Poemas Residuales

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Poemas Residuales Isis Estrada Quintero

Uruz Publishing


(Segunda Edici贸n, revisada y reducida)

Poemas Residuales Segunda Edici贸n Derechos reservados, Isis Estrada Quintero 漏 2001. Http://www.arteholista.com Prohibida la reproducci贸n parcial o total de los contenidos de este libro, sin consentimiento de la autora.


Palabras Preliminares de la Autora Puedo afirmar que la motivación principal que tiene cualquier artista para crear, es la necesidad de expresar al ser interno. Es un instinto que nos viene de Dios, el cual expresa la grandeza de su ser sin reticencias, sin medias tintas. La naturaleza, el mundo, el universo, es un acto de creación desinteresado y fecundo, y el artista trata de imitarlo con toda la humildad de su condición humana, limitada e imperfecta. Al igual que un recién nacido, cuyos primeros balbuceos le ayudarán a desarrollar lo que posteriormente será un lenguaje ordenado y articulado, así el poeta joven aprende primero a explorar sus sonidos internos, sus voces, sus intentos. A continuación te encontrarás con mis “medias-palabras”, con los llantos, gritos y carcajadas que he transpirado en estos primeros treinta años de existencia. Son mis poemas más queridos y sudados, más sufridos y gozados. Créeme que mi verdadera intención es que, al leerlos, los sientas como tuyos, como si también fueran tus hijos. Les he llamado Poemas Residuales porque estas letras se me han quedado entre las manos, como residuos de aquellos hechos que han marcado mi vida de manera profunda. Son orden dentro del caos, isla bajo la tormenta, asidero del náufrago, tierra natal del peregrino. Definen mi identidad de mujer costeña: no te extrañe encontrar en las tonalidades de mi voz un ímpetu que proviene del Mar, pero también una afirmación maternal y femenina, que me viene de la Luna. Agradezco, pues, tu visita al hogar donde yacen mis palabras. Eres bienvenido, lector, porque tú eres para quien se han montado la fiesta, para quien se han preparado las viandas, y para el cuan se ha horneado el pan y escanciado el mejor vino. Gracias por venir. Isis Estrada Quintero. Abril, 2008.


DEDICATORIA

A mi madre, Alba Quintero Muñoz quien ha demostrado una fe inquebrantable en la validez de mis poemas. quien convirtió en misión personal la publicación de este libro. quien me inculcó el amor a la poesía, al ser humano, al universo. A mi esposo, Carlos Robles Cruz quien, con su apoyo, ha sabido respaldarme en las buenas y en las malas. quien, cotidianamente, me demuestra que el amor sí existe. quien ha sido compañero de todas mis vidas. A todos mis familiares, mi papá, mi hermana, mis sobrinas Danny, Nadia y Ximena, por llenar mi vida de cariño.



Residuos de Mar


Poemas residuales (1997)

A mi Puerto de Acapulco, después del huracán Paulina en 1997. Estos poemas quedaron después del agua, del bautismo maldito de viento y marea, del huracán que existe entre ceja y ceja, antes del puerto abierto a la intemperie, y en medio del mar, cerrado con sus misterios. Estos poemas decantados, entre escombros de gritos y esperanzas, nos quedaron a nosotros, pueblo que añora la promesa del mar, y la promesa de la sal, nutritiva y vivificadora Lo que nos quedó a nosotros, ya cansados de tanto esperar. Lo que nos legó esta alucinación colectiva, que a veces solemos llamar Mar, esta pesadilla convertida en marea de lodo y agua, huracán. Prefiero decir que no has perdido todo, ni cama donde descansar tu cabeza, ni sonrisa familiar de tus mañanas. Prefiero decir que me quedó en las manos, este muestrario de poemas residuales, un pequeño grito de vida, esta pequeña dignidad mojada, y un orgullo de seguir luchando, aunque a veces, hasta la naturaleza, nos golpea con saña. Pueblo noble y valiente, ya verás, nos levantaremos como Lázaro, y al tercer día brillarán tus palmeras, y las olas mecerán tu cabeza llena de sueños inconclusos.


Pueblo guerrero, bravo, luchador, desafiante, toneladas de agua no van a doblegar la entereza de tu temple. Nosotros somos el residuo de esta lucha meteorológica, y aún sin saldo a favor en esta guerra, empezaremos de cero sosteniendo en las manos lo que somos, así, desnudos como recién nacidos, ahijados del sol, pero hijos ilegítimos del mar.


Oceánica (1990)

El mar me reclama. Exige mi retorno. Oigo los gritos en sus olas, precipitándose en las rocas y repitiendo, como afirmación frenética, mi nombre. Yo sé cuál es mi sino. Aunque intentara negar la naturaleza de mi origen, la humedad de mi cuerpo me delata. El mar me reclama. En el momento de mi nacimiento, el trópico posó sus manos ardientes sobre mi cuerpo. Pero, más que burdas cicatrices, llevo el tatuaje de unos dedos que me llaman a pesar de la distancia, que se alargan hasta alcanzarme cuando menos lo espero, que se enroscan en mí con la firmeza de un dueño. Me alejé de la Costa buscando el motivo de mi existencia, pero finalmente descubro que no soy más que una niña-caracola, no soy más que un pez tirado a las faldas de un gélido volcán. Mi voz, es el eco de un murmullo de olas inquietas. Sólo soy una gaviota extraviada en cielos extraños. El mar me reclama; siento su grito pretérito, reventando en mis oídos con la energía de un mandato violento, exigiendo el retorno de la gota evaporada. ¿Quién soy yo, sin el atardecer enrojeciéndose en mis venas, sin la brisa humedeciéndome el aliento? Necesito fundirme entre las aguas, diluirme en el azul fuerte y salado, esparcirme entre la cálida corriente. Que el océano seduzca con sus besos de viento mi cabello, que mancille mi piel con su rayo ardiente. La vida no me pertenece, El mar me reclama. Ha quedado mi alma sometida entre la arena caliente. El espejo de lumbre de sus aguas ha atrapado mi imagen. ¿Qué soy yo en estos gélidos lugares? Un trozo oceánico perdido en cualquier parte, un cadáver invadido por el musgo, un pedazo de sol, que ya no arde.


¿Porqué te quiero, Acapulco? (1990)

La noche me ataca por la espalda, me sorprende con la melancolía entre las manos, con mis viejas evocaciones girando y revoloteando por el cuarto. Algo muy agudo aguijona mi necesidad de terruño, me aliena, me obliga a regresar. ¿Tendrá la culpa el mar? La visión matinal, cuando el alba engendra diariamente el sol entre las aguas. Entonces, los oceánicos sonidos despiertan, se desperezan, latentes, tímidos, insinuantes, y se deslizan acariciando la esbeltez de las palmeras. Un cálido murmullo de olas quietas, cantando como mujeres que aman. Y en las ya disipadas sombras surgen, turgentes, neptunianas visiones que inspiran leyendas con sabor a sal y olor a musgo. Acapulco, ¿cuál es la verdadera razón para evocarte? Tal vez por tu atardecer de nubes incendiadas; ritual funambulesco donde das muerte a la luz. El astro rey, ensangrentado, salpica sus exhaustos rayos y se entrega, moribundo, inmolándose a sí mismo, hacia las fauces hambrientas del mar. ¿Porqué te añoro tanto, Acapulco?¿porqué cierro los ojos y ahí estás, vívidamente, con tus colores contrastantes y tus cálidos lugares? Cada vez que regreso a ti me vuelve la vida, me renacen raíces que me duele cortarlas porque debo marchar. Necesito ahora que tu sol de mediodía forme grietas perennes en mi piel morena. Enajenarme con la melodía de tu oleaje, esas voces ancestrales que recitan a mi oído sortilegios secretos. Aquí estoy yo, Acapulco, soy tu hija errante, yo poseo las lágrimas que faltan para desbordar tu mar de tristeza. Necesito ahora inventarme, en la austeridad de mi alcoba, un vestigio de tu sol en mi lámpara; la humedad de tu mar, en la lluvia de afuera; un rumor de gaviotas, en mis sueños. Para no sentir que se me va de las manos el pasado, que se me escapan los recuerdos. Que se diluye, a base de ausencia, mi último síntoma de adolescencia.


