Braulio: Milagro de la reproducción asistida

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lunes 5 de ENERO 2015 No. 458

Braulio: M ILA G RO D E LA R E P RO D U C C I Ó n as i st i da El bebé Saltillense que revolucionó la gestación en México


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C

uando salió de bañarse y vio que su bebé no estaba, sus gritos sacudieron de golpe todo el hospital. Minutos antes lo había dejado durmiendo en la cuna del cuarto. La imagen de las sábanas revueltas en la cuna vacía la dejó perpleja, y se acordó del día aquel en que se robaron a un recién nacido del sanatorio donde ella trabajaba como enfermera. Martha pensó que a ella también le habían robado a su bebé… y pegó el grito. No era para menos, el bebé de Martha no era un bebé normal; un bebé cualquiera. Su bebé era el primer niño en México que había nacido bajo el “sistema de

Je sú s P e ña Foto s: Fe de r i co Jo r dá n lavado espermático, o tratamiento y capacitación espermática para inseminación intrauterina”, dentro del Instituto Mexicano del Seguro Social, concretamente del Hospital Regional de Especialidades en Gineco - Obstetricia número 23 del IMSS, en Monterrey. La tarde del 15 de octubre de 1987 fecha en que el pequeño Braulio Heriberto, el hijo de Martha, nació, significaría un avance grande y sin precedentes para la ciencia, suscitado en una institución de salud pública. Apenas vio venir a una de las enfermeras Martha se le echó encima, le habían robado a su bebé, por el que había sufrido estoicamente más de cinco años de estudios incómodos y cirugías dolorosas.

Martha, habían dicho los médicos, padecía una suerte de “esterilidad inexplicable”, argumento que ella le resultó nada convincente desde el principio: “Tenía que haber una explicación”, se dijo, y por eso siguió luchando. Quería a costo de lo que fuera cargar en sus brazos a un bebé, un bebé suyo. Asustada por los gritos de Martha la mujer de blanco pidió que se calmara, “cálmese señora”, el bebé estaba bien, aseguró, sólo que en un momento había presentado ictérica (coloración amarillenta de la piel y mucosas, debido a un aumento de la bilirrubina) y se lo habían llevado para darle fototerapia. Era la misma enfermera que había pasado visita por la mañana en el cuarto, “yo soy enfermera”, se presentó,

pero nunca avisó a Martha, ella se estaba bañando, que se llevaría al niño y por eso cuando salió de bañar y no lo miró en la cuna le sobrevino el shock… Los gritos de Martha siguieron por los pasillos del hospital, hasta que dio con el cuarto donde tenían al pequeño. Un médico salió a calmarla, le dijo que no podía entrar al área donde tenían al chico. Martha siguió llorando, estaba histérica, como desquiciada, creía que le habían robado a su hijo y sólo se calmó cuando por fin los doctores lo pusieron en sus brazos. Estaba tan alterada que los médicos del hospital tuvieron que plantar a un guardia en la puerta de su habitación para que se tranquilizara.

