Mujeres en las calles 2005

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Universidad Popular de Palencia: C.S. S. Antonio: Mª Concepción Lobejón Sánchez Mª Ángeles Antón Sierra

Aulas de la Mujer Aula de Cultura

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Seminario de Arte Aula de Actualidad

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Palencia, marzo 2005.


ÍNDICE

Lo que no se nombra no existe Mujeres en las Calles • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

Agustina de Aragón Anastasia Santamaría Blanca de Castilla Camino de las Brujas Carmelitas Descalzas Catalina de Aragón Clara Campoamor Concepción Arenal Concha Espina Cristina Marugán Doña Berenguela Doña Mayor Doña Sol y doña Elvira Doña Urraca Eugenia de Montijo Inés Moro Carnicero Inés de Osorio Infanta Isabel Infantas Isabel I de Castilla Jimena Díaz Juana de Castilla Las Monjas Margarita la Tornera María de Molina María de Padilla Mariana Pineda Ocho de Marzo Panaderas Paseo de la Julia Teresa de Jesús

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La situación actual de las mujeres, su creciente protagonismo en todos los ámbitos de la vida social y su aportación a la construcción de la sociedad, son hoy, hechos relevantes y centrales. Las mujeres son co-protagonistas en el desarrollo económico, social y político, lo que ha originado un profundo cambio en nuestro entorno. Son muchos los retos que aún debemos afrontar para conseguir que las leyes ya formuladas sean una realidad: eliminación de la violencia de género, igualdad laboral, reformulación del currículo educativo, revisión de la historia, etc. En este sentido, el trabajo que se presenta es el símbolo de un esfuerzo realizado para dar a conocer la historia de aquellas mujeres que nombran muchas de nuestras calles. A su vez, es el resultado de la labor de investigación llevada a cabo por diferentes grupos educativos de los Centros Sociales Municipales y la Universidad Popular. El reconocimiento y la importancia que tuvieron todas estas mujeres, está fuera de toda duda. Sirva este documento como homenaje a todas ellas.

Heliodoro Gallego Cuesta Alcalde de Palencia

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Lo que no se nombra no existe

Mujeres en las Calles, un documento que pretende dar a conocer la vida de algunas mujeres que figuran en el callejero de nuestra ciudad: reinas, trabajadoras, madres, escritoras, pol铆ticas, religiosas..., mujeres ilustres, mujeres an贸nimas, historias de vida conocidas o desconocidas, que hemos tratado de recopilar para hacerlas visibles, porque lo que no se nombra no existe. Alrededor de 200 mujeres hemos realizado un trabajo apasionante: investigar, leer, indagar, preguntar incluso a sus familiares o a quienes pod铆an aportar datos significativos. S贸lo nos queda esperar que os guste.

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Mujeres en las calles

Agustina De Aragón ¿Quién fue Agustina Raimunda María Saragossa Doménech? ¿Fue una mujer del pueblo? ¿Fue un mito? ¿Una heroína? Veréis, esta mujer es Agustina de Aragón que dicen que nació en Barcelona el 4 de marzo de 1786 y murió en Ceuta el 29 de mayo de 1858. Quizás, sea sin duda, una de las figuras más representativas de la resistencia del pueblo aragonés contra las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia. ¡Tantas cosas se cuentan de ella!... Su popularidad surge a raíz de un episodio ocasionado el 2 de julio de 1808, llevando víveres a la batería del Portillo. Aquí presencia un ataque de los franceses y la muerte de todos los artilleros que sirven un cañón, lo que deja una brecha abierta por la que puede entrar la columna francesa. Ante esta situación, Agustina arranca de las manos del sargento muerto, el botafuego que iba a aplicar a la pieza en el momento de caer, y sin vacilar, da fuego al cañón disparando contra los atacantes. No es de extrañar que Francisco de Goya, en su serie los “Desastres de la Guerra”, plasmara tan bien e inmortalizara la figura de esta mujer con el grabado titulado “¡Qué valor!”, en el que aparece la joven Agustina junto a la pieza de artillería disparada. El General Palafox presente en el episodio, cogió las jinetas del sargento muerto y las colocó en el hombro de Agustina. Posteriormente, estuvo destinada como sargento “de plantilla” en la batería de la Puerta del Carmen, lugar de frecuentes combates durante ambos sitios. Finalizada la guerra es recibida en Madrid por el Rey Fernando VII quien le conforma el empleo de subteniente de Infantería. Más tarde se trasladó a Ceuta, donde prestó servicio en el Regimiento de Infantería; permaneció como Subteniente hasta su retiro por edad. No debe sorprendernos ver, en muchas ciudades de nuestra geografía nacional, calles en honor a Agustina de Aragón; es el reconocimiento del pueblo español, al tesón y al valor de esta heroína.

Anastasia Santa María Anastasia Santamaría fue la esposa de Eugenio Díez, relojero y campanero, que en 1880 construyó el reloj que quedó instalado en el nuevo Consistorio de la Plaza Mayor. Su hijo, Moisés Díez Santamaría, montó el de la Catedral de Palencia a principios del siglo XX y en febrero de 1924, las campanas de San Miguel. Así mismo, Díez Santamaría, ampliando el horizonte industrial de su padre, montó una fábrica de relojes y campanas en la zona del actual Barrio del Ave María, siendo especialmente solicitados por sus clientes los de torre, recibiendo pedidos de varias naciones de Europa y de Hispanoamérica. 6


Anejas a la fábrica, se construyeron unas viviendas conocidas popularmente como “Casas de la Campanera”. A petición de Moisés Díez Santamaría, el Ayuntamiento acordó el 26 de noviembre de 1924, dar los nombres de Anastasia Santamaría y de Eugenio Díez, a las nuevas calles surgidas con la construcción de viviendas en terrenos que eran de su propiedad, pasadas las vías. En la actualidad, la calle sólo conserva el nombre de Anastasia Santamaría.

Blanca de Castilla Nací en Palencia, en 1188 y mi muerte se produjo en Moubuisson, en el año 1252. Soy hija de Alfonso VIII, rey de Castilla, y de Leonor de Inglaterra (hija de Leonor de Aquitania, hermana de Ricardo Corazón de León y de Juan sin Tierra). Fui reina por casualidad. En realidad era mi hermana Urraca la elegida por mi abuela, Leonor de Aquitania, para que fuera esposa del rey Luis VIII de Francia; pero su nombre era malsonante a los oídos de la lengua francesa, eso decían. Como el matrimonio era fruto de un tratado firmado, fui yo, Blanca, la que ocupó el trono francés. Cuando mi esposo comenzó a reinar, yo como reina consorte, disfruté de una amable pausa de tranquilidad, fueron tres años de felicidad y calma. Tuve 8 hijos vivos y 3 murieron al nacer. A la muerte de mi esposo, el rey, me hice cargo del gobierno del país debido a la minoría de edad de mi hijo, el futuro rey Luis IX. Reiné bajo las presiones de los señores feudales, que querían deshonrarme, pero con energía y firmeza conseguí disolver la Liga que habían creado. Utilizaron muchos argumentos para desprestigiarme, como: que pasaba el dinero del Estado “más allá de los montes”, queriendo arruinar el tesoro real; que me rodeaba de servidores españoles y que no educaba bien a mis hijos. Ante tanta impopularidad, ¿qué postura tomar?. La respuesta fue la lucha, la lucha con esfuerzo, sin decaer ni un momento. Así pude, satisfecha entregarle a mi hijo, el día de San Marcos, cuando Luis cumplía 21 años, un reino tranquilo y unido. El 12 de junio de 1248 mi hijo Luis, el rey, junto con sus hermanos, deciden marchar a la VII Cruzada. Intenté convencerle de que no fuese, utilizando todas las armas posibles, la enfermedad, el calor, el agua…, pero fue inútil. Y asumí la regencia del país por segunda vez. Tenía ya 60 años, me sentía débil y cansada. Entre la rutina cotidiana de informes, audiencias, problemas de gobierno, el 8 de febrero de 1250, recibo la noticia de que el rey es hecho prisionero. Solicité ayuda al papa, a los nobles y a las ciudades, pero me fallaron. Al fin logré reunir algunas provisiones, pero la mala fortuna impidió que llegasen a su destino; la mayoría cae en manos de los corsarios. No volví a ver a mi hijo Cuando presentía que la hora de mi muerte llegaba, ordené que me llevasen al Louvre para esperarla vestida con hábito de monja. Dije a todos los que me rodeaban que me pusieran en el suelo e inicié la oración de los agonizantes y recé hasta el fin.

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Camino de las Brujas “Y no me tienen por médico, que, como mujer, prefieren tenerme por charlatana que cura, o por partera, o por amortajadora, o por alcahueta que tiene remedios para males de amores y conjuros para atraerlos. Por ser mujer te atraes el aprecio de los hombres para dentro del lecho, si eres hermosa, y el desprecio de los mismos para su afuera, si eres sabia”. Ángeles Irisarri y Magdalena Lasala. Moras y cristianas. “En cuanto alguien actúa de forma incomprensible por su edad, sus costumbres o su forma de vida, se le acusa de brujería. Si además esa persona es una mujer que vive sola y, por ende, vieja y fea o con algún defecto físico, se le culpa de las plagas, la enfermedad del ganado, el piojo de las gallinas, las tormentas o las sequías, de las enfermedades e incluso de la muerte de personas y animales”. Toti Martínez de Lezea. La herbolera. Desde finales del siglo XIV hasta el siglo XVIII, Europa se ve infectada de denuncias sobre brujería. Miles de personas sospechosas de esta práctica (la mayor parte mujeres), eran detenidas y sometidas a interrogatorios y torturas, tanto por las autoridades civiles como por la temible Inquisición. En 1484 el Papa Inocencio VIII emitió la Bula Summis Desiderantes Affectibus, denominada Bula Bruja. Esta Bula llegó a ser ley para toda Europa y fue la base legal para que la Inquisición pudiera castigar y exterminar a todas las supuestas brujas. No sólo la iglesia católica mantuvo estas prácticas; los reformistas protestantes como Lutero y Calvino, también querían ver a las brujas quemadas o exterminadas. Los hijos eran obligados a denunciar a sus padres, los maridos a sus mujeres y los familiares y vecinos entre sí. Se pagaba a los testigos para que declararan. Se inflingieron torturas inhumanas para forzar la confesión y los inquisidores no dudaban en traicionar sus promesas de perdón a aquellos que reconocían su culpa. Surgió una clase profesional de cazadores de brujas que reunían las acusaciones y después ponían a prueba a las personas sospechosas de brujería. Se les pagaba una recompensa por cada fallo condenatorio. La prueba más común consistía en la punzadura. Se suponía que todos los brujos y brujas tenían marcas en alguna parte de su cuerpo, hechas por el diablo, que eran insensibles al dolor. Si se encontraba alguna de ellas, se consideraba muestra de brujería. Entre otras pruebas estaban los pezones extra, que supuestamente servían para amamantar a los espíritus siervos, la imposibilidad de llorar y el fallo en la prueba del agua. En esta última, si una mujer se hundía cuando era arrojada en un tonel de agua, se la considerada inocente; si flotaba, era culpable. Existen muchas historias y mitos sobre brujas. Se decía que las brujas se reunían en sitios apartados durante la noche, que celebraban extraños ritos y danzas en las noches de luna llena, en los solsticios de verano e invierno, conocidos como aquelarres. Acudían a la cita volando en sus escobas después de untarse el cuerpo con un aceite especial, hecho con fórmulas secretas. En sus reuniones aparecía el diablo en forma de macho cabrío y en ellas realizaban su pacto satánico, orgías sexuales, sacrifico de niños, negación de la fe junto con la inversión de los valores del culto cristiano, introducción del caos en el orden divino, social y simbólico de las asustadas poblaciones. A las brujas se les atribuían poderes de todo tipo, como transformar a los hombres en animales, cocinar pociones mágicas, causar el mal de ojo, provocar naufragios, transformarse en animales (especialmente gatos negros), etc.

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Todos los pueblos antiguos creían, y algunos creen, en la existencia de personas con poderes especiales, hechiceros, magos o brujos. Se les temía y, al mismo tiempo, se les buscaba. Eran las sacerdotisas y sacerdotes de las tribus, quienes mediaban entre los dioses y los humanos, resolvían litigios, curaban, guiaban, predecían el futuro… Uno de los objetivos de la Iglesia católica, a medida que va cobrando poder, va a ser acabar con las prácticas paganas y con las sectas religiosas que ponían en solfa sus preceptos. La actitud de la Iglesia empezó a endurecerse conforme fue fortaleciéndose lo suficiente como para luchar abiertamente contra las antiguas creencias. Así mismo, hemos de tener en cuenta dos aspectos fundamentales para entender la caza de brujas: -

La tradicional función que las mujeres cumplían como curanderas, sanadoras, comadronas y conocedoras de plantas medicinales que las situó en el blanco de los ataques, en muchos casos de los médicos titulados que veían con recelo el hecho de que las mujeres prefirieran ser atendidas por otras mujeres.

