LIBRO MEMORIA Y RESISTENCIA EN EL MARCO DEL CONFLICTO. PUEBLO INGA DEL CAQUETÁ

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MEMORIA Y RESISTENCIA EN EL MARCO DEL CONFLICTO. PUEBLO INGA DEPARTAMENTO DEL CAQUETÁ



Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

“ Para pervivir en el tiempo y en el espacio, no se pueden olvidar las raíces de resistencia ni la memoria de nuestros taitas y mamas ”

Flora Macas Zhigue Francisco Rojas Angie Natalia Colorado Doris-Waira Jacanamijoy Mutumbajoy Marcela Lizcano

Asociación Tandachiridu Ingakuna Yurayaco, septiembre de 2020



Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

Wakanshinkuna fuigsaskunawa iagta caquetapi ingakuna Memoria y resistencia del pueblo Inga del Caquetá en el marco del conflicto Semillero de Memoria Histórica Yachaikury I. E. R. Indígena de Carácter Oficial Especial Yachaikury, San José del Fragua, Caquetá. NIT: 900.896.729-1 DANE: 218610002108 Inspección de Yurayaco - San José del Fragua Con la cooperación de: Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ) GmbH Programa de Apoyo a la Construcción de Paz en Colombia (ProPaz) Rebekka Rust – Coordinadora del programa Carrera 24 No. 39A-4. Bogotá, Colombia Erika Ramírez – Coordinadora oficina ProPaz Florencia. Carrera 9A No. 6-48. Bogotá, Colombia Asesoría técnica: Componente de Memoria Histórica y Justicia Transicional del Programa ProPaz, ejecutado por: Consorcio Ambero GmbH William Ramírez – Jefe de Equipo Ambero Stella Maris Bermeo Bahos – Asesora regional Memoria Histórica y Justicia Transicional Participantes del proceso: Estudiantes, docentes, directivos docentes, abuelos, abuelas, líderes, lideresas y miembros del Resguardo Indígena Inga de Yurayaco. Equipo Memoria y resistencia: Wayra Nina Jacanamijoy Mutumbajoy – Coordinadora María Flora Macas Zhigue – Asesora general Francisco Rojas Salcedo – Facilitador de arte Angie Natalia Colorado Chavez – Facilitadora pedagógica Marcela Lizcano Cristancho – Asesoría, diseño y curaduría Textos: Equipo Memoria y resistencia: Natividad Mutumbajoy, Brigida Jacanamijoy, Eudocia Jacanamijoy, Álvaro Mutumbajoy, Yolanda Jacanamijoy, Evirley Mutumbajoy, Plácido Becerra, Freddy Garcés y Wilmar Becerra. Revisión de estilo y corrección: Ángela Lizcano Diseño y diagramación: Gaitana Valbuena Este producto es una versión del trabajo de maestros, niñas, niños y jóvenes de la Institución Educativa Rural Indígena de carácter oficial Yachaikury, de la inspección de Yurayaco, San José del Fragua. Las imágenes y textos son responsabilidad de la autoría; no comprometen la línea institucional de la GIZ. Septiembre de 2020.


PRESENTACIÓN P9

P15

PENSAMIENTO, VIDA Y MEMORIA DEL PUEBLO INGA DEL CAQUETÁ Educación Medicina Territorio y medio ambiente Agricultura ancestral. soberanía, seguridad y autonomía Cultura y comunicaciones

ESPACIOS Y LUGARES DE LA MEMORIA P21

La piedra del taita apolinar (atun rumi taita apolinar) El fuego El chumbe Ceremonia de ambiwaska Sitio de tomar yoko Atun puncha La chagra Consejos de madrugada


Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

P29

RELATOS DE 13 MAYORES Y MAYORAS DE LA COMUNIDAD APOLINAR JACANAMIJOY (1906-1981) NATIVIDAD MUTUMBAJOY JANSASOY (1942-) MAURICIA MUCHAVISOY (s.f -1985) ROBERTO IGNACIO JACANAMIJOY MUCHAVISOY (1938- 1988) CRISANTO JACANAMIJOY (s.f -1957) MARIA LUISA JOJOA (s.f) CONCEPCIÓN MOJOMBOY (s.f) EUSEBIA YANANGONA (s.f) LAUREANO BECERRA (s.f) CARMELINA JOJOA(s.f.)