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Braulio no era un bebé de tantos y su nacimiento había atraído de inmediato la atención de la prensa regiomontana y nacional. Decenas de periodistas llegaron y se apostaron alrededor de la cama donde Martha y su bebé descansaban, en habitación separada, del hospital 23 en Monterrey, para entrevistarla y tomarles fotografías. Martha no pudo responder a ninguna pregunta, el llanto no la dejaba hablar. Cuando por fin se calmó los reporteros le hicieron una pregunta tonta: que si había querido tener a Braulio, “después de tanto, ¿creen que no? Es mi vida…”, respondió ella, los sollozos escapándosele. “Cuando los periodistas fueron a entrevistarme las enfermeras me decían ‘dígales que no tiene cuna, que no tiene pañales”. A mí me daba mucha vergüenza”, narra Martha riendo. *** En realidad eso de la inseminación intrauterina (un método de reproducción asistida que consiste en depositar espermatozoides de manera no natural en la mujer durante el periodo ovulatorio, mediante instrumental especializado y utilizando técnicas que reemplazan la copulación, en el útero, en la cérvix o en las tropas de falopio, con el fin de conseguir un embarazo), no era nada nuevo y llevaba años realizándose en parejas de todo mundo con problemas de infertilidad. Lo que en verdad representó un grande avance para la ciencia de aquella época, 1986, fue la aplicación del sistema llamado “lavado espermático o tratamiento y capacitación espermática”, que no es otra cosa que seleccionar en laboratorio los mejores espermas del varón para colocarlos dentro de la matriz de una mujer que está en proceso de ovular, ello con el objeto de facilitar un embarazo. Lo novedoso también era que el proyecto se realizaba por primera vez, y a manera de plan piloto, en una institución de salud pública: el Seguro Social, hecho que significó el acceso de la población de bajos recursos a los adelantos científicos. “Se ayudó a muchas mujeres, a muchas parejas pobres”, comenta Isauro Guillermo González Pico Aguilar, quien fuera uno de los principales impulsores del programa.

Fue así como Braulio Heriberto Ruiz Rivera, el hijo del matrimonio formado por Martha Elena Rivera Aguirre y José Heriberto Ruiz Fonseca, vino al mundo. El día que Martha y Heriberto salieron del Hospital 23 de Ginecología y Obstetricia del IMSS en Monterrey con Braulio en los brazos, fueron a un restaurante de cabrito para celebrar el acontecimiento. Cuando llegaron notaron que los meseros los miraban con insistencia y cuchicheaban. Era, pensó Martha, que los habían visto en los noticiarios de televisión y en las tapas de los periódicos de Monterrey, que un día después del nacimiento que conmovió a esa ciudad, habían cabeceado en grande: “Nace aquí primer bebé bajo el sistema de inseminación artificial”. Ese tarde en que cruzaban la puerta de salida del Hospital con Braulio cargado, vieron extrañados que la gente los apuntaba con el dedo y decía sin disimular: “Mira ellos son, ellos son”. Por aquellos días los periódicos publicaron además, en su sección de cartas, una serie de misivas en las que la comunidad de lectores lanzaba duras críticas a la conducta de los padres de Braulio, por haber recurrido a los métodos de reproducción asistida, cono una forma de transgredir las leyes divinas. “Toda forma artificial usada en la actividad sexual, y en la generación de vida humana, no debe darse, porque no va conforme al querer de Dios, y porque no se toma en cuenta la dignidad de la persona”, se leía en una de las epístolas envidas a El Norte, por una lectora de nombre María de los Ángeles Chapa. “Dios dijo ‘ayúdate, que yo te ayudaré’”, se decía Martha. Y esto me respondió el doctor Pablo Díaz Espíndola, el director médico del Centro de Fertilidad del Ginequito en Monterrey, cuando le pregunté su opinión sobre las críticas vertidas sobre este tipo de procedimientos. “Si tú te infartas ¿qué haces?, vas a un hospital, pides asistencia, llega un cardiólogo, un cirujano cardiovascular, destapa la arteria de tu corazón que está tapada y tú vives. Yo les pregunto ¿eso no es jugar a ser Dios? Es lo mismo que hacemos con la reproducción, mejoramos las condiciones para que un embarazo se pueda dar”.

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*** Pasados algunos meses Martha cayó en la cuenta de que efectivamente Braulio, su bebé, el primero que había nacido en el Seguro Social mediante el “sistema de lavado espermático o tratamiento y capacitación espermática para inseminación intrauterina”, no era un crío normal, un crió como cualquier otro. Braulio, a diferencia del resto de los lactantes, había comenzado a caminar, asiéndose de las paredes de su casa, a los ocho meses; y a articular sus primeras palabras a la edad de seis. De aquellos días Heriberto, el padre de Braulio, guarda la instantánea de una mañana en que fueron de visita al Hospital 23 de Monterrey, el lugar donde nació Braulio. Heriberto se hallaba parado frente a un ventanal en el décimo piso de la clínica, sosteniendo en sus brazos al chico. Desde arriba se miraba el Río Santa Catarina, delgado, como un hilo en la tierra, quieto, “entonces me dice el niño ‘agua papá, agua’. Tenía como seis meses”, cuenta Heriberto. Mucho antes de entrar en el jardín de infancia, Braulio había desarrollado una habilidad extraordinaria para