Indulto (1989)

Que yo no tengo la culpa si tengo la piel morena, si he nacido en la Costa, y fluye caliente la sangre por mis venas. La culpa la tiene el Sol, glorioso astro que desde niña me quema, y este divino paisaje de mar, que arrebata mis poemas. Me gusta sentir el trópico bronceando mi espalda, y un calorcito rico, poniéndole brío a lo que yo haga. Me gusta el rumor a playa, el sabor a sal, trotar por la arena. Por cada uno de mis sentidos sentirme enteramente acapulqueña. No es culpa mía, si ostento la bravura de una fiera, cuando a defender se trata la felicidad que me queda. Si llevo dentro de mí un estallido de olas, que prefieren reventarse, a abandonarse en la arena. Discúlpenme si soy demasiado libre, si peco de emancipada, si soy pronta a escapar con mis ideas liberadas. Pero es que siendo una niña, me acostumbré a ser gaviota, a desplegar fácilmente mis alas, a zurear el cielo de mis sueños. No es mi culpa, tampoco, si paso veladas enteras encandilada entre luces de bohemia. Es culpa de la luna, y de esas noches de brisa, cuando trato de agotar la copa de la vida aprisa. Ansias locas de olvidar lo que no puedo, arrastrándome en la angustia del bohemio, como fuerza que me obliga a trasnochar. No es culpa mía no poder huir de cada uno de mis sueños. Perseverante y dura, como roca tenaz. Mujer ardiente y fría, soy como espuma nívea encorazada en cristal. Soy hija de esta tierra fértil donde brotan fecundas mis ideas. Llevo impreso en mí el lenguaje oculto de la Costa; el mensaje que grita el trópico con sus olas. Si soy bravía, si soy agrestemente libérrima, si soy un poco gitana, definitivamente... ¡No es Acapulqueña.

culpa

mía! Es que soy genuinamente


Cantar bohemio (1987)

Soy bohemia. Porque sólo necesito una noche de viento y unas notas de guitarra para ser feliz. Porque al caer la tarde, mi alma se reviste de coraza blanda y me hace presa de sentimientos hondos y vibrantes. Soy bohemia. Porque sólo necesito papel y lápiz para desarraigar penas lacerantes que embotan mi espíritu. Porque soy esclava del impulso loco de volcarme en un abismo de letras y lágrimas, de rimas y desvarío. Soy bohemia. Porque en el mar me gusta sentirme a mis anchas. Sentir como la brisa va golpeando mi cara, cuando mis pies desnudos recorren la playa. Porque me he vuelto hermana de la Luna, confidente de todas las estrellas, que son mudos testigos de mis noches profanas, y nobles espejos de mis noches santas. Soy bohemia, porque con el llanto de una copla lastimera, dejo escapar mis lágrimas. Porque encuentro mi hogar, en los cantares de mi tierra amada. Porque encuentro en el vaivén de la "chilena" el sonido rítmico de la Costa Chica, el canto de una madre, la voz de los amigos de antaño, el alma de mi pueblo, mi raíz nunca olvidada. Como todo bohemio, sufro de pasión inconclusa, de amor imposible, de amor inconfeso. Porque desgarro mi vida al rasgueo de una guitarra, y paso las noches en vela, sólo para recordar su cara. Soy bohemia. Porque la pluma me tiembla, porque un torrente de palabras me brotan con cada noche estrellada, y en un puñado de versos dejo empañada el alma. Soy así. Porque el efecto que siento ahora no sé si será extraño brebaje, o es simplemente el amor que va pasando a mi lado. Porque este afán de locura que siento, es solamente síntoma de bohemia incurable. Porque me gusta reunirme con mis hermanos del alma, para llorar versos, para declamar llantos. ¡Soy Bohemia y bien lo digo! ¡Como que soy de la Costa Chica, Costa Brava! ¡Como que llevo en la sangre el brío romántico de mi raza!



Residuos de Sangre


Acteal (1998)

Después de Acteal, sólo nos queda recoger los restos de una patria. Recoger el grito cortado por la bala. Recoger el cuerpo del niño no-nacido extraído del vientre de la madre-muerta. Después de Acteal, sólo nos queda recoger la muerte, y el silencio de unos ojos que miran fijamente sin mirar, que interrogan sin pronunciar una palabra. Después de Acteal, sólo nos queda enterrarnos las uñas del remordimiento hasta hacer sangrar el alma. Después de Acteal, tenemos en las manos la prueba contundente de nuestra propia degradación y decadencia. ¿Qué nueva historia vamos a inventar? ¿Qué inútiles mentiras embarraremos Sobre las generaciones futuras? Nosotros, mexicanos de fines del segundo milenio, somos culpables con las tres agravantes de la ley, de ser indiferentes a lo que nos lacera como nación. Vimos morir a nuestros niños, mujeres y ancianos, tan mexicanos ellos como nosotros mismos, y no hicimos nada por detener la barbarie por detener el extremo humillante de la locura. No hicimos nada, nada, para castigarlo.


Esta será la herencia, pues, para nuestros hijos: una nación hecha pedazos, una nación que niega su futuro indígena, una nación donde se mata el porvenir aún antes de que vea la luz. Añado, pues, a mi legado, los restos podridos de las víctimas, los ojos desorbitados, las manos crispadas, los labios cerrados, y el aroma fétido saliendo de la tierra. Y esta nación que es dolor, que lo es todo; aunque nos empeñemos en hacerla nada.


A través de tu cuerpo (1996)

Este es mi legado Tómalo mi boca sólo sabe de palabras amargas Bébelas he visto caer a los míos y no quiero llorarlos. Quiero repetir sus palabras Cantarlas para que sobrevivan, para que no mueran muerte de olvido A través del tiempo. Quiero que sepas la verdad de tu pueblo, Grábatelo pues al final, la historia no la cuenta quien gana la guerra Memoria sino el que lleva la verdad en su cuerpo. Apréndelo con el primer llanto Repítelo con la bala mortal de la palabra Transmítelo con el cuchillo agudo de la mirada Grítalo con el trueno de tus pies descalzos chocando en la tierra Reclámalo con una voz fuerte, renovada Escríbelo con un hierro candente a tus espaldas Cuestiónalo necesidad de siglos que no escucha pretextos Demándalo con la prueba contundente de nuestros muertos Enséñalo para que nunca olvidemos sus cuerpos quebrados Exprésalo y que tu voz retumbe entre la niebla Dánzalo hasta agotar la frustración que te revienta Cántalo a través de tu cuerpo.


Bebé-cadáver (1999)

Volteando una página, reciben mis ojos tu retrato de por sí inmóvil. (El fotógrafo no podrá quejarse). Bebé-cadáver, tras un bombardeo en Kosovo, recibiendo el último arrullo de la tierra, boca abajo, amamantado por la savia del tiempo, protegido por el aire que envuelve tu espalda, y cobijado por la muerte, la cotidiana muerte de la guerra. En el periódico y en la distancia estabas, sin rostro y sin madre, sin brazos para sostenerte, sin risa y sin llanto, sin vida. Frágil, en tu pequeña mancha de tinta, y sin embargo, tan tremendo y contundente al señalarnos nuestra profunda miseria, nuestro terrible fracaso como especie. ¿Qué extraña ironía te hace lucir tierno, regordete, casi saludable en tu charco de sangre? No nos mires, bebé-cadáver, voltea tus ojos a la tierra, escápate de nosotros, déjanos aquí, burdos, miserables, sacándonos la vida, confundiéndonos, embarrados de dolor, saturados de lo que nos hace diferentes, intolerantes, tontos sabihondos, autómatas del odio o gatilleros de Dios, no somos más que eso, asesinos "con buenas intenciones". Sálvate tú, bebé-cadáver, sálvate tú del hombre.


Era de Quetzalcóatl (1986)

Tengo la piel morena, legado de la raza que me dio la vida. Y llevo en mis actos el arrojo heredado de mis antepasados. Hoy es el día. Hoy es el día en que mi raza dejará de llorar lágrimas de sangre. Porque llevo en mí recuerdos vagos de un imperio glorioso. Siento nostalgia, pero no seré como los ancianos, que sólo suspiran y callan. ¡Hoy es el día! ¡Hoy es el día en que mi raza dejará de llorar lágrimas de sangre! Porque me curtieron las acidas lágrimas del indio, el ruido estrepitoso de lo que se derrumba y el grito del quetzal pisoteado. He bebido como cáliz la sangre que se ha vertido y llevo como única arma el valor añejo de mi raza indígena. Hoy me deshago de cadenas de siglos y salgo de un delirio de obscuridad. ¡Tezcatlipoca, da por terminado el último de tus nueve infiernos! Bajo tu mandato, mi raza ha permanecido hundida en la ruina y destrucción. Creíste que tu mundo sería eterno, pero... ¡El quetzal entona ahora un canto guerrero! Renace y se alza con ímpetu majestuoso, retomando el vuelo, y dando vida nueva a todo lo que estaba inerte; a mi raza que yacía inerte. ¡Hoy es el día en que mi raza no llorará más! Quetzalcóatl, extiende tu plumaje y arrastra tu cuerpo por este cielo tinto de sangre. Llénanos de Teyolia, de fuerza de vida, de energía. ¡Tezcatlipoca, esconde tu rostro, porque hoy comienza la era de Quetzalcóatl!


