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Periodismo de investigaci贸n VANGUARDIA lunes 19 de mayo de 2014 / No. 425
Los saltillenses que batearon en el Mundial A pesar de la indiferencia de las autoridades, deportistas saltillenses de todas las edades consiguen participar con 茅xito en justas mundiales
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Los saltillenses que batearon en el Mundial
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En la década de los setentas, un grupo de adolescentes beisbolistas de los barrios de Saltillo logró lo que nadie ha conseguido, un pase al mundial. Aquí la historia, contada por sus protagonistas que ahora son veteranos.
Por Alejandro Tomatsu
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gosto del 73, Plácido Hernández, el cuarto en la alineación del seleccionado mexicano, mira concentrado al pícher Alemán. Es el segundo encuentro de la Serie Mundial de Williamsport en la categoría Sénior. El juego está empatado a 5 carreras en la sexta entrada. Placido hace swing al lanzamiento, saca una línea bajita que nunca cae y pasa la barda. ¡Un jonrón señores! México le gana a Alemania y la banca no deja de saltar. Álvaro, Alfonso, Pablo, Ramiro, Juan Carlos, Luis y Victoriano, platican de lo que hicieron hace más de 40 años. Son parte de una historia en común que poco se ha contado en Saltillo, una de esas glorias olvidadas para el deporte local que hoy van a narrar. Se reunieron en una casa del Barrio del Topo Chico para recordar sus viajes a Estados Unidos, cuando representaron a México en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas en los años 1973, 1975 y 1976. Recuerdan la forma en que fueron seleccionados. “Éramos todos de los diferentes barrios de aquí, hubo un torneo local y de ahí seleccionaron a los mejores de cada equipo. De la Escuela Eulalio Gutiérrez, de Sastrería Martínez, Gigantes de Nakasima, entre otros muchos” dice Victoriano. Así, explica, Benito Martínez, Javier Robledo, Pedro Hernández, Perezmona y los demás directivos de la Zona 4, armaron el representativo saltillense. Puro muchacho de 13 ó 14 años, llenos de vida, de retos. Chavos del Águila de Oro, Provivienda, Guayulera, Topo chico, uno que otro de Arteaga; todos gente de barrio, dueños de los baldíos, pedazos de tierra o de los campos cercanos de beisbol: del H. Mass, del parquecito de la Ciudad Deportiva, del Curbelo. Ahí practicaban el deporte que se estaba convirtiendo en su pasión, en su vida.
Las primeras glorias fueron en casa. El Parque Madero fue la sede del campeonato nacional donde pasaron sobre los selectivos de Monterrey, San Luis y la final contra Laredo. Con esto ganaron la oportunidad de asistir directamente a la Serie Mundial en su etapa internacional. Pasaron, casi de un día para otro, de jugar para ganar la pelota del partido, a defender por el orgullo de un país entero, de solo conocer los campos y solares de la ciudad, a jugar en los diamantes más equipados de esa época en el mundo y además de ver en el Wrigley Field, casa de los Cachorros de Chicago, un juego de Grandes Ligas. Era Agosto, se dirigieron al aeropuerto en Monterrey y vieron todos por primera vez un avión de cerca. No, algunos si conocíamos los aviones, no nos habíamos subido, pero si los conocíamos” dice Juan Carlos Palacios, quien en el 73 era el más alto del grupo. “Nombre, ni pasar los habíamos visto, si a caso allá lejos en el cielo” le revira el pícher zurdo Pablo López. Así subieron a la nave que los llevó a Houston, luego a Atlanta para finalmente llegar al Aeropuerto de Chicago, el más cercano (a unos 40km) de la sede del torneo: Gary, Indiana. Cuando se empieza a hablar de esa etapa, en la casa de la colonia Topo chico, las caras se vuelven más infantiles, los ojos de los narradores se hacen más brillantes y se arrebatan las palabras y los recuerdos. En ese ambiente de nostálgica alegría, explican cómo una veintena de adolescentes que no conocían más lugares que el desierto y los bosques de Arteaga, llegaron a una de las ciudades más importantes de la unión americana. No podían con el asombro al ver la Torre Sears, la más alta en el mundo de ese entonces, “casi como ver un pico de la sierra de la Mesa de las Tablas” bromea Álvaro Gaona, originario de esa serranía.
