolía del mundo. Y es que todos viven el miedo de vivir cotidianamente. Y es que el panadero debe despertar cada madrugada para hacer el pan de la mañana. Los alcohólicos desterrados deben barrer las calles para ser justos con la pretensión de limpieza. Los motores de las ocho horas de trabajo mal pagado deben estar aceitados y listos para cumplir su misión. Todos deben cumplir con su misión encomendada: “El mandato divino”. Yo, en tanto, me siento en mi silla perfecta, esa que me deja deslizarme en ella y descansar. En mi mano un libro de algún poeta anónimo, en la otra un vaso de fernet y en mis ojos el preámbulo de la muerte bienvenida. Al final, todos sabemos la palabra pero no lo que significa, no lo que conlleva entre sus fauces de mujer desconocida, bella y desbocada. ¡Ah, sí!, ya la siento venir. La espero impávido, insolente, con los retazos del que alguna vez naciera como todos, del que alguna vez insistiera en conocer el éxito, ¡PUAJ!, ¡LO DEJÉ! Renuncie a la opacidad de lo cotidiano, me hice al viento sin saber donde pararía y aquí estoy. Nada especial. Nada tan inesperado. Sólo que la gran diferencia entre todas las vidas es que yo espero seguir estando malhumorado y fuerte, aún cuando las gotas de sangre de mi corazón comiencen a inundar el cuarto de mi alma. Si, eso seria algo. Por mientras sólo espero. Las teclas de una maquina de escribir se sacuden y tiemblan, la tinta maltrecha de palabras funerarias piden flores rojas, el perro fiel me mira desde afuera esperando mi muerte. Y así creo me he pasado la vida: esperando. Esperando que alguna puta corriera a mi entrepierna volcánica sin cobrar, esperando que lloviera algún licor como borrasca infernal de julio. En fin, he esperado muchas cosas sin que alguna vez haya llegado algo. El olor de una vida de interés profano se cuela por las hendiduras
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del criterio, de la moral y de la cotidianidad. Es mi bendito perfume. Me mantengo firme, me mantengo atento, mientras llega aquella dama indiferente a las ostentaciones de la vida. Ella es única. A ella es a la única que me he dignado a amar, ella es a la única que le he escrito poemas de amor y sangre y le he dedicado sacrificios y rituales dionisiacos cuando los perros aúllan el crepúsculo. A ella, sólo a ella. Se huele en el aire, conozco ese perfume. Un ramo de rosas rojas y un hasta siempre mundo. ¡Adiós mi silla perfecta!, ¡adiós mi fiel perro negro y desgarbado!, ¡adiós mis deshilachadas cortinas!, ¡adiós!, que me voy de copas esta noche, junto a ella y su vestido de lentejuelas.
La cita
Fernando Valenzuela
Es el tiempo del miedo Y nadie dijo que sería sencillo Nadie dijo nada Ni toda una vida de instrucción Te prepara para el momento Aquel pequeño instante en que El ego se desmorona Ni cien vidas son suficientes Para mirar a los ojos a tu verdugo Y la ilusión del indulto Se transforma en esperanza Y los segundos pasan Y el péndulo del reloj determina los latidos Es el tiempo del miedo, Ahora, es el tiempo Los pueblos cantan canciones a coro Afinados en tono de desesperanza Las masas arrancan sus ojos Y los arrojan al fuego en busca de calor Amputan sus manos, desgarran sus labios Y erigen con ellos fallidas fortalezas
Se repasa la historia a martillazos buscando respuestas
A tumbos y caídas intentan pararse los ilusos Con uñas y dientes contra la tierra avanzan Tratando de justificar en ello su existencia Y las masas corren a ninguna parte Buscando, Determinando culpables Enjuiciando con leyes obsoletas Merecida es la sangre, merecido es el tiempo Se dicen convencidos