Mexicano (1996)

Hay allá afuera un ruido poderoso de almas en vilo, hay un cántico de antaño, que recobra fuerza. Hay un gemido ausente, que regresa, cantando corridos. Escuchemos al viento que pasa, guardemos silencio por los que se han ido. Aún su sangre salpica nuestras sienes. Aún late su corazón, a la noche, ofrecido. ¿Quién eres tú, Mexicano? Mezcla de maíz y trigo. Eres árbol sin raíces, tirado a morir, quetzal destruido. Llevas a cuestas los siglos. Ríes a gritos, como llorando, lloras quedito, como cantando. Te pones máscaras, te adornas, y sales al ruedo. Te preguntas mil veces" ¿Cuál es mi verdadero nombre? ¿Pájaro herido? ¿Ave que vuela? ¿Soles caídos?” Pero te arden las manos de tanto ocultar tu nombre en la tierra. De tanto ocultar tu nombre en la tierra.


La cara de la muerte (1997)

Una mañana desperté, y un extraño ser me tomó de la mano, me llevó a dar un paseo por mi propia patria. No un paseo de risas, sino un viaje del cual no había regreso. Me enseño a prestar atención, a descubrir lo que esconde lo evidente, lo que no se pregona en las calles, ni verborrean los libros de historia. Descubrí la cara de la Muerte. No en las manos rugosas del anciano expulsado del hogar por "inservible". Ni en la sonrisa adulta del niño de la calle, pepenador del cariño, y de la moneda amiga. Yo no la descubrí, como casi todos, en los desamparados, ni en los indígenas, ni en los excomulgados, ni en las víctimas, ni en los chivos expiatorios, ni en los perseguidos y torturados (en ellos, más bien, encontré la Vida). Descubrí la cara de la Muerte rondando las costas, los campos, las ciudades, llevándose las almas, alimentándose de ellas.


La descubrí en la mueca del jefe corrupto. La descubrí en los ojos del soldado insensible. La descubrí en las obesas manos del sacerdote lujurioso. La vi de frente en el raterillo de la esquina, en el pinche funcionario de la ventanilla, en el judicial intocable de la colonia, en el lidercito ilícito, en la comadre busca-pleitos, en la prostituta barata, en el que jode quedito, en el que te mete el pie, en el que te transa. Allí estaba, la cara de la Chingada. La Muerte, metiéndose por sus ojos, por sus bocas, por sus oídos. La descubrí cortejándolos, seduciéndolos, riéndose como una puta. Y bailando alrededor de aquel puñado de imbéciles, los iba despojando de piernas, de brazos, de gargantas, los iba haciendo ciegos y sordos a todo lo humano, a todo lo bello, a todo lo que emana un resplandor de Vida.


Padre nuestro de los pobres (1992)

Padre nuestro que estás en los cielos y que nunca bajas los ojos ni estiras tus manos hacia nosotros, los que yacemos en el suelo. Santificado sea tu nombre en las bocas de los que mueren de hambre en las gargantas que gritan tu nombre sin recibir nunca una respuesta. Venga a nosotros tu reino de hombres crucificados, de lágrimas y penitencias, de un cielo que nunca alcanzaremos. Hágase tu voluntad de juez y de verdugo, de Dios omnipotente, manipulador de todos nuestros destinos. Así en el cielo, como en esta tierra caliente y agrietada, en la que nuestros cuerpos se resecan y resquebrajan, hasta volvernos polvo del polvo en que tú nos creaste. Danos hoy el pan de cada día para nuestra hambre interminable, danos hoy la limosna, Señor, el pan duro, la fruta podrida de cada día. Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, así como debemos poner la otra mejilla y besar la mano del tirano que nos abofetea, aunque por dentro nos estremezca la rabia. No nos dejes caer en la tentación de esos pecados que nos hacen humanos, quítanoslos, Señor, quítanos el goce, los placeres, quítanos la vida. Y líbranos para siempre de todo mal, aunque por dentro sepamos que no lo haces. Amén.


Poema nupcial (1989)

Mis bodas son con la Muerte. Con la más lenta y dolorosa de todas. La que va endureciendo poco a poco las facciones, los movimientos, hasta verme convertida en cadáver y polvo, pétrea imagen sin vida. Mis bodas son con La Muerte. Y ya estoy vistiendo el nupcial vestido de pretéritos lamentos, de gemidos angustiosos que van formando encajes, y lágrimas que brillan, cual preciosos ornamentos. El velo lo tejieron mis calladas frustraciones con hilo de delgados temores, de indecisiones, de desaciertos. La coronilla de azahares, ahora es de lirios muertos que escurren fango pestilente, aroma fétido. La soledad me regala un collar de rubíes, que combina muy bien con mis heridas abiertas. El desamor me obsequia un ramo de silencios furtivos, de miradas inquietas, de estocadas certeras, de indiferencia y olvido. Mis bodas son con La Muerte. Con la más dura e intransigente, la que va mermando la humedad de los ojos, la que va poblando mi vientre con gusanos hambrientos de amarguras ilícitas; la que consigue que la oscuridad y el silencio establezcan su reino, en el pobre territorio que es mi cuerpo. Esta noche, mi boda es con La Muerte. Con la más cruelmente lenta y pervertida. Con la más ardua y dolorosa: la Muerte en Vida.


¿Dónde? (1988)

¿Dónde ha estado Dios últimamente? ¿dónde?, que la guerra ha estallado sin permiso. ¿Dónde?, que ya ha muerto rezando, el más sumiso, y la humanidad se autoconsume lentamente. ¿Acaso estaba Dios en la batalla? ¿Pudo observar el brillo sádico en los ojos del soldado? ¿Pudo ver el estertor mortal del moribundo? No, no estaba. Entonces menos que nunca. No pudo mirar al pobre anciano que, rosario en mano, clamaba protección del Padre de los Cielos. No pudo ver, después de la barbarie, un crucifijo roto clavado al suelo. ¡Demasiada sangre derramada! ¡Tanta necedad, tanta intolerancia! Al final de cuentas, la Señora Codicia siempre es la que gana, y reparte su botín con el Ilustre Señor Nuestro Monarca. ¿Dónde ha estado Dios últimamente? ¿Es que acaso está sordo ya su oído? ¿No escuchó el gemido del herido en la contienda?, que no tiene más óleos que el ruido de la metralla, y por sepultura tiene un campo de batalla. Quizás escuchó los gritos de victoria de la escuadra triunfante. Que cada soldado lleve por condecoración un puñado de cabezas, y por alfombras de honor, ríos de sangre. ¿Acaso estuvo Dios en Hiroshima? ¿Acaso estuvo Dios en Nagasaki? ¿Escucharía el ensordecedor tronido? ¿Su omnipotencia no pudo detener las lenguas de fuego? Quizás, cuando pudo darse cuenta, formábase ya el hongo gigantesco. ¡Paz! Lanzaré mi grito de tres letras, dondequiera que te encuentres. ¡Paz! En nombre de ciudades devastadas, en contra de los crueles tiranos y pagados atosigadores.


¡Paz! En nombre de la carne lacerada, en nombre de centenares de muertos, de aquellos cuyas bocas ya no hablan, de aquellos que se han vuelto polvo y nada. ¡Dios, escúchanos! y detén el dedo índice que señala y ordena la masacre. ¡Dios, escúchanos! y derroca el poder que construye palacios sobre cadáveres de miserables. ¡Dios, escúchanos! y quita la careta del hipócrita que encubre su ambición bajo justicia demagógica. Grito ¡paz!, pero no hay quien responda. La corrupción me ha robado una respuesta. La violencia ha destrozado mis sonidos. Un puñado de letras impresas, jamás podrá parar la guerra. Que me perdone Dios si no le encuentro. Que me perdone Dios si no le oigo. Le he buscado afanosamente sobre las calles destrozadas, entre la selva pisoteada, y cada vez crece más esta duda angustiante que me agobia. ¿Dónde? ¿Dónde ha estado Dios últimamente? Si alguien lo encuentra, hágale llegar este mensaje, en calidad de urgente.


English hospital in Montreal (1993)

Yo quería decir ser madre de la tierra, madre de lo profundo, madre de lo divino. Quería ver mi nombre multiplicado en mil cabezas, quería ser origen, semilla, siembra. Yo quería decir que ya era tiempo de cosecha. Quería ser primavera, aire, viento fecundo, quería ser como campo verde de espiga, vagina, útero, cuna, refugio, cueva, guarida. Quería yo ser madre de dioses futuros, e ir formando con barro mi descendencia. Quería prestar yo mi cuerpo al eterno misterio de ir creando cabezas que piensan, corazones que sienten y perdonan, alas que vuelan. Quería toda yo reírme sola, que alguien preguntara cosas y sentirme sabia, quería toda yo sentirme madre y demostrarlo en cada célula, en cada risa, con el dolor mismo del parto.


