Semanario 25 Nov 2013: Ante un cadáver

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VANGUARDIA | LUNES 25 DE NOVIEMBRE DE 2013 | NO.401 |

PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

CADÁVER

Pocos de nosotros se han acercado a la realidad helada de una morgue y de un cuarto frío donde se guardan 24 cuerpos que nadie ha reclamado, posiblemente porque los gastos funerarios son muy altos…


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Por Jesús Peña Fotos de Federico Jordán y Luis Castrejón

ANTE UN CADÁVER

El mexicano se ríe de la muerte, come calaveras de azúcar y consume grandes cantidades de películas norteamericanas que exhiben cadáveres, sangre, vísceras. Sin embargo, pocos de nosotros se han acercado a la realidad helada de una morgue y de un cuarto frío donde se guardan 24 cuerpos que nadie ha reclamado, posiblemente porque los gastos funerarios son muy altos…


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¡Tócalo, tócalo!¨, oigo que me dice Arriaga con esa su voz misteriosa, y a ratos chillona, mientras me alcanza los guantes blancos de látex. Las manos me están temblando, sudando y los nervios, como electrizados, no dejan que mis dedos embonen en los de las guanteletas elásticas. ¡Chin!, me desespero. ¨¡Tócalo, tócalo!¨, estoy paralizado, escuchando, como un cuchicheo, la voz de Arriaga, ¨¡Tócalo!¨, Salgo del trance del miedo y dejo avanzar mi índice enguantado hasta la masa gelatinosa y sanguinolenta que hay dentro de aquel cráneo abierto. No siento asco, ni repugnancia, pero hay algo que me detiene, que no me deja seguir. Alrededor de la plancha de acero veo algunas caras, tienen la vista fija en mis movimientos y se están riendo de mí, incluso la joven practicante de criminología que está aquí en calidad de observadora, como yo. Hace varias semanas que vengo a la morgue de Saltillo, para ver de cerca el trabajo que realiza el equipo del Servicio Médico Forense (Semefo) de la Procuraduría

General de Justicia del Estado (PGJE), y todavía no me acostumbro al olor a carne podrida que sale del refrigerador, donde 24 cadáveres, sin identificar (el cuarto frío tiene capacidad solamente para 12 cuerpos), esperan desde hace cuatro meses la orden del Ministerio Público, antes de ser enviados a la fosa común. Las condiciones para entrar aquí han sido duras: nada de cámaras fotográficas ni grabadoras y sólo he de presenciar las necropsias de personas que han fallecido de manera natural, nunca violenta, por razones de seguridad, me advierten en la PGJE. Esta vez, a falta de batas quirúrgicas, el departamento de Servicios Periciales de la Procuraduría me ha facilitado para ingresar a la morgue una sábana con un agujero en el centro por donde debo meter la cabeza, de manera que la manta me queda como un capote. ¨Nosotros aquí hacemos este truco…¨, comenta Arriaga. ¨¡Ya!¨, digo y retiro, rápidamente, mi dedo del cerebro expuesto, que es como una coliflor ovalada y llena de muchos surcos, marcados por la sangre que dejó la hemorragia cerebral. Respiro, exhalo y por un momento me siento reconfortado. Mis guantes han quedado manchados con la

sangre del muerto. ¨Con eso pensamos, con eso es con lo que pensamos¨, me dice Arriaga, Sobre la mesa metálica, delante de la cabeza del cadáver hay restos de masa encefálica, teñidos de sangre, y eso me hace pensar en los pellejos que el carnicero mete en la trituradora cuando sus clientes le piden un kilo de molida. ¨Cerebro: macerado¨, dictamina, guantes y cubreboca, el doctor Baldo y lo apunta en su block de notas. Le pregunto entonces qué es eso de ¨macerado¨ y me explica que es como una suerte de reblandecimiento del cerebro que se da por efecto de los medicamentos que la persona estuvo tomando para desinflamar la sesera. El prosector El doctor Baldo se refiere al cadáver desnudo que tiene delante, el de un hombre como de sesenta años, que ésta mañana trajeron del Hospital General, después de que falleciera, aparentemente, por un golpe en la cabeza. No se cuenta con sus generales y lo único que se sabe es que el señor se cayó o que fue golpeado, publicaron las tapas de los periódicos policiacos, por una turba de pandilleros en la calle.