dibujar, sabía escribir, conocía los números y los colores. En aquella época sus padres se habían hecho a la costumbre de llevarlo todos los sábados a la Plaza Madero, en el centro de Saltillo, donde solía juntarse un grupo párvulos a dibujar, guiados por una instructora. Que pintaran una casita ordenó la maestra a Braulio, pero Braulio que aún no cumplía los tres años ni iba al jardín de infancia, pintó una casa, le puso jardín, flores, una cerca, antena, ventanas y animales. La profesora se quedó estupefacta. “Es que no era que lo hiciera usted’, le dijo a Heriberto, el papá de Braulio, “él dibuja mejor que yo, yo no sé dibujar”, respondió el señor. Al final la profesora se desengañó cuando vio al pequeño dibujando. Con el tiempo, y conforme crecía, Braulio demostraría grandes avances sobre todo en áreas que tenían que ver con matemáticas, física, química, música y artes visuales. Entonces Martha terminó por convencerse de que no, que Braulio, en definitiva, no era un bebé normal, como cualquier otro, como el resto de los de su edad. Y aunque en la actualidad no hay ningún estudio científico que avale que

los humanos que nacen bajo el “sistema de lavado espermático o tratamiento y capacitación espermática para inseminación intrauterina” son más listos que los que los demás, Braulio siempre calificó de “sobresaliente” en los test de inteligencia que sacaba de internet. “He encontrado que tengo mis propias formas de aprender a hacer las cosas. Me pasaba mucho que la forma en que me enseñaban no me funcionaba. Encontraba una forma que yo entendía para hacer las cosas y así le hecho desde entonces”, platica Braulio. *** Martha y Heriberto se habían casado en 1982, tras cuatro años de noviazgo, de paseos por los jardines de la Alameda, de idas al cine, de bailes en el Casino Leonístico, de serenatas. Heriberto estaba por graduarse de profesor de ciencias sociales en la Normal Superior de Coahuila y había conseguido una plaza como prefecto en la misma escuela. Martha se había titulado de enfermera pediatra y logrado colocarse como eventual en el departamento de prematuros del Hospital de Zona número 1 del IMSS, en Saltillo. Los primeros meses en el matrimonio de Heriberto y Martha transcurrieron sin sobresaltos. Lo que se dice una

relación tranquila, en paz. Pero había una cosa que a Martha la inquietaba: ya había pasado un año de su boda con Heriberto y hasta entonces ella no había conseguido quedar embarazada. La infertilidad se define como la incapacidad de una pareja para concebir, después de 12 meses de relaciones sexuales frecuentes, sin utilizar métodos de planificación familiar. Desde el primer día de su matrimonio, y en los meses venideros, Martha se había soñado tanto cargando un bebé en sus brazos… La pareja acordó entonces someterse a una serie de estudios que determinarían las condiciones de fertilidad de ambos. Heriberto, saldría bien en las pruebas. Se calcula que dos de cada ocho, o diez parejas en el mundo tienen problemas de infertilidad, debido, principalmente, a factores como la mala alimentación, el estrés y a esa tendencia actual de las parejas por querer formar familias a avanzada edad. Vinieron días infaustos para el matrimonio Ruiz Rivera, cuya vida pasaba en los consultorios de médicos ginecólogos, que decían tener la panacea contra la esterilidad de Martha; laborato-