Pero no quería decir que todo fue espejismo, ensueño mal formulado, camino sin fronteras, espejo sin imagen, nube sin lluvia, tierra árida, Lamento. Yo no quería decirme tumba, excremento, sangre, dolor interminable de mi cuerpo. ¡Cuándo terminará este grito eterno! Yo no quería sentirme sin sangre, como mar vaciado de su agua. Yo no quería ser madre de la nada, madre del nervio y el hueso, madre como volcán que arroja piedras muertas. Yo no quería mostrar mis manos sin nada, mi boca sin nada, mis ojos sin nada. Yo no quería mostrarme vacía ante la Muerte. No quería ser como ella, estéril, hueca, sin dientes, tumba de niños de vidrio que se quiebran en mi torpe seno. Yo no quería llamarme muerte, muertos, feto, fétido, coágulo, ¡Pedazo podrido del cielo! Yo sólo quería ser madre, y tocar con mis dedos lo eterno.


Cáncer (1995)

Permite que éste sea mi documento, que con estas medias palabras expulse mis pedazos muertos. Exorcizar la pena, verbalizar la palabra que vibra en el ambiente. Todos sabemos, tú sabes, y nadie se atreve a pronunciar su nombre. Es algo grande y escurridizo, viscoso, intangible, pero atemorizadoramente presente. Su presencia nos llena el pensamiento y baja, ahogando nuestro cuello directo al corazón. Es algo que llevamos a cuestas, en la penosa tarea cotidiana, algo que debemos esconder de la mirada furtiva y la furtiva lágrima. Es temor que no se dice, suspiro que se calla, grito que se gime. Es algo que es más que tú y yo, y que nosotros, los que estamos contigo en tu sufrimiento. Es algo que nos da pena nombrar, que nos da miedo nombrar porque entonces cobra sonido y existencia, se vuelve tiempo y realidad: sonido y letras. "Mi problema", como tú le dices. "La enfermedad", decimos los otros. Cuando en realidad se trata de una palabra más dura, más contundente, más cruel y rápida y segura, para quien la padece. Quiero decirla y no puedo, como si no debiera creer, como si pudiera volverme loca y caer en un pozo de felicidad ficticia, de ¡No, no, no es posible!


Como si quisiera irme carcajeando, trastabillando en medio de mi tontería loca de negar esto que pasa, riendo y cayendo, como el que está borracho de certeza, como el que delira. Pero no, entonces regreso y te veo aquí, unida a los tubos que salen de tu vena y de tu cuerpo. La realidad me arrastra al aquí, al ahora, a esta habitación sin ventanas para el espíritu, y entonces me doy cuenta de que yo soy el tronco de tu naufragio. (¡Agárrate de mí, yo trataré de agarrarme de las faldas de Dios!) El eterno enjambre de enfermeras, a mitad de la noche, parloteando del amor, de la telenovela estúpida tan lejana de ti y de mí, tan lejana de todo lo terrible y básica que se ha vuelto tu vida. Básica y primaria se ha vuelto tu cotidianeidad, como si fueras una recién nacida. Como si apenas hubieras abierto los ojos a tu nueva vida.


Una loca, un tango y el silencio... (1997)

La hora cero ha llegado. Se levanta ante mí el telón álgido de la incertidumbre. No sé si hay preguntas que responder. No sé si existe el futuro: aún no lo han tocado mis dedos. En este lugar he caído, donde sólo se escucha el latido de un corazón. Y el silencio... el silencio... el silencio... Voces lejanas penetran mis muros. Un serpenteante dolor devora mis entrañas. Dentro. Muy dentro. Un sonido de gotas incesante, es mi pensamiento. Y una sensación de frío acompaña mi soledad. Estar sola. No poder gritar. El dolor del silencio. No sé si ésta es la hora cero. El Ser Omnipotente de las Alturas, no concede la gracia de saber algo. Puede ser la hora uno, o la mil, o la quinientas, pues el sonido del respirador se lleva arrastrando el tiempo. Lo único que puedo decir es que este momento es mío. Invariablemente mío. Es mi hora de sobrevivir. Para vencer al silencio, ese maldito espectro que vence mis oídos, mis movimientos, mis sonidos. ¡Enciérrenme aquí, pongan un candado y tiren la llave! Entiérrenme viva. Mutilen mis piernas, mis orejas. Sáquenme los ojos. Pero no me dejen sin voz. Sin voz. Llorar, gritar, exhalar con fuerza el sonido que me hace sentir viva. Este no es el final, lo aseguro. Este no será el triunfo del silencio. Luchar, agarrarme a mí misma. Recobrar lo poco que soy, y seguir adelante. No. Definitivamente ésta no es la hora cero. ¡Esta es la hora de mi renacimiento! Los locos no creemos en el silencio. ¡Escuchen todos! ¡Hoy gritaré la historia de mi existencia! Bajaré de un brinco de la cama y me levantaré sobre el maldito silencio... con toda la fuerza de lo poco que soy y que he sido. Hoy me rebelo contra mi desgracia... ¿Quién me lo impide? ¿Quién me lo impide?


Residuos de Lรกgrimas


Delito (1990)

Penetré sigilosamente a la alcoba, como burdo ladrón de madrugada. Entré guardando silencio, para no despertar el sagrado sueño de tus múltiples recuerdos. Era yo ajena al entorno, a las cosas ocultas en las gavetas, a las fotos familiares, a los libros de tu escritorio, a los apuntes que dormían en tus cuadernos. Entré callada y ajena, como ladrón a destiempo. Me descubriste rondando tus más íntimos secretos, me sorprendiste violando la santidad de tu templo. Me descubriste y, sobreponiéndome a la certeza de incurrir en un misterio, me enfrenté a tí y te dije: "Yo sólo vine a robarte las tardes de viento." No quiero despojarte de las eternas deidades de tus tiempos pretéritos. No intento extorsionarte a que escupas promesas que tú sabes no son ciertas. Ni a venderte la mentira del amor eterno, ni a tratar de ganar un lugar en tu vida. Yo sólo vine por las tardes de viento. Sé perfectamente que las guardas en algún cajón secreto donde se esconden las cosas hondas, íntimas e inconfesables, donde no pueden las llaves de mi angustia descorrer el cerrojo. No vine a robar tu futuro, no tengo derecho a hacerlo. No pueden mis manos nerviosas conocer la combinación exacta de la clave incógnita de tus misterios. Yo sólo vine por unas notas de música que adivino se esconden en tus tardes de viento. No a quitarte, sino a darte mis horas de regazo y silencio, donde puedan correr libremente las lágrimas que congelas en inútil careta de piedra y acero. Traigo las ganas suficientes de romper tu coraza de mármol y extraer de su interior la blandura de un beso. He venido a conjugar, por un efímero momento, tu soledad y la mía, que estoy segura coinciden en mucho. Coinciden en aquello de ser complejas y eternas, amargas y necias, como maldita condenación de un karma, como cruel pago a un elevado precio. No busco nada, ni plagiarte la neurosis, ni siquiera el deseo. Ni a libertar tampoco tus esclavizados versos. Sólo vine a robarte las tardes de viento. Me miraste fijamente y, entre mis manos que no esperaban nada, abandonaste desnudo y palpitante, sollozante e indefenso, al niño desvalido que es tu amor eterno.


Me pierdo en tu ausencia (1999)

Me pierdo en tu ausencia así como un perro perdido entre semáforos, semáforos que con colores lampareantes sólo funcionan para coches, para gente. Me pierdo en tu ausencia de horas, de días, porque tú eres el idioma que yo hablo. De pronto, soy analfabeta de la vida, y ni siquiera puedo deletrear el aire. No me gusta platicar contigo cuando sólo eres una foto esperando, un plato sucio esperando, un cepillo de dientes esperando, y una cama esperando resguardar tu cuerpo. Tu ausencia es como muerte que dura unas horas, es como pasado sin olores que recordar, es como fantasma que no responde a tus preguntas, es como hablar de ti como si no existieras. Me pierdo en tu ausencia, se desgajan de mí los ojos que no te miran, enmudece la voz que no te nombra, y se crispan las manos que no te tocan. Me pierdo, como fruta sin morderse que marchita. Me pierdo en tu ausencia, aunque sólo sea de días, de horas.


Canción en dos (1998)

Ausencia es, para el que ama, no más que un intervalo de silencio, labio inmóvil, cerrado y necio, pausa del agua, insomnio del alma. Certeza es, cuando se ama, ya no aceptar un "yo", sino un "nosotros", fundar en los rincones de tu cuerpo mi hogar, tierra natal, mi territorio. Mi estructura siente en dos, piensa en dos, lucha en dos. Porque te amo vivo en dos, hablo en dos, muero en dos. Cuando te alejas soy mitad, tierra quebrada, soledad, media palabra, un cielo en pedazos, seca gota triste, extraída de un mar. Trae de regreso todo lo que somos, el timbre de mi voz, mi luz: tus ojos. Devuélveme el balance, el reposo, estabiliza las fuerzas del holos.


RegrĂŠsame de allĂĄ, donde te encuentras, cachitos de mi ser, mi alma incompleta, el aura de mi piel, mi olor, mi aliento, y el rumor de la vida por mi cuerpo. Mi estructura siente en dos, piensa en dos, lucha en dos. Porque te amo vivo en dos, hablo en dos, muero en dos. Cuando te alejas soy mitad, tierra quebrada, soledad, media palabra, un cielo en pedazos, seca gota triste, extraĂ­da de un mar.


