La ironía y otros ensayos

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Los ensayos se tomaron de la siguiente edición: Alexander Blok, O Iskusstbe (Sobre el arte), Editorial Arte, Moscú, 1980.

La traducción de esta obra fue posible, en parte, gracias a una beca de traducción del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Diseño: Alfredo Herrera Patiño

D.R. © 1998, 2008 Jorge Bustamante García, por la traducción. D.R. © 2008 Editorial Verdehalago, S.A. de C.V. Alicante 104, Col. Álamos CP. 03400, México, D.F. Tel. 91.16.57.60 al 62

Impreso y encuadernado en México Printed and bound in Mexico

ISBN: 978.968.9103.27.1


Alexander Blok •••

La ironía y otros ensayos Traducciónde

Jorge Bustamante García



Alexander Blok •••

La ironía y otros ensayos



Alexander Blok [1880-1921]


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LA CREACIÓN DE FEDOR SOLOGUB

En la literatura contemporánea la obra de

Sologub ocupa un lugar aparte. Tiene sus propios procedimientos, su lengua y sus formas literarias. Se diferencia por la regularidad de su creación, su prosa no es menos importante que su poesía y en ambos campos es fecundo. Es difícil encuadrarlo en la etiqueta de un análisis literario. A su obra puede uno aproximarse desde muchos ángulos. El lector encontrará en ella moralejas y distracción, una lectura “liviana” y trágica y, al final, sencillamente un estilo hermoso y espléndidos versos. Las novelas y cuentos de Sologub, en gran parte, están teñidos con los variados colores de la vida. Dominando finamente los recursos del relato realista, Sologub permite al lector vivir simples escenas de la existencia y lo enriquece con inteligentes observaciones cotidianas. El sello de su peculiaridad está en todo: en lo incisivo de sus observaciones y en el tratamiento de la trama, en el lenguaje épico, que es rico,

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fluido y ágil. Por su fuerza expresiva se aproxima al lenguaje gogoliano. En él no hay huellas librescas o fantasiosas;las palabras vulgares poco conocidas, yacen de golpe esbeltas en el marco de la narración y adquieren todos los derechos de las palabras acostumbradas, hasta tal punto que te sorprende cuán poco estas palabras han sido usadas hasta la fecha. Pero la solución de esta peculiaridad de la creación de Sologub,no está sólo en el lenguaje. Primero que todo radica en su procedimiento predilecto, que es repetido con frecuencia y que, sin embargo, siempre es nuevo, y consiste en lo siguiente: leyendo simples escenas reales empiezas a sentir, mal que bien, que el escritor se prepara para algo. Como si todo lo leído hace poco lo observáramos a través de un velo transparente que atenuara los rasgos demasiado ásperos; ahora el autor levanta el velo y tras él se nos descubre, siempre por poco tiempo, lo extraordinario de la vida. Este caos que altera la armonía, exige una inmediata configuración, como un ardiente metal líquido, que amenaza desbordarse. El maestro experto dirige inmediatamente sus esfuerzos a la organización de este caos. La

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tarea es mostrar al lector algo extraordinario, disparatado, de tal manera que se le pudiera considerar sin dificultades, como un animal en la jaula. El animal sería la trivialidad humana y la jaula la admición de la estilización y la sime-tría. En las formas simétricas y estilizadas po-demos observar algo difuso y amorfo por sí mismo. Ese algo flota sobre nosotros como si fuera irreal, del más allá y detrás de él vemos la nada, el semblante demoniaco, el caos del infierno. Pero ésta es sólo la más alta, la más desnuda realidad, un instante que se enciende y se graba brillante en la memoria; exactamente así sucede con la vida, recordamos con mayor intensidad aquellos minutos fogosos y frenéticos, ya sean de maldad o bondad, por los que nuestra cabeza nos dolía y nos daba vueltas. En Sueños pesados, después de muchas páginas brillantes e imágenes sobre la vida monstruosa de una ciudad provinciana,el autor narra cómo su protagonista cae en la sala de un decano de la nobleza, un general retirado. El aspecto del general,la conversación,el ambiente —todo pasa igual; la atmósfera trivial alcanza puntos de ebullición, el absurdo llega a ser agudo y terrible: el general obliga a sus hi-jos

