Donde habita el frío

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Periodismo de investigación VANGUARDIA lunes 10 de FEBRERO de 2014 No.411

DONDE HABITA EL FRÍO La Rosilla, Durango, 2 mil 800 msnm, -27 grados. Po r fr a n c i s co ro d r í gu ez / Foto g r a f í a : f e d e r i co jo r dá n


“Aquí hace tanto frío que las vacas han amanecido muertas, paradas, todas congeladas” Así define Don Gabino el lugar más frío del país: La Rosilla, Durango.

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a sierra duranguense pertenece al municipio de Guanaceví, una localidad de menos de tres mil habitantes cuyo último personaje famoso fue Ximena Ramos, una niña de siete años finalista de la Academia Kids, el reality de TV Azteca. Antes de ella el personaje más afamado que recuerdan los habitantes fue el general José María Patoni, un republicano que participó en la toma de Durango en 1858 y que peleó contra los franceses. Es el abuelo de Ximena, don Manuel Ramos, 60 años, cara redonda, ojos pequeños que cuando ríe se le rasgan tanto que parece asiático, quien será el guía y nos llevará en una camioneta a la sierra duranguense, la región habitada más fría de México. Precisamente de Guanaceví, un municipio minero donde una empresa canadiense explota oro y plata, arranca la camioneta de Manuel que habría de llegar hasta La Rosilla, a dos mil 800 metros de altura. Conducimos por un sendero embarrado de tierra en medio de una selva de pinos, cedros y encinos; un laberinto de veredas rocosas que impiden a los choferes conducir a más de 20 kilómetros por hora. Es el mismo camino para los que van y vienen, así que cuando se topan dos camionetas, los choferes se saludan levantando la mano. No existe señalización que dirija el camino, por lo que lanzarse sin conocer sería como conducir con los ojos vendados. 60 kilómetros de camino, tres horas de viaje polvoriento y pedregoso hasta llegar a La Rosilla. -Vienen todos enchamarrados, nos describe un lugareño al llegar a la única calle del pueblo. En esta comunidad que llevaba cinco días con la temperatura mínima a nivel nacional, hoy hace calor y sus habitantes extrañan el frío.

El adobe , la madera y la lámina son los materiales escenciales para guardar el calor en las casas de La Rosilla.

BAJO CERO La Rosilla es un pueblo un poco más extenso que una cancha de futbol, compuesto por unas 60 casas encajadas en una muralla de grandes pinos. Es un lugar perdido en la Sierra Madre Occidental, donde, en 1997 se registró una temperatura récord de -25 grados centígrados. Los últimos días antes de la visita (enero), el mercurio osciló entre los 15 y 20 grados bajos cero. Las casas en La Rosilla son de adobe porque los habitantes aseguran que la tierra guarda el calor. Sólo les ponen un cimiento de cemento para que se macice y no se derrumbe. Hay otras que están levantadas por capas: por dentro son de madera, luego colocan hule y enseguida un material parecido a la tabla roca. La cubierta de los techos es de lámina porque no existe dinero para levantar una losa. Debajo de las láminas echan tierra y enseguida madera. Las casas son pequeñas y solo tienen una separación, pues la mayoría sólo cuentan con un cuarto donde duermen hasta siete integrantes de una familia. Todas tienen calentones viejos de fierro donde introducen leña durante casi todo el día. Ahí calientan agua para bañarse a jicarazos, para lavar la ropa, hervir agua para café, cocer los frijoles o incluso como una especie de vaporizador, pues con el calor que se desprende aprovechan