Hay un momento (1990)

Hay un momento en el que me permito robarte, en que cometo la osadía de destruir lo existente para que nuestros cuerpos puedan emerger del caos, para que puedan amarse en la penumbra solitaria, para que expresen, hasta saciarse, lo que sienten. Ese instante en que mis sueños frustrados, por fin, extienden sus garras, que inútilmente se cierran en tu esencia intangible, y se desploman, exhaustos, sobre tu espalda. Casi percibo las notas de tu respiración frenética, casi me escucho gritando lo que no debe ser pronunciado. Casi me arrastro a tus fronteras, llego a tientas y con la angustia desangrándose en mi vientre, casi llego a los umbrales de tus verdades secretas. Ese momento, que me reservo para compartirlo con nadie que tú no seas, en que tu cuerpo desnudo se convierte en la sublimación de mi vida desierta, en que guardo celosamente cada uno de tus movimientos para reproducirlos una y otra vez cuando ya te carezca, en ese instante cometo la osadía de pensarte mío, peor aún, cometo el error de creérmelo, y de tanto sentir que eres una de mis partes, termino observándome a través de tus ojos, y hablándome a través de tus palabras.


Tu nombre (1989)

Muéstrame tu verdadero nombre, aquél que jamás has revelado, el que aún se oculta tras densa sombra y celaje de pasado. Déjame adivinarlo a través de tu silencio, o filtrar con mis deseos cada una de tus breves palabras, hasta encontrar el signo latente, inmerso bajo el engaño de mis sentidos. Déjame ir más allá de lo aparente, y descubrir tu realidad sin sofisticaciones de la mente. No el nombre que rubricas en tus cartas, o caligrafías en notas y mensajes, sino el que expresa en cada una de sus letras, el significado exacto de lo que eres, y quizás ignoras. Sí, hay algo detrás de los ojos tuyos, que de pronto huyen o se acercan. Existe algún misterio en ese recelo, una aprehensión oculta, que percibo en el entrecorte de tu aliento. Y te siento así, con un secreto inenarrable, enclaustrado en tu cárcel de los tiempos idos, de recuerdos que me impiden tocar el fondo de tu pensamiento, delinear el altorrelieve de cada una de las verdaderas letras de tu nombre. ¿No son suficientes los vanos esfuerzos que realiza la noche? Se ha puesto su mejor traje de luces y ofrece su más gélido resuello. Hay embrujo, magia, pero hay más sortilegio entre las letras sagradas de tu nombre secreto. Celosamente lo guardas bajo cerrojo de miedo, por cancerbero en el umbral destacan cada una de tus amargas experiencias. No me da la luna energía suficiente, para acribillar cada una de tus evocaciones, con el filoso cristal de mi deseo. Y no te juzgo, no tengo derecho, no voy a ser censor de lo que yo también cometo. Si percibo en tus miedos el reflejo de mis ojos temerosos. Temo hacer preguntas, lo que es peor, recibir respuestas. Me buscas y te esfumas, eres ágil viento que alborota mi cabello. Me abandonas en la necesidad de tu aroma, y te presentas cuando no eres necesario. Pero siempre arrastrando un misterio, las palabras inefables, que deletreas en tu mutismo de entre frases. Espero el momento en que despiertes de tu letargo de pretéritos resentimientos. Y podré leer entonces en tus labios el nombre que jamás has revelado, y podré gritárselo a la noche, liberada por fin del yugo de ignorarlo. O quizá, por el contrario, abandonarás un beso frío entre mis palmas y te irás súbitamente, como has llegado. Y me quedará de tí sólo tu nombre, cicatrizado en el anverso de mis palmas.


Inventario (1989)

Dime qué vas a hacer con mi campo rebosando de cadáveres, con las ruinas fastuosas de mis gloriosos ayeres, con las moscas rebotando en mi cráneo, con mis manos llagadas y resecas, con las sierpes inquietas de mis pelos, con los sueños desmayándose en mi pecho. ¿Qué vas a hacer? Con las nubes refugiándose en mis noches, con el cristal hecho pedazos de mi vientre, con los duendes que se asoman de mi boca, con mi piel de cobre, con mi visión estúpidamente inocente, con mis uñas enroscadas en tu cuello, con mi boca ávida de misterio, con mi niña llorando en las grutas lodosas de mi alma. ¡Dímelo de una buena vez! Ahora que tienes en las manos todo lo que soy, y veo que careces de fuerza para soportarlo.


Imágenes (1990)

Tarde neciamente capitalina, soles cayendo en ciudad que carece de horizonte. Ventana invitándome a observar la niebla, cigarro pugnando por no hacerse pequeño. Ojos ajenos observando otros cielos, mientras me congestiono de música. Rumores citadinos confiesan que no estoy sola, precisamente ahora, que extraño tanto esos ojos ajenos. Mi cuerpo, por no enloquecer, recorre la habitación; manos ajenas que agarran otros espacios, cigarro que abandona la lucha por no consumirse y ahora observo su cadáver de ceniza, mientras reclamo en silencio las manos ajenas. Un cuerpo que no es el mío, recostado en una cama lejana, gotas que caen, exhaustas, en la acera de enfrente. La tarde se convierte en mi reflejo cuando trato de impedir que soles me caigan encima. Otro cigarro se enciende para volver a la lucha en la contienda de bocas que lo empequeñecen, mientras el cuerpo aquél que jamás será mío y que se recuesta en una cama lejana ignora llevar consigo el motivo de mi sobrevivencia. Sonidos vulgarmente viales, transgrediendo mi santuario, me sustraen de este momento que, ¡gracias a Dios! sí es mío; en que converso ampliamente con el pasado, y lo peor de todo, es que revela mis verdades y me abofetea con la excusa del remordimiento. Tarde obscenamente metropolitana, cigarro a cigarro voy hilando los recuerdos. Una cara, una voz, una cama lejana. Sólo soy un signo vital entre millones, mientras mi grito se pierde en telarañas de asfalto buscando inútilmente el horizonte.


Resistencia (1990)

Estás tan cerca de mí, que puedo caer de rodillas abrazando la curva de mi sueño, rozar con mis labios las extrañas confidencias de tu piel, extraer de tus dedos las dudas que reclaman respuesta, abrir paulatinamente el velo de tiempo que nos separa. Ahora que percibo tus latidos a una distancia tan breve, debería negar el lujo de andarme con prejuicios castrantes, debería inventarle un significado nuevo a esta noche recién estrenada, y brincar de un salto el abismo de mis temores internos. No sé cuántos segundos restan para ponerle fin a mi resistencia, las manecillas de mi muñeca vuelan acelerando el momento de la entrega, cuando la vida es un trago que se apura de golpe, y el tiempo ya no alcanza para analizarlo concienzudamente. Sobre todo, cuando sé que estás tan cerca, que mi vientre anticipa la agonía, y en mi oído resuellan tus pensamientos sediciosos, y me siento pequeña ante la enormidad del deseo. Ahora que estás tan cerca, es cuando debo atragantarme las palabras, detener mis manos que giran hacia tu cuerpo, cuando debo hacer un ovillo con mis excitaciones y morderme en los labios los besos. Aunque nos hagamos el amor con tan sólo presentirnos.


Cuando llegue al punto de intersección (1989)

Voy a irrumpir en medio de tus tristes cavilaciones, y derrumbaré a patadas tus castillos de recuerdos, no quedará de pie ni una nostalgia viva, me sentaré a observar tus vanidades muertas. Desnudaré tu alma hasta verla languidecer de frío, me entregarás, tembloroso, tus ansiedades abiertas; mas yo renunciaré, arrepentida, al descubrir, convulsionándose de llanto tus infinitas soledades desiertas. Pero voy a irrumpir, no sé cuándo ni dónde, lo que sí sé es que violentamente te arrojaré a la cara mis mundos interiores, y te daré mis horas para que las seduzcas y les introduzcas coplas y poemas. Sí, para que de una vez por todas dejes de observarme entre la bruma, predador hambriento de la magia que emanan cada uno de mis movimientos. Irrumpiré en tu vida con un estruendo de lágrimas pretéritas, de soledades viejas, de necesidades corporales, de ternuras imprescindibles. Te abrazaré, entonces, tiernamente, y me conmoveré quizás un poco, cuando yazcas en medio de los tristes escombros de mis derruidas amarguras añejas.