De momento se presume que el señor es un indigente, por eso es que el perito Arturo Flores, después que Arriaga y Chuy han desnudado el cadáver, ha procedido a tomar con un aparato, que perece un rodillo, sus huellas dactilares. El rostro moreno del cadáver ha llamado mi atención, tiene una herida en los labios, un chipote sanguinolento en la parte superior derecha de la frente y conserva aún el rictus del dolor en el trance de la agonía. Ahora miro a Chuy, el prosector, el encargado de asistir al médico forense en la disección del cuerpo. Chuy tiene en las manos, metidas también en guantes quirúrgicos, un bisturí, con el que realiza una gran incisión en forma de T desde el tórax hasta el pubis y en segundos el muerto queda abierto en canal. A mí me viene la imagen de un aparador de carnicería. Ahora estoy viendo, estupefacto, cómo el bisturí, que presiento filoso, penetra en las entrañas del muerto, como en una barra de mantequilla. ¨Era fumador¨, observa Chuy y extrae de la cavidad los pulmones ennegrecidos del cadáver, para que los examine el doctor Baldo. Chuy, que no tiene título oficial de

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prosector y ha aprendido a abrir los cuerpos nomás viendo, dice que para considerar unos pulmones normales o sanos, deben de ser de un color como ¨rosita¨. La peste a cadáver descompuesto, que mana del cuarto frio de la morgue, impregna otra vez el ambiente. Arriaga , que es el coordinador de Servicios Periciales de la Procuraduría, me dice que se

trata de varias personas, entre indigentes y miembros de la delincuencia organizada, que han muerto en diferentes eventos violentos de la ciudad. Aquí permanecen, por ejemplo, a dos grados de temperatura los cuerpos de los calcinados en el puente Paso del Águila de Ramos Arizpe, que hasta la fecha nadie ha reclamado.

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El doctor Baldo le pide ahora a Chuy que le muestre el corazón y la perito química Guadalupe Reyna aprovecha para extraer sangre de éste órgano con una jeringa, misma que posteriormente llevará al laboratorio para verificar la presencia de drogas o alcohol. Afortunadamente hoy no ha sido para ella como en otras ocasiones, en que le ha tocado sacar sangre y orina de cadáveres descuartizados. ¨Cuando nos han tocado mutilados yo les he dicho a los muchachos, ¡nooooo!, hasta que ya lo armes en la plancha me acerco. Te da cierto… es normal, son cosas que te impresionan, aunque haya sido el más malo del mundo, yo creo que no merecía que lo despedazaran así¨. ¨A ver el hígado, a ver el vaso¨, ordena el médico a Chuy y la química vuelve a meter la jeringa, esta vez para captar orina de la vejiga y enviarla al análisis. El doctor Baldo dice que la causa del deceso fue un traumatismo cráneo encefálico, no se sabe si a causa de una caída o de un golpe con un objeto contundente. ¨Ya con eso, ¡vámonos!¨, suelta el médico y el equipo sale de la morgue detrás de él.

Chuy se dispone entonces a cerrar el cráneo, coloca el hueso en forma de media luna, que había cortado con la sierra eléctrica para descubrir la masa encefálica, y vuelve a su lugar el cuero cabelludo, que había cortado con el bisturí de oreje a oreja en forma de diadema, y arremangado hacia adelante a la altura de las cejas, y hacia atrás hasta el occipucio, en la parte baja de la nuca. Después lo veo coser con hilo y una aguja larga la incisión que hizo en forma de T al cadáver, desde el tórax hasta el pubis. Antes ha debido meter dentro de la caja craneana la masa encefálica que extrajo y que se parece a la molida que venden en las carnicerías. Mientras ejecuta esta operación de coser el cuerpo, imagino a Chuy remendando por la barriga a uno de esos muñecos de trapo que venden en las ferias, un muñeco de feria, pero de tamaño natural. Aquí estan ya, sobre la plancha Juro por Dios que no me he despertado con el deseo de que haya un nuevo muerto en la morgue para continuar mi crónica. ¨No, aquí no estamos esperado que haya trabajo, uno no quisiera trabajar aquí, en el

