ÍNDICE Decálogo, mandamientos (o vaya usted a saber)… Jesús de León De este y otros valles (Traducciones y versiones) Poema 4 (vii) Cayo Valerio Catulo (Versión de Rubén Bonifaz Nuño) Estampa Venus posmoderna / Víctor Ventura
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Madruguetes y albazos (Poesía) Nacimiento y muerte (dos poemas) / Víctor Sandoval
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Aforismos Armando J. Guerra
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Foro de discusión Novo e Irigoyen viajeros en los años 30 / Nora Lizet Castillo Aguirre Notas para un apocalipsis de la cultura / Sergio Cordero Monstruos del periodismo cultural / Cirilo G. Recio Dávila Recordatorios Estimados censores: váyanse al Infierno / Ray Bradbury Bienaventurados de la ficción (Narrativa) Caracol / José Adrián Vara Aguilar El nuevo inquilino / Miguel Ángel García Torres El jardín de Academo (Colaboraciones del magisterio y el alumnado) En Letras / Amanda García Castillo Las doce verdades del mundo / Gabriel Verduzco Argüelles La venganza del lector Porno para mamás / Eugenia Flores Soria Lo que es ser escritor / Thimetis Dorbecker Mata Oficio de un francotirador / Silvia De La Fuente ¿Y éstos quienes son?
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Decálogo, (o
mandamientos
vaya usted a saber ) para que el director de
una revista universitaria no se mande solo
Jesús de León
Primero. Nunca dirás esta revista es mía, aunque tú la hayas propuesto, creado el concepto y batallado para que la patrocinaran. Cuando trabajas para una institución (llámese iglesia, estado, universidad, club deportivo, sindicato de camioneros similares y conexos u, horror de horrores, estabishment literario) tarde o temprano llegas a la conclusión de que todo lo que has hecho (incluso aquello que está firmado con tu nombre) ya no te pertenece. No porque ahora pertenezca al lenguaje o a la tradición —como pomposamente afirmara Borges— sino porque, como buen coahuilense, acabas siendo víctima de una nueva clase de carranceo de índole intelectual, que consiste, no sólo en que los demás se queden con tu trabajo, sino que hasta sepan sacarle mejor provecho que tú. ¡Y no me salgan con que nadie sabe para quién trabaja! Todos lo sabemos. ¡Así que ya saben! Segundo. No levantarás falsos testimonios y agradecerás a todos aquellos que estén por encima de ti. Recuerda que en este contexto no tendrás que agradecer una sola vez, sino todas las veces que sean 2
necesarias. No olvides que los puestos burocráticos quedan, pero los nombres cambian. El único que seguirá en el mismo penoso trabajo, batallando con la misma gente y cobrando las mismas horas eres tú. Así que no exageres. Retírate a tiempo. No sea que quedes convertido en un profesor emérito o en un bulto que habla (a saber). Tercero. Tratarás de llevarte bien con todos los posibles colaboradores, sean alumnos, maestros y hasta personal de intendencia (uno nunca sabe). Las colaboraciones llegan de todas partes, algunas impecablemente escritas, otras con fallas de redacción y errores ortográficos que te hacen pensar en los niveles que ha alcanzado el analfabetismo funcional. Esa colaboración donde encontraste la palabra querida con ce y un güey sin diéresis pero con arado y que tú creías que la había escrito el vigilante (o alguien así) resulta que la escribió alguien insigne que ahorita, gracias a su hazaña de escribir dos cuartillas en un mes, languidece de meningitis en un hospital privado de Texas.
Cuarto. Cuando invites a colaboradores externos, honrarás a los chilangos como si fueran tu padre y tu madre (aunque eso también depende de cómo te hayas llevado con la familia). Si vienen de otras partes del país, pídeles sus cartas credenciales o su currículum.
Séptimo. No importa lo que digan los demás: las críticas, los ataques, los ofrecimientos, las odiosas comparaciones, las inevitables envidias. Tú sostendrás tus criterios de edición como si fueran las tablas de la ley, que para eso te curaste del vicio de la autocomplacencia. ¡Y qué no se te suban a las barbas! Aunque tengas que remontarte a la cima Quinto. No caerás en la tentación de publicar del Monte Sinaí o del Cerro del Pueblo. sólo a tus cuates, aunque eso lo haga todo el mundo y tengas cuates que escriban bien. En este terreno Octavo. Editar una revista universitaria no no hay medias tintas: te llevas bien con todos o no significa que te resignes a publicar las tareas de la le caes bien a nadie. Si vieran que éste es el man- escuelita. Eso déjalo para el periódico mural de pridamiento más difícil de cumplir, no sólo dentro de maria. Aquí más bien es como en el futbol americalas revistas universitarias, sino del ámbito de las no: hay que llevar la pelota a la zona de anotación, publicaciones literarias de todo el país, sin impor- chocando contra todo y quitándose muchos obstátar quién las patrocine. Por una muy simple razón: culos. También puede haber muerte súbita, ya sea caerle bien a todos es imposible; caerle mal, tam- porque te corten el presupuesto o seas víctima de bién. Lo he intentado. No caerles bien, sino caer- los designios del caelum (digo, del cielo). les mal. A fin de cuentas, sólo podemos confiar en nuestros cuates, en la gente de confianza que comNoveno. No es por hacer honor al título de la parte nuestros intereses y entusiasmos y que no nos revista, pero en estos menesteres debes aprender a pueden fallar porque tampoco les fallaremos. Esto ser humilde. A veces las cosas salen como tú quieres que estoy diciendo lo sabe todo el mundo, aunque y a veces salen como salen (ya veremos en el próxinadie lo sostenga abiertamente. mo número). Nota: esta situación es, por supuesto, hipotética. En muchos casos hay publicaciones que Sexto. Cuando le pidas colaboración a tus no pasan del primer número y hay otras que cuando alumnos, nada de ceder ante los ojos que da pánico lo hacen parecen que sacaron puros números cero. soñar, la invitación a unas chelas, a una carne asada Por eso también hay que tener la humildad de deo a los halagos del imberbe o la mocosa que digan cir: ¡Hasta aquí! Las sirenas no cantaron para mí y que han leído todas tus obras y que siempre han en mi pecera no hubo más que un triste pez anaranvisto en ti al Octavio Paz del noreste. ¡Naranjas! Así jado. ¿Por qué voy a presumir de que flagelo las olas que entréguenme a tiempo el trabajo con el que los del mar y camino sobre las aguas? De ninguna mavoy a calificar o no publican. Y quítenme de encima nera. Ulises, después de tantos prodigios —según todos estos brasieres y trusas que me han lanzado. Borges—, lloró de amor al divisar su Ítaca verde y ¡No soy botadero de mercería! humilde. Si yo no lloro no es por falta de ganas, sino 3
porque el oculista dice que tengo los ojos resecos de soberbia ajena. Mientras tanto, no perdamos el hotanto estar revisando textos ajenos en la pantalla de rizonte. Levantemos de vez en cuando la vista del mi computadora. Quedémonos con el ejemplo de camino. Los balances nunca están de más. Ulises. No sea que acabe convertido en Homero (y ya no estoy para palos de ciego: propios o ajenos). Pilón. Una advertencia sobre el mesianismo literario. Todos te dicen: “Si te dan en una mejilla, Décimo. Debes recordar que toda revista nace, pon la otra. Sé indulgente, tolerante. Acepta otras crece y muere. Piensa en el número que estás ha- formas de pensar, otras visiones de la literatura. ciendo, pero no pierdas la visión de conjunto. Sin Nunca dejes de tomar en cuenta la voz de los jóveduda es una obra colectiva, pero no por eso deja nes”. Todo eso suena muy bien, siempre y cuando de ser una obra. Tal vez alguien la continúe. Me- no confundan la pila de agua bendita con una cisjor no. Ahora que estoy terminando La Humildad terna. Soy editor, no boxeador profesional. ¿Cuántemo mucho de que esta revista sea castigada por la tas mejillas creen que tengo?
Texto leído por el autor en la mesa “Las revistas
culturales desde el entorno universitario”, del Encuentro Armas y Letras de Revistas Culturales en el Noreste de México y Texas, organizado por la Universidad
Autónoma de Nuevo León, dentro de la tercera edición
de la Feria Universitaria del Libro uanLeer, celebrada en Monterrey, en marzo de 2013.
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De
este y otros valles (Traducciones y versiones)
Carmen 4 (VII)
Poema 4 (VII)
Quaeris quot mihi basiationes
Me preguntas que cuántos besos tuyos
Quam magnus numeris Libyssae harenae
Cuan magno de la libia arena el número
Tuae, Lesbia, sint satis superque. Lasarpiciferis iacet Cyrenis,
Oraclum Iouis inter aestuosi
Et Batti ueteris sacrum sepulcrum,
Aut quam sidera multa, cum tacet nox, Furtiuos hominum uident amores, Tam te basia multa basiare
Vesano satis et super Catullo est, Quae nec pernumerare curiosi
Possint nec mala fascinare lingua. Gaius Valerius Catullus
serán, Lesbia, bastantes y de sobra. yace en Cirene, rica en laserpicio*, entre el oráculo de Jove ardiente
y del antiguo Bato el sacro túmulo,
o cuan muchas estrellas, cuando calla la noche, ven furtivos amores de los hombres, que beses tantos besos al demente Catulo tú, bastante es y de sobra,
que ni bien numerarlos los curiosos
puedan, ni aojarnos** una mala lengua. Cayo Valerio Catulo (Versión de Rubén Bonifaz Nuño)
*Laserpicio: planta de la familia de las umbelíferas. **Aojar: hacer mal de ojo, echar una maldición. Tomado de Catulo, Los poemas a Lesbia, versión de Rubén Bonifaz Nuño. Martín Casillas Editores, México, 1982 (Serie La Poesía), pp. 56-57.
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E stampa
VENUS POSMODERNA Víctor Ventura
Venus está recostada en su cama de piedra, tratando de aquilatar sus pensamientos y no caer en la ansiedad de sus recuerdos. Apartada del glamour de antaño. Encerrada en su habitación carente de lujos. Mientras tanto Eros, su bebé, administra los negocios de la familia; por un lado el ciberespacio, los chats del amor: la carne y la lujuria, los “teibol dance”, las casas de citas y las compañías cinematográficas profesionales y amateurs. —¡Madre! ¿No has checado tu sesión? —No me interesa. —Han llegado varios correos e invitaciones. —No tengo ganas de leer ni salir a fiestas. Fastidiada de acompañar a su nuera a los malls, en su frenética carrera por estar siempre a la moda, compitiendo por la belleza, agotada de estar horas y horas en sesiones de salas de bronceado y limpiezas faciales, sin entender el encantamiento de Psique por andar de shopping. —¿Vas a cenar? —No lo sé. —Acuérdate que tenemos visitas… —¿Quién viene hoy? — Ares y Hefestos y las muchachas. 6
—No quiero ver a nadie. Hace tiempo que también dejó de asistir a las pasarelas de París, Milán, Londres, Nueva York, Río de Janeiro, Moscú, Tokio, Venecia, Grecia, Roma, etcétera; de modelar y firmar contratos para las grandes firmas de la ropa, de la lencería, de perfumería, cosméticos y modelaje. Estar siempre en competencia, desde el juicio de la manzana dorada, con Atenea, Hera, Helena, y demás modelos del Olimpo: Penélope, Mirra, Medusa… contra la esposa de su vástago. Todo por conseguir el reconocimiento, la fama, la atención de las cámaras y la figura estampada en una portada. —Han llegado dos ramos de mirtos y rosas. —¡Regrésalos! No busca la perfección corporal, pues siempre la tuvo. Quiere lograr algo de paz. No desea la compañía de otros, menos ahora que, sus dos grandes amantes, Ares y Hefestos, son socios en la venta de armas, ya no la excitan. Venus se despide de su hijo y cierra la puerta; se recuesta en su lecho, mientras que observa la imagen de un cuadro en la pared, donde una mujer emerge, nace de la espuma del mar.
Madruguetes
y albazos
(Poesía)
x NACIMIENTO Y MUERTE (DOS POEMAS) Víctor Sandoval
AULLIDOS de bronce, sábanas blancas y sábanas manchadas, dilataciones y dolor, mi padre tranquilo en el zaguán. —Antes que nada, comadrona, échame al mundo. (De Fraguas, 1980) TIENES tu destino marcado desde ahora: La industria, el comercio, la explotación al prójimo, el casino, el golf, la burocracia, la juerga cotidiana, el coito obligatorio, la bendición papal y todos los auxilios espirituales a la hora de tu muerte, amén. (De Para empezar el día, 1974) BIBLIOGRAFÍA:
Sandoval, Victor, Para empezar el día. Editorial Joaquín Mortiz, México, 1974 (colección las dos orillas), p. 101. ——Fraguas. Editorial Joqúín Mortiz, México, 1980 (colección las dos orillas), p. 44.
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Aforismos Armando J. Guerra
“El aforismo es una cuestión de brevedad”, dijo el académico.
c y
Cuando me di cuenta que en la vida todo me salía al revés, co-
mencé a caminar hacia atrás. y
“No tengas miedo a la muerte —me dijo mi asesino—. Sólo se
muere una vez”. Sus palabras me tranquilizaron. Disparó. y
Aquella vida ya la había visto. Era mi propia película.
y
Antes de que se le formaran los ojos dentro del vientre materno,
ya traía antifaz. y
“Puntos de vista”, aclaró el tuerto al ciego.
y
El tambor de aquella orquesta odiaba los solos de batería.
y
Fijemos prioridades, exigió la crisis al sida.
y
El masoquista murió con ansias de llegar al infierno.
y
Al morir aquel sádico, se arrepintió de su vida. Todo le fue per-
donado. Sabía que así frustraría al diablo. y
8
Antes, jugábamos a la roña. Ahora, al herpes y al sida.
y
Cuando quiero que el tiempo se detenga, dejo de caminar alre-
dedor del reloj. y
“Cómo vuela el tiempo”, me dije al ver mi reloj descompuesto.
y
“La vida no es como la pintan”, dijo el Guernica. “Pero sí como
la representan”, dijeron las Meninas. y
¿Por qué dotarme de cerebro? Si lo uso, me condenas.
y
Inclusive el espejo se negaba a reflejarme.
y
“Frustración sexual es lo que tengo”, pensó la amiba.
y
La víbora lloraba mientras enterraba su piel.
y
Perdió a su madre cuando se rompió la probeta.
y
El vampiro decidió emigrar. Odiaba los mosquitos.
y
A pesar de ser víctima del adulterio, créanme, cuando se consu-
mó no estaba presente. y
Por primera vez dijiste que me querías mientras se cerraba mi
ataúd. y
Eres una roca diferente, hasta las gotas de agua quebraste.
y
Cuando algo me gusta es porque no vale la pena, y tú me gustas
mucho. y
“¡Calla, maldita!”, le ordené a mi sorda conciencia.
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Foro
Novo
e
Irigoyen
de discusión
viajeros en sos años
3O
Nora Lizet Castillo Aguirre
Las notas de viaje personalizadas de dos narradores mexicanos: Salvador Novo y Ulises Irigoyen, compiladas por Felipe Teixidor en su libro Viajeros mexicanos nos ponen de manifiesto las diferencias tan marcadas del significado de “viajar” en la década de los 30 y en la actualidad. De esta manera se hace necesaria una serie de consideraciones sobre las particulares circunstancias que los obligan a emprender los viajes, así como las maneras de narrar y de dar testimonio de los misterios y hallazgos culturales con los que se topaban. También observamos las referencias de una Ciudad de México y una ciudad de Nueva York incipientes, abordamos el Orinoco para recorrer el Océano Atlántico y llegar hasta París. Aún en esos lejanos días es posible identificar la prisa de los habitantes citadinos, pasear por las 10
concurridas avenidas, descubrir lo interesante de la comunicación y la necesidad de dominar el idioma extranjero del lugar visitado. Tal vez, uno de los detalles más extraordinarios sea el no poderse desprender del sentimiento de soledad amenazador, aún y cuando se esté rodeado de muchas personas. Actualmente, en pleno siglo xxi, la globalización ha consumido todas las áreas del planeta, todo está a nuestro alcance, todas las ciudades se parecen y es posible encontrar un restaurante de comida rápida que forma parte de una gran cadena internacional en cada esquina de cualquier ciudad; en cambio en otros tiempos, esta situación fue completamente distinta. Precisamente en los años de la década de 1930, época en que las cosas eran muy diferentes y pocas personas tenían la oportunidad
de hacer recorridos fuera de sus lugares rutinarios en trenes. Los viajes en avión todavía no estaban ni de moda, ni al alcance de cualquier persona. Unos cuantos diplomáticos y personajes sobresalientes eran complacidos con esta oportunidad. Dichosos se habrán sentido aquellos a los que les fue posible identificar países y descubrir el perfil límpido de las ciudades que todavía destacaban sobre el cielo con sus trazos típicos, sin las bruscas interrupciones de la contundente arquitectura en edificios altos, verticales y atroces. Algunos de los viajeros mexicanos pudieron ver entonces con sus propios ojos y comprobar la objetividad de lo que en las ilustraciones de libros y revistas motivó su deseo de viajar. Existe una reflexión importante sobre los viajeros de esta época: mientras que los habitantes de otros países se enorgullecían de sus propios lugares, sólo los mexicanos preferían viajar fuera de país para conocer otros sitios, otros territorios, no los propios, que, sin duda alguna, hubiesen podido describir con más intensidad y con más jactancia; tal vez con más conocimiento. Sin embargo, los viajeros consideraban que hablar de sus poblaciones, de sus montañas de sus ríos y desiertos, así como de sus mares, de las costumbres y el carácter de sus pobladores, era, por así llamarlo, un asunto vergonzoso, y probablemente la cuestión de ver un nombre indígena escrito en una página de viaje pudo haber significado el repudio y el desaire, en lugar del reconocimiento que les brindaba hablar del extranjero. Nos ocuparemos entonces de tres relatos de viaje escritos entre la segunda y tercera década del siglo XX. De Salvador Novo: Return Ticket, 1927 y Continente vacío, 1935; así como de Ulises Irigoyen Caminos, presentada en 1934. Salvador Novo según la crítica pertenece al distinguido grupo de los Contemporáneos, conjunto que se caracteriza principalmente por su snobismo y por la afición a retomar posturas europeas en su escritura. A los autores dentro de este grupo les fas-
cina describir paisajes extranjeros, mientras que lo mexicano les parece poco interesante, y en ocasiones demasiado evidente referir. Contemporáneos era un grupo formado por los nombres que aún hoy son clave en las letras de México… Preocupados por las palabras bellas y las
esencias, por el sensualismo y el individualismo, re-
presentan la otra cara de la cultura de mirada épica, profética, profunda y estruendosamente naciona-
lista. Quizá por eso se les acusó de hermetismo y de dar la espalda a la realidad, de desinterés por lo nacional, e incluso de afeminar a la literatura mexicana. (Sefchovich, 1987: 85.)
Ulises Irigoyen, por otra parte, no aparece referido en ninguna antología como miembro de los Contemporáneos; sin embargo, es importante hacer esta observación, ya que, históricamente se ubican en el mismo espacio temporal. Salvador Novo, quien muestra sus puntos de vista en el prefacio de Continente vacío, (1935), no parece discrepar con estas consideraciones. Así lo manifiesta al releer un Rodó olvidado entre el tumulto de sus libros que prefiere mostrar más a mano y puntualiza que la práctica de la renovación tiene un precepto máximo: el viajar. Reformarse es vivir, así como viajar es reformarse. Por consecuencia viajar es vivir. En lo que siente quien “de extendidas tierras vuelve a la propia”, suele mezclarse a la impresión de
desconocimiento de las cosas con que fue íntimo, y que ve de otra manera que antes, cierto desco-
nocimiento de su misma personalidad del pasado, que ahí en el mundo donde la formó, resurge en
su memoria y se proyecta ante sus ojos como si fuera la figura de un extraño para desairar la sugestión del ambiente en que se vive y reivindicar
la libertad interior apartándose de él, hay, según él 11
dijera, dos modos: los viajes y la soledad. (Novo en Teixidor, 205.)
Heme aquí, Rodó, solo y después de un viaje. En la
tuya, escuché la melancólica voz que en mi ausencia de la tierra nativa venía de lo hondo de mi alma
a pedirme que tornara a su seno y a despertar el enjambre de las dulces memorias para repetir tus hondas palabras, y hoy reconozco que lo tenía por impulso fiel del corazón, en mi desvío de las cosas
nuevas y de las nuevas gentes, no era sino la protesta
de mi personalidad subyugada por el hábito, entumecida en la quietud, oponía a cuanto importaba de algún modo dilatarla y moverla. Más he aquí que
esa misma voz melancólica me hace sentir ahora, en la soledad, la ausencia del viaje y me impulsa a revivir hora por hora en la confidencia una máquina silenciosa, una libertad de noventa días. (Novo en Vallarino, 1979: 329.)