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El creer que las mujeres estaban más cerca de hechizos, encantamientos y espíritus porque “al ser más débiles en mente y en cuerpo”, al igual que Eva, eran presa fácil del diablo.

No sé sabe con exactitud el número de mujeres ejecutadas pero debió ser muy elevado. El historiador E. William Monter ha denominado estos siglos como una época de “misoginia letal”.

Carmelitas Descalzas La Orden del Carmen fue fundada en las laderas del Monte Carmelo, en Palestina. Hacia 1156 un cruzado calabrés (o limosín), san Bertoldo, se retira al monte Carmelo, habitado por anacoretas sometidos a la regla de san Basilio. Su origen es sencillo, modesto, sin relieve. Un grupo de cruzados, penitentes y peregrinos dieron vida a esta Orden. El primer documento histórico que se posee es la Regla albertina recibida hacia 1209. La regla definitiva lo fue en 1245 por Inocencio IV. La regla prescribía: levantarse por la noche, abstinencia, ayuno y práctica del silencio y la pobreza. Tierra Santa fue siempre lugar de peregrinaciones, pues los cristianos de todos los tiempos sentían ansias de visitarla. A escritos de peregrinos o palmeros debemos el primer testimonio claro y explícito acerca del Monte Carmelo. En esta misma montaña se encuentra la Abadía de Santa Margarita; detrás de ésta viven los eremitas latinos llamados Hermanos Carmelitas. Así pues, documentos pontificios mencionan el título mariano dirigido desde Lyon por el papa Inocencio IV, el 12 de julio de 1247, al Prior y a los hermanos de Santa Mª del Monte Carmelo. Otros papas, en varias de sus bulas o decretos a lo largo de este siglo XIII, darán a la Orden este título mariano. A partir de mediados del siglo XIII abundan los documentos pontificios. Casi todos los papas hablan del marianismo de la Orden del Carmen y la recomiendan a reyes, príncipes y obispos, a la vez que elogian su labor.

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Será en el siglo XVI cuando Santa Teresa de Jesús reforme la Orden Religiosa de las Carmelitas Descalzas, cuyos preceptos aplica a su propia persona. Movida por la fuerza del espíritu y el dinamismo de sus gracias místicas, funda en Ávila (1562) el primer convento reformado del Carmelo. Su propósito es formar pequeñas comunidades contemplativas dedicadas a la oración por la Iglesia y sus necesidades, en pobreza y retiro. Las reformas que hizo fueron aprobadas por el director de la Orden y en 1567 le permitió fundar otros conventos similares para religiosos. De esta manera, con San Juan de la Cruz y Antonio de Jesús, fundaron el primer convento de Hermanos Carmelitas Descalzos. En 1580, años antes de morir Santa Teresa, las Carmelitas Descalzas recibieron el reconocimiento del papa como Orden Monástica independiente.

Catalina de Aragón Catalina de Aragón era la hija pequeña de los Reyes Católicos. Fue una joven excelentemente educada, que hablaba y leía en latín. Nació en Alcalá de Henares en 1485. Al cumplir los 15 años, se embarcó hacia Plymouth desde donde emprendió trayecto hasta Londres para casarse con Arturo, hijo de Enrique VII de Inglaterra, fundador de la dinastía Tudor; causó más impresión a su maduro suegro que a su joven esposo. Tras la boda fueron enviados a Gales, pero a los seis meses, una epidemia se llevó a Arturo, dejando viuda a Catalina. Fue prometida al nuevo príncipe de Gales, Enrique, que sólo tenía 11 años. El propio Enrique VII, al quedar viudo, quiso desposarla, pero Isabel la Católica vetó ese enlace. A la muerte de Enrique VII, el nuevo rey, Enrique VIII, mostró su deseo de casarse cuanto antes con la princesa española. Veintitrés años tenía ella y él acababa de cumplir dieciocho. Catalina, en los años que le dejaron, fue una reina adorada por el pueblo y respetada en la corte. Ella en persona cabalgó al frente de las tropas de reserva que derrotaron y dieron muerte al rey de Escocia en 1513. De su matrimonio sólo le sobreviviría una hija, Mª Tudor. La ausencia de un sucesor varón provocó malestar en una Inglaterra que aún recordaba la Guerra de las Dos Rosas. Enrique VIII, enamorado de Ana Bolena, pidió el divorcio alegando que el matrimonio se había realizado entre cuñados. La negativa de Catalina y las presiones de Carlos V, impiden que el papa Clemente VII conceda el divorcio. El rey rompe con la iglesia de Roma y en 1533 se casa con Ana Bolena. Catalina fue confinada sucesivamente en varios castillos. Muere el 7 de enero de 1536.

Clara Campoamor “Mi ley es mi lucha” dijo Clara Campoamor a lo largo de su vida, y se puede decir que pocas personas ejemplifican tan bien esa frase como ella. Su convencimiento por conseguir una España donde la cuna fuera un origen, no un destino, y donde 10


la Ley no fuera un castigo sino un amparo1 lo lleva a efecto en todas las actuaciones sociales y políticas que realiza a lo largo de su vida. Nace el 12 de febrero de 1888 en Madrid. Su padre era Manuel Campoamor Martínez, contable de un periódico madrileño, nacido en Santoña. Su madre, Pilar Rodríguez Martínez, era modista. Tienen tres hijos, de los cuales vivieron dos, Clara e Ignacio. Su padre muere siendo Clara una niña, por lo que deja la escuela para ayudar a su madre repartiendo ropa. Más tarde trabaja de dependienta en una tienda y a los 21 años saca las oposiciones para auxiliar del Cuerpo de Correos y Telégrafos, trasladándose a trabajar a San Sebastián. En 1920 es destinada a Madrid, decide dejar el trabajo de telegrafista y se presenta a las oposiciones para profesora de adultas del Ministerio de Instrucción Pública; las gana con el número uno. Sólo puede enseñar taquigrafía y mecanografía ya que no tenía el Bachiller, por lo que decide estudiar mientras sigue ayudando a su familia. Trabaja como mecanógrafa en el Ministerio de Instrucción Pública y como secretaria del Director del diario maurista La Tribuna. En este puesto, Clara conoce a mucha gente vinculada a la política y esto le hace interesarse por ella. Con 33 años comienza sus estudios de Bachillerato y la carrera; termina ambos en tres años. Con 36 años se convierte en una de las pocas licenciadas españolas. Obtiene su ingreso en la Academia de Jurisprudencia y en el Colegio de Abogados. Cinco años más tarde comienza a ejercer como abogada y a defender más activamente la igualdad de las mujeres y su posicionamiento político a favor de la República. En 1923 se produce el golpe militar de Miguel Primo de Rivera, que Alfonso XIII acepta ante las convulsiones sociales del país. Republicanos, socialistas y regionalistas de izquierda, luchan unidos contra la monarquía. Ella se enfrenta a la dictadura de Primo de Rivera rechazando puestos y honores que éste le ofrece, fiel a sus convicciones republicanas. Ante la estupefacción del movimiento sufragista, es con la dictadura de Primo de Rivera cuando se concede el derecho al voto a las mujeres en 1924, aunque con muchas restricciones: sólo podían votar las mujeres solteras (salvo que fueran prostitutas), viudas y algunas divorciadas. Las elecciones se convocan para el año 1925, pero a pesar de las campañas de las organizaciones feministas impulsando el voto femenino, esas elecciones nunca se celebran. Como dijo Clara Campoamor: “Lo que le concedió la dictadura a las mujeres fue la igualdad en la nada”. Años más tarde, ante el triunfo de socialistas y republicanos, el rey para evitar una lucha civil, abandona el país. El 14 de abril de 1931 se proclama la II República, convocándose elecciones a Cortes Constituyentes. Un decreto permite a las mujeres mayores de 23 años y a los curas, ser candidatos. Es decir, podían ser elegidos pero no elegir. De los 470 escaños sólo dos fueron ocupados por mujeres; Clara Campoamor, por el Partido Radical, al que ella se afilia por ser “republicano, liberal, laico y democrático” y Victoria Kent, por el Partido Radical Socialista. Clara Campoamor se convierte en la primera mujer que interviene en España en la redacción de una Constitución, formando parte de la Comisión Constitucional integrada por 21 diputados, donde defiende derechos fundamentales para la consecución de la igualdad de las mujeres. Su labor más brillante y trascendente fue el debate del artículo 34 de la Constitución, que en su segunda parte tenía que 1

CAMPOAMOR, Clara: Una mujer, un voto, El Mundo, 26/04/1998. 11


definirse sobre el sufragio femenino. Aquí es donde su trayectoria vital se reafirma al tener que enfrentarse a fuertes resistencias, incluso entre los miembros de su propio partido. La oposición al voto femenino por parte de la izquierda se fundamentaba en la idea de que la mujer estaba más influida por la Iglesia y esto iba a favorecer a la derecha. Las palabras de Clara fueron contundentes: “Lo que os pasa es que medís al país por vuestro miedo (...) y englobáis a todas las mujeres en la misma actitud (...); decís que la mujer no tiene preparación política (...) y, de los hombres, ¿cuántos millones de ellos están preparados? (...) Los hombres tampoco están preparados ni ciudadana ni políticamente en España (...); no habéis tenido tiempo de educar a los hombres siquiera y claro está que no podéis hablar de educar a las mujeres”2. Tras un largo y duro debate, Clara Campoamor consigue el derecho al voto de las mujeres con el apoyo de la minoría derechista, la mayoría del PSOE y algunos republicanos. En 1931 se concede el derecho al voto a las mujeres en España. Habrá de pasar tiempo aún para que a Clara se la reconozca el valor de esta conquista. En 1933 las españolas votan por primera vez, pero al ganar las elecciones la CEDA, toda la izquierda le culpa de la derrota. Ella no consigue renovar escaño y en 1934 abandona el Partido Radical por su subordinación a la CEDA y por los excesos en la represión del golpe revolucionario de Asturias. Los obstáculos políticos a los que se ve sometida continúan; cuando solicita ingresar en Izquierda Republicana es sometida a la humillación de la apertura de un expediente y a la votación pública de sus admisión, que fue denegada. Tampoco entró en las listas del Frente Popular, que ganó por una mayoría más amplia que en 1933 y, evidentemente con el voto femenino. Nadie le pidió disculpas. En 1935, escribe Mi pecado mortal: el voto femenino y yo, donde relata toda la lucha parlamentaria. Con la Guerra Civil se exilia a París donde publica La revolución española vista por una republicana. Vivió en Buenos Aires durante diez años y se ganó la vida traduciendo, dando conferencias y escribiendo biografías de Concepción Arenal, Sor Juana Inés de la Cruz y Quevedo, entre otras. En 1955 se instala en Lausanne (Suiza) trabajando en un bufete hasta que pierde la vista. Murió en abril de 1972 y mandó que sus restos fueran incinerados en San Sebastián.