Semefo… porque es dolor, es llanto, es tristeza de la gente cuando vienen a identificar a sus seres queridos, se le quiebra a uno el corazón¨, recuerdo que un día de éstos me dice Arriaga. Y platica que una de las cosas que más le impresionan de su trabajo es ver tendido, sobre la mesa de disección, el cuerpo de un niño muerto en accidente o a causa de la violencia intrafamiliar Recuerda la historia de un pequeño de dos años y medio, que falleció debido a los golpes y el abuso sexual, reiterado, infringido por su padrastro. ¨Haz de cuenta que cuando estaba en la plancha oímos como que se le escapó un suspiro ¡aaaaah! Fue como si su alma hubiera descansado¨. Voy caminando por los jardines de la Procuraduría, rumbo al depósito de cadáveres acompañado de Chuy y Pancho, el más experimentado del equipo de prosectores (diseccionador), que ha accedido a mostrarme los cuerpos de un adolescente de 17 años, muerto en un choque de autos, y el de un hombre de treinta y tantos que fue encontrado sin vida, con signos de tortura, en un terreno baldío de la colonia Lomas de Lourdes.


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El olor a carne descompuesta de la morgue es tan penetrante, que se respira hasta la calle. Pancho dice que es normal que huela así, puesto que la morgue no es un restaurante ni una panadería. Chuy me cuenta que este olor no se compara, para nada, con la peste que despiden los muertos en estado de putrefacción, los que ingresan a la morgue agusanados y que él ha visto tantas veces tendidos en la plancha. ¨Te tienes que poner una mascarilla porque si no… no lo aguantas, se te revuelve la panza. No es igual que verlos en la tele, acá los miras en vivo con todos los gusanos, que hasta parece arroz¨. Por fin entramos en el laboratorio. Sobre dos planchas veo dos bultos cubiertos con sábanas blancas manchadas de sangre Encima de ellos vuelan varias moscas grandes y gordas. Pancho y Chuy están parados frente a una de las mesas y mientras espantan las moscas, descubren la cara de uno de los muertos, es la del ejecutado que yace sin ropa y con las marcas de la necropsia. El hombre, más bien joven, tiene el rostro amoratado, negro diría yo, y la boca muy abierta. En su piel se aprecian las manchas púrpuras que le dejaron los golpes propinados por sus victimarios. Fue traído aquí, me confía Pancho, con la cabeza enrollada en cinta canela y metida en una bolsa de plástico, torturado y asfixiado. El cuerpo tenía además un calcetín dentro de la boca. Pancho me dice que de un tiempo a la fecha, al menos en Saltillo, han cambiado las formas empleadas por el crimen organizado para matar a sus víctimas. ¨Últimamente es por asfixia, no están haciendo uso de las armas, los están torturando, los encintan y luego les ponen una bolsa. El calcetín en la boca… no sé si sea para que no griten o un mensaje, para que no hablen de más o porque hablaron. Anteriormente llegaban y los acribillaban, por lo regular, con armas de grueso calibre¨. Chuy me cuenta que cuando inició la época violenta de los enfrentamientos entre soldados y narcotraficantes, hubo días que la morgue de la ciudad llegó a recibir hasta 10 cuerpos, la mayoría jóvenes, de entre 15 y 18 años, destrozados por las balas. ¨ Ni se imaginan cómo quedan, yo creo que si supieran no se metieran en esto¨. En la otra plancha veo al adolescente de 17 años, que murió una madrugada cuando él y sus amigos regresaban de un baile en Rincón Colorado, a bordo de un Tsuru, y una camioneta los chocó de frente.

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El muchacho es fornido, de tez apiñonada y tiene molida la mitad izquierda del rostro, desde la nariz hasta la mandíbula. Parece como si en esos ojos abiertos se hubiera quedado grabada la imagen del terror que vivió justo en el instante del encontronazo. Esto me trae a la memoria un accidente carretero que me contó Arriaga y en el que el rostro de un conductor que pereció decapitado cuando su vehículo colisionó con un tráiler, quedó paralizado con la expresión de la sorpresa. ¨Con la boca abierta, donde ve que se le atraviesa el tráiler y ¡aaaah! Esa expresión se queda en su rostro¨. Y en eso estoy cuando oigo otra vez la voz de Pancho que me pregunta, señalando al adolescente muerto sobre la mesa de acero, si quiero tocarlo. ¨¿Lo quieres tocar?, ponte los guantes, tócalo,

tócalo¨. Yo me niego y al rato salimos de la morgue. Un oficio mal pagado Un día más en la morgue de la PGJE. Esta vez me encuentro ante el cadáver de un hombre de 77 años, que la carroza de una conocida funeraria de la localidad, porque en el Semefo no tienen ambulancia, acaba de traer del Hospital Universitario. El hombre tiene un tremendo golpe en la parte posterior de la cabeza, que se dio, según las primeras versiones, al caer de las escaleras de su domicilio. Rumbo a la puerta de salida del laboratorio veo tiradas en el suelo las ropas con manchas de sangre de las últimas víctimas de muerte violenta que han ingresado a la morgue para la necropsia de hoy, la necropsia de ley.