Al hacer un recuento de sus viajes, que inicia en México, comienza indicando que escribir el libro de un viaje puede presentar la contribución de un importante documento que las generaciones futuras consulten. Y se propone narrar tres meses después de terminado un viaje de noventa días desde México hasta Buenos Aires tomando el único camino que comunicaba a esos dos sitios: un barco inglés que se aborda en Nueva York. En este escrito, Novo hace una crítica de la literatura latinoamericana y de lo poco que se conoce de ella. Él mismo se avergüenza de no poseer la conciencia de nombres y de trabajos realizados, así 12
también de la exclusión de la literatura mexicana en una antología sudamericana. Comenta cómo Alfonso Reyes había decidido desvincularnos del resto del continente “que aún ama a Jesucristo y reza en español”. En su relato de viaje Return ticket parte de la ciudad de El Paso, Texas, con destino a Honolulu haciendo una escala en San Francisco, en compañía del maestro Tovar, pues tienen una encomienda política. El cónsul les entrega el dinero y les indica cómo sacar los boletos y el tren que deben tomar. Una vez que reexpide los libros sobre la Educación en México que van a distribuir en Honolulu entre los Delegados de la Primera Conferencia Panpacífica sobre la Educación, Rehabilitación, Reclamación y Recreo en donde participan él y el maestro Tovar, disponen de algunas horas para conocer lo que él denomina la “ridícula” ciudad de El Paso, Texas y entrar en las casas de comercio en que “se habla español” aunque los empleados, mexicanos evidentemente, simulan hablarlo con dificultad. Al intentar pasar inadvertido, Novo piensa que su bastón sería notorio y decide dejarlo en el consulado al igual que un sombrero de paja y un traje que traía consigo, entonces decide transformarse y ponerse el otro que acaba de comprar. Menciona que le sobrecoge una alegría inmensa y hasta se siente embriagado, cuando empiezan a encenderse las luces eléctricas y suben al tren. Acompañado del profesor Tovar, aborda un gabinete del último carro, hace un recuento de las comodidades: tiene abanico eléctrico, un espejo, un cenicero (en ese entonces el fumar agregaba un aire de cosmopo-
litismo) y un lavabo. Comienzan a ver el desfile de árboles y magueyes. A su compañero lo predispone la meditación patriótica, comenta que los mexicanos, no saben aprovechar el terreno, que las irrigaciones adecuadas fertilizarían el desierto y bla, bla, bla. No lo escucha, sale del vagón. Le sorprende la cantidad de vagones y el hecho de que sean tan idénticos, si el propio no fuera el último, no lo reconocería. De esta forma, tras el recorrido por los vagones, no es capaz de persuadir a la gente de que él habla inglés, y comienza a fantasear con los parecidos físicos de los pasajeros con hombres ilustres, Mencken, T.S. Elliot, y ellos van leyendo. Para Novo los escritores no deben leer en el tren. Él tiene la idea que deben observar para luego contar lo visto. Decide conversar con un señor que pasea con un chico y que habla español y como resultado de esta conversación, el señor le recomienda un hotel cómodo y barato. Continúa observando y llegan a Los Ángeles, lugar donde deciden bajar del tren para cenar dentro de la estación, que describe como cinematográfica, pues le da la impresión de ser tan improvisada que no la puede admirar. Entonces piensa que toda la ciudad debe ser así, y aunque no está seguro de que lo sea, le repugna la ciudad a priori y no desea conocer más de los alrededores de la estación de trenes. Le reconforta saber que llegarán a San Francisco por la mañana. Es interesante ver la forma en que Salvador Novo trata de mimetizarse. Habla inglés, conoce de la cultura y, sin embargo, no consigue que alguien platique con él. En su libro Continente vacío, narra
otro de sus recorridos, esta vez por Nueva York. Al llegar a la ciudad en pleno sábado, piensa que toda la gente está pronta a divertirse y él está decidido a hacerlo desesperadamente “¿Qué acaso no vengo huyendo de la familia y de todo lo cotidiano? Sin duda, vagaré por las calles, iré a los cabarets y a los teatros. Mi pobre tía Virginia me espera con ansia y me tiene preparada una habitación, pero sabiamente he omitido avisarle de mi llegada. No iré a verla sino el último día de esta embriaguez neoyorquina. Afortunadamente vive en la 452 de la calle Riverside, tan lejos del New Yorker que nunca nos tropezaremos, es tan triste”, continúa, “que viva tan sola, estará Edna nada más, me recordarán a mi familia, las quiero mucho pero no deseo verlas. No en seguida por lo menos. Me instalaré debidamente en el New Yorker”. Entre tanto pensamiento finalmente llega a la ciudad. Unos jóvenes le ayudan con sus maletas. Llega al hotel. El bell boy le demuestra las facilidades del hotel. Con un botón se puede ventilar la habitación, hay agua caliente, fría y por la otra llave helada. Detrás de la puerta hay un sacacorchos por si el caballero desea preparar un cocktail, agujas, hilo y lo más interesante, la deformación de la puerta que le devolvería la ropa limpia. El radio que funciona de diez de la mañana a diez de la noche y, puede captar las cuatro mejores difusoras de la ciudad. Ahora mismo si lo desea puede escuchar un partido de fútbol. En el escritorio hay toda clase de papeles, cuatro restaurantes sin salir del hotel. Cualquier cosa se puede pedir por teléfono. Se asoma por la ventana decidido a arrojar la colilla del cigarro y un pequeño anuncio 13
le advierte “human life is in danger if you throw that lighted cigarrette”. En ese momento le sobrecogió un temor indescriptible y, como si estuviera esperando a alguien, se sentó a escribir cartas. Había deseado por tanto tiempo estar en Nueva York solo, precisamente en sábado y ahora, en ese silencioso cuarto de hotel, el deseo más sincero le inclinaba a buscar en un burgués cariño filial el mejor sustituto de la aventura. Caminó perdido por la quinta avenida, sólo veía caras que marchaban sin conocerse, con prisa; entró a la tienda a comprar algo; regresó al hotel, se tumbó en la cama tratando de convencerse de que estaba cansado y súbitamente le arrebató el sentimiento de soledad; encendió el radio, escuchó una canción tan vulgarmente tierna que no pudo resistir; se vistió, huyó, pidió al taxista que lo llevase al 452 de la calle Riverside. Por su parte, Ulises Irigoyen, quien también fungía como diplomático, hace generalizaciones más elocuentes de su tierra. Incluso el compilador de su obra retoma sus fotografías para observar que, en una playa nudista de Francia, Irigoyen conserva el cuello y la corbata. De Irigoyen se ha dicho que florece en la literatura procedente del mundo de los negocios, fue Delegado Patronal en la Conferencia Internacional del Trabajo, viaja por diversos países de Europa y, después de las impresiones extranjeras, anota las de México, que comprenden sus recorridos de Yucatán a Chiapas. En su libro Caminos, impreso en 1934 y dedicado a don Juan Bojórquez, se regocija al ver a su hermano el mar de aguas tranquilas y tibias como las manos de su novia y acepta el llamado con estas palabras: 14
Hermano: obedezco el llamado, condúceme a otras playas… Acaricias a la tierra en eterno acoplamien-
to, la fecundas y la tornas rica. ¡Pudiera besar como tú! ¡Pudiera ser así de sensual! ¡Pudiera llevar en
mis hombros muchos bajeles a layas y puertos ami-
gos! Decide salir de Veracruz. La gran motonave alemana Orinoco amanece anclada frente al male-
cón. Con pasaporte diplomático se pasan bien los
círculos dantescos: Migración, Aduana, Sanidad, etc. A bordo. Pañuelos y blancas sedas los despiden adiós, bon voyage, good bye toda la gama de la
torre de Babel, desmayos en el malecón, lágrimas sobre cubierta, la nave zarpó al son del Danubio Azul. Ya no hay tierra, tengo fervor por el mar mo-
vible y profundo pérfido y voluble como la mujer. ¡Misterio!”(Irigoyen en Teixidor, 209)
A bordo de un barco elegantísimo, la gran motonave alemana Orinoco, lleno de líneas y confort, de atractivos y negligencias, todo lo que la moderna sensualidad logra crear. El camarote es difícil de describir: paredes pintadas de crema, sedante, color de harén, muebles alemanes, camas enanas, luces, timbres, abanicos y calefactores, mozos y recamareras. Divanes comodísimos. No falta nada, perfumes y pecados. El baño junto al camarote con toda suerte de artefactos para acicalarse, tina y regadera, agua fría y caliente, espejos, ganchos y garfios para colgar la ropa, en fin, un orden alemán. Hay horarios para cada comida del día, a la cual se debe asistir con ropas distintas cada vez y planchar el tuxedo por la noche. Todo alemán, seriedad alemana. La alberca
al aire libre le invita a reflexionar lo cómodo del ¡La ciudad amada por los poetas, urbe de cabarets, anonimato y situación en la cual lo decoroso es el cortesanas y vividores. De universidades y de annudismo. torchas, de artistas y filósofos, de éxitos y fracasos, ¡Oh París! ¡Oh París! ¡Cuán cómodo es lo anónimo! Seiscientas personas Ulises Irigoyen hace un recuento de los pormeen el barco. Al perderse el misterio termina la obse- nores que observa en el camarote de su barco y en sión y el ciento por ciento de la perversión, La carne las actividades que más se practican dentro. El cosse cura con la carne, según Rasputín y la fórmu- mopolitismo en el que se encuentra y los diferentes la homeopática: Similia similibus curantur. ¡Cuán platillos, bebidas y lujos en los que se envuelve para moral es el nudismo! Alberca al aire libre. Vistosos llegar a París a cumplir su misión diplomática lo trajes de baño y buenas formas alemanas. Vivir sin dejan perplejo. navegar, es no conocer la vida. (Op. Cit. 209.) Hablar de viajes y de impresiones personales es un intento inabarcable e interminable el pretender El primero de mayo de 1934, después de un reco- narrar las aventuras de los viajeros y sus percepciorrido por el cuarto de máquinas reflexiona “¡Cere- nes, pero algo nos queda claro, tanto Salvador Novo bro humano, duran más tus obras que tú mismo!” como Ulises Irigoyen viajaron por motivos políticos Llegarán el jueves a La Coruña, bajarán por San- y al apuntar cada detalle hacen una interpretación tiago de Compostela, abordarán en Santander de personal de todo lo que ven. No dejan de asombrarnuevo. Si no fuera por que todos sus afectos están se por los detalles de la modernidad presentes en tan lejos, iría contento y feliz en este espléndido todo lo que perciben: sin embargo, sus lazos afectiviaje. ¡En fin! Adelante y que viva Dios, se dirige vos hacia sus costumbres y su patria mexicana vena París: el cerebro del mundo. La villa Lumiére cen toda novedad. BIBLIOGRAFÍA:
Irigoyen, Ulises. A bordo del Orinoco. Viajeros mexicanos, (siglos XIX y XX). Colección “Sepan Cuantos…”, núm. 350, México, Ed. Porrúa, 1982. Novo, Salvador. Antología 1925- 1965. México, Editorial Porrúa, 1966. ——Ensayos. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1925. Sefchovich, Sara. México: país de ideas, país de novelas. México, Grijalbo, 1987. Teixidor, Felipe. Viajeros mexicanos, (siglos XIX y XX). Colección “Sepan Cuantos…”, núm. 350, México, Ed. Porrúa, 1982. Vallarino, Roberto. Salvador Novo: sus mejores obras, México, Promexa editores, 1979.
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N O TA S PA R A U N A P O C A L I P S I S D E L A C U LT U R A Sergio Cordero
¿recuerdan? Nuestros padres y maestros nos enseñaron el valor de la trascendencia. Trascender, nos dijeron, implica ubicarse por encima de la estrecha circunstancia personal, del frágil y efímero presente; significa proyectarse simultáneamente al pasado y al futuro, ir más allá de los modelos sancionados por la tradición y superar las fronteras de país, idioma, cultura, época, etcétera, para que así nuestras obras alcancen el exigente rango de universales. La anterior aseveración tuvo la diamantina solidez de un axioma… hasta que llegó el siglo xxi y muchas anomalías que veían cocinándose desde el siglo anterior hicieron eclosión en una crisis generalizada de valores antes considerados inalterables. Las siguientes páginas se ocupan de recoger algunas escenas de esa crisis en el campo de las artes y, de manera particular, en la literatura. A comienzos del siglo xx, los artistas y escritores cometieron un error trágico: adoptar una actitud de ruptura con la tradición literaria y artística sin advertir que, al romper con el pasado, rompían también con el futuro (es decir, les concedían a los escritores del futuro el derecho de negarlos también a ellos y empezar de cero). Las monstruosas consecuencias se ven hasta ahora, en la generación 16
que se dio a conocer en la década de los noventa (y no me refiero solamente a México), la cual sucumbe a su propio marasmo al descubrir que no importa lo bien o mal hechas que estén sus obras: de todos modos, carecen de trascendencia. Su impacto sólo incidirá, en el mejor de los casos, sobre el público de su mismo corte generacional —y sobre nadie más. Olviden la pretensión de erigir una obra “inmortal”, que persista en el gusto del público generación tras generación. Quedamos como un puente sin orillas y “un puente no existe para sí mismo”.1 Otra grave consecuencia del rompimiento con la tradición surge de ese gesto del literato que le vuelve la espalda al lector en general. Éste a su modo intenta mantenerse dentro de la tradición porque la ve como una parte vital de sus rituales de permanencia y continuidad. Con desconcierto y no poca irritación, el lector ha visto cómo, durante el siglo anterior, los literatos y sobre todo los poetas repudiaron e ignoraron la tradición y, de paso, le dieron la espalda a una abrumadora cantidad de personas. ¿Cuál ha sido el saldo de esta rabieta irresponsable, de esta celebración de la barbarie disfrazada Charles Tomlinson, “Más ciudades extranjeras”, versión de Octavio Paz en O.P., Versiones y diversiones. Editorial Joaquín Mortiz, segunda edición corregida, México, 1978, p. 98. 1
de grito de rebeldía? Cuando el escritor le da la espalda al lector, no pasa nada. Cuando el lector le da la espalda al escritor, sobreviene el desastre. Octavio Paz propuso el concepto de “tradición de la ruptura”.2 Con esta paradoja aparente, el poeta de Mixcoac no estaba negando la tradición, como supusieron algunos de sus seguidores. Lo que Paz intentaba postular, entre otras cosas, era que, para romper provechosamente con la tradición, primero había que conocerla exhaustivamente y dominarla a la perfección. Por desgracia, su propuesta no fue interpretada de la manera en que nuestro Premio Nobel lo hubiese deseado, sino de un modo bastante simplista: romper con la tradición significó para muchos la justificación de su olvido de la tradición y la comodidad de dejar de practicarla en aras de una supuesta “libertad creativa”. Se confundió, en suma, rebeldía con ignorancia y libertad creativa con haraganería. ¿Se puede romper con algo que no se conoce? ¿Podemos ganar una guerra en la que ni siquiera sabemos qué estamos defendiendo o contra quién estamos peleando? Algunos han dado a estas preguntas una respuesta tan simple como cínica: —Por supuesto que no, pero debemos simular que hacemos eso que ya no sabemos hacer ni nos importa, porque nos conviene que los demás crean que todo sigue funcionando como es debido.
riesgos ante el público de ese puerto. Pero imaginó
una estratagema para salvarse; cada vez que el do de
pecho se acercaba, suspendía el canto y gritaba ¡viva Mazatlán! El aplauso venía igual que con el do de
pecho, y el público de Mazatlán lo consagró como tenor. En Carlos Chávez, la tesis es suplente del do
de pecho; su música ha sabido gritar, cada cosa en
su oportunidad, ¡viva México!, ¡viva la América!, ¡viva el indio! y ¡viva la revolución social! Pero, res-
pecto de Chávez, no debemos incurrir en el error del público de Mazatlán.3
Las estratagemas del cantante y del compositor no son de ningún modo casos únicos y se han multiplicado y diversificado en formas insospechadas. Cito al respecto algunas anécdotas. 1. Una alumna mía me contó que vivió de niña en un pequeño pueblo fronterizo. Su padre era médico y uno de los fundadores del poblado. Mucha gente lo respetaba e incluso algunos le temían, dada su influencia en el medio político local. Entre estos últimos, estaba el maestro de la escuela primaria a la que asistía la hija del médico. Para evitar cualquier posible represalia si llegaba a ponerle bajas calificaciones, el maestro no le enseñaba nada a la niña y siempre la calificaba con dieces. La farsa se reveló cuando, al pasar de año y tener una nueva maestra, la ignorancia de la niña salió a flote inmediatamente. 2. Cuando yo asistía en Guadalajara al taller En un artículo donde criticaba al músico Car- de literatura del doctor Elías Nandino, recibimos los Chávez, el poeta y ensayista veracruzano Jorge cierta tarde la visita de una joven poetisa que empezaba a darse a conocer en recitales organizados Cuesta recogió la siguiente anécdota: en los cafés y las peñas de moda de aquel entonces. Cuenta Genaro Estrada que pasó por Mazatlán Era muy admirada por un diseñador gráfico amigo algún tenor cuyo defecto consistía en no alcanzar nuestro, quien le había publicado poemas en una el do de pecho, que, como se sabe, es todo el arte revista de la que era director. Leí esos poemas y no del tenor. Por lo tanto, este virtuoso corría grandes
Sobre la “tradición de la ruptura”, consúltese el prólogo de Octavio Paz a la antología de O.P., Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis Poesía en Movimiento. Siglo XXI Editores, México, 1966. 2
Jorge Cuesta, “La música proletaria” en J.C., Poemas y ensayos, prólogo de Luis Mario Schneider, recopilación y notas de Miguel Capistrán y L.M.S. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1964, t. II, pp. 196-197. 3
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lograba entender la causa de su admiración: consistían en palabras aisladas y frases inconexas dispersas en una desbaratada serie de versos quebrados con abundantes puntos suspensivos. Entendí lo que ocurría cuando la poetisa de marras entró al recinto del Exconvento del Carmen donde tenía su sede el taller: veinte años de edad, rubia teñida, minifalda de la que salían unas largas piernas torneadas, medias blancas de encaje con ligueros negros, botas negras de charol con tacón aguja y una blusa ombliguera levantada por la esférica fuerza de dos enormes pechos desbordando el escote, labios carnosos pintados de refulgente color fiucha y soñadores ojos castaños. Para rematar el look, sobre su cabeza se ladeaba una minúscula boina de pintor parisino. Nuestro amigo el diseñador, un cuarentón calvo, gordo y de lentes, hubiera publicado cualquier galimatías con tal de halagar a semejante ninfa. La poetisa declamó ante nosotros sus poemas con una vocecita de niña mimada, haciendo muchos ademanes con las manos y entornando a cada rato los ojos hacia la cúpula del techo. Era todo un espectáculo. La sesión duró bastante. Para seguírsela comiendo con la mirada, mis compañeros respondían un anhelante “sí” a la pregunta “¿quieren que les lea otro?” La ninfa no leyó nada digno de ser llamado poesía. 3. Yo coordinaba un taller literario en la ciudad de Piedras Negras, Coahuila. Asistía a él una señora que presumía haber publicado ya un libro de poemas en una editorial importante (después me enteraría de que ella costeó íntegramente la edición). Le pedí que, para la próxima sesión, trajera uno de sus poemas. A la semana siguiente, la señora repartió entre los asistentes fotocopias de un poema suyo que llevaba pegado con lápiz adhesivo un recorte de periódico, el cual contenía la foto de un bebé como de un año de edad quien, según la prensa, fue asesinado por sus propios padres. El poema 18
pretendía ser una especie de elegía a la muerte del menor. Al iniciar la sesión, lo primero que hice fue pedirles a todos los demás asistentes que arrancaran el recorte, lo tiraran a la basura y se quedaran solamente con el texto. —Si el poema no nos conmueve —le advertí a la autora— la foto no lo ayudará. Hay que dejar que el poema se defienda solo. Por la mirada que me dirigió, temí correr una suerte parecida a la del bebé. 4. Como maestro universitario, trabajé impartiendo una materia llamada “Sintaxis”; en realidad, se trataba de un curso de redacción básica. El trabajo final del curso consistía en un ensayo de tema libre, mínimo de cinco y máximo de diez cuartillas, el cual debía estar cuidadosamente escrito. Por esa razón, les pedí a mis alumnos que, una semana antes de la fecha de entrega, me hicieran llegar un borrador del texto para revisarlo y hacerles observaciones. Una de mis alumnas me entregó un borrador de sólo tres cuartillas, sin líneas justificadas ni cortes de párrafo, con enormes espacios de interlineado y escrito apresuradamente a máquina. Lo peor era que, además de la banalidad del tema (elogios desmesurados a su grupo musical favorito, si mal no recuerdo), el texto estaba plagado de faltas de ortografía y redacción. Cuando le regresé su trabajo, saturado con mis correcciones, le advertí a la alumna que debía trabajar mucho en el texto y entregarlo lo mejor presentado posible. Llegó el momento de entregar la versión final. La alumna, muy contenta y confiada, lista para irse de vacaciones esa misma tarde, presentó una carpeta recubierta de tela acolchada con holanes en los bordes que contenía, impresos en computadora con un tipo de letra que ella creyó elegante y que a mí me pareció chocante y sobre un papel azul pálido ribeteado con un margen de cadenitas, las mismas tres cuartillas plagadas con las mismas faltas de or-
tografía y de redacción que encontré en la versión previa. La alumna se indignó al descubrir que le puse la calificación más baja de todo el grupo y argumentó ante mis superiores que había gastado demasiado dinero y que, por eso, no era justo que yo le pusiera una calificación que le amargaría el disfrute de sus vacaciones. Hasta aquí los ejemplos. Hagamos un repaso. La poetisa coqueta confundió la poesía con la declamación y utilizó su atractivo físico para distraer la atención de su inexistente talento y su nulo oficio. La señora de Piedras Negras trató de fortalecer el endeble efecto de su poema apoyándolo en una fotografía y una nota de prensa y la alumna del curso de “Sintaxis” creyó que bastaba con mejorar la calidad del canal para que automáticamente, sin agregar ningún esfuerzo intelectual de su parte, yo aceptara que había mejorado la calidad de su mensaje. Con sus pueriles actos de simulación, las protagonistas de las tres últimas anécdotas dan a entender que tácitamente admitían no tener ni el talento ni el oficio ni los conocimientos suficientes para escribir algo mejor, pero que tampoco estaban dispuestas a enfrentarse con la verdadera dimensión de su talento, ni a desarrollar el mínimo oficio indispensable ni, mucho menos, a adquirir los conocimientos y las destrezas que el maestro o el coordinador les exigían y, por lo tanto, trataban de obtener el reconocimiento deseado a través de burdas sustituciones. ¿Por qué? Porque seguramente ya se habían encontrado con personas que eran como el maestro de la primera anécdota quienes, por miedo, incompetencia o interés, aceptaban ser cómplices de tales simulaciones.
reglas de un arte lleva a que éste pierda su autonomía y quede subordinado a otras disciplinas cuyos principios aún son defendidos por sus practicantes. El caso más grave lo representa la situación actual de la poesía. En “La crítica, negligente con la lírica,”4 Alfonso Reyes manifiesta su extrañeza de que la crítica en la antigua Grecia teorizara abundantemente sobre los géneros épico y dramático pero que casi no reparara en la lírica. Ésta quedó subordinada al estudio de la música y la danza, de las cuales se independizaría totalmente hasta el Renacimiento, con la publicación de los primeros grandes tratados sistemáticos de arte poética. Actualmente, los principios del arte de la poesía, incluso los rudimentos básicos de la versificación, han sido olvidados casi del todo por la inmensa mayoría de quienes pretenden escribir en verso y hasta por muchos que presumen ser poetas de renombre, con obra prestigiosamente publicada y frecuentemente premiada. Las generaciones más jóvenes, demasiado perezosas para aprender complicaciones tan sutiles como contar sílabas, medir acentos y buscar rimas e igualmente incapaces para reconocer y elaborar tropos y figuras de pensamiento (a lo más que llegan es a identificar metáforas) y, al mismo tiempo, conscientes del pobrísimo o nulo impacto que sus textos, por sí solos, tienen en la atención de los lectores (aturdidos y obnubilados éstos por el constante bombardeo del discurso mediático), han optado por apoyarse en recursos provenientes de otras disciplinas artísticas (el teatro, la música, el cine) y en las seductoras facilidades que actualmente ofrece la tecnología informática para filmar, grabar, copiar, Un arte cuyos principios se olvidan queda automá- combinar y proyectar imágenes y sonidos. Estos jóticamente subordinado a (o asimilado por) las otras venes argumentan que “la poesía ha ido más allá del artes. Nadie, que yo sepa, se ha puesto a pensar se- lenguaje” (?) y que, por lo tanto, “la palabra se ha riamente en lo que esta indolente pérdida de auto- vuelto obsoleta” para todo lo que quieren expresar nomía significa. Como en un proceso de regresión, 4 Alfonso Reyes, La crítica en la edad ateniense en Obras Completas de de viaje a la semilla, el olvido por negligencia de las A.R., nota preliminar de Ernesto Mejía Sánchez. Fondo de cultura Económica, México, 1961, t. XIII, pp. 34-39.