PEREGRINO JACANAMIJOY (s.f.)

AGUSTÍN MUTUMBAJOY (1925-2015)

ASCENCIÓN JACANAMIJOY (s.f. -2005)

SEMILLEROS DE MEMORIA Y RESISTENCIA P69

Defensoras y defensores de la memoria y la Resistencia del territorio y la cultura Memoria y resistencia ancestral Referencias

MEMORIA Y RESISTENCIA ANCESTRAL P71



PRESENTACIÓN



Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

En este documento compartimos los frutos de un esfuerzo colectivo realizado para recuperar nuestra memoria, una tarea que no nos es sencilla como pueblos indígenas en Colombia, pues en nuestros territorios el asesinato a líderes sociales es sistemático, y el confinamiento provocado por la pandemia nos expuso a problemáticas como el conflicto armado. Por eso, en el marco de nuestro plan de vida, nos anima la posibilidad de compartir parte de nuestras historias de memoria y resistencia como pueblo Inga del Caquetá. Al recordar, al volver a pasar por el corazón el legado de nuestros mayores y mayoras, queremos traer a la memoria humana el valor de la vida, la cultura, la sabiduría ancestral y la necesidad de mantenernos unidos para defender los territorios, en medio de una guerra que no distingue. En ese sentido, queremos abrir una mirada al mundo de los ingas del departamento del Caquetá, olvidados por tanto tiempo. Y también buscamos guiar la mirada hacia nosotros mismos porque nos parece indispensable, en medio de las amenazas y la pérdida de familiares, darnos la mano y reconocernos en el trabajo y la dedicación que día a día sembramos como pueblo por la defensa del territorio, la cultura y el tejido de nuestra propia historia, visibles en la fuerza y determinación que acompañan a todos nuestros líderes. Les invitamos a realizar un recorrido hacia dentro, hacia el corazón de la memoria inga, un recorrido por las luchas y las resistencias que como pueblo hemos tenido que enfrentar desde la época de la invasión colonizadora para pervivir en el tiempo y en nuestros territorios. Por eso, en las primeras páginas, tendrán la oportunidad de conocer aspectos de nuestra cosmovisión relacionados con las formas que tenemos de hacer memoria; luego, podrán sumergirse en el eco de las voces y las huellas de nuestros ancestros, quienes con su ejemplo de vida y determinación nos han legado la fuerza para permanecer unidos; y, por último, encontrarán un recuento de los pasos dados por nosotros como equipo de memoria, los que nos convocan a seguir transitando estos caminos de la memoria. 11


“ Con la llegada de los españoles, los ingas quedamos aislados del centro del imperio Inca y nos ubicamos creando diferentes asentamientos: Caquetá, Aponte, Yunguillo, Valle de Sibundoy, Mocoa, Condagua, Villagarzón, Puerto Guzmán, Puerto Limón y baja bota Caucana. ” Pueblo Inga de Colombia


