SEMANARIO
Periodismo de investigación VANGUARDIA lunes 13 de octubre de 2014 No. 447
El refugio de los necesitados
Y la vocación de Irma, una mujer que desde niña le compraba cuadernos a los niños que no tenían y hoy da alimento a quienes tienen hambre.
P o r J e s ú s P e ña Fot o s d e L u i s Ca st r ej ón y H é ct o r Gar cía
“E
l Tapado”, me pide con una señal de la mano que apague mi grabadora. Tiene algo importante y secreto que decirme, dice, y parece, por su cara de susto, que se trata de un asunto de vida o muerte. En esas “El Tapado” se inclina hacia mi oído y, temiendo que yo le vaya a jugar una mala pasada con mi grabadora, se cubre la boca con un pedazo de papel rollo, como para camuflarse su voz. “El Tapado” me cuenta que ha descubierto la existencia de una mente malévola, que controla las enfermedades de la gente con sólo picar las teclas de una computadora. Él mismo asegura que ahorita, en este momento, se está sintiendo mal y es porque “alguien”, desde algún lugar del planeta, está golpeando, con dedos maléficos, un teclado. Por eso hay tantas enfermedades – dice, tanta gente enferma, y “El Tapado” comienza a hablarme de marcas y tipos de ordenadores. Por las explicaciones que me da se ve que “El Tapado” es un hombre experimentado en el tema de la informática, o al menos es lo que aparenta.“Mac, pc, laptop”, repite. Es un mediodía sin sol y estamos en el “Comedor de la Misericordias”, un mesón en el que se sirven comida gratis, o a precio de 15 pesos, (según el bolsillo de cada quien), para los menesterosos que viven, trabajan o suelen deambular por el centro de la ciudad. “El Tapado” es uno de ellos y ahora está deglutiendo unas flautas con arroz, y yo empujándome un vaso de agua pintada de concentrado sabor piña. “El Tapado”, es alto, moreno, lleva un abrigo o saco gris, largo hasta las rodillas, un pantalón de mezclilla raído y un trapo blanco colgado de la cabeza, como si fuera una peluca que le ocultara parte del rostro. Adivino que por eso los comensales que vienen aquí lo han bautizado con ese alias de “El Tapado”, “El Tapado” es más bien joven, aunque dice que ya ha pasado los 30 y cuando le pregunto cómo se llama me pide
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que le acerque el oído y apenas cuchichea: “Gustavo Carranza y ¿tú?”. La gente que asiste a esta fonda, situada sobre la calle de Múzquiz 472, cuenta de “El Tapado”, que hace años fue un hombre de mucha plata, pero que un día cayó en desgracia y que ahora se dedica a vagar y a pedir limosna por las calles de la metrópoli. Algunos le regalan una moneda, otros ropa, otros nada, y es todo lo que saben de él. Y es todo lo que yo sé porque “El Tapado” hoy no ha querido revelarme su vida, “¡permíteme!”, dice enfadado cuando le pregunto y empieza con su cantaleta sobre el cerebro diabólico que maneja desde una computadora las enfermedades de la gente, “yo creo que por eso todos estamos enfermos, todos, yo estaba bien…”, dice. Doña Irma Aguiñaga Gómez, la matriarca de este merendero, me confiará
más adelante que historias como la de “El Tapado” abundan en este lugar, historias de gente venida a menos que vive en la calle, de la caridad de los demás y viene aquí por un plato de comida. Doña Irma es aquella mujer gordita y de tez blanca, cabello liso, castaño, rostro afable, sonrisa y mirada maternales, que siempre está sentada en aquel sillón colocado a la entrada del comedor. Aquella del delantal de cuadritos, “mi uniforme”, dice, la encargada de que todo funcione bien aquí y de dar la bienvenida a sus huéspedes. “Muy bienvenido, ¿cómo amaneció, cómo está?, pásele, que gusto que nos acompañe a tomar los alimentos. Esta es su casa. Usted siéntase a gusto”, se le oye decir. El que puede pagar, paga, pero a nadie se le cobra y en cambio todos tienen derecho a pedir ración doble y llevar un platillo a casa para la cena. Lunes 13 de Octubre de 2014 VANGUARDIA/SEMANARIO 3
“Hay personitas que vienen a comer y dicen ‘no traigo dinero’, ‘no – les digo - ustedes no necesitan dinero, pásense y mientras Dios nos provea vamos a comer todos”, me dirá doña Irma un día de estos. Hace algunos días que vengo a comer a este mesón – albergue, nombrado también “Refugio de los necesitados”, porque quiero paladear, degustar, saborear, conocer de cerca esas historias, sazonadas con ensalada de lechuga, arroz rojo y enchiladas bañadas de frijoles. Un hombre alto, robusto, cachetón, piel canela y cabeza rapa, me recibe en la puerta del comedor, donde todos días se sirven gratuitamente unos 200 platillos. El hombre lleva puesto un mandil negro y largo, largo, como los que usan los cocineros, es el cocinero, y se llama Vicente. Que si quiero comer, me pregunta y a mí me arde la cara. Siento, no sé por qué, que aunque tengo para pagar los 15 pesos que cuesta el platillo, le estoy quitando a otro, como dice el dicho, “el taco de la boca” y eso me crea cargo de conciencia, pero confieso que el olor de arroz friéndose y de tortillas dorándose en la lumbre me ha despertado el apetito. Le digo a Vicente que no, que solamente vengo a buscar a doña Irma para que me hable sobre el comedor y sus personajes.