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(!).5 Entonces, para llegar a ser artistas de su tiempo, los poetas actuales necesitan además improvisarse como declamadores callejeros, raperos, actores o directores de videos y de espectáculos multimedia. En consecuencia, los poemas son gritados en las calles (como lo hacían los “poetas delirantes” en la Roma de Augusto, según Horacio en su Arte poética, vv. 453-4766), acompañados de canto y baile (como en la antigua Grecia), actuados en un “performance” (lo que los subordina al teatro), escritos sobre materiales distintos al papel (desde el ladrillo hasta la cajeta, lo que nos regresa a las inscripciones en muros, armas o utensilios domésticos: la prehistoria de la poesía) y en objetos menos previsibles que el libro (platos, camisetas, espejos, los que desde hace décadas usa la publicidad para sus fines) o aplastados e interferidos por capas sobrepuestas de música grabada o de imágenes (fijas o en movimiento) tomadas de internet. Pero si les quitamos toda esa amalgama de fragmentos de mensajes audiovisuales y eliminamos todo ese artificio de luces y sonidos que deslumbra y aturde y nos olvidamos también de todos esos heterodoxos soportes materiales o canales mediáticos y tratamos de leer a solas, en la intimidad, esos supuestos poemas, descubriremos que no nos dicen nada. Sé que estos jóvenes podrían argumentarme (algunos, coléricos, ya lo han hecho) que eso demuestra que son artistas polifacéticos, como lo fueron los grandes maestros del Renacimiento (Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, etcétera). Por desgracia, no sólo son improvisados en las varias disciplinas artísticas que dicen practicar, sino que se apoyan en una tecnología que ellos no han inventado y que, como Me tocó ver y escuchar ejemplos de esta postura en el encuentro de escritores “La degramaticalidad increíble. Los límites del lenguaje” realizada del 21 al 23 de marzo de 2012 en la Casa de la Cultura de Monterrey. 6 Quinto Horacio Flaco, “Epístola a los Pisones (Arte Poética)”, prólogo y traducción en prosa de Sergio Cordero, en La Humildad Premiada, revista de la Licenciatura en Letras Españolas, Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades de la UAdeC, año VIII, número 12, Saltillo, Coahuila, marzo de 2011, pp. 21-22. 5
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las artes, tampoco dominan del todo y, en algunos casos, ni siquiera a un nivel aceptable. Su situación es la misma de los miembros de esa tribu descrita en el cuento de Borges “El informe de Brodie”7 (“una raza no primitiva sino degenerada”, según el narrador): los Yahoos (nombre profético), ajenos al cultivo de las artes e ignorantes de lo que es la tecnología, al ver el reloj de un misionero le preguntan dónde se lo encontró y creen que una cabaña es una especie de árbol. Así, los jóvenes artistas y poetas trabajan con una tecnología que les ha sido dada y con un acervo de arte y literatura que encuentran en la red convertido en meros datos que ellos se limitan a tomar y yuxtaponer (el llamado copy paste). Su “arte” no es creación, sino una especie de collage, de mera amalgama de fragmentos heterogéneos captados superficialmente. Pero si las consecuencias son serias para los literatos, en la orilla opuesta, la de los lectores, las consecuencias son igualmente graves. Hace unos doce años, se inició un dramático proceso del que casi nadie se ha dado cuenta: la extinción del lector de literatura, de aquel lector hedónico que usaba sobre todo su imaginación para leer y buscaba en las obras literarias nuevas formas de pensar, sentir, recordar e imaginar. La mecánica de extinción de esta inteligente forma de leer no es tan difícil de analizar como podría suponerse. En su libro de ensayos Cuadrivio, Octavio Paz define la imaginación como “el deseo en acción” y “el deseo en movimiento”.8 Si partimos de esta acertada fórmula, descubriremos que los medios electrónicos y, en especial, el auge del internet, junto con una superficial aceptación por parte de las sociedades modernas de aquellas libertades antes restringidas por Jorge Luis Borges, “El informe de Brodie” en El informe de Brodie. Emecé Editores, Buenos Aires, 1970, pp. 139-151. 8 Véanse los ensayos “El camino de la pasión” sobre Ramón López Velarde y “La palabra edificante” sobre Luis Cernuda en Octavio Paz, Cuadrivio. Editorial Joaquín Mortiz, quinta edición, México, septiembre de 1980, pp. 99 y 190 respectivamente. 7
la moral tradicional, les dieron a las generaciones nacidas después de 1970 la ilusión de que el deseo —cualquier tipo de deseo, no sólo el sexual— puede ser satisfecho plenamente si uno cuenta con el acceso (económico, por supuesto) al refinamiento tecnológico adecuado. La situación anterior, por lo tanto, haría innecesario sublimar a través de la imaginación cualquier deseo insatisfecho. Sin embargo, considero que, en materia de satisfacción del deseo, los actuales refinamientos tecnológicos no son más que placebos onanistas —bastante caros, por cierto. La imaginación, más que quedar satisfecha, realizada, se encuentra sometida a un extraño condicionamiento, dentro del cual el deseo quedó inmerso en una especie de coma profundo (como el que sufre la mente de la Humanidad entera en la película Matrix) y se va poco a poco atrofiando a causa del estímulo fuerte pero efímero de numerosas realidades virtuales. No ocurre algo distinto con otra destreza del pensamiento que la lectura afinaba y fortalecía: la memoria, en particular ese aspecto de la misma que ayudaba a comparar y relacionar diversas sensaciones y emociones. La capacidad de los e-books de reemplazar a los recuerdos con sus propios archivos de sonidos e imágenes aumenta la pasividad y la atrofia del pensamiento. ¿Cómo lee la literatura de creación alguien cuya imaginación quedó en coma? Paul Valéry afirmaba que las grandes obras literarias pasan por tres etapas: primero divierten y entretienen, después se convierten en materia de consulta o de aprendizaje y, por último, devienen en meros documentos.9 Al abordar las obras de creación literaria, el lector con imaginación comatosa y memoria enajenada se salta las dos primeras etapas y se va directamente a la tercera: lee las novelas, los cuentos y los poemas como documentos —en Paúl Valéry, “Rumbos”, traducción de Gabriel Favela en Paul Valéry: obras escogidas, presentación y selección de Salvador Elizondo. SEPSetentas / Diana, México, 1982, p. 163. 9
particular, dos tipos de documentos: el expediente clínico (interpretar el texto literario como si fuera el síntoma de una enfermedad mental o de un impedimento físico) y la declaración judicial (tomarlo como la indirecta o encubierta confesión de un delito ya cometido o que se planea cometer). En vista de que esta clase de lector no puede utilizar su imaginación para interpretar y disfrutar el poema, el cuento o la novela, puesto que teme ser tomado por loco o por un delincuente en ciernes, tiene que usar reactivos menos adecuados y sólo en apariencia eficaces: el prejuicio moralistoide y/o el escrúpulo pseudo científico elevados falazmente a “juicios críticos” o “afanes de objetividad”. Este brutal cambio de enfoque se ve sobre todo en los textos narrativos. Nada más anacrónico para los lectores actuales que esas obras que inspiraron a Umberto Eco el concepto de obra abierta,10 aquella en la que el autor, más que trasmitir un mensaje unívoco, fijo y definitivo en sus obras, proponía presunciones de sentido que el lector podía completar o reformular a su manera, volviéndose así coparticipe del fenómeno de la creación. Ejemplos de esa tendencia son Rayuela (1963) de Julio Cortázar, donde se propone un experimento de lectura doble o triple, Paisajes después de la batalla (1982) de Juan Goytisolo, que puede leerse del principio al final y viceversa o las llamadas “novelas documentales” o sin narrador como Pantaleón y las visitadoras (1973) de Mario Vargas Llosa o Boquitas pintadas (1969) de Manuel Puig. En poesía, basta citar Blanco (1967) de Octavio Paz, un poema que es a la vez varios poemas, o el experimento de reescritura que Gabriel Zaid propone a los lectores en el prólogo de su libro Cuestionario (1976). Ahora, el lector le exige al narrador que no le deje nada a la imaginación, que se lo dé todo con escrupuloso lujo de detalles y abundancia de Umberto Eco, Opera aperta, Bompiani, Milán, 1962 Traducción al español: Obra abierta, Seix- Barral, Barcelona, 1965. 10
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datos confirmables. La narrativa de imaginación está siendo reemplazada por una literatura presuntamente testimonial y bajamente periodística. Lo cierto es que el lector ya no sabe verse reflejado en las obras de creación literaria. El concepto de obra abierta, postulado por el semiólogo italiano, provoca vértigo en estas mentes cerradas. Ahora el lector tiene miedo de verse reflejado en el texto. La inadecuada aplicación de la terminología freudiana a la literatura y el resurgimiento de la noción religiosa de culpa aplicada al ejercicio libre de la imaginación (el “pecado de pensamiento”) sólo ha servido para que el lector haga todo lo posible por mantenerse fuera de la ficción, por negarse a involucrar en ella sus sensaciones y recuerdos. En los años sesenta, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Gabriel Zaid realizó un experimento de lectura: propuso a un grupo de maestros y alumnos interpretar libremente este verso de Octavio Paz: “un gato cruza por el puente de la luna”.11 Si el autor de Práctica mortal (1973) repitiera ahora ese experimento, se toparía con comentarios como el siguiente: —Yo no conocí en persona al señor Paz, así que no sé si le gustaban los gatos ni tampoco si tenía uno o cómo diablos sería ese animal. Tampoco lo acompañé cuando salió a pasear y vio ese puente porque no acostumbro salir de noche con gente que no conozco. Así que no sé ni cómo era ese gato ni cómo era ese puente. Además, si ese susodicho puente está en la luna, una de dos: o el tal señor Paz está mintiendo porque, que yo sepa, no hay puentes en la luna o —lo más seguro— el tipo ese estaba loco, lo que no sería raro porque era poeta. Ya lo decía mi mamá, que era admiradora de Amado Nervo: los poetas modernos escriben puros disparates. En otras palabras: el lector ya no crea la obra literaria en conjunto con el autor, se ha convertido
en un mero consumidor pasivo de información. En cuanto al ejercicio “profesional” de la lectura, el relativo al ámbito de la crítica y la investigación literarias, me he ocupado extensamente de su deterioro y tergiversación en uno de mis libros (Crítica en crisis, 2011). Aquí me limito a sintetizar el panorama resultante: muchos optimistas semi (o seudo) letrados creían que, al desaparecer la crítica, su espacio sería ocupado por una libertad creativa sin límites y sin precedentes. Se equivocaron. Al desaparecer la crítica, de inmediato su espacio fue invadido por prejuicios de todos los orígenes: ideológicos, religiosos, políticos, sexuales, económicos, étnicos y, por supuesto, sentimentales (“no es que tú seas mal poeta, es que ese crítico te envidia”). El análisis de los textos quedó desplazado y, en su lugar, sólo hay ataques personales de la más colorida visceralidad (véanse, si no, las virulentas declaraciones del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique ante las protestas de escritores mexicanos, provocadas por otorgársele el Premio de la Feria del Libro de Guadalajara 2012, pese a las acusaciones de plagio que pesan todavía sobre él12). Volviendo a Eco, recordemos que su novela El nombre de la rosa (1980) ejemplifica elocuentemente lo que este tipo de actitudes hacia la lectura puede provocar: la creación de lo que llamo “aduanas culturales”, que establecen filtros en los canales de trasmisión para impedir la penetración, difusión, lectura e incluso comentario heterodoxo de ciertos mensajes. Una de las estrategias más efectivas para lograr que estos filtros funcionen exitosamente es encontrar la manera de que una sola institución o empresa consiga el monopolio de la codificación, almacenamiento y difusión de los mensajes. En la Edad Media, ese monopolio lo ostentaba la Iglesia católica a través de las órdenes monásticas, los monjes copistas y las bibliotecas celosamente custodiadas por religiosos. En esa época regía la pro-
Gabriel Zaid, “Un gato cruza el puente de la luna” en Leer poesía. Fondo de Cultura Económica, México, 1987 (Colección Popular 358), pp. 11-14.
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Véanse al respecto las declaraciones de Bryce Echenique al diario español El País, aparecidas el 6 de noviembre de 2012. Pueden consultarse en la página de internet cultura.elpais.com.
hibición de que los laicos leyeran la Biblia. El argumento de la novela de Eco, por cierto, tiene que ver con un libro prohibido de Aristóteles cuya lectura provoca la muerte. Ahora bien, en nuestra época, ¿hay alguna institución o empresa que esté monopolizando la codificación, almacenamiento y difusión de mensajes? Las empresas que venden productos informáticos y ofrecen servicios de internet, por supuesto. ¿Estas empresas están creando sus aduanas culturales o lo harán en un futuro no muy lejano? Juzgo innecesario contestar esa pregunta. Una cosa es cierta: cada vez mayor número de cibernautas (los más jóvenes, sobre todo) empiezan a ver con profundo desdén el fenómeno de la lectura, consideran que escribir respetando las reglas ortográficas o procurando cierta elegancia de estilo es un anacronismo pedante y —lo más grave— ven al literato como un dinosaurio agónico y estorboso que se debe mandar a un museo o, de plano, desechar en el mismo cementerio de chatarra donde, desde hace más de una década, se oxidan toneladas de máquinas de escribir mecánicas. Para ellos, la literatura como arte está muerta, asesinada por la vanidad y la indolencia de los propios escritores, quienes hace tiempo cambiaron su aspiración a la trascendencia por ese plato de lentejas llamado subvención. Para sobrevivir en medio del descrédito, incluso empiezan a menudear los autores que asumen con desfachatez ese papel del que se quejara en los años setenta el humorista guanajuatense Jorge Ibargüengoitia: ser “las vedettes más baratas del mundo”.13 A falta de trascendencia, ¿qué estímulos le quedan al escritor para seguir realizando su labor creativa y de reflexión? Le quedan básicamente dos: el narcisismo y el dinero. Dicho de otra manera: “Presentarse en público. Las vedettes más baratas del mundo” en Jorge Ibargüengoitia, Ideas en venta, compilación de Aline Davidoff, edición de Jesús Quintero. Editorial Joaquín Mortiz, México, 1997 (Obras de Jorge Ibargüengoitia), pp. 43-45. 13
escribir lo que quieres y “para que te quieran” (?) y escribir lo que no quieres para que te paguen una bicoca y acabar odiándote a ti mismo. Estamos, pues, ante dos infalibles modalidades de explotación intelectual. Empecemos por el narcisismo. No pretendo defender este padecimiento harto frecuente entre actores y pintores y al que, por supuesto, no son ajenos los literatos aunque, en el caso de estos últimos, deberíamos hablar más de vanidad intelectual que de culto a la apariencia (sobre todo si recordamos la que muestran ciertos autores). Sin embargo, no puedo evitar una pregunta irritante: si no fuera por la vanidad intelectual, ¿alguien seguiría escribiendo? Y de ser así, ¿quién? ¿O cuántos? Quitemos la vanidad intelectual y el panorama adquiere tintes de pesadilla: demasiadas horas dedicadas al estudio, demasiados libros, revistas y periódicos que comprar, leer y comentar; demasiado dinero invertido en tomar cursos y talleres; demasiado tiempo perdido en asistir a conferencias para escuchar sufrida y pacientemente a personajes pomposos o extravagantes en busca de respuestas a las preguntas que nos plantean nuestros propios textos; horas y horas batallando ante la máquina de escribir o la computadora para obtener apenas un par de cuartillas rescatables; renunciar a empleos bien remunerados, a negocios lucrativos, incluso a tener esposa e hijos, con tal de disponer suficiente tiempo libre, soledad y tranquilidad, para entregarnos a este abrasivo y celoso oficio. —El problema de ustedes los escritores —me dijo con acritud una funcionaria encargada de organizar eventos literarios— es que tienen un ego muy difícil de manejar. Después de oírla, me quedé pensando: ¿por qué utilizar el ego para manejar a la gente? El ego de los escritores se parece a la energía nuclear: poderoso sin duda, pero también inestable. Manejarlo equivale a montarse en un toro de lidia creyendo que 23
es una bicicleta con rueditas de entrenamiento. ¿Y todo para qué? Para el pérfido propósito de manipular y explotar a las personas: hacer que trabajen gratis valiéndose del sofisma, infundado pero muy difundido, de que, si el trabajo que haces te gusta, no debes cobrar por hacerlo, ya que el gusto que te da realizarlo debiera ser retribución suficiente. A partir de este pseudo razonamiento, se deduce que a un trabajador no se le paga por hacer bien su trabajo, sino por el agobio que éste le provoca y el fastidio que le inspiran su jefe y sus compañeros de jornada. Con frecuencia eso les ocurre, por ejemplo, a los burócratas quienes, conscientes en el fondo de la ambigua utilidad y la dudosa trascendencia de su labor, suelen sentir que se les paga sólo por la humillación de estarse soportando mutuamente ocho horas diarias cinco días a la semana. Por fin le respondí: —¿Lo dices porque tu jefa es una poetisa? Me refería a una diminuta figura en traje sastre, parecida en capricho y autoritarismo a la Reina Roja de Alicia en el país de las Maravillas. El medio literario sabía bien que ella se esmeraba en pagar muy poco o, de ser posible, nada a los escritores locales que condescendían a colaborar en sus proyectos. Para alcanzar tal propósito, la poetisa recurría a un argumento manoseado hasta el cansancio por muchos funcionarios culturales y editores de periódicos y revistas: “Te pago con celebridad, con fama. Y eso, para alguien como tú, debiera ser más que suficiente.” Dicho argumento, que sonaba creíble antes del auge de las subvenciones oficiales, ahora debería ser tomado como un insulto, una burla y como el pretexto más burdo e hipócrita que existe para justificar la explotación del trabajo intelectual: Lo interesante —y lo escandaloso— es que sigue funcionando. ¿Por qué? Pongamos un caso: un comerciante ofrece un producto y recibe dinero por su venta. Un profesionista ofrece sus servicios y recibe dinero por proporcionárselos a su cliente. ¿Qué pasaría si el 24
comerciante, a cambio de su producto, sólo recibiera las gracias por contribuir a eliminar las carencias del mundo y el profesionista, a cambio de sus servicios, recibiera un conmovedor homenaje de aquellos clientes que nunca le pagaron? El comerciante y el profesionista se sentirían burlados pero, sobre todo, se sentirían explotados. Pues bien, la situación arriba descrita, que es inaceptable en otras ocupaciones, es vista con absoluta naturalidad en el caso del trabajo literario. ¿Por qué? Hagamos una variación al tema del comerciante y el profesionista. Imaginemos que el comerciante ofrece productos de pésima calidad y el profesionista es tan incompetente que es el peor de su ramo. Agreguemos a esto que amigos o parientes fueran parte de su clientela y que el comerciante o el profesionista tuviesen buenos contactos con el mundo político o empresarial. Tal vez no tuviesen una clientela numerosa pero nadie se atrevería a hablar mal de ellos. Al contrario: todos los halagarían y serían amables. Así, ambos personajes, pese a no cumplir su función, se sentirían bien consigo mismos aunque, en su fuero interno, ellos mismos admitieran que su trabajo no vale nada. Halagar a una persona para lograr que haga lo que no quiere hacer, o para que haga gratis lo que le gusta, se antojaría un engaño pueril en otras profesiones u oficios pero, en el caso de los poetas, es un recurso particularmente efectivo. Que funcione tan bien en el medio literario, al grado de no ser la excepción sino la regla, tiene una muy sencilla explicación, que puede formularse casi como una ecuación algebraica: BO + BA + EE = EI BO: Baja calidad de la obra BA: Baja autoestima del autor EE: Elogios desmedidos e injustificados EI: Explotación intelectual
“En el fondo de todo poeta hay una mujer bonita de la peor especie”, sentenció Honoré de Balzac desde las páginas de su novela Ilusiones perdidas, descarnado retrato de la canalla literaria parisina de la primera mitad del siglo xix. Hay también que tomar en cuenta la mayoritaria mediocridad de quienes ejercen el verso en nuestro país. Se trata de una mayoría abrumadora, aplastante, inepta pero hambrienta de reconocimiento. Publicar, premiar y antologar a esta “infame turba” de semiletrados improvisados o mediocres implica ganarse un apoyo masivo fácilmente utilizable para presionar a las instituciones universitarias o de gobierno y así ganar fondos, del mismo modo en que lo haría un líder de comerciantes informales o una lideresa de posesionarios de terrenos irregulares. Se parte del supuesto de que el escritor, inseguro de la solidez de su oficio o de la autenticidad de su talento, pero necesitado de reconocimiento público, aceptará tácitamente formar parte del simulacro en el que interpretará el papel de autor cuya obra fue ya discutida y ponderada favorablemente a cambio de hacer gratis todo lo que le pidan. Que un mediocre se preste a esta farsa es comprensible. Que un talentoso permita que lo traten del mismo modo se antoja grotesco, pero reconozcamos que, al menos dentro de la literatura mexicana, es un hecho más frecuente de lo que muchos se atreverían a admitir. En cuanto a la cuestión del dinero, el panorama va de lo ambiguo a lo laberíntico. Presento algunos botones de muestra: 1. Con “Los pájaros del atardecer”, el escritor Fernando Martínez Sánchez ganó el Cuarto Premio Estatal de Cuento “Julio Torri” en 1997. El premio se entregó en Saltillo, en septiembre de ese año, durante la realización del Festival Cultural Coahuila. Los jurados fueron tres novelistas residentes en la vecina ciudad de Monterrey.