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“de ojos embotados e intranquilos, de la-bios sonrosados y palpitantes”, a caer de bruces, golpeando el piso con la nuca estrepitosamente y a estornudar, llorar y bailar, al capricho de sus órdenes. Cuando la humillación de los atemorizados niños alcanza dimensiones monstruosas, el protagonista le advierte al general: —Sí, es una docilidad fuera de lo común. De este modo, bajo sus órdenes, ellos se comerían unos a otros. —Sí, se comerían —exclamó el general—. Y no dejarían ni los huesos. Será lo que debe ser, yo no los mato de hambre: Están lo suficientemente bien nutridos, a lo ruso: Con papilla de alforfón y abedul, y no le temen nada al aire. La trivialidad desatada se apacigua y la vida cotidiana se encarrila. El vivo instante del caos se convierte, en Sologub, en una figura que entra volando del averno y, finalmente, se encarna en una especie de semicriatura. Ante el protagonista de otra de sus novelas, el inspector de gimnasio Pieredónov,un animal tonto y mugriento, un “pequeño demonio” —gira ya en el polvo del camino un horror encarnado, cuando él se dirige a su boda. Es y

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no es una criatura, si es que puede expresarse así: “ni chicha ni limonada”; éste es el horror de la trivialidad cotidiana y la rutina, o si se quiere, el amenazante símbolo del mie-do, el abatimiento, la desesperanza y la impotencia. A este horror Sologub lo bautizó “Nedotikomka”, y habla así de él en sus versos: Nedotikomka gris Ante mí todo serpentea y gira... Se agota la pérfida sonrisa, Se agota al paso del baile vacilante... Si en la prosa a Sologub le es propio, con frecuencia, encarnar la monstruosidad de la vida, en los versos habla más a menudo sobre la vida maravillosa, sobre la belleza y el silencio. Su musa es triste o loca. El objeto de su poesía es más bien el alma, que refracta en sí al mundo, y no el mundo refractado en el alma. Pero la poesía personal cede el lugar a la universal,especialmente cuando su objeto llega a ser la política. En los últimos años Sologub ha escrito muchos poemas políticos; algunos muy débiles por lo que en ellos está escrito, responden con pobre alegoría a un tema poco

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profundo;pero,en cambio,muchos pertenecen —indiscutiblemente— a lo mejor que ha dado la poesía revolucionaria rusa. De este género son la mayoría de los poemas en el pequeño libro A la patria. A toda la obra de Sologub le es propio un humor trágico que se manifiesta con singular brillantez en un género muy especial creado por el poeta. Se trata de unos “cuentecillos” breves, hermosos poemas en prosa, casi siempre con una moraleja en un tono festivo. En ellos el poeta habla sobre lo eterno y sobre la rabia del día. Constituyen una práctica acertada de la sátira, cual livianas saetas envenenadas con breves inscripciones, que indican cómo el alma se pone triste o se alegra. Julio de 1907

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LA IRONÍA No me gusta tu ironía. Déjala para los decrépitos y desvaídos. Para nosotros, que tan locamente nos amamos Y que hemos guardado un trozo de sentimiento No es tiempo aún para entregarnos a ella. NEKRÁSOV

Los más agudos y vitales hijos de nuestro

tiempo sufren de una afección desconocida para los médicos del cuerpo y el alma. Esta afección tiene relación con un achaque espiritual y puede ser llamada “ironía”. Sus manifestaciones son accesos de risa agotadora, que se inicia con una sonrisa provocadora y diabólicamente burlona, y termina con el escándalo y la profanación. Conozco gente dispuesta a desternillarse de risa al saber que su madre se está muriendo, o que la novia los ha engañado con otro, o que el hambre los está matando. Un hombre se carcajea y uno se pregunta si él se pondrá a beber alguna esencia de vinagre tan pronto como se aleja, y si uno lo volverá a ver alguna

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vez. Para mí es muy gracioso que esta misma persona, desgarrada de risa, que pregona que es vejada y abandonada por todos, es como si estuviera ausente; como si no existiera, como si sólo su boca se carcajeara. Yo lo quisiera sacudir por los hombros, tomar de las manos, gritarle para que deje de reírse de lo que le es más valioso en la vida, pero no puedo. A mí mismo me desarma el demonio de la risa, hasta tal punto que desaparezco. Desaparecemos. Cada uno de nosotros es sólo risa, juntos somos unas desvergonzadas bocas carcajeantes. Esto no es simple literatura. Muchos de ustedes, al profundizar un poco en sí mismos sin falsa vergüenza ni malicia, descubrirán para sí los síntomas de esta afección. La epidemia se desboca; quien no sufre de esta afección, sufre de lo contrario: en lo más mínimo sabe sonreír, nada le causa risa. Y en los tiempos que corren esto último no es menos terrible, más enfermizo; ¿acaso no son ya dema-siado pocos los fenómenos de la vida hacia los cuales no se puede uno dirigir, sino es con una sonrisa? ¿Acaso conocemos muchos ejemplos de risa “sonora” y creadora, de la que habió Vladímir

