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Nochebuena India, una inspiración heredada en casa

Por: Karla María Salas Cuéllar

iniciaba detallando un paisaje Paraguayo, describía el aire fresco de los arbustos y la bola de monte a escasos metros de la casita en guadua de la que pronto partiría el hijo mayor de dos padres campesinos y humildes que se disponían a despedirlo justo un 24 de diciembre.

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La maleta del muchacho era ligera, su tristeza grande. Con la bendición de la nana y el tata, el joven se encaminó entre la selva oscura que amortiguaba los estampidos de los juegos artificiales provenientes del pueblo.

en el recuerdo la brisa suave que recibió a ese hombre que partió siendo un muchacho y regresó siendo todo un señor, lo veo llegar a su casita en medio del cantar de las aves y el olor a boñiga, vuelvo a sentir su incertidumbre tras 10 años de ausencia en búsqueda de un mejor porvenir, lo recuerdo cruzando con vehemencia cada portón de golpe que daba hacia esa chocita, lo veo con el sudor encima y un pálpito en su corazón producto del temor de no encontrar a alguno de sus padres vivos.

contrario. Un buen día, la abuela Margarita le hizo el mejor regalo a su hijo, es decir a mi padre, con una sonrisa en sus labios y luego de llegar de una extenuante jornada, le depositó esa gran herencia en sus manos.

Ya es año nuevo, el 2023 es una realidad y ha llegado más rápido de lo que esperábamos, pero aunque estamos en la apertura de este año, yo quiero devolverme a la más reciente navidad y compartirles una sensación que experimento cada año al acercarse nochebuena. Es que justamente la sacudida que me provoca ese recuerdo, me invita a ponerle más verraquera a los propósitos de este 2023.

Empecemos…

Yo tenía unos 6 años cuando papá por primera vez nos reunió antes de la cena de navidad a leernos un cuento. Estábamos ubicados en la sala alrededor del pesebre, mientras las luces intermitentes del arbolito hacían resplandecer la ropa con olor a nuevo que lucíamos mis hermanos y yo. Mi mamá al principio estaba inquieta viendo hacia la cocina, intentando impedir que la cena en la estufa se quemara, pero era inevitable desviar nuestra mirada, pues papá mostraba esa expresión particular que sabe poner en su rostro cuando exige absoluta atención.

Su voz se empezó a escuchar: “Nochebuena India”. El relato

La lectura era larga y para mi edad se hacía eterna, pues de repente se perdía mi atención observando las gallinas en el cerco del pesebre o imaginando cuál sería el regalo que el Niño Dios ya habría puesto en la cabecera de mi cama.

Una, dos, tres, diez navidades más y mi papá no fallaba con su cuento. Ya a mis dieciséis había menos distracción, pero no faltaba uno que otro bostezo que se atravesara ante la tradición que papá había instaurado en casa.

Hoy ya no duermo en esa casita pequeña donde me enseñaron a amar entre cantos y cuentos los pequeños detalles, ya no me levanto con el cantar de mi padre y el olor de un delicioso café preparado por mamá. Ya no comparto los juegos, bromas y peleas con mis hermanos porque uno a uno hemos partido a formar nuestros propios hogares, pero entre tantos regalos que Dios me dio en mi bello hogar, tengo clavado el recuerdo del final de esa historia a la que quise hacerle el quite durante muchas navidades, pero que la insistencia de papá me enseñó a valorar.

Cómo olvidar el desenlace de ‘Nochebuena India’ si me golpea

Lo recuerdo, lo veo llegar, golpear la puerta de guadua, y experimento ese júbilo en su corazón; la nana y el tata estaban allí, vivos, con el peso de los años latente pero con unos brazos que aunque cuarteados se extendieron para darle calor, calor de hogar.

Cuantos vuelven y sus seres queridos ya no están, cuántos cogen camino hacia los reconocimientos, los aplausos, la admiración y cuando vuelven en sí, han dejado morir sus verdaderas pasiones. Cuántos renunciaron a sus sueños para complacer a otros.

Bendito sea este cuento por llegar a mi vida cuando era solo una niña; bendito mi padre que no desfalleció en su intento por transferirnos ese amor particular por Nochebuena India; bendita sea la enseñanza que hoy tomo de este cuento y bendito el libro que abraza esta historia, pues como si fuera poco, el libro de cuentos que papá tomaba en sus manos cada navidad, tiene una historia más…

Ese libro fue un regalo hecho por la abuela Margarita Salas a mi padre cuando este tenía once años de edad. La abuela Q.E.P.D lavaba ropa ajena debajo del puente del río las Ceibas, su condición económica era muy precaria, pero su corazón de madre era todo lo

Cuenta mi padre que el primer cuento que leyó fue Nochebuena India; desde entonces se le abrió un deseo inaccesible por escribir. Cualquiera pensaría que la experiencia le hubiera sembrado inicialmente el hábito de leer, pero mi padre, mi poeta como lo llamo cariñosamente, le encanta escribir. Es detallista, nostálgico y romántico para hacerlo, pero sobre cualquier cosa, sus escritos siempre llevan una enseñanza.

Este 2023 que apenas inicia, es una página más y usted decide si quiere escribir su propia historia o quedarse a leerla. Pienso que los dos ejercicios son muy buenos. Si decide escribirla, quiere decir que usted se proyecta, usted se mide, sabe lo que quiere, pues está pactando sus anhelos y no camina por caminar. Si decide leer su historia, quiere decir que reflexiona sobre cada paso que da, y eso está muy bien, pues somos humanos y necesitamos leernos antes de leer a los demás. Es necesario estudiarnos interiormente para resurgir.

Cada segundo, cada minuto, cada despertar es una nueva apuesta. Lo invito a escribir su propia historia para este nuevo año y a hacer pausas para leer su proceder.

Y no olvide, usted es el protagonista de su historia, y en sus manos está la oportunidad de ser feliz. Vuelva a sus gustos, a lo que lo mueve, a sus pasiones, no las deje morir porque a veces nos elevan las etiquetas y el ritmo de la vida y de repente olvidamos Ser.

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