Nostalgia. Aquel juramento que hizo una tarde de agosto al beisbol, lo marcó de por vida.
Todos los ya campeones nacionales provenían de familias muy limitadas en recursos, eran muchachos que en su mayoría la vida significaba estudiar, trabajar y jugar beisbol. Muchas veces practicaban con baloncitos pequeños que hacían de pelota, aporreada por palos de escoba improvisados como bates; pocos calzaban tachones dignos de peloteros de su calidad y ninguno tenía el dinero para costear un viaje de esa magnitud. Llegaron a Chicago días antes del torneo y se hospedaron en el Hotel Ramada, ahí conocieron a Mexicanos radicados en la ciudad. Los llevaron a conocer el parque oficial de los Cachorros de Chicago. Recuerdan todavía con cariño y respeto a Frank González, locutor de radio, que también les compró unas tinas de pollo frito. Recibieron más obsequios de esos mexicanos en EUA, entre ellos, un cambio de ropa completo. Cuando se acercó la fecha del torneo, su sede cambió a una preparatoria en Gary, ahí se asombraron con la disciplina de los Taiwaneses, campeones mundiales en ese entonces y que dejarían esa condición hasta 1980. El primer partido fue contra Puerto Rico; perdieron en un duelo muy cerrado 4 contra 2. El segundo encuentro fue contra Alemania; ganaron 6 contra 5. En el tercero se volvieron a encontrar con Puerto Rico; quedaron eliminados. El regreso fue otra aventura, cargados de ánimo y de radios de transistores, subieron a un camión Greyhound que los traería de regreso a México después de tres días de haber abordado. Pese haber perdido, el ambiente era de triunfo, ¡jugaron en el mundial de Williamsport! las penurias de un viaje tan largo no mermaron el ánimo; tampoco lo hizo una llegada gris, sin bienvenidas multitudinarias: el gran recibimiento
fue de algunos familiares de los campeones. Días después, fueron recibidos en el restaurante “La Canasta” con una comida que aún agradecen. Otro pequeño homenaje fue cuando vino Mike, un voluntario que les sirvió de interprete en Estados Unidos; ahora ellos devolvieron, o eso intentaron, las atenciones que recibieron en el extranjero. Los siguientes viajes fueron a Fort Lauderdale, Florida. Subieron de categoría a Junior, las historias aderezadas con otros ingredientes, fueron muy parecidas, al igual del olvido de la memoria colectiva de la sociedad de Saltillo. Hoy, 40 años después, planean volver a juntarse, ser de nuevo un equipo y participar en un torneo local de veteranos. El nombre del equipo será Mundialistas. Por lo pronto se concentran en encontrar a todos los que participaron en alguno de esos tres seleccionados que llenaron de gloria el deporte local. Su deseo también es que se escriba, se difunda esta historia, una historia de sacrificio y de triunfo, una historia que debe recordarse y que puede ser ejemplo para las nuevas generaciones que vienen empujando. Esta es una historia de adolescentes que practicaban a diario, pese a todo, el deporte de sus amores, que vencieron todos los obstáculos y lograron algo que no se ha podido ser superado por alguna novena Sarapera, por lo menos en lo deportivo. Para Antonio De la Peña, Director Regional de Williamsport, no se ha vuelto a tener una gloria más grande que esa, “en los últimos 30 años, que es el tiempo que tengo vinculado a ligas pequeñas, no recuerdo algún otro selectivo que lograra algo así”
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Sin vanagloria. Él es de los pocos que pueden presumir tres diplomas de campeón por haber competido en tres distintos campeonatos del mundo.
