Y a l o s 3 2 8 de s a p a r ec i d o s de C o a h u i l a
¿Quién los busca?
Tal parece que sólo sus familias que desde hace cinco años han unido sus fuerzas ante la indiferencia de las autoridades. Eso es FUNDEC, familias unidas que no cesan de buscar, exigir y esperar…
lunes 22 de diciembrede 2014 No. 457
L
a última vez que doña María Carmen Ramírez Ortiz vio a su hijo Armando, uno de los 328 desaparecidos que atiborran las listas de Fundec, fue en sueños. Era uno de esos sueños que suelen llegarle a ella algunas noches en que, con sobrado esfuerzo, consigue que sus párpados caigan rendidos por el cansancio de tanto buscar y buscar, aquí y allá, a su hijo perdido. Y esa noche, después de siete años de búsqueda incesante, Carmen creyó encontrarlo en aquella pesadilla. Armando, el hijo de doña Carmen, estaba sentado en un rincón de un cuarto oscuro y le sonreía, con una sonrisa triste. Le dijo que no se preocupara, que “estoy bien mamá” y luego que “¡ái vienen, no se asuste, ya saben que estoy
P o r Je sú s P e ña aquí con usté, no se asuste ni volteé!”. Carmen despertó sobresaltada, se sentó en la cama y dijo para sí “¡ay!, ¿dónde estás, hijo de mi vida?. Estás encerrado, ¿pero dónde? Estás en un cereso, en un cefereso… Te tengo que encontrar…”. A la mañana siguiente doña Carmen se levantó alterada, nerviosa, volada la cabeza. Apenas se arregló fue donde el Ministerio Publico: “¡hay que buscar en los ceresos y ceferesos!, hay que buscar, insistir, insistir…”, le soltó con grande agitación al licenciado. Que sí, que sí señora, le contestó éste como para darle la suave, pero nada. Es fecha que Armando, el hijo de doña Carmen, no aparece. A él y a su tío Pedro, el hermano de Carmen, se los habían llavado, ella cree, la
tarde del 12 de mayo de 2008, como a las 5:30, del Palacio Federal de Torreón, luego que se hubieron presentado allí para rescatar una máquina tragamonedas que unos inspectores le habían decomisado a su patrón por falta de papeles. De allí los levantaron, piensa Carmen, pero nadie vio nada y una muchacha que dijo que vio, que vio que los estaban torturando, ahora no quiere decir nada. La noche – madrugada de la desaparición en casa de Carmen, y de Romanita Ortiz Reyes, su madre, nadie durmió. Los niños de Pedro, el hermano de Carmen, empezaron a llorar, a gritar, pataleaban, se tiraban al piso… Carmen se tiró también como una loca gritando, gritaba que “¿por qué?”, que “¿por qué?” se los habían llevado. Cuando tuvieron la cabeza fría Car-
men y sus familiares fueron a las oficinas de Seguridad Pública para avisar de la doble desaparición, pero que no, que ahí no era, les dijeron, que tenían que ir a la Procuraduría del Estado, fueron a la Procuraduría del Estado pero no, que no era allí, que fueran al Poder Judicial, fueron al Poder Judicial y no, que tampoco y que mejor “váyanse a la PGR”, pero en PGR no los atendieron, no se miraba ni el guardia… Volvieron a casa, no durmieron, se la pasaron gritando. Amaneciendo salieron a buscar a Armando y a Pedro a los cerros. Alguien les había dicho “váyanse a la ‘Cuesta de la Fortuna’, que allí tiran cuerpos, el grupo delictivo que está trabajando va y tira cuerpos allí de gente que mata”. Y fueron al “Cerro de la Fortuna”, pero nada.
Anduvieron por cer pero nada. Anduvieron por cer durĂas del norte, pre
rros y cerros, parajes, tiraderos,
resos, ceferesos, semefos y procuraeguntando, preguntando... Nada”.