Concepción Arenal Concepción Arenal nace en El Ferrol, el 31 de enero de 1820. Su madre, doña María Concepción de Ponte, descendiente de una familia de nobles de título, la infunde una férrea educación religiosa. Su padre, a raíz de la Guerra de Independencia, se hizo militar y participó en varias contiendas bélicas. Su ideología liberal y su posicionamiento en contra del régimen absolutista de Fernando VII, le llevan a prisión en varias ocasiones; allí cae enfermo y muere con sólo 39 años. Este hecho condiciona el intenso compromiso social de Concepción Arenal. Tras la muerte de su padre, va con su madre y su hermana a Madrid para estudiar en un colegio de señoritas. Allí se da cuenta de que la educación para las mujeres

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LAFUENTE, Isaías: Agrupémonos Todas. La lucha de las españolas por la igualdad, Edit. Aguilar. Madrid, 2003. 12


era muy limitada, de modo que comienza una formación autodidacta, leyendo todo aquello que caía en sus manos. En 1841 muere su madre. Concepción dice alguna vez: Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen. Este pensamiento cobra sentido cuando en 1842, se disfraza de hombre para poder entrar en las aulas de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid y participar en tertulias políticas y literarias, haciendo posible una formación que de otro modo le estaría vetada. Termina la carrera y en 1848, se casa con el abogado y escritor Fernando García Carrasco, al que conoce en su paso por la Universidad. La pareja tiene varios hijos que mueren a temprana edad. Sólo les quedará un hijo, Fernando. Durante su matrimonio, ambos trabajan en el periódico La Iberia, donde Fernando llega a ser editorialista y redactor. En 1875 muere su marido y Concepción decide trasladarse a Oviedo. Más tarde, tras vender sus bienes de Armaño por dificultades económicas, va a Potes, capital del valle de Liébana, donde funda el grupo femenino de las Conferencias de San Vicente de Paúl para ayuda de los pobres. Concepción es reconocida a lo largo de su vida en numerosas ocasiones. En 1861 la Academia de Ciencias Morales y Políticas, le premia por su memoria La beneficencia, la filantropía y la caridad, siendo la primera vez que la Academia premia a una mujer. En 1863 se convierte en la primera mujer que recibe el título de Visitadora de Cárceles de Mujeres. Así mismo, se le nombra Inspectora de casas de corrección de mujeres. En 1869 se incorpora a la Junta Directiva del Ateneo de Mujeres. En 1870 funda en Madrid la revista La Voz de la Caridad en la que se tratan temas sociales. Escribe también en numerosas revistas especializadas, tanto en España como fuera de ella, por sus conocimientos de francés e italiano. Firmó artículos en la prensa gallega y en la de la emigración a Cuba. El trabajo periodístico lo compagina con otras actividades; funda en 1872, la Constructora benéfica, una sociedad filantrópica que construía casas baratas para obreros. Son muchas sus aportaciones a la historia de la medicina hospitalaria: en la curación de enfermos, la asistencia sanitaria y psiquiátrica, la higiene, y sobre el papel de las mujeres en las diferentes instituciones relacionadas con la cura de personas enfermas. Organiza La Cruz Roja de Socorro para los heridos de la Guerra Carlista y está como voluntaria durante varios meses, al frente de un hospital de Miranda de Ebro. Su obra literaria es amplísima: Estudios penitenciarios, Cartas a los delincuentes y El visitador del preso, componen la trilogía de su pensamiento penalista, por la que se la proclama una autoridad internacional en materia penal, creando su propia doctrina. En aquellos años se le reserva un lugar de honor en todos los congresos penitenciarios de Europa y de Estados Unidos, en los que participa sin estar nunca presente, pues no quiso salir del país. Parte de su pensamiento como penalista social, se recoge en la frase: Abrid escuelas y se cerrarán cárceles. Es una de las primeras feministas españolas, siempre luchando por la equidad entre hombres y mujeres. Ella dice: La sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano. Su preocupación por la condición femenina le lleva a escribir La mujer de su casa (1881), El estado actual de la mujer en España (1884), y La educación de la mujer (1892), cuestionando que el papel de las mujeres se restringiera a cuidar niños y al hogar. Aboga, sobre todo, por la educación como principal medio para acceder a las mismas oportunidades que los hombres. 13


Sobrepasados los setenta años, vive con su hijo. A inicios de 1890, Concepción Arenal decide cambiar su residencia a Vigo, donde se agravan sus dolencias. Muere allí, el 4 de febrero de 1893. Después de muerta, su hijo costea la publicación de sus obras completas en veintitrés tomos. “Mi vida ¿a quién importa? ¿Quién soy? una hoja caída que un día barrerá el huracán (...)” Concepción Arenal

Concha Espina y Tagle Nace en Santander el 15 de abril de 1877. Es la séptima, de una familia de 11 hermanos. Su madre, doña Asunción Sánchez de Tagle, era noble de Santillana del Mar. Su padre, Víctor Rodríguez de la Espina, asturiano dedicado a los negocios marítimos. De ambos progenitores toma sus segundos apellidos para su nombre literario. A los trece años comienza a escribir versos, a instancias de su madre, y el catorce de mayo de 1888, el periódico El Atlántico de Santander publica poesías suyas con el seudónimo Ana Coe Snichp. A lo largo de su vida, cuando colabora con otras publicaciones, llega a usar cinco seudónimos. En 1891 fallece su madre y al año se trasladan a Ujo, Asturias, donde el padre trabaja como contable de minas. Esto le permite adquirir un profundo conocimiento de los mineros, que posteriormente reflejará en su obra maestra El metal de los muertos (1920). El 12 de enero de 1893, se casa con Ramón de la Serna y van a vivir a Chile. Al año, nace su primer hijo, Ramón y en enero de 1896, Víctor. Concha escribe sobre el desastre colonial, hecho que le impresionó profundamente, y en El Correo Español de Buenos Aires se publican sus poesías. En 1898, vuelven a España, sigue colaborando con el periódico, escribiendo ya en prosa. Cuando este periódico desaparece, a Concha se le ofrece trabajar en otros diarios españoles de Madrid (La Atalaya, El Cantábrico...) y de otras ciudades. En 1900, viviendo en Mazcuerras, nace José, que fallecerá muy pronto, y en marzo de 1903, nace su única hija, Josefina. En 1907 da a luz a Luis, su último hijo. En 1909, coincidiendo con la publicación de su primera novela, ella se traslada a Madrid y Ramón a Méjico, el matrimonio se separa. Su primer libro es una recopilación de sus ensayos poéticos, titulado Mis flores, lo publica en Valladolid en 1904. En 1907, publica Trozos de vida, colección de cuentos y artículos. Su primera novela, La niña de Luzmela (1909), revela aún más las poderosas dotes de observación y sus excelentes descripciones de paisajes y personajes. A esta novela le sigue Despertar para morir (1910) y poco después Agua de nieve (1911), considerada como una de sus mejores obras, tanto por su estilo como por lo variado e interesante de su acción. En 1914 publica La esfinge maragata, destaca por la exactitud de las descripciones y la riqueza del lenguaje por la que la Academia Española le concede el Premio Fastenrath. Otras novelas suyas, son: La rosa de los vientos (1916), Al amor de las estrellas (1916), en la que recuerda a 14


las mujeres del Quijote, Ruecas de marfil (1917), Pastoreiras, poemas en prosa. En el metal de los muertos vuelve a asuntos de su predilección, abordando un problema social, el de la minería. También publica Dulce nombre, Cuentos y Simientes y el drama El jayón, premiado también por la Academia Española y traducido al italiano y adaptado a la escena lírica. En 1920, Concha, Emilia Pardo Bazán, y Blanca de los Ríos, formulan una petición para que le sea concedida la Gran Cruz de Alfonso XII a la famosa actriz María Guerrero. En 1924 le conceden el Premio de la Real Academia Española por Tierras de Aquilón, a esto se une su nombramiento como hija predilecta de Santander y le es otorgada la Orden de Damas Nobles de María Luisa. El ayuntamiento de Santander le erigió un monumento diseñado por Victorio Macho. En 1927 se le otorga el Premio Nacional de Literatura. En 1928 llegó incluso a ser postulada como candidata a la RAE. Al año siguiente es invitada por le Middlebury College a hablar de su nueva novela, La virgen prudente, y Alfonso XII le pide que lleve un mensaje a los pueblos de habla hispana. Ese mismo año, y al siguiente también, es propuesta para el Premio Nobel. En 1938 es nombrada miembro de honor de la Academia de Artes y Letras de Nueva York y comienza su ceguera, es operada y recupera la vista, pero en 1940 se queda completamente ciega. Se reintenta, en 1941, su admisión en la RAE, sin éxito alguno, inaccesible a las mujeres. En 1947 le otorgan la Cruz de Alfonso X el Sabio; en 1950, recibe la medalla del Trabajo y en 1954 el Premio Cervantes por su obra Un valle en el mar. Fallece en Madrid, el 19 de mayo de 1955.

Cristina Marugán Sus padres venían de la zona de Segovia y se establecen en Palencia, donde nace Cristina Marugán, el 15 de diciembre de 1906. Aún muy joven, sobre los 16 años, se casa con Francisco Bleye. Viven pocos años en Palencia, pues él es dueño de una tienda de antigüedades en Madrid. Allí nacen sus dos hijos. El matrimonio se separa y ella se viene a Palencia. Ante la situación en la que queda, sin formación y sin trabajo, y muy a su pesar, deja a su hija con la familia del marido, con la que mantiene excelentes relaciones, y a su hijo, con su propia familia, repartiendo así el esfuerzo entre ambas. Ella va a Zaragoza, donde estudia para Practicante-comadrona y simultáneamente, trabaja en un balneariosanatorio para tuberculosos en Panticosa. Sobre los años 40, vuelve a Palencia con el título y comienza a trabajar en la clínica 18 de Julio y en la Cruz Roja, donde su nieta recuerda cómo, doña Cristina para poner las inyecciones, llamaba a las pacientes primero, así las mujeres se desnudaban todas a la vez, desprendiéndose de los complicados ropajes de aquellos años. Luego hacía pasar a los hombres, de ese modo se aligeraban las colas. Ella vive en el barrio La Puebla, pero su labor comienza a ser conocida en Palencia por asistir a parturientas en todos los barrios de la ciudad, incluso en el barrio del Cristo que por ese entonces estaba sin asfaltar, lleno las más de las veces de barro, y al que no querían subir ni los taxistas que la dejaban siempre en la parte de abajo. Aunque había más matronas, la única que subía por allí era Cristina, acompañando algunas veces al médico del barrio, don Isaac Blanco. Trabajó también con el ginecólogo don Julio Aguado Matorral. Su jornada laboral

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era intensísima, asistía a cualquier hora del día. A pesar de so, no se jubiló hasta los años 70. En 1958 va a Madrid a buscar al que fuera su marido, ya que éste estaba muy enfermo. Le ingresa en Palencia y al poco tiempo muere. Quien la conoció recuerda, una cara sonriente de facciones duras y el pelo tirado hacia atrás. En invierno evocan su imagen, con un abrigo oscuro, bufanda de lana alrededor del cuello y zapatos abotinados que la duraron muchos años. En cuanto a su carácter, la describen: muy cercana a las parturientas, persona de hacer favores sin ser de su competencia, andarina incansable y puntual a las llamadas, muy agradable, pues siempre tenía buenas palabras para sus pacientes. Siempre daba a sus nietas dinero para que se comprasen libros. Una de las enseñanzas que les transmitió fue la necesidad de formarse para tener un modo de ganarse la vida. La experiencia vivida tras su separación, no teniendo un modo de subsistir, afianza en Cristina un tesón y voluntad dignos de erigirse en modelo para su familia y el resto de las mujeres que no tuvieron las circunstancias a su favor. Y así ha sido, la hija de Cristina y sus tres nietas estudiaron, y todas ellas han trabajado fuera de casa. Uno de sus anhelos era que alguna se dedicase a la sanidad y así fue, la pequeña es enfermera, aunque Cristina murió antes de que ella comenzase a estudiar la carrera. Muere en Palencia, el 26 de marzo de 1979. Su incansable trabajo, ejercido en cualquier lugar y en cualquier momento, ha hecho de Cristina Marugán una de las palentinas más recordadas por quienes la conocieron.

Doña Berenguela (1171 – 1246) Reina de Castilla Era hija del rey castellano Alfonso VIII y de Leonor de Plantagenet. Cuando tenía 7 años, es prometida a Conrado de Suabia, hijo del emperador alemán, Federico Barbarroja. Un año más tarde tienen lugar los esponsales en Castilla, pero la boda nunca se celebra y posteriormente será anulada por mediación de su abuela, Leonor de Aquitania, que logra la intervención del papa, y a quien estratégicamente no le interesa que esta boda se celebre. El matrimonio de Berenguela fue anulado por bula pontificia, debido a que ambos cónyuges eran parientes en tercer grado, lo que no impidió el nacimiento de cinco hijos. Para poder permanecer juntos solicitaron la dispensa papal, que fue denegada. Berenguela regresa a la corte de sus padres. Fue heredera de Castilla hasta el nacimiento de su hermano, Enrique I, en 1204. El padre de ambos muere en 1214, por lo que ella se convierte en regente debido a la minoría de edad del infante. Enrique I murió tres años después, al caerle una teja en la cabeza cuando jugaba con otros niños en Palencia. De nuevo Berenguela era la heredera del reino pero abdicó en su hijo, Fernando III el Santo. Tras numerosos pactos con los nobles castellanos, logra que Fernando sea reconocido rey de Castilla. Berenguela sigue interviniendo en el gobierno y, a la muerte de Alfonso IX el 1230, convence a las hijas de éste (fruto de un matrimonio anterior) para que renuncien a los derechos que el testamento de su padre les otorgaba. Fernando III es 16


coronado rey de León. De este modo los dos reinos quedaban definitivamente unidos.

Doña Mayor o Munia de Castilla Corría el año 1066, doña Mayor después de 71 años de vida, moría en Castilla, cansada de haber sido utilizada por su padre Sancho García (conde de Castilla) y por su marido Sancho III (llamado el Mayor) y por sus hijos: Fernando, Gonzalo, Jimena y hasta Ramiro, que no era hijo de ella pero como tal lo quiso (Ramiro era hijo bastardo de Sancho III). La casaron muy joven, apenas 15 años, para conseguir alianzas entre el Reino de Pamplona y el Condado de Castilla, lo que sirvió a su marido para anexionar el Condado de Castilla en 1029. En su reinado se eligió Palencia como sede episcopal en el 1034, y se calmaron así las disputas que entre los reinos de León y Castilla había por el territorio entre los ríos Cea y Pisuerga. Lo que sí la colmó de satisfacción fue su amor y su impulso por el Camino de Santiago: hizo construir el puente sobre el río Arga, donde se unen los dos ramales del Camino, el lugar que hoy conocemos como Puente la Reina. Al morir su esposo en 1035 vivió en Navarra hasta el año 1046. El primogénito legítimo recibe el reino de Nájera, Castilla es para Fernado, Sobrarbe y Ribagorza para Gonzalo y Aragón para Ramiro. Aunque todos podían disfrutar de sus tierras, tenían que acatar la autoridad regia de García de Nájera, rey desde Pamplona hasta Astorga. Doña Mayor vive una vida complicada en un mundo en permanente guerra, en un tiempo en el que la mujer apenas era un objeto, supo sobrevivir y utilizar sus pocas posibilidades en pacificar territorios, crear uniones y en definitiva “parar la guerra”.