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Soloviov, quien por lo visto no sabía reírse con una risa “sonora”, y se dejó contagiar por una carcajada de loco? No, nosotros vemos a toda hora y en todas partes ya sea rostros cercados por la seriedad, que no saben sonreír, o ya rostros retorcidos convulsivamente por una risa interior, dispuesta a inundar toda el alma humana, todos los nobles impulsos, para desplazar a la persona, para destruirla. Vemos gente poseída de una risa corruptora, en la que ahogan —como si fuera en vodka— su alegría y su desesperanza, su trabajo creador, su vida y, finalmente, su propia muerte. Se les puede gritar al oído, zarandear por los hombros, llamar con un nombre querido —nada de ésto servirá—. Ante el rostro de la maldita ironía todo le da lo mismo a la gente: la bondad y la maldad, el cielo limpio y la pocilga hedionda, la Beatriz de Dante y la Nedotikomka de Sologub. Todo es causa de risa, como en la taberna y en la bruma. La verdad vínica, in vino veritas se apodera del mundo, todo es único, lo único es el mundo; yo estoy borracho ergo quiero,“acepto” el mundo todo entero como es, caigo a los pies ante Nedotikomka, seduzco a Beatriz; me revuelco en

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una zanja, imagino que ando por las nubes; si quiero no “acepto” el mundo, demuestro que Beatriz y Nedotikomka son la misma. Así me da la gana, pues soy un borracho. ¿A un borracho qué se le puede preguntar? Al ebrio de ironía, de risa, le pasa lo mismo que al borracho de vodka: se despersonaliza, se deshonra, todo le da igual. ¿Qué vida, qué obra, qué hecho puede surgir entre la gente que padece de “ironía”, ese antiguo padecimiento, cada vez más y más contagioso? Sin darse cuenta, la persona se con-tagia de él; es como la mordedura de un vam-piro; el hombre mismo se convierte en un chupasangre, los labios se le hinchan y llenan de sangre, su rostro se pone pálido, sus colmillos crecen. Así se revela la enfermedad de la “ironía”. ¿Y cómo no estar contagiado de ella, cuando apenas hemos sobrevivido al espantoso siglo XIX, al siglo XIX ruso en particular? El siglo que fue llamado por un poeta como el “incendio sin flamas”, un siglo espléndido y fúnebre, que lanzó sobre el rostro vivaz del hombre un misterioso manto de mecánica, de positivismo y materialismo económico, que enterró la voz

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humana en el estrépito de las máquinas; una edad metálica en la que la “caja de hierro” —el tren— dejó atrás a la “inalcanzable troika” en la que “Gógol plasmó a toda Rusia”, como dijo Gleb Uspenski. ¿Cómo no sufrir de semejante enfermedad, cuando los silbatos de las locomotoras se han convertido en los soberanos de nuestra voz, cuando procurando acallar a gritos a la máquina nos desgarramos, increpamos al espíritu (porque año tras año la literatura rusa muere, sin que todavía nazca una nueva) y del alma desolada surge no ya una blasfemia y una loa creativa, sino una risa devastadora, demo-ledora? Esta risa, esta ironía es conocida desde hace tiempo. Desde Dobroliúbov cuando dijo que “en todo lo que hay de mejor en nuestra literatura, vemos esta ironía, ya sea ingenuamente abierta, maliciosamente sosegada a moderadamente biliosa”. Dobroliúbov entrevió en esto la garantía del florecimiento de la sátira rusa, pero no sabía de todo el peligro terrible que venía de allí, por dos razones principales. En primer lugar Dobroliúbov padecía la enfermedad contraria, no sabía sonreír, ni