PENSAMIENTO, VIDA Y MEMORIA DEL PUEBLO INGA DEL CAQUETÁ


El territorio indígena de Yurayaco está sobre la carretera que conduce de Florencia(Caquetá) a Piamonte (Cauca). Allí estamos aproximadamente desde el siglo xviii, cuando los abuelos y padres del indio Apolinar Jacanamijoy, líder conocedor de la selva amazónica del Caquetá y del Putumayo (lo que hoy se llama la baja bota caucana), decidieron emigrar con su familia alrededor de 1918 y formar un primer asentamiento. Actualmente, es reconocido jurídicamente por las normas constitucionales como resguardo, al igual que los demás resguardos indígenas de la zona como Niñeras, Cusumbe, Brisas del Fragua y San Miguel del Fragua. Somos pobladores de estos territorios ancestrales, desde mucho antes de la imposición de divisiones y limitaciones geográficas. En nuestra forma de relacionarnos y entender la vida, el territorio y la cultura, nos hemos caracterizado por ser sabios ancestrales, hijos de la planta sagrada del Yagé, y sabemos convivir en armonía con la naturaleza, en todos los sentidos. Como todas las comunidades indígenas de Colombia, desde la llegada de los conquistadores hemos tenido que resistir a múltiples violencias: la expropiación de nuestros territorios ancestrales; la explotación del caucho y la quina; la presencia de militares y grupos al margen de la ley; la problemática del narcotráfico; la persecución y el asesinato de nuestros líderes/familiares; entre otro tipo de violencias. Hemos resistido desde la medicina, desde nuestro pensar colectivo y también desde la organización, siguiendo las grandes huellas de nuestros mayores, quienes con su ejemplo de vida y legado cultural tejieron desde el pasado un precedente para las futuras generaciones, quienes estamos hoy presentes. Respetamos la vida, nos respetamos a nosotros mismos y a los demás. La práctica de nuestros valores es otra forma de resistir a la pérdida de nuestra cultura. Cada vez que ponemos en práctica nuestro pensamiento reafirmamos nuestro ser como pueblo: el sentido comunitario, la capacidad de perdonar, el buen trato, el cuidado y respeto por la tierra, los conocimiento sobre plantas medicinales, la organización, el respeto y valoración a los médicos tradicionales, el interés por recuperar la lengua, entre otros valores que nos hacen valer por lo que somos y no por lo que tenemos. Nuestras historias, valores y apuestas como pueblo están trazadas en nuestro plan de vida, el cual empezamos a tejer desde el año 1970 con el tema territorial y de medicina tradicional, a través de encuentros pequeños entre taitas de la medicina apoyados por sus líderes. En 1983 se concreta el programa educativo y se empieza a trabajar por la legalización y titulación de algunos resguardos, hasta 1996; entre el año 1996 y el 2000, se empieza a trabajar por el fortalecimiento organizativo al plan de vida, y se crea la Asociación Indígena Inga Tandachiridu. 14


Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

En 2006, se integra al plan de vida el área de mujer (warmis) con el proyecto de nutrición (Plan Salvaguarda del Pueblo Inga). A continuación, presentamos una breve descripción de cada uno de los ejes.

EDUCACIÓN Desde el pensamiento y el sentimiento ancestrales del pueblo Inga, la educación sigue siendo un legado de memoria que trasciende en el tiempo, conecta y armoniza la vida del ser inga, una estrategia para mantener viva nuestra cultura. Con el fin de fortalecer la cultura e identidad del pueblo Inga, y con la necesidad de una educación que correspondiera a nuestras raíces culturales, en 1983 se crea el Colegio Yachaikury. Han sido casi treinta años, luchando para que Yachaikury permanezca como un espacio de encuentro con niños y jóvenes, en el que se pueda seguir hilando camino, vida, cultura, memoria, sueños, proyectos de vida en unidad y liderazgo en cada territorio. Es un espacio en el que resistimos a la guerra y donde muchos abuelos y abuelas han dejado huellas significativas, gracias a las cuales hoy podemos continuar tejiendo procesos en nuestro territorio e, incluso, haber trascendido a otros pueblos con experiencias regionales, nacionales e internacionales. El proyecto etnoeducativo del pueblo Inga está articulado y conectado, desde cuatro ejes y proyectos pedagógicos, como un consolidado de lo que es nuestro plan de vida Inga. Hemos venido recreando e innovando la chagra, las danzas, los cantos y muchas otras prácticas culturales que han afianzado los conocimientos y la memoria. Una experiencia que vale resaltar es la danza de la chakana, donde simbolizamos nuestro proyecto etnoeducativo. Para nosotros, la educación inga es la chakana, es decir, el puente para seguir recreando la memoria, integrando visiones y fortaleciendo la medicina-espiritualidad, los lenguajes, los significados, la organización social y la agricultura ancestral; en otras palabras, la educación es una forma en la que caminamos nuestros saberes, un camino donde fluye el espíritu de la vida con el pensamiento y sentimiento cosmogónicos, que cada día nos impulsa a seguir avanzando de la mano de nuestros taitas y mamas. Cabe señalar que Yachaikury es un hilo mentor que no solo han tejido docentes, directivos, líderes o autoridades indígenas, sino también todas las comunidades ingas y familias campesinas que hoy son parte de la memoria de vida que cada vez nos impulsa a continuar este legado. 15