Doña Sol y doña Elvira Vivo en la calle DOÑA SOL Y DOÑA ELVIRA y voy a relatar la historia de estos personajes: Doña Sol y doña Elvira, son las hijas del Cid, protagonistas del segundo y tercer cantar del Poema del Mío Cid, el más antiguo de los cantares de gesta de la literatura castellana. En el segundo titulado “las bodas de las hijas del Cid”, nos narra que Alfonso VI deslumbrado por los éxitos del Cid y por los tesoros recibidos, decide borrar el pasado perdonando al campeador. En efecto, para lograr la reconciliación, le solicita que sus hijas doña Elvira y doña Sol, contraigan matrimonio con los infantes de Carrión, éstos no agradan al Cid: “A vos os digo hijas mías, doña Elvira y doña Sol, que por vuestro casamiento creceremos en honor, pero habéis de saber, que no lo propuse yo” Pero como buen súbdito, no quiere provocar de nuevo la ira del rey, que ha pedido aquel casamiento. Los matrimonios se celebran y trascurren dos años de felicidad. 17


En el cantar de la Afrenta de Corpes (tercer cantar del poema), relata la cobardía de los infantes de Carrión, primero por el miedo de un león y después en el campo de batalla. La situación de éstos es insufrible y traman una infame venganza. Con el pretexto de mostrar sus posesiones en Carrión a sus esposas, piden al Cid que les permita abandonar Valencia. El Cid concede autorización, aunque siente oscuros recelos, y al llegar al robledo de Corpes (Soria) los infantes cometen la traición: despiden a los criados y se quedan solos con sus esposas, las golpean sin piedad y las abandonan. Este salvaje atentado no podía quedar sin venganza y dos adalides del Cid vencen a los infantes de Carrión en presencia del rey, a quien ha encolerizado la bajeza de los infantes. Rodrigo y los suyos regresan a Valencia, donde Elvira y Sol alcanzan venturoso matrimonio con los infantes de Navarra y Aragón. En realidad las hijas del Cid se llamaban Cristina y María. Cristina contrajo matrimonio con el infante enlace nacieron un hijo, García Ramírez y Ramírez, a la muerte del rey Alfonso I el Navarra. De este modo, un nieto del Cid cristiandad hispánica.

navarro Ramiro Sánchez, de cuyo una hija de nombre Elvira. García Batallador, fue proclamado rey de subirá a uno de los tronos de la

María se casa con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, utilizando este matrimonio como pretexto para la expansión catalana hacia el levante. De este matrimonio nacieron dos hijas de nombres María y Jimena. Murió a temprana edad posiblemente al nacer su última hija. En definitiva las hijas del Cid, tanto en el poema como en la realidad, son el prototipo femenino de la época medieval: pasivas, raras veces tienen voluntad propia y siempre tienen que obedecer a su señor, marido, padre, siendo “peones en la lucha para el poder”.

Doña Urraca En Palencia hay una calle, una plaza y un pasaje, que llevan el nombre de doña Urraca. Conozcamos algo de esta reina y de su corta vida en el siglo XII. Era hija bastarda de Alfonso VII el Emperador, rey de Castilla y León. Se casó en primeras nupcias con García Ramírez IV de Navarra y Aragón, en el año 1144, lo que la convierte en reina de Navarra. Su hija fue Sancha de Navarra. Tras la muerte de su esposo, en 1150, regresa a Castilla. Su padre Alfonso VII, la nombró gobernadora de Asturias, hasta contraer matrimonio en segundas nupcias, con el caballero palentino, Álvaro Rodríguez. Doña Urraca murió muy joven, el 12 de octubre de 1163, siendo enterrada en la Catedral de Palencia. Su sepulcro se encuentra en una urna de madera policromada situado en la capilla del Sagrario. El arcón funerario fue cubierto por una túnica azul celeste y blanca, en una visita oficial que realizó la reina Isabel II y que regaló al cabildo.

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Eugenia de Montijo Eugenia de Montijo nace en Granada el 5 de mayo de 1826, recibiendo el nombre de Eugenia en homenaje al hermano mayor de su padre, el conde Eugenio de Montijo. Es hija del conde de Montijo -Grande de España- Conde de Teba y Guzmán y Palafox y Portacarrero. Su madre, María Manuela, era hija de un ex comerciante en vinos y fruta. A la muerte de su padre se establece con su madre en París, donde en 1851 es presentada en el Elíseo, al Príncipe-Presidente Napoleón, quien ya convertido en Napoleón III contrajo matrimonio con ella el 30 de enero de 1853. El 16 de marzo de 1856 da a luz al Príncipe Luis Napoleón. La emperatriz es muy popular y admirada en toda Europa. En París protege las Letras y las Artes y se rodea de una brillante corte. Mujer de carácter enérgico y de arraigada religiosidad, ejerce sobre el emperador una notable influencia. Desempeña tres veces la Regencia, durante las ausencias de su esposo: durante la campaña de Italia (1859), durante un viaje del Emperador a Argelia (1865) y en (1870). En el transcurso de su vida se le han atribuido varios acontecimientos históricos. Se muestra favorable a Austria en la Guerra Austro-prusiana. Cree que una victoria en la guerra contra Prusia consolidaría el régimen imperial. Pero la derrota de Sedán (2 de septiembre de 1870) motiva la caída del Segundo Imperio y se proclama la III República de París. Esto provocó su exilio en Chislehurst, donde se le unieron su esposo y su hijo. Tras la muerte de su marido y de su único hijo, fijó su residencia en Inglaterra. Muere el 11 de Julio de 1920 en Madrid, en uno de los frecuentes viajes que hacía a España. Sus restos reposan en Inglaterra.

Inés Moro “No me importa decir que hice una donación para la construcción de la Iglesia y la Casa rectoral” Su nombre está íntimamente ligado al Barrio del Cristo de Palencia, uno de

los barrios más emblemáticos de la capital. Esta palentina llegó al citado barrio en los años 1945-1946 y, desde entonces, fue incesante su

labor para conseguir que el barrio avanzara y tuviese su propia iglesia.

Pregunta: Tengo entendido que es usted palentina de pura cepa Respuesta: Sí, aunque tengo que aclarar que mi lugar de nacimiento fue en un pueblecito palentino, Autillo de Campos P: ¿Qué recuerdos tiene de su infancia? R: Los propios de esa época y de cualquier niña en mi situación. Pero sí recuerdo el cariño de mis padres, Desiderio y Prudencia P: Ahora que nombra a sus padres, ¿es hija única? R: No, no, ¡qué va…! Tengo tres hermanos. María, Mariano y Purificación. Precisamente, la puedo contar que Purificación está casada con una persona muy ligada a Palencia y a sus mantas, Emilio Casañé. P: Y usted, ¿está casada?

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R: Cómo se lo podría explicar para que lo entendiera y no se ofendiera nadie. Soy viuda, pero hacía tiempo que ya no convivía con mi esposo, Justiniano Cano Herrero, nacido también en un pueblo de Palencia, Frechilla. P: ¿Cómo fue para instalarse en este barrio? R: La verdad es que ni yo misma me lo creo porque cuando llegué de Santander, aquí, en el barrio, por no haber, no había ni Iglesia. El barrio, por entonces, era muy pobre y con muy pocos vecinos; pertenecía como parroquia a Santa Marina y estaba muy lejos. Las familias ya instaladas tenían mucha penuria y en esos años, el barrio crecía muy deprisa con la llegada a la ciudad, de nuevos vecinos en busca de trabajo. P: ¿Cuál es su mayor logro personal? R: Uno principalmente, pero ha sido todo un caminar hasta alcanzarlo… Poco a poco. Si quiere le cuento. Ya le dije que en el barrio no había iglesia y que para ir a misa teníamos que pasar las vías del tren hasta Santa Marina. ¡Fíjese que lejos! Pues con mucho tesón conseguí autorización del Obispado para que se celebrase la eucaristía en el barrio, todos los domingos y festivos. Era una misa en la que cantábamos porque yo me encargaba de entonar los cánticos con los niños que venían y que asistían al único colegio de la zona, al Ave María. Por esos años intenté crear una fundación y me rodeé de gente dispuesta, por ejemplo, Martina Amor, que me ha acompañado en todo este proceso. La fundación no se creó pero si que conseguí que la iglesia se construyera P: Esto es un hecho muy importante para el barrio y, además, realizado por una mujer R: Si hay algo que me caracteriza es mi carácter. Sé que tengo un temperamento fuerte pero gracias a él he conseguido muchas cosas y una de ellas fue ésa. No me importa decir que fui dueña de terrenos en el barrio y que hice una donación de 3.029 m² para la construcción de la Iglesia y la Casa rectoral. Así fue como en 1953 se constituyó en Parroquia la iglesia y se llamó San Ignacio porque yo tenía un buen amigo jesuita, el Padre “Cinos”. Posteriormente, el Obispo don José Souto Vizoso, en agradecimiento a mi donación, le puso el nombre de Santa Inés. P: ¿Qué recuerdos tiene de esos comienzos? R: Me hizo mucha ilusión la construcción de la iglesia. Fue un reto personal. Yo vivo al lado de la iglesia y el sacerdote en la casa rectoral que, además, tiene un corral y un gallinero. Don Florentino Retortillo Centeno fue el primer sacerdote de la Iglesia de San Ignacio y Santa Inés a propuesta mía. Rebuscando entre los papeles de un baúl carcomido encontré un periódico de hace muchos años, yo, aún no había nacido. Allí descubrí esta entrevista que acabáis de leer. Era la entrevista a una mujer de su “época”, una mujer con temperamento y carácter, con partidarios y detractores. Inés Moro Carnicero murió el 28 de enero de 1953 a los 69 años de edad, cinco años después de fundarse la parroquia en el barrio, cinco años después de haber visto su sueño cumplido. Fue enterrada en la parroquia al día siguiente y se le hizo un funeral de primera sin derechos (este funeral fue así porque era una persona pudiente y hubo varios sacerdotes concelebrando). Aún hoy en el barrio la recuerdan: unos como una persona bajita y fuerte, con una voz no muy agradable para entonar los cantos pero con mucha voluntad; otros

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con un temperamento muy fuerte, con “muy mala leche” y algunos dicen que no le faltaba esa sensibilidad necesaria para ayudar en lo que podía a la gente del barrio, con alimentos o dinero que luego no les reclamaba. Realizó su testamento hológrafo el 20 de marzo de 1956 donde decía “es mi voluntad que a mi muerte la iglesia, casas y límites de la finca pase a ser propiedad del Obispado. Los hermanos recogerán recuerdos de familia a conveniencia. Para el cura todo el mueble. A la chica, si es Martina, le daréis 15.000 pesetas, su habitación, de la cocina lo que quiera llevar y de mi ropa también; que quede contenta. Y me gustaría ser enterrada al pie del Altar de la iglesia de San Ignacio y santa Inés”. Así se cumplió su voluntad.