Arriaga me explica que las prendas estarán en resguardo de la PGJE por algún tiempo, mientras se realizan las investigaciones de rigor, pero que luego serán entregadas a los familiares de los difuntos. Sobre un gabinete veo también unos huesos empacados en bolsas de hule transparente y más allá un par de cráneos humanos que, después me explica Pancho, serán sometidos a pruebas de ADN para facilitar su identificación. Estoy frente al cadáver del señor de 77 años, que tiene la cara compungida y una barriga prominente, De pronto me ha entrado una preocupación que no me deja estar, porque antes de que me hablara Arriaga para avisarme de esta necropsia, me he estado comiendo unas gorditas de milanesa con papas, en un puesto callejero, y creo que ahora sí voy a vomitar.


¨Mira, tiene ojos de mapache¨, observa Arriaga, señalando los párpados morados del difunto. Esto quiere decir, expone, que el anciano murió de la hemorragia cerebral que le produjo la fractura de cráneo el golpearse la cabeza cuando cayó de las escaleras. La necro, que en esta ocasión realizará Pancho, está por comenzar. Antes el equipo del Semefo, médico forense, prosector, perito químico y Ministerio Público, realizan la inspección del cadáver. Arriaga, el coordinador de Servicios Periciales, hace las veces de fotógrafo y capta, con su pequeña cámara digital, el momento en que Pancho voltea de lado al muerto para revisar si tiene posibles lesiones en la espalda y las bajas extremidades del cuerpo, pero nada, sólo se ve el golpe, todavía sangrando,

que se extiende por la parte trasera de la cabeza. Arriaga me platica que es común que al colocar de lado a las personas que han fallecido de infarto, se les escape una que otra flatulencia fétida y el equipo del Semefo tiene que aguantar el olor. Pancho ha retirado ya el cuero cabelludo y ahora se dispone a cortar con la sierra eléctrica, la calota o bóveda del cerebro. Pancho me pide que me retire de la plancha y cuando coloca la sierra encendida sobre el cráneo del cadáver se suelta de inmediato una nube de polvo. Es el hueso molido, que de entrarme en la nariz, dice Arriaga, podría provocarme alguna infección. ¨Es una hemorragia cerebral¨, dice el

doctor Baldo, cuando Pancho retira, ¡crack!, con una espátula el hueso en forma de media luna y descubre el cerebro inundado de sangre. Ahora el médico le pide a Pancho que extraiga la masa encefálica para buscar el punto exacto de la fractura. ¨Aquí está, esto fue lo que lo mató¨, dice el forense, señalando una como rotura al interior del cráneo. ¨¡Tórax!¨, ordena el doctor Baldo y Pancho procede a abrir en T el cuerpo del anciano, que ha comenzado a chorrear sangre por el estómago. El forense explica que quizá se deba a que se ha reventado una úlcera, a consecuencia del estrés que padeció el paciente, aun y cuando estaba inconsciente en el hospital.

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¨Aunque estás inconsciente te estresas y empiezas a pensar ´híjole, no, ya valió, ya no salí de ésta´ y se te forman úlceras que luego se revientan¨. Pancho muestra ahora el corazón del anciano, en el que se ve la cicatriz de un infarto ocurrido años atrás y ¨con eso, ¡vámonos!¨, dice el doctor Baldo y todos, menos el prosector, abandonan la morgue. El doctor Jesús Barrera, otro de los miembros del equipo del Semefo, dice que a pesar de que el trabajo de los forenses, los peritos y los prosectores, es riesgoso, en Coahuila está mal pagado. ¨En Saltillo no se valora y sí, están mal pagados los médicos forenses y los peritos en general, muy mal pagados, tal vez a la mitad de lo que deberían ganar. Es un trabajo riesgoso y debería de ser mejor valorado, porque es una rama de la medicina que no cualquiera practica. ¨Al realizar la necropsia uno puede infectarse de los cuerpos contaminados, uno está trabajando con baterías que están todavía activas, al encerrarse en un cuarto para determinar la causa del fallecimiento de tal o cual persona