MEDICINA

“ Tenemos una gran sabiduría sobre plantas medicinales, es decir, conocemos las plantas, para qué sirven, cómo se preparan y la cantidad que debe tomar el enfermo ” La medicina tradicional es transversal a nuestras vidas. Gracias a esto, hallamos fuerza, salud, corrección y guía. Frente a una situación adversa o que resulte decisiva, consultamos a los mayores de la medicina, nos conectamos con el universo para limpiar nuestro pensamiento y ver con claridad. A la madrugada, nos gusta ir a la orilla del río a empezar la mañana tomando nuestro tinto Amazónico, el yoko, una bebida que nos purga y nos da vigor para empezar un nuevo día, para avanzar. Nuestros taitas y mamas siguen cultivando con sus manos la sabiduría y el poder de las plantas, enseñando a las nuevas generaciones sobre la importancia del cuidado y de una vida espiritual, coherente con nuestros valores. Gracias a esto, sabemos preparar remedios, elaboramos productos naturales como cremas y champú, nos protegemos de los malos espíritus y nos mantenemos saludables.

TERRITORIO Y MEDIO

AMBIENTE

Este eje es transversal a todos los otros programas del plan de vida, pues concebimos que el territorio es muy valioso, por él nos sanamos, nos alimentamos, nos fortalecemos política y culturalmente y, por ende, nos educamos. Este programa de nuestro plan de vida ha avanzado en la legalización y ampliación de los resguardos y del gran territorio del pueblo Inga (Indi Wasi), que se creó desde una figura de co-manejo entre la Unidad Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNN) y la Asociación Tandachiridu Ingakuna. De igual manera, se viene haciendo un proceso de conexión y articulación con el territorio desde la educación y demás ejes del plan de vida inga, a fin de seguir conservando la fauna y la flora como una estrategia para pervivir en el tiempo y espacio, no solo para el pueblo Inga sino para todo el mundo.

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AGRICULTURA ANCESTRAL.

SOBERANÍA, SEGURIDAD Y AUTONOMÍA

Este eje apunta al fortalecimiento de sembrar y comer sano, a partir de las diversas variedades de semillas, productos que se han venido recuperando en la chagra. Además, se ha hecho memoria de técnicas ancestrales, las recetas culinarias que han alimentado nuestro cuerpo y espíritu. La política de la Asociación Tandachiridu Ingakuna es que la autonomía y soberanía alimentaria sigan nutriendo la vida del ser inga con el deseo de sembrar y comer sano, para pensar y actuar bien como los mayores sabios y sabias nos aconsejan.

CULTURA Y COMUNICACIONES

Es uno de los ejes que salvaguarda y aspira a fortalecer cada vez más los sistemas de comunicación propios. La creación de la emisora comunitaria Ingakuna Stereo 105.3 fue una de las estrategias importantes que estuvo en funcionamiento; si bien ahora no lo está, la idea es reactivar la emisora para continuar fortaleciendo todos los ejes del plan de vida, siendo una herramienta pedagógica para aportar a una educación desde y para la vida. Este ha sido el lugar, el espacio y la oportunidad para guardar la memoria y transmitirla a las nuevas generaciones. Hemos querido traer a la memoria nuestro plan de vida para tratar de dimensionar la importancia que tiene para nosotros hacer memoria, pues entendemos que esto nos conduce por senderos ancestrales en los que los sentidos de la cultura se renuevan. A continuación, queremos invitarlos a seguir este recorrido por los significados y espacios por los que transita nuestro legado; los lugares en los que habita la memoria.