Inés de Osorio Nací en la primera mitad del siglo XV. Fue mi padre Juan Álvarez Osorio (Señor de Abarca) y mi madre María Manuel. Pasé largas temporadas en la casa de mi abuela en Valladolid. Tuve varios hermanos, entre ellos, Diego y Luis; éste último, Obispo de Burgos. Siendo adulta, viví largas temporadas en Palencia, en la casa del “Paso” (la actual calle de Valentín Calderón). Recibí una gran herencia de mi familia, numerosas propiedades y señoríos en Abarca, Villahán, Ferrera y Villarramiro. Y tuve que pleitear en defensa de mis intereses. Me casé en primeras nupcias con Garcí Alonso de Chaves, contador de Enrique IV. A mi hermano, el Obispo de Burgos, vendí algunas posesiones y señoríos; así mismo, adquirí de mi hermano Diego, numerosas propiedades en Abarca a cambio de las posesiones que tenía en Frómista, Castrojeriz, Fenestrosa y Villaquirán. Amplié mi patrimonio en Palencia, comprando a mi hermano Diego posesiones en las orillas del Carrión. Enviudé y contraje un segundo matrimonio con Álvaro de Bracamonte, Señor de Peñaranda. En ninguno de mis matrimonios tuve descendencia y tampoco mi hermano Diego, pero sí Luis, Obispo de Burgos. Al divorciarme de mi marido, él renunció a los señoríos de Abarca y Villarramiro. Mantuve una vida activa en defensa de mis intereses ganando un pleito al cabildo palentino sobre una donación realizada a favor del Hospital de San Antolín. Hice por vía testamentaria numerosas donaciones a la catedral de Palencia y con esto se terminó la mayor parte del crucero y se hicieron 30 capas de damasco blanco y algunas piezas de plata para el servicio de la iglesia. De mis bienes raíces nombré heredero a mi sobrino Diego, hijo del Obispo de Burgos. Inés de Osorio fue una gran señora feudal. Se encuentra enterrada en la Catedral de Palencia, en la Capilla del Sagrario. Existe una tradición en la ciudad, que aún se mantiene, que consiste en tirar de la coleta a la sirvienta que reposa a los pies de doña Inés y formular un deseo (dicen que si tienes fe, el deseo se cumplirá). Durante mucho tiempo se creía que era doña Urraca a quien se pedían los deseos; pero esto no es cierto, ya que doña Urraca está enterrada en un sepulcro elevado, en el interior de la misma capilla. El sepulcro de doña Inés en la parte inferior, a él también se accede desde un enrejado lateral, ubicado en la girola,

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presenta una escultura yacente de doña Inés y a los pies reposa, dignificando a su señora, la criada a la que se encomiendan numerosos palestinos y palentinas.

Infantas No sabemos cuál es el sentido del nombre de esta calle. En los documentos recogidos en el Ayuntamiento, no figura ninguna referencia clara que pueda determinar si al elegirla para formar parte de nuestro callejero, desearon hacer alusión a unas infantas concretas o sólo a la denominación genérica. En el lenguaje culto y literario, la palabra infantas se refiere a niñas menores de seis años. En España y en Portugal se denominaba así a las hijas de los reyes, con excepción de la heredera al trono. Pero en Castilla, antes del siglo XIII, este título se otorgaba a los parientes del rey. En España ha habido gran número de infantas, entre ellas las infantas: Isabel Clara Eugenia, Micaela Catalina, hijas de Felipe II.

Infanta Isabel Soy la reina Isabel la Católica y voy a narrar la vida de mi hija, la primogénita Isabel. “Nació el uno de octubre de 1470, en el palacio de los Condes de Buendía en Dueñas, la tranquila y laboriosa villa palentina, donde mi esposo y yo residimos durante dos años. Intenté educar a mi hija bajo el signo específico de la sabiduría sagrada procedente de la Biblia y de los textos litúrgicos, así como en los autores clásicos y el latín. Su carácter y gustos eran muy parecidos a los míos, sobre todo en el temperamento. Cuando cumplió la edad de seis años, fue jurada princesa de Asturias en las Cortes de Madrigal, título que ostentó hasta que en 1478 naciera su hermano Juan. Aunque quería lo mejor para mi hija, como era costumbre de la época y como corresponde a mi condición de reina, pacté su matrimonio con el primogénito del príncipe Juan de Portugal, Alfonso, heredero del reino, con el objetivo de llegar a una paz con Portugal. Esta decisión me ocasionó un gran dolor pues tenía que separarme de mi hija y así, en 1490, la princesa contrajo matrimonio con don Alfonso de Portugal; la boda se celebró en Sevilla. Los festejos duraron 15 días. Todos esperábamos ver consolidada la paz entre España y Portugal, sin embargo, a los pocos meses murió el príncipe de una caída de caballo. La princesa viuda, que se había ganado a la corte lusitana, regresó a nuestro lado; corría el año 1491. Transcurrieron varios años sin pensar en nuevos matrimonios, guardó fidelidad a su primer esposo estregándose a la oración y ayudando personalmente en muchas obras sociales. En 1 492, el rey don Manuel de Portugal apodado “el Afortunado”, deseaba contraer matrimonio con una infanta de Castilla y para ello le ofrecimos a Maria, niña todavía de 13 años. Pero el rey de Portugal nos respondió de la siguiente manera: “que quería casarse con Isabel y no con otra”; cosa no muy fácil de conseguir pues ella no deseaba contraer nuevas nupcias, y yo quería respetar su voluntad. La infanta Isabel se había ganado el corazón de los portugueses en el poco tiempo que estuvo casada con don Alfonso, y había llevado su estado de viudedad con inmensa dignidad. Apenas iniciado el otoño de 1497, mi esposo y yo nos dirigimos a Valencia de Alcántara donde hicimos la entrega de la princesa Isabel al rey de Portugal, don

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Manuel de Braganza, primo de su primer marido; el 30 de septiembre se celebró la boda. En abril de 1498 los reyes de Portugal, Isabel y Manuel, llegaron a Toledo para ser jurados como Príncipes de Asturias por las Cortes, Juan, el heredero, había fallecido. Desde allí partieron para Zaragoza, donde se debía realizar la ceremonia, proclamándoles herederos de la corona de Aragón. Sin embargo, los aragoneses se negaron a que su corona la ciñera una mujer, por muy digna que fuera, y hubieron de esperar a que la princesa, en avanzado estado de gestación, diera a luz, como así sucedió en Zaragoza el 23 de agosto de1498. Su primogénito era un precioso y robusto niño cuyo alumbramiento iba terminar a las dos horas, con la vida de mi hija. Su muerte me produjo un inmenso dolor; había sido tan recta, tan inteligente, tan irreprochable en todo… El recién nacido fue bautizado con el nombre de Miguel de la Paz y jurado por las Cortes aragonesas al mes de su nacimiento. Las Coronas de Castilla y León, Aragón, Portugal, Nápoles y todo el nuevo mundo americano, iban a recaer sobre aquel recién nacido, que nos fue confiado por su padre para su cuidado. Retornamos a Castilla llevándonos el tesoro de aquel niño que era lo único que todavía nos hacía sonreír. Miguel falleció en el año 1500

Isabel la Católica ¿Quién fue Isabel la Católica? Nace el 21 de abril de 1451 en Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila. Era hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal. Hasta los dos años de edad, Isabel, ocupa el primer lugar en la línea sucesoria, después de su hermanastro Enrique IV. Pasa a ocupar el segundo lugar tras el nacimiento de su hermano Alfonso en 1453 (ya que el varón tenía preferencia en la línea de sucesión al trono). En 1462 nace Juana, la hija del rey Enrique IV y es desplazada aún más como heredera. La línea sucesoria se altera cuando una parte de la nobleza castellana sublevada contra Enrique IV, le destrona en la Farsea de Ávila y ofrece el trono a Alfonso, hermano de Isabel que reinará desde 1465 hasta su muerte en 1468. A la muerte de Alfonso, la futura reina se retiró a un monasterio, donde la visita el Arzobispo de Toledo en nombre de los partidarios de su hermano, para que acepte el puesto dejado vacante por él, contestando Isabel que mientras su hermano Enrique viviera, nadie tenía derecho a la Corona. No pudieron torcer su decisión ni las súplicas, ni las razones del prelado ni siquiera la noticia de que en Sevilla había sido proclamada soberana; desde aquel momento se dedicó con verdadero afán a procurar un acercamiento entre los dos partidos, ofreciendo influir en el ánimo de Enrique para que acabase con los abusos existentes, causa principal de la Guerra Civil. Los nobles rebeldes querían asegurar el trono para ella, ajustaron un pacto con el rey mediante el cual se otorgaría a su hermana el Principado de Asturias, título que corresponde al sucesor de la Corona. El pacto se firmó en el lugar denominado Toros de Guisando. Enrique IV proclamó solemnemente a Isabel como heredera suya, quedando excluida del trono su hija Juana. El acto fue confirmado en las Cortes de Ocaña. Varios príncipes deseaban casarse con Isabel. Alfonso, rey de Portugal y Fernando, heredero de Aragón. El rey quería casarla con el primero, pero ella prefería a Fernando, primo hermano suyo. Ella confiaba en que su hermano no la obligaría a contraer matrimonio por la fuerza, como se había pactado. Irritado el rey por la negativa de Isabel a casarse con Alfonso, la amenazó con tomar enérgicas medidas contra ella y llegó a encarcelarla, lo que dio lugar a nuevos

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disturbios. Isabel no cedió y contestó favorablemente al embajador del rey de Aragón. Finalmente se redactó y firmó el contrato matrimonial con el heredero de Aragón. La unión se celebró el 19 de octubre de 1469, en el palacio que Juan Vivero poseía en Valladolid, residencia hasta entonces de la princesa. Terminada la ceremonia envió un mensaje a su hermano comunicándole la boda. Ante tal decisión Enrique revoca todos los derechos de Isabel sobre la corona de Castilla, proclamando a su hija Juana única heredera al Trono. Poco antes de la muerte de Fernando, Isabel hace las paces con su hermano. Fernando muere en diciembre de 1474. En ese momento Isabel se hallaba en Segovia y es proclama reina al día siguiente de la muerte del rey, por una pequeña corte y por los habitantes de la ciudad. Este hecho produjo el levantamiento de varios magnates que seguían la causa de su sobrina Juana “La Beltraneja” apoyados por el ejército portugués. Después de varios años de contienda, con el triunfo de las armas castellanas y a propuesta de la infanta de Portugal, Beatriz, tía de la reina, se firma la paz con Portugal. Pacificado el reino, Isabel I se dedicó, con una inquebrantable energía, a restablecer el orden en la Hacienda Pública y sobre todo a acabar con la anarquía de los nobles, que por cualquier pretexto se levantaban en armas. Durante su reinado se produjo el fin de la Reconquista, en la que la propia soberana tomó parte personalmente acompañada de su esposo. Esta empresa duró más de 10 años. Otro acontecimiento glorioso en el que la historia concede a Isabel I una intervención trascendental, fue en el descubrimiento de América. Para atajar los desmanes de los bandidos que infestaban los caminos, y al mismo tiempo para cortar las demasías de los nobles, fue creada la Santa Hermandad con el fin de devolver la seguridad al país. En 1490 fueron establecidos los Consejos de Castilla y Aragón. Se regularizó la circulación de la moneda, fabricando un verdadero sistema monetario. Se creó el Tribunal de la Inquisición, exclusivo de España y América española, impulsado por Sixto IV a petición de la reina Isabel y su esposo, con el fin de perseguir la herejía y convertir a los judíos y en 1492 fueron expulsados aquellos que no habían querido convertirse. Ese mismo año se unifica el territorio español con la toma de Granada y la expulsión de los musulmanes. Terribles desgracias de familia marcaron su corazón. En 1496 perdió a su madre, al año siguiente a su único hijo varón, el príncipe Juan, objeto predilecto de su cariño, en quien cifraba sus esperanzas para heredar su reino. Poco después muere su hija Isabel, reina de Portugal y heredera de la corona de Castilla. La muerte de dos de sus ángeles, como solía llamar a sus hijos, sumió a la reina en la más profunda tristeza. A esto vino a unirse la grave enfermedad del rey, producida también por la muerte de su hija, y poco después el fallecimiento de su nieto Miguel. Sin embargo estos padecimientos físicos y morales no consiguieron entorpecer su lucidez hasta que el 12 de octubre de 1504 comprendió que su enfermedad no tenía remedio, redactó su testamento y el 26 de noviembre de 1504 murió. Estuvo presente su esposo el Rey; sus hijas estaban lejos, en Bruselas, Londres y Lisboa. Al día siguiente salió la comitiva que conducía sus restos para Granada. Llegaron el 18 de diciembre y fueron enterrados en el convento de San Francisco de la Alambra, cumpliendo así su última voluntad.