Al mes siguiente, durante el encuentro Internacional de Escritores realizado en Monterrey, fui testigo de una acalorada discusión entre los jurados y un concursante que no ganó el premio. Era algo así como si Cantinflas discutiera con los Tres Chiflados. Al principio, intentaron razonar con el indignado cuentista, explicándole por qué “Los pájaros del atardecer” tenía más méritos para ser premiado que su cuento. Sobra decir que no lo convencieron. Al final, uno de los novelistas perdió la paciencia: —¿Podrías decirnos por qué chingados era tan urgente que ganaras el concurso? La voz del perdedor sonó chirriante, desafinada: —¿Qué no entienden que yo contaba con el dinero del premio para pagar este mes la tarjeta de crédito? Este cuentista fue precursor de una actitud que ahora es moneda corriente en el medio literario: no recibes un premio porque escribiste un texto, escribes el texto para recibir un premio —y, por supuesto, el correspondiente monto en efectivo o en cheque. Se objetará fácilmente que los talleres literarios metieron en la cabeza de muchos que su paso por estos recintos los convertiría fatalmente en escritores profesionales; es decir, en personas que deben obtener dinero por lo que escriben. Pero eso implica también la existencia de un marco socioeconómico que México está lejos de tener y que la economía globalizadora, por un lado, y las subvenciones gubernamentales, por el otro, alejan todavía más del horizonte del escritor mexicano. Su aspiración de convertir su oficio en una auténtica profesión liberal y así ganarse la vida como cualquier otro profesionista (abogado, ingeniero, médico, etcétera) estuvo a punto de alcanzarse en la década de los ochenta, pero el poder político se apresuró a sabotearla, temeroso del alto nivel de crítica social que la buena calidad de la literatura del país había propiciado en esos años. 25
Desde entonces, los escritores mexicanos (en particular, los egresados de los talleres literarios fundados a partir de los años setenta) se convirtieron en patéticos cazadores de subvenciones y sinecuras (premios, becas, coediciones, puestos burocráticos, cubículos académicos y demás platos de lentejas), lo que los llevó a competir entre sí y provocó que el respetable nivel de crítica social y de calidad artística alcanzado por nuestra literatura descendiera vertiginosamente en los últimos veinte años hasta irse por el resumidero. 2. La revista regiomontana Coloquio inició su nueva época con el número 31, publicado en enero de 1996. La revista estrenaba como secretario de redacción a un escritor hasta entonces radicado en la capital de Coahuila. El número de la revista salió con tal cantidad de erratas, de fallas de redacción y de edición que se convirtió en la comidilla del momento. Conversando tiempo después con un miembro del Consejo Editorial de Coloquio, le pregunté qué había sucedido para que le delegaran a ese personaje la responsabilidad de corregir las pruebas de imprenta de la publicación. —Pues verás —me dijo, hurgándose nerviosamente las barbas, pero intentando sonreír—, el director de la revista andaba buscando alguien que se encargara ese trabajo pero nadie lo aceptaba por la paga que se estaba ofreciendo. Él fue el único que aceptó. Eso me extrañó aún más. La revista recibía un jugoso patrocinio por publicar propaganda gubernamental y podría pagarle generosamente a cualquiera mejor que aquél —es decir, a cualquiera. —¿Y cuánto le iban a pagar al nuevo secretario de redacción? —pregunté, apoyando los brazos cruzados en la mesa del café donde conversábamos. Mi interlocutor agachó la cabeza. Su calva relució bajo las luces del establecimiento. Bajó un poco la voz al responder: —Nada. —¡Hombre…! —traté de aguantarme la risa, 26
entonces creo que hay que felicitar a ese secretario de redacción, porque hizo exactamente el trabajo por el que le pagaron. Y le di una cordial palmada en el hombro. 3. En su ensayo “Historia y didáctica: una difícil pareja”, el narrador Jesús de León rescata una anécdota que el periodista, político e historiador Roberto Orozco Melo cita en su libro sobre el desempeño de los alcaldes saltillenses a lo largo del siglo xx y lo que va del xxi: Cuando gobernaba el estado de Coahuila don Ve-
nustiano Carranza (1912) y estuvo en la presidencia del país don Panchito Madero, El Ayuntamiento de Saltillo, a cargo del maderista Severiano Rodríguez Ramos (1863-¿?) solicitó el apoyo federal, argu-
mentando la falta de maestros que en ese momento sufría la ciudad. Don Panchito envió inmediata-
mente a Saltillo un contingente de maestros, los cuales además recibirían su paga directamente de
la Federación para no provocar gasto al municipio saltillense ni al gobierno coahuilense.
¿Qué hizo el caballero de las barbar floridas y
Varón de Cuatrociénegas cuando vio a estos flamantes maestros presentándose en la Atenas del No-
reste a ofrecer sus servicios? Primero se limpió los
quevedos que se le habían empañado de coraje, se estiró un par de veces las barbas mascullando al-
gunas frases ininteligibles y, acto seguido, ordenó que los jóvenes mentores fueran puestos de inme-
diato en el tren de regreso a México, al tiempo que
enviaba este mensaje al Apóstol de la Revolución:
“Coahuila constituye una entidad independiente, libre y soberana”. 14
De León explica el aparentemente contradictorio comportamiento de Carranza de la siguiente forma: “Los coahuilenses utilizaron el argumento de Jesús de León, “Historia y didáctica: una difícil pareja” en Revista Coahuilense de Historia, núm. 102, Saltillo Coahuila, mayo-julio de 2012, pp. 419-442. 14
las carencias educativas como mero pretexto para solicitar dinero de la Federación, el cual, una vez obtenido, ellos podrían distribuir de la manera más conveniente y no necesariamente para resolver el problema educativo”.15 Como fácilmente advertirá el lector, el caso que cita Orozco Melo16 y comenta De León no es único en nuestro país, sino todo lo contrario. Es un vicio recurrente entre los servidores públicos y la principal razón por la que las instituciones, en vez de cumplir con la función para la cual fueron creadas, se erigen en enormes obstáculos que multiplican los problemas que supuestamente debieran resolver. En mi opinión, es obvio por qué Carranza prefirió devolver a los maestros en lugar de conservarlos y ponerlos a trabajar: corría el riesgo de que efectivamente resolvieran el problema educativo en el Estado y entonces el gobernador y sus colaboradores tendrían que devanarse los sesos buscando un pretexto nuevo y original para solicitar fondos. En suma, tales instituciones y tales servidores públicos viven del problema y, por eso, no lo resuelven pero, de cualquier manera, para justificar su existencia, tienen que simular que, en efecto, cumplen con la función para la que fueron designados. Uno de estos casos de simulacro lo representa bien la cartera de cultura y, específicamente, los apoyos dirigidos a la promoción de la literatura. En el caso del “problema educativo”, los menos beneficiados son los niños necesitados de instrucción. En el caso de la “promoción de la literatura” (o “de la cultura”), los menos beneficiados son los escritores de talento necesitados de difusión o los lectores en busca de nueva literatura o talentos frescos. Los únicos que se benefician son los funcionarios a quienes les conviene que los estándares de calidad de autores Jesús de León, ídem p. 433. Véase Roberto Orozco Melo, Saltillo, gobierno municipal 1900-2005, Gobierno del Estado / Secretaría de Educación y Cultura / Instituto Coahuilense de Cultura, Saltillo, 2010, p. 45. 15 16
y obras se mantengan en el nivel más bajo posible. De lo contrario, los funcionarios se quedarían sin empleo o tendrían que gastar buena parte del presupuesto en pagarles bien a los autores que produzcan excelentes obras literarias en lugar de endosar ese dinero a su propia cuenta de gastos. A ello se debe de que, cuando llegan a encontrarse en la localidad con un autor de talento y oficio sólido, intentan convencerlo de que es tan mediocre y prescindible como la abrumadora mayoría de sus colegas para, de ese modo, pagarle con “notoriedad” o tratar de explotarlo intelectualmente convirtiéndolo, por ejemplo, en “escritor fantasma” de políticos o empresarios (para no hablar de otras variantes igualmente indignas). La destrucción de la Humanidad empezará con la destrucción de la Cultura a través del proceso de Globalización de la economía. El neoliberalismo, como tesis básica del proceso de Globalización, echó a andar su maquinaria a partir del principio cuasi teológico de “amarás el dinero por sobre todas las cosas”. En suma, el dinero es el valor supremo al que deben subordinarse todos los demás valores que antes se creían perennes e inamovibles (Dios, Nación, Verdad y Belleza: todo lo que hace del ser humano un homo sapiens) y, en caso necesario, tales valores deben ser sacrificados en aras del objetivo primordial: ganar a toda costa, por encima de cualquiera y en la mayor cantidad posible. La diferencia del neoliberalismo con su inmediato antecedente, el liberalismo económico del siglo xix, es clara. El liberalismo deseaba que la esfera económica de las sociedades, representada por el mercado, se volviese independiente de otras fuerzas sociales; es decir, que dejara de estar subordinada a las esferas religiosa, política, intelectual y artística. Es decir, el Sacerdote, el Gobernante, el Filósofo (el Científico en términos modernos) y el Artista estaban por encima del Comerciante y de su aliado, el 27
Banquero usurero, e imponían límites a los afanes de lucro y de rapiña de ambos. El neoliberalismo, al subordinar la Religión, la Política, la Ciencia y las Artes y Humanidades a los caprichos especulativos de la Banca y las Casas de Bolsa, hizo que medios y fines intercambiaran sus lugares: Dios, Nación, Verdad y Belleza dejaron de ser fines y se convirtieron en medios y el dinero, de ser un medio, se elevó a fin en sí mismo, hasta convertirse en una especie de signo esquizofrénico en razón de la contradicción interna que encerraba: un medio-fin que es un círculo cuadrado que es algo que está y no está al mismo tiempo. ¿Y qué sucedió con todos aquellos valores, considerados durante siglos como perennes e inamovibles (Dios, Nación, Verdad y Belleza) y con las instituciones que las defendían (la Iglesia, el País, la Escuela y las Artes, respectivamente), al quedar subordinados al dinero? Dejaron de ser vistos como fines en sí mismos y se les empezó a tratar como medios. Y un medio es, por definición, desechable en cuanto se logra el objetivo buscado. Dicho de otro modo, Dios, Nación, Verdad y Belleza se convirtieron en servidores del Mercado, en pretextos para conseguir dinero, en algo com-
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prable y vendible, como queda claramente ejemplificado en los casos de Venustiano Carranza y el “problema educativo” y del cuentista y el premio que iba a pagar una tarjeta de crédito. Pero la cosa no se detiene ahí. Un medio-fin, a causa de su propia contradicción interna, es autodestructivo y contagia de su dinámica todo lo que está subordinado a ella. En suma, lo que vemos en estos casos es a personas destruyendo aquello de deberían defender y, a la postre, destruyéndose a sí mismos: el sacerdote destruye su Iglesia, el gobernante su País, el filósofo vuelve intercambiables la Verdad y la Mentira y el poeta se convierte en el padrote de su Musa. ¿Y todo por qué? Por dinero: un medio-fin que se rehace y se destruye a sí mismo todos los días en los recintos de la especulación bursátil. A manera de epílogo: hubo una vez un Comerciante que se volvió Usurero y ahora es Apostador. ¿Alguien podría explicarme por qué el Sacerdote, el Gobernante, el Filósofo, el Artista y todos los demás habitantes de este maltratado planeta debemos permitir que un cretino sin escrúpulos apueste nuestro cada vez más frágil futuro en ese Casino en llamas llamado Globalización?
M O N S T R U O S D E L P E R I O D I S M O C U LT U R A L Cirilo G. Recio Dávila.
A José Santana Díaz Rodríguez, autor de Acento. Revista Literaria.
Hablar de periodismo cultural hoy es internarse en un océano proceloso, en un mar picado y amenazante, que contiene toda clase de peligros y una vasta fauna depredadora que consecuentemente debe su existencia a las especies menores: a los pececillos inocuos de la vida reporteril, al plancton nutricio de la fuente informativa, a los crustáceos de la moda y a las algas de la televisión. El periodismo cultural ya no es el acuario donde se muestran las piezas más fantásticas de la vida cultural del pueblo, la parroquia o la escuela. El periodismo cultural ha dejado de ser el lugar común de las graduaciones de la preparatoria o de la universidad, ha perdido esa aura que lo caracterizó en un tiempo en el que se hablaba de los bellos cuadros, de la obra edificante, del artista que labraba su camino gracias a las delicadas voces de las musas, pero sobre todo por el pesado e infatigable esfuerzo. Esas crónicas inocuas, insípidas, incoloras que definían el acontecer cultural o los hechos artísticos con bellas y nobles virtudes, donde todo era perfecto, absurdo e imposible. Hoy el periodismo cultural oscila entre dos rea-
lidades igual de delirantes que ese afán de endulzarlo todo hasta el infinito: la industria de la cultura —desmesurada y ubicua— y el mercantilismo flagrante de los medios de comunicación. Esas dos aguas producen un monstruo; un híbrido, una especie de zombie que devora todo. Así nos enteramos de una sucesión de fiestas de las letras, de la procesión de personajes de la música, el cine, la danza, en competencia feroz por los espacios de la televisión, la radio, el cine, los periódicos. Una competencia que tiene sentido en cuanto que sirve a los intereses del anunciante o del empresario. Pero también es una competencia que se basa en una premisa de enorme simplicidad: la fórmula de dar al público lo que el público pide. A esta sencilla ecuación se subordinan presupuestos y producciones. Bajo este simple visor se contemplan las profundidades oceánicas de la cultura. De este modo lo que percibimos de la cultura a través del periodismo son nuestros propios deseos. Tenemos un periodismo aspiracional. Podríamos decir que cada público tiene el periodismo que se 29
merece. Hoy vemos a una Amy Winehouse anoréxica en el límite de la adicción, mañana la vemos muerta en la bañera de oro de un hotel cinco estrellas. Hoy vemos a Batman contra el mal, mañana vemos un tiroteo en la sala de cine. Hoy leemos que Cameron Díaz debe su esbelta figura al sexo, la dieta de productos orgánicos y a los ejercicios aeróbicos, mañana veremos en televisión que la nueva película de Cameron Díaz trata sobre una deportista adicta al sexo que se enamora de un palestino misántropo que vive en los túneles del metro en Nueva York y es dueño de una cadena de prostíbulos en Nicaragua. Ésa es la materia prima para las primeras planas de los periódicos en sus secciones culturales y de espectáculos; también es la fuente nutricia de los noticieros culturales de la televisión abierta. Parece ser un fenómeno de nuestro tiempo, como los fueron las siete plagas de Egipto en los tiempos de Moisés o la amenaza de la bomba atómica durante la Guerra Fría, o Los Beatles en los años sesenta. Una moda profunda y aplastante. Una tiranía que obedece a una sencilla premisa: dar al público lo que el público quiere. Por supuesto que no todo es así. Esta lógica es la que predomina, digamos la lógica políticamente correcta, la que dice que todo es armonioso, perfecto, bueno; si no lo es, se debe a que la capa de ozono se encuentra en peligro, los seres vivos en amenaza de extinción o los derechos humanos están en predicamento en un mundo globalizado gracias a la hipertecnología. En una lógica conveniente para la buena marcha de los mercados de valores, o de un entendimiento inmediato de los valores universales, la cultura es sinónimo de un ícono más en las pantallas de las laptop o los ipads, un ícono conveniente porque pue30
de manejarse con facilidad. Pero también es un valor sin peso, ultraligero como globo aerostático. Una cultura simple, que carece de personalidad; una cultura global. A ello podríamos oponer lo que nos comenta Ryzard Kapusinscki en su libro Los cinco sentidos del periodista (estar, oír, ver, pensar y compartir). Pero también existe la otra lógica —la otra voz, diría Octavio Paz refiriéndose a la poesía—, la que percibe a la cultura como el conjunto de todos los hechos humanos, la que contiene la complejidad de lo antagónico, lo sorpresivo, lo inédito. La lógica que percibe a la cultura que no es negocio porque los negociantes no la han descubierto, pero ahí está. La cultura que no se vende porque no se puede vender, pero de la que no podemos prescindir, que nos es necesaria para vivir y convivir. No escapa esa forma de expresión social a los medios, solamente que se escamotea por la acuciante voracidad que éstos demuestran para consumir la información chatarra de todos los días. En los medios de comunicación masiva también hay espacio para esa otra lógica, la que apela a la inteligencia de los lectores y auditorios. Espacios que se refieren a las voces que discrepan o que cuestionan, a los procesos culturales que no están mediatizados por las urgencias financieras de los corporativos. Sin embargo estas voces tienen una presencia pequeña y para los medios una presencia desdeñable. Siempre será sacrificable el cumpleaños de Walter Reuter frente a la noticia de un soundtrack inédito de Michael Jackson. O para ponerlo en términos de nuestra realidad coahuilense, tendrá siempre mayor cartel una entrevista con Madonna en las primeras planas de las secciones de cultura de los periódicos que la presencia en Saltillo de un fotógrafo como Pedro Valtierra.
En una de las ferias del libro de Saltillo, le sugería yo a uno de los fotógrafos de algún diario local que con las imágenes de los asistentes a la fiesta de las letras podría hacerse un reportaje temático sobre los públicos que compran libros: el profesor erudito, el padre de familia siempre apurado, la secretaria en busca de superación, los estudiantes en edad de la punzada, el político que va a la presentación del escritor famoso, el ejecutivo que busca distracciones efectivas, el científico loco que trata de encontrar la última novedad sobre la interpretación del universo, la pareja perfecta que asiste al salón Armando Sánchez Quintanilla para ilustrarse sobre los beneficios del Kamasutra, etcétera. La respuesta me dejó pensando: “Al monstruo del periódico solamente dale lo que te pide, porque si no se indigesta”. Así es. Los medios de comunicación masiva proporcionan un servicio público, pero también son un negocio. La forma en la que inciden en la realidad social no es inocua. Los medios pueden alentar y conducir los gustos de la comunidad y de la sociedad, porque cuentan con los medios materiales y humanos para hacerlo. Así lo reconoció Jairo Castrillón en un reciente Seminario Binacional México-Colombia sobre cultura y seguridad pública que se realizó en el Museo de las Aves hace algunos meses. En ese momento Castrillón afirmaba que invertir un peso en el desarrollo humano produce en el mediano plazo 17 pesos de acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. El punto de Castrillón era que la inversión en el desarrollo humano multiplica poderosamente los recursos, pero además el expositor colombiano agregaba que los medios de comunicación no son inocuos en este proceso, si lo fueran entonces no manejarían tanta publicidad.