y estar abriendo tejidos, se despiden vapores y junto con los vapores bacterias, es posible contraer algún tipo de enfermedad¨, comenta Barrera. Lugar común, la muerte Una tarde nublada de noviembre me encuentro de nuevo en la morgue de la PGJE. Estoy en la sala de espera con el equipo del Semefo, comiendo de la bolsa de nueces peladitas que ha traído el doctor Baldo. La necropsia está por empezar y pasamos al laboratorio. Esta vez ha venido de visita un grupo de chicas, estudiantes de la Facultad de Jurisprudencia, para realizar una práctica de observación, como parte de la materia de medicina legal. El olor a cadáver echado a perder impregna la atmósfera y penetra mi cubrebocas hasta el fondo la nariz. Encima de la plancha veo el cuerpo inerte de un hombre -un campesino, me entero días después por los periódicos de sucesos, que murió en un accidente en la carretera a Torreón, cuando un tráiler se llevó de

encuentro al tractor en el que él viajaba como banderero. El hombre salió disparado y dio con su cabeza en las piedras, a orillas de la carretera. Y ahora está aquí, como dijera el vate Manuel Acuña, en la plancha del Servicio Médico Forense, tiene desprendido el cuero cabelludo, la cara ensangrentada. Aún lleva puesto su chaleco naranja con cintas verde fluorescente. Afuera del Semefo he visto a algunos familiares del muerto, esperando a que se lo entreguen para velarlo, mientras los abogados de la empresa para la que trabajaba el campesino regatean la indemnización. Evoco entonces la historia que después me contó Arriaga, sobre un hombre que por no tener dinero para sepultar a su mujer, con la que había durado 30 años de matrimonio, la abandonó en la morgue al grado de que sus restos fueron a parar a la fosa común. ¨Dijo que no tenía dinero para enterrarla, que no tenía ni un cinco y que él ya se iba, que el personal se hiciera cargo del


cuerpo. ´Oiga señor, su esposa…´, y él dijo ´deja checo nomás cuánto cobran en la funeraria, al rato regreso, al rato regreso´, y ya nunca vino por ella¨. Arriaga dice que antes de ser llevados a la fosa común, los cadáveres son depositados en bolsas de nylon, con una etiqueta de identidad en la que se describe el evento en el que se produjo el deceso, la edad aproximada del fallecido y sus señas particulares. Chuy, el prosector de turno, ha comenzado abrir el cráneo y una de las estudiantes, con una bata blanca de médica, prefiere voltearse hacia la pared para no ver. Sus amigas, que han entrado a la morgue con cámaras fotográficas colgadas al pecho, se disponen a hacer unas placas del cráneo abierto, pero Arriaga las ataja, les exige que borren las fotos que tomaron y guarden sus aparatos. Arriaga dice que ya no está permitido tomar fotografías en la morgue, desde que unos policías sacaron unas

instantáneas de los cadáveres y las subieron a las redes sociales. ¨Tiene un traumatismo cráneo encefálico¨, dictamina el docto Baldo sobre el cadáver y le ordena a Chuy que descubra el tórax. La estudiante, que se había vuelto para observar las maniobras, se aparta otra vez de la plancha y se vuelve hacia la pared. ¨Tiene las costillas fracturadas¨, dice Chuy, cuando ha terminado de abrir en canal el cadáver del campesino. En el techo del Semefo hay empotrado un equipo de grabación de video, que, según Arriaga, era utilizado para trasmitir en vivo las necropsias en la sala audiovisual de la morgue, cuando venían estudiantes de la Facultad de Medicina, pero que el equipo está descompuesto. Ni el corazón, ni el hígado, ni el vaso presentan anormalidad alguna, apunta en su block el doctor Baldo. ¨¡Con eso, vámonos!¨, dice como siempre y sale del Semefo. Al final sólo se han quedado las chicas,

Arriaga y yo, mirando cómo Chuy cose el cadáver. ¨¿Y a usted nunca le ha pasado nada raro?¨, cuestiona una de las estudiantes. Chuy responde que algunas noches que se ha quedado solo en la morgue, ha escuchado como que algo truena o se golpea en el cuarto frío, donde se conservan los 24 cadáveres que nadie ha reclamado ¨¿Y qué es?¨, preguntan las chicas asustadas. ¨Se quieren salir¨, responde Chuy y Arriaga y yo echamos a reír. Ha terminado, gracias al cielo, mi trabajo en la morgue, y a pesar de que han pasado algunos días desde que estuve en una necropsia por última vez, las imágenes de los cadáveres ensangrentados se siguen repitiendo en mis sueños, me cuesta comer y el menor ruido me sobresalta. A veces me pregunto, ¿por qué será? Y me digo que no hay razón para temer, si la muerte vendrá inevitablemente y como ellos se ven hoy, tal vez me veré mañana….