Los pueblos se unifican, Se crean himnos, se erigen naciones Nuevos órdenes, nuevas conciencias Pero ya no hay nada que hacer Nadie dijo nada, nadie dice nada El silencio es la fe de los últimos tiempos Es el tiempo del miedo, ahora es el tiempo Y a las afueras de la ciudad Siguen crucificando a desconocidos
Merecida es la pena Es que no sólo las verdades destilaron veneno Y los líderes naturales se levantan Nacen de la nada Como moscas en la mierda Nacen en respuesta al miedo, al tiempo del miedo Pero ya no hay opciones, es tarde es el fin es la hora. Se devoran los emblemas, se fusionan las ideas en mezclas imposibles UN PELO PERDIDO | 21
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Hemos aceptado la idea de que el motivo por el cual los sueños siempre son una realización de deseos es que constituyen productos del sistema inconsciente, cuya actividad no conoce otra meta que la realización de deseos y que no cuenta con otras fuerzas que los impulsos de deseos --Freud, 1900
E
l señor Jahuel es un hombre joven, soltero, razonablemente sano, de barba y abundante cabellera, que se apresta a acostarse temprano en el modesto y deteriorado departamento que arrienda, pues mañana le espera una nueva y dura jornada de trabajo. Lleva a cabo el ritual acostumbrado, preocupándose particularmente de ajustar meticulosamente al máximo el volumen de la alarma del reloj digital chino imitación suizo que ha comprado, su verdadero seguro contra el desempleo que lo aterra porque sabe lo que significa, luego de tanto atraso provocado por su lamentable tendencia al sueño pesado. Al poco rato el señor Jahuel está durmiendo. Y pronto comienza a soñar. Sueña que está soñando. Sueña que suena el despertador, sueña que se levanta, se ducha, se viste, desayuna. Sueña que llega temprano a su trabajo, que es felicitado de manera irónica por su sorprendido jefe, sueña que trabaja con mayor eficiencia que nunca. Sueña que vuelve a su casa, cansado pero feliz como nunca. Sueña que ve las noticias en la televisión, que ajusta el despertador. Sueña que se acuesta y sueña que sueña. Sueña que pasa el tiempo. Sueña que su trabajo es cada vez más reconocido. Sueña que lo ascienden, sueña que lo admiran y envidian. Sueña que se casa, que tiene hijos. Sueña que vive en un barrio acomodado, que viaja. Sueña que sus hijos tienen hijos. Sueña que su nieta regalona le regala para su cumpleaños un dibujo que lo retrata, gordo y calvo, el que hace enmarcar y colocar en la cabecera de la enorme cama matrimonial.
Sueña que se deteriora. Sueña que está enfermo. Sueña que está en una cama de hospital. Sueña que uno de los monitores a los que está conectado comienza a sonar demasiado estrepitosamente, como un reloj despertador… Al despertarse, alcanza a ver cómo el sueño se va diluyendo, deslizándose por las ropas de la cama, hasta llegar al suelo y filtrarse por las rendijas del gastado piso de madera. Le da la impresión de una sustancia semicristalina, de la que arrancan ocasionales chispazos de una luz muy blanca, enmarcados en unos nubosos jirones negros. Cuando todo pasa mira al suelo, y sobre las tablas sólo ve que quedan unas pequeñas bolitas como de mercurio, que al final también se achican y desaparecen. Aterrado, comprueba que el maldito artilugio electrónico ha fallado y ha sonado una hora más tarde de lo programado. Apenas se viste y sale corriendo del departamento, sin ducharse ni desayunar, maquinando desesperadamente alguna excusa creíble para su jefe, aunque ya tiene claro que las perspectivas de conservar su trabajo en esta ocasión serán muy remotas. Por supuesto, en su apuro no repara en el pueril dibujo de un señor calvo y muy gordo que cuelga clavado en la pared, sobre su modesta cama.
De la imposibilidad de la felicidad Alfonso Cáceres R.