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Si tú te infartas ¿qué haces?, vas a un hospital, pides asistencia, llega un cardiólogo, un cirujano cardiovascular, destapa la arteria de tu corazón que está tapada y tú vives. Yo les pregunto ¿eso no es jugar a ser Dios? Es lo mismo que hacemos con la reproducción, mejoramos las condiciones para que un embarazo se pueda dar”. Pablo Díaz Espíndola, director médico del Centro de Fertilidad del Ginequito en Monterrey.

rios y salsa de operaciones. Primero un estudio, luego otro y otro y otro y otro y uno tras otro; tratamientos para la infertilidad, muchos, tres laparotomías, laparoscopías seis y nada, nada resultaba, no resultaban los tratamientos. Todo el dinero que Martha y Heriberto habían ganado en cinco años de matrimonio trabajando se había esfumado en el pago de esos estudios, tratamientos, operaciones y consultas con médicos particulares. Martha quería tener un bebé, no importaba el coste, quería tenerlo, tenerlo. Y cada que un nuevo crío nacía en el hospital donde ella trabajaba como enfermera provisional, le pedía a Dios tener uno. Entonces Martha prestaba servicio en el área de pediatría y le gustaba cargar a los niños, sentía que eran suyos, aunque fuera por un ratito. Cuando llegaba a casa se soltaba llorando, quería un bebé. Y se lo pidió al sol, a la luna, cuando fue de visita en las pirámides; se lo pidió a la tierra, a las piedras, cuando estuvo en las grutas, y a todo le pedía. *** Una mañana ingresó al hospital un bebé con claros signos de violencia física. Tenía como dos años y estaba casi muerto por los golpes que le habían propinado sus padres. Era Navidad. Martha fue donde el médico en jefe de pediatría para preguntarle si es que podía llevarse al bebé a casa para que pasara Navidad con ella. El doctor le contestó que no, que no se podía, que si quería adoptar buscara un niño sano y no un bebé con el que seguro batallaría. A Martha le escurre el dolor por los ojos cuando lo platica. Martha tenía entonces 28 años. Algún médico le aconsejó seguir en su lucha por embarazarse, sólo le quedaban dos años de plazo, le dijo. A los 30 sería más difícil. Otro le recomendó que considerara la adopción como una posibilidad de formar una familia. Recién había ocurrido la explosión de San Juanico (noviembre de 1984), en el Estado de México, y Martha envío una carta a las autoridades solicitando en adopción alguno de los huérfanos que había resultado de aquella tragedia que dejó como saldo unos 500 muertos. Le respondieron que no, argumentando que Martha era trabajadora

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eventual y no contaba con casa propia. Ya dije que todo el dinero que ganaban Martha y su esposo Heriberto se iba directo al pago de estudios y tratamientos contra la infertilidad y hasta entonces la pareja no había podido hacerse con una vivienda propia y vivía en una de alquiler. Ella pensó “los de San Juanico vivían entre puros cartones, puras casas de esas, quedaron huérfanos. A lo mejor con mucho cariño y poco (dinero, recursos), los podríamos sacar adelante, son niños abandonados”. Casi un año después y luego del terremoto que devastó a la ciudad de México en 1985, Martha volvió a escribir al gobierno pidiendo le dieran a uno de los cientos de niños que habían quedado sin padres tras el cataclismo. De nueva cuenta su petición fue denegada. Luego vinieron más estudios y más tratamientos, uno, otro; otro y muchos, pero otra vez nada resultaba. Era 1986. Hasta que un médico del sanatorio donde Martha trabajaba, le recomendó ir a Monterrey, al Hospital 23 de Ginecología y Obstetricia del IMSS, en busca de ayuda más especializada. Allá, le dijo el doctor, encontraría mejores médicos, medicamentos y tecnología. Martha consiguió un pase de traslado a Monterrey y una vez allá comenzó de vuelta otra rutina de estudios, muchos de ellos dolorosos. *** En uno de los estudios, la histerosalpingografía, (que se utiliza para examinar la forma interna del útero y las trompas de Falopio), una de las pruebas, según la internet, más temidas por las pacientes, por su incomodidad, salió que Martha era anovuladora crónica, es decir que casi no producía óvulos, siendo ésta una causas común de infertilidad en las mujeres. Los médicos le dieron a tomar hormonas. Que engordaría le advirtieron. Al cabo de algunos meses, Martha que pasaba 41 kilos se fue hasta 70. Un mañana en que a Martha le realizaban un doloroso procedimiento por el que se inyecta aire y líquido sobre las trompas de falopio, para verificar su permeabilidad (eso se llama insuflar), un médico le preguntó que si le dolía, “pero duele más no tener (hijos). Adelante”, respondió.

