Potenkiah de Andrea Saga

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Potenkiah La Piedra de la Muerte


Adriana y Eduardo, excelentes padres; Luis, inagotable fuente de apoyo; Claudia, premio a la paciencia y al buen consejo, no pude tener una mejor primera lectora.


Potenkiah La Piedra de la Muerte Andrea Saga


Potenkiah, la piedra de la muerte © Andrea Saga Edición de autor Todos los derechos reservados. México, 2009 Registro de la propiedad intelectual: 03-2009-031810083400-01 Primera edición. Agosto de 2013 ISBN: en trámite Ilustración de portada: Jorge Chípuli Cuidado editorial: Mariana García Luna. Impreso en Tilde Editores Reforma 1905 Ote., Col. Modelo, Monterrey, N.L. México

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos, incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del titular de los derechos de autor. www.andreasaga.com


“A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo� Jean de la Fontaine.


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Prólogo

as Piedras Sagradas fueron el origen y el fin de todo. Su impacto en la superficie de Eloah provocó una explosión radioactiva que barrió con todo ser viviente en miles de kilómetros a la redonda. El consecuente invierno nuclear extinguió incontables especies del ecosistema planetario y las sobrevivientes experimentaron una inevitable mutación. Así fue la génesis de los eloahnos, que en la lengua de los antiguos quiere decir “vuela hombres”. Aeviniah, la Piedra de la Vida, prolongaba indefinidamente la existencia de quien permaneciera cerca, mientras que Potenkiah, la Piedra de la Muerte, la sesgaba inmisericorde con su mortal descarga de energía. Juntas eran el tesoro más codiciado del planeta, el símbolo máximo del poder, motivo de guerras y traiciones, de explotación e iniquidades. Cambiaron de manos en innumerables ocasiones, hasta que cayeron en las de quienes las utilizarían como centro neurálgico de la religión dominante y más tarde en el corazón de su vasto imperio: los Elohin, Sacerdotes de las Piedras. Fueron separadas cuando, en un intento por poner fin al yugo imperial, un grupo de libertadores comandados por Erol, el Sabio, tomaron por asalto el templo que las resguardaba. Aeviniah, la Piedra de la Vida, desapareció sin dejar rastro, posiblemente robada durante la batalla; Potenkiah sería engarzada en la empuñadura de una espada antes de resguardarla en una bóveda subterránea. Pero un misterioso portento ocurrió. Potenkiah, sin su par, se volvió inestable, impredecible, indómita, más mortífera que nunca. Había sido roto un delicado balance energético del que no se había tenido conciencia hasta entonces y que se puso de manifiesto al momento de colocar la gema en la guarda de la nueva espada: una descomunal descarga energética rasgó la hoja por la mitad, la deformó y enrolló en sí misma. Durante los siguientes mil trescientos beltas fue imposible volver a tocarla sin recibir a cambio un rayo que, si no mataba en el acto, dejaba a sus víctimas con muy pocas probabilidades de sobrevivir. Excepto en una ocasión, el día que Potenkiah escogió a su propietaria, el día que fue escrita la Profecía. 11