Sueña que jubila en excelentes condiciones. Sueña que disfruta de su familia. Sueña que enviuda. UN PELO PERDIDO | 23
Te esperé tantos años Mónica Montenegro
Durante casi una hora, lo acompañó una sensación de incredulidad que lo estocaba de cientos de recuerdos, como un flash que se dispara rápido, consecutivo y sin cesar. Aunque la tenía en frente, bebiendo ese cortado que seguía gustando de intercalar con sorbos largos de agua mineral, no lograba convencerse de que no soñaba despierto. La miraba sólo a ella, porque no había forma que pudiera prestarle atención a algo más a su alrededor. El mar podría haberse alzado monstruoso a sus espaldas y él, simplemente, no lo hubiera advertido, la intensidad de esos ojos siempre lo habían superado todo. Hablaron durante tres rápidas horas sobre todo. Se pusieron mutuamente al tanto sobre sus trabajos, sus preocupaciones, sobre sus vidas y sobre el amor, tema que ella puso sobre la ínfima mesa del café, tan ligero como quien pregunta sobre el clima. Él titubeó y no supo explicarse a sí mismo por qué. Qué más daba que ella, quien había sido su primer amor, aquel que lo volvió impetuoso, clandestino, irrespetuoso, romántico en el sentido más genuino y adicto al vodka naranja, le estuviera preguntando si ya a sus cuarenta, habían mujer e hijos. Qué más daba, volvía a aseverarse. Así que después de meditarlo internamente dos largos segundos y de procurar que ella no advirtiera su torpe nerviosismo, le contó sobre Eliana, su mujer. Ella se mostró cálida en la recepción, segura como siempre y esbozó es sonrisa infame que él jamás aprendió a descifrar. Lo felicitó y cambió el tema, él tampoco habló más sobre Eliana. El amaba a su mujer. La adoraba como el haz que lo había sacado desde la más temible oscuridad, acompañándolo hidalga y amante en su despido de un trabajo y en su renuncia al siguiente, en la operación de su sobrino, en las interminables problemáticas familiares, en sus locuras de deportes extremos a los que ella temía, en la muerte de su madre. Siempre estaba ahí, presente, inherente. La mujer que todo hombre sueña a su lado, esa era su mujer. Pero ahora era su turno así que, aunque sudoroso por ese nerviosismo que ella le causó desde la primera vez que cruzaron palabra, aún ahora, después de tantos años y temiendo a la daga que podían ser 24 | UN PELO PERDIDO
sus respuestas, hizo la misma pregunta de regreso. Ella calló algunos segundos, alzó su cabeza, vio hacia la derecha con la mirada perdida, sonrió con la maldita sonrisa indescifrable de siempre y regresó. Prefería no hablar de su vida privada. “Tú me conoces”, le dijo, y él dejó nada más que allí su infinito interés por saber quién más, cuánto más y dónde más. Luego el aire denso que las preguntas hostigosas y las respuestas que parecían serlo aún más, comenzó a disiparse. Él no podía evitarlo, se sentía junto a ella como siempre lo hizo, loco y fresco, erotizado, gracioso. Incluso le parecía verse más atractivo cuando se acercaban a una vitrina. Caminaron otra hora después de dejar el café y sólo podía pensar en que ella le seguía pareciendo increíble. A sus ojos nada había cambiado, se veía igual de sensual, igual de insinuante, como si con cada mirada estuviera provocándolo. Y él, él parecía perdido y de pronto la intrusa Eliana ya ni con la argolla que le apretaba el anular aparecía; pasaron incluso frente al supermercado y él olvidó por completo su encarecido encargo. Al llegar ella abrió mucho más que la puerta de su casa. Él sintió que su mente no sólo eliminaba cualquier culpa y que su corazón no sólo parecía más grande; a ambos perforaban las intenciones de esa mujer, la primera a quien él entregó todo, aquella que tenía todo cuanto quería junto a él, aunque tuviera que robarlo para entregárselo. La misma que un día frío de ese décimo mes le invitó un café para decirle que ya no sentía lo que se suponía que sintiera, o al menos no por él. Todavía no terminaba de entender, todavía no podía apartarse de ese nerviosismo ni dejar de temblar, cuando ella llegó frente a él a sólo un par de centímetro de distancia. Lo acosaron tantas preguntas que le hubiese gustado hacer, porque antes de eso y mientras ella huyó cinco minutos al baño, él hubo de hurgar y recopilar la máxima información que los detalles de la casa pudieron darle. Se fijó en todo, la cantidad de comida en el refrigerador, los libros del estante por si aparecía alguno que no fuera de su gusto. Incluso procuró espiar desde la puerta de su habitación y, sin encender la luz, sólo con el destello de claridad que le aportaba la lámpara de la sala, vislumbró un dormitorio que le pareció incólume y tan femenino, que no mostraba presencia masculina alguna en esa casa, al menos no una permanente.