Pasaron los meses de ir y venir de Monterrey, Martha y su esposo Heriberto viajaban a la sultana entre cuatro y cinco veces al mes, pero no resultaba, nada hacía que Martha se embarazara. Otro día que Martha acudió a consulta al Hospital 23 de Monterrey, escuchó en medio de una de las sesiones que el personal médico organizaba para sus residentes, enfermeras y pacientes, a un doctor que hablaba sobre la inseminación intrauterina, pero basada en la aplicación de una novedoso sistema llamada “lavado espermático o tratamiento y capacitación espermática”, y que consistía en seleccionar en laboratorio los mejores espermas del varón y depositados en la matriz de la mujer, durante el periodo ovulatorio, con instrumentos especiales. De esa manera se incrementaban las posibilidades de un embarazo en mujeres con trastornos de infertilidad. Un hito para la ciencia de aquella época (1986). Se trataba del ginecólogo saltillense, experto en esterilidad, Isauro Guillermo González Pico Aguilar, quien recién había regresado de participar en el desarrollo de un “sistema de lavado espermático o tratamiento y capacitación espermática para inseminación intrauterina”, que empezó a gestarse en el Hospital de Ginecología del Centro Médico Nacional, en la ciudad de México, pero que se vio interrumpido por el temblor de 1985. Cuando Martha entró al consultorio para su chequeo de rutina vio al médico González Pico charlando del tema con un residente. Le decía que la idea era poner en marcha un programa piloto de inseminaciones bajo este sistema, dirigido a pacientes del Hospital 23 de Monterrey con problemas de infertilidad. Sólo había que buscar a las candidatas. Martha se coló en la plática para preguntarle si ella era apta, González Pico pidió ver su expediente. Le contestó que sí, sólo que tendría que someterse a una nueva ronda de estudios. Ella aceptó sin chistar, pensando que florecía una nueva esperanza. *** Luego de algunos estudios Martha entró al programa, junto con otras 40 mujeres venidas, principalmente, de distintos municipios norteños del país.



Y otra vez a tomar medicamentos para la ovulación, que a veces no había en el Seguro Social y Martha tenía que conseguir por fuera. Eran caros. Antes de empezar las inseminaciones Martha, que había sido diagnosticada con ovarios poliquísticos, fue sometida a una cirugía para retirarle los quistes. El doctor le explicó que a través de las cicatrices que le habían quedado en los ovarios, como resultado de la operación, saldrían los óvulos, sí y sólo sí Martha tomaba los medicamentos para la ovulación. En uno de los estudios que se practicó Martha, salió que otro de los factores por los que no había logrado embarazarse era que el ph de su vagina, por ser incompatible con los espermas de su esposo, mataba las células reproductivas antes de

que estas fueran en busca del óvulo para fecundarlo. Ello la hacía una candidata perfecta para la inseminación. Una vez que Martha comenzó a ovular, los médicos la habían estado monitoreando durante algún tiempo, fue programada para la primera inseminación. El asunto iba de que siete días después de haber tenido su menstruación, Martha, acompañada de su esposo, debía presentarse en su consultorio del Hospital 23 de Monterrey. El laboratorio se encargaría de recibir la muestra fresca de los espermas de Heriberto, para realizar la selección de las mejores células, es decir, los espermatozoides con mejor movilidad y morfología. Hecha le selección o lavado espermático, como se le conoce en el glosa-