El cocinero dice que la señora no está, que todavía no llega, pero que no tarde. Al final resuelvo esperarla en el patio trasero de la fonda donde hay dispuestas algunas mesas y sillas de plástico rojas, con el logotipo de la empresa refresquera por antonomasia. Ya dije que le he le dicho a Vicente, el cocinero, que no quiero comer y Arturo M. uno de los voluntarios que sirven en esta casa de comidas, viene con un plato rebosante de enchiladas bañadas de frijoles, una porción de ensalada de lechuga y arroz rojo para mí y… “ni modo que se quede”, pienso y me pongo a comer. Son más de las 2:00 de la tarde y el comedor está que bulle de gente. Caminando por las piezas del comedor pintadas de naranja, verde y azul, he visto comiendo, sobre las mesas vestidas con manteles multicolores, a un vendedor de pepitas, a una indigente, a un bolero, a un pedigüeño, a un lavacoches, a un pensionado, a un desempleado, a un grupo de albañiles y más allá a las chicas costureras de una fábrica de ropa que queda a la vuelta de la fonda, y que por cierto, me gritan cuando me miran pasar con mi libreta y mi grabadora, no tienen Seguro Social. Parece que la mezcla de olor a flautas de pollo, chiles rellenos, milanesa empanizada, y la música instrumental
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de Radio Concierto que escupen los altavoces del restaurante, ha puesto a todos de buen talente. En este rato he visto pasar también a unos adolescentes con uniforme del Colegio Nicolás Bravos. Son los muchachos que vienen aquí para prestar su servicio social lavando platos, trapeando, en fin. Son los responsables de mantener limpia y en orden la casa, me contará más tarde doña Irma. Justo cuando he terminado mis enchiladas con arroz, es que veo entrar a doña Irma. Trae un vestido celeste y su habitual uniforme, el delantal de cuadritos. Apenas me mira sonríe con su sonrisa maternal y rompe a preguntarme que si ya comí, que si he estado a gusto, que si me han tratado bien. Respondo que sí. Dice que así como yo y como todos los que vienen a comer a diario en este lugar, un día llegó un anciano de muletas. Andaba con la ropa sucia, el cuerpo maltrecho y los pies llagados. Parecía uno de tantos limosneros que merodean, a mañana y tarde, por las iglesias y calles del centro de la metrópoli. Dijo que no tenía dónde dormir ni qué llevarse a la boca. Doña Irma le acomodó una cama en el albergue y le dio comida caliente. Andando los días el viejo le confió a doña Irma que hacía no mucho tiempo
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Irma, era la chiquilla que le ayudaba a la señora de la cafetería de la escuela, con tal de que, terminando la faena, le regalara la comida que no se había vendido para que Irma se la llevara a casa. Su madre se ponía muy contenta”.
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El padre de Irma había sido un empresario adinerado, el dueño del Bar Fórums, un rancho y varias ladrilleras, hasta que por una mala inversión, un mal negocio, una mala pasada de la vida, la familia lo perdió todo”.