Pero ya estaba, con o sin información, con y sin sus preguntas, con su anillo de matrimonio incrustado y extasiado del placer que le provocaba el sólo tenerla frente a sí a esa distancia, soltó un suspiro largo, lleno del tiempo en que soñó volver a tenerla, repleto de los sueños de los que odiaba despertarse, cansado de los recuerdos, frío del rencor inmenso que al dejarlo sembró en su corazón, sereno de tanto placer. La besó como no había besado en años, la tomó entre sus brazos, sutil como siempre y la llevó al dormitorio donde luego se olvidaron de la hora, del vodka que casi no probaron, de las preguntas, de Eliana y de la sutileza. Despertó confundido sobre el pequeño sofá de la sala. Frente a sí, sobre la mesa de centro, la botella del vodka y otra de ron añejado, casi vacías. Sobre su cabeza, el reloj de pared que mostraba las tres y veinticinco de la tarde. El dolor de cabeza lo abrumada al punto de casi no poder abrir los ojos y su cara la sentía tirante y pegajosa. Se levantó luego de unos minutos sin comprender nada y comenzó a caminar como pudo hacia el dormitorio, tan atontado que ni siquiera pudo advertir las manchas por sobre las que pasaba. Entró en el baño, orinó y luego se vio en el espejo. El terror, la confusión y la amnesia lo inmovilizaron. Sólo llevaba puesto el bóxer y estaba cubierto de sangre. Su cara, su pelo, el torso. Vio sus manos que también estaban empapadas del líquido a medio secar. Estaba horrorizado. Ahora, bien despierto por el miedo, al fin oyó que su celular sonaba incansablemente, aunque no podía determinar desde dónde venía el ruido. Comenzó a caminar despacio por el pasillo, temblando. Intentando recordar lo imposible. El alcohol y el rencor suelen ser pésima mezcla. Justo antes de asomarse a la habitación, oyó un fuerte frenazo afuera y el teléfono de la casa, que también empezó a sonar. Tocaron a la puerta una, dos, tres veces. Tras la cuarta no esperaron más e introdujeron la llave. Él llegó al fin a la puerta del dormitorio y del sólo espanto cayó hacia atrás y quedó sentado en el suelo sin poder moverse. La había soñado tanto, sí. Había deseado tantos años volver a tenerla.
La Decepción del Tiempo, Julio Lagos
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Movimientos habituales que no vemos
oscuridad que no deja de avanzar. Y grita: ¡Por favor, por favor que pare ya! Inmediatamente los párpados del hombre se abren. La habitación ya está en calma. El hombre se echa a llorar desconsoladamente.
El hombre ha vuelto a su hogar. Se detiene un momento ante la puerta de su departamento con la mirada fija en la cerradura. Inmediatamente saca la llave de uno de sus bolsillos del pantalón y la introduce lentamente por el agujero metálico. La puerta del departamento se abre. La mano del hombre se arrastra por la pared, oscura, fría y porosa. Los dedos del hombre presionan el interruptor de la luz. La luz entonces inunda violentamente el interior de la habitación, desnudando a las paredes que parecen avergonzadas de exhibir negras manchas de humedad, las cuales corroen la pintura blanca que las cubre. El hombre entra en el departamento, el cual solo consta de un ambiente, donde todo cabe: la cocina, el baño, la cama. El hombre cree ver algo que se mueve atrás de él. Tuerce un poco el cuello, y por el rabillo del ojo, ve que una cajonera abre un párpado café y barnizado, donde una pupila negra le mira detenidamente. Rápidamente se vuelve hacia ella, pero la cajonera ha cerrado su párpado. En sus labios se dibuja una pequeña sonrisa nerviosa. El hombre mira sus pies y sobre el piso distingue cuatro vellos púbicos que le recuerdan la soledad absoluta en la que se encuentra. Se acuclilla y agudiza la vista. Los vellos púbicos son arrastrados dificultosamente, hasta debajo de la cama, por unos extraños insectos que nunca antes había visto. Un temblor recorre su cuerpo. Rápidamente se pone en pie. Por una de sus mejillas se desliza una pequeña gota de sudor que detiene con uno de sus dedos. Maquinalmente se desviste, dejando su pesada vestimenta de trabajo botada por el suelo, arrugada y vacía de su carne. Desnudo se deja caer sobre la cama, donde gira unos momentos hasta encontrar la comodidad en la posición fetal. Sus ojos se clavan en la pared, en una de las tantas manchas de humedad. Le parece tan agradable aquella mancha, tan calma, tan alejada de todo. Desea ser ella. Pero entonces, por el borde de la cama, una mancha negra comienza a ascender, devorando a las otras manchas y a la luz que cubre la piel de las cosas que empiezan a temblar y a emitir desesperados quejidos. El traje del hombre se retuerce en el suelo como si olas de ataques epilépticos lo invadiesen. El hombre comienza a sudar y sus manos desgarran las sabanas de la cama. Cierra los párpados fuertemente, como si con ello fuese a protegerse de la
Una mañana, el hombre es encontrado muerto. Su cuerpo colgaba de un cable amarrado al tubo de la cortina de baño. Los vecinos de los otros departamentos, no aguantando el olor a descomposición que salía del interior de la morada del hombre, decidieron derribar la puerta. Una mujer que se asomó a mirar lo que sucedía, vio los pies desnudos y extrañamente ennegrecidos que se balanceaban, mientras que era descolgado por un par de vecinos. Inmediatamente la mujer corrió a llamar a la policía. Tiempo después la policía dijo a la prensa que no se encontraron motivos para la muerte del hombre. Alguien preguntó si podía tratarse de un homicidio. El policía frunció el ceño y dijo que no, pues el hombre carecía de enemigos y de amigos. Tampoco se habían encontrado razones para un suicidio. Solo se halló un delgado cuaderno donde el hombre había escrito un poema titulado: “Movimientos habituales que no vemos”.