Otros que fueran por la “Cueva del Tabaco”, que allí han encontrado gente muerta. Y ahí van, Carmen, Romanita su madre, su esposo, sus familiares a buscar, a buscarlos. Anduvieron por cerros y cerros, parajes, tiraderos, pero nada. Anduvieron por ceresos, ceferesos, procuradurías y semefos del norte de Durango, Zacatecas, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León, preguntando, preguntando, llevando las fotografías de sus desaparecidos. Nada. De eso ya han pasado más de siete años y desde entonces doña Carmen no ha vuelto a ver su hijo Armando, como no sea en sueños, porque hasta ahora el gobierno no ha hecho ni hace nada por encontrarlos. Lo que a Carmen más la lastima es que este año en casa de los 328 desaparecidos de Fundec, seguirá habiendo lugares vacíos en la mesa de la cena de Navidad y en la rueda del brindis de Año Nuevo. Como sea que fuere, ella, lo mismo que el resto de los familiares de las víctimas de desaparición forzada en Coahuila, no ha dejado ni dejará de buscarlos.
...
Doña Mireya Villarreal Salinas dice que la última vez más que salió a buscar a sus hijos Luis Lauro y Jorge Arturo, fue hace como tres meses, cuando unos amigos de la familia le llamaron para avisarle que los habían visto afuera de un Oxxo, en Cuatrociénegas. Andaban en una camioneta con varios hombres de mala pinta, parecían como rehenes y tenían en el rostro esa expresión que deja el miedo permanente. Mireya telefoneó al MP para dar parte del hallazgo: que sus hijos, que una camioneta, que un Oxxo, en Cuatrociénegas y que a ver qué se podía hacer. Pero el licenciado se excusó con ella: que no, que “no hay permisos” de salida señora, que tenían que sacar el permiso con tiempo. “oye si supiera yo que ahí, chingao, iban a estar me voy y ahí los espero, que chingaos te vengo a avisar a ti”, lo paró en seco Mireya, colgó y se hizo a la carretera. Sabía que no los iba a encontrar, Cuatrociénegas está lejos de Saltillo. Después de cuatro horas de camino llegó al Oxxo, enseñando las fotografías de sus hijos desaparecidos, preguntán-
doles a los muchachos empleados de la tienda “¿oye no has visto a estos chavos aquí?”, y ellos que “sí señora”, que hacía como 40 minutos que se habían ido. Que le enseñaran, de favor, el video de la cámara de seguridad, pidió Mireya. No quisieron, que no “señora”, que no tenían permiso y que su jefe estaba hasta Monclova. Mireya se fue a Monclova, habló con aquel señor, le tiro la lagrimilla y él, impresionado, conmovido por la historia, llamó a los muchachos de la tienda para que le mostraran el video. De vuelta en Cuatrociénegas los chicos le metieron a un cuartito y la pusieron frente a un monitor. Mireya reconoció a los del video: eran ellos, sus hijos y preguntó que si “¿no vieron para dónde se fueron?”, y los chicos de la tienda que “no señora”. Pero sí, eran sus hijos los mismos a quienes unos fulanos armados, encapuchados y vestidos con trajes del ejército y de la marina, se habían llevado de su casa en la colonia Santa Verónica, de Torreón, la madrugada del 15 de junio de 2010. Llegaron buscando droga, “¡la droga!”, y se los llevaron. Que los iban a investigar, que “ahorita se los traemos señora”, le dijeron a Mireya. Hacía tiempo que Luis Lauro, el mayor, trabajaba como trascabista en una mina de oro de Chihuahua y Jorge Arturo, el más chico, de empleado en una fábrica de ductos para climas en Torreón. El chofer de un taxi con el número económico 12, y que ahora circula libremente por las calles de la Laguna, fue quien los puso, nadie sabe por qué y el gobierno, como siempre, no investigó, no ha investigado. Eran como ocho cabrones y se los llevaron en una Cherokee