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Actualmente en la región participan alrededor de 44 ligas afiliadas al programa, afirma el dirigente del sistema Williamsport y reconoce que este sistema ha perdido fuerza, porque la mayoría de los equipos prefieren jugar para ir a las Olimpiadas Infantiles y Juveniles. Además hay amenazas de represalias por parte de algunos dirigentes hacia los equipos que participen en los torneos de Williamsport. En el pasado cercano se ha estado cerca de llegar a un mundial. “El año pasado estuvimos cerca de pasar en la categoría 11 y 12 años, pasamos a la semifinal pero no se nos dio el resultado, sin embargo seguiremos trabajando para que en algunas categorías puedan asistir desde los latinos”. Luego habla sobre la asistencia en 2012 de Saraperitos a un latinoamericano y dice no recordar otra ocasión además del 68 , donde otro equipo de Saltillo asistiera a un latinoamericano. ÁLVARO GAONA, el fílder (También tercera base y primera base en 73,75 y 76.) El Indio es un tipo que a primera vista da la impresión de ser duro, serio; basta cruzar palabras, escuchar la primer anécdota, apenas la primer frase para darse cuenta que es un tipo bonachón, de choro y risa fácil. De él se cuentan muchas historias, casi todas parecen ser sacadas de alguna recopilación de chistes crueles, como aquella de cuando estuvo al pie del avión en Monterrey, lo miró y le dijo a Camarena o a Robledo: “Señor, qué le parece si me adelanto en burro y allá los espero”. O que cuando subió al avión se dio un tope en la parte superior de la puerta. Al voltear leyó un letrero que decía DC-10, y tuvo que darse otros nueve topes. Él afirma que ninguna es cierta, que son invenciones de sus compañeros y amigos, pero le gusta que se cuenten porque quiere decir que se está presente en la memoria y que él mismo ayuda a divulgar estas historias que comienzan a tomar tintes de leyenda. La que más le gusta, dice, es la historia sobre una máquina de coca cola.
Iban de salida rumbo a un partido, sintió sed y salió corriendo por un refresco a una máquina expendedora. Sus compañeros, desesperados porque no regresaba, fueron a buscarlo y lo encontraron hablándole a la máquina. “Dame una coca”, ordenaba verbalmente, “quiero una coca”… Extrañados, le preguntaron a Álvaro qué hacía y él les respondió que la pinche máquina no jalaba, que ahí decía “dime” y por más que le decía, no le daba nada… Una moneda, le dijeron, un “daim”, un décimo pues. Lo que es cierto, es que él es de los pocos que pueden presumir tres diplomas de campeón por haber competido en tres distintos campeonatos del mundo. El camino, recuerda, no fue fácil, llegó del ejido Mesa de las Tablas por primera vez a Saltillo a los 6 años. Se instalaron en una casa del barrio del Topo Chico, recuerda que pasaba por la Ciudad Deportiva y veía a los niños y jóvenes jugar beisbol. Desde entonces quedó fascinado por el deporte y se decidió a aprender. Al poco tiempo estaba listo. Tenía unos nueve años, el partido estaba apretado y el entrenador, en un acto desesperado, le quitó el uniforme para vestir a otro muchacho que no era del equipo y que jugaba mejor, para intentar ganar el partido. De pronto se vio nada más en trusa dentro de la caseta, mientras el cachirul esperaba su turno al bat enfundado con su uniforme. Como estas memorias hay muchas… Así fueron varias situaciones que vivió, hasta que después de años de mejorar día con día, le llegó su turno. Fue a un campeonato nacional como receptor titular, sin embargo la suerte no estuvo con ellos y no pudieron adjudicarse el título. Siguió esforzándose y llegó el 73, donde se empezarían a contar esas historias, que dice se le han inventado. El dinero que llevaba era para comprar encargos de su papá, un aficionado a los gallos de pelea que le pedía trajera huevos de campeones o una texana negra de esas Stetson que siguen siendo tan preciadas.