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había sido un hombre famoso y poseedor de una gran fortuna en dinero y propiedades. Hasta que un hijo suyo, que era abogado, lo dejó en la calle. Ocurrió la vez que el hombre cayó enfermo en un hospital y su hijo lo hizo firmar un documento que contenía una cesión de bienes, haciéndole creer que se trataba de la carta responsiva del sanatorio. La firma del anciano bastó para que lo perdiera todo. Al final, y para no hacer el cuento largo, resultó que en sus mejores años aquel mendigo había sido un célebre campeón de lucha libre, apodado “El Médico Asesino” y actor estelar de varias cintas durante la época de oro del cine mexicano. El hombre era conocido de Pedro Infante y otros artistas, “sí, aquí tuvimos al ‘Médico Asesino’, comió con nosotros”, me cuenta doña Irma. Al poco tiempo el anciano abandonó el refugio, dijo que se volvía a Salamanca, Guanajuato, de donde era originario, para reclamar sus bienes. Nunca más volvieron a verlo por el comedor. Pero hay algo, le digo a doña Irma, que me tiene intrigado. Quiero saber el porqué, el cómo, a una mujer como ella se le ocurrió abrir este comedor. “El hambre”, responde y me cuenta de aquella época en que ella era estudiante de la secundaria del Tecnológi-
co, y su madre la manada, a pie porque no había para el camión, con una taza de agua endulzada con piloncillo y un pedazo de pan. Entonces Irma, era la chiquilla que le ayudaba a la señora de la cafetería de la escuela, con tal de que, terminando la faena, le regalara la comida que no se había vendido para que Irma se la llevara a casa. Su madre se ponía muy contenta. El padre de Irma había sido un empresario adinerado, el dueño del Bar Fórums, un rancho y varias ladrilleras, hasta que por una mala inversión, un mal negocio, una mala pasada de la vida, la familia lo perdió todo, quedó en la ruina, vino a menos, como muchos de los que, dice doña Irma, vienen al “Refugio de los Necesitados”. Irma, sus seis hermanos y sus padres, fueron a vivir entonces a casa de la abuela materna, en la calle de Doblado. Fue un pasaje accidentado en la vida de doña Irma Aguiñaga, que andaba con la ropa remendada y los zapatos desfondados, las suelas sujetas con cinta adhesiva. Con el tiempo las cosas mejoraron un poco. La madre de Irma se había metido a costurera para apoyar con algunos centavos los gastos del hogar; el padre a vendedor de artículos gabachos. Entonces a Irma, que a la sazón contaba 12 años, le gustaba agarrar puños
de monedas del cajón de la vendimia de su padre y comprar comida y cuadernos para los chiquillos cochinos y despeinados que vivían en el arroyo. En cuando su padre se daba cuenta del desfalco a Irma le caía una tunda de nalgadas, “¿pos cómo que usted anda haciendo esto?”, la reprendía. Cuatro años después sus padres ya no tuvieron que cagar con ella. Irma que apenas era una niña de 16, había abandonado la escuela y la casa familiar luego de que se hubo casado con un joven contador que vivía por su barrio. Era un muchacho con un pasado sufrido como el de ella, que había quedado en la orfandad desde muy crío y salido a trabajar a las calles, desde los siete años. Un buen hombre que se preocupaba y que por eso, inexorablemente, la conquistó. Durante sus primeros años de casada a Irma le llegó la prosperidad, su marido trabajando en el Seguro Social, sus hijos, cinco, estudiando en el Colegio Americano, allá, cuando la familia se mudó de Saltillo a una casa de renta, en Monclova. Después volvió a topar con la miseria cuando, por una mala racha económica, sus hijos hubieron de ser sacados del Colegio Americano y matriculados en escuelas de gobierno, en primarias públicas, uno de ellos en el turno vespertino.