En este punto conviene que tratemos la diferencia entre apología del crimen y la difusión de la noticia. Cuando una publicación aborda un tema equis, como puede ser un caso de homicidio o de secuestro, la libertad de expresión y el derecho a la información amparan la difusión noticiosa de tal acontecimiento. No hay motivo para restringir estos derechos porque esta difusión informativa es un servicio público. Su restricción sería una censura. Sin embargo, si tal difusión se realiza con fines de alentar ese delito, como una arenga para estimularlo, entonces se trata de una apología del crimen. Aparentemente no habría lugar para que esto ocurriera, pero por desgracia existen ejemplos abundantes de situaciones de esta clase en la historia humana. La cacería de brujas de grupos minoritarios en diferentes latitudes, el macartismo en Estados Unidos, la sobresaliente película mexicana Canoa, muchos de los casos de linchamiento colectivo ilustran patéticamente, trágicamente, este concepto. Los medios de comunicación tienen entonces un compromiso público en su labor informativa. Además sus funciones no son únicamente informar, también socializan la información, divulgan el conocimiento, orientan el criterio del auditorio y proporcionan entretenimiento. Por lo tanto sus atribuciones son mayores que las que se derivan de la actividad empresarial por la que reciben su remuneración: la publicidad, la propaganda y el cobro legítimo de sus servicios. Esto es claro. Cabe cuestionarse un ejemplo. ¿Qué situación legal define la producción, transmisión y difusión de una telenovela sobre el extinto capo colombiano Pablo Escobar? ¿Se trata de una apología de sus actividades criminales? ¿Es únicamente el ejercicio de la libre expresión de los 31
productores y teledifusores? ¿Se trata de un testimonio de un momento? ¿Es una forma de manipular la imagen pública del propio Escobar? Al margen de los derechos reservados que permiten tratar el tema bajo cualquiera de estos supuestos, la definición de apología del delito puede concretarse a través de la forma en que se presenta la producción señalada. Si solamente trata el tema como los hechos dados, como testimonio o como ficción novelada no existe ese problema. No implica entonces una propaganda para incitar al público a seguir ese ejemplo. La discusión de si los medios que presentan escenas de violencia o de sexualidad explícita están generando tales conductas en el medio social ha sido ya exhaustiva, y una de las líneas de este debate indica claramente que tales contenidos no alientan comportamientos violentos o lascivos, porque presenciar esas escenas no influye sobre el libre albedrío, en la libertad personal. Pero el caso aquí es diferente, la apología del delito significa alentar, seducir, conducir a un público a un comportamiento delictuoso, convencerlo de realizarlo. Y ello sí puede tener implicaciones legales porque ingresa en la esfera del derecho de terceros. Al margen de estas consideraciones, el ejemplo abre la alternativa para precisar otro aspecto de las funciones de los medios de comunicación en el terreno cultural. La oportunidad del tema es indiscutible como propuesta mediática para seducir al público, para cautivar su atención y en este sentido la “agenda cultural”, el ofrecimiento del medio a sus auditorios se apega a ese precepto o vicio que señalo: dar al público lo que el público demanda. En el momento actual, el debate en los medios está centrado sobre el acceso y la regulación del lla32
mado triple play, la relación entre los servicios de banda ancha (internet, televisión y radiodifusión). Se ha dejado para más tarde la discusión acerca de los contenidos, de las ofertas de la programación de los medios, en parte por la complejidad del asunto, pero también porque entrarle a ese toro significa justamente discutir la anarquía del océano mediático. Este proceso de definiciones, que contempla a todos los medios y a todos los tipos de periodismo, debe hablar por lo tanto de política, educación, deportes, economía, ciencia. Pero ceñidos al ámbito del periodismo cultural, lo que vemos en esta vitrina ya contiene elementos de valor que pueden tomarse como referencia. Sobre esto Rocío Rodríguez de la Cruz, especialista en el monitoreo de medios, reseña un escueto panorama de los suplementos culturales periodísticos: así Fernando Benítez funda a fines de los años 30 del siglo xx el suplemento de El Nacional, el mismo Benítez, entre 1949-1960, dirige México en la cultura del diario Novedades, en el que colaboran Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Max Aub, Carlos Fuentes, Carlos Pellicer, Juan José Arreola, Elena Poniatowska, Rosario Castellanos, entre muchos otros. Pero esta publicación deja de producirse por cuestiones de censura, por lo cual Fernando Benítez emprende una nueva aventura al crear La cultura en México, en la revista Siempre!, a donde se lleva a la mayor parte de sus colaboradores. En Novedades se inicia en 1982 el suplemento cultural El Semanario que fundara Eduardo Lizalde ante la orfandad del periódico de páginas semejantes. También tenemos El Gallo Ilustrado, que fue creado en 1962 para el matutino El Día. En el Excélsior de Scherer se dio cabida a Diorama de la Cul-
tura, Revista de Revistas y Plural de Octavio Paz. Mientras que en el Unomásuno funcionó durante un tiempo exquisito Sábado. En La Jornada se instituyó por su parte La Jornada Semanal. Las publicaciones culturales suplementarias de los medios impresos son constantes y vigorosas, pero en los últimos años vemos que se perfilan cada vez con más ahínco a satisfacer el apetito mercantil de los propios empresarios mediáticos, transitan cada vez más hacia la publicidad. Sin embargo, como la propia Rocío Rodríguez de la Cruz apunta, “el periodismo cultural va hacia dos caminos dejar un testimonio de los acontecimientos y ser un puente entre creadores y público”. Señalemos un aspecto importante en el ejercicio del periodismo cultural. El eslabón más débil de la cadena sigue siendo el reportero. Es el reportero quien se mete a fondo en las singladuras y maniobras finas. Es quien se arriesga a entrevistar a la personalidad célebre. Es quien debe soportar las tensiones que se producen en la incómoda mesa de redacción. Es quien debe corregir una y otra vez
una nota porque no concuerda con el espacio dado por el medio o porque no utiliza la expresión adecuada. Es quien debe prepararse apresuradamente para tener trato y roce social con el maestro albañil y con el diplomático, con la diva de moda y con la señora de alta sociedad. Sin embargo, es a quien se le cargan todas las pulgas y todas las culpas. Desdeñado por el medio y despreciado por los entrevistados, ninguneado por el lector, el escucha o el televidente, el reportero cultural debe tener características distintas de las de cualquier otro. Debe ser audaz sin llegar al riesgo innecesario, debe ser oportuno, debe prepararse constantemente en el uso del lenguaje y en los temas que ha de abordar y en un tiempo de tecnologías extremas de la comunicación debe ser diestro en el uso de usbs, redes inalámbricas, navegación en internet, cámaras digitales y saber caer de pie en todo momento. El reportero cultural es la clave del periodismo cultural de hoy. Es quien tiene la posibilidad de ofrecerle al público un material vivo y adecuado a sus necesidades y capacidades.
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Recordatorios
E S T I M A D O C E N S O R E S : VÁYA N S E A L I N F I E R N O
v Ray Bradbury
Nota del editor: Hasta donde tenemos noticia, esta coda a Fahrenheit 451 no aparece en las ediciones en español de esta célebre y sin duda profética novela del escritor norteamericano autor también de las Crónicas marcianas. A estas alturas no nos extrañaría que este contemporáneo hubiera viajado en el tiempo y conocido a los antiguos mayas. No olvdemos que, en el fondo, toda profecía es una advertencia y esta “Coda” de Bradbury (1920-2012) tiene un muy operístico sabor a “Te lo dije”.
Aproximadamente hace dos años, me llegó una carta de una solemne señorita de la universidad Vassar diciéndome cuánto había disfrutado leyendo las Crónicas Marcianas, mi experimento en mitología espacial. Pero, añadió ella, ¿no sería una buena idea reescribir el libro en esta época, añadiendo más personajes y roles femeninos? Algunos años antes de esto, recibí una cierta cantidad de cartas que se referían al mismo libro, quejándose de que los negros que aparecían en él eran versiones de El tío Tom1 y que por qué no me deshacía de ellos.
Por ese entonces me llegó una nota de un blanco sureño sugiriendo que tenía prejuicio a favor de los negros y que la novela completa debía ser retirada. Hace dos semanas salió de mi montaña de correo una minúscula carta de una reconocida editorial que quería reimprimir mi historia La sirena2 en versión escolar. En mi historia, describo un faro, entrada la noche, teniendo una iluminación como si fuera “luz de Dios”. Viéndolo desde el punto de vista de cualquier criatura marina, uno sentiría que esta “en su Presencia.” Los editores borraron “luz de Dios” y “en su Presencia”.
La cabaña del tío Tom (Uncle Tom’s Cabin) es una novela de la escritora Harriet Beecher Stowe. La obra se centra en el relato del Tio Tom, un esclavo afroamericano.
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En inglés The Fog Horn. Relato corto de ciencia ficción escrito por Ray Bradbury en 1951.
Hace como cinco años, los editores de otra antología escolar juntaron en un volumen 400 (cuéntenlas) historias cortas. ¿Cómo amontonas 400 historias cortas de Twain, Irving, Poe, Maupassant y Bierce en un solo libro? Simple. Quita, deshaz, desolla, desgarra, junta y destruye. Cada adjetivo que cuenta, cada verbo que emociona, cada metáfora que pesa más que un mosquito— ¡fuera! Cada símil que podría hacer fruncir la boca de un imbécil— ¡largo! Toda explicación extra sobre la filosofía de un escritor de primer nivel— ¡quítalo! Cada historia ha sido reducida, privada de significado, tachada y corregida, haciéndola parecerse a cualquier otra historia. Twain se lee como Poe, como Shakespeare, como Dostoievski, como —al final— Edgar Guest. Cada palabra de más de tres sílabas ha sido rastrillada. Cada imagen que demandaba tanto como un instante de atención— destruida. ¿Comienzan a ver la maldita e increíble imagen completa? ¿Cómo es que reacciono a todo esto? Deshaciéndome de todo el montón. Mandando cartas de rechazo a todos y cada uno de ellos. Dándoles a la asamblea de idiotas boletos con destino a las profundidades del infierno. El punto es obvio, hay más de una manera de quemar un libro y el mundo está lleno de personas corriendo con cerillos encendidos. Cada minoría, sean bautistas/unitarios, irlandeses/italianos/octogenarios/budistas, zionistas/adventistas del séptimo día, mujeres liberales/republicanos, matachines/evangelistas sienten que tienen el derecho, la voluntad y el deber de bañar todo con queroseno y encender la mecha. Cada editor imbécil que se ve a sí mismo como la fuente de toda triste, plana, simplona y sin esencia, literatura de pacotilla, lame su guillotina y observa el cuello de cualquier autor que se atreva a hablar por encima de
un susurro o escribir algo más que rimas infantiles. El capitán de bomberos Beatty, en mi novela Fahrenheit 451, describe cómo los libros fueron quemados primero por minorías, cada una de ellas arrancaba páginas o un párrafo de un libro, hasta que llegó el día en que los libros estaban vacíos, las mentes apagadas y las librerías cerradas para siempre. “Cierra la puerta, están entrando por la ventana; cierra la ventana, están entrando por la puerta”, son las palabras de una vieja canción. Encajan con mi estilo de vida cuando llegan los censores cada mes. Hace sólo seis semanas descubrí que, con el paso de los años, algunos editores de cubículo de Ballantine Books,3 temerosos de contaminar a los jóvenes, han, poco a poco, censurado aproximadamente 75 secciones separadas de la novela. Los estudiantes que leen dicha novela, la cual, después de todo, trata sobre censura y quema de libros en el futuro, escriben para contarme sobre esta exquisita ironía. Judy-Lynn Del Rey, una de las nuevas editores de Ballantine, está volviendo a publicar el libro este verano con todos los “maldición” y “demonios” en su lugar. Aquí una prueba final para el viejo Job II4: Hace un mes mandé una obra, Leviathan 99, al teatro de una universidad. Mi obra está basada en la mitología de Moby Dick, dedicada a Melville y trata sobre la tripulación de un cohete espacial y su capitán ciego, que se aventuran a encontrar al gran cometa blanco y destruir al destructor. Mi drama se estrena como una opera en Paris este otoño. Pero por ahora, la universidad me escribió de vuelta diciéndome que difícilmente se atrevían a presentar mi obra — ¡no había ni un solo personaje femenino en ella! ¡Las mujeres de época en el campus irían con bates sobre ellos si el departamento de drama osara siquiera atreverse! Editorial de EUA, fundad en 1952 por Ian Ballantine. Fue adquirida por Random House en 1973. 4 Libro de la Biblia donde se prueba la fe de un hombre hacia Dios con diversas trabas que propone el diablo. 3
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Rechinando los dientes, les sugerí que eso querría decir que, desde ahora, ya no habría más producciones de Los chicos de la banda5 (no hay mujeres) o Mujeres6 (sin hombres). O, contando cabezas de hombres y mujeres, un montón de obras de Shakespeare nunca volverían a ser vistas nuevamente, especialmente si te ponías a contar las líneas y te encontrabas que, ¡todo lo bueno era para los hombres! Les escribí de vuelta diciéndoles que tal vez deberían presentar mi obra una semana y Mujeres a la siguiente. Probablemente pensaron que estaba bromeando, pero no estoy muy seguro de no haberlo hecho. Este es un mundo muy loco y lo será aún más si permitimos que las minorías, sean enanos o gigantes, orangutanes o delfines, partidarios de cabezas nucleares o del agua, pro-computadoras o Neo-luditas, simplones o sabios, interfieran con la estética. El mundo real es un campo de juegos para que todos los grupos que existen hagan o deshagan sus propias leyes. Pero la punta del iceberg de mi libro, cuentos o poemas es donde sus derechos terminan y mis imperantes territoriales comienzan, corren y mandan. Si a los mormones no les gustan mis obras, deja que escriban las suyas. Si los irlandeses odian mis historias de Dublín, deja que contraten escritores. Si los maestros y editores escolares destruyen sus dientes de leche con mis fuertes palabras, déjalos comer pastel ablandado con el débil té de The boys in the band, en inglés en el original. Es una obra de teatro de Mart Crowley, estrenada en 1968 en eua y en España en 1975. 6 The women, en inglés en el original. Comedia social de Clare Boothe Luce. 5
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sus propias impías producciones. Si los intelectuales Chicanos desean recortar mi Maravilloso traje de helado de crema,7 entonces que a Zoot,8 le desabrochen el cinturón y se le caigan los pantalones. Encarémoslo. La digresión es el alma del ingenio. Quita la filosofía de Dante, Milton o el fantasma del padre de Hamlet y lo que queda son huesos secos. Laurence Sterne9 dijo una vez: Las digresiones son, indiscutiblemente, ¡el brillo, la vida y el alma de la lectura! Quítalas y un eterno frío invernal reinara en cada página. Devuélveselas al escritor —avanzará firme como un novio, traerá variedad y prohibirá que el apetito por el libro falle. En conclusión, no me insulten con las decapitaciones, cortes de dedo o extracciones de pulmón que planean para mis trabajos. Necesito una cabeza para negar o asentir, mi mano para saludar o hacer un puño, mis pulmones para gritar o susurrar. No iré fácilmente a encerrarme en una concha, destripado, para convertirme en un anti-libros. Todos ustedes, impuros, regresen a las bancas. Réferis, vayan a las duchas. Este es mi juego. Aquí yo soy el pitcher, bateo, atrapo. Yo corro las bases. Al ponerse el sol he ganado o perdido. Al amanecer, estoy afuera otra vez, intentándolo de nuevo. Y nadie puede detenerme. Ni siquiera tú. Bradbury, Ray. Fahrenheit 451, Ediciones Del Ray, 1996. Wonderful Ice Cream Suit en inglés en el original. Película escrita por Ray Bradbury, basada en su propia historia llamada The Magic White Suit, publicada en 1957. 8 Zoot, refiriéndose a Zoot suit, obra de teatro escrita por Luis Valdez. Fue la primera obra Chicana en escena en Broadway en 1971. 9 Escritor y humorista inglés. Nació en 1713 y falleció en 1768. 7
Bienaventurados
de la ficción
(Narrativa)
CARACOL José Adrián Vara Aguilar
Alberto lleva una vida de caracol o, mejor dicho, es un caracol. Camina con la tiránica pesadumbre de su titánica joroba. Es contador público, oficio metódico y sedentario que lo hace situarse en su otra joroba: la oficina. Dieciocho grados de temperatura, azulejo verde mate, paredes caoba en donde están colocados el título pulcro y sacro de Alberto; sus diplomas, un serio reloj con cara de inglés y un Cristo sereno que parece un amable botones. También, un escritorio de roble, ventanas claras, un CPU digno, cuadernillos, cuadernillos y más cuadernillos, llenan la barriga metálica de un archivero y sólo por nostalgia, guarda una vieja máquina de escribir, chimuela y sin sangre, cariñosamente llamada Carmen. Alberto disfruta de los ejercicios numéricos: es un cirujano de la matemática y la estadística. Todas sus actividades tienen la sistematicidad de las piezas de un rompecabezas. Se levanta a las cinco de la mañana, inmediatamente se asea y se coloca en la mesa para desayunar pan tostado con mantequilla o huevos revueltos con jamón, acompañados de café negro con sólo dos cucharadas de azúcar. Come a las dos de la tarde, sigue una dieta carnívora que a veces se clava en sus rodillas y lo hace lagrimear; pero para Alberto una comida sin carne no es comida. En la noche deja descansar sus hábitos carnívoros y cena una concha o una dona de chocolate con leche.
Le preocupan poco los noticieros: bosteza frente a terremotos e inundaciones, ve con indolencia y una pizca de morbo los asaltos y los choques. De vez en cuando lo aficiona alguna telenovela, no por melodramático ni sensiblero si no por soledad, pues esas vidas de cartón y maché lo acompañan durante del día y lo ayudan a llenar el vacío. A veces va al cine y mira con ojos ansiosos el amor de los protagonistas. Pero él ve más allá de besos y caricias, observa el lazo. En el amor ve una grieta en la soledad, pero no una salida. Le fastidian los arrumacos y los detalles, además piensa que el amor entre hombre y mujer es una farsa que con el tiempo se vuelve más tediosa y amarga. Lo que de verdad desea es tener un hijo. Con un hijo piensa que llenaría la soledad. Sería concha, bunker y trinchera de otro ser humano. Lo llenaría de sus hábitos y manías: le haría ver la vida con sus ojos. Un hijo sería para Alberto una manera de permanecer, de prolongar su vida y de acariciar la inmortalidad. Algo le preocupa a Alberto desde hace semanas. Su trinchera, su concha, ya no es la misma; dentro siente una incesante punzada, un latido. Es como si dentro, guardado, hubiera otro corazón. Además está nostálgico. Hoy se sorprendió llorando por la pasta de dientes vacía, y hermanó su dolor con la protagonista de la novela, que quedó paralítica y con la memoria borrada. 37
Ya entrada la noche sintió un rabioso escozor en la joroba. Se rasco hasta sentir el desgarre de su piel. Para evitar la amputación de su compañera decidió tomar un baño. Es bien sabido por todos que un buen baño amordaza las ansias, pacifica los nervios y nos deja tranquilos y serenos como una calle en la lluvia. Así es como Alberto se enfrentó a la regadera. Primero, se desarmó de la ropa. A diferencia de muchos Adanes y de muchas Evas, Alberto jamás se ha sentido incómodo, tal vez sea porque la joroba que carga le hace vestir una desnudez incompleta. Lo único que le incomoda del baño es sentir el tacto frío del azulejo, así que entró con paso inseguro, como si pisara hielo quebradizo. Abrió la regadera y lo reconfortó la cálida respiración del vaho. Sus músculos se relajaron. Incluso su rostro parecía estar sumido en una profunda meditación. De pronto una contracción en la joroba lo hizo sentirse como si cargara al mundo. Era como si un rayo lo partiera por dentro. Quiso dar un grito pero el dolor lo ahogó. El cuerpo se le acalambró; una eléctrica parálisis inundó sus músculos. Fue como un corto circuito. Cerró los ojos y se desvaneció. Mientras se recuperaba, sintió una pequeña mano que nacía de su joroba y lo acariciaba tiernamente a la altura de las vertebras torácicas. Esas minúsculas manos se enterraron ansiosas en su espalda y con felinas ansias desgarraron la piel. Hacían un esfuerzo gigantesco para que el cuerpo enterrado naciera. La joroba era un cascarón a punto del colapso. En ella ya no sólo se asomaban las manos, también se podía ver, asomándose, parte de la frente y del pelo. Dentro de Alberto, en su joroba, hubo un ruido similar al de un árbol partiéndose. Él no dejaba de gemir y de berrear. Como un fruto partido, la joroba se abrió. Alberto maldijo hasta que su boca terminó seca. Su garganta era una yaga, él mismo lo era. Algo además de sus manos surgía de la joroba; era 38
otro Alberto diminuto y similar hasta en el más mínimo detalle. Tenía el lunar en forma de mancha en el muslo derecho, los dedos gordos y chatos en las puntas, el vello acomodado con la minucia del relojero, el ombligo saltón como ojo de sapo, la barriga abultada como niño de seis años, bíceps tristes y flacos de Quijote, la misma constelación de lunares en su espalda, la mancha roja en su dedo pulgar, los labios abultados, el mentón grande y achatado, bigote ralo, nariz gorda de salchicha, ojos pequeños, las cejas hermanadas en un frondoso puente, frente chica y plana, y finalmente, su corona de calvicie en la fontanela. Alberto, el primer Alberto, por el shock del dolor ignoraba la diminuta presencia que lo observaba desde su costado izquierdo. El otro, compasivo y diminuto acarició la mejilla de su progenitor. Alberto volvió a desvanecerse. Haciendo un esfuerzo gigantesco el pequeño lo arrastró hasta la habitación y, con amor filial, acomodó la almohada y lo cobijó; incluso le tributó un amoroso beso en la frente. Observaba impasible con la seriedad del árbol y de la roca, aunque el frío acosaba su desnudez recién nacida. Al ver que no despertaba decidió, guarecerse en el sueño y en el calor de su padre. Durmieron toda la noche y gran parte del día. Al despertar Alberto, el viejo, sintió un calor que se hermanaba a su pecho. Movió las sábanas y descubrió al otro abrazado a él como si fueran una misma carne. Soñaba tranquilo y Alberto vigilante como un faro no se atrevió a romper el letargo. Tocó su espalda en busca de su antigua compañera. No encontró nada: sólo había un llano firme y recto. Una nostalgia carroñera y punzante subía por su garganta. Por primera vez en la vida se sintió solo, desnudo y desprotegido, pero al mirar al otro Alberto, todos sus amargos sentimientos se desvanecieron. Sonrió, pues sabía que ahora había otras manos y otra voz, para acompañar sus días.