Capítulo 1 —Le diré a mi madre que lo has hecho tú —amenazó el pelirrojo, señalando con el dedo. Kev se sintió confiado: comparadas con las suyas, las huellas del pequeño medían apenas una tercera parte. Su señora no se tragaría esa mentira. No obstante, tenía la sospecha de que era prematuro cantar victoria. Además de travieso, voluntarioso y precoz, el hijo de la condesa era vengativo y más astuto de lo que cabía esperar de cualquier infante de tres beltas. Y no había recibido el doble de ración de postre, como exigió. La sonrisa cáustica que el mocoso le dedicó fue tan hermosa como perversa. Kev se estremeció. —¡Mami! —retrocedió inadvertidamente, sin apartar la vista del hombre, hacia el balcón del segundo piso—. ¡Mami! Alzó el vuelo hacia el jardín interior de la casa. A la mitad del patio se armó de valor, cerró los ojos, replegó las alas color escarlata y se dejó caer al pasto, seis metros bajo sus pies. —¡Hijo de pájara! —maldijo Kev con las plumas crispadas. Horrorizado, se lanzó a la zaga con tanta prisa que solo hasta que los restos del huevo de colección crujieron bajo la suela de su zapato se dio cuenta de que acababa de destruir la única evidencia que podía salvarlo. La criatura quedó desmadejada entre los arbustos, con las magulladuras suficientes para que la condesa quedara ciega y sorda ante cualquier explicación. Ni ella ni nadie iban a creerle cuando argumentara que le había visto desplomarse intencionalmente. Era casi tan inverosímil como si afirmara que aguantó la respiración hasta la asfixia. Además, era demasiado tarde: —¡Nickie! —La madre apareció en el jardín en ese momento, corrió hasta el niño, se arrodilló y lo acunó contra su pecho. “Pero qué conmovedor”, iba a decir el sirviente aterrizando a unos pasos. Anticipaba lo que sucedería: sería despedido y el engendro se saldría con la suya otra vez. Ya lo había hecho con Dival y con Karla, y esos eran solamente los casos más recientes que recordaba. El pequeño Buitre era un manipulador de lo peor. —¿Qué pasó, cielito? 12


No tuvo que fingir el llanto, de tan dolorido, simplemente apuntó hacia el sirviente con su dedo sucio. Con ese gesto inocente terminó de inculparlo y selló su destino. —¡Élazar! —gritó la condesa—. Despide a Kev, ¡no lo quiero en la casa ni un minuto más! —No se moleste, mi señora —Kev colgó los brazos y requirió de todo su autocontrol para no proferir insultos en voz alta—. Estaba a punto de renunciar de todos modos. Dio media vuelta y se marchó. Más noche volvería para cobrarse lo que considerara justo. Y haría una visita especial a la habitación del pelirrojo. Por él, por Dival y por Karla. —Te transferiré el pago de tu liquidación —agregó la condesa, para evitar futuras demandas. Se dijo que el inesperado retraso en su viaje había sido bueno, pues le había abierto los ojos con respecto a su mayordomo. Cargó a su primogénito y con un fuerte batir de alas ascendió hasta el segundo piso. —Activar domo —ordenó al centro de control ambiental de la casa: la cúpula translúcida del patio interior se oscureció. Otra de las labores que el sirviente debería haber he… Y ahora, ¿qué iba a hacer? En su exabrupto, la condesa no había considerado que Kev Blaust era el último de sus sirvientes, el tercero en ser despedido en la semana. A esa hora era imposible solicitar que le enviaran reemplazos. Y, por desgracia, no todo en la residencia funcionaba con una simple orden verbal. Con la cocinera de vacaciones, un huésped invitado y un viaje en puerta… Por el camino al dormitorio de su hijo vio su pieza de colección destrozada y una huella de zapato sobre una mancha de lodo. Maldijo entre dientes, pero había puesto punto final a la estupidez que últimamente exhibía la servidumbre. —Llegamos, cielito, ahora te curo —anunció depositándolo suavemente sobre almohadones—. ¿Qué quieres, abrir tus regalos? El niño asintió y la dama pelirroja fue a traer diez esferas multicolores y el botiquín, le dio una dosis de analgésico y se dedicó a limpiar sus raspones. Desde la ventana les llegaba un rumor de gritos de protesta, chiflidos y petardos. —Mami, ¿qué es ese ruido allá afuera? —Otra de esas manifestaciones, Nickie —murmuró con su voz aflautada.