Creo en Dios, amo a mi patria y respetaré sus leyes. Jugaré limpio y me esforzaré en ganar, pero gane o pierda haré siempre lo mejor que pueda”. Juramento DEL beisbol de ligas pequeñas. Nada de eso. El efectivo se gastaba en comer bien, para el helado, los pequeños paseos por las calles de Gary en Indiana o de Fort Lauderdale en Florida. “Mi papá me daba para eso, pero pues sabía que me lo gastaba en otras cosas. Él sabía y pues nunca traje ni los huevos, ni la texana”, pronuncia con una voz zigzagueante y pícara, como acordándose de otra maldad que no se atreve a decir. Cuando le piden que diga cuál es su jugada favorita, la que más recuerda, la que más le llena de orgullo, titubea un poco… mira hacia sus adentros… y suelta rápido: “Estaba en el jardín izquierdo, en el 75, no me acuerdo contra qué equipo. Salió una línea dura que rebotó en la barda. Recogí la pelota, pero hacía mucho calor y humedad y cuando la traté de lanzar me pegué con la misma pelota en la nuca, se me resbaló. Me quedé medio atontado, rápido llegaron con un hielo para que me lo pusiera en la parte que me golpeé, pero como hacia mucho calor, mejor chupé el hielo”. Álvaro, en los viajes del 75 y 76 a Florida, fue uno de los jugadores más veteranos y con mayor experiencia, sobretodo en el último, donde les daba consejos de adónde dar la vuelta, en qué parte se encontraban los mercados, y otros lugares que no caben en esta crónica. Desde que se jubiló en 2007, Álvaro se dedica a entrenar niños en el campo de la colonia La Salle, dice que quiere retribuirle al deporte un poquito de lo mucho que a él le dio. Aunque la mayoría sueña con regresar a estos terrenos de juego, es quien tiene los pies más cerca de Williamsport, quizá el que más posibilidades tiene de llevar a uno de sus equipos a esta experiencia. Óscar Soberón Nakasima, el Picher En el 76, en FortLaurderdale, Óscar subió a la loma de picheo en el segundo encuentro de la serie mundial contra Puerto Rico. Había sido seleccionado cuando jugaba con los Daneses del Ateneo Fuente, después de retirarse por 3 años de los diamantes, Víctor “El Pollo” Galán
lo llevaría como una de las cartas fuertes en el cuerpo de lanzadores. Después de haber sido seleccionado para representar a México, recuerda que no había recursos y fueron el licenciado Francisco Javier Robledo y Benito Martínez quienes salieron al quite y les consiguieron un camión sin vidrio al frente que los llevaría al aeropuerto de Monterrey, desde donde partían los vuelos a Miami del equipo. Ahí estaba Óscar, haciendo contacto con la placa de lanzar, recibiendo las señales de su cácher Victoriano Contreras; aún no sabía que en esa noche cálida de Florida, tiraría el más importante juego de su vida: cinco entradas completas sin hit ni carrera contra Puerto Rico. Los boricuas no pudieron descifrar los movimientos del pequeño lanzador; pequeño solo de cuerpo, que levantaba alto la pierna al lanzar y tenía una forma muy particular de hacer sus movimientos hacia la loma; sin embargo, hubo un apagón en el parque y el juego se suspendió por alrededor de media hora. Ahí en esos minutos de espera, vieron algo que pocas veces habían siquiera imaginado: un helicóptero sobrevolando las torres de alumbrado. Cuando por fin regresó la luz y se pudo reanudar el partido, a Soberón le esperaba otra sorpresa, bien que ahora no tan agradable: el mánager, Pedro “Sonrisas” Hernández, le pidió la bola y lo sacó del partido, le dijo que había pasado mucho tiempo y se había enfriado. La joya que había tirado se fue por la borda, Puerto Rico se alzó con la victoria y México quedó nuevamente eliminado. Cuando el Sonrisas se acercó a Óscar y le comunicó la decisión de que hasta ahí llegaría su labor en el partido, la reacción fue de asombro y de duda, él quería llevar el partido hasta el final, no le habían conectado de hit y no comprendía, no comprende hasta hoy, por qué lo sacaron. Respetuoso de las formas, disciplinado como siempre, entregó la pelota y se fue a la banca junto con su cácher Victoriano, que en apoyo se quitó los arreos y abandonó el terreno de juego.
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Talento. los buscadores de talento de los Rojos de Cincinatti lo visitaron aquí en Saltillo y le ofrecieron un contrato, sin embargo, por decisiones familiares, no se concretó.
