EDICIÓN ESPECIAL VANGUARDIA | lunes 20 de abril de 2009 | No.167 | www.semanariocoahuila.com
Periodismo de investigación
¿qué transa con
las bandas?
Si las esquinas de la ciudad hablaran, éstas serían las historias que sonarían a ritmo de paseo vallenato, cumbia y hip-hop
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por jesús peña fotos: miguel sierra / daniel becerril Video: esteban cárdenas Diseño y web: oscar de la rosa
sas sombras que hacen palpitar las calles cuando la tarde está por caer tienen nombres y están organizadas. De 300 bandas que eran hace unos años, ahora se cuentan más de 700. Cada una es el retrato fiel de su barrio. Son ellos, los chundos, los cholos, los malandros, los protagonistas y narradores de esta historia, quienes abren a Semanario las puertas de otro Saltillo. Desde su territorio, cinco bandas relatan en crudo sus vivencias; hablan de cuando vieron caer a sus compas, de cuando les cayó la tira, de sus vicios y también de sus creencias y de sus alegrías. Es la crónica de las vidas que han encontrado en la calle un hogar y en la pandilla una familia. *Ésta es una edición especial, busca tus secciones favoritas la próxima semana.
CONTENIDO Coyotes de la Centenario Destroyers de la Pueblo Ladies 13 de la Saltillo 2000 Wong de la Centenario Papuchos de la Vistahermosa Los 10 Mandamientos Con más power que antes...
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SEMANARIOCOAHUILA.COM Video: Una noche con Los Pelones de la Mira. Entrevista: “El Panda” pide respeto para las bandas. Diccionario: Las 33 palabras de su código. Fotogalería: 88 retratos urbanos. ¿Quién es quién?: una lista de las clicas más bañadas. Lunes 20 de abril de 2009 | semanario |
Somos gente que si tú, por ejemplo, nos pides un paro, te lo hacemos”.
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a cicatriz que “El Comino” tiene a mitad del estómago no deja lugar a dudas: para ser de “Los Coyotes” de la Centenario hay que ser entrón, porque así lo dictan las reglas no escritas de la banda y él lo sabe bien. No por nada se enfrentó con cinco malandros la otra noche que subió al Oxxo de la colonia Lamadrid y le dieron fierro. “Pensé que eran estos batos (Los Coyotes), llegué y los saludé, pero eran Los de Barranca, me querían tumbar, no me dejé, me prendí. Un bato me dio un fierrazo y pos ¿qué?, valió verga”. Con la playera empapada en sangre y sudando frío “El Comino” regresó al barrio para ir por los de su clica y al rato todos subieron en manada. “Fuimos a hacerles un desmadre”, aquella cuchillada dejó al “Comino” tumbado tres meses en un hospital, pero vivió para contarla. Y qué se le va a hacer, si así son las reglas de la banda y al que no le guste que le gane pa’ otro barrio: “No culear, no tener miedo cuando vas a una riña, enfrentárteles, irse sobre ellos. ¿Me entiendes? Si tú joteas pos no ‘córrelo, este güey no sirve pa la banda’”, el que habla es un bato de cabeza rapa, playera larga y pantalón guango, a quien la pandilla conoce hace más de 12 años con el alias de “La Laga”. Esta noche “Los Coyotes” se han reunido en las gradas que conectan a la calle 2 Abril con el bulevar J. Mery, de todas su guarida favorita. Han venido como 30, entre muchachos, chicas adolescentes, niños y niñas que no pasan de los 10 ó 12 años. “Son morríos que les gusta andar en el desmadre machín. Hay veces que los corremos; ‘no ¿sabes qué güey? gánale, porque ya es bien tarde’ o porque hay mucha loquera, vicio”. Y es que andar en la banda no es un juego de canicas o un partido de fútbol callejero, andar en la banda es la neta, dice “El Nacho”, uno más de la pandilla a quien el orgullo le hace relatar una noche en que “Los Coyotes” fueron atacados por otra pandilla del barrio. Esa noche regresaban de un baile, se apostaron para retozar en una de sus esquinas, dos de ellos se habían adelantado para comprar unas cheves, cuando:
Aquí nadie te obliga (al resistol), el que quiere, quiere y el que no, no”. La Laga