y en una Windstar. No eran camionetas nuevas, eran ya viejas, sin placas. Mireya alcanzó a verlas cuando salían de la cerrada, pero sus hijas no la dejaron salir, que nos los siguiera, que la iban matar “mamá” y ella piensa que sí, que sí la hubieran matado, de ver que iba atrás de ellos la hubieran matado fácil. Desde aquella noche Mireya comenzó su propia búsqueda. Se salía al monte, como loca, a gritarles. Se metía a buscarlos en bodegas viejas, abandonadas, pero nada. De repente entró una llamada en su celular, era el número de su hijo Luis Lauro y cuando Mireya creyó que es-
cucharía su voz, ningún sonido salió por el auricular y ella gritó “hijos yo sé que son ustedes, le pido a Dios que le abra el corazón a esas personas, que los suelten o que me dé la cara ese hijo de su pinche madre que se los llevó”. Esto se repitió casi todos los días durante meses. Pero las autoridades todavía no han podido averiguar el sitio exacto del que provenían esas llamadas. Cierto día Mireya recibió un telefonazo de una amiga suya de Torreón. Que acababa de ver sus hijos dijo “oye acá andan tus guapotes, en una troca verde cabina y media y están con unos viejos”. Mireya habló a la Fiscalía para re-
portar el hecho, pero le dijeron que no, que el MP no tenía permiso de salir, que no tenía ni en qué ir, que no había helicóptero y que la madre, que se fuera a la PGR y en la PGR que “vamos a ver qué señora”, pero nada. A los tres días le habló el PM para decirle que iba a Torreón, a confirmar con la amiga de Mireya si sus hijos andaban allá. Al rato el MP le habló a Mireya de Torreón que “señora”, su amiga, la que le había dado el pitazos de la presencia de sus hijos en Torreón, no estaba en casa, la habían levantado con sus tres niños y su esposo. Mireya se alteró, que quién culpa-
ban le dijo “si nomás usted, mi amiga y yo sabíamos, ¿dónde está la mierda?, ¿quién es el delincuente aquí, nuestros hijos o ustedes gobierno?”. Y el gobierno que no busca, que no hace nada para encontrar a los 328 desaparecidos de Fundec, porque a ninguno ha encontrado el gobierno ni vivo ni muerto y no son 43. Desde entonces para las familiares de los desaparecidos lo mismo es Navidad que los cumpleaños, que el Año Nuevo, que el Día de la Madre, del Padre de todo. No hay festejos. Todos los días son iguales. Porque en lugar de festejo es dolor y que toda la gente a tu alrededor ande
comprando emocionada, haciendo fiestas, rompiendo piñatas, duele, duele eso. Pero más duele que el gobierno no los busque, que no los encuentre. Y sí las familias de las víctimas vienen de lejos para reunirse con Rubén Moreira, el gobernador de Coahuila, en su oficina de Palacio. Y sí, los escucha, que “sí”, que “sí”, que “sí” y que ‘sí se va a hacer, ¿qué quieren?, ¿usté quiere esto?”, se amarran acuerdos, pero nada. Y ahí está el señor gobernador, en su silla, escribiendo en su celular, tomando café… Y Mireya reclamándole, golpean-
do la mesa “¿necesitamos ser sus sobrinos para que nos hagan caso?, ¿o en qué categoría nos tienen?”, y Moreira que “ok, muy bien, gracias”, y ella que “cuáles gracias si todavía no acabo, por qué me está diciendo gracias, si todavía no acabo de decirle lo que le tengo que decir”. “En definitiva el gobierno no tiene madre”, piensa Mireya cada vez que va a Palacio a las dichosas audiencias. Las familias mismas de Fundec ya le han dicho al gobierno que les den armas, que los capaciten, que les den chalecos antibala, “las troconas que ustedes traen, nosotros vamos a buscarlos”.
…
Un día don Arturo Rojo, el padre de Vicente, otro de los 328 desaparecidos de Fundec, decidió suspender su propia búsqueda. Se cansó de buscar.