El ser desbarrancado, de efecto rápido (1990)

Existía... dentro de mí un sueño, el presentimiento sedicioso de una risa jamás escuchada, de una voz enronquecida de amor, de unos ojos pequeños, curiosos, cuyo pasatiempo fuera penetrar los míos. Existía en mi interior, la nostalgia de una figura adivinándose en la sábana, de una futura noche de vigilia y almohadas persiguiendo sueños que se nos escurren de las manos, horas enteras que ocuparía en la ardua tarea que es recordarte que te amo. (Desde niña me sentaba en los balcones persuadiendo al Sol en su lecho de muerte, para que me regalara la promesa de alguien que viniera al día siguiente a devorar las tinieblas.) Existía un sueño, y a ese ideal grotesco le acomodé el timbre de tu voz, le superpuse la amargura de tu mirada, tu cabello lacio, tus manos sedientas y avariciosas. Pero, al trocarte tan real y tangible, tan palpablemente objetivo, descubrí que, más allá de lo sublime que te hacen lucir mis sueños estúpidos, no eras más que un hombre, igual de hombre como cualquier otro.


A propósito de soledades (1989)

Déjame arañar mi soledad. Agrietarle la carne, desgarrarla. Déjame abarcar el espacio que me rodea, expandirme, hacerme gigante. Que en las paredes de mi cuarto sólo quepamos yo, y mis pensamientos. Déjame apagarme la luz de la lámpara, quedarme a voluntad a ciegas entre la noche espesa. En este mundo de sombras donde extraen su razón de ser mis fantasías, donde danzan mis locas ideas, donde brillan mis frustraciones en un mundo de no-sol, de no-luz, de noesperanza. Déjame escuchar en las aceras la resonancia de mis pasos solitarios. Ya me he acostumbrado a un par de pisadas rítmicas, sin eco, acompasadas como un himno a mis frecuentes soliloquios. Quiero llevar mis pies por una calle cualquiera, como perro vagabundo olfateando una abstracción. Sé muy bien que al cerrar la puerta de tu vida, te obligo a enfrentarte a tus desiertos interiores. Sé perfectamente que en tus horas vacías, emergen ámpulas tatuando mi nombre por todo tu cuerpo. Letras rojas, sulfurosas, ardientes. Se postran ante tí los recuerdos, y el pasado te mira largamente, cual burdo espantajo de sonrisa cínica. Conozco a lo que te obligo con mis ausencias. Al doblar la esquina, cuando comienza a disiparse el sonido de mi última risa, el silencio oportunista toma su acepción perfecta. Al doblar la esquina, entre la insonoridad siniestra, renegrida, puedo escuchar cómo surge el desorbitado grito de tus ansiedades incógnitas. Observo cómo devoras los restos de mi voz aún impregnados en el ambiente. Tu soledad y la mía. Creaturas independientes a nosotros, seres densos, concretos, parasitarios, producto de nuestras más hondas frustraciones. Por eso, déjame en la hosquedad de mi vida diaria. Quiero hacerme independiente de todo lo que no sea yo misma. Hacerme egoístamente insufrible. Aguantar la vida con mis propias agallas. Por eso, déjame arañar mi soledad, agrietarle la carne. Al fin y al cabo, no necesito ayuda para eso.


No me hables de amor (1989)

Pretendes deslizarte en el tobogán de mi noche. En una de estas noches egoístamente mías. Hacer honor a Baco o a la serpiente bíblica. Pretendes compartir conmigo la última carcajada que me arrebate la noche. Y que nos sorprenda el sol, como asesinos in fraganti, cuando tratemos de estrangular nuestras emociones. Pretendes... ¿Acaso has estado tú, en alguna de mis noches sombrías, en alguna de mis noches aciagas? Cuando no existe sino el eco de mis latidos, ni más abrigo que mis propios brazos. ¿Acaso has estado tú en una de mis noches de lágrimas? Cuando la entereza se me derrumba súbitamente, e intento resistir el peso de mis frustraciones. ¿Qué sabes tú de mis verdaderas noches? Cuando no tengo más compañía que el gemido de una triste melodía, ni más oyente que los rayos de luna. No me hables de amor, no por hoy, si hago ya endebles esfuerzos por escapar de la fascinación de tus ojos negros. La luna llena me susurra al oído poemas que prefiero no recordar. Hoy no, hoy no me hables de amor. Déjame escapar de la mano de la frivolidad, llenar mi copa con palabras astutas, andarme con tapujos, y estrenarme una máscara sobre la otra. Ser falsa y reír, inventarme una felicidad utópica, encubrir una desventura real. Que mis últimas ideas se diluyan con la brisa y, no pensar. Sólo el presente importa, el futuro es una eterna conversión, un ahora, luego el mañana nunca llegará. No me hables de amor, que lleva en sí mucho de amargura y posesión.


Caricia estéril (1988)

He dejado en tí mi caricia estéril, aquella que no provocó nada. Aquella que abandoné una noche sobre tu espalda y jamás me fue reciprocada. He dejado sobre tí mi vida entera, para que te cobijaras. Si de algo sirven mis vivencias, si de algo sirven mis andanzas. Esa caricia estéril, caricia perdida, caricia vana. Y ese beso clandestino, casi fuego, casi brasa. Se han perdido entre la bruma. Estas ilusiones mías han muerto una tras otra, bajo el eco de tus frías palabras. Quise dejar de ser cuerpo, para convertirme en alma. Quise pensar que la noche le iba abriendo paso al alba. Quise en cada momento mostrarme cruda, mostrarme blanca, mostrar el temple de mi carácter, gustara o no te gustara. Pero fui demasiado lejos. Quise entrar en tu vida, en esa parte de tí que para mí está vedada. Quise entrar en tus sueños, como fantasma. Quise compartir contigo travesuras, apetitos, miedos. Hubo hasta un instante en que pretendí me amaras. ¡Estúpido sueño de loca enamorada! Que Dios me perdone si por ir demasiado lejos, ya no pude encontrar el camino de regreso. Déjame dejarte ahora. Antes de que se marchiten mis palabras. Antes de que, a fuerza de tanto dar, me quede toda vacía, me vaya hundiendo en la nada. Quiero dejarte, y ¡ahora! Antes que te ame demasiado. Quiero ser sorda a mi voz que grita que es demasiado tarde. Que grita que, por más que huya, jamás llegaré a ninguna parte. He dejado sobre ti mi caricia estéril, infecunda caricia vana. Aquella que no provocó amor, que no provocó nada. Puedes ahora hacer con ella lo que más te plazca. Yo por mi parte huiré, cuando el amanecer se impregne sobre tu almohada.


Connubio vesánico (1989)

Para engañar a mi soledad, hace falta algo más que tus besos sin forma, que tus palabras huecas con pretensiones de idilio, que promesas incumplidas de antemano. No preciso mentirte o engañarme vanamente, o inventarme un amor de mirada huidiza y manos escondidas. Para engañar a mi soledad hacen falta muchas más premisas. Porque he aprendido a convivir con ella, a tenerla de parásito, absorbiendo mi esencia. He aprendido a respetarla, cual motivo absoluto de mi burda existencia. Mi soledad es algo más que un instante funambulesco, que un soliloquio. Es la historia de mi vida. Hace falta algo verdaderamente sobrehumano para burlar a mi soledad. Algo simple, falible y mortal como tú no es suficiente. ¿Qué puedes darme tú a cambio de ella? Sólo temores, dudas, desatinos. En cambio, ella me proporciona el placer de concentrarme en mi yo interno, de meditar acerca de la vida, de percibir en el profundo silencio una voz que recita verdades nunca antes dichas. ¿Qué me puedes dar tú? Si de ella obtengo todo. De ella obtengo la fuerza suficiente para enfrentarme a las lides del destino. Ella ha forjado mi temple, es mi protectora y mecenas. Mi Soledad. Hice de ella mi madre, mi amiga, mi amante, mi hija. Nos une un arcano inviolable, ¡siempre juntas! Y nunca nadie podrá penetrar en nuestras recónditas guaridas. En verdad te digo, para desplazarla hace falta algo más que los nimios esfuerzos que prodigas. Hace falta tocar el punto exacto donde comienza mi muerte y termina mi vida. Y aún en la intemporal transmigración iré corriendo abrazando mi íntima soledad, ¡Eternamente mía!


Te amo (1988)

No diré "te amo". Porque al toparme con el pétreo muro de tus qos, mi boca adquiere el mutismo de una tumba. Porque en la galera fría y en tinieblas de tu alma no existe eco para palabras bellas. Jamás diré "te amo". Porque tu desamor congeló las palabras en mis labios, y mi silencio será reflejo del tuyo. Palabras de amor que de no escucharlas, ha borrado mi memoria. Bésame simplemente, y siente temblar mis labios al acercarse a los tuyos. Bésame, pero no esperes oír palabras de amor. Aunque en la soledad de la noche, un poder irrefrenable me impulse a saltar sobre tu esencia, seré lo suficientemente fuerte para detenerme. Porque jamás me oirás decir "te amo". Porque, dócilmente, dejaré que el silencio se apodere de mí y me envuelva en su tensión enloquecedora. Pero jamás sabrás que te amo. Quizá me asalte el valor cuando vea que te alejas, entonces, tal vez sienta el deseo loco de correr hacia ti ¡y mandar todo al diablo! Pero, como siempre, entonces me detendrá el pétreo muro de tus ojos. Quizás ya no tendré jamás mañanas de viento, ni podré contemplar contigo el brillo del mar al mediodía. Quizás no podré jamás acariciar tu cabello, no ver en tu mirada un brillo fugaz. Quizás al recordarte, una rebelde lágrima escape de mis ojos. Te dejaré partir, pero jamás diré "te amo". Es tu silencio ensordecedor quien me da la fuerza para callar. No diré que te amo, porque jamás me quisiste, porque sólo fue un juego de niños tontos que aún no saben qué es el amor. Quizá al saberte lejos me arrepienta... ¡Pero no diré que te amo! Así me quede sola para siempre. ¡Qué más da! Sola siempre he estado. Será mejor borrar las palabras de amor de mi vocabulario. Porque jamás diré que te amo. Y cuando tomes tu camino, cuando te pierda completamente, cuando encuentres otro rumbo y gente diferente, escucharás mi voz perdiéndose en la noche, diciendo: Te Amo.