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Era la escuela “Benito Juárez”, del fraccionamiento Carranza, cuya población, sobre todo la que asistía a clases por la tarde, estaba conformada por niñas y niños trabajadores que vivían en gran pobreza, andaban mal aseados y escasos de ropa, sobre todo en tiempo de frío. Doña Irma se acordó de su niñez el día que miró a uno de aquellos chiquillos con los zapatos desfondados, las suelas pegadas con cinta adhesiva. Era el hijo de un alcohólico y de una madre que padecía, dice doña Irma, de despreocupación. Todos los días el niño se levantaba temprano, cocinaba unos tacos y luego salía a venderlos a las calles. El dinero que juntaba era para sostener a sus hermanos pequeños. Los maestros comenzaron entonces a llamar la atención sobre el bajo rendimiento escolar de los chicos de la “Benito Juárez”, turno vespertino, muchos de los cuales asistían a la escuela mal comidos o sin comer, y por eso era frecuente que se quedaran dormidos en clase. A doña Irma le recordó su infancia, cuando su madre la mandada a estudiar a la secundaria con una taza de agua endulzada con piloncillo y un pedazo de pan. Irma acudió a las oficinas del DIF Monclova para solicitar que en la escuela se sirviera, todas las tardes, una merienda para los niños del fraccionamiento Carranza que vivían en pobreza alimentaria. Cuando llegó a la dependencia un funcionario le preguntó “¿y dónde está su mesa directiva?”, Irma le contestó: ”pos aquí está toda, porque nomás soy yo, nadie quiere trabajar, echarse un compromiso”. Al principio las autoridades del DIF
se mostraron reacias a ayudarle y se ofrecieron a llevar desayunos calientes para los muchachos del turno matutino, Irma reparó. A ella le importaban los estudiantes de la tarde, por ser los más desprotegidos. Al final Irma logró que en la “Benito Juárez” se repartiera una merienda diaria para los niños de turno vespertino y ello le valió un reconocimiento de la institución. Tiempo después Irma, su esposo y sus cinco hijos, estaban de regreso en Saltillo. Ella se había integrado, por invitación de su marido, al voluntariado del Seguro Social, participando en actividades de fomento a la salud. Con el tiempo Irma, quien desde niña había sido profundamente religiosa, se integró a un grupo de alabanza y devoción al “Señor de la Misericordia”. Fue por aquella época, hace unos 30 años, que a doña Irma, y a otras mujeres que se reunían para “rezar la coronilla”, les nació la idea de fundar un restaurante gratuito para los pobres que salían a pedir caridad a las calles del centro. “Pero la inspiradora y motivadora de esto fue la religiosa Sor Marina Méndez Corona, que en paz descanse. Ella fue uno de los pilares…”, cuenta Irma. A las samaritanas les había conmovido sobremanera ver a los indigentes buscado en los basureros sobras o desperdicios para alimentarse. Alguien les facilitó una casa en la calle de Mina y ahí empezó la labor altruista del comedor bautizado como “de la Misericordia” o ¨de los Necesitados”, La tónica del proyecto era que cada una de las señoras debía traer de su casa un producto de la despensa con qué preparar los alimentos.
Hace unos 30 años, que a doña Irma, y a otras mujeres que se reunían para ‘rezar la coronilla’, les nació la idea de fundar un restaurante gratuito para los pobres”
Y mientras que algunas cocinaban, otras recorrían las calles para anunciar a los limosneros que existía un comedor donde se servía comida caliente y gratis”
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Después organizaron ventas de tamales y gorditas durante las fiestas parroquiales, con el propósito de reunir fondos para el sostenimiento del comedor. El primer trastero que tuvo la fonda fue una caja en la que a Sor Marina, la religiosa inspiradora del proyecto, le habían enviado una virgen. Y mientras que algunas mujeres se ocupaban en cocinar, otras recorrían las calles para anunciar a los limosneros que existía un comedor donde se servía comida caliente y gratis cerca del centro. “Vénganse a comer”, les decían. La gente que venía al comedor se sentaba en cajones de rejas, luego alguien les regaló una mesa toda chueca y así empezó todo. En sus primeros 20 años el comedor peregrinó por al menos 16 casas del centro que las samaritanas tuvieron que limpiar de basura y ratas, para ofrecer un lugar digno a sus comensales. Hasta el día en que, por iniciativa del obispo emérito de Saltillo, Francisco Villalobos, les fue otorgada en comodato la hoy famosa casa de la calle de Múzquiz 472, donde el comedor despacha desde hace 10 años. “Lo mantenemos lo más lindo que podemos, brindamos a las personitas un lugar digno, cálido, adecuado”, dice doña Irma. Uuuy cuántos personajes y cuántas historias han desfilado por aquí, “muchas, muchas, ya me falla la memoria”, suelta. Le pido a doña Irma que me cuente alguna de esas historias y empieza por hablarme de una señora a la que una tarde, camino de su casa y justo afuera de la Catedral, descubrió sacando de la basura una bolsa con restos de pollo. La mujer, que estaba harapienta y sucia, abrió la bolsa y comenzó a comer. Irma se acercó corriendo y le pidió, por favor, que devolviera esos desperdicios al tacho de la basura. Acto seguido la tomó del brazo, la condujo hasta el merendero, que en ese entonces estaba por la calle de De la Fuente, y le sirvió de comer. La mujer, que con el tiempo se hizo parroquiana habitual del mesón, le contó que de joven había sido una señorita de alta sociedad, rica, instruida y, por su belleza, coronada una vez reina del Casino de Saltillo. Jorge Negrete había sido su pretendiente. Doña Irma escuchó boquiabierta el relato.