“¡Pun!, que les echan un carro encima y luego una moto y los agarraron. Ya salimos, y ‘no, calmado’, eran un chingo, nosotros bien pocos y no pues metedera de casas. Los güeyes esos andaban hasta en los techos, quebrando vidrios. “Nos traían bien machín con fierro, cuchillo. Salimos corriendo, fuga para el bulevar, donde nadie nos viera. Ese día de un batazo tumbamos a uno de una moto, áhi cayó, pero sabíamos que si agarraban a uno de nosotros ése iba a marchar”. – ¿Hay mucha loquera? – Responde “La Laga”: “Todos no, el que quiere y el que no, no. Aquí nadie te obliga. La gente nos ven acá todos malandros y dicen ‘mira ese pinche malandro, hazte pa’ aca, te va a robar’, pero no, así nos vestimos porque nos gusta, somos buenas gentes. A veces los malandros tiran paro más chido que otros güeyes”. En la guarida de “Los Coyotes”, donde nomás la noche, con su escolta de sombras y rumores se atreve a entrar, la banda ríe, aúlla de euforia y despliega sin delicadezas su lenguaje crudo. Acá los morritos, revueltos entre la clica, allá las parejas de novios que se han conocido en la pandilla, abrazadas, recargadas en una barda que muestra en sus pintas el calibre de la banda que ha sobrevivido en la colonia Centenario por más de un cuarto de siglo. “Cualquier güey te azorrilla aquí, llegan ‘no, cámara, porque ahí están esos güeyes’, ‘al tiro porque ahí se juntan, no pases por ahí, prohibida la entrada’”, “Se siente con madre porque ya te tienen bien reconocido: ‘ira ese güey es de Los Coyotes’, se siente chido que reconozcan a la banda”, profiere “La Laga” a toda voz. La luz ámbar de las farolas no logra develar su rostro. Con ayuda de Carlos Alejandro Espinoza Domínguez, “El Panda”, y su equipo de trabajo, quienes se encuentran realizando una investigación que abarca a 80 pandillas de la ciudad, es que conseguimos penetrar en la madriguera de Los Coyotes, donde, según sus miembros no hay niveles, ni jerarquías, sólo familia. “Cada quien se manda solo, no hay líder, no hay quien mande aquí, seguirán a uno porque es el más vena o no sé, el más verguía de la toda la banda, al que le guardas más respeto”, explica “La Laga”. Algo ha despertado la inquietud de la pandilla que interrumpe la entrevista y nos obliga a salir huyendo de la guarida, se trata de otra banda que dos calles abajo mientan la madre a chiflidos y amenazan con subir a buscar bronca. “Cuando buscamos es que le pusieron a otro de aquí del barrio o a veces porque ‘no pues ¿saben qué?, dos, tres de aquí traen ganas de pelear, vamos pa bajo’”, cierra “La Laga”, mientras la clica prepara la ofensiva. Lunes 20 de abril de 2009 | semanario |
Unos trabajan, otros estudian y otros nada más tirando barra de güevones”.
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El Califa
i el hermano de “El Chancho”, un camarada de la banda “Los Destroyer”, se hubiera encomendado a la Santa Muerte antes de salir, no le hubiera explotado la bomba de gasolina en aquel encontronazo de la banda con los Chicanos. “Fue el día que bajaron aquí y nos fuimos hasta la loma. ¡Hubiera visto!, aventaron una bomba de gasofia y le explotó a uno de los juniors, se quemó la espalda el bato”, cuenta “El Califa”, un muchacho que lleva en la cabeza un pañuelo azul, arete, piercing en los labios y ropas holgadas. Si cuando menos el hermano de “El Chancho” le hubiera puesto una veladora, unas manzanas, sus cigarros o una botella de vino, en el altar que la banda le ha levantado en la casa de “El Cristo”, tal vez no estuviera herido. Así lo cree “El Cristo” a quien no le da miedo toparse con las bandas más pesadas del barrio, porque sabe que su clica, “Los Destroyer” de la Pueblo, tienen paro con la muerte. Por eso es que jura nunca deshacerse del cuadro con la imagen la Santa que su hermano, el que está preso en el penal, le regaló hace como dos años. “Le aviento su oración, que cuide a mi familia, a mi clica, a mi gente y que le calle el hocico a todas las pinches viejas habladoras...”, suelta a boca de jarro. A ella, la muerte, es que “El Cristo” debe el milagro de haber salido vivo de los frentazos con las bandas enemigas, como en la noche en que se bronqueó con “Los Parranderos” de la Isabel Amalia. “Estábamos pisteando y unos batos le andaban poniendo al carnal y yo le hice una esquina, me llevé un perro bullterrier y gracias a la Santísima no nos pusieron.