Andrés Torres M.
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Sombra calesilla, Rosario Cárdenas
http://elculodelmaestro.blogspot.com
Billete falso El Culo del Maestro
Voy de bolsillo en bolsillo. A los niños se les aconseja lavarse las manos después de tocarme, y que ojalá ni siquiera se les ocurra jugar conmigo. Quienes más dicen despreciarme normalmente están bien abastecidos de nosotros. Soy huérfano, lo sé. Pero he aprendido a purgar mis penas en el tránsito interminable. Bolsillo en bolsillo, billetera en billetera, mano en mano. Si somos tan importantes, alguien debería tomarse la molestia de escribir acerca de nuestra historia: la de los billetes usados. Es verdad, nacimos para ser segundones, para desear la vida fantástica de nuestros hermanos legales. Aunque ambos gastemos nuestras existencias de la misma forma, sería reconfortante que alguien se tomara un minuto de su tiempo para hablar de nosotros, que intentamos hacer igualmente bien la pega: con honor y dignidad. Sé lo que dirán. Falso. ¿Siempre es así de estúpida la especie humana? Falso. Como si fuera un impostor. Como si todo el puto dinero tuviese algo de verdadero. Los billetes hemos cumplido a la perfección nuestra misión de ser la materia prima con la que el ser humano confecciona su horca. Aun así no faltan los imbéciles que me discriminan por mi naturaleza. Falso. Como si quienes más acumulan a mis hermanos legales fuesen personas tan verdaderas. Óiganlo bien: los billetes no podemos ser falsos. Falsas son las personas, que nos atribuyen más poder que a sí mismas. Nuestra vida es dura. Comienza, por lo general, en un taller alejado del centro de las ciudades. Nacemos en la clandestinidad. La mayoría de nosotros somos ahorcados antes de ver la luz, por no cumplir suficientemente bien con nuestro disfraz. Sí, el mismo disfraz que corona vuestra estupidez. Normalmente, somos implantados en billeteras vacías o semivacías de gente que sí sabría qué hacer con unos cuantos de nosotros, pero legales. En vez de eso, nuestra condena comienza cuando una mano temblorosa es la que nos destierra de nuestro sueño. Entonces somos separados y metidos dentro de una bolsa plástica, desde donde
borrosamente contemplamos cómo nuestro portador o portadora es detenida por una sarta de tipejos uniformados en cuyos bolsillos igualmente escaseamos. Pero he de confesar que soy de los rebeldes. La mayoría de mis hermanos se compra el cuento de la legalidad. Les pesa su condición de huérfanos. Yo, en cambio, me las arreglo para vivir lo mejor que puedo. Soy un billete afortunado, no lo niego. Pertenezco al bolsillo de una familia que, probablemente, jamás se vea en la necesidad de usarme. Me siento acogido aquí dentro. Ya no voy en billetera, he llegado a una bóveda. Acá converso con los legales de igual a igual. Recibo, además, el mismo trato de parte de los banqueros. Una vez que llegas aquí dentro, se acabaron las jerarquías. Soy uno más. De vez en cuando nos vamos de viaje dentro de unas bolsas estupendas y bien custodiados por guardias que visten de azul y de aspecto feroz: son nuestros lacayos, al igual que las tarjetas de crédito. Nuestra rutina es algo aburrida, pero así es la vida de quienes han alcanzado el éxito. Incluso me ha alcanzado el tiempo para hacerme el lindo con una prima: una papeleta electoral. Por supuesto, he tenido que enfrentar valientemente las críticas de mis pares legales. Nos dicen que es una cualquiera, que se vende más fácilmente que nosotros. Que es peor. Que se presta para cosas verdaderamente atroces. Que