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El niño la observó con un reproche contenido. Ella era la única que usaba ese diminutivo para su nombre, lo que le hacía sentir como un bebé: —Pues haz que se callen. —No puedo, cielito. Es su forma de expresar su miedo. ¿Te explicó papá? —Estaba ocupado —el niño mintió, explotando aún más su chantaje sentimental, que era la única forma que conocía para ganar más tiempo junto a su madre. —. ¿De qué tienen miedo? —La verdad, temen que la princesa provoque algo terrible. ¿Tú crees? —intentó ponerlo en términos que pudieran ser comprendidos por alguien de la edad de su hijo. En realidad, los rumores eran tan alarmistas que algunos aseguraban que el fin del mundo estaba cerca. Al parecer, alguien había visto que las plumas de la princesa eran de un color excepcional, lo que trajo como consecuencia que revivieran las leyendas del Ángel Exterminador y otros mitos. Para colmo, algunos ministros de la Asamblea de Representantes, de manera irresponsable, habían dejado entrever ante los medios de comunicación planetarios que la hija de los reyes podría ser el cumplimiento de una antigua profecía. Una locura, a decir de la condesa, como si los ministros no supieran sobre los pseudo profetas que aseguraban conocer el día y la hora de la gran destrucción, las leyendas orales o los holodramas de ficción con sus temas apocalípticos. Naturalmente, como la Corona se había rehusado a anunciar su postura oficial y publicar el contenido de dicha profecía, la población temía que la negativa era debida a que en verdad intentaban ocultar los augurios de un futuro catastrófico. —¿Se va a acabar el mundo? —preguntó el niño. —¡No, cielito, no, no! La niña es una bebita de pocos días de nacida, ¿qué daño puede causar? No hagas caso a lo que escuches. Además, hacer ruido no les va a servir de nada. Lo que piden es imposible: que sus padres la sacrifiquen, ¿entiendes qué significa esa palabra? Lo hacía. A sus tres beltas sabía leer de corrido y entendía más de lo que ella lo creía capaz; no obstante, negó con la cabeza. —Como cuando tu cachorro de goldulp enfermó y lo entregamos para que el médico lo pusiera a dormir y no sufriera más —explicó su madre. —Ah, se murió —declaró, rehusando la tentación de poner los ojos en blanco. —Así es. Quieren que sus propios padres hagan que ella muera. ¡Y eso jamás va a suceder! Si la aman tanto como yo te quiero… 14


—Con su ruido me molestan, mami —rezongó, sin dejarse distraer del tema original. —Lo sé. Ten un poco de paciencia, al rato se van. —La condesa plantó un beso en su frente—. Tengo que irme ahora, cielito. Nicah se sintió decepcionado. Siempre había algo o alguien más importante que él para su madre. Ya se había deshecho de los sirvientes, pero ella seguía anteponiendo otros asuntos... Ahora era un viaje, otras veces su padre. Pero de ese no se podía librar, ¿o sí? Aunque faltaban más de cuarenta días para su fiesta natalicia abrió todos sus obsequios. Había juguetes de simulación, una pequeña nave a control remoto, un equipo de sonido portátil, un montable ingrávido, un precioso juego de ajedrez muy antiguo y una cámara de grabación holográfica con una lucecita parpadeante. Entre todos, el que más le llamó la atención fue el ProCom G21: una pequeña oblea plateada, apenas más grande que su mano. Puso su dedo sobre la fría superficie vacía y el aparato emitió una luz que capturó su huella digital para reconocer a su nuevo dueño. En seguida, tres haces emergieron del borde y proyectaron en el aire una pantalla holográfica translúcida con forma de arco. Le dio la bienvenida una voz asexuada que lo llamó por su nombre y apellido, sin necesidad de preguntarlo. Nicah se percató de que en el empaque había quedado un diminuto huevo de goma y una lámina circular, delgada como una hoja de cebolla. El huevo era un audífono inalámbrico, que podía meter en su oído para que nadie más escuchara al programa ni a sus posibles interlocutores, si utilizaba la modalidad de telecomunicaciones del aparato; el disco era un dispositivo externo de memoria adicional. Tocando con su dedo los objetos que tenía en derredor, Nicah comprobó el buen funcionamiento del equipo. En un parpadeo, este los buscó en las redes de información, identificó cada uno por su nombre y le mostró los instructivos de operación, luego se conectó con el cerebro artificial de la casa y le desplegó un reporte de existencias de víveres en el refrigerador, grabó en la agenda los números de los ProCom de sus padres, desactivó la alarma de seguridad de la residencia y dibujó un plano tridimensional de la misma donde señalaba la ubicación de cada miembro, exceptuando a su tío, a quien tomó por un desconocido. —Demasiado aburrido —murmuró a sí mismo y aventó el ProCom a un rincón de la habitación. En seguida, tomó el estuche de la cámara holográfica y leyó—: batería nuclear, dura cien beltas; para lo que me sirve… La lanzó con empaque y todo y se arrellanó en su sillón favorito con los ojos apretados y haciendo pucheros. 15