para secar la ropa. Las familias no tienen regaderas, por lo que se bañan a un lado del viejo calentón. Nadie tiene refrigeradores y quienes poseen estufas de gas sólo las tienen de adorno pues aseguran que no calientan ni una tortilla. Los calentones tienen tubos que fungen como chimeneas. Ver el humo que exhalan constantemente las casuchas con los cientos de pinos de fondo, es como mirar una pintura de casas antiguas. En La Rosilla cuentan con un pozo solar que abastece de agua a las casas. Mediante una red que, muchas veces consiste en mangueras, les llega agua por unas horas al día. El problema, cuenta Alicia Veleta, vecina de la comunidad, es que a veces el líquido no baja porque está cuajado. Cuajado es el término que usan para referirse al hecho que está congelado. Descuajar refiere descongelar. Para prender trocas o camiones, los hombres prenden leña debajo de los motores para descongelar el aceite. -Se batalla mucho. A veces como está cuajado llega la presión y me bota la manguera y tengo que arreglarlo. Aquí nadie tiene boiler porque se revienta la tubería, explica Alicia. Esta vecina de La Rosilla nació aquí, pero sus papás llegaron del ejido San Pedro, cuando, como muchos de los mayores de 70 años que aún viven, arribaron cuando se instaló el aserradero atrás de lo que ahora es una pequeña iglesia donde adoran al Sagrado Corazón.


La única forma de que los motores funcionen es prenderles fuego para descongelar el aceite, práctica que en cualquier otro lugar del país sería una explosión segura. Su esposo es tala monte. Tiene tres hijos, una de ellas ya casada. También vive con ella un ahijado. Alicia comparte que le gusta vivir en La Rosilla porque es tranquilo, no hay vicios, todos se conocen, puede caminar sin temor, la gente es alegre y, claro, también por el frío. -Ya nos acostumbramos. Las señoras juegan al voleibol en la tarde en lo que pega el sol, se hacen las retas. Los niños juegan fut, básquet.

Los señores ponen su lumbrita y se sientan a platicar y ahora que hay luz pues vemos la tele. -¿Qué hacen los habitantes cuando hace calor? -Cuando no hace frío nos sentimos diferentes porque no estamos acostumbrados al calor y cuando hace mucho nos afecta. Andamos bajo de ánimos, nos da sueño. Cuando tengo que ir a Parral es ir y venirme rápido porque uno no

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Alicia aprovecha los rayos del sol para lavar ropa antes de que se congele el agua.

puede dormir ahí. A mucha gente se le baja la presión. La mayoría de los pobladores de la sierra de Durango prefieren bajar a Parral que a Guanaceví por dos razones principales: suelen tener familia de éste lado y creen que el comercio está más vivo que del lado de Durango. Como quiera, la dieta de la gente en esta parte de la Sierra Madre se limita a frijoles, sopa, papas y café. Ninguno se queja, al contrario, ofrecen a los visitantes cada que tienen oportunidad. Don Gabino Silva González, un hombre de 77 años, dice que el día que no hace frío lo extrañan como si creyeren que no regresará. “Andamos hasta encuerados tirando las camisas”, comenta el padre de ocho hijos. En La Rosilla ha caído nieve hasta un 10 mayo y según Gabino nadie se queja del clima. En éste poblado al que algunos llaman ‘la congeladora de México’, se estima que únicamente entre 15 y 20 días al año no amanece con helada. -Yo creo por eso soy alérgico al agua. Cuando vamos a salir de la casa nos alejamos del calentón pa’ que nos pegue el aire y no nos dé un torzón al salir, narra Gabino. Pregunto a Gabino si es cierto que Ciénega de la Vaca o en otros poblados hace más frío que en La Rosilla y orgulloso lo niega. “Aquí el ‘candelillo’ (helada) llega a quemar el bosque. Aquí es lo más helado”, afirma el anciano con todo el peso de la experiencia. En el pueblo se mira escasa gente porque los hombres se van a trabajar al monte. En estas comunidades de la sierra, la mayor parte de la semana la habitan mujeres solas. Los fines de semana regresan los esposos y la comunidad se aviva. Los bailes del pueblo consisten en que algún vecino estacione la troca cerca de la cancha de básquetbol y ponga un disco de pasito duranguense a todo volumen. El sol se oculta después de las seis de la tarde y el humo que respiran las casas se desvanece tan rápido como los políticos que visitan la zona para fotografiarse entregando cobijas.

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Don Gabino Silva, a sus 77 años, ha visto cómo el frío ha quemado los bosques de esta región de Durango, casi igual que los talamontes que nutren los aserraderos.