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Jímena Díaz Soy una dama de la nobleza asturiana, hija del Conde de Oviedo, nieta de Alfonso V de León. Mi madre, Cristina Fernández, era prima carnal del Rey Alfonso VI, quien me casó en 1074 con el Cid, a quien quería otorgar un matrimonio honorable. Como era costumbre en la Edad Media, mi esposo me asignó una dote y fijó la cuantía en la mitad de sus bienes, pero contenía un segundo negocio jurídico, nos nombramos uno a otro, herederos universales de todos nuestros bienes, que deberían pasar a nuestros hijos. Sólo yo perdería la herencia de Rodrigo en caso de contraer nuevo matrimonio. Después de siete años de matrimonio, el rey Alfonso desterró de su reino a mi esposo por la incursión que hizo en tierras toledanas ya que podía resultar inoportuna e incluso llegar a interferir en los planteamientos políticos del rey y crearle algunos problemas. Pero yo sé que los envidiosos de Rodrigo prepararon el ánimo del rey contra él. Mi esposo, Rodrigo, salió de Vivar e inició su camino hacia Burgos. Antes de salir del reino se preocupó por nosotros. En 1081 me recluí con mis hijos, en el monasterio de San Pedro de Cardeña. El destierro de mi significó para mí un sentimiento de abandono y desprotección. Tras la muerte de Rodrigo heredé como única propietaria y titular, el señorío de Valencia y todas sus Rentas y Derechos. Cuando el emir Mazdali se dirigió hacia Valencia formalizando el asedio de esta ciudad, la hueste cidiana que se encontraba bajo mi señorío, resistió todos los ataques protegida tras los muros de la ciudad. Llegó el invierno y ante la decisión del emir musulmán de no cejar en el asedio hasta obtener la rendición de la plaza, en el mes de marzo de 1102, decidí enviar al rey Alfonso una embajada solicitando su auxilio. Alfonso VI reunió su ejército y se puso en marcha hacia Valencia. La llegada del rey leonés y castellano provocó el levantamiento del asedio y la retirada del emir Mazdali y yo recibí al rey con gran alegría; agradecí la ayuda que me prestó y al mismo tiempo puse la defensa de la plaza en sus manos. En el mes de mayo decidí acompañar al rey Alfonso a Toledo. Tras la retirada cristiana de Valencia, la ciudad volvió a estar ocupada por los musulmanes. Nuestro señorío había durado ocho años escasos. Al abandonar Valencia con la ayuda de los soldados del Cid, tomé los restos mortales del campeador y los conduje hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde les dimos honrosa sepultura, acompañada de donaciones como sufragio por la muerte del difunto. Jimena sobrevivió a su esposo catorce años.

Juana I de Castilla Nací en Toledo el día 6 de noviembre de 1479, soy la tercera de cinco hermanos. Soy hija de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. De niña me ilusionaba ser monja, mi educación fue marcada severamente por mi madre y Beatriz Galindo, la Latina. Con dieciséis años, por motivos políticos, decidieron que me casara con el archiduque Felipe, llamado el Hermoso, que era hijo de Maximiliano I. La boda se realizó por poderes en Valladolid. Después viajé a Flandes para reunirme con mi esposo, al que todavía no conocía. Nada más presentarnos me enamoré locamente de Felipe.

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Mi vida en Flandes estuvo llena de lujos y fiestas, lo que contrastaba con la vida en la Corte castellana. Tuve 6 hijos: Leonor, Carlos (que luego sería rey de España), Isabel, Fernando, María y Catalina. Fui reina por casualidad, pues el heredero era mi hermano Juan, el cual murió muy joven, igual que mi hermana Isabel, que falleció al dar a luz a su hijo, heredero al trono, del que se hicieron cargo los reyes, pero murió a los dos años de edad. Viajé a España para ser jurada, junto con mi marido, Princesa de Asturias por las Cortes de Toledo. Las de Zaragoza y Barcelona me reconocieron como heredera de la Corona de Aragón en el caso de que mi padre no tuviera herederos legítimos varones. Estando en Medina del Campo, Felipe decidió marcharse a Flandes alegando problemas de Estado, yo me quedé sola en Castilla a pesar de mi delicado estado de salud, porque acababa a dar a luz a uno de mis hijos. Cuando mi madre muere en 1504, yo estaba en Flandes reunida como mi esposo, que era lo que yo quería. Al volver fui nombrada reina de Castilla y León; parte de la nobleza quería que mi esposo reinara y obligó a mi padre Fernando a retirarse a Aragón. Felipe falleció el 25 de septiembre de 1507 a la edad de veintiocho años. Bastó el deseo de mi esposo de ser enterrado en Granada para que yo, la reina, iniciara un peregrinaje con el féretro durante tres años. Mi estado de salud no era muy bueno y mi padre decidió que me retirase a Tordesillas. Fruto de diversos intereses de algunos nobles, de los de mi propio padre y de mi enfermedad que algunos han dado en llamar locura y otros locura de amor, he permanecido encerrada y vestida de riguroso luto, casi toda mi existencia. Mi hijo Carlos fue nombrado rey de España cuando llegó a la mayoría de edad. Parte de la sociedad castellana se opuso, sublevándose y creándose un movimiento denominado los Comuneros. A mí me reconocieron como su reina. Las tropas imperiales vencen a los Comuneros y mi hijo será nombrado rey de un gran Imperio. Se le conocerá como Carlos I de España y V de Alemania. Mis seis hijos fueron reyes y yo fui reina desde que murió mi madre, aunque nunca reiné. En 1555, cuando tenía 76 años de edad, moría Juana en el castillo en el que había estado encerrada.

Las Monjas La calle de las Monjas debe su nombre a la construcción del convento de las monjas de la Piedad a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII. En Palencia, según la obra de Domingo Largo, en 1782 existían 6 Conventos de Monjas, los cuales no se vieron afectados por la desamortización aunque sus religiosas fueran en algún momento (sobre todo en 1868) exclaustradas. Los conventos no tuvieron licitador y se mantienen en la actualidad o hasta fechas muy

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recientes; es el caso del convento de las Carmelitas y del que fue convento de las Bernardas, ocupado desde hace pocos decenios por el colegio de la Salle. Los conventos y monasterios fueron organizaciones económicas en sí mismas. En algunas ocasiones realizaban actividades que les proporcionaban ingresos: enseñanza, guardería, internado de jóvenes adineradas, refugio para mujeres ancianas o viudas, incluso se convertían en hostales donde pasaban temporadas algunas mujeres. Las fuertes dotes exigidas para ingresar en algunos de estos conventos, necesitaban de una buena y compleja administración económica. La dote consiste en dinero, bienes y ajuar; constituye el mecanismo con que se hace efectivo el ingreso en el convento, siendo recogida su obligatoriedad en el contrato que firman los padres y la comunidad de religiosas. Las monjas que no eran de origen noble, se encargaban del huerto y del cuidado de los animales. El tiempo en el convento quedaba repartido entre tres tareas fundamentales: la oración, el estudio y el trabajo. La dureza de este último dependía del tamaño y la riqueza del convento. Si éste era pequeño y pobre, las monjas tenían que encargarse de todas las tareas domésticas y de todas las tareas necesarias para su mantenimiento: la alimentación, los vestidos, el cultivo de las tierras, etc. Si el convento era grande y rico, numerosos sirvientes llevaban a cabo las tareas domésticas y los campesinos araban y trabajaban la tierra; las monjas supervisaban y dirigían el trabajo, llevando una administración detallada de todos los gastos. Entre los siglos VII y X, fundadoras y abadesas privilegiadas asumieron poderes normalmente reservados a los obispos, abades y al clero ordenado. Como abadesa una mujer ejercía tanto el poder religioso como el secular. Algunos de los conventos eran mixtos y eran regidos por mujeres. Desde la Alta Edad Media las mujeres de los monasterios mantuvieron en sus conventos bibliotecas, leyeron y copiaron manuscritos y libros iluminados, de la misma forma que en los monasterios masculinos. En ellos se aprendía latín para conocer los textos de la antigüedad. Algunas monjas llegaron a estudiar el trivium. Esta formación les permitió dedicarse a las traducciones, a la producción de manuscritos y a la transmisión de los conocimientos de la época. La cultura de los monasterios abarcaba todos los aspectos del saber y las bibliotecas recogían tratados de filosofía, medicina, astrología, etc. Así, muchos monasterios femeninos adquieren fama como centros de saber dirigidos por mujeres de gran capacidad intelectual. En los países católicos el convento seguía siendo la única salida socialmente aceptada si no era posible realizar un matrimonio adecuado. Algunas mujeres encuentran en la vida monástica que ofrecía la iglesia, una fórmula de escapar a la subordinación de los hombres y de acceder a la cultura. Los conventos ofrecieron a muchas mujeres la posibilidad de realizar actividades intelectuales e incluso artísticas, como la pintura y la música. Otras opciones de la vida religiosa eran institucionalizadas3. Las más destacadas son: -

menos

convencionales

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Cenobitas: llevan una vida de oración y un retiro permanente y tienen, además de un protector y albacea de sus bienes, una criada que vive con ellas, dedicada a su atención personal. Beatas: de similares características que las anteriores, en ocasiones viven en comunidad bajo el liderazgo espiritual de una de ellas.

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VV.AA: Mujeres palentinas en la Historia. De reinas a campesinas, Edit. Cálamo, Ayuntamiento de Palencia, Concejalía de la Mujer, Palencia, 2002. 27


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Terceras o Terciarias: se trata de laicas que, sin abandonar el mundo, optan por una vida de perfección marcada por unas normas de la orden a la que se acogen, la dominica o la franciscana. Alguno de estos grupos era de mujeres solas y, a veces, esas comunidades se integraron en conventos de la orden. Beguinas: son mujeres que solían vivir de forma autónoma, manteniéndose de sus bienes o su trabajo, dedicadas a buscar la perfección religiosa, pero llevando una vida activa en el mundo, e incluso predicando. Suelen vivir solas pero próximas unas de otras, de manera que sin llegar a establecer una comunidad de vida, establecen lazos de relación entre sí. Emparedadas: se trata de mujeres que sin romper del todo los lazos con el mundo, ya que algunas llevan una marcada actividad de dirección espiritual de otras personas que se acercan hasta su habitáculo, se retiran para llevar una profunda vida de piedad y de ascesis. Suelen construir sus pequeñas viviendas amparadas por el muro de alguna iglesia y es frecuente que vivan en la ciudad.

El Concilio de Trento celebrado en 1565, va a restringir estas opciones religiosas consideradas fuera de la norma; se prohíben los conventos mixtos, se establece la clausura para todas las monjas que hubiesen hecho votos solemnes, etc. Beatas, visionarias, místicas, a pesar del apoyo popular, suscitarán la desconfianza de la Iglesia y en muchas ocasiones serán perseguidas por la Inquisición.

Margarita la Tornera La figura de Margarita, una joven monja del convento de Jesús (Las Claras), es el personaje tomado de la obra de José Zorrilla que sirvió para dar nombre a la calle que se sitúa en el barrio de San Juanillo. Margarita, más conocida como Margarita la Tornera, fue una leyenda contada por José Zorrilla (1817-1893) donde se narra la historia de un joven estudiante, Juan de Alarcón, que logró convencer a la ingenua tornera del convento, de que huyera con él a Madrid. Antes de partir, Margarita deja las llaves en el altar: “Al fin yo parto. Señora: mi confianza en Ti sabes; en prueba, toma estas llaves que conservo en mi poder. Guárdalas: otra tornera elige a tu gusto ahora, y el Cielo quiera, Señora, que nos volvamos a ver”.4 La obra sigue contando que Margarita abandona el convento y empieza su aventura con Don Juan; cuando se cansa de ella, la abandona. Ella desengañada, vuelve arrepentida y encuentra las llaves donde las dejó; allí ve con sorpresa que nadie ha notado su falta ya que la Virgen ha ocupado su lugar durante 10 años. “Te acogiste al huir bajo mi amparo y no te abandoné: ve todavía ante mi altar ardiendo tu bujía: yo ocupé tu lugar, piensa tú en mí”.5 4

Zorrilla, José: Margarita la Tornera, Edit. Cantabria de Prensa, Santander , 1993

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José Zorrilla sitúa la acción en el convento de las Claras de Palencia.