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rio de le biología reproductiva, el médico tomaba los espermas con una jeringa de insulina, adaptada con un catéter especial, y cruzando la vagina, los deposita en el útero. Lo demás era paquete de los espermatozoides que debían emprender una carrera frenética hasta encontrar al óvulo y fecundarlo. Martha se quedaba unos 15 o 20 minutos recostada y eso era todo. Pero el procedimiento falló, no resultó. Martha no consiguió embarazarse. *** Al siguiente mes le citaron para una segunda inseminación, siete días después de que Martha hubo reglado y otra vez a lo mismo, el mismo procedimiento. El doctor Pablo Díaz Espíndola, di-

rector médico del Centro de Fertilidad del Ginequito en Monterrey, una de las clínicas particulares más reconocidas en América Latina por sus avances en materia de fertilidad, dice que la inseminación intrauterina tiene un margen de éxito de un 20 por ciento en cada intento, por eso debe realizarse en forma repetitiva. “No es de que hago una inseminación y la paciente está embarazada, no, si no se embaraza tengo que hacer otra y a lo mejor otra”. Era enero del 87. Martha y Heriberto recuerdan esos días como especialmente difíciles. Cierta mañana que se dirigían a Monterrey para una de sus inseminaciones los cogió una helada en la carretera y un retén de federales los paró, que no podían pasar. Entonces Martha y Heriberto le ex-


plicaron a uno de los oficiales lo de la inseminación, que los dejara seguir porque perderían la cita, le suplicaron, y que luego iba a ser un relajo para que los reprogramaran. El federal los dejó pasar, dijo “bajo su propio riesgo”. Ese día llegaron a Monterrey pasadas las 2:00 de la tarde, después de casi siete horas de viaje a vuelta de rueda en el viejo automóvil del matrimonio, el hielo pegándose en el parabrisas y ellos con las cabezas de fuera echando agua para quitar la escarcha. Un mes después de realizada la segunda inseminación a Martha no le vino su periodo menstrual. A la primera que le contó fue a una compañera de trabajo: “Qué crees que no me ha bajado”, y su amiga: “A lo mejor ya estás embarazada”.

*** Tras practicarse un análisis de laboratorio Martha comprobó que había quedado encinta. No hallaba si creer. Martha dio aviso de su posible embarazo al Hospital 23. Días después ella y Heriberto estaban de vuelta en Monterrey, los recibió el ginecólogo Isauro González Pico. Que por qué no habían ido, les reclamó, luego puso a Martha en una silla de ruedas y la llevó para que le hicieran una ecografía. Ahí salió que sí, que iba a tener un bebé. De aquellas 40 mujeres que habían entrado en el programa de inseminación intrauterina, bajo el sistema de capacitación espermática, sólo 12 quedaron encintas. Cuatro o cinco cursaron con embarazos gemelares, por efecto de los tratamientos hormonales. Varias abortaron.

Así fue que nueve meses después nació Braulio, el, publicaron los periódicos de Monterrey, “tan ansiado” bebé de Martha y Heriberto, como resultado de una investigación por la que el personal médico del Hospital 23 del IMSS en Monterrey recibió el Premio Nacional “Doctor Luis Rodríguez Villa”. Días antes del parto, que se efectuaría por cesárea, Martha se había sentido mal, “me ando sintiendo mal”, le comentó a una de sus compañeras de trabajo, una mañana que se encontraron cuando Martha hacía fila para cobrar lo de su incapacidad por embarazo en las oficinas del Hospital 1 del IMSS, en Saltillo. Sentía dolores y como si trajera un rehilete girando en el bajo vientre. Un ginecólogo del sanatorio la revisó. Que ya tenía dilatación, le dijo. Las autoridades del Hospital de