DUEÑOS DEL frio Nadie sabe con certeza cómo ni cuándo se empezaron a poblar estas zonas. Bernardo Cano, un hombre de 70 años, con la mirada averiada, cuenta que antes de explotar el bosque se sembraba maíz, papa, chícharo, haba y avena que llevaban hasta Guanaceví. Entonces alguna persona construía un aserradero y la gente llegaba en busca de trabajo y terminaba por asentarse ahí. Según un estudio de David Barton Bray, un profesor de la universidad Internacional de Florida, hasta antes de la década de los setentas, las comunidades forestales mexicanas eran rentistas, es decir, rentaban sus bosques a concesionarios externos y a cambio recibían un derecho de monte. Don Bernardo platica que fue en los cincuentas cuando se empezó a explotar el bosque duranguense. Recuerda que el gobierno era quien lo rentaba en esta región a donde llegaban hombres huyendo de la pobreza de otros pueblos. Así llegó Gabino Silva González, uno de los habitantes de La Rosilla con mayor edad. Es originario de Atascaderos, Chihuahua, un poblado colindante con la sierra duranguense. A los 25 años, ya casado con Adela Quiñones, dejaron atrás la desesperanza del pueblo y se vinieron caminando para

Don Bernardo y su madre recuerdan que fue en los 50’s cuando la madera dio vida al pueblo a pesar de que el termómetro marcaba bajo cero. la sierra hambrientos de trabajo. -Vi a un vecino que era jefe de monteros. Me dijo que necesitaba gente que trabajara y me quedé con él. Me acomodé, me estuve y me estuve. Era puro monte virgen, había muy poquitas casas, relata Gabino sentado a un lado del calentón de leña de su casa en La Rosilla. Fue fogonero y se levantaba a las dos de la mañana y su jornada terminaba a las cinco de la tarde. Un día llegó una persona, que no recuerda quién fue y le preguntó: -¿No le gustaría que éste monte fuera

de ustedes? -Que está soñando o qué soñó, le contestó Gabino. -Yo les voy a ayudar para que esto sea de ustedes, le aseguró. Y se cumplió. Los pueblerinos que no habían concluido ni la primaria se hicieron dueños del monte. Sacaron a las compañías y empezaron a sumergirse en el bosque para cortar el pino y vender la madera. Gabino es uno de 70 ejidatarios de La Rosilla que cobran por derecho de monte.


En la sierra duranguense, el ejido se divide en grupos de trabajo cuyos leñadores se van a talar el bosque durante meses. Cada año el gobierno les hace una marcación de lo que deben tumbar, pese que también se registra una tala inmoderada que nadie vigila.

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La Rosilla y otras comunidades como Ciénega de la Vaca, sólo cuentan con un kínder, una primaria y una telesecundaria. Sólo tienen tres maestros; una maestra da clases al mismo tiempo a niños de primero, segundo y tercero de primaria; un maestro da a cuarto, quinto y sexto, y un profesor a toda la secundaria al mismo tiempo. A esta enseñanza se le conoce como multigrado. -Es difícil porque trabaja uno los tres grados, pero tenemos que llevar la planeación acorde a los tres. Los niños que están aquí son todos los que hay en el pueblo, comenta Saúl Rodríguez, profesor de cuarto, quinto y sexto de primaria. Saúl es egresado de la Normal Rural. Es originario de Villa Unión, cabecera de Poanas, Durango y desde hace 20 años arribó a La Rosilla. Los salones de clases como las casas, tienen también su calentón de leña y la regla es que quien llegue primero a clases lo prenda. El profesor asegura que los niños no faltan a clases aún cuando hay alumnos que vienen desde el ejido El Coyote, a tres kilómetros de distancia. Tres kilómetros se pensaría es poco, pero a las ocho de la mañana el termómetro aún está debajo del cero. De hecho, en el ejido Ciénega de la Vaca, los niños salen de clases a las 11 de la mañana para ir a almorzar a sus casas y regresan para concluir clases hasta las tres de la tarde. En La Rosilla hay menos de 50 niños menores de 15 años que en su mayoría quieren ser traileros o andar con la motosierra tumbando pinos. El profesor Saúl pregunta a los niños qué desean ser de grandes y algunos responden: ingeniero forestal, empresario, pintora, veterinaria, licenciada, soldado. -¿Les gusta vivir aquí?, les pregunto a los pequeños en el salón de clase. -¡Síiii!, responden todos al mismo tiempo. En La Rosilla como en todos los pueblos duranguenses de la sierra, la gente está muy arraigada a su hogar y desde temprana edad amamantan su cariño por el frío. Por las tardes se miran a los pocos niños jugando en camisa como si para ellos la temperatura fuera un amigo más.