Cuando me haya ido (1988)

Cuando me haya ido, y sea sólo una fecha en tu agenda del pasado, sólo un olor transfigurado en la vastedad del olvido. Cuando mis pasos ya no resuenen por estos lugares, y mi huella arcillosa casi se torne indeleble. Cuando ya no esté mi cuerpo, sino ausencia; cuando ya no se escuche mi voz, sino el sonido del viento. ¿Qué será de ti? ¿Acaso permaneceré en tu recuerdo, o seré sólo un cúmulo de reminiscencias viejas? ¿Quién te amará como yo? ¿Alguien más murmurará tu nombre, o sentirás tu soledad? Habrás de darte cuenta entonces de todo este amor perdido, tirado a la basura sin usar siquiera. Toda esta ternura que me llevaré conmigo y me servirá de abrigo cuando muera. En tus manos sentirás todas las caricias que pudiste darme y nunca me ofreciste, todos esos besos, todas las palabras bellas que nunca emitió tu boca. Pero, para entonces, ya estaré muy lejos. Cuando me haya ido, y no resuene mi caminar por las aceras del Puerto, y mi pluma sea artífice de ecos lejanos. Entonces, te darás cuenta de todo el amor que dejaste pasar. Estoy segura, contendrás las lágrimas. Estoy segura, no querrás darme el gusto de enterarme de tu dolor. Pero aunque yo me encuentre lejos, aún ausente sentiría tu llanto, mojando y llenando nuestro pacífico mar.


La última palabra (1988)

No dijimos la última palabra, ésa que quedó prendida de tu boca, humedeciéndote los labios, o aquella que reprimí rabiosamente para que no se escapara. Me convertí en verdugo de cada una de las letras de tu última palabra. Le desnudé cada sílaba y la conservé intacta. Tembló en tu boca, en el preciso instante de la última mirada, en que el adiós se hace silencio, se hace imagen y recuerdo, y luego... nada. Yo me confieso culpable de haberle puesto coartadas, de haberla retenido, de ponerle diez trampas. Yo fui culpable de que la última palabra quedara en los archivos amargos de las palabras jamás pronunciadas. Porque, de proferirla, hubiera sido ábrete sésamo de sonidos que después, la distancia convertiría en sagrados himnos. Porque hubiese escapado desde el fondo mismo de mis ansias. Pero no, fuimos cobardes. Y la palabra amor quedó temblando en nuestros labios. Y luego... nada.


Residuos de Sudor


Orígenes (1992)

Es necesario retornar a los orígenes, tomar nuevamente con las manos el puño de carne y músculo que éramos, balbucear las primeras palabras que jamás fueron otra vez pronunciadas. Es preciso escarbar la memoria, para extraer el olvido polvoriento que se empeña en engordar sus raíces sucias. Recorrer nuevamente los archivos, y andar a gatas por ese oscuro edificio donde yace olvidado lo que fue, lo que era. Es necesario, parirnos nuevamente para encontrar, en ese asalto primero de luz incandescente, todas las respuestas. Regresar al instante primigenio, retornar a los orígenes y beber de ellos, para saber a ciencia cierta quiénes somos y quiénes seremos.


La ventana del mundo (1998)

He aquí, que me asomo a la ventana del mundo y me horrorizo ante lo que veo: el ser humano, medio ciego perdido en su propio egoísmo, primitivo al fin, sumergido en la caverna cibernética, pero aún contagiado por añejos odios y rencores. ¡No hemos evolucionado, sólo hicimos más compleja nuestra mezquindad! Quisiera fabricarme una esperanza con la esencia intangible del futuro. Quisiera el nombre de un recién nacido que viniera a salvarnos del abismo. Estoy sedienta de algo que indique un síntoma de continuidad, de transición, un dejo de mejoría, de eternidad. Pero sólo me asomo a la ventana del mundo, y el ser humano, allá afuera, voltea a verme con ese miedo ancestral, heredado, e inútil.


Como perro miedoso (1998)

Como perro miedoso, ladrándole a la luna, así alzo mi voz ante la Vida, la gran desconocida, enigmática Señora que despliega ante nosotros los días y los años. Dueña del tiempo, inalcanzable y hermética, antropomórfica quizás ante mis ojos, pero igualmente indescifrable e incierta. Heme aquí, con los ojos vidriosos, con el pelo revuelto y encendido, con las garras tensas y afiladas, ladrándole a la Vida, intentando arrancarle las respuestas.


El argumento de la consolación (1991)

A mi eterno castigo: la Danza. Seguirte es tenerte, perseguir un sueño lisiado, formarle brazos y piernas y lanzarlo a la danza de la vida. Trastornar lo imposible hasta hacerlo posible, ignorar la lógica angustiante que me ata las manos. Seguirte es llevar varios siglos recorriendo el camino que conduce a mí misma; mientras el pasado me cuenta sus historias de siempre, como anciano frenético de vida. Seguirte es pesadilla que despierta a mitad de la noche, como abismo existencial, como reminiscencia oscura repetitiva, reminiscencia oscura repetitiva, reminiscencia oscura repetitiva. Ignorar la estructura de las cosas, rechazar lo que la vida ha preparado para nosotros. Desde el instante del primer vagido alimentarme con tu sudor y tus lágrimas, devolverte al estado mítico, al estado pétreo y hermético donde los elegidos nacen, fracasan, enloquecen y mueren. Seguirte es tenerte, la única razón estúpida del desahuciado es saber que sobrevives en mis huesos, en cada músculo inserto a mis huesos, en la piel inserta al músculo inserto a mis huesos; en el sudor nuestro de cada día, en el gesto que lucha por no ser estético, en la pierna neciamente flexible, en el cuello alargado por sobrevivencia, en esta maldita danza que estás en los cielos, y para mi desgracia, también en la Tierra.


Repertorio (1989)

Cuando culmina el día, cuando se cierra el libro de la cotidianeidad, y desplomas el cuerpo exhausto de tanto deambular con sus incógnitas cerradas. Es entonces, cuando la oscuridad te muestra su amplio repertorio de fantasmas, para que escojas de ellos el que más te guste, el más apto para torturarte lo hondo, el que pueda arrancarte los gemidos más fácilmente. Con práctica, hasta se vuelve divertido sentir las garras que te arrancan las entrañas, que te extraen las lágrimas hasta volverte un amasijo de carne reseca. Ya después, habiendo completado el arduo rito, puedes dormir tranquilamente, como quien se recuesta a la puerta del infierno.


Catarsis (1990)

Juraban que escribir es una catarsis, que el poeta se fortalece en sus poemas, y que abrazando las letras puede encontrarse la calma, como droga efectiva. Pero cuando extiendo los brazos y estrangulo las frases tan vehemente presiento que he sido defraudada, presiento que cometí un error, quizá apreté demasiado fuerte, pues me mancho de tinta entre los dedos, y mi desesperación silente se vuelve contra mí, exasperada, y me enloquece con sus gemidos estridentes.


Papeles (1989)

Hoja de papel en blanco, encontraré la manera de torturarte, gradualmente, hasta que confieses las palabras que llevas dentro. Tu sonrisa celulosa, terriblemente histérica, instigando al violador que pueda apartarte de tu blancura, de tu perversa castidad. He llegado hasta aquí y me tiembla la pluma. No, no es el viejo mito del escritor y el reto calcinante del futuro poema. Ahora es cruelmente mía esta realidad y esta impotencia de no poder alcanzar la punta de mis lejanas ideas. En esta búsqueda exhaustiva de palabras descubro que debo inventármelas, que debo extraerme las emociones, las penas conscupiscientes, y abandonarlas aquí, desnudas y prostituidas, en esta cínica hoja de papel en blanco.