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“Me dieron unos tubazos y unos fierrazos, pero, nomás fue un rozón leve”, platica El Cristo al tiempo que se alza la playera y deja al descubierto una cuchillada entre las costillas. Esta noche nos hallamos en el cantón, en su cantón, donde “Los Destroyer”, una treintena de adolescentes que no rebasan la mayoría de edad, se han reunido para echar cotorreo con las Fashion 13, una media docena de quinceañeras recién iniciadas en el mundo de las pandillas. Un día antes Carlos Alejandro Espinoza Domínguez, “El Panda”, habría hecho las gestiones para que la clica nos abriera las puertas de ésta que ha sido su guarida desde que decidieron llamarse “Los Destroyer”, después que cambiaron las peleas de perros por las de batos y tuvieran que vérselas con la ley, como el día de la bronca con “Los Inquietos”. “Que llegan los polis, nos rodearon, a mí me corretearon a pincel. Caímos aquí, la gente les dijo ‘no pos ahí se meten’, les valió y se metieron, yo me hice el dormido y me dieron unas cachetadas, nos sacaron a macanazos, ‘todos tírense al suelo’, decían”, narra otra vez “El Califa”, que presume de ser el más fichado, – ¿A que se dedican los Destroyer?– “Unos trabajan, otros estudian y otros nada más tirando barra, de güevones”. Ahora se han apiñado todos en un sillón de la guarida donde entre risas y proclamas posan para la cámara haciendo señales con los
dedos de las manos, al puro estilo de las maras centroamericanas. “Son las letras del abecedario, así nos comunicamos, también con el chiflido”, suelta “El Califa”. – ¿Qué significa tu vestimenta? – “El pañuelo es tu barrio, barrio azul, somos mexicanos; las gafas son la triste locura de un cholo, cuando alguien está deprimido se las pone; los pantalones, son la ropa humilde de un cholo; el rosario, es la firmeza, que se andan peleando, nadie que se arrane, todos firmeza”. Las notas de un rap provenientes de un celular suenan en la guarida de paredes moradas y en las que la banda ha pintado la figura de una charra mexicana. “Significa el orgullo”, ataja otro camarada apodado “El Loco”, al tiempo que detrás de unas cortinas surge doña Josefina Puebla, mamá de “El Cristo”. “Le doy el apoyo a toda la banda porque son amigos de mis hijos y los amigos de mis hijos, son mis amigos”, dice la mujer, mientras desde la calle se escucha un alboroto de gritos y rechiflas que presagia otro pleito de “Los Destroyer” con “Los Inquietos”, “Los Panchos” de la Espinoza Mireles o “Los Parranderos” de la Isabel Amalia. “Nacimos pa’ morir”, dicen “Los Destroyer” a coro y se lanzan a la calle.
Las gafas son la triste locura de un cholo, cuando uno está triste se las pone”.
El Califa
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Las cholas no lloramos, ya aprendimos que no hay que llorar por los vatos”.
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a noche en que a “La Chola” le abrieron la ceja de una pedrada en una riña de pandilleros de la colonia Nueva Tlaxcala, supo, a sus 12 años, lo que era escoger entre ser niña buena y una vándala de barrio, como ella dice. “Es que haga de cuenta que cuando empezó todo esto de los sureños, los de la banda dijeron ‘somos barrio sureño’, y yo les dije ‘no pos me quiero hacer sureña’. Yo iba caminando como si nada y en eso una morra me agarró por detrás y nos peleamos. Entonces se dejaron caer otros y aventaron riscazos y me dieron con una piedra en la ceja”. Su destino estaba escrito, sólo así se explica cómo desde niña es que empezó a juntarse, a pesar de los regaños de su jefa, con “Los Pachucos” de la Nueva Tlaxcala, otros