Tres meses dejó de buscar a su hijo, pero la conciencia no lo dejó a él. Un día pensó que debía reanudar. Lleva cinco años ocho meses buscándolo. No lo ha encontrado. Y cada vez que viene a Saltillo para juntarse con sus compañeros de Fundec, tiene que mentir, tiene que decir a sus nietos, los hijos de su hijo Vicente, una mentira piadosa, “sí hijo, ya nos dicen que a tu papá lo van a encontrar”, pero nada más es hacerse tonto solo, como le dice su mujer, pero es para llenarles un poquito el corazón a sus nietos con la mentira piadosa de que su papá ya va a llegar. De vuelta a su casa en Ecatepec, Estado de México, a don Arturo lo reciben los reproches de su señora, que ya está harta de que el gobierno nomás les dé atole con el dedo: “deberías de decirles a los del gobierno que no se hagan pendejos, que ellos ya saben todo” y que
“tú nomás te vas a hacer tonto, te ven la cara de tonto”, le dice. Pero don Arturo no ceja, sigue buscando, porque quiere encontrar a su hijo Vicente, a quien no ha vuelto a ver más que en sueños. Una noche lo soñó, se soñó junto a él, que iban corriendo, que alguien los andaban correteando y que don Arturo le decía “vente mijo, vente por acá…”. Vicente, el hijo de don Arturo, es uno de los 12 vendedores de pintura de Ecatepec, que en marzo de 2009 fueron levantados, se cree, por policías, en Piedras Negras. Eran 12 trabajadores y andaban en tres camionetas, ofreciendo cubetas de pintura casa por casa. En el momento en que uno de los vendedores telefoneaba a su mujer en Ecatepec para avisarle que ya le había depositado el gasto de la semana, una de las camionetas, la misma en que
viajaba Vicente, el hijo de don Arturo, fue interceptada por unos patrulleros, “espérate, que nos están parando unos policías”, fue lo último que dijo aquel vendedor a su mujer y de ahí no se supo más nada. Pero como que algo ya presentía don Arturo el día que su hijo fue a su casa para despedirse de él y él le dijo que no se fuera y Vicente, su hijo que “no pa, ya nomás este viaje y ya, ya le voy a parar pa”. Después don Arturo, junto con las familias de los otros 11 desaparecidos, andaban hasta en la televisión, en el programa “A quien corresponda”, con Garralda, pero les dijeron que no, que “¿saben qué?, no, la mera verdad no, tenemos que tener un permiso de la Procuraduría para sacar eso. No sabemos el riesgo que vayan a correr esas gentes” y que se fueran a la Procuraduría.
Y se fueron a la Procuraduría. Les tomaron la denuncia. Como a los 20 días regresaron y les dijeron que… pos la mera verdá el problema había sido en Coahuila y que tenían que ir a Saltillo, porque a ellos no les correspondía y nomás les habían levantado el acta por tener una atención con ellos. Se fueron a Coahuila donde en seis años a don Arturo le han cambiado de Ministerio Publico seis veces y es puro dar largas al asunto de la desaparición de su hijo, empezar de vuelta y el gobierno que no lo busca. Don Arturo y su mujer se han hecho viejos esperando el regreso de Vicente, los dos tienen diabetes y han bajado más 20 kilos cada uno, porque estas cosas acaban, esto te consume. Pero no importa, todo lo que quiere Arturo es que su hijo, donde quiera que esté, sepa que él lo anda buscando, porque hace falta en casa… Pero parece ser que otra vez este fin de año, la silla vacía en casa de don Arturo a la hora del brindis, será la de Vicente y don Arturo dirá como cada noche de fin de año “señor donde quiera que esté mijo dale un taco, protege a mijo señor…”. Pero la gente es insensible, no entiende el dolor de las familias de los 328 desaparecidos de Fundec.
…
Se pueden compadecer de ellos, sí, pero no saben del dolor. Se lo restregó Lourdes Herrera, la esposa de Esteban y madre de Brandon, extraviados en 2009, al ex gobernador Humberto Moreira, un agosto que salía de un bautizo en la catedral y ellos, los de Fundec, se plantaron para esperarlo. “Desgraciadamente profesor usted jamás va a sentir este dolor que yo siento, porque claro que usted jamás va a ser tocado. Ni usted ni los suyos”, le dijo Lourdes. Dos meses después lo vio en un noticiario de televisión. Estaba demacrado, abatido, llorando, cuando las cámaras lo captaron afuera de otra iglesia, a la salida de una misa de cuerpo presente, la de su hijo Eduardo, muerto por el crimen organizada en Ciudad Acuña. A Lourdes no le dio gusto, le dio tristeza ver a ese hombre abatido, derrotado, partido. No le dio gusto, de veras, le dio pena por él, por el dolor de la madre del muchacho.