Cuando se terminó el encuentro se acercó Pedro González, el traductor asignado a la delegación y le dijo que unos señores quería hablar con él; se presentaron los buscadores de talento de los Rojos de Cincinatti, que en el mes de noviembre de ese año lo visitaron aquí en Saltillo y le ofrecieron un contrato, sin embargo, por decisiones familiares, no se concretó. Óscar es hoy en día un formador nato, desde 1985 se ha desempeñado como mánager de distintos equipos que han llenando líneas en la historia del beisbol amateur, varios de sus jugadores llegaron a probar el profesionalismo. También estuvo cerca de volver a vivir el sueño del mundial, cuando como manager del equipo Saraperitos en la categoría de 15 a 16 años, fueron subcampeones nacionales y luego en 2012 ya en la categoría bigleague como couch, ganaron el campeonato nacional, sin embargo no lograron conquistar el latinoamericano y se quedaron a un pequeño paso de repetir la hazaña. Óscar dice que la satisfacción de que te canten el Himno Nacional en el extranjero, el estar por primera vez formado en la línea del terreno, lejos de la familia: “es algo tremendo, que se siente fregón, ver cuando suben la bandera de tu país…” es algo que nunca olvida, ni olvidará. Los suvenirs que da la organización a los participantes en esa justa: un libro con todos los jugadores, un rompe vientos, un batecito de madera Louisville, una estola para poner en el traje, una cachucha, naturalmente los conserva como grandes tesoros. En el núcleo familiar, para Óscar significó un cambio tremendo, su padre no dejaba de platicar que su hijo había asistido a un mundial, no desperdiciaba ocasión para hablar de la joya de pi-
cheo que tiró Óscar en Puerto Rico; entonces, esa familia de 12 hermanos se unió más gracias a las glorias vividas en la Unión americana. Cuando Óscar llegó de Florida, le regaló a su padre el saco y una cadenita de plata que les habían dado en el torneo, su padre los atesoró y los usaba en ocasiones especiales. Una noche, para ir a un baile de prepa, Óscar le pidió la cadenita a su padre, no sabe cómo ni cuándo, pero la perdió, su padre se agüitó más que él y es fecha que no se perdona ese descuido. El recuerdo negativo que tiene, es aun un presente en el beisbol de la localidad: la falta de apoyo para quienes compiten en estas justas; anduvieron boteando por diferentes partes de la ciudad para juntar el dinero que les permitiera realizar el viaje. Alfonso Tomatsu, el Cácher Cerró los ojos, se concentró en sacar los nervios y comenzó a recitar aquel juramento: “Creo en Dios…” Ahí estaba Alfonso Tomatsu, parado frente a un micrófono, cámaras de televisión y fotográficas. Frente a sus amigos, que eran su familia de viaje, y frente a una multitud de jugadores en la ceremonia de clausura del torneo en Pensilvania. Un gran salón de eventos de un hotel de lujo fue el escenario para que autoridades deportivas y civiles reconocieran el logro de cada uno de los participantes en la máxima justa de las Ligas Pequeñas de Beisbol. Alfonso tenía una encomienda, que es un gran honor para cualquier pelotero, decir en nombre de los hispanohablantes el juramento del beisbol de Ligas Pequeñas.
El gestor. El licenciado Robledo, fue la persona que consiguió gran parte de los apoyos económicos,
Satisfacción. Pudieron lograr el sueño de todo deportista: representar a su país en una justa internacional.