bandones del barrio y últimamente con las “Las Ladies 13” de la Saltillo 2000. “No me deja mi jefa, me surte a cachetadas porque no le hago caso. Dice que no quiere que me haga vándala, ya nací así, ¿qué me hace?, ya no me lo va a quitar, correteada ya estoy”, replica. Y parece que a “La Wesi”, una de las fundadoras de “Ladies 13”, no le extraña ni tantito, porque a ella lo de ser chica banda le viene de abolengo, confiesa. “Tuve primos en ‘Los Vampiros de San Isidro’, ellos me llevaban con la banda y me enseñaron esto”. Tanto que antes de salir de la primaria “La Wesi” ya se había graduado con honores en las esquinas y madrigueras de “Los Safaris”, “Los | semanario | Lunes 20 de abril de 2009
Calavera” de la 5 de Mayo, “Los Trolas” Bella, “Cayucos”, “Coyotes” y “Momias”. “Yo desde que tenía siete años me he juntado con banda. ‘Los Safaris’ se juntaban en un riel y ahí la cotorreábamos, ellos tomaban, hacíamos fiesta. “Bajábamos y ‘Los Safaris’ se agarraban con ‘Los Azules Sureños’, pero yo no me ponía de parte de nadie, porque les hablaba a todos. Era bien gacho, se agarraban a cintarazos y muchos quedaban ahí casi muertos y yo entre la bola, nomás viendo”. Es otra noche. Esta vez hemos venido hasta las entrañas de la colonia Saltillo 2000 , justo a las afueras de la casa de “La Kevin”, donde suele juntarse una banda de 17 chicas de secundaria, cuyo nombre, “Ladies 13”, ya ha comenzado a sonar por el barrio. – ¿Porqué 13? “13 de mexicano, la M de México, que en el abecedario es la número 13. Las Ladies 13, pura sureña”. – ¿Cómo?– “Que somos del barrio, que tiramos pa’ arriba”, la que habla es “Kevin”, una cholita baja de estatura, cabeza cubierta con un pañuelo azul, top negro, pantalón guango blanco y converse. “Kevin” ha decido ser la puntera en esta entrevista y cómo no, si tiene la autoridad para serlo si para entrar a la banda tuvo que elegir entre aventarse un tiro con dos de las ‘Ladies’ más cabronas; que ‘Las Ladies’ le dieran tres patadas en el trasero; o una chinga entre todas durante 13 segundos. Más allá sus camaradas “Los Saicos 13”, con quienes esta banda de mujeres comparte ideales
y territorio, resguardan el barrio, mientras que hechos bola en mitad de la acera se rolan varias caguamas. En medio del tropel de voces y música de hip-hop “La Kevin” sale a la defensa del movimiento recitando de memoria una proclama que recién aprendió en la universidad de la calle: “No sólamente somos drogos o criminales, somos todo un movimiento cultural único, somos la resistencia de los valores de la sociedad mexicana y del imperio gringo, somos arte diferente, ropa diferente y propuestas diferentes”. Algo que seguramente nunca entendió “El Tito”, su primo, muerto a tubazos en un riña con “Los Satánicos” de la Colonia Asturias. Ella así lo cuenta: “Él era de Los Vampiros y tenía un hermano en Los Satánicos. Tito llegó a su casa y le dijo a su hermano ‘yo voy a ponerles a todos ‘Los Satánicos’’, su hermano le dice ‘estás loco’, lo agarra y “El Tito” se puso terco, su hermano lo soltó y le dijo ‘para que te vayas a la chingada y te agarren’. De ratito fueron y le avisaron que ya lo habían matado, lo mataron a tubazos, lo dejaron bien feo”. ¿Qué encuentra la banda que no halle en su familia?, pregunta el reportero y es “La Chola” quien se apresta a contestar: “Sientes más chido que estar en la casa, en la casa te están regañe y regañe, todo el día pone y pone gorro, y aquí no, uno viene a cotorrearla, a pasársela bien”. La charla concluye a eso de las 9:30 y aunque las Ladies 13 no han escogido ser niñas buenas, sí saben respetar las reglas de casa.