—Apuesto a que habrías preferido una granada de fragmentación o, mínimo, un juego completo de bromas pesadas, astuto zorrito — escuchó segundos después. Abrió los ojos justo para ver desaparecer a su querido tío Nonat, su nuevo huésped, en el borde de la puerta. Bueno, en realidad no era ese su nombre, sino la forma en que lo pronunció cuando se conocieron, pero ya tenía arraigada la costumbre de llamarlo así. —Así que lo viste todo, tío —dijo mientras movía los deditos como si tirara de un gatillo imaginario—. Ahora tendré que “sacrificarte”. Sonrió a medias y se arrastró a su cama. Mientras el sueño se apoderaba de su conciencia, su respiración se fue haciendo más lenta y profunda y su rostro se relajó hasta lucir verdaderamente angelical e inocente. *** Muy entrada la noche, cesó el clamor de la gente manifestándose y se escuchó una voz queda en la habitación contigua: —Señor, no debió llamarme —el tío de Nicah decía a su ProCom, se había colocado el audífono para mantener la conversación a distancia en privado—. La reunión se llevará a cabo conforme a lo previsto. Y en cuanto a lo otro, no debe preocuparse, los indicadores apuntan a una clara victoria electoral, sin duda obtendré el cargo. Además, la coincidencia de fechas no podría ser más oportuna. Cuando me haya mudado a vivir al palacio… Interrumpió para escuchar a su interlocutor. Miró esquivo hacia la puerta, asegurándose de que estuviera cerrada. No tenía que preocuparse por proteger la identidad de quien le hablaba, pues era de los que desactivaban por costumbre la función de transmitir imagen durante sus conversaciones a distancia. Además, con el audífono puesto, solamente él escuchaba su voz. Le llamaba el líder de la orden Junpaih, lo que era de lo más inusual. Prevalecía una política de cero comunicación entre los miembros excepto en las reuniones secretas. Si el líder lo había contactado no era para desearle suerte en los comicios o mostrar su beneplácito; algo realmente urgente o de suma gravedad había ocurrido. O ya se había enterado de que los reyes ocultarían la identidad de la princesa debido a un intento de asesinato fallido. —Las noticias vuelan, Treshreem —le escuchó decir; un susurro grave, potente, contenido, como el de un demonio—, y esto ha sido obra tuya… El tío de Nicah tragó grueso y se removió incómodo el collarín de la chaqueta. Treshreem no era su nombre, sino su alias en la Orden. 16