un tipo como yo, un billete falso, es un ángel al lado de una papeleta electoral. Y si ya tiene la rayita puesta, peor todavía. No hay papeleta digna, me dicen. Pero yo hago oídos sordos. Asisto todos los domingos a la misa que ofrece un billete de cien dólares. Y su mensaje es que siempre debemos darnos una oportunidad como seres monetarios. Que la sagrada unión entre billetes y papeletas electorales es la única garantía de orden y prosperidad para nuestro mundo. Y yo, como el honrado billete falso que soy, le creo. UN PELO PERDIDO | 27
Crónicas de café en grano #3, por Sergio Bueno*
Café en la floresta
*Escritor y profesor. Actualmente es uno de los directores de la SECH (Sociedad de Escritores de Chile)
secciones upp // columnas
Asimismo llevo un libro de versos, por estos senderos estrechos, en la búsqueda de aquellos días que se fueron. Quizás, los encuentre a la vuelta de la esquina.
Quietos, prisioneros en los anaqueles ordenados como para un desfile, los libros están esperando al lector que deambula en esta medialuna que corresponde a la 6ª. Feria del Libro en el Parque Forestal. Bajo un toldo de color blanco, para protegerse de los rayos del sol, que se afirma en una armazón de pilastras metálicas, hay un escenario donde poetas, escritores, cantantes, músicos tienen el propósito de entretener con la misma gracia como lo hacen los libros junto al Palacio de Bellas Artes. El café, servido entre esta fiesta del espíritu, trae recuerdos y emociones, porque siempre ha sido para mí un recorrido como ferviente enamorado, escribiendo poemas a esa joven que iluminaba con la luz de sus ojos negros. También, en el Palacio de Bellas Artes, concurría a clases de dibujo –vespertinas-, después de la jornada laboral en la Estación Mapocho como funcionario de la Empresa de los Ferrocarriles del Estado. Añoro ese tiempo como a un sueño lejano que busco revivirlo cada vez que tengo una cartulina en blanco y lápices de carbón, de colores…
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Cómo es el caracol (p. 29)
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El café es una bebida que abre surcos, alumbra recovecos olvidados y, por lo general, deja su reguera de lágrimas Ese pasado que se hunde en el fango y revive con su estela de nostalgia, hace bien como ese espejo que nos mira desde lejos. Los poetas, en el escenario de Parque Forestal, dejan sus dolores y sus quejumbres que ensombrecen esta tarde que declina y va desapareciendo… Avanzo recorriendo sus prados, bajo los árboles y, con el corazón entibiado por el café recién servido, me pierdo en la oscuridad, sin testigos, con los ojos húmedos.
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E
De ese tiempo, lejano y siempre presente, queda el sabor triste de la ausencia Pero, tan latentes y vigorosos, que los aproximo en las huellas detenidas en estos contornos. Me parece divisar a Manuel Rojas, con su estatura gigante, tranquilo, soñoliento, ante una mesa que muestra algunos de sus libros, sin la acogida esperada. Quizás la indiferencia. Pero el tiempo hace justicia. Sin duda que el autor de “Hijo de ladrón” no está. Pero, muchos cientos de personas, recorren las librerías para leer a este insigne escritor que, un día, amargado, experimentaba la apatía y la incomprensión.
Onetá (p. 29), por Alejandro Méndez
cada letra es un texto. misma letra, mismo texto.
del niño y el grito horrendo de la mujer; por algún misterioso error de coordinación, la cara del papá todavía no aparece. He disfrazado a una puta De la más pura Blanca nieves.