Mis manos (1988)

Mis manos, nunca comprendieron qué es la femineidad. Sí, son ásperas y se les resquebrajan las uñas a las muy indecentes. Agarran el cigarro como un macho, y a las muy pervertidas les gusta excitarse cuando danzo. Pero estas manos, ¡ah, mis manos! cuando saben que nadie las observa capturan una pluma, y la extorsionan a que vomite historias increíbles. De sus líneas rugosas, extraen el arsenal de versos con que extermino las horas. Sí, mis manos callosas y burdas, como artesanía barata de pueblo pequeño, llevan escondido entre los pliegues un misterio tan grande, que no les cabe y escapa de ellas como un secreto amargo que inevitablemente se confiesa.


Letargo de verano (1989)

Se deslizan los días de mis manos, se va agotando la vida empuñando las plumas, azotando una máquina de escribir contra las paredes de mi libertad. Estoy tan ocupada inventando versos que, aunque el mundo me saluda por la ventana, mis ojos enfermos de melancolía no perciben su presencia. Mi faena consiste en recoger las hojas que caen del calendario, y esperar a que pasen los meses con sus lentos y lánguidos resabios nostálgicos de siempre. Todo sigue igual, permanece estático, como un instante inmóvil, como un presente eterno. ¿Cómo malgastar las horas? Ya he olvidado el "modus vivendi" de la frivolidad, algo más denso ha venido a instalarse en cada uno de los rincones de mi existencia. Un maullido se pierde en el borde de mi falda, y me recuerda que en el mundo hay ancianos de diecinueve años. Yo lo niego cariñosamente, acariciando su ahumado lomo, dejándome llevar por la modorra de la tarde, adormeciéndome con el sonido atenuado del silbido del aire. Transcurre mi vida lenta, aletargada, todo en la misma posición que antes de irme, y seguirá igual después de marcharme. Se me esfuma el día tejiendo utopías. El duende del tiempo se burla cuando me ve sacar los mismos viejos y raídos recuerdos. Un rayo de luna busca la tranquilidad de mi cuarto y se extiende, brillante, sobre mi cama enorme. Entre la maraña de ruidos exteriores se revuelven los grillos y las voces del pasado. Entonces, se derrumba la noche en mis vacías manos. Mis pies están ya cansados de perseguir ilusiones hasta perderlas de vista. Mis brazos tienen hartazgo de abrazar la nada. Quizás por eso permanezco igual que entonces, igual que hoy, igual que siempre, cruzando por mis ojos una sombra de angustia postergada. ¡Cómo deseo terminar con el tedio que me abruma! Asestar un golpe seco al hastío que me asfixia! Que llegase un huracán y arrastrara con sus vientos esta red de temores y debilidades que me domina. Dar al traste con todos los relojes inmóviles. Hacinar y prenderles fuego a los mismos versos de amor que he escrito por siglos, a las mismas palabras que escupe mi boca, al mismo letargo que aminora mis latidos. ¡Que algo suceda, que un ser maligno llegue, me destroce y se vaya! ¡Todo, todo sea para terminar con esta insoportable calma!


El cuento que jamás ha sido contado (1989)

Mueres lentamente, en esta celda seca y oscura que carece de lugar en el espacio, que se podría situar en cualquier tiempo. Desfalleces, prisionero en la cárcel de tus fracasos y represiones, y permaneces allí por un lapso indefinido, quizás unas horas, quizás unos siglos. Pero no lloras más, se han secado tus lágrimas. El temor te ata las manos hasta sangrarlas, la angustia te grilleta los pies hasta entumecerlos. Yaces inmóvil, inmutable, y no escapa sino un leve gemido de tus resecos y agrietados labios. Mueres, aunque cuando llegaste aquí te parecías a los otros, a los de afuera. Hasta tenías un nombre. Pero fue pasando el día, que dio paso a la noche. Y transcurrieron días y noches y días, y tú sigues aquí, en este lugar hermético y oscuro. Con tus garras filosas laceras tu carne para darte cuenta si aún vives. Gritas, y tu aullido inútil nunca recibe respuesta, y entonces te arrancas de un tajo la lengua, para ya no repetir palabras necias. Pero aquí permaneces. Quizás por miedo a lo que existe allá afuera. Quizás por llegar al límite, al extremo. Y te quedas quieto, resignado, flotando en el charco de tus derrotas. Súbitamente, algo desconocido se infiltra en tu celda. Un rayo de luz, hilo plateado, termina en tu cara. Un caudal de luz se derrama sobre tus ojos y sientes los colores danzar sobre tus mejillas, bañando tus cicatrices añejas. Sientes sobre tu piel, la tibia caricia de unos dedos luminosos. Súbitamente, un rayo de luz sobre tu cara. Sin embargo, el haz resplandeciente al no tener respuesta, se apaga lentamente, hasta volverse nada. Y la oscuridad ahora llena, nuevamente, el espacio transgredido. Y tú quedas, no igual que antes, sino más diluido, más amargamente inmóvil, helado, lúgubre. Pero como este cuento jamás ha sido contado, yo podría decir que el halo resplandeciente hace estallar tu cárcel de temores en mil pedazos, y que puedes darte cuenta, en la claridad de la intemperie, que detrás de esas paredes impenetrables se encuentra el mundo en que siempre viviste. Que alguien te despierta y te dice "Buenos Días" y que estás allí, recostado en tu cama, como todas las mañanas, apagando con tu mano el despertador y haciendo a un lado tus sábanas. Este cuento jamás terminará de contarse porque tú narras, al final, las últimas palabras.


Apuntes de una solitarióloga (1990)

Los he visto en ocasiones. Tic, tac, tic. También los he escuchado. Su taconeo por las aceras vacías, por las aceras semi-pobladas, por las atestadas de gente: son inconfundibles. Me he atrevido a atisbar en sus ojos, y he descubierto sus desiertos infinitos. Tic, tac, tic. Los Solitarios. Sus pisadas no llegan a ningún destino. Los he reconocido husmeando libros de supermercado, hurgando páginas, buscando la efímera compañía de cualquier autor de moda. La literatura es la secta, cuya inmensa mayoría son Solitarios. He observado dichos especímenes tras la vidriera de las cafeterías, sumergiendo caras bajo tazas de café humeante, mientras un cigarrillo les besa los labios. Un asiento vacío frente a ellos se convierte en el recordatorio de su soledad. Todo un ritual. Al doblar las esquinas, me he topado nariz a nariz con ellos. Observación participativa, aliento contra aliento. Sin embargo, nunca se detienen a pedir disculpas. Van danzando por las aceras, entre una multitud que ignoran. Van siempre, frenéticamente huyendo. Tic, tac, tic. Un fantasma les persigue, estoy segura, un fantasma que no brinda tregua en el cotidiano deambular por el mundo: el espectro del ausente. En las tardes sin bruma, se puede distinguir fácilmente a sus espaldas un par de sombras. No me cabe la menor duda de que, cuando llegan a casa, tras correr el cerrojo, despojarse del abrigo, y derrumbarse en el sofá, el fantasma se agiganta y los aplasta con su descomunal ausencia. Los Solitarios. No quiero imaginar cómo sobreviven al profundo vacío hundiéndose en sus camas, con el claro de luna desfigurando sus crispadas caras. Podría jactarme, aunque no quiero, de ser una solitarióloga. Soy capaz de identificar un espécimen al primer vistazo (y a distancia). Son así: los cabellos peinados de cualquier manera, los ojos fijos y extraviados, la boca inmóvil y silenciosa, las manos manchadas de tinta por tanto escribir cartas que llegan o quizás no, los cuerpos doblados de tanto llevar a cuestas la soledad, y los pies incansables con su eterno ir y venir. Ahora percibo el sonido de un tic, tac, tic. Mis sentidos se agudizan: ¡un solitario rondando mi casa! Tic, tac, tic. No puedo desperdiciar esta oportunidad, seguramente anda cerca. Me asomo a la ventana, y lo reconozco de inmediato: el cabello peinado de cualquier manera, los ojos fijos y extraviados, la boca inmóvil y silenciosa. Este ejemplar hasta tiene la cara enrojecida de llanto. Desgraciadamente, ya no puedo continuar con mi análisis científico. Todo concuerda a la perfección: el tic, tac, tic, la descripción del sujeto. Sin embargo, no me he acercado ni a la ventana. Es un espejo.


Remembranzas de todo ser humano, En algún momento de su vida (1996)

Devolvamos a la Luz lo que es de la Luz. Retornemos al lugar del color y el sonido, donde no existe sino paz y sosiego. Allá, donde se encuentran las verdades, donde el amor nos vuelve sublimes, donde me perdono y me alcanzo, donde el dolor no existe, sino risa y calma. Allá es de donde yo vengo, y a donde regresaré con el último aliento. Allá es donde soy libre, allá es donde pertenezco. Soy un pedazo de ángel desechado. Soy un ser en busca de lo eterno. Un pequeño dios desterrado que, desgraciadamente, aún recuerda su pasado. Un pequeño dios desterrado que, afortunadamente, todavía recuerda su pasado.


Editorial Uruz. México, 2008. Diseño de portada e interiores Carlos Robles Cruz


Uruz Publishing


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