El
nuevo inquilino
Miguel Ángel García Torres
Después de pasar a la panadería por algunas piezas como cada principio del día, compré un litro de leche y terminé mi desayuno con ensalada de frutas. Cuando me metí al cuarto de baño, me desvestí, aparté la cortina y descubrí a mi nuevo huésped mirando desde la ventana. No me gusta hacer un escándalo por cualquier cosa, pero tampoco justifico el espionaje a esas horas de la mañana. Asimilo la naturaleza de hechos incoherentes y trato de darles sentido. Pero ese día no fui paciente y solté un grito lleno de rabia. No tuve otra opción, fue repugnante. Mientras ponía fin a ese largo alarido, recobré la serenidad para mirarle a los ojos a ese horrendo ser que vigilaba cada movimiento mío. Era horrible de la cabeza hasta la punta de sus pies. No soy partidaria de la violencia, mucho menos del maltrato animal. Así que intenté calmar mis sentimientos de repulsión y le lancé mi peor mirada de desprecio para motivar su escape, pero fue en vano. Nadie la había resistido antes. Supuse era duro de roer el desgraciado. Tal vez sus ocho ojos no percibían bien. Pensé que podían magnificar el mensaje, pero supuse que ocurrió todo lo contrario, porque siguió andando sobre la estructura de su nuevo hogar, con domici-
lio sobre mi champú, a un costado de mi cera para depilar y en esquina con el rastrillo. No le di importancia hasta varios días después, cuando el asunto escapó de mis manos. “Esa araña que vive en la ventana de mi baño se está tomando muchas confianzas”, pensé, cuando vi hecho realidad un plan trazado por el más infame arquitecto. El breve espacio de 15 por 30 centímetros se había convertido en una suite de lujo, me imagino en el concepto ideal de una buena residencia para los insectos de ocho patas. Ahorrando en mano de obra, el bicho debió echar la telaraña en toda la noche. Y de seguro le arde su colita. No hay situación más cómoda para alguien como ella que el material proceda de su propio intestino. No quiero imaginar cómo estaría mi casa si hiciera lo mismo. Pero mi indignación no podía distraerse, aunque era imposible frenarle sin castigar mi consciencia naturista. “Le di opción de vivir en un rinconcito, creyendo en su sentido común para abandonar pronto un lugar íntimo que no le pertenece, y ya se quiere apropiar de toda la ventana”, me dije consternada. En otra ocasión la descubrí muy atareada, teje y teje. Los hilos de su telaraña se esparcieron más allá de la ventana por algunos centímetros, eran muy 39
resistentes al agua durante mis regaderazos y a mis intentos por sabotearle al salpicar cada lazo diminuto que se sostenía unido a cientos más en una amalgama atroz y sedosa. “Debo admirar su organizada existencia. Está pensando a futuro, la expansión familiar, las ganancias del arrendamiento”, reconocí. Pero mis traumas no entienden razones, odio a las arañas y el espécimen que tengo por inquilino pronto deberá irse. Mi intención no es matarla, sólo la trasladaré al jardín, aunque surgieron dificultades para hacerlo, pues hace tiempo que no la veo. Sólo la escucho trabajar por las noches, gracias al eco del cuarto de baño. Era tal mi aversión y deseos de expulsar a ese huésped tan molesto que nunca me pude resignar a tenerlo cerca. Pero mi mente no hizo más que atormentarme. Incluso, una vez soñé a la araña queriendo compartir regadera, jabón y acondicionador conmigo. Pero la desordenada madeja de hilos plateados rebasó mi paciencia y el límite de lo permitido el pasado viernes. Cuando corrí la cortina de la regadera, es un hecho que me puse roja de la ira. No había sitio para meterme en la ducha debido a una gigante costra-nido-palacio de la araña intrusa. Era el colmo del descaro y la repugnancia. Otros bichos, que hacían de bocadillos y guarniciones para épocas con desabasto, colgaban en las redes, cuya función era similar a la del frigorífico según creo. Y la dimensión escalofriante de su hogar era desproporcionada, pues se veía a leguas que eran pocas sus amistades porque prefería comerlas que estrecharles la pata. Debido a mis prisas, no pude más que remojarme torcida cuando tomaba un baño, evitando el contacto con aquel enorme trozo de porquería, similar a una pirámide de excremento blanco. No obstante, el lunes por la tarde cuando re-
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gresé a casa ―si es que todavía era mi casa―, lo hice de mejor humor. Había analizado la situación. “Más bien, pensará ella que yo soy el monstruo invadiendo su espacio”, reconsideré. Relajadamente, con una silla entre las piernas y el respaldo de soporte para mis brazos cruzados, esperé la salida del insecto para la elaboración de un nuevo trato. Me pasé la noche esperando. De una cosa estoy segura, mi vecino de cuarto no tiene ninguna educación. Otro día le confesé mi tragedia a una amiga y lo que hizo fue sólo corroborar mi aprieto y la descortesía del peludo insecto. “Yo también tengo una en la ventana de mi estudio, pero no es tan confianzuda”, me dijo. “Siempre la supe mantener a raya”, añadió. Eso último me pareció más un alarde. Mientras asumía mis ocho horas laborales con una sonrisa, durante el transcurso de la jornada siempre temí que, al llegar a mi domicilio, podría confirmar que la araña se apropió por fin de mi hogar. Es un pleito constante que se ve todos los días en los juzgados. “Las maletas deben estar ahora mismo, asoleándose, sobre la acera”, imaginaba a cada instante después de salir del trabajo. Pero todo mundo tiene su último grado de paciencia. No pude advertirlo, pero sabía que pronto ocurriría. Nunca entendí la manera en que me llevó hasta allí, sin ayuda de nadie más y en sus cuatro pares de bracitos. Pero uno de esos días normales amanecí prisionera, hecha bolita dentro de un inmenso capullo. De vecina, ahora formo parte de las conservas para el invierno. Luego recordé que mi madre vendría de visita el próximo miércoles y deseé que la araña me devorara para entonces. Seguramente, a ella no le agradaría la nueva apariencia del cuarto de baño y el olor rancio de los cuerpos putrefactos en capullos.
El Jardín
de
Academo
(Colaboraciones del magisterio y el alumnado)
EN LETRAS Amanda García Castillo
Qué gente tan más extraña, pensé el primer día. Todos absortos en algún pensamiento que imaginé de lo más bizarro, algunos de ellos con toda la finta de asesino serial. Tatuajes, converse, morrales, audífonos, playeras de algún rockero fallecido en tragedia. Todos esos clichés que nos cuelgan y que, nos guste o no, muchos de ellos nos van perfecto. Soy licenciada en Derecho, ¿qué chingados hago yo aquí? Pensé. Para la segunda semana ya teníamos a un profesor diciéndonos lo cursis que éramos y exhibía nuestra ortografía que no pasaba un examen de cuarto de primaria. Para la tercera semana ya alucinaba yo a Frodo y Campbell. Para el primer mes ya se iban descubriendo las debilidades de todos, la de los alumnos que no podíamos con un texto de los malos días, las de los maestros que no lograban hacer que leyéramos el cuento de dos cuartillas. Para el primer año ya sentía aprecio por cada uno de ellos. De todos había aprendido algo, cada alumno y cada maestro tienen una historia que contar y si no la tienen se la inventan y si no se la inventa se la inventamos. Luego llegó ese día en el que todos enmudecimos. Jackie decidió irse y no
sabíamos que decirnos entre nosotros; si recurrir al acido humor que debe acompañar a un estudiante de letras, a la cursilería que luego la muerte le receta a los pseudoescritores o simplemente callar. Nadie puede negar que la muerte de Jackie nos cambió como escuela, como grupo, más solidarios quizá, más empáticos. Para el tercer semestre ya nos encontrábamos haciendo viajes interminables por Grecia, por España, por la antigua Roma, al tiempo que moríamos de calor porque nunca supimos cómo funcionaba el minisplit. Éramos otros; menos cursis, menos poetas, menos escritores, más lectores. Ya habíamos recorrido la Conquista y sabíamos que no solo el chavo del 8 vivía en un barril. Ya habíamos pasado horas tratando de descifrar los códigos cortazarianos sin llegar a nada, ya diferenciábamos, casi siempre, entre los adverbios de modo y de tiempo. Para el cuarto semestre quedábamos menos, pero nos queríamos más. Le hacíamos al cineasta en algún parque de la ciudad o en algún ejido rodeados de gallinas, le aplaudíamos a la banda y aunque solo supieran un par de canciones, nos 41
daba cierto orgullo decir que era de la Escuela de Letras. Nos llevábamos mejor con nuestros maestros, incluso con algunos de ellos generamos sincera amistad. Aprendimos a respetar nuestras posturas ideológicas y nuestras perspectivas de la vida, todas diferentes y todas igual de desquiciadas. Aprendimos a ser más tolerantes con los puntos de vista y más intolerantes con los malos libros. Pareciera que no pero ya nos conocemos y no porque nos hayamos dado a la tarea de hacerlo, sino porque cómo no conocer a quien odió contigo algún libro que había que leer a la fuerza, a quien se conmovió a tu lado con la carta a Rocamadour, a quien te compartió sus textos más íntimos, sabiendo que haríamos una despiadada crítica, a quien te preguntó alguna vez qué opinabas de sus poemas, a quien intentó descifrar contigo las lunas de Lorca, a quién te compartió el pequeño escenario sin importarle tus dotes histriónicas de actor de telenovela barata, a quien viste llorar porque alguno de sus textos fue calificado como el peor de todos
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los tiempos en la historia de las letras, a quien se aburrió contigo en la presentación eterna de un libro que nadie leerá. No solo nos conocemos, hasta pudiéramos decir que nos queremos aunque nuestro egocentrismo o nuestra supuesta excentricidad no nos permita reconocerlo. Yo que ya pasé por la universidad puedo decir que somos afortunados, porque en Letras no se aprende sólo de gramática, literatura o latín, suponiendo que lo aprendimos; se aprende a ver la vida de otra manera, a darle el título de sagrado a cosas que para la mayoría de las personas pasan desapercibidas, a enfrentar la vida con la mejor de las armas: la cultura. Han pasado dos años desde el primer día que pisé la Escuela de Letras y, cada vez que alguien me pregunta que a qué me dedico, no puedo evitar decir al final, con ese tono de bizarro glamur que la frase pueda tener, con ese tono de quien sabe que a partir de ahí parecerá una persona más interesante: estudio la licenciatura en Letras Españolas.
Las
doce verdades del mundo Gabriel Verduzco Argüelles
Cuando el sol comienza a ocultarse tras la sierra y los últimos rayos de luz alcanzan a colarse por entre la ventana, el olor a café y a tortillas de harina inunda la casita de doña Rosa Palomo. El día de trabajo ha acabado en el ejido y cede su lugar a la memoria y al relato: Mientras ella vivió siempre veíamos esos animales que volaban del techo. A veces apenas nos acabábamos de meter y alguien gritaba como un cócono, como un gato, como un perro... a los perros cuando ladraban les remedaba también. Mi suegro era el que nos platicaba a nosotros: “Ahora verán, les voy a rezar las Doce Verdades del Mundo...” En estos rumbos del Noreste de México, los relatos de brujas están íntimamente ligados a una tradición oral que se conoce como Las Doce Verdades del Mundo. Prácticamente todas las personas que conocen alguna historia sobre brujería han oído hablar de las Doce Verdades, aunque no las conozcan por completo. Las Doce Verdades son una serie acumulativa religiosa que, según dicha tradición popular, sirven como conjuro para tumbar a las brujas. Los más viejos y la gente del campo aún recuerdan, no sin un dejo de nostalgia, que las Doce Verdades eran un conocimiento básico,
necesario para vivir: más antes la mayoría de la gente se sabía las Doce Verdades, dice doña Esperanza Martínez. Estas Verdades se componen de dos elementos: un número y una referencia religiosa. Número y referencia religiosa se unen por una palabra que funciona como gancho, para facilitar la memorización de las Verdades. Así, el número 1 se une a la referencia Un solo Dios por la palabra un; El 12 se une a la referencia Doce Apóstoles por la palabra doce. Y así para cada una de las otras 10 Verdades. Este recurso mnemotécnico, conocido como palabras gancho, es común en la tradición judía que dio origen a los textos bíblicos. Dicho señalamiento resulta relevante si se considera que el poema Ejad mi Iodea —¿Quién sabe el significado de uno?— parece ser la referencia más antigua en el origen de las Doce Verdades. El poema se atribuye al rabí Eliezer Rokeaj, quien lo compuso en el siglo xii, en Worms, Alemania. Luego se incluyó en el ritual de la cena pascual judía hacia el siglo xvi con el propósito de animar a la comunidad e instruir teológicamente a los jóvenes (Shurpin, 2009).
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Es muy probable que, tras la expulsión de los judíos de España, el poema se haya reelaborado con contenidos cristianos, y que sobreviva en zonas rurales de Galicia, Asturias, Valladolid, Andalucía, Salamanca y La Mancha, en las canciones y juegos infantiles como Las Doce Palabras (o Palabricas) Retornadas o Las Doce Palabras Redobladas o Las Palabras Retornadas del Señor Ángel de la Guarda, de los que es innegable su sabor judío (De Vicente y Fernández, 2005). Estos recursos catequísticos llegaron a la Nueva España con los misioneros europeos y, dada la influencia cultural criptojudía del Noreste de México, su arraigo en la memoria colectiva sería bastante lógico. La recitación de las Doce Verdades, además de ser una forma de proclamar la fe, es también un ritual. La relación con los relatos de brujería lo confirma. Doña Rosa Palomo cuenta que su suegro agarraba un cordel grandote, y en cada rezo que iba echando iba echando un nudo. Echaba otro rezo y echaba otro nudo. Y doña Esperanza Martínez señala que primero las rezan. Tienen un cordón. Él siempre usaba ese cordón aquí, cordón grandote. Aquí en la cintura, aquí lo acostumbraba. Y cuando se van rezando, decía él que se va echando un nudo. Y luego se rezan al revés. Y se viene echando un nudo al revés, al revés, al revés, y así. Y ya cuando van cayendo, que ya viene cayendo la bruja, se viene transformando en gato, y maúlla como un gato, ladra como un perro. Gruñen así los animales, viene transformando y transformando, y ahí... baja el animal pero en forma todavía de animal. Eso debe ser sin perturbarse nada, nada. Están rece y rece las Trece Verdades al revés y al derecho, al revés y al derecho, al revés y al derecho y al revés y al derecho... hasta el último que ya caen. Cae la mujer o el hombre. Porque, pues, son hombres a veces también. Así pues, según la tradición oral, el ritual de las Doce Verdades exige hacer un nudo en un hilo negro bendito, o en un cordón, o en un paliacate, o en algo parecido que se tenga a mano: Nomás se atravesaba un animal en el camino y luego luego, a rezar las Doce Verdades y a sacar uno el paliacate para ir haciendo los nudos, 44
decía don Lucio Valdés, allá en la sierra de Arteaga. Según la tradición oral, quien recite las Doce Verdades para tumbar una bruja ha de tejer un nudo en el cordón al tiempo que va enunciando cada Verdad, de la uno a la doce. Y luego al revés, mientras recita las Verdades de la doce a la uno, va deshaciendo los nudos del cordón. Semejante rito para agarrar brujas encierra en sí un profundo simbolismo. Los números expresan ideas y fuerzas, no solo cantidades. El número es producto de la palabra y del signo. Los números son el nudo de las relaciones de lo que sucede en el universo, dice Gheerbrant (2000:763). Los elementos religiosos relacionados a cada número forman un conjunto de afirmaciones capitales o centrales para el creyente que las recita. Si el poema Ejad mi Iodea, forma el núcleo de fe en torno a la Torah, las Doce Verdades del Mundo forman el núcleo de fe en torno a la revelación cristiana. El cordón simboliza la vida. La tradición bíblica mira la vida como una cuerda de tejedor que puede cortarse de pronto (cfr. Is. 38, 12). Así lo vieron también los griegos en sus Moiras, los vikingos con sus Nornas y los romanos en las Parcas. Tejer es un símbolo del destino que se construye con las relaciones y las decisiones; es crear, sacar lo mejor de uno mismo, como lo hace la araña al tejer su tela (Gheerbrant, 2000:982). Un nudo representa fijación en un estado determinado, pero es un símbolo doble, ya que deshacer el nudo significa liberación. Los nudos simbolizan el atar la voluntad o atar a la persona. En el sur de la Ciudad de México, por ejemplo, cuando alguien ha perdido algún objeto y que no lo encuentra por ningún lado, anuda una prenda de color rojo y golpea con el nudo tres veces al tiempo que recita el siguiente verso: San Cucufato, san Cucufato / hasta que no me lo entregues / no te desato. De esta forma, quien reza las Doce Verdades, al tiempo que teje los nudos en el cordón, está definiendo el destino de la bruja o brujo que
ha decidido atrapar. Por ello sería inevitable que el conjuro sea eficaz, pues se atan las propiedades mágicas del brujo o bruja con ello. Pero como también deshace los nudos cuando reza al revés las Doce Verdades, se simboliza el movimiento de vida-muerte, de todo lo que nace, muere y renace. Doña Rosa Palomo relata que su suegro una vez tenía una señora. —¿Y esta señora quién es? —¿No la oyeron anoche cómo estaba chifle y chifle y búrlese y búrlese? Me puse y la agarré. Lloraba la señora porque no la quería soltar mi suegro. —No, no la voy a soltar, yo no la voy a soltar. Luego, ya después de tanto, dijo: —¿Yo qué voy a hacer con esta mujer? Y estuvo soltando todos los nudos, todos los nudos y se despareció la señora. Además es importante apuntar que la tradición sobre las Doce Verdades insiste en que hay que hacer el conjuro sin perder en absoluto la concentración porque, si no, se corre el riesgo de que el conjuro no sea efectivo. Doña Esperanza Martínez dice que sin perturbarse. Porque si se perturban, los aporrean, los arañan, los picotean... Baja el animal pero en forma todavía de animal. Eso debe ser sin perturbarse nada, nada. Así, lejos de atar a la bruja, quien hace el rezo quedará atado por su propio conjuro y sufrirá las consecuencias. ¿Pero cuáles son las Doce Verdades? A partir de 21 versiones diferentes recopiladas, se hace un trabajo de crítica textual que toma en cuenta tres criterios de selección: el criterio de testimonio múltiple, el criterio de coherencia teológica y el criterio de explicación necesaria. El criterio de testimonio múltiple exige inclinarse por la expresión con mayor número de referencias en las 21 versiones. El criterio de coherencia teológica implica elegir la expresión que sea cohe-
rente con la doctrina oficial del cristianismo, a la que aluden las Verdades. Y el criterio de explicación necesaria señala que ante un conjunto considerable de datos que exigen una explicación coherente, se ofrece una explicación que ilumina armónicamente estos elementos. Además, no hay que perder de vista que los tres criterios se exigen recíprocamente. Señalado lo anterior, las Doce Verdades del Mundo serían: I. Un solo Dios; II. Dos Tablas de la Ley; III. Tres personas divinas; IV. Cuatro evangelios; V. Cinco llagas; VI. Seis candeleros; VII. Siete palabras; VIII. Ocho coros; IX. Nueve meses; X. Diez mandamientos; XI. Once mil vírgenes; XII. Doce apóstoles. Con base en los criterios de coherencia teológica y de explicación necesaria, los números de cada verdad y cada verdad enunciada, implican un camino y una tarea a realizar por el creyente, ya que por eso son “verdades”. Así, las Doce Verdades del Mundo parecen ser una especie de camino simbólico de iniciación. El camino iniciático comienza, en Dios, fuente de todo cuanto es y existe (i). Las Tablas de la Ley (ii) simbolizan la entrada de Dios en la historia para revelarse al hombre, revelación que llega a su plenitud con Cristo, que revela la Trinidad Divina (iii) y pone al alcance del hombre la salvación (iv) y con su muerte y resurrección (v) abre los cielos a la humanidad, comunicando siempre su vida por la Eucaristía y los sacramentos (vi) memoriales de su pasión (vii). Así la multiforme gracia de Dios santificará a los hombres (viii), que habrán de dar a luz a Cristo en sus propias vidas (ix) aceptando 45
la Ley de Dios en sus corazones (x), consagrándose en cuerpo y alma (xi) para construir el Reino de Dios en la tierra por la Iglesia (xii). Aquí se llega al punto central y comienza el “descenso”. Como bautizado y miembro de la Iglesia (xii) hay que esforzarse por consagrar todo el mundo a Dios (xi) y hacer que su Ley reine en todos los hombres (x). Así será posible que se forme Cristo en cada persona por la gracia (ix). Esta configuración con Cristo lleva al creyente a hacer vida la fe en los diferentes ámbitos de la vida, de sus quehaceres y trabajos (viii), incluso hasta el extremo de dar su vida (vii). La gracia de los sacramentos (vi) mantiene viva la fuerza de la esperanza de que otro mundo es posible, siguiendo las huellas de Jesucristo Crucificado y Resucitado (v), convirtiendo los evangelios (iv) en guía para la vida y conduciendo el mundo y la historia al Padre, por Cristo en el Espíritu (iii), y haciendo del amor, centro de la Ley de Dios y su Alianza (ii), el núcleo de la Nueva Creación, donde Dios será todo en todos (i). Hay que agregar que en algunas variantes orales aparece una verdad trece. Ya en el Ejad mi Iodea el número trece corresponde a los atributos divinos. Trece es el valor numérico de la palabra hebrea ejad, uno. Esto lleva nuevamente a la primera estrofa del poema, la unicidad de Dios. En las Doce Verdades, más que una confesión religiosa de tipo doctrinal o una verdad, parece ser una especie de colofón a la recitación de las otras doce: Trece rayos de sol conduzcan a las brujas y a las hechiceras a los infiernos; otra versión dice: las doce ya las dije, trece no las aprendí, vete al infierno, demonio, que esta alma no es
para ti. Una más expresa: Los trece rayos de Sol que le caigan al demonio y le partan el corazón. La explicación anterior puede parecer compleja y demasiado académica, comparada con el contexto popular que se respira en los testimonios orales sobre las Doce Verdades del Mundo. Pero, con base en el criterio de explicación coherente, el muy posible origen judío de las Doce Verdades ya señalado permite la interpretación de estas como parte de un proceso de iniciación. Finalmente, ante la abundancia de testimonios distintos con respecto a un conjuro, se pone en entredicho la eficacia de un lenguaje mágico, o al menos cuestiona la pertinencia de fórmulas mágicas que han de repetirse precisa y exactamente para lograr el efecto deseado. Si tal precisión y exactitud no son necesarias, es porque la palabra requiere a su vez de un ritual que valide dicha palabra y viceversa, el ritual requiere ser validado por las palabras. Ambos elementos se exigen mutuamente: en el ritual las palabras explican los gestos y éstos dan sentido a las palabras. Solamente juntos, palabras y gestos, se vuelven mágicos. Además, los símbolos se narran. El símbolo requiere de la narración que expone su sentido, hace anámnesis de los acontecimientos que le dan origen e involucra a los oyentes en su dinámica, al modo de un memorial. De esta forma, símbolo y mito se unen indisolublemente en el lenguaje, y quienes conservan viva la memoria implicada en el símbolo, crean el rito que le permite hacerlo cercano, convirtiendo aquello que es oscuro e inexplicable, lo que atemoriza y despierta pavor, en algo susceptible de ser tratado.