Saúl Rodríguez, maestro de los últimos tres grados de Primaria, enseña a sus alumnos algo más que las lecciones diarias, los enseña a soñar en grande.

Algunos niños caminan hasta tres kilómetros durante el gélido amanecer para poder asistir a clases.

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Ismael transmite diariamente por radio la temperatura desde hace 25 años.

EL SR. TERMÓMETRO Ismael Velázquez Lazos se autonombra el meteorólogo de La Rosilla, el lugar, oficialmente, más frío de México. Tiene 49 años y es camionero de oficio. Carga los rollos de madera de diversos ejidos y los lleva hasta Parral, Chihuahua. Tiene cuatro hijas que están estudiando en Parral, a donde también se fue a vivir su esposa para hacerles compañía. Esta mañana, Ismael despertó sólo y con siete cobijas encima. Minutos antes de las ocho de la mañana, se dirige a un pequeño corral donde está el termómetro oficial cubierto en una caja de madera; una tina con agua que amaneció hecha hielo y que sirve para medir los niveles de evaporación y una vasija, también de madera, para medir cuánta lluvia cae. Éste hombre que apenas viste una sudadera negra y una gorra de las águilas del América, lleva 15 años haciendo lo mismo. Todos los días. La temperatura en éste pueblo de 230 habitantes se mide desde hace cerca de 25 años y a Ismael la Comisión Nacional del Agua le paga 15 pesos diarios por el trabajo de medidor; dinero que le pagan cada seis meses, cuando los inspectores del país visitan la región para revisar el equipo. “Esto es como cualquier

El registro récord que ha marcado esta estación es -27 grados. trabajo”, resume el meteorólogo del pueblo cuando le pregunto qué significa ser el termómetro del poblado habitado más frío del país. Ismael o ‘Maylo’ para los amigos, explica que a las ocho de la mañana es la mejor hora para medir la temperatura mínima. Ismael mira el termómetro y anota en unas hojas. Mira al cielo y me pregunta:

-¿Nota el tiempo nublado? - Miro al cielo y le digo que sí. Nublado es. -¿Cuánto marcó?, le pregunto. -9.5 -¿Menos? -Sí, menos. Poquito, dice despreocupado. -¿Poquito? -Sí, en estas fechas deberíamos estar a 17. -¿Ayer cómo estuvo?


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Aquí los perros amanecen acurrucados entre sí.

EL ALIVIO En La Rosilla existe una Unidad Médica Rural que atienden dos mujeres. Conozco a una de ellas, Norma Luna, una oriunda de Vicente Guerrero, Durango, que no viste uniforme porque estaba sucio y no quiso congelarse las manos lavando. Esta clínica recibe a los habitantes de La Rosilla, Cebollín, Lagunita, Chiqueros y Llano Grande: mil 256 lugareños según el censo de Norma; 120 menores de cinco años. En la sierra, el hospital más cercano está a cinco horas, en Parral. Norma, al igual que su colega, apenas tiene estudios en primeros auxilios y es la enfermera, doctora, farmacéutica y en ocasiones partera de cinco comunidades. De 15 consultas que documenta, 13 son por gripa. ¿De qué más se pueden enfermar en éste pueblo que se apellida frío? Sin embargo, Norma añade que al menos cada semana llegan dos o tres trabajadores cortados por la moto sierra. - ¿Cuándo fue la última muerte?, le cuestiono. -Norma piensa por varios segundos y dubitativa responde: Creo que hace como dos años. Un anciano. Por diabetes. -¿Y por hipotermia? -No, nunca. Ya estamos acostumbrados.

Además del termómetro, miden la evaporación con el agua.

Norma Luna, enfermera del pueblo, nunca ha recibido un caso de hipotermia.