Zona número 1 del IMSS en Saltillo se ofrecieron para atender el parto. En un instante quedó todo preparado, laboratorio y quirófano, todo. Eran como las 09:30 de la mañana, la cesárea se programó para las 12:00. Martha regresó a su casa, quería comprar provisiones y dejar todo en su lugar, antes de ir a internarse en el hospital. Cuando iba camino de la carnicería se topó con su madre que le llevaba un recado: un periodista de Monterrey que escribía para una revista del Seguro Social la había llamado por teléfono, quería entrevistarla y volvería a marcar en cinco minutos, dejó dicho. Al rato Martha estaba al teléfono, hablando con el reportero, preguntándole que si no se podría después lo de la entrevista porque ella estaba en trabajo de parto y a las 12:00 la operaban.

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El hombre le preguntó que dónde iba ser lo del nacimiento, Martha le respondió que los directivos del Hospital 1 del IMSS en Saltillo le habían ofrecido su apoyo. El periodista contestó que no, ella se había tratado en el Hospital 23 de Monterrey y era ahí donde debía realizarse el parto. Luego le pidió que aguardara unos 15 minutos. Colgaron. Pasado ese tiempo sonó de nuevo el teléfono en casa de Martha, era el director del Hospital 23 de Monterrey, que se fuera para allá inmediatamente, le ordenó a Martha. Apenas llegó al Hospital con su esposo Heriberto fue remitida a una habitación ante el enfado de otras embarazadas que esperaban turno para su parto. Una de las mujeres se acercó para preguntarle si tenía dolores, antes de que Martha abriera la boca para responderle la señora arremetió contra ella “no, si no trae dolores, nosotros estamos aquí desde en la mañana…”.

*** La tarde del 15 de octubre de 1987 nació José Braulio Ruiz Rivera, producto del “sistema de lavado espermático o tratamiento y capacitación espermática para inseminación intrauterina”, sin duda un gran y novedoso avance de la ciencia de aquellos tiempos. “Una vez una compañera me comentó que le debía yo mucho al Seguro (Social), le digo ‘sí, sí. y no, nos debemos, porque yo me presté, yo les ayudé y ellos me ayudaron”. Luego sucedió lo de aquella mañana en que Martha salió de bañarse y no encontrar al bebé en la cuna del cuarto del Hospital. Pensó que se lo habían robado. Braulio no era un crío normal, no era un crío como cualquiera. Hoy es un muchacho de 27 años, destacado ingeniero químico y licenciado en diseño gráfico, con una especialidad en dirección de arte publicitario. Un día llegó a casa del matrimonio Ruiz Rivera una carta procedente de

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la ciudad de México en la que se les informaba que, tras la revisión su caso, habían sido aceptados para recibir en adopción a uno de los huérfanos de la explosión de San Juanico. Martha les respondió que no, que ya tenía un hijo. Dos años después del nacimiento de Braulio, vino el de Ángel Tonatiuh, su hermano menor, al que engendraron de manera natural y ya sin el uso de ningún método de reproducción asistida. Inicialmente el proyecto de la pareja era formar una familia de cinco hijos. Los médicos les aconsejaron que no, un bebé más podía representar riesgos para la salud de Martha. Cada que Braulio celebra un cumpleaños Martha acostumbra sacar los periódicos viejos, aquellos periódicos que dieron la noticia sensacional de su nacimiento. Que si había querido tener a Braulio le preguntaron aquella tarde en el cuarto del Hospital 23 del IMSS en Monterrey, los de la prensa: “Después de tanto, ¿creen que no?, es mi vida…”. S

Sí, sí. y no, nos debemos, porque yo me presté, yo les ayudé y ellos me ayudaron (Seguro Social)”. Mamá de Braulio.