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“Tuvimos a otro señor que se llamaba Ramón, había sido empresario y me acuerdo que traía un abrigo largo, su sombrero. Los hijos lo echaron a la calle y lo mandaron a dormir la cochera. Ya andaba como indigente, en la calle”. Es por eso que todos días he estado viviendo a comer al “Refugio de los Necesitados”, para ver si de casualidad me encentro con una de esas historias que, más bien, tienen cariz de leyenda. Otro mediodía de otoño estoy en el traspatio del comedor platicando con “Chayito”, una indigente que acostumbra pedir limosna por las calles del primer cuadro a la hora del tráfago. “Chayito es morena, escuálida, boca desdentada y cabello desaliñado. Trae un suéter gris manchado de costras, un holgado pantalón negro, está medio sorda y huele a orines de varios días. Me cuenta, su voz es como la del claxon de un camión, larga, aguda, poten-
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te, que hace algunos años se quedó sin familia, cuando el último de sus hermanos falleció. Ella trabajaba de sirvienta en una casa rica, pero desde que su patrona murió se quedó sin casa y ahora vive y duerme en la calle, en el quicio de una puerta, en un pedazo de acera, allá por la calle de Luis Gutiérrez, en el centro. Pero la gente del comedor cuenta otra cosa y asegura que en su época de gloria “Chayito” fue una connotada maestra de escuela, que se casó y tuvo una hija. Cierto día le robaron a la niña y “Chayito” acabó perdiendo la razón. “Me voy a esperar a que Dios me recoja para ya no andar viviendo así sin casa, sin hogar”, me dice. Un día más en el “Comedor de la Misericordia” y doña Irma me recibe, como siempre, sentada en su sillón de la entrada, vestida con su delantal de cuadritos.
El olor al arroz, frijoles de jarro y croquetas de soya, inundan el lugar. Saludo a doña Irma, le digo que he venido otra vez para que me siga contando sobre la vida de los personajes que todos los días deambulan por esta fonda. En eso me señala a un hombre de traje negro, corbata y maletín, que ahora va llegando. Le dicen “Don Chago” y es un pensionado sexagenario, pobre y viudo, tres hijos casados ya, que gusta de venir al restaurant, tres o cuatro veces por semana, para comer y platicar con sus amigos.. Sigo a don ”Chago”, me presento, me siento a su mesa, con él, y le pregunto que por qué tan elegante. Entonces “Don Chago” me cita un pensamiento, dice, de Amadeo Nervo: “‘para nosotros las personas mayores todos los días son de fiesta, así es que vístanse de fiesta” y él se viste de fiesta. “Tengo que andar contento con Dios,
porque es el que me da la vida y me da de comer”, suelta. Dice que aunque tenga su pensión y se gane unos centavistos como guía voluntario en la Dirección de Turismo Municipal, viene aquí porque “es muy triste comer uno solo en su casa, aunque arregle su mesa y tenga qué comer…”. Aquí cuando menos platica y bromea con sus amigos. “Don Chago” tiene a sus tres hijos y a sus siete nietos, profesionistas todos, pero a él lo visitan poco y es muy triste la soledad, más triste que las enfermedades, dice. Mi último día en el merendero. Me hallo sentado a la entrada conversando con doña Irma, quien se niega a que me vaya sin comer y sin conocer a un hombre que acostumbra venir aquí y traficar por el centro en su silla de ruedas. Ese que siempre anda acompañado de “La Chachis”, la sucia french pudle