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VIDEÓDROMO

Desde Muy Muy Atrás

Es un primer borrador que se convirtió en película Nat Faxon y Jim Nash 2013

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Por Esteban Cárdenas

Desde Muy Muy Atrás es una de esas películas que se venden como novedosas pero no tienen mayor novedad. La cinta de Nat Faxon y Jim Nash es un coming of age bastante formulesco que no puedo evitar sentir haber visto antes varias veces, con distintos nombres. Desde la historia hasta el elenco, aquí no hay ninguna combinación de arquetipos “indie” que no hayamos visto antes en otras películas, incluso bastante mejores como Adventureland (2009), Allmost Famous (2000) y The Perks of Being a Wallflower (2012). Desde Muy Muy Atrás se siente como el Frankestein de todas estas cintas. Difícil de creer pues sus directores Nat Faxon y Jim Nash son los escritores de Los Descendientes (2011), una historia certeramente original que les valió en-

tre otros premios el Oscar a mejor guión. En cambio, a esta película solo le falta Michael Cera en el protagónico para ser un genérico “hit” indie. Desde Muy Muy Atrás trata sobre Duncan (Liam James) un adolescente inseguro que viaja junto con su madre (Toni Colette), el novio de su madre (Steve Carrell) y la hija de éste a su casa de playa. La situación es incómoda: no se lleva con su padrastro y menos con su hermanastra en potencia. A juzgar por su cara en la primera toma, sabemos que les espera un verano largo. Ya en casa de playa del novio, la tensión entre Duncan y el personaje de Steve Carrell empeora. Él lo humilla cada oportunidad que tiene, y Duncan tiene que encontrar algo que hacer todo el día. Consigue una bicicleta y eventualmente da con un parque acuático, en donde se hace amigo del gerente Owen (Sam Rockwell), un tipo laizez faire que lo ayuda a librar el verano y eventualmente

a encontrarse a si mismo. En los personajes excéntricos que trabajan en el parque acuático, Duncan encuentra una familia que no tiene en casa. El problema de Desde Muy Muy Atrás está en el guión. La combinación “parque acuático” e infidelidad no termina de cuajar, y la cinta nunca te atrapa. La actuación del primerizo Liam James está bastante bien, pero nunca encuentra la química necesaria

Radar

Suena a…

Por Esteban Cárdenas

escardenas@vanguardia.com.mx

Bill Callahan Dream River 2013

con el personaje de Rockwell, que se siente forzado y no da risa cuando debería de darlo. Esta es una película que en papel sonaba bastante bien, y que parece haberse quedado en su primer borrador. Era un pitch tan bueno que siento que se confiaron, y el resultado es una película de esas que ves en iTunes después de horas de ver el catálogo sin decidir y olvidas al día siguiente.

Bill Callahan es de mis compositores favoritos, y con su más reciente disco reafirma su posición en mi top 10. Callahan ha dicho que Dream River es un disco que compuso para escuchar cuando se acaba el día, intentando hacer “un disco perfecto para el fin de la jornada de una persona”. Haciéndole caso, justo termino de escucharlo ahora, y puedo decir que le salió bastante bien. Dream River es un disco que te deja descansar. La voz de Callahan siempre ha sido relajante, y en Dream River está en su mejor forma. La pro-

Smog ducción del disco corre a cargo de Erick Wolford, quien entiende perfecto la tonalidad de la música de Callahan y saca a relucir cada cuerda de la guitarra y su voz aguardientosa. A diferencia de su material anterior, las líricas son más introspectivas y menos fantasiosas. Dream River se siente como un autorretrato, un disco sincero y transparente sobre un tipo en paz con lo que es. Si bien no es mi disco favorito firmado por él, sí está en mis primeros cinco, y eso es mucho decir.

A River Ain´t Too Much to Love 2005

The Mountaingoats Tallahhasee 2002

Bonnie “Prince” Billy I see a Darkness 1999


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