—Un imponderable, mi señor —respondió al aparato y bajó la voz. La casa estaba tan silenciosa que temía que hubiera alguien escuchando—. Sí, fue una mucama de la reina. Nuestro hombre estaba preparándola para la gran misión, pero ella se nos adelantó y no llegó a concretarla: desapareció sin dejar huella. —¡Una mucama…! —rugió la voz en su oído. Treshreem tamborileó los dedos sobre el robusto escritorio cubierto de cuero negro mientras aguardaba a que desde el otro lado de la línea su líder terminara con sus insultos, amenazas y advertencias del orden de “¡cómo se te ocurrió confiar en una vil sirvienta, si ya sabías que…!” Y una larga lista de etcéteras. Luego llegó la inevitable pregunta: ¿ya hiciste limpieza? —Ha sido imposible, mi señor —admitió mientras pensaba qué parte de “desapareció sin dejar huella” no le había quedado clara. En ese momento agradeció que su interlocutor tampoco pudiera verlo, pues se le había encendido el rostro y diminutas gotas de sudor brillaban en su frente—. Si la atraparon intentándolo ya debe estar muerta. Era lo más probable, aunque no era seguro. Ni siquiera su hombre infiltrado había averiguado su paradero. Mientras escuchaba otra lista de imprecaciones y exigencias del líder supremo de la Orden, el tío de Nicah se preguntó qué pudo haber sucedido para que la mucama decidiera actuar por su cuenta. El anuncio de que los reyes mantendrían la identidad de su hija en secreto trastocaba severamente sus planes. —No creo, mi señor —dijo al aparato—, no pueden tener a la niña oculta para siempre. Es la heredera al trono, tarde o temprano… —Es el cumplimiento de la Profecía y ambos sabemos lo que eso significa. Por un momento el miedo asomó a los ojos de Treshreem. Deambuló por la habitación con una mano sobre el audífono y la otra acariciando inadvertidamente el tatuaje tras su cuello. —Entiendo, señor. La profecía jamás se cumplirá, yo me encargaré en persona.— Descargó tal puñetazo sobre la superficie del escritorio que volcó la réplica en miniatura del busto de Erol, el Sabio. Mientras lo devolvía a su posición original añadió—: Y despreocúpese, no dejaré huella. Por nuestra orden de los Junpaih. Una corriente de aire le erizó el vello de la nuca, se volvió repentinamente y se dio cuenta de que no estaba solo. *** Elazar Mentel asomó en el dormitorio de su hijo Nicah para comprobar que hubiera ido a la cama y apuró el paso hasta el de su nuevo huésped, su medio hermano, antes de que lo criticara por ser un mal anfitrión. 17


Apenas si lo había visto entre tantos viajes y problemas, inevitables dado su rol en la política regional; imperdonables si consideraba la relevancia del momento: por fin había logrado colarlo hasta la mismísima Asamblea de Representantes, o casi, todo dependía de los resultados de los próximos comicios. Los medios de comunicación no sospechaban que se hospedaba bajo su techo para escapar de su acoso, mientras aguardaba por la constancia de mayoría. La luz estaba encendida. Abrió sin llamar a la puerta. —¿Aún despierto, hermano? ¿Nervioso por las elec…? Elazar se paralizó cuando, en un movimiento reflejo, su huésped soltó el ProCom y desenfundó un arma. —¡Qué plumas! —Con ambas manos frente a él en un gesto defensivo, de rendición. —No debiste, Elazar, no debiste entrar sin llamar. —¡Diosa! Herm… Elazar cayó muerto de un certero disparo. No hizo ruido, salvo el golpe sordo de su cuerpo al caer inerte sobre el tapete. Un zumbido, el recalentamiento del aire circundante y un débil olor a ozono fueron las únicas señales de que allí había ocurrido un asesinato. —Es una lástima. Ahora me forzarás a matar a tu querida esposa antes de que haga preguntas. —Hizo un gesto compasivo mientras daba vuelta al cadáver con la punta del zapato—. Aunque, la verdad, me facilitas las cosas, querido Ela, pensaba arrebatarte al pequeño Nicah y cuidarlo como si fuera mío. Si tú supieras los planes que tengo para él… Hurtó la argolla que Elazar portaba en el dedo anular, antes de que la rigidez cadavérica se lo impidiera. La necesitaría. Pensándoselo mejor, ocuparía la mano entera… y un poco de cabellos y ropa. Encontró en el saco del difunto la lámina de plasma que le habían entregado como contraseña por el equipaje que había documentado ese mismo día. —Otra vez me lo facilitas, Ela —murmuró mientras buscaba los datos de contacto de uno de sus mercenarios. No había tiempo que perder, con el perdón de los otros pasajeros que pudieran ir a bordo, una nave estaba a punto de sufrir un accidente. En seguida caminó hasta la habitación de su sobrino y se detuvo a contemplar su sueño tranquilo. —Parece que tus papis viajaron de urgencia, Nicah —le dijo—, y tú y yo tendremos que salvar al mundo.

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