blanca que uno de sus hijos rescató de un albergue y que lleva una cuerda amarrada del pescuezo, En este momento el señor de la silla de ruedas pasa frente a nosotros rumbo a la salida del comedor. Doña Irma lo detiene y le pide que me conceda un minuto para platicar. El hombre accede de buen grado. Dice que su nombre es Jesús López Magallanes, que él era un mil usos, soldador, pintor, albañil, pero que hace 19 años tuvo un accidente de trabajo que le provocó lesión medular y ahora vive clavado a esta silla de ruedas. Su mujer se fue de la casa y lo dejó abandonado con los tres hijos de ambos, luego de que él quedó incapacitado para trabajar.. Sí, lloró cuando su mujer se fue, pero nomás una vez, ni la quería tanto, si acaso por los hijos que le había dado.. Desde entonces Jesús sale todos los días con “La Chachis” a las calles del
centro para entrenarse, en su silla de ruedas, como competidor de carreras de atletismo, cinco y 10 kilómetros. Una vez se ganó un premio mil 500 pesos y eso es todo, dice y se despide seguido por “La Chachis”. Yo me quedó platicando con doña Irma. La señora me cuenta que el comedor se está tambaleando, que el grupo de samaritanas se ha ido reduciendo, que no hay recursos para continuar la obra y que, más de una vez, han pensado en cerrar. “Pero a veces decimos, ‘bueno pues… vamos a esperar la misericordia de Dios, a fin de cuentas estamos trabajando para él’”. Doña Irma dice que hasta hace poco la fonda contaba con un subsidio mensual de cinco mil pesos que le fue otorgado por el municipio, en tiempos del alcalde Óscar Pimentel González, pero que desde la administración pasada, la de Jericó Abramo Masso, les fue quitado. Lunes 13 de Octubre de 2014 VANGUARDIA/SEMANARIO 11
Primero se los redujeron a la mitad, dos mil 500 pesos mensuales, y luego, acabaron por retirarles. El dinero que se logra juntar a través las cuotas simbólicas que cobra el comedor es insuficiente, porque más del 80 por ciento de los que vienen a aquí no tiene un céntimo para pagar su platillo y aquí no se le cobra a nadie. “Yo los recibo en esta casa como si fueran el mismo Jesucristo, con cariño, con respeto, con delicadeza, como si fueran él y yo le tendiera la mano. Les digo a los voluntarios ‘trátenlos bien, por favor, porque quizá sea la última vez que los vean, que están en este mundo. Al menos que se lleven ese momento agradable, ese cariño que ustedes les puedan dar’”, dice Irma. Aunque hay veces en que la bodega del comedor se queda vacía y los cocineros sirven únicamente verdura. Irma me platica que eventualmente algún bienhechor les llama para domar unos bultos de arroz, pero no siempre, reitera La mayoría de las veces ella ha tenido que poner dinero de sus gastos personales para comprar la materia prima de la comida. Aún así, dice, de aquí nadie se va sin comer y “si no tenemos pues… ya Dios proveerá…”. A lo largo de la historia del comedor han ocurrido muchos milagros, como el de aquel día en que la casa no tenía nada qué servir a sus comensales pobres. La gente se había puesto a orar, cuando de repente sonó el teléfono. Alguien al otro lado de la bocina les pedían que pasaran a recoger un banquete que se había preparado en homenaje a una persona que no alcanzó a asistir, porque lo había sorprendido la muerte. “Por eso les digo ‘ustedes no necesitan dinero, pásense y mientras Dios nos provea vamos a comer todos”, cierra doña Irma.