Ya nací así, ¿qué me hace? ya no me lo va a quitar, cotorreada ya estoy”. La Wesy le dice a su jefa
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quí no se necesitan fes de bautismo, actas de nacimiento, pruebas de ADN ni consanguinidad de ningún grado. Cualquiera que tenga tatuada en el tobillo una M adornada con hojas de mariguana, puede pertenecer a esta familia, La Familia Wong. Por eso es que cuando “El Milton” se fue de este mundo con los pulmones rotos y el hígado destrozado por la droga y el alcohol, la banda se vistió de luto. “Se quiso comer al mundo, pero el mundo se lo comió a él”, dice “El Huesos”, como resistiéndose a aflojar el nudo que le ahoga la garganta. “Esa vez nos cooperamos todos, hasta los morríos, de tres pesos y así, y le compramos una corona grandota, con su listón y su nombre: ‘La Familia Wong’”, sigue “El Huesos”. Lo mismo pasó años atrás cuando “El Quico”, uno de los más venas, dio la vida por la clica en una riña callejera. “Ese día dos morras los invitaron a tomar a él y a otros amigos, ellos sabían que no podían ir para ese barrio pero... Estan-
do ahí, unos malandros les tocaron la puerta ‘eh, ya sabemos que están ahí, ¡abran! Las chavas les abrieron, los malandros se metieron, dos amigos se estuvieron bronqueando adentro y otros se salieron por atrás y se fueron para el arroyo. ‘El Quico’ era un de ellos, en una de esas le dieron una pedrada, cayó noquedo en un pozo de agua y se ahogó”, es “El Jonás”, uno de los hermanos mayores de la banda, quien cuenta la historia. A la entrevista que transcurre en la esquina de las calles 21 de marzo y 20 de noviembre, en la colonia Centenario, han venido también “El Tacho”, “Chimino” y “El Pingüinío”, tres morros del barrio que no necesitaron tener más de 14 años para ser adoptados por esta familia. “Se llaman ‘Los Miniwong’, muchos de ellos son hijos de los Wong viejos. Al papá del Pingüinío, pos le decían el Pingüino y era de los Wong. Nos hicimos hermanos todos, una banda unida y acá”, “Nos hicimos una familia, nos apoyamos entre todos cuando tenemos problemas, no nada más en pleitos con otras bandas, sino también cuando vemos a un amigo que ya anda mal en las drogas”, dice el Huesos y
da un sorbo a su medio vaso de cerveza. Pero en ésta como en otras familias también tienen sus glorias y sus orgullos, platica “El Huesos” y presume que de aquí salieron en la década de los noventa los protagonistas que dieron fama a la obra De la Calle, del dramaturgo Alejandro Santiex. “El Demon”, era el protagonista, “El Cindy”, “El Buho”, “El Yojo”, “El Johnny”, todos ellos bailaban. Aquí vienen algunas tardes y les dan clases de baile a estos morros”. A unos metros otros camaradas oyen la conversación recargados en una barda donde hace algunos días la clica pintó una bandera mexicana con la imagen de la Guadalupana al centro “Representa la religión de la mayoría de los que estamos aquí y aparte que nos cuide”, detalla El Jonás. Dice que como en toda familia, la de Los Wong también tiene sus reglas: “Todos los que se junta aquí son de aquí mismo, no hay de otros lados, es algo que tenemos como regla, si se puede decir. Otra es no molestar a las mujeres y no atracar a la gente que va pasando...”.
– ¿Quiénes son “Los Wong”?– “Somos cualquier persona con su trabajo, sus problemas, sus novias. Un grupo de jóvenes que le gusta la música colombiana, pistear, cada quien su grupito, los del cigarrito, los del vinito, los de la cervecita y los de la platicada, porque hay amigos que no toman ni nada. Los huerquíos pos... ahí jugando fútbol o en sus bicicletas...”. En mitad de la calle “El Guerrilla” y otros de sus camaradas exhiben el tatuaje característico que identifica a algunos miembros de esta familia: la M rodeada de hojas de mariguana y pintada en el tobillo: ”Ira, lo traemos marcado dos, tres del barrio, es la M de family, somos familia, unidos, siempre vamos para donde sea, ‘que vamos para alla’, ¡vamos!, por eso nos pusimos la M”, dice otro de “Los Wong”. – ¿Qué le quisiera decir la familia Wong a la gente? – Responde “El Huesos”: “Que no nos traten como delincuentes, nos ven con esta vestimenta, pero somos igual que ellos. Como dice una rolita del Tri: ‘nadie de nosotros es perfecto’”.
Llegan los polis agresivos, pegándote, dándote sapes en la nuca, sobre las señoras, entonces pos uno se prende más, se hacen los golpes”.
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Pura colombia, es lo que te baja la presión, el estrés”.