Ese fue el momento más importante que recuerda. No sabe cuántos turnos al bat tuvo en ese torneo; fueron 3 juegos, quizá nueve, quizá 12, no recuerda; pero la emoción, esa opresión en el pecho, esa duda si le saldría la voz o no y sobre todo ese juramento que hizo una tarde de agosto al beisbol, lo marcó de por vida. Era, como todos, un muchacho humilde de un “barrio populoso”, un muchacho con más ganas y talento que oficio para jugar al beisbol; y con más sueños que oportunidades. Él era de los varios que se hicieron peloteros jugando desde los 10 años con guantes remendados con alambres o mecates y pelotas de estambre en el parquecito de la Ciudad Deportiva, no había para más. Hoy afirma que las autoridades han cometido dos injusticias con ese pedazo de tierra del beisbol infantil: su nombre (Juan Navarrete) y haberlo remodelado. Juan Navarrete fue un hombre importante en el beisbol profesional, su nombre está plasmado en el Estadio Madero y es meritorio reconocer esa trayectoria; pero en honor a la verdad, el beisbol de ligas pequeñas, se ha escrito con otros nombres; otras personas son las que se han destacado en ese ambiente. Recuerda que cuando era de tierra, el parque tenía vida, muchos niños y jóvenes de las colonias vecinas jugaban beisbol, sin embargo una autoridad tuvo la idea de arreglarlo y prácticamente privatizarlo; hoy tiene césped, pero no niños como antes. Eran épocas en que no existían las guanteletas, ni nada de esas cosas que hoy la mayoría de los peloteros se ponen en los antebrazos, ni lentes especializados para el deporte. Una piedra, estambre y algún recubrimiento eran suficientes para fabricar una pelota. Cuando llegaban a tener una pelota oficial, se jugaba con ella hasta que se deshacía, solo para remendarla un poco y que siguiera dando batalla a los jóvenes amantes del beisbol Fue así como se hicieron grandes peloteros y
personas de bien, fue con esos escasos recursos que pudieron lograr el sueño de todo deportista: representar a tu país en una justa internacional. Cuando en ese año (1973) salió al terreno de juego no sabía la magnitud del evento al que asistieron, no lo supo hasta después de muchos años. Por eso no le extrañó que no hubiera un recibimiento como al que había asistido cuando llegaron los niños que participaron en el Latinoamericano del 68; cuando se llenaron las principales calles de Saltillo, vitoreando a los que llegaban desde Managua Nicaragua. Tomatsu es uno de los que empiezan a juntar a aquellos que representaron en esa época a México, pretende hacer un equipo con las personas que vivieron ese sueño; no solo invita a los jugadores, sino a todos los que de una u otra forma colaboraron para la realización de esos viajes. Francisco Javier Robledo, el realizador del sueño Él no portó ninguna camisola oficial del equipo, no lanzó una sola pelota en el terreno de juego en ninguno de los tres mundiales, ni tuvo ningún turno al bat. Pero la historia de los muchachos en la Unión americana no se puede entender sin su presencia. El licenciado Robledo, fue la persona que consiguió gran parte de los apoyos económicos, dice, a gritos y a sombrerazos, pues se necesitaba una cantidad considerable para llevar a 14 muchachos hasta el norte de los Estados Unidos. Dice entre bromas, que era millonario, pero que el beisbol lo hizo rico. En 1973, era un joven licenciado en derecho enamorado del beisbol y dispuesto a colaborar en la organización de las ligas pequeñas. En 1972, el licenciado Robledo fue nombrado Agente del Ministerio Público y el sueldo le permitió hacer algunos ahorros y conocer gente que le ayudaría a reunir dinero.
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Álvaro Gaona es de los pocos que pueden presumir tres diplomas de campeón
En ese entonces, contaron con el apoyo del director del desaparecido diario el “Sol de Norte”, con publicaciones que exhortaban a la gente a cooperar. Amigos cooperaban de 100, de 200, de 20, de lo que fuera, recuerda que al final se juntaron 21 mil pesos, de los que valían, y con eso completaron los pasajes de ida. Pensaban en ir y cumplir con el compromiso de jugar un campeonato mundial; aun desconocían cómo regresarían. AsíllegaronaGary,losmuchachosjugaron,quedaron eliminados después de tres juegos, pero tuvieron la oportunidad de quedarse toda la semana. Por fortuna conocieron a mexicanos radicados en EUA, que ayudaron y atendieron a los peloteros en la ciudad de Chicago. El licenciado se quedó en Gary para conseguir recursos que permitieran el regreso a México. Fue entonces que le consiguieron audiencia en una asamblea del Club Rotario de aquella ciudad y expuso ante ellos la forma en que habían llegado a participar en el Mundial y solicitó apoyo para regresar; el resultado: mil dólares, justos para pagar el pasaje de todos en el camión Greyhound hasta la ciudad de Monterrey. Recuerda que tuvieron que parar para transbordar en Laredo, Texas. Rentaron unos cuartos en un hotel barato, pero las condiciones eran insalubres, sucio, con muchos animales y prefirieron ir a la central camionera y pernoctar ahí; para hacer la estancia más cómoda le pidió a un trabajador de una línea de camiones que dejara dormir, por lo menos a algunos, en algún camión; aceptó a cambio de unos dólares. En 1975, para el viaje a Fort Laurderdale, el gobierno de Estado, municipal y otros amigos y aficionados hicieron donativos que cubrieron por completo los pasajes de ida y vuelta, faltaba completar una que otra cosa, y el licenciado de nuevo salió al quite. Al siguiente año, con el último viaje que pudo cooperar, las cosas fueron distintas, había dejado de ser MP, tenía dinero guardado de lo que retiró de su fondo de pensiones, pero los apoyos de terceros no fluyeron como las veces anteriores.