S.O.S. Si deseas apoyar la causa de este comedor, comunícate al tel. 844 159 31 54 ó acude a la calle de Múzquiz 472, entre Acuña y Xicoténcatl. 12 SEMANARIO/VANGUARDIA Lunes 13 de Octubre de 2014
V I D EÓD R OM O
Perdida David Fincher/2014 P or Est eb a n S h er i da n
Rara vez nos detenemos a contemplar el impacto que tienen en nuestras vidas los tabloides y revistas de chisme. Esas publicaciones que hacen notas como: “El trasero de Kim Kardashian creció una pulgada” o “Jennifer Aniston es intolerante a la lactosa”. Esta obsesión por la celebridad genera un estupor general en la población. Ocasionalmente, sus lentes se enfocan en personas “comunes y corrientes” que, como bola de nieve, se vuelven súper estrellas por una franca pendejada. Aquella mujer norteamericana que tenía su propio reality por que tuvo octillizos. ¿Dónde está ahora? Es stripper. No
tiene para comprarle comida a sus octillizos. Pero cuando le duró la fama, los gringos no le quitaban los ojos de encima, obsesionándose por cada detalle de su vida, conmoviéndose por cada foto que la mostraba dándoles de comer a sus retoños. Perdida, de Fincher, nos obliga a hacer una pausa y analizar nuestra manufactura de famosos, retratando de
adentro hacia fuera este extraño fenómeno. Los no-famosos-famosos en Perdida son Nick Dunne (Ben Affleck) y su esposa Amy (Rosemund Pike), que a la vista de todos son una “pareja perfecta”, de catálogo de ropa Gap. Los Dunne, sin embargo, no son tan felices como todos quisiéramos que fuera una pareja así de
guapa. Nick y Amy tuvieron el romance perfecto: se conocieron en una fiesta sexy, se dieron un beso sexy, vivieron en un departamento ultra sexy en Brooklyn. La vida ideal. Pero a Nick y a Amy los despidieron. Perdieron su dinero, y tuvieron que mudarse a North Carthage, Missouri, el pequeño pueblo sureño donde creció Nick, un lugar diametralmente opuesto a Nueva York. El día de su quinto aniversario, Nick llega a casa, para darse cuenta que Amy no está. Su casa perfecta está impecable, salvo por un sillón volteado, un florero roto y algunas señales de que hubo violencia. Amy no está. Nick llama a la policía, y poco a poco, sus mentiras y comportamiento extraño, ponen a el pueblo entero a dudar si él mató o no a su esposa. Llegan las cámaras, y la vida de Nick se vuelve una telenovela pública. Perdida es una aguda crítica a estos tiempos ultramediatizados. Desde esta radiografía de un matrimonio moderno, el realizador de Seven, El Club de la Pelea y La Red Social critica la deshonestidad, los efectos de la economía en el matrimonio y nuestra obsesión por la fama.
Ra dar
Una guía para navegar la nube Por Est eb a n Cá r d e na s
escardenas@vanguardia.com.mx
Flying Lotus – You´re Dead!
Música
Steven Elison, también conocido como Flying Lotus, creció rodeado de buena música. En su árbol familiar están nada más y nada menos que Alice y John Coltrane. Me imagino la música que escuchaban en esas fiestas familiares. Ese pedigree se nota. El productor californiano, como lo ha hecho siempre con todos sus discos, empuja de nuevo el género del hip-hop hacia territorios desconocidos, deshaciéndolo, reconstruyéndolo y reinterpretándolo hasta convertirlo en una cosa completamente nueva. Con participaciones de Kendrick Lamar, Snoop Dog, ThunderCat, entre otros.
Aphex Twin – Syro
Música
Richard James es un misterio. Algunos dicen que vive en una cueva llena de aparatos electrónicos, que tiene 145 años y es en realidad un robot. El hecho es que este productor inglés nunca decepciona. Syro es su primer lanzamiento en trece años como Aphex Twin, y es sorprendentemente accesible. En los noventas, James reinventó la música electrónica y hoy demuestra que sigue estando a cargo del negocio.
Man on Wire – James Marsh
cine
Uno de los más grandes documentales que he visto en mi vida. Man on Wire cuenta la historia de Philippe Petit, un francés obsesionado con caminar de una torre gemela a otra sobre una cuerda floja. Por el poster sabemos cómo termina, pero el documental se desenvuelve como un thriller de ladrones de bancos. Petit es un gran narrador. Un retrato de un hombre con un sueño loco que se trata de muchísimo más.
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Claro que ud. lo sabe
Los menesteres del ocio
Po r Mi g u el A g ust í n P e r a l e s
Por Alf redo G ar c í a
1.- Santa … , cuya festividad se celebra el 15 de octubre, es una de las Doctoras de la Iglesia. a) Catalina de Siena; b) Teresa de Ávila; c) Hildegarda de Bingen; d) Teresa de Lisieux.