Referencias: De Vicente, Enrique y Lorenzo FERNÁNDEZ BUENO [eds.] (2005): “Curanderos, el poder de la tradición”, disponible en <http://www.akasico.com/noticia/1291/> [fecha de consulta: 20 de septiembre de 2010]. Gheerbrant, Alain y Jean CHEVALIER [dirs.] (2000): Diccionario de los símbolos, [trads. Manuel Silvar y Arturo Rodríguez], Barcelona: Herder. Shurpin, Yehuda (2009): “Echad Mi Yodea. Who Know’s One?!” en Chabad.org, disponible en <http://www.chabad.org/ multimedia/media_cdo/AID/255529/ShowFeedback/true> [fecha de consulta 26 de abril de 2012].
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La
venganza del
Lector
(Reseñas)
P O R N O PA R A M A M Á S Eugenia Flores Soria
La trilogía Cincuenta sombras de Grey, de la escritora británica E.L. James, además de enloquecer a millones de mujeres en todo el mundo, inauguró una nueva corriente literaria bautizada por la prensa escrita como “porno para mamás”. Es una curiosa etiqueta si tenemos en cuenta los polémicos, y a veces hasta asustadizos, comentarios de las lectoras más aficionadas a esta saga. Los medios hablaban de un libro con fuertes escenas sexuales, sadomasoquismo, depravaciones, arrebatos carnales y una larga lista de atractivas escenas que le sacuden el morbo a cualquiera. ¿Entonces por qué lo de “porno para mamás”? ¿De qué se trataba Cincuentas sombras…? ¿De la sexualidad?, ¿del amor?, ¿realmente abordaba el erotismo, como todo mundo aseguraba? En poco más de un año aproximadamente, la escritora vendió 60 millones de copias de sus libros (según indica la página web oficial http://www.cincuentasombras.com) y la cifra va en aumento. Para muchos, estos volúmenes serían “literatura barata” y los dejarían así, juzgados y sin leer. Pero a mí me
pareció interesante saber qué sucedía con la historia que, en pleno siglo 21, era capaz de sonrojar a grandes masas de lectores. Así que con curiosidad y bastante morbo, me adentré en las páginas de las famosas Cincuenta sombras. La novela cuenta la vida de Anastasia, una joven universitaria que estudia literatura. Es guapa, veinteañera, insegura, virgen y nunca se ha interesado realmente en algún hombre. La trama empieza con una situación absurda. Katherine Kavanagh, la roomie y mejor amiga de Ana, es editora de la revista universitaria y tiene pactada una entrevista con Christian Grey, un empresario y magnate importantísimo, pero como ella se enferma se le ocurre enviar a su inexperta amiga para que haga la entrevista en su lugar. Algo que en la vida real jamás sucedería. De esta manera conocemos a Christian Gray. Un hombre que sería el sueño de cualquiera. Alto, ejercitado, rubio, con unos ojos encantadores. Terriblemente guapo, joven (tiene menos de 30), multimillonario, además de ser un dios del sexo. Y por 47
supuesto, él se fija en la simple y sosa de Ana, quien trabajaba en una ferretería. La intertextualidad perfecta para esta obra es la historia, odiada y amada, de Twilight (Crepúsculo) escrita por Stephenie Meyer. El imposible y misterioso príncipe azul que se enamora de la común, poco interesante y corriente muchacha del pueblo. Originalmente Cincuenta sombras era un fanfiction de la novela de vampiros adolescentes. E.L. James, fanática de la saga fantástica, escribió sus propios cuentos sobre los personajes de Bella y Edward, pero les agregaba “partes eróticas” y los publicaba en internet. Fue tan exitoso que la autora independizó sus textos para construir el bestseller, inspirado, claro, en la vampírica historia de amor. La naturaleza de una novela escrita por semejantes motivos no puede ser, creo yo, tan “erótica” ni tan “fuerte” y mucho menos “perversa”. En pocas palabras diría que es una historia muy rosa, donde la pareja protagonista tiene relaciones sexuales todo el tiempo, narradas con pobreza, austeridad y sin ingenio. Les comparto un ejemplo: “Introduce un dedo dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y vuelve a meterlo. Me frota el clítoris con la palma de la mano, y grito de nuevo. Sigue introduciéndome el dedo, cada vez con más fuerza. Gimo. De repente se sienta, me quita las bragas y las tira al suelo. Se quita también él los calzoncillos y libera su erección. ¡Madre mía!” (p.140). Así describe Ana su experiencia amatoria, con frases como “Oh, qué erótico”, “gimo” y “madre mía”. Las dice una y otra y otra vez (debo agregar que la novela goza de un léxico corto). Y sus impresiones sobre el sombrío Grey son algo así como “Oh, es tan sexy”, “qué guapo” y “pobre, debió sufrir mucho de niño”. Al parecer, Ana es muy limitada con sus juicios sobre su amante, no se cuestiona nada y acepta, casi por inercia, las propuestas indecorosas y arriesgadas de Grey. De entrada la novela me decepcionó. Finalmente comprendí que leer 48
Cincuenta sombras es como ver una película porno light, con música tierna de fondo, pero que pretende ser, sin lograrlo, atrevida y sensual. El libro era, atinadamente, pornografía “para mamás”. Grey sí cumple Como dicen los hermeneutas, el texto en su contexto. E.L. James nunca le miente a sus lectores ni a la crítica. Me puse a ver una serie de entrevistas en Youtube, donde la británica asegura, con toda la ligereza del mundo, que su novela es sólo una fantasía porque a ella le gustaba imaginar que existía alguien tan irreal como Grey. La autora se defiende al argumentar que escribió Cincuenta sombras para divertirse y satisfacer el sueño de llevar a las páginas sus más alocados pensamientos. No promete filosofías, propuestas de estructuras narrativas, ni respuestas profundas a las grandes interrogantes del erotismo. Grey le da a sus lectoras lo que las lectoras esperan de él: sexo explícito, no descrito, sólo dicho; y la ilusión del hombre fiero que se somete ante la dulzura de una mujer. Nada nuevo. Una vez más alguien se hace multimillonario gracias a la explotación de una idea falsa, pero firme, que ronda en el imaginario colectivo femenino desde tiempos muy remotos. Un mito que nace probablemente con las novelas caballerescas donde los hombres, varoniles, audaces y apuestos, luchaban contra cielo mar y tierra con tal de conseguir la atención de una dama discreta y virginal. El amor cortés se coló, con otra cara, nuevamente en este siglo para hacer de las suyas. El esquema se repite. La chica débil, obediente, ingenua; el hombre experimentado, tajante, y protector. La jovencilla que “atrapa” y “transforma” a su varón salvaje, pero que sigue a expensas de él. Así son Ana y Christian. Uno pensaría que a estas alturas de la civilización, ya están superados muchos, o al menos varios, de esos estereotipos de género. Que luego de
la liberación femenina, del ingreso de las mujeres en la vida universitaria, política, científica, esa actitud maternal de sacrificio, de docilidad, de poca voluntad, no sería tan sólida. Pero me sorprendió que tantas lectoras estuvieran de acuerdo con esta vieja premisa. En la novela, Grey le propone a Ana ser su sumisa en una especie de juego sexual-amoroso. Esto consistía en hacer todo lo que su amo le pidiera. Ella comería lo que él le indicara, se vestiría con la ropa que Gray le eligiera y le contestaría de inmediato cualquier llamada o mensaje, sin importar la hora o la circunstancia. La protagonista aprendía con rapidez las artes del amor y cada vez lo hacía con mayor soltura, pero pienso que su liberación era sólo de la cintura para abajo, (y eso en un estado de sumisión). Las veces en que se mostraba rebelde era con nimiedades, como cuando decidió ponerse un vestido sin calzones o al usar el cepillo dental de Christian. Es casi al final de la novela cuando Ana tiene un arranque de voluntad, no muy convincente, pero lo bastante importante como para iniciar la segunda parte de la trilogía. El éxito con las damas ¿A quién está, realmente, dirigido Cincuentas sombras de Grey?, ¿cuál es su público más constante? Las más emocionadas por la saga son mujeres adultas, casadas, ansiosas por la fantasía. No es ninguna coincidencia. Creo que este libro cumple con las expectativas de un grupo generacional de personas. Sólo veamos una fotografía de E.L. James, una escritora de 50 años de edad. Cabello oscuro, regordeta, de facciones comunes y algo toscas. Madre de hijos adolescentes, esposa de un escritor de telenovelas. Su apariencia es la de cualquier señora de su edad y eso es precisamente lo que vende de ella. No se ve como Nicole Kidman, pero se atreve a narrar aventuras sexuales entre dos personajes y lo escribe con singular alegría. Es la imagen perfecta con
la que todas, millones de mujeres, podrían sentirse identificadas. Y ella logra lo que pocas “mamás” de su edad pueden: hablar de sexo, a su manera, “desenfrenadamente”. James, o Erika Leonard (su nombre verdadero), trabajó durante años en la industria de la televisión. Conocía a la perfección el mercado de historias y su libro, estoy totalmente segura, fue planeado hábilmente para que tuviera esos resultados tan sorprendentes. Ya he dicho que Cincuenta sombras no es, ni pretende serlo, una joya literaria, pero lo que rescato de él es que, a pesar de sus aspectos criticables, puso a leer a decenas de millones de personas. A leer porno. Porno light o rosa. No importa. Me gusta esa idea. Ahora es tan sencillo entrar a internet y ver cualquier película, video o imagen sexual de índoles, colores y gustos diversos. Perderse en las interminables opciones de la red. Ser perversos en soledad, en la intimidad de la casa. A escondidas. Pero los lectores de esta trilogía eligieron salir a las plazas públicas con un libro que ellos consideraban porno o “erótico” y sentarse tranquilamente a leer. O disfrutar de algunos capítulos en el metro o en el autobús, en las salas de espera. Quizá la novela sí cumplió su objetivo de liberar a las mujeres maduras, de liberarlas, al menos, un poco. ¿Dónde quedó el erotismo? La clasificación de “literatura erótica” ha sido utilizada astutamente por las editoriales. Dentro de esta clasificación encontramos libros como Cincuenta sombras, pero también novelas como Lolita, o El amante de Lady Chatterley. Creo que el mensaje subliminal es lograr que el lector entienda que el común denominador de ese grupo de títulos es el sexo o algo relacionado con él, sin importar calidades, épocas, autores, intenciones. Yo no he visto que en las librerías, al menos en las de esta ciudad, exista un apartado que se llame 49
“Novelas Pornográficas” o “Libros xxx”. La palabra “erótico” puede ser muy sugerente o quizá hasta elegante y no ensucia tanto las conciencias de los consumidores más reservados. Parece que, en estos tiempos modernos, la connotación del erotismo (al menos para usos mediáticos o comerciales) conduce al gran público hacia una idea vaga, superficial, y casi animalesca de la sexualidad. En los encabezados de los periódicos leemos que Cincuenta sombras es la novela “erótica” del momento. Y todos parecen estar conformes con ello (menos el que inventó lo de “porno para mamás”, supongo). Me niego a que la concepción “general”, digamos, del erotismo sean estas historias “pervertidas” que, comparándolas con obras verdaderamente perturbadoras como las del Marqués de Sade, son un mal chiste. Clasifican a los libros de E.L. James como eróticos porque contienen todos los clichés del sadomasoquismo —látigo, vendas, cuero, esposas—; porque presentan un “romance” inverosímil y morboso y eso vende muy bien. Cuando terminé la lectura de la novela me pregunté: ¿qué nos dice este fenómeno sobre nuestro siglo, sobre nuestras ex-
:FICHAS BIBLIOGRÁFICAS:
pectativas acerca del amor? No sé exactamente qué pensar de este lugar común que millones de personas adoptaron como “fantasía”. El llamado “porno para mamás” quizá no sobreviva mucho tiempo y se esfume por su misma naturaleza fugaz y trivial con la que nació. Pero nos revela que aún somos vulnerables a los tabúes del sexo. ¿Entonces qué podríamos considerar como “erótico”? No entraré en cuestionamientos escabrosos ni interminables como ese, pero es una reflexión interesante. Entre mis lecturas, recuerdo la de El erotismo de George Bataille, donde el autor señala que los humanos estamos atrapados en nosotros mismos, que somos seres individuales, limitados, sin continuidad y que el erotismo es la huída de la soledad, “sentir en común (con el otro) el vértigo de ese abismo”. Para mí, el acto erótico es una especie de resistencia ante nuestro carácter efímero, ante la impermanencia. Por eso sostengo que, lejos del morbo y la curiosidad por el sexo, la desnudez y el coito, siempre me quedará la esperanza de que el erotismo, “la llama doble de la vida”, diría Octavio Paz, nos acerca a otro tipo de experiencia, terrenal, pero a la vez etérea.
E.L. James, Cincuenta sombras de Grey, Grijalbo Mondadori, 2012, pag. 721 (versión ebook) George Bataille, El erotismo, Tusquets Editores, 2008, p. 296. Sitio oficial de Cincuenta sombras de Grey www.cincuentasombras.com Carmen mañana, Receta para cocinar un best seller “porno”, Periódico “El País”, 11 de septiembre del 2012 Link http://cultura.elpais.com/cultura/2012/09/11/actualidad/1347375169_659538.html
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Lo
que es ser escritor Thimetis Dorbecker Mata
¿Qué significa el ser escritor? Mucha gente se formula un montón de ideas acerca de ellos: creen que viven enclaustrados en su propia casa como si se tratase de ermitaños; piensan que son vagos y que escriben sólo cuando están drogados; que son personas que han tenido muchos problemas, han sufrido y ahogan sus penas en alcohol, o simplemente escriben cualquier tontería y se hacen ricos como la escritora de Crepúsculo. Posiblemente sea un poco de todo. El objetivo de este texto es mostrar los elementos que conforman a un escritor y situaciones por las que tiene que pasar con tal de hacer lo que más ama: escribir. Como “modelo principal” usaré al personaje creado por la escritora Kathryn Stockett, Eugenia “Skeeter” Phelan, de su libro Criadas y Señoras para explicar mejor esta misión. “Skeeter” Phelan vive en Jackson, Mississippi en el año de 1962. En ese periodo el racismo se encontraba en su auge y ya estaba en movimiento los derechos civiles. En su mayoría las afroamericanas de clase baja trabajaban como sirvientas para las familias “blancas”. Skeeter estuvo en la universidad de Ole Miss por cuatro años mientras que sus amigas abandonaron la escuela para casarse. Esto es algo que le reprocha la señora Phelan a su hija: ¿para qué le sirve un título si se va a casar? Skeeter tiene apenas 23 años y su sueño es ser periodista o escritora (tal vez ambas). Su madre preferiría que fuera contadora, que escogiera algo que no la alejara de la opción del matrimonio. A Skeeter le gustaría
encerrarse en algún departamento de Nueva York para escribir mientras su madre le critica que no tendrá dinero. La misma Skeeter le dice a su madre: “¿Tan terrible sería si nunca encontrara un esposo?” (p. 70). Su madre piensa que si no encuentra marido pronto sus óvulos morirán. Así que Skeeter se guarda la información de que consiguió trabajo para el periódico de Jackson. Es común que la gente rechace o repruebe las carreras de periodismo y literatura al igual que la señora Phelan: por la falta de dinero. Los escritores como Edgar Allan Poe, Jane Austen, Charles Dickens, Sir Arthur Conan Doyle, etcétera, no tuvieron la popularidad que tienen hoy en día. Tampoco tuvieron el montón de dinero para vivir una cómoda vida. Sí, a algunos les pagaban por sus escritos en algún periódico pero nunca llegaron a tener la fama o riqueza (estando vivos) como la tiene Joanne K. Rowling, autora de Harry Potter. En el mundo de la literatura hay varios objetivos que se persiguen; entre ellos fama, inmortalidad y riqueza. Difícilmente se pueden tener todas. Un escritor se puede tardar en hacer una novela, luego tiene que buscar una editorial que la publique, esperar a que se venda y aun así es posible que no se llene de riqueza. Para alcanzar la inmortalidad en la literatura, la obra tiene que trascender a través de los años como lo son Drácula (1897), Moby Dick (1851), o Viaje al centro de la tierra (1864). Stephenie Meyer, autora de la saga 51
Crepúsculo, tiene fama hoy en día. ¿En verdad su libro trascenderá a la historia y se convertirá en clásico de la literatura? No es muy probable. Para escribir se necesita mucha práctica y ésta se adquiere leyendo y escribiendo. Skeeter dice: Mientras mis amigas estaban por ahí, bebiendo
ron con cola en las fiestas de las fraternidades, yo me encerraba en la sala de estudio y me pasaba las
horas escribiendo: principalmente trabajos de clase, pero también cuentos, poesía fácil, episodios del Dr. Kildare (famosa serie estadounidense de radio y te-
levisión de los años cincuenta y sesenta), canciones
para los anuncios de Pall Mall, cartas de protesta, notas de rescate, mensajes de amor a chicos a los que veía en clase pero con los que no me atrevía a hablar y que nunca echaba al correo […] como todas soñaba con salir con algún miembro del equi-
po de futbol, pero mi verdadero sueño era llegar a escribir algo que la gente pudiera leer” (p. 72).
Muchas veces un escritor tiene que “romper las reglas” y salir de lo común. No siempre lo que escriba gustará a las personas y se hará de enemigos. Skeeter decide escribir un libro donde recopila historias de las criadas afroamericanas sobre sus empleadoras blancas. En esa época era peligroso publicar textos donde se tratara de igualar los derechos de negros y blancos, como dicen las leyes de Jim Crow (leyes que establecían la segregación racial en todas las instalaciones públicas y se aplicaban a los estadounidenses negros y a otros grupos étnicos no blancos). Y era aún más peligroso en un lugar como Jackson. Skeeter decide escribir el libro porque sabe que se necesita un cambio en la forma de pensar. Con la ayuda de dos criadas afroamericanas, Aibileen y Minny, buscan a más sirvientas que les auxilien. Cuando Hilly, una de las amigas de Skeeter se entera, corre a Skeeter de la
edición del boletín de la Liga de Damas de Jackson. No sólo eso, Hilly se asegura que nadie en Jackson le hable a la pobre de Skeeter. Rufus Wilmot Griswold, enemigo de Poe, lo criticaba y, aún después de que Poe falleciera, atacó sus obras llamándolo “un malvado”. Incluso la familia pudiese ser una carga. La madre de Skeeter no aceptaba que fuera escritora. Sus “amigas” la exiliaron de la sociedad e incluso su novio la deja cuando se entera de lo que está escribiendo Skeeter. Es más fácil escribir sin ninguna interrupción de los hijos o de una madre tratando de preparar a su hija en la cacería de maridos. Skeeter quiere aplicar para la editorial en Nueva York Harper & Row. La editora Elaine Stein le dice: “escriba sobre lo que le molesta, sobre todo si es algo que a los demás parece no importarles”. De ahí es donde Skeeter obtiene la idea de escribir la recopilación de historias de criadas afroamericanas. Uno de los personajes de Mujercitas (1868) sugiere escribir lo que uno sabe. Al principio, ninguna criada se atreve a hablar por temor a que les quiten el trabajo, las manden a la cárcel o las ejecuten. Cuando Minny y Aibileen acceden a ayudar a Skeeter, batallan para conseguir más historias. Tiempo después las criadas de Jackson aceptan. Skeeter tuvo que ser muy paciente para convencerlas de que le ayudaran, pero finalmente lo logró. Le toma dos años redactar el libro y publicarlo, contando los problemas de su madre, las peleas de sus amigas, y los asesinatos de gente de color. Skeeter relee y relee las historias de las criadas, las “pule” lo más que puede y se las pasa a Aibileen para que las cheque. Una vez escuchadas las sugerencias de la criada, Skeeter vuelve a leer las historias. Después de dos años se publica el libro Criadas y Señoras y Skeeter acepta la posición en Harper & Row en Nueva York.