/marco vinicio ramírez ramírez


Ra dar

Los Diez Mejores discos del 2014 En esta época de one hit wonders, spotifies, iTunes y Youtubes es fácil olvidar la música que escuchamos, y muy difícil encontrar un álbum que capture nuestra atención de principio a fin. Sin embargo, se siguen haciendo, y algunos de nosotros aún conservamos el ritual de escucharlos completos. Estos son los mejores discos que escuché en el año. Por Est eb a n Cá r d e na s

escardenas@vanguardia.com.mx

The War on Drugs Lost In The Dream

Bob Dylan The Bootleg Series Vol. 11: The Basement Tapes Complete

Todos y sus mamás dicen que este es el mejor disco de rock del año. Quizá tengan razón. Burning fue mi canción favorita en el 2014, y el resto del disco es una mezcla de Americana, country rock y un poco de Bruce Springsteen ahí metido que funciona increíble.

No es técnicamente nuevo, pero es la primera vez que este tesoro sale oficialmente a la luz en su versión completa. Después de un accidente en moto, en 1967 Dylan se retiró a su casa en Woodstock, y pasó siete meses encerrado, haciendo música con Rick Danko, Richard Manuel y Garth Hudson, quienes después formarían The Band. En ese sótano pasó magia. Sus grabaciones circularon ilegalmente durante años y ahora están disponibles completas en este set de seis discos ¿Uno de los momentos más importantes en la historia del rock and roll?

Pallbearer Foundations of Burden

Pallbearer pesa. Foundations of Burden es un gran disco de doom metal. Un tributo preciso a Black Sabbath y contemporáneos como Sleep, pero con su propio estilo. Las vocales, que recuerdan a Bruce Dickinson de Iron Maiden, son un balance perfecto con las guitarras atmosféricas, densas. Capas y capas de pesadez, meloso como petróleo. Para escucharse fuerte, muy fuerte.

Beck Morning Phase

Morning Phase es un disco que retoma lo que estaba haciendo Beck en el 2002 con su discazo Sea Change. Después de un período de inactividad y de tocar poco en vivo, Beck se metió a los estudios de Jack White en Nashville y grabó esta obra maestra. Harmonías dulces, una manufactura musical impecable.

Run The Jewels Run The Jewels 2

El mejor disco de hip-hop / rap del año. Run The Jewels es un dueto integrado por EL-P y Killer Mike. El primero lleva haciendo maravillas en el rap underground desde principios de la década pasada, y ha contribuido considerablemente para avanzar el género. Asociado con uno de los mejores MC´s que hay se vuelven imparables.

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Scott Walker y Sunn 0))) Soused

Swans To Be Kind

Las primeras tocadas de Swans en los ochentas son legendarias. En alguna, por ejemplo, la banda decidió encerrar al público en el bar donde tocaban, apagar las luces por completo y proceder a hacer lo que mejor saben hacer mejor: hipnotizar y asustarte un poco. To Be Kind es casi perfecto en sus monumentales dos horas de duración. Michael Gira, su fundador y principal compositor, es un genio.

Qué raro disco, pero de alguna manera, funciona. El barítono inconfundible de Walker, quien comenzó su carrera a principios de los sesenta haciendo pop más bien fresón, se entremezcla con los atmosféricos experimentales de los doommetaleros de Sunn O en un disco que podría sonorizar un mal sueño de fiebre.

Sharon Van Etten Are We There

Me encanta Sharon Van Etten. Sencilla y sin pretensiones, esta canta-autora neoyorquina tiene un punch emocional en sus discos que muchos de sus contemporáneos quisieran. Afraid of Nothing, la canción que inaugura el disco, es una belleza total.

Sleaford Mods Divide and Exit

Hip hop de Nottingham. Los Sleaford Mods podrían parecer un “gimmick”, pero su estilo peculiar los hace únicos en el mundo. Gran disco, rapeado por un tipo que habla como trabajador de puerto inglés, y que nos recuerda a lo mejor de The Fall.

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Beyoncé Beyoncé

Hay teorías de conspiración que aseguran que Beyonce y su esposo Jay-Z pertenecen a un grupo secreto de Illuminati que controla el mundo. Esos súper poderes ocultos, aunados al gran talento de Beyonce, explican por qué todo lo que hace es tan bueno. El mejor disco de pop que escuché en el 2014.


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