Diario de un nihilista Sobre la tolerancia. Se ha dicho que el alcohol es una droga más fuerte que la propia cocaína. Ahora bien, el alcohol es legal, es una droga que goza de tolerancia social desde hace décadas, desde hace siglos. Una amplia tolerancia, no exenta de reticencia y de crítica, como ocurre en todos los casos de tolerancia. Así pues, este puede ser el paradigma para la legalización general de las drogas y para su paulatina asimilación por parte de la sociedad. Si hemos asimilado los efectos violentos de su condición de clandestinidad, bien podremos soportar los de su venta y su uso controlado. El argumento que esgrimió Calderón para justificar la guerra del narco –“no queremos que nuestros hijos empiecen a consumir drogas en la escuela secundaria- es irreal y alarmista. Todavía son fechas que los muchachos de secundaria batallan para completar, entre cuatro o cinco de ellos, el precio de una botella de licor, que tampoco pueden comprar además porque son menores de edad. Legalizar la mariguana y la cocaína permitiría por tanto mantenerlas por lo pronto fuera de su alcance por razones de minoría de edad. La sociedad ha aprendido a tolerar el alcohol, bien que mal y sin dejar de subrayar sus efectos nocivos, en el seno de la familia, en el trabajo, en cualquier ámbito social. Algo similar ocurriría con la mariguana y la cocaína: satanizarlas, cultivar hacia ellas toda clase de alarmas y paranoias tampoco soluciona nada. La combinación del
5.- “Bésame mucho” es una canción de … a) María Grever; b) Guadalupe Pineda; c) Consuelo Velázquez; d) Susana Zabaleta. 6.- Fray Servando Teresa de Mier nació, el 18 de octubre de 1763, en la ciudad de … a) Monterrey; b) Guadalajara; c) Guanajuato; d) Morelia.
… es el despistado detective que aparece en “La vuelta al mundo en 80 días”, novela de Julio Verne. a) Picaporte; b) Ox; c) Fix; d) Nab. 3.- Condorito, personaje creado por Pepo, vive en la ciudad de … a) Pelotillehue; b) Buenas Peras; c) Sanguchito; d) Cumpeo.
8.- El … de octubre es el Día Mundial de la Alimentación. 15; b) 16; c) 17; d) 18; E)
RESPUESTAS b; 2) c; 3) a; 4) d; 5) c; 6) a; 7) d; 8) b.
4.- Ostende es una ciudad de … a) Alemania; b) Noruega; c) Suecia; d) Bélgica.
7.- “Cintia” es un epíteto de la diosa … a) Hera; b) Afrotidta; c) Atenea; d) Ártermis.
superméndez
El único superhéroe de Saltillo y la región (incluyendo Ramos)
14 SEMANARIO/VANGUARDIA Lunes 13 de Octubre de 2014
alcohol y el automóvil es una de las bombas más peligrosas que ha generado la sociedad contemporánea. Un conductor ebrio es tan peligroso como un kamikaze, como un mujaidín, como un sicario, como un judicial corrupto. Ahora bien, el peligro radica en el peso y la velocidad del automóvil, más que en las sustancias tóxicas ingeridas. Bastaría con prohibir absolutamente a los automovilistas que beban alcohol, y que mucho menos se crucen con mariguana, cocaína y pastillas, como hacen miles de ellos en estos momentos, ante la ignorancia o la indiferencia de los agentes de tránsito. Pudiera haber lugares estatuidos para el uso de esta clase de drogas, como actualmente hay cantinas, salones de juego y prostíbulos y como hubo, verbigracia, fumaderos de opio en la Indochina de finales del siglo XIX. El taxista, la esposa o el conductor designado resolverían el resto del problema. Sería preciso asumir, respecto a la mariguana y la cocaína, la actitud de los bebedores jaliscienses de tequila: si te gusta beber, si no puedes dejar de hacerlo, es mejor que aprendas a hacerlo, sin lastimar innecesariamente a tus familiares, a tus vecinos, a tus compañeros de trabajo, a los elementos del honorable cuerpo de policía y tránsito. Así cada quien aprendería en cabeza propia, no de oídas, los inconvenientes, los peligros y los gravísimos daños que entraña no pocas veces el consumo de este tipo de sustancias. Un aprendizaje empírico será más útil siempre que un insulso alegato médico o un todavía más soso discurso moral.
Por J. Latapí