Pero la gente suele ser insensible a ese dolor y a Lourdes francamente le da rabia cada vez que las familias de Fundec salen a las calles a manifestarse y las lideresas del PRI les gritan, les avientan los carros encima, les dicen viejas locas, compradas, pinches y que “¿cuánto dinero les está pagando el otro partido, viejas malditas?”, y que “sus hijos eran delincuentes, por eso les pasa lo que les pasa”, pero que “¿cuánto les pagó el PAN, para que vengan a ofender a nuestro querido Gobernador”. Ellas no saben de este dolor y lo único que Lourdes quiere es que cuando regrese su niño se sienta orgulloso de ella y diga “tengo una mamá fuerte, valiente. Mi mamá me buscó, me esperó. Mi mamá en el frio, en el calor, bajo el sol, bajo la lluvia, mi mamá pasó hambres…”. Pero es inútil, la gente no entiende su dolor, tampoco ella entiende por qué esa mañana del 29 de agosto de 2009 se llevaron a su esposo Esteban, jefe de seguridad y custodia en el Cereso Varonil de Saltillo, a su hijo Brandon, de ocho años, y a sus cuñados Gualberto y Gerardo, justo cuando circulaban en un Malibú rumbo al aeropuerto Mariano Escobedo, por la carretera Saltillo – Monterrey. Unos dijeron que se había tratado de un accidente automovilístico; otros que no, que tres vehículos habían rodeado al Malibú y hombres armados y encapuchados se habían apostado alrededor del carro. Pero nadie supo nada y hay muchas versiones. Esteban era el encargado de los traslados, de las revisiones, de los internos y de los trabajadores del penal. Tenía a su mando los tres turnos, pero todo tranquilo, ni amenazas ni nada. Iban a fiestas, al cine con Lourdes y sus dos chicos. El único recuerdo que a Lourdes le quedó de su familia fue un tenis de su esposo Esteben, puesto encima del escritorio del coordinador Antisecuestros. Apenas vio el zapato de Esteban en el escritorio Lourdes se puso muy mal, se tiró al piso como loca, gritaba, lloraba… Pidieron que la sacaran. Pensó que en ese momento la llevarían al hospital y luego “¿si ya está muerto mi esposo?”, pero no. Desde entonces Lourdes casi se mudó a vivir a la Procuraduría del Es-
tado y se dedicó a recorrer rancherías y rancherías llevando las fotografías de su hijo Brandon, con la esperanza de que sus captores lo hubiesen dejado en casa de alguna familia, pero nada. Y el gobierno que no los buscó, que no los busca y lo único valioso que obra en el expediente de la desaparición de Esteben y de Brandon, el esposo e hijo de Lourdes, es su declaración, la de Lourdes. Y sí los expedientes siguen creciendo, están gordos, pero con puros oficios y oficios, girados y repetidos para tales dependencias y todas contestando lo mismo: que van a investigar, pero nada. Seguido Lourdes va donde el ministerio público para preguntar por su caso, que “¿qué pasó?”, que “¿qué han sabido?”, que “¿dónde están buscando?”, que “¿qué han investigado?”, y el ministerio público que no, “no señora, todavía nada”, que “siguen investigando mis muchachos, la gente, los traemos movidos”, pero nada. Lourdes no se ha cansando y dice que va a seguir allí como los pájaros que pican, pican hasta que molestan y a ver a qué horas se mueve ese monstruo del gobierno, porque una madre nunca va a fallar, sólo muerta. Hace apenas cuatro días, el viernes 19 de diciembre, que Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fundec), cumplió cinco años de haber salido a la luz pública, de ha-
berse visibilizado. Lourdes dice que no tiene nada que celebrar: “¿un hogar destruido, un hogar perdido, el dolor en tu corazón, una herida que no sana?”. Y sí, los de Fundec, se reúnen con el gobernador Rubén Moreira, en su despacho de Palacio, y sí, él demuestra compromiso, que están trabajando y todo su rollo. Antes Lourdes le hubiera creído, cuando creía en la justicia, en las autoridades, pero después de que le pasó lo que le pasó, se dio cuenta de que no, “de que todo es una farsa, una burla, un mugrero, de que la justicia no existe, de que es una pantalla…”.