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dominaba ni uno sólo de los diversos métodos de la risa. Era hijo de una época seria, contra la que una reacción natural fue Kozmá Prútkov. Bueno, antes era gracioso citar a Prútkov, ahora esto es un poco siniestro y trivial,como muchos y muy buenos chistes de este período, incluyendo los del bromista Vladímir Soloviov. En segundo lugar, y lo más importante, Dobroliúbov fue un escritor prerrevolu-cionario. En sus conjeturas críticas no había ni la más pequeña premonición de la “risa roja” de Andréev, ni de la profunda ironía de Dostoievski. Y de la fina y demoledora ironía de Sologub, que Dobroliúbov ni siquiera pudo soñar. Es claro que Dostoievski, Andréev y Sologub, uno tras otro, son satíricos rusos que desenmascaran los vicios y llagas sociales; pero por otro lado —y esto es lo más importante— el señor nos guarde de su risa demoledora, de su ironía; todos ellos son muy diferentes entre sí, incluso podrían pasar como individuos que se sentían animadversión. Pero imagínenselos entrando a un cuarto, sin testigos; se miran uno al otro, se echan a reír y se ponen de acuerdo... Y nosotros les creemos, los escuchamos. Dostoievski no opone un “no” rotundo a aquel nihilismo de seminario que lo abruma.

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Está enamorado un poco de Svidrigailov. Andréev no sólo se atormenta por la “risa roja”, sino que en las profundidades inconscientes de su alma caótica ama los dobles (“Las máscaras negras”), ama al provocador de todo el pueblo (“El Rey-Hambre”),ama aquella“provocación cósmica” de la que está penetrada la vida del hombre, aquel “viento glacial de espacios infinitos” que agita la flama amarilla de la vela que es la vida humana. Sologub, por su parte, no dice “no” a Nedotikomka, porque lo une a ella un secreto voto de fide-lidad. Sologub no cambia las tinieblas de su ser por ninguna otra existencia. Es ridículo aquel que interpreta las canciones de Sologub como quejas. El irónico “Verlaine ruso”, el cautivador Sologub, no se queja ante nadie. Y todos nosotros, poetas contemporáneos, estamos en el foco de la terrible infección. Todos estamos impregnados de la ironía provocadora de Heine. Este enamoramiento inmortal,que desfigura las imágenes de nuestros iconos, ennegrece las radiantes orlas metálicas de nuestros santuarios. No hay a quien decirle una palabra salvadora, nadie sabe la fuerza de nuestro contagio.

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¿Qué decadente, qué positivista, qué místico ortodoxo entenderá toda la desnudez de mis palabras? Quién conoce el estado del que habla el solitario Heine: “Yo no puedo entender dónde comienza el cielo y dónde termina la ironía.” Éste es, pues, un grito de salvación. A aquellos que padecen la ironía, les gusta reírse. Pero en ellos la gente no cree o deja de creer. Si dice que está muriendo, nadie le cree. Así es que la persona que ríe, muere sola. Ni modo, a lo mejor es para bien. “El perro debe tener una muerte de perro.” No escuchen nuestra risa,escuchen el dolor que hay tras ella. No le crean a ninguno de nosotros, créanle al que está tras de nosotros. Si no somos capaces de mostrarles a ustedes lo que hay tras de nosotros, lo que desean y esperan otros de nosotros, entonces denos la espalda cuanto antes. No hagan de nuestras búsquedas, una moda; de nuestra alma, un espectáculo de títeres de feria,que lleva las veladas literarias y la diversión callejera al público. Hay una fórmula sagrada, repetida de una u otra forma por todos los escritores: “Abjura de sí para sí, pero no para Rusia” (Gógol). “Para ser uno mismo, hay que renegar de sí mismo” (Ibsen), “El renunciamiento personal

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no es una renuncia de la personalidad, sino una negación de la persona a su egoísmo” (Vladímir Soloviov). Esta fórmula es repetida resueltamente por cada uno, que constantemente es impulsado hacia ella, si es que vive con algún grado de vida espiritual.Esta fórmula sería trivial si no fuera sagrada. Entenderla es algo muy difícil. Estoy seguro que en ella se encuentra la salvación al padecimiento de la “ironía”, que es una enfermedad de la personalidad una enfermedad “individualista”. Sólo entonces, cuando esta fórmula penetre en la carne y sangre de cada uno de nosotros, llegará la verdadera “crisis del individualismo”. Hasta la fecha no somos inmunes a ninguna enfermedad eternamente floreciente, a ningún espíritu eternamente inútil. Noviembre de 1908

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