Kathryn Stockett, Criadas y Señoras, (traducción de Álvaro Abella), 1ª. Ed., Barcelona, España, Océano exprés, 2011. 52
Oficio
de un francotirador Silvia De La Fuente
q Rogelio Reyes (Loreto, Zacatecas, 1959) analiza los elementos periodísticos dentro de la obra de Emmanuel Carballo. Sus investigaciones en narrativa y arte mexicano del siglo xx, tradición y modernidad en literatura y compilador de textos de crítica académica lo encaminan a seguir un nuevo estudio que culmina en el libro Vocación Incómoda. La crítica literaria de Emmanuel Carballo en México en la Cultura. Todo aquel que conoce su trayectoria se pregunta: ¿Qué pasos siguió? ¿Qué pacto firmaría para conseguir lo ya logrado? Reyes identifica las respuestas en los doscientos setenta y seis artículos publicados de este crítico, las cincuenta y dos entrevistas y dentro de los dos proyectos de revistas Ariel y Odiseo. Emmanuel Carballo se inició en la “República de las Letras” por imposición. Le entró de lleno a la poesía y al cuento gracias a las tareas escolares. Para él la novela era el espacio de un pequeño universo; y como sus compañeros de generación se dedicaron a estos tres rubros, a él le tenía que tocar el oficio negro, lo técnico, lo sentenciante porque nadie más lo hacía. “Acepto el juego: si pegas, te pegan” (p. 285). La polémica es un tópico de cajón en este libro. Además de proponer nuevos cánones, defender lo po-
pular frente a lo culto, una nueva manera de pensar la literatura, de impulsar nuevas publicaciones; Carballo se ganaba nuevos enemigos por cada reseña semanal. Jesús Arellano llama al suplemento México en la Cultura (donde Carballo y Fuentes participaban) como “El Suplemento literario de la Mafia”. En este mundo de letras y tinta siempre hay mafias. Arellano era conocido por ser un Quevedo de los cincuentas y no se limitó a señalar que las becas del Centro Mexicano de Escritores, las publicaciones y espacios de Bellas Artes, difusión cultural de la unam y el programa de radio Universitario eran facilitados al equipo de México en la Cultura injustamente. Otra fuerte polémica fue con Octavio Paz. Llamó a El Laberinto de la Soledad “una obra imprecisa, sinuosa, relampagueante y, tal vez nociva. Una mezcla —mal digerida— de sociología, poesía, psicología e historia” (p. 268). Después de su comentario, medio mundo se le fue encima y su padrino en el periodismo, Fernando Benítez, lo negó. Para Carballo sólo hay buenos y no tan buenos escritores. Su objetividad llevó las letras mexicanas a la modernidad. Él impulsó la apertura de una nueva etapa gracias a sus entrevistas.
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El investigador compila grandes y vastos fragmentos de las entrevistas con Alfonso Reyes junto con una epístola que éste le hizo a Emmanuel dándole consejos para su corto colmillo en la selva letrada; también están presentes los comentarios de Vasconcelos, Torri, Mcgregor, Artemio de Valle Arizpe, Paz y Fuentes. Se muestran detalladamente las consideraciones en dichas entrevistas: un pequeño instructivo, que abarca estudios biográficos, historia de su literatura, trabajo de exégesis, juicios y prejuicios del entrevistado, compañeros de generación, amigos y enemigos. Sin olvidar las preguntas clave: ¿por qué escribes? y ¿para quién escribes? Elena Ponitowska invierte los papeles entrevistando a Carballo. Este fragmento es la pintura completa del crítico:
y fórmula” también presentados con fragmentos. En la sección de las apologías se incluyen opiniones positivas y negativas de Rosario Castellanos, Fernando Curiel, Marco Antonio Campos, Ignacio Trejo, Gabriel Zaid y Christopher Domínguez. Unos lo llaman “un genio de la objetividad artística” (Campos) y otros “minifalda crítica” (Zaid) y “escritor frustrado” (Domínguez). Estos nombres se han encargado de analizar por diferentes medios la pluma de Carballo; aquel que amplió el marco de nuestra nacionalidad; con sus reseñas y artículos variados internacionalizó las letras mexicanas. Los datos más curiosos aparecen dentro de las notas al pie de página, que tienen una longitud variada: desde 1 hasta 48 líneas. Algunas notas superan al texto mismo. Dentro de éstas viene una anécdota de Jorge Volpi, que cuenta cómo al impulsar En bus—Emmanuel, ¿es cierto que son aburridas tus ca de Kingsor un escritor mexicano propuso quitarle entrevistas? su pasaporte a falta de dotes latinoamericanas en su —Depende…Yo no tengo la culpa que haya novela. Es un ejemplo de la discusión nacionalista y gente aburrida. Respeto las virtudes y los deuniversalista que plantea Reyes en su propuesta. fectos de mis entrevistados y si algunos de Además de ser un engrane fuerte en la activiellos son plantígrados —de pies planos, como dad editorial del país, el periodista aceleró el pulso los osos—, la culpa es suya y no mía. creador al momento de denunciar el tipo de obras —¿Qué, tus pies son muy livianos? que existen. Emmanuel comparte que ahora los —Soy el Aquiles de la literatura mexicana. escritores desean que la literatura sea todo menos Mis pies son tan ligeros como mi prosa. literatura. Es cierto, el escritor “cosmo” quiere ape—¿Qué, con ellos escribes, con esos pies tan garse más al plano real que a lo fantástico. alados? Los procesos y métodos que Rogelio Reyes ana—Escribo con los pies, con el vientre y hasta con lizó son pequeñas estructuras y modelos detonados la cabeza, pero nunca con las manos (p. 287). por el periodismo extenso e ilimitado de Carballo. Esta investigación abarca alrededor de cien páginas En otro ámbito, aparece de forma cronológica las en su bibliografía contando con fuentes hemerográetapas de las publicaciones de México en la Cul- ficas, anexos clasificados por tema y fotografías de tura, Ariel y Odiseo; su inicio, maduración y con- los periódicos y revistas. Estos estudios compilados solidación. Así como ensayos sobre poesía como son recomendables para todo humanista, detractor, “Misterio y problema de la poesía” y “Casualidad creador, entrevistador o entrevistado. Rogelio Reyes, Vocación Incómoda. La crítica de Emmanuel Carballo en México en la Cultura, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2012. 54
¿Y
éstos
quiénes son ?
Rubén Bonifaz Nuño nació en Córdoba, Veracruz, el 12 de noviembre de 1923 y murió en la Ciudad de México, el 31 de enero de 2013. Fue poeta, ensayista y traductor. Licenciado en Derecho por la Escuela Nacional de Jurisprudencia, obtuvo la maestría y el doctorado en letras clásicas en la unam. Desempeñó diversos puestos de importancia en esta casa de estudios, como profesor y coordinador de los Colegios de Letras en la ffyl, fundador de la cátedra Seminario de Traducción Latina, titular de la Dirección General de Publicaciones, coordinador de Humanidades y director de la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, entre otros. Fue miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua de 1963 a 1996, de El Colegio Nacional (1972) y presidente de la Sociedad Alfonsina desde 1986 hasta 2000. En 1991, la Coordinación de Humanidades de la unam creó en su honor la colección de libros de poesía El Ala del Tigre. Traductor de Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Propercio, Lucano, César, Homero, Píndaro, Eurípides y muchos otros autores de literatura clásica grecolatina. Obtuvo, entre numerosas distinciones, el Premio Nacional de Letras 1974, Premio Internacional Alfonso Reyes 1984, Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2000, Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2007 por su trayectoria y la Medalla de Oro de Bellas Artes 2008. Sus principales libros de poemas son La muerte del ángel (Firmamento, 1945), Imágenes (fce, 1953), Los demonios y los días (Tezontle, 1956), El manto y la corona (unam, 1958), Fuego de pobres (fce, 1961), Siete de espadas ( Joa55
quín Mortiz, 1966), El ala del tigre (fce, 1969), La flama en el espejo (fce, 1971), De otro modo lo mismo. Poesía 1945—1971 (fce, 1978), Tres poemas de antes (unam, 1978), As de oros (Gráficas del Sur, Sevilla, 1980; unam, 1981), El corazón de la espiral (Miguel Ángel Porrúa, 1983), Albur de amor (fce, 1987), Pulsera para Lucía Méndez (Plaza y Valdés, 1989), Del templo de su cuerpo (fce, 1992), Trovas del mar unido (Toque, Colección de poesía, Guadalajara, 1994), Versos 1978—1994 (fce, 1996) y Calacas (El Colegio Nacional, 2003). También escribió libros de ensayos y elaboró antologías de literatura clásica. Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920-Los Ángeles, California, 2012). Escritor estadounidense de ciencia ficción, ensayo, poesía, relato y guión. Consta de una amplia obra de más de treinta libros publicados entre novelas, relatos, poemas y teatro. Algunas de sus obras más destacadas son Farenheit 451 (1953), Crónicas Marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951), entre otros. Trabajó como argumentista y guionista en numerosas películas y series de televisión; colaboró con John Huston en la adaptación de Moby Dick en 1956. Algunas de sus obras fueron adaptadas en programas de televisión The Twilight Zone y Ray Bradbury Theatre. Ha recibido premios por sus novelas y libros de relatos, como por poesía y guiones. Nora Lizet Castillo Aguirre (Monterrey, N. L., 1970) es licenciada en Lingüística Aplicada con énfasis en didáctica del idioma (UANL, 1991). Máster en Letras Españolas con la tesis Aproximaciones a la novelística de Sara Sefchovich desde la perspectiva del discurso femenino (UANL, 2002). Estudiante en el programa de Doctorado en Literatura y Discurso del Tecnológico de Monterrey. Desde 2010 imparte diplomados sobre la literatura del noreste en la Casa de la Cultura de Nuevo León. Actualmente prepara su tesis doctoral en torno a la escritora María Luisa Garza, Loreley. Sergio Cordero (Guadalajara, Jalisco, 1961). Poeta, narrador, dramaturgo, crítico literario y traductor. Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León, con estudios de postgrado en la Universidad de Monterrey y en El Colegio de México. Sus principales obras son los poemarios Vivir al margen (1987 y 2012), Oscura lucidez (1996) y Enemigo interior (2008), los volúmenes de ensayo Jorge Cuesta: viaje poético de la inteligencia (1981), Escrito en el noreste (2008), Crítica en crisis (2011) y la novela Hermano Abel (2000). También ha coordinado talleres literarios y ejercido el periodismo cultural. 56
Carolina Thimetis Dorbecker Mata (Saltillo, Coahuila, 1993). Cursa el cuarto semestre en la Licenciatura de Letras Españolas. Fue maestra de inglés en el Colegio Plan de Guadalupe en Ramos Arizpe, Coahuila, y actualmente es maestra de literatura en inglés en el Colegio Internacional en Saltillo. Siempre ha querido ser novelista. Su género favorito es el de la literatura fantástica ya que le gustan las criaturas mitológicas, las increíbles batallas y aventuras que se narran. Se graduó de la maestría del Entrenamiento para Maestros en Inglés (Teacher´s Training). Ha vivido en Boston, Maryland y Pennsylvania. Eugenia Flores Soria (Saltillo, Coahuila, 1989) Licenciada en Letras Españolas por la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades de la Universidad Autónoma de Coahuila. Desde hace unos años trabaja como periodista cultural en el Periódico Zócalo Saltillo. Ha publicado en la “Gazeta” del Archivo Municipal de Saltillo, en la Revista Saltillo, entre otros sitios. Obtuvo la Medalla al Mérito Universitario “Juan Antonio de la Fuente” 2011, otorgada por la Universidad Autónoma de Coahuila por ser el mejor promedio de la generación y en 2012 ganó el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” otorgado también por la máxima casa de estudios de este estado. Silvia Verónica De La Fuente Morales (Saltillo, Coahuila, 1991). Es estudiante de la Licenciatura en Letras Españolas. Ha sido partícipe en la Feria del Libro 2012 como maestra de ceremonias. Ha publicado investigaciones históricas y literarias en la Gazeta del Saltillo. Ha colaborado con el equipo de edición del periódico Zócalo. Le apasiona la poesía, investigación y redacción. Amanda Guadalupe García Castillo (Saltillo, Coahuila, 1981). Creció en una familia de maestros pero decidió estudiar Derecho. Egresó de la Universidad Autónoma del Noreste (uane) en 2004. Escribe en algunos periódicos como Espacio 4, Vanguardia en línea, El Heraldo de Saltillo, El Demócrata; en revistas como El Quijote, El Fígaro y emeequis. Colaboró en algunos blogs nacionales como La Tribuna Proletaria, Voces, Canal 14, SDP Noticias, La Bamba de Veracruz, Voces de la Laguna. La Humildad Premiada, “Epicentro”, “Nuestra Revista” y “Nuestro orgullo”. Le gusta leer, fumar, escribir, tomar cerveza y tocar la melódica. Actualmente cursa el 5º semestre de Letras Españolas. Trabaja en un centro de investigaciones psicopedagógicas de la Secretaría de educación, en un conalep y tiene un programa de radio: “Mujer que Sabe Latín”. 57
Miguel Ángel García Torres (Cuatro Ciénegas, Coahuila, 1986). Licenciado en Letras Españolas de la UAdeC (2008). Trabajó en el periódico Zócalo de Saltillo como reportero de deportes en dos etapas (2008-2010 y 2010-2012), haciendo de la redacción de semblanzas o perfiles su especialidad. Fue Premio Estatal de Periodismo en Coahuila durante 2009, 2010 y 2011, en la categoría Mejor Entrevista Deportiva. Los textos ganadores fueron “Amarrado al cuadrilátero”, “Héroe con o sin máscara” y “El Glison, de poeta y loco…”. Recientemente, obtuvo mención honorífica por su relato “El susurro del caracol” en el XXVIII Concurso Literario Nacional de Cuento Magdalena Mondragón, auspiciado por la uadec. También, es becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (pecda), durante el periodo 2012-2013, por su proyecto de investigación periodística, “Saltillo a ras de lona. Detrás de las máscaras”. Del 19 de mayo de 2011 hasta su renuncia, publicó cada semana la página “Dos de tres” en el diario vespertino Calibre 57, con las historias y testimonios de gladiadores locales y nacionales, donde hacen su aparición novatos, consolidados y veteranos del cuadrilátero. Ha publicado relatos en la Gazeta de Saltillo del Archivo Municipal y en La Humildad Premiada. Armando Javier Guerra Guerra (Saltillo, Coahuila, 1944). Licenciado en Derecho, egresado de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila. Fue subdirector administrativo de la editorial Fondo de Cultura Económica, en México, D.F. Trabajó durante ocho años en los Servicios Económicos de la Embajada de México, en París, Francia. Fue coordinador del programa “Aproximaciones” del maestro Juan José Arreola, en la Unidad de Televisión Educativa y Cultural de la Secretaría de Educación Pública Federal. Fue coordinador de Extensión Universitaria y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila. Fue director de administración del Instituto Coahuilense de Cultura y apoyó en la realización del Museo del Desierto en la ciudad de Saltillo. Fue director general de Bibliotecas, Publicaciones y Librerías de la Secretaría de Educación Pública de Coahuila (sepc) y abrió 26 bibliotecas en diferentes municipios del estado. Fue director general del Instituto Municipal de Cultura de Saltillo y director general del Instituto Coahuilense de Cultura. Ha publicado los siguientes títulos: Pero... ¿vale la pena vivir? (libro-collage, 1968). Todos juntos (antología de cuentos, 1971) coeditado con Abraham Nuncio, en la Editorial Novaro. El alcoholismo en México (estudio, 1975), en la colección “Archivos del Fondo”, del fce. Alrededor del tiempo (aforismos, 1987), en 58
la colección “La Ciudad y la Literatura”, que publicó el Departamento del Distrito Federal. Actualmente es asesor en materia de cultura del ejecutivo del estado de Coahuila. Jesús de León Montalvo (Saltillo, Coahuila, 1953). Es narrador, dramaturgo y editor. Obra narrativa: Afuera hay un mundo de gatos (cuentos, 1987; 2ª ed. 2006); Pamela del Río por nosotros mismos o Bajo el rencor (novela, 1988); Juanita se desnuda como un rumor en campos de alfalfa (prosas, 1996); Saltillenses (compact-book, 1997); Un infierno más íntimo (relatos, 1998); Enardecido hasta la incandescencia (reflexiones, imágenes y calendario, 2000); Los Pavorreales (cuentos, 2003); Semidesiertos. Novela para futuros nómadas (2003) y Los relatos de la sierra (2005). Teatro: Casa con dos puertas (1993); Vender la tierra, comprar el viento (1993); Sobre el fuego. Pieza para una improbable cantina (1999); Diálogos del 14 de Febrero (2010) y De los adioses (2011). Crónica, ensayo e historiografía: La Alameda de Saltillo. Un paseo por sus orígenes (1994); Diálogos con nos/otros. Literatura y memoria regional (1996); Dibujado con luz. Saltillo a pie… de foto (2006); Pasos repasos y tropiezos de dos centenarios (2010); Nací en el mero Saltillo (2012) y Conversaciones con un pintor fantasma (2013). Cirilo G. Recio Dávila (Saltillo, Coahuila, 1959) ha sido periodista en diversos medios en Saltillo y en la Ciudad de México. Algunas de las publicaciones en las que ha participado son Vanguardia, El Nacional, Desierto modo, De par en par, México desconocido y la agencia Notimex. En 1992 se desempeñó como traductor y asesor de la SECOFI, en la elaboración de síntesis informativas sobre el TLC entre México, Estados Unidos de América y Canadá. Entre 2002 y 2004 fue asesor técnico de la Secretaría de Educación de Guanajuato. Es autor del libro Apuntes sobre Ética Periodística (2003). Cirilo Recio es el protagonista de la película Sangre de Amat Escalante (2004-2005). Participó en los cortometrajes de Carlos Reygadas (Este es mi reino) y Amat Escalante (El cura Nicolás Colgado). José Adrián Vara Aguilar (Saltillo, Coahuila, 1984). Licenciado en letras españolas por la UA de C. Se ha desempeñado como docente de licenciatura, preparatoria y secundaria en diferentes escuelas privadas de la localidad. Inició escribiendo poesía pero actualmente se dedica a la narrativa. Ha publicado en La Humildad Premiada, La Gaceta del Saltillo, Historias de Entretén y Miento y Espacio 4. Entre sus autores favoritos 59
se encuentran Borges, Saramago, Arreola, Cortázar, Rulfo y Torri. Algunos de sus pasatiempos favoritos son los videojuegos, el futbol y las series televisivas. Víctor Guadalupe Ventura de León ( Jamé, Municipio de Arteaga, Coahuila, 1979). Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC). Libros publicados: Jamé (2010); Akenalipsis (2005). Aparece en el libro Coahuila literario. Antología de escritores coahuilenses (2002). Realiza publicaciones constantes en revistas literarias y páginas web. Actualmente es corresponsal de la Agencia de Noticias Notimex y el Periódico Vía 57 de Monclova. Gabriel Ignacio Verduzco Argüelles (Ciudad de México, 1974). Es licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de México, Máster en Metodología por la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades, maestro de tiempo completo en la licenciatura de Letras Españolas, en la misma facultad. Ha tenido algunas participaciones publicando algunos de sus textos en la revista La Humildad Premiada, en Ciencia Cierta en Saltillo y en La Tramontana en Monclova. Ha participado también como expositor en el Terror Fest. Imparte clases de Filosofía, Latín y Griego. En sus tiempos libres dedica su atención a las películas de terror, la literatura fantástica y los cómics del hombre araña. Victor Sandoval (1929-2013) nació en Aguascalientes el 31 de octubre de 1929. Poeta y promotor cultural. Ha sido director de promoción nacional, subdirector y director del inba, fundador de la revista Tierra Adentro, miembro titular y secretario general del scm. Fue miembro del snca, creador del Premio Bellas Artes de Literatura, que actualmente otorga el inba, y del Premio de Poesía Aguascalientes. Sus principales libros son Para empezar el día ( Joaquín Mortiz, 1974), Fraguas ( Joaquín Mortiz, Las dos orillas, 1980), Víctor Sandoval (unam, Material de Lectura, núm. 114, 1987), Agua de temporal ( Joaquín Mortiz, Las dos orillas, 1988), Trovas de amor y desdenes (scm, España, 1994), Coplas que mis oídos oyeron (El Ermitaño, Minimalia, 1998), La imagen y el recuerdo (issste, 1999), Poesía 1947-1999 (Conaculta, Lecturas Mexicanas, Cuarta Serie, 1999), Un air exalté (unam / Aldus, 2000) y Poesía reunida (fce, 2008). Murió el 24 de marzo de 2013.
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