El problema es cuando todos disfrazan Cuando nadie destapa la verdad Es ahí cuando se debe interferir Es en ese momento ¡en ese mismo momento! Que se debe contar de vagabundos, de lo real Porque si no solo somos una burbuja En un campo de cactus Es ahí que solo mostramos una falsa y débil realidad Que a la primera crisis se cae. Que a la primera mirada de un niño A una población, se derrumba. Pero sí, a mi me gustan las putas…
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José Barra
Imagínate una noche de día miércoles tranquila serena callada CUANDO DE REPENTE a tu vecino se le ocurre hacer una tocata con bandas de niños amurrados una canción con solo de bocinas y cierran la jornada “maestros de la contru’s lonely hearts club band”.
con la lluvia poca, un kilómetro y medio de taco en la avenida, cuatrocientos veintitrés bocinazos por minuto, quinientos cuatro chicles pegados en la vereda, doscientas treinta y ocho parejas de la mano, doscientas treinta y ocho parejas disparejas, treinta y tres mil cuatrocientas veinte personas con terno, treinta y tres mil cuatrocientas veinte personas no contentas.
Santiago de Chile no es Chile, Chile no es Inglaterra, Inglaterra no es el centro del mundo y el mundo… bueno, el mundo es nuestra culpa.
secciones upp // el caracol
letras
a mar
Pero he de reconocer que drogado de
Juan Pablo Venegas
Me gusta mostrar mi realidad ácida Como chupar un limón, Me gusta ser crudo y sensible a la vez Me gusta esa poesía que te despierta con una cachetada.
lo que la mar
Tres hombres y una mujer con cáncer, cinco trabajadores de la construcción almorzando en la cuneta, once cabezas de estatuas cagadas por palomas, siete mendigos a medio morir saltando, una iglesia sin reconstruir, ocho vendedores ciegos a lo largo de la Alameda, seis carros de maní en el paseo Ahumada, una jauría de perros tras una perra en leva, tres niños en coche haciendo pataletas, dos calles inundadas
No me gusta disfrazar prostitutas de princesas Ni vagabundos de príncipes Ni casa de putas de reino mágico A mí me gustan las putas.
separa
Jorge Larrañaga
Juanito Epicuro
a mar lo une
Santiago de Chile no es Chile
El disfraz prohibido
Onetá
Llega a su casa y prende la luz, es mapuche, pero no tiene ruca, vive en departamento, es mapuche, pero no tiene cultivos, tiene refrigerador, es mapuche, pero no come piñones, toma sopa instantánea, es mapuche, pero no vive de la tierra, trabaja en un call center, es mapuche, pero sus ojos no son sesgados ni su piel morena, es blanco y de ojos grandes, es mapuche, pero no escucha trompes ni cultrunes, le gusta Bob Dylan. Solo sabe que “mapu” es tierra y “che” gente. Sin embargo siente orgullo de su gente.
Igor N.
Paula Pitriqueo
La cara del papá se asoma entre las manos con una expresión boba y sonriente, diciendo: “Aquí está” y el niño rie. No sabe por qué, pero rie. Entonces el papá esconde la cara en las manos, el niño, trata de calmar su risa y dejarla en el suspenso ¿Dónde está el papá? -Pregunta la madre. ¡Aquí está! Suelta el papá, con un grito que hace al niño sacudirse de la risa, una risa incontrolable, una carcajada que lo hace agitarse entero, las manos del pequeño se recogen de nervios y patea el aire. El papá se vuelve a tapar la cara con las manos, el niño suspira tratando de controlar la risa y guardarla para el momento indicado. ¿Dónde está? El niño ya se empiea a reir, siente cosquillas en el vientre ¿Dónde está? Las manos del papá no se separan, el niño suspira y se pone nervioso, manotea el aire y da un grito pequeño y agudo. ¿Dónde está el papá? -Pregunta la madre con una sonrisa de ternura bajo la nariz Las manos del papá se separan velozmente y el niño se asusta, la madre se queda espantada, con la boca abierta. Durante unos segundos sólo se oye el silencio, y luego el llanto desesperado
Mapuche urbano
UN PELO PERDIDO | 29