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-A 10 Entendí entonces que en La Rosilla, el lugar más frío de México, prefieren ya omitir el negativo en los grados por lo que la cifra que refieren siempre es bajo cero. En La Rosilla, hablar de menos tantos grados suena a redundancia. Miden los niveles de evaporación porque con eso pueden calcular la lluvia que caerá en las presas del estado de Sinaloa. Ismael entonces va hacia su camioneta y desencaja la batería para llevarla a su casa. Ahí la conecta a un radio transmisor. Lo prende y como si fuera algo rutinario, se escucha el canto de un gallo afuera de su hogar. Ismael toma el radio con una mano y coloca sus anotaciones en la otra, como si fuera a leer un discurso de la escuela: -Mochis, Mochis, La Rosilla, se reporta el camionero. -Adelante, adelante, Rosilla, contestan del otro lado. -Buenos días. Ambiente 8 negativo, máxima 21, mínima 9.5 negativa, cero de lluvia, sí hubo helada, ese doble u (SW) con una línea (viento), despejado y frío. -Enterado, La Rosilla. -Hasta mañana, se despide Ismael con un tono cantado, como cuando hablan los vocalistas de algún grupo de pasito duranguense.

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La tala regualada es la principal actividad de La Rosilla y sólo está permitida seis meses del año, el resto, el resto dicen sus habitantes, es “pura jodidez”.


DEL PINO, LA VIDA Don Manuel, el guía, conduce su camioneta hasta el monte del ejido Chiqueros, donde leñadores de La Rosilla están trabajando en el corte de pino. Son seis kilómetros de distancia; 45 minutos de trayecto donde por sendas se miraba el precipicio lleno de coníferas. Nos acompaña Ventura Silva, el juez de La Rosilla a quien apodan Bin Laden por su barba canosa de chivo. Ventura trabajó 19 años en el monte pero su cintura terminó por crujir y ahora hace pequeños trabajos en el ejido. Ventura platica que muchas veces los hombres de La Rosilla arriban caminando al monte, marcha que les

cuesta dos horas. Explica que la tala del pino dura cerca de seis meses porque están limitados por el gobierno, aunque admite que muchos no obedecen y cortan donde no deben. -Y los demás meses ¿a qué se dedican?, pregunto. -A nada, responde Ventura. -A la jodidez, secunda Manuel. Llegamos a un campamento donde trabajaban cinco lugareños de La Rosilla. Lo primero que vemos son dos carpas levantadas con lonas, troncos de madera y mecates. Dentro de ellas muchas cobijas arrumbadas. Afuera, las huellas de la leña quemada, botellas de tequila, envases de cocacola, platos y un tronco que sirve como mesa. Los tala montes suben los trozos de pino –o bolillos como le llamana un camión. Colocan dos troncos en los extremos del transporte para empujarlos como si fuera resbaladilla. No usan guantes ni protección. Entre los leñadores se halla Heriberto Hernández, 20 años como cortador de pino. No conoce otro trabajo. Se viene desde el lunes con la bendición de su mujer y se regresa al pueblo el sábado, como todos los trabajadores del monte. -Le damos como desde las ocho, hasta las cinco o seis. En un día cortamos unos 15 metros de madera. Esta madera es de todos los compañeros y cobramos el derecho de monte que son 300 pesos, describe Heriberto, aún agitado por el trabajo. Además cobran unos mil 200 pesos por un viaje y se avientan tres o cuatro

por semana. El dinero se reparte entre todos. El problema, detalla Heriberto, es que cuando llueve o cae nieve no se mueven los camiones porque se hunden y hay que esperar. Tiempo perdido. La madera la venden en Parral o en el ejido Vergel de Chihuahua. Estos trabajadores comentan que a unos metros está otro campamento, también de vecinos de La Rosilla. En total son cinco grupos de esta comunidad. Vamos hasta ellos, unos metros arriba del monte. Ésta tropa trabaja con una yunta, que es una pareja de toros que son unidos por una madera que sujetan a los pitones y una cadena se liga a la madera para arrastrar troncos de más de 200 kilos. Un leñador dirige a los animales con un palo que usa para tocarlos en las cabezas y evitar que se desvíen. Cuando los toros pasan por el lugar correcto para dejar los troncos, todos los trabajadores gritan a los animales ¡Ooo! para que se detengan. A éste grupo, cuentan los tala montes, les pagan mil 600 pesos por millar de pies rebanado, más tres mil pesos por viaje. Normalmente un ejidatario tiene derecho a talar por temporada, cerca de nueve mil pies y los leñadores llegan a cortar hasta ocho mil metros de pino en seis meses. La sierra de Durango es considerada por el Consejo Mundial de Manejo Forestal como la mayor área certificada de bosques en México; según el INEGI, la entidad ocupa el primer lugar en producción forestal.