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ara ser Papucho no basta con bailar colombiano, traer un paño amarrado a la cabeza, tampoco una arracada o una playera con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Porque en el barrio bravo de la Vistahermosa para ser Papucho hay que pagar un precio caro. El Paya lo aprendió la noche que lo corretearon hasta su cantón. Aquella vez no fue ninguna de las ocho o nueve pandillas enemigas que se disputan la colonia, sino una redada de cinco patrullas con logos de la Policía Municipal. “Nos agarraron en estado inconveniente acá a la vuelta, era una redada grande, adelante iba un vagón, hasta me acuerdo que fue el 30179. No me alcancé a meter a la casa, se me colgaron de la espalda, salió mi familia al quite y a una sobrina la aventaron de un patín en un baño de agua. Tú ves a los batos uniformados, con su cascote y gritándole ‘¡quítate! hija de tu pinche madre!’”, Me quise poner bravo, pero eran un chingo de güeyes”. Entre varios hombres y mujeres policía, lo esposaron por la espalda, lo treparon a una de las camionetas y luego de un rato lo condujeron a la cárcel de la Comandancia. El Paya no puede evitar contar los detalles. “Me bajaron en la escuela y me dieron una chinga. Una de las viejas me agarraba las esposas de la cadena y me levantaba, ya sentía que se me salían los brazos. Los demás cada quien su cachetadón o su patín y ‘súbete’. “De ahí me llevaron al monte, me empujaban y las viejas un cachetadón. Después me llevaron para la Z.R. y ahí me dieron otra: patín, palazo, mordida y de todo. Me reventaron la boca, me quitaron los calcetones, me dieron un limpiadón con ellos y los tiraron. Así me traían que, cuando llegué a la Comandancia, nomás me tocaba la cabeza y se caían los montones de pelos”, narra El Paya. Su voz suena como un trombón en la esquina que forman las calles 12 y 25, de la colonia Vistahermosa, donde “Los Papuchos” lo escuchan en círculo sin hacer ruido y después que han terminado una jornada más de trabajo en el taxi, la fábrica o la obra.
El hecho de que estemos acá en la esquina no quiere decir que somos acá peligrosos, ni que andemos haciendo algo malo, nomás lo que es, cotorrearla pero calmado”.
“Yo nunca entré a las fábricas porque siempre usaba el palo largo y cada que iba ‘no, sabes qué, debes de cortarte ese pelo si no, no entras’ o el arete. Yo mejor a la obra, ahí no te dicen que te cortes el pelo”, suelta “El Davis” quien se precia de ser uno de los más antiguos de la banda. – ¿Por qué Los Papuchos?– “Salió de un camarada, nos íbamos a poner ‘Los Tepuchos’ y dijo el bato ‘mejor ‘Los Papuchos’, aunque estemos feos’. El nombre es original, no hay Papuchos en ningún lado, nada más ‘Los Papuchos’ de
la Vista”, comenta. Mientras acá otro veterano de la clica se quita la playera para mostrar el símbolo de una gárgola rockera que El Chato, rayador oficial de “Los Papuchos”, le tatuó con una máquina hechiza en el hombro izquierdo. “Tenemos nuestro rayador aquí, un camarada, le dicen El Chato. Ya sabes, unas caguamas y te avienta un dibujío ahí, cotorreando”, revela “El Paya”. Más allá otro Papucho confiesa por qué es que lleva pintada en su brazo la imagen de la Santa Muerte:
“Me lo dibujé porque yo prometí, porque ya me estaba muriendo. Me madrearon los Peques de la Ampliación Morelos, me dejaron con la cabeza hinchada. Iba pasando por donde se juntan ellos, eran como las 9:30. Se hicieron los chingazos. “Me pegaron con piedras y patadas en la cabeza, eran como unos 20 batos, me dejaron desmayado, unas morras me alivianaron y me vine inconsciente por todos estos morros, cuando llegamos ya no estaban. Estuve en el hospital, me daban meses de vida, yo me encomendé a ella y la libré, por
eso la traigo”. La visita a la guarida de Los Papuchos termina con este relato. Sólo quedan en la oscuridad de la calle los ecos de las palabras que La Manzana, otro camarada del bandón, quiso dejar a los morros de la colonia. “Que no sigan el camino del malandrismo, que se pongan a estudiar para que el país se pueda levantar en armas, en economía ante el mundo. Ahorita que estamos en crisis los que más sufrimos somos los que menos estudiamos”.
I.- A la hora de la loquera nadie obliga a nadie. II.- Correr a los niños a la hora de la loquera. III.- No meterse con las doñas ni con los niños ni con las chavas, alejarlos de la riña. IV.- No meterse con las casas ni los carros. V.- Lealtad, tirar paro cuando se necesite. VI.- No cargar armas. VII.- No robar a la banda. VIII.- Respetar a las chavas hasta donde ellas quieran. IX.- Las cholas no lloran por sus vatos. X.- Si traes riña con alguien y vas con tu familia no debe haber bronca. Lunes 20 de abril de 2009 | semanario | 13
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