Dos días antes de la fecha programada para salir, se tenía la reservación del vuelo, pero no los boletos, entonces Robledo fue con el dueño de la agencia de viajes y le pidió que le diera los boletos a cambio de un anticipo y la firma de documentos que garantizaran el pago; aceptó y los muchachos pudieron ir de nueva cuenta a Fort Lauderdale Dice con humildad que todos ellos le deben mucho de su andar a don Mario Nakasima Moreno, el gran impulsor del beisbol infantil en Saltillo, “siempre atrás de nosotros apoyándonos”. Aunque desde 1971, Robledo ya era director del distrito 4 de Williamsport México, consideraban a don Mario como su director. Hoy Robledo afirma que se le van los recuerdos, aunque muchos pasajes los cuenta con detalles que parece pasaron ayer, repite varias veces que es amigo de Alzheimer, como queriendo convencer de que ya es una persona mayor. Y con esa nostalgia, dice que se queda con la satisfacción de poder recordar y contar esas anécdotas, con la satisfacción de poder ayudar a que varios de los jugadores que fueron a esos mundiales lograron jugar profesionalmente como Ramiro Fraga, Pablo López, entre otros, y que todos esos muchachos son actualmente personas de bien. A la raya, a saludar Está generación de hombres que al día de hoy rondan los 55 años, no son los únicos, ni siquiera son los últimos de Saltillo que han ido a un Mundial, pero sí es una generación de peloteros que sorteó muchos factores en contra y logró ir a tres campeonatos del mundo en dos diferentes categorías: Senior y BigLeague. Hoy comparten con nosotros sus andanzas y sus historias repletas de orgullo, que sólo contaban en las carnes asadas y convivios después de los juegos dominicales o sabatinos, sin más pretensiones que tener un público más amplio que pueda replicar el mensaje y ayudar a encontrar a esos héroes anónimos que colaboraron a cumplir el sueño. Quieren agradecer a todas aquellas personas, que hicieron posible los viajes y que al igual que sus triunfos, están en el anonimato y casi en el olvido.
Directivos
lVictor Hugo Galán (Couch) lPedro Martínez (Manager) lBenito Martínez (delegado) lArmando Covarrubias lManuel Camarena lJosé Guadalupe Perezmona lHumberto Garbett
l José Ángel
Aguilera l Plácido Hernández
l José Luis Hernández l Víctor Rodríguez
ji l José
Ángel Orta
jc
2b
l Pablo López
jd
l José de Jesús del Bosque
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l Ramiro
Fraga
ss
l Carlos Rendón l Ernesto
“Tite” Contreras
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C. Solis
l Daniel
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1b
l Alvaro Gaona
Martínez
l Reynaldo Sánchez
C
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l Victoriano “Macho” Contreras l Alfonso
Tomatsu
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l Natalio Urbano Dávila l Víctor Ovalle
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l Antonio Quiñonez
l Norberto Herrera l Oscar Soberón l Juan Carlos Palacios l Héctor Palacios l Alejandro Andrade l Alfonso Cepeda l Lucio Ortega
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Equipos Mundialistas 73,75 y 76
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