María de Molina María Alfonso de Meneses, más conocida como María de Molina, nació en 1265 y murió en 1321 en Valladolid. Su vida presenta uno de esos casos singulares en la Edad Media en los que una mujer ejerció, por azar y talento personal, un destacado papel en los designios políticos de su tiempo y de su reino, la Corona de Castilla. Fue hija del infante Alfonso de Molina y nieta de Alfonso IX de León. En 1281 contrajo matrimonio con su primo Sancho IV, segundo hijo del monarca castellano Alfonso X el Sabio. La incidencia política de María de Molina viene marcada por las consecuencias de este matrimonio, que fue declarado ilegal según las nuevas normas jurídicas impulsadas por Alfonso X en el código de las Siete Partidas, y por el papa, al ser primos ambos cónyuges y al estar casado Sancho IV, en primeras nupcias, con Guillerma de Montcada. Parece ser que Sancho buscó, en su segundo casamiento, un matrimonio de conveniencia que le ligase a uno de los más poderosos grupos nobiliarios de Castilla, con el fin de acrecentar sus aspiraciones al trono; sobre todo, una vez que su hermano mayor y heredero, Fernando de la Cerda, murió en 1275 en la lucha contra los árabes. A la muerte de Alfonso X, Sancho IV se autoproclama rey de Castilla, pasando a ser María de Molina la nueva reina. Sin embargo, la cuestión de la invalidez del matrimonio y de que Sancho no fuese el primogénito, hacen que algunas facciones nobiliarias encabezadas por los infantes de Cerda (sus sobrinos e hijos del legítimo heredero) no acepten al nuevo monarca. Con esta situación se abre un arco de convulsión política que durará varias décadas y en el que intervendrá activamente la nueva reina, especialmente en aquellos momentos en los que Sancho IV estaba ocupado en alguna campaña militar. Durante el reinado de su marido, el principal papel político de María de Molina fue el de mediadora y negociadora con otras reinas y con algunos grupos nobiliarios, y el de organizar el matrimonio de sus hijas como peones estratégicos para fortalecer las alianzas con reinos vecinos. Su hijo Fernando, príncipe heredero de la Corona de Castilla, fue casado a los seis años de edad con la princesa Constanza de Portugal que contaba con un año y medio. Pero sobre los matrimonios de los hijos de los reyes pesaba aún la cuestión de la ilegitimidad del casamiento de éstos, algo que se subsanó momentáneamente en 1292 con la bula papal Proposita nobis. Sin embargo, la resolución de esta bula fue anulada cinco años después por el papa Bonifacio VIII. Entre ambas resoluciones murió Sancho IV, de modo que el protagonismo de María de Molina en los asuntos del reino, se intensificó. Su mayor riqueza y poder le vino del señorío de Molina, que le fue legado en los años finales de la vida de su marido y del que al ser dueña titular tomó también su nombre, pasándose a llamar, en propiedad, María de Molina. En 1295 su hijo Fernando es nombrado rey en Toledo, a los once años de edad, quedando María como regente por la minoría de edad de su hijo. Pero tan pronto como murió Sancho, volvieron a recrudecerse las disputas por las aspiraciones al trono del clan nobiliario de la Cerda que consideraba a Fernando como un hijo ilegítimo nacido de un matrimonio ilegal. Ante esta situación de apuro, la reina decidió buscar ayuda en las incipientes oligarquías urbanas formadas

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principalmente por comerciantes, que podían ofrecer ayuda económica a la corona para combatir a la nobleza a cambio de la concesión de algunos derechos. La cuestión de la legitimación del matrimonio de María de Molina con el difunto Sancho IV, y por consiguiente de los hijos nacidos de ambos, no tuvo una resolución definitiva hasta el año 1301 con la bula Sane petitio tua firmada por el papa Beneficio VIII, que accedió finalmente a la legalización, aceptando previamente el pago de varias decenas de miles de marcos de plata. Fernando IV, hijo primogénito de María de Molina, quedaba pues, instaurado legalmente en el trono de Castilla; sin embargo aún era menor de edad y algunos grupos nobiliarios lograron convencerle de que el mayor obstáculo para alcanzar definitivamente el trono, era su madre. Fernando y sus consejeros demandaron a la reina por hurto de los fondos del erario real, pero el administrador de la reina consiguió demostrar su inocencia. Finalmente, Fernando se percató de las maquinaciones de las que había sido objeto para enfrentarse con su madre y acabó reconciliándose con ella. El reinado de Fernando IV se vio afectado por constantes intrigas nobiliarias en las que tuvo que interceder la habilidad política de María de Molina para conservar en el poder a su hijo. Además el nuevo rey contaba con una frágil salud que le impedía atender numerosos asuntos del reino, con lo cual la presencia de María de Molina en los destinos de la corona seguía siendo muy acentuada, sin duda mayor que la del rey. El reinado de Fernando IV fue corto, ya que murió a la edad de 27 años, de este modo María de Molina, que había tenido que velar por la permanencia en el trono, primero de su marido, y luego de su hijo, debía defender ahora la continuidad de su linaje en el poder a través de la persona de su nieto Alfonso, que a la muerte de su padre contaba con un año de edad. Con la muerte de Fernando volvieron los intentos nobiliarios de usurpar el trono. La vinculación de María de Molina con Palencia, se debe a la celebración, en nuestra capital, de las Cortes de 1313 en las que se trató la cuestión de la tutoría del rey niño Alfonso XI. Los años de infancia del nuevo monarca se vieron empañados por un enorme caos social, por la inestabilidad de la sucesión y las pretensiones de la nobleza. La situación se estabilizó con la mayoría de edad de Alfonso XI. María de Molina murió en 1321 en Valladolid, tras haber jugado un papel político clave dentro de la Corona de Castilla durante tres generaciones. Hoy Palencia cuenta con una calle y una plaza dedicadas a María de Molina. La calle está situada entre las avenidas Modesto Lafuente y Cardenal Cisneros, y la plaza es contigua a su calle homónima. Esta ubicación hace que tanto la calle como la plaza de María de Molina sean núcleos de plena efervescencia comercial. En María de Molina se localizan diversas actividades comerciales: panadería, centro de fisioterapia, herbolario, peluquería, lavandería, colchonería, carnicería, autoescuela, bares, asesoría fiscal, solarium, etc. Parece ser que, por una de esas casualidades del destino, los antiguos comerciantes de la tardía Edad Media que prestaron su apoyo político y económico a María de Molina en tiempos críticos, tienen como continuadores a los autónomos que encuentran asiento para sus negocios en la calle y en la plaza que rememoran el nombre de la reina.

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María de Padilla María te escribo una carta, una carta que sé que nunca va a tener respuesta, pero ayudará a que te conozcan mejor e incluso las personas que nunca oyeron hablar de ti, sabrán que un día exististe, que formas parte de la historia. No se sabe con certeza el lugar de tu nacimiento. Hay quien dice que fue en Sevilla, otros creen que en Burgos, pero lo más seguro es que fuera en Astudillo (Palencia). La fecha tampoco está clara: ¿1332?, ¿1337?. Eras hija de Mari González de Henestrosa y de Juan García de Padilla, ambos, dueños de distintos bienes en Astudillo, Torre, Santoyo y otros lugares cercanos a Astudillo. Falleciste en Sevilla, en 1361. María, cuentan que eras una mujer de gran inteligencia, muy hermosa y con una capacidad muy grande para amar. Amaste mucho y fuiste amada, tu gran amor Pedro I el Cruel, Rey de Castilla, se casó en 1353 con Blanca de Borbón, pero pasados tres días, después de su matrimonio, abandonó a ésta para reencontrase contigo, lo que ocasionó que el Rey fuera recriminado por el Papa Inocencio VI, a la vez que aumentó la tensión e ira del pueblo, tras el encarcelamiento de su esposa. Corrió el rumor de que tú, María de Padilla, mandaste asesinar a Blanca de Borbón. ¿Hiciste eso, María, o es leyenda?. Nuestras vidas no han coincidido en la misma época pero como mujeres seguro que nuestros sentimientos en algún momento se encuentran. Tuviste tres hijos y una hija; tus hijos conocieron diferentes destinos, Beatriz entra en una orden religiosa, Constanza se casó con el Duque de Lancáster e Isabel con el Duque de York. En 1392 Alfonso fue designado heredero legítimo de la Corona, al tiempo que Pedro I negociaba su matrimonio con la hija de Pedro IV de Aragón. Al año siguiente consiguió que las cortes de Sevilla reconocieran su anterior matrimonio contigo y por tanto la legitimidad de tu hijo, que murió durante el desarrollo de estos hechos. María de Padilla, en Julio de 1361 tu vida, tus sueños, tu amor, todo acaba para ti. Pedro I te lloró mucho porque en definitiva, fuiste su único y permanente amor, tanto que un año después en Cortes celebradas en Sevilla, declaró ante los nobles que su primera y única esposa habías sido tú, María de Padilla. Al arzobispo de Toledo le parecieron buenas estas razones y allí encontró Pedro I unas Cortes dispuestas a ratificar lo afirmado por el Rey. Reinaste después de muerta, te enterraron en Astudillo, donde habías fundado en 1354 el convento de Santa Clara y un palacio contiguo al mismo, exponente del arte Morisco y Gótico. Posteriormente te trasladaron, ya como Reina, a la Capilla de los Reyes de la Catedral de Sevilla, donde descansas con tu amado Pedro I para siempre. María de Padilla, con tus luces y tus sombras, ha sido una de las muchas mujeres que han ido construyendo la historia.

Mariana Pineda Nace en Granada el 1 de septiembre de 1804. Es hija de Mª de los Dolores Muñoz, hija de sencillos labradores de Lucena (Córdoba) y del capitán de navío retirado Mariano Pineda gran liberal y noble de Guatemala. En la sociedad granadina decimonónica, las clases sociales estaban bien diferenciadas, esto impide que sus padres estén legalmente casados por la condición de noble de su padre y de plebeya de su madre. Los hijos de estas relaciones eran inscritos como “hijos naturales” no como “hijos legítimos”. Tras la muerte de su padre en 1805 a pesar de que éste, antes de morir, testa a favor de Mariana a quien reconoce

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como hija natural, ella tiene que litigar por la herencia de su padre. La madre de Mariana desaparece. José de Pineda, hermano de su padre, se hace cargo de su sobrina con 47 años. Don José muere en 1812 y en su testamento ordena cumplir las decisiones judiciales sobre la herencia paterna de la niña. Mariana se casa a los 15 años con Manuel de Peralta, militar retirado, partidario a ultranza del movimiento liberal, padre de sus dos hijos, José María y Úrsula María. Su marido fallece a los dos años de casados. En 1824, Mariana inicia su activismo político: lucha por abolir los privilegios, por el laicismo, la defensa de las clases trabajadoras y de la Constitución de 1812, por la afirmación de los Derechos Humanos y por la defensa de los principios de la Revolución Francesa. Se opone al poder absoluto de Fernando VII, restablecido en 1823. Asistía a las reuniones de liberales, conseguía pasaportes falsos, mantenía y distribuía la correspondencia con los exiliados en Gibraltar, y entre éstos y los presos en la cárcel de Granada, a quienes visitaba a diario. El conflicto políticosocial se agudiza; se descubre una gran conspiración por lo que los liberales sufren arrestos, sacrificios y ajusticiamientos. En 1828, Mariana organiza la fuga de la cárcel de Granada de su primo, don Pedro de Sotomayor, militar liberal y activo conspirador. Procesado y sentenciado a pena de muerte en 1827, se fuga disfrazado de fraile, y días después, huye a Gibraltar. La policía requisa la casa de Mariana sin probar nada. En 1929 muere su tutor y nace su tercera hija, Luisa, hija de don José de la Peña y Aguayo que la abandona. El llamado alzamiento de Torrijos, intento de restauración del sistema constitucional, fracasa. Muere el líder de la insurrección y 52 compañeros más, por lo que las autoridades saben que en Andalucía se prepara una gran revuelta liberal que Mariana apoya. El 18 de marzo de 1831 en un reconocimiento de su casa, hallan una bandera republicana con la consigna Ley, Libertad e Igualdad, se supone que destinada a alguna conspiración liberal. La acusan de insurrecta y es encarcelada sin pruebas concretas. Ramón Pedrosa y Andrade, comisionado especial para las causas de conspiración contra la Seguridad del Estado, al parecer, enamorado de ella, trata de que delate a sus cómplices a cambio del perdón. Ante la negativa de Mariana le trasladan a la cárcel de mujeres. Su defensor tuvo veinticuatro horas para preparar el caso. La niegan la posibilidad de apelación y la formulan un cargo falso. El 26 de abril de 1831 la notifican el fracaso por litigio de la herencia paterna y su sentencia de muerte. El 26 de mayo de 1831, muere asesinada a garrote vil en el Campo de Triunfo de la Inmaculada, mientras quemaban la bandera en medio de la reprobación del pueblo de Granada, poco antes de cumplir 27 años. Todas las desembocaduras del Albaicín están llenas de mujeres que lloraban su entereza. Llegaron refuerzos de tropa presintiendo el amotinamiento. Hubo un complot preparado para salvarla y matar al verdugo, que falla en el último momento. Fue enterrada en el cementerio de Almengor. Esa noche, dos figuras de negro clavan una cruz en la tumba innominada de Mariana. Mariana es una de las mujeres de su tiempo que cuestionó la ilegitimidad de un poder absoluto y corrupto, y que defendió las libertades públicas y la igualdad entre los sexos, lo que la transforma en un antecedente de las ideas libertarias que llegaron a España a fines del siglo XIX. Fue activista política cuando en los

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mismos círculos liberales no se aceptaba la presencia femenina. Es un ejemplo de incorruptibilidad de los principios éticos y de lealtad ideológica. 6 Su vida se ha convertido en inspiradora de obras literarias, como la obra teatral “Mariana Pineda” de F. G. Lorca, representada por primera vez en 1927 por la Compañía de Margarita Xirgu, con decorados de Dalí. Multitud de obras pictóricas han reflejado a esta figura histórica, entre las que se encuentra el retrato de Vera Calvo situado en el Congreso de los Diputados y Diputadas de Madrid. ¡Oh, qué día tan triste en Granada, que a las piedras hace llorar. Al ver que Mariana se muere en cadalso por la Libertad!.7