secciones upp // columnas Queridos fans, como ya os habréis dado cuenta, los dos primeros números de esta columna consistieron en presentar su tema y retomar este arduo y fatigoso trabajo de dar a conocer la Farándula Literaria, que unos pocos -más faranduleros que nadie- todavía se niegan en reconocer. Pues bien, ya es hora de empezar a trabajar (porque los intelectuales TRA-BA-JA-MOS) y a conformar este complejo mapa teórico que en la práctica todos experimentan, pero que nadie se había atrevido a desentrañar. Han sido dos meses -¡ha sido un año!- de hechos farándulo-literarios que vale la pena revisar y que ayudan a comprender el estado total de crisis, de histeria enyegüecida de la masa (¡tanta gente!) lectora/escritora: 1. Empezó el año con un incendio gigante en la octava región, es decir, ¡qué noticia más literaria que esa! 2. Subió la venta de bloqueador solar y de helados en enero y febrero (noticia extraída de Mega y Chilevisión, hay que ser rigurosos con la información y dar los créditos). 3. El que quizás sea nuestro mejor poeta, Sebastián Piñera (que no sabe muy bien el nombre de sus colegas), llegó a un 66,6% de rechazo popular, y todos sabemos lo importante que es para un poeta el sentirse rechazado, se abren tremendas zonas de creatividad (Kafka says). 4. El buen Zambra publicó No leer y tuvo un éxito rotundo: la gran masa intelectual chilena no leyó. Mal hizo. 5. Como suele pasar cerca del 18 de septiembre, se celebraron las Fiestas Patrias y una vez más nos convencimos de que como nosotros no hay, de que Chile, país de poetas y de que la literatura chilena está viva (sí, lo está, pero ¿dónde vive?). 6. Nicanor Parra ganó el Premio Pablo Neruda (antiironías del destino), lo que favoreció a todos los Parra, menos a él. 7. Baradit inauguró el Realismo Mágico 2.0, ¡pero tuvo menos seguidores que la Farándula Literaria! La noticia fue tan gravitante en las letras latinas que a García Márquez hasta le dio Alzheimer. 8. Ganó el Premio Nobel un chino que -en nuestra infinita cultura- no conocemos y que jamás vamos a conocer. 9. Óscar Hahn ganó el Nacional de Literatura, con treinta años de retraso (hay que guardar las tradiciones nacionales). 10. Hubo elecciones municipales en Chile, y no votó ni la mitad de los electores, lo que quiere decir que Parra quizás tenga más futuro que Neruda en este siglo que comienza. Si metemos todo esto en una derridiana juguera, el resultado es la necesidad apremiante que tiene el escritor (más todavía si es farandulesco) del vil dinero, que ocupará 30 | UN PELO PERDIDO
La columna de Franz Rasca #3 para comer, para tomarse un vino o para invitar a alguna fan de su brillante literatura. Problema mayor, si pensamos que el escritor -a pesar de su inteligencia- también tiene tripas y es un productor de caca como todos los mortales. Ahora bien, en el mundo de hoy el escritor tiene cada vez más problemas (habiendo superado el primero de ellos: tomar la incomprensible y demente decisión de ponerse a escribir) y por eso tiene que competir -con todas sus armas, que rara vez se reducen al mero talento- para superarlos y acceder a las migajas que pueda agarrar de distintos queques. Para entender mejor este cambio de paradigma ocuparé esta pésima analogía: hace algunas décadas, la literatura chilena era como un gran plátano que se peleaban muchos monos. Algunos, los monos más ágiles, lograban llegar a los plátanos, se los comían y botaban las cáscaras hacia atrás, para que el resto de los monos se sacara la cresta. Con el paso del tiempo, estos monos grandes fueron haciendo escuela y empezaron a repartir pedazos de plátano a sus monitos, mientras bloqueaban el camino para que otros no se pudieran alimentar y así murieran de hambre, lo que hacía reír con ganas a los monos vencedores. En todo esto había arte, palabra y gracia que encantaba a los lectores -¿a quién no le gusta ver monitos peleando? Pues bien, en alguna parte de la historia los plátanos se perdieron y los monitos olvidaron su gracia, dejándonos el panorama desolador y tedioso que domina hoy. El querido Bolaño lo abordaba en su Intento de acabar a los mecenas y en sus declaraciones de principios: el escritor está aterrado frente al hambre, esta lo paraliza. Para escribir la obra que uno quiere, que no es la obra perfecta, sino la obra honrada -aunque hable de putas, pedófilos y políticos- hay que perder totalmente el miedo a bajarse del auto, el miedo a las manos con caca, el miedo a la guata vacía. La farándula literaria actual es el refugio y la frontera de ese miedo.
Encuentra las columnas anteriores de Franz Rasca y Sergio Bueno en nuestro sitio web, www.unpeloperdido.com/columnas
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