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Quizás eso lo desconozca Bertha Chávez, cincuenta y tantos años, esposa de un leñador. Bertha es la única mujer en el monte porque acompaña a su esposo, Abdón Heredia, 61 años aunque parece de más de 70. Bertha tiene cuatro años dormitando entre leñadores, desde que Abdón se enfermó del páncreas. A partir de entonces lo sigue para tenerle siempre su comida. En esta ocasión, el menú es caldo de venado que cazaron en la mañana, pese estar prohibida la cacería de éste animal. Lo acompañan con arroz, aguacate, tortillas de maíz y harina que hace ahí mismo la señora y un vaso de cocacola. -Está bien tranquilo aquí. Tengo dos hijas pero ya están casadas y como quiera ni luz hay en la casa, platica Bertha. El matrimonio se habla de usted y nos invitan a comer el venado. También los acompaña un nieto de 15 años que ya está involucrado en el oficio de leñador de pino. Abdón nació en El Alto de los Lirios, un ejido a unos seis kilómetros de La Rosilla. Trabaja desde los 14 y no estudió. Su papá, narra, también fue tala monte y arrastraba 10 pies de madera atados a su tronco, como ahora lo hacen los animales. -Yo fui tomador y trabajador, pero ya tengo 20 años sin tomar, presume Abdón al tiempo que se devora la carne de venado. En el monte los trabajadores son solidarios y comparten alimentos. Pero las carencias de vivir adentrados en la serranía, a la intemperie, sin seguridad laboral ni prestaciones, es solo el polo opuesto del millonario negocio de la madera.

EN LAS BRAZAS DEL NARCO Pasamos la noche en unas cabañas del ejido Coyote, a unos 10 minutos de La Rosilla. Son unos dormitorios

Este es el campamento donde duermen de lunes a viernes los talamontes.

La yunta andando.

que están en un vivero donde plantan y manejan pino, cedro y encino para reforestar la sierra. A dos mil 800 metros el silencio se aposta y llegan trabajadores del estado o del municipio; también empleados de alguna empresa que instala redes satelitales. Aquí en la sierra se está incomunicado y solo en algunos sitios, nadie sabe con exactitud cuáles, llega señal para el móvil. Los trabajadores llegan a pasar semanas

durmiendo en estas cabañas; cenando despensa que se traen desde la cabecera: café, huevo, papas y frijoles es lo más común. En la sierra, la luz llega por momentos. Los tramos son obscuros. No se distingue nada a tres metros de la vista. Y sólo el cielo está tan claro, que las estrellas parece que se posicionan arriba de los inmensos pinos del bosque. En las cabañas conocemos a varios trabajadores. Unos platicaron que se


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-No cantes esas canciones (narcocorridos), no me gustan desde que me levantaron los cabrones. Tuvimos que dar 250 mil pesos para que me dejaran. -Por el lado de Durango están los del Chapo, del lado de Chihuahua dicen que están otros. Ahorita en El Vergel están los soldados porque hubo unos días que estaba cabrón de tanta matazón. -Una vez me quedé en un hotelito bajando la sierra y me dijo la señora ‘enciérrese bien y no le abra a nadie’. Estaban canijos los secuestros.