8 DE MARZO El 8 de marzo es una fecha cargada de significado para las mujeres porque se conmemora el Día Internacional. Desde los años 80 es habitual ver en las calles de las ciudades y los pueblos, a mujeres conmemorando este día. Pero, ¿por qué se celebra el 8 de marzo?. Hay diferentes interpretaciones acerca del origen de este día. Hay fuentes que cuentan que su raíz está en los incendios ocurridos en la empresa textil Cotton de Nueva York, donde 129 trabajadoras se declararon en huelga y ocuparon la fábrica para reivindicar mejores condiciones laborales. La patronal actuó con dureza y arrojó bombas incendiarias sobre el edificio en el que las mujeres estaban encerradas, causando su muerte. Otras marcan su origen en una huelga llevada a cabo también en una fábrica, el 8 de marzo de 1857. Unas conmemoran una manifestación de mujeres, otras un piquete de huelga. Hay también fuentes que citan el incendio que se origina el 8 de marzo de 1908 en la Triangle Shirtwaist Company de Nueva York, en el que mueren 146 mujeres debido al hacinamiento y a la falta de seguridad que impidieron que pudieran salir de la fábrica. En realidad no se puede concretar nada sobre el verdadero origen de esta celebración, pero lo que si es cierto es que en el trasfondo de la misma tenemos a un colectivo de trabajadoras que se rebelaban contra condiciones laborales inhumanas y por lo que eran salvajemente reprimidas. Así mismo, no debemos olvidar el movimiento de mujeres sufragistas que a lo largo del siglo XIX y principios del XX, reivindicaron el derecho al voto y la dignificación de las mujeres a través de la adopción de medidas legislativas que permitieran su acceso a la educación y a la vida pública, en igualdad de condiciones que los hombres. Renée Côté, dice en “La Journée Internationale des Femmes” (1984): “Mantengo que las versiones del 8 de marzo de 1857 y 1908 son falsa, que jamás hubo una huelga en marzo de 1908 que conmemorar, que la instauración, en 1910, del Día Internacional de la Mujer tenía un objetivo completamente distinto y que la verdad histórica del 8 de Marzo se inscribe en un 6

MUNCH COMINI, Elda: Mariana Pineda, nuevas claves interpretativas desde la teoría de género, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, Santa Fe, República Argentina. 7 GARCÍA LORCA, Federico: Mariana Pineda, Edit. Cátedra, Madrid, 1978

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pasado feminista enterrado, o bien falsificado y ocultado por la leyenda con total apasionamiento”. Basten estas palabras para determinar que no debemos buscar un solo antecedente en la conmemoración del 8 de Marzo. Un gran movimiento de mujeres estaba poniendo en tela de juicio las desigualdades existentes y reivindicaba igualdad y justicia (política, laboral, económica, educativa…). Ese es el detonante real de esta celebración. Hubo protestas, huelgas, manifestaciones, encierros, jornadas de lucha… a lo largo de los dos siglos; lo de menos son las fechas exactas ya que no se trata de un acontecimiento aislado. Lo importante a destacar sobre el nacimiento del 8 de Marzo es el contexto social, político e ideológico en el que se origina. El primer antecedente de esta celebración lo encontramos en Chicago en el año 1908. Allí tuvo lugar el Woman´s Day, Jornada de las Mujeres en defensa del derecho al voto y contra la esclavitud sexual. Posteriormente, en 1910, durante el II Congreso de Mujeres Socialistas celebrado en Copenhague, Clara Zetkin propuso que el día 8 de Marzo se proclamara “DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA” y así fue aceptado. El 16 de diciembre de 1977 la Asamblea General de las Naciones Unidas, invitó a todos los Estados miembros a que proclamaran, de acuerdo con sus tradiciones históricas y costumbres nacionales, un día del año como Día de las Naciones Unidas para los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Se exhortó a los Estados a que continuaran contribuyendo a crear condiciones favorables para la eliminación de la discriminación contra la mujer y para su plena participación en el proceso de desarrollo social. Esa decisión se adoptó con motivo del Año Internacional de la Mujer (1975) y del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1976-1985), ambos proclamados por la Asamblea. En 1975 las Naciones Unidas comenzaron a observar el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo). En su mensaje del Día, el 8 de marzo de 1996, el Secretario General dijo: “Aunemos nuestros esfuerzos para poner fin a la discriminación por motivos de género, cuandoquiera y dondequiera que ésta ocurra. Es preciso que toda la humanidad… tenga plenas facultades para aportar su contribución al desarrollo de la sociedad y el adelanto de la civilización”. En la actualidad preferimos señalar esta fecha como DÍA INTERNACIONAL DE LAS MUJERES al considerar que podían quedar excluidas aquellas que no realizan un trabajo remunerado.

Panaderas En palabras de José Luis Sánchez8, esta calle recibe el calificativo de panaderas por estar avecinadas en la misma las mujeres que acarreaban el pan desde Grijota, Autillo y otros lugares cercanos, para su consumo en Palencia. La presencia de las mujeres en la sociedad y su papel en la misma, se manifiesta al mismo tiempo por el grado de acceso al trabajo “productivo” por oposición al trabajo doméstico o “improductivo” (así denominado por los que no se encargaban nunca de estas tareas). Fuera del hogar, las mujeres se empleaban como criadas y lavanderas aunque también desempeñaron muchos otros oficios, fundamentalmente relacionados con la industria textil: cardadoras, urdidoras, hilanderas, tejedoras, tintoreras, costureras o sastras (alfayatas), curadoras, blanqueadoras de lienzos, lianderas… Las relacionadas con la alimentación: panaderas, verduleras, venta al por menor, 8

SÁNCHEZ, José Luis: Las Calles de Palencia, Editorial Cálamo. Palencia, 1998 34


cocineras, fabricantes de cerveza (en Inglaterra era monopolio femenino)… Se las encuentra también en los trabajos del cuero, del metal, de la arcilla (olleras, candeleras, regatonas de chapines y zapatos…) e incluso se admite su presencia en la construcción, como cargueras en los puertos y en las minas. En muchas ocasiones realizaban estas ocupaciones de forma ilegal para poder salir adelante en una situación difícil. En otras situaciones se recurría a ellas ante la falta de mano de obra. Otros oficios tienen relación con el cuidado de los demás: curanderas, sanadoras, parteras, nodrizas, hospitaleras. En alguna ocasión aparecen como cobradoras de impuestos o treceneras. Según avanzan los siglos, las mujeres van a ver limitado su acceso a muchas profesiones y serán relegadas al ámbito doméstico o sólo podrán desempeñar “tareas de cuidado”. Centrándonos en el oficio de las panaderas, encontramos a mujeres en todas las fases de producción. Primero, participaban en las tareas agrícolas (siega, siembra…). Después llegaban la molturación y el peso, de lo que también ellas eran encargadas en gran parte; así mismo, en muchas ocasiones eran responsables de la compra de sal, harina, levadura. Finalmente se encargaban de amasar y cocer el pan. Las amas de casa pueden proceder a hacer su propio pan e incluso a venderlo en su casa en caso de carestía y bajo unas normas muy estrictas. Si carecían de horno podían llevarlo a cocer y pagar por ello. Pero en todas partes parece haber mujeres dedicadas, como profesión, a elaborar el pan para abastecer al conjunto de la población. En algunos concejos hay hornos y panaderías públicas, en otros se arriendan a particulares. A veces las trabajadoras trabajan por cuenta propia. Los concejos, a través de ordenanzas específicas, establecían las normas de elaboración, calidad y venta, el precio y peso justo, así como la obligación de su elaboración diaria. En caso de no cumplir con alguna de estas ordenanzas, las panaderas podían ser castigadas a pagar determinadas multas, a ser expuestas en la picota si el concejo lo consideraba conveniente y se les prohibía volver a ser panaderas. Con respecto a las condiciones en las que trabajaban, no se tiene mucha información; lo que sí se conoce es que aunque no estaban agrupadas en gremios, contaban con una incipiente organización porque hay documentos que dejan constancia de panaderas que hablan en nombre de su grupo. Al ser el pan un producto de primera necesidad, en momentos de carestía o subida de precio del grano, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, las mujeres lideraron diferentes revueltas conocidas como “los motines de las mujeres o del pan”. Destacamos la revuelta palentina encabezada por Dorotea Santos en el año 1856. Su liderazgo le lleva a ser condenada a morir por garrote vil.

Paseo de La Julia Se denomina “Paseo de la Julia” al tramo de la ciudad que llevaba a la fábrica del mismo nombre. A principios del siglo XX, Ramón, María y Julia Herrero Romo, heredaron de su madre, Concha Romo Miguel, el molino que en el Prado de la Lana había tenido el abuelo de éstos, Aquilino Romo. Ramón transformó el molino en fábrica de harinas y quiso que llevara el nombre de su hermana menor, Julia. La propiedad de la fábrica la compartieron los tres hermanos, dirigiéndola Ramón y a él le sucedería su hijo Guillermo Herrero Martinez de Azcoitia, sobrino de Julia. Durante la década de 1950 se intentó sustituir la denominación de Paseo de la Julia por la de Paseo del Prado de la Lana, pero no fue admitida esta propuesta. La fábrica se cerró en 1952.

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El 12 de Abril de 1913, Julia Herrero Romo se casó con Don César Gusano, que más tarde sería Alcalde de Palencia, Presidente de la Diputación Provincial y Diputado en Cortes en 1931. El 7 de Enero de 1978, a los 93 años falleció en Palencia, Julia Herrero Romo.

Teresa de Jesús "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero." Pasión y poesía, sentimiento y sensibilidad, dos de las dimensiones que, tradicionalmente, se han asociado a lo femenino y que han sido defendidas como la principal aportación de la mujer al terreno literario. La presencia de ambas cualidades en la obra de Teresa de Jesús la convierte en un espejo tensado en el tiempo, de modo que se la puede considerar un referente constante y un acicate para superar adversidades de toda índole. Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila el 28 de marzo de 1515, en una familia castellana acomodada y probablemente descendiente de judíos conversos. Su vida y evolución espiritual se pueden seguir a través de sus obras. Desde niña mostró gran afición por la lectura y un ánimo decidido y emprendedor. Gracias a su obra La vida conocemos su infantil afición a los libros de caballerías y de vida de santos; precisamente fue ella la que impulsó a su hermano, cuando todavía eran muy niños, a emprender el camino de los cruzados e ir a luchar en defensa de la fe católica. En 1528 fallece su madre, Beatriz de Ahumada, que vino a romper su felicidad y que le causó un gran dolor y soledad. Al poco tiempo, en 1531, su padre, Alonso Sánchez de Cepeda, la internó en las monjas agustinas de Santa María de Gracia, de Ávila. Al año siguiente, cuando se planteó la decisión sobre su continuidad en el convento, sintió una gran angustia que la postró en una grave enfermedad de origen nervioso, tuvo que regresar a casa de una hermana a reponerse. Fue aquí, precisamente, donde comenzó la lectura de libros espirituales, inducida por un tío suyo. La lectura de San Jerónimo la produjo un gran cambio, a raíz del cual decidió su ingreso en las carmelitas de la Encarnación, también en Ávila. Fue una decisión crucial, con ella comenzó su andadura en la vida religiosa. Teresa era consciente de los problemas de la Iglesia católica: guerras de religión, necesidad de reformar las costumbres... Esto, junto con la vida relajada en la orden de las Carmelitas, la sirvió para acometer su reforma. Hasta 1562 no logró fundar el primer convento reformado, el de San José de Ávila. Después le seguirían una serie de fundaciones en sus andanzas por los caminos castellanos. La rígida clausura, la penitencia, el ayuno, la disciplina y la oración continuada, eran las prácticas de la reforma. Teresa estuvo casi siempre enferma: dolores de cabeza, fiebres, males de garganta y bronquios, dolores de corazón, parálisis. Por no hablar de los dolores menstruales y del cáncer uterino y la terrible hemorragia de que murió. Pero no sólo las graves enfermedades fueron sus compañeras, estaban sus crisis místicas, que también la perturbaban y agotaban. Sus confesores y superiores pensaban que éstas estaban más relacionadas con el demonio que con Dios por lo que le

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ordenaron que escribiera todas sus experiencias para que la Inquisición las analizara; así da comienzo el Libro de la Vida. Ella es consciente de que escribe lo que piensa y lo que siente, encuentra un espacio de libertad que no existía para las mujeres, escribe lo que le permite la época, escribe desde un cuerpo que sufre, escribe desde un cuerpo de mujer. Junto a su talento literario, Teresa de Jesús destaca por su profundidad de pensamiento y por las valiosas informaciones sobre su tiempo. La suma austeridad en que vivió siempre, así como el agotador trabajo en los conventos que ella fundó, precipitaron su muerte, que ocurrió en el convento de Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582, a los sesenta y siete años, en brazos de Ana de San Bartolomé, su discípula y sucesora. Sus obras más destacadas, son: Libro de la vida (1562-1565); Camino de perfección (1562); Constituciones (1563); Moradas o Castillo interior (1588); Conceptos del amor de Dios; El libro de las fundaciones (1573-1582); Libro de las relaciones o cuentas de conciencia (1560-1579); Poesías; Cartas (se conservan unas cuatrocientas).

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