....
Quizá no para los nietos de Adriana Moreno, la mamá de Adrián, otro de los 328 de Fundec, desaparecido el 11 de mayo de 2009 en Francisco I. Madero, con dos personas más, que éste año, como hace cinco, le han pedido a Santo Clós, que regrese su papá. Se lo piden en sus oraciones, a la hora de comer, a la hora de dormir. No han perdido la fe. Y Adriana que no, que no olviden a su padre “hijos”, que no olviden su voz, su risa, su olor, su físico”, que “no olviden hijos, porque en el momento en que ustedes no hablen de él lo estamos desapareciendo nosotros”.
Las familias mismas de Fundec ya le han dicho al gobierno que les den armas, que los capaciten, que les den chalecos antibala, “las troconas que ustedes traen, nosotros vamos a buscarlos�.
Y si viera qué difícil es cuando los nietos de Adriana le preguntan que por qué “papá se fue”, que “¿cuándo va a volver?”; y ella les contesta que no, que “tu padre no te dejó hijo”, que no está así porque él quiera, está desaparecido, que “no sabemos dónde está”, y que sólo hay que pedir. Aquel día funesto en la memoria de su madre y de sus hijos, Adrián había viajado desde Tijuana, su tierra natal, acompañado de otro trabajador, José María Plancarte, y de su patrón, Ever Eusebio Reveles Ramos, el dueño de una agencia de importación de autos, para dejar un coche y recoger la vieja panel que la esposa de éste último había encargado en casa de unos familiares, en Francisco I. Madero. Era Semana Santa. La noche que salían de Madero rumbo a Tijuana, Adrián y sus acompañan-
tes aparcaron con la panel en una gasolinera del barrio de “Santo Niño”, iban a cargar combustible y comparar algunos víveres para el camino. Eran como la 1:00 de la mañana. De ahí nadie volvió a saber nada de ellos. 10 días después los familiares de Ever, el patrón de Adrián, encontraron la panel abandonada en un ejido, a 10 minutos de Madero. Tuvieron temor de acercarse al auto, pensando que los muchachos podían estar ahí dentro, pensando lo peor, pero no había nadie. Adriana vino desde Baja California para buscar a su hijo desaparecido, lo buscó por todo Madero, por los ejidos, por los caminos, pero nada. Luego se supo, gracias a las investiga-
14 SEMANARIO/ VANGUARDIA Lunes 22 de Diciembre de 2014
ciones emprendidas por los propios familiares de los desaparecidos, no por las autoridades, que unos policías de Madero metidos a halcones, habían andado en la panel los días posteriores a la desaparición de Adrián y sus compañeros. Cinco meses después, los familiares de las víctimas consiguieron que las autoridades declararan a uno de los halcones, encerrado, por otros cargos, en el penal de Nayarit. En su declaración el hombre dijo que sí, que él traía la panel, que se la había dado su jefe y que él era un halcón, así lo dijo, que era un halcón. Y allí paró todo. El gobierno no investigó más, no hizo nada. En su búsqueda incansable, Adriana visitó muchos ceferesos y se dio cuenta que en este país a los delincuentes había que tratarlos con pincitas si quería
sacarles algo, si quería que la recibieran, si quería que no la mandaran al carajo, “yo no hablo con usté y adiós”, y se dieran la media vuelta. Más tarde y por las pesquisas de las familias se logro dar con los números de las últimas llamadas hechas desde el celular de Ever, el patrón de Adrián, por sus captores, dos horas después del levantón. Dos resultaron ser de las queridas de los malandros, hoy muertos; el otro de un policía, sí era un policía, porque se oía el ruido de un radio transmisor como el que usan las patrullas. Y ahí paró la cosa, las autoridades no investigaron más, nadie hizo nada. A pesar de eso los nietos de Adriana no pierden la fe y este año, como hace cinco, volvieron a pedirle a Santo Clós que les traiga a su papá…
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