EL EXTREMO

Quizá por ser ésta la principal actividad, muchos de los niños de La Rosilla quieren ser trailerros y talamontes. están 22 días en la sierra y descansan una semana. Comienzan a trabajar después de las 10 de la mañana porque con el frío las máquinas amanecen adormiladas y crujen de tanto hielo. A lado de un calentón de leña -todos los lugares cerrados tienen uno- brotan las pláticas y anécdotas de esta zona. En 2009, el arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, declaró: “Más delante de Guanaceví, por ahí está El Chapo, por ahí vive, pero bueno, todos

los sabemos menos la autoridad”. La noche es fría y se esbozan historias que trazan el fenómeno y la problemática de una de las entradas del llamado triángulo dorado del narco: -Por El Vergel es peligroso. Una vez bajaron a los pasajeros de un camión, les robaron y los mataron a todos. -En Lajas apenas está pasando otra vez el camión. No llegaba hasta ahí por lo duro de los madrazos.

A las siete de la mañana las camionetas amanecen tapizadas de hielo. Don Manuel lleva 20 minutos calentando el motor de la camioneta que hizo berrinche cuando la encendió. La sierra está negra pero el camino pedregoso es brillante por el cristal que despertó sobre el tramo. Las comunidades Agua del Pino y Ciénega de la Vaca, son otros pueblos de la sierra duranguense que están a unos 30 minutos Coyote. Sus habitantes aseguran que es más frío que La Rosilla, sin embargo, no existe termómetro oficial que lo compruebe.

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El duro trabajo de talar, hace entrar al cuerpo en calor.

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Vista del pueblo Ciénega de la Vaca, más frío que La Rosilla, pero no tienen termómetro. Estos dos pueblos están casi juntos y a una altura mayor que La Rosilla. De hecho, suele nevar más seguido aquí que en otros pueblos de la sierra. En Agua del Pino, las familias lavan la ropa en un arroyo donde llevan cazones y leña para calentar el agua. En Ciénega de la Vaca lavan en un lavadero comunitario no sin antes quebrar el hielo y calentarlo también en cazones. Agua del Pino tiene unas 10 casas y Ciénega de la Vaca cerca de 30. Aquí los hogares son de madera y por todos lados uno encuentra trozos tirados. La mayoría no tiene drenaje y poseen viejas letrinas. Las casas están encima de los cerros, como si se pelearan con los pinos por ocupar un lugar. No se halla un camino plano y todo está sobre pequeños desniveles. En Ciénega de la Vaca corre más el viento y sus habitantes, niños y grandes, tienen sonrojadas las mejillas, resecas como una lija. En éste lugar donde pocos salen a caminar, está un aserradero que ahora está mudo porque ya se acabó la madera. Sólo se oye el cacareo de los gallos, el silbido de los pájaros y el aire cacheteando los arbustos. Afuera de su hogar, esperando que salieran sus hijos de la escuela para almorzar, está Ofelia Martínez, nacida en éste pueblo hace 38 años. Tiene

cinco hijos y una de ellas ya terminó la secundaria y se quedó en La Vaca para ayudar a su madre. Ofelia relata que unos días atrás, hizo tanto viento que el aire levantaba los techos de lámina y casi los dejaba sin qué cubrirse. Tuvieron que amarrar con alambre las láminas. También platica que prefieren bañarse cada tres días de tanto frío. - Oiga no, se imagina diario, se congela, argumenta Ofelia. -¿Y cuando hace calor cómo se siente?, pregunto. -Se siente uno desesperado. No estamos acostumbrados. Como quiera todo el día está prendido el calentón. -¿Nunca han pensado en irse a otro lado? -No, estuve en Parral, en Guanaceví, en Santiago y siempre regreso aquí. La despensa me dura una semana; en los pueblos se me figura que uno gasta mucho. Un niño sale de la escuela en Ciénega de la Vaca. Se llama Yahir Pinar Rivera, seis años. Está abrigado con una sudadera cuya capucha le cubre la cabeza. Tiene esa piel áspera de mucho aire frío golpeando su rostro. -¿Desde dónde vienes?, le pregunto. -Desde allá arriba. -¿No tienes frío? -Na. Camina solo, tieso, sin mover los

Ofelia Martínez y su hija llevan leña para el fogón. brazos. Sigue su camino y voltea para atrás dos veces. Se detiene en una ocasión y mira para arriba. Continúa su camino hasta su hogar. En un momento ya le pierdo la vista. El viento gélido en éste pueblo sopla como un estruendo en medio de la nada.


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