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ESPACIOS Y LUGARES DE LA MEMORIA


Antes de mencionar los lugares donde se fortalece y se recrea la memoria, queremos compartir nuestra forma de ver el mundo :

“para entender las diferentes formas del mundo lo explicamos de esta manera, un mundo que corresponde al mundo de Awapi, espacio donde están las personas, las plantas, killa, indi, Waira tukuspa, viento y sabiduría de árboles, animales, agua y personas en forma de fuerza y espíritu; mundo de Alpa wata, de lo que vemos alrededor, están las plantas, animales, gente, espíritus, agua, viviendas; y Alpa ukuta tiam, donde se encuentra kilinza, Kuri, yaku, puncha rumi, tiam alpa yawar (plata, oro, agua, cuarzo, petróleo).”

Para nosotros el conocimiento es sagrado y la lucha de nuestros mayores es visible en el territorio, en la medicina y en las formas propias de gobernanza, educación y comunicación.

“ es así que nuestra cultura inga está estructurada dentro de sistemas de códigos históricos como referentes a la comprensión de las respectivas claves que permiten entrar, codificar e interpretar los mismos, a través de señales, signos, preceptos, trazos y reglas que permiten formular y comprender nuestro sistema de pensamiento: desde la lengua, la espiritualidad, la identidad y la simbología.”

W

I TUKUS P

Alpa Awama

A

P RA I A

Alpa Awaka Alpa Ukuta

Visión del mundo inga – Códigos culturales Waira Nina Jacanamijoy 20


Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

Los ingas del Piedemonte Amazónico del Caquetá somos una cultura arraigada al territorio, con pensamiento, cosmovisión, diversidad y manifestaciones propias que nos ayudan a interpretar desde lo oral y lo escrito los significados de nuestra cultura para su pervivencia. A pesar de las múltiples restricciones y amenazas a las que nos enfrentamos a diario por los cambios del paisaje sonoro, visual, geográfico, la guerra, la persecución y la invasión territorial, hemos podido mantener algunas prácticas culturales en las que se desarrolla, recrea y fortalece la memoria, haciendo resistencia para no desaparecer como cultura.

LA PIEDRA DEL TAITA APOLINAR (ATUN RUMI TAITA APOLINAR)

Foto: Luis Eduardo Luna

La grande piedra del Taita Apolinar ha sido un símbolo de sabiduría, energía y poder. Para nosotros, como pueblo inga es un sitio sagrado, pues allí se recrea y fortalece la existencia del legado histórico de la memoria, el saber y el conocimiento. Nuestra vida espiritual fluye entre la piedra y los ríos Caquetá, Yurayaco, Fragua Grande, Zabaleta y Fraguita, que lindan con nuestro territorio indígena. Por el proceso de colonización, la piedra ahora se encuentra en una finca que no está habitada por indígenas y esto ha puesto en peligro la vida y las tradiciones culturales; así mismo, muchos de nuestros territorios se encuentran confinados por la expansión ganadera, maderera y de cultivos ilícitos.

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EL FUEGO

La tulpa, espacio sagrado donde se cocina, se abriga la palabra, el espíritu y el pensamiento. Es el fuego integrador, en todas sus dimensiones, para armonizar la palabra, el canto, la danza, las ceremonias y la organización social es el que abriga y cocina, lugar para tomar decisiones políticas, organizativas y educativas. En prácticas espirituales, la tulpa sana y purifica con su fuego, nos reconecta con el territorio y con los demás integrantes de la comunidad.

Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

EL CHUMBE

Símbolo del camino a seguir. Desde el chumbe expresamos y contamos nuestras historias y procesos de vida inga, hacemos memoria de nuestra cultura y del legado de los ancestros.

Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

Foto: cortesía originarios canal 13

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CEREMONIA DE AMBIWASKA Este espacio sagrado compuesto de cantos ancestrales, artesanías, plantas medicinales y legados culturales, a la par que nos permite conectar con nuestra cosmovisión, nos aclara el pensamiento, nos fortalece y nos permite avanzar por los caminos de la memoria. Aquí nos encontramos con nuestros guías espirituales, los cuales nos orientan en cuanto la permanencia y los desafíos en el territorio, la Salud, la organización Social, entre otros aspectos de la vida. Asimismo, asumimos el sahumerio, las limpiezas y la purificación como espacios sagrados por su gran valor espiritual para armonizar la vida, los caminos y la memoria.

Foto: ACT – Colombia

Foto: Flora Macas

SITIO DE TOMAR YOKO

A las madrugadas, antes del resplandor del sol, nos preparamos para salir a la orilla del río o quebrada para raspar una liana traída de la selva llamada en nuestra lengua ambi yoko, que machacamos y bebemos en tazas, y nos disponemos para hablar de nuestra historia, recordar, pensar, contar, chistar, organizar, programar la vida hacia lo que sigue, hacer silencio o escuchar la naturaleza.

Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

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ATUN PUNCHA

“Esta fiesta la celebramos con gran alegría, es el momento de perdonar, de revivir nuestras costumbres y tradiciones. Vivimos el sentido comunitario y la reciprocidad entre familias y comunidad”

(Organización Tandachiridu)

Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

Atun Puncha, el cambio del año, el año del perdón, es una fiesta que organizamos entre todos, preparamos los cantos y sonidos con los que vamos a armonizar las conexiones con nosotros mismos, con los demás, con el territorio y con las aguas donde existen las Iacumamas. Es un encuentro con la memoria viva que ofrecen los alimentos, los materiales artísticos, las tradiciones y el vivir en comunidad.

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LA CHAGRA En la chagra celebramos la vida, intercambiamos saberes, conocimientos y tĂŠcnicas ancestrales, recreamos nuestra cultura, sembramos la memoria de nuestro pueblo, respetamos los ritmos de la naturaleza, como las fases de la luna, para que los alimentos sean sanos y nos ayuden a pensar bonito y tener buena salud.

Foto: archivo InstituciĂłn Educativa Yachaikury

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CONSEJOS DE MADRUGADA Los taitas, mamas, mayores, autoridades y líderes, desde sus experiencias sabias, aconsejan a las nuevas generaciones al hacer memoria de cómo hay que vivir, pensar y actuar. En estos espacios se decide de manera especial, se nutre el pensamiento con las palabras sabias. Estos espacios, como hemos mencionado, son sagrados para nosotros, porque en ellos fluye la memoria de todos nuestros ancestros espirituales, que han tejido sabios consejos para que podamos convivir en armonía, viviendo y resistiendo como seres íntegros para continuar defendiendo nuestros territorios, el buen vivir y los mandatos de nuestro plan de vida. De esta forma, velamos para que nuestra memoria siga viva, entre ríos, abrazada de los cantos ancestrales de nuestros taitas y mamas, palpitando cada vez que nos reunimos a tejer nuestros saberes, ponemos en práctica nuestra cultura y evocamos el legado espiritual de nuestros mayores. Por lo anterior, queremos ahora queremos invitarle a sumergirse en el eco de las voces y las huellas de nuestros ancestros, quienes con su ejemplo de vida y determinación nos han legado la fuerza para permanecer unidos.

Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

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RELATOS DE VIDA, CULTURA, MEDICINA Y RESISTENCIA


“ Nos duele tener que contar la guerra. Sin embargo, el legado de todos nuestros mayores siempre ha sido la resistencia, el perdón y la resiliencia. No tenemos rencor. Somos mucho más que víctimas. Somos cultura, descendientes de las mayoras y mayores que abrieron el camino de la medicina tradicional para beneficio de toda la comunidad y de todas las personas que lo han necesitado. Hoy podemos hablar de lo sucedido, reconocer las condiciones, muchas veces contradictorias, en las que nos vimos sometidos por causa de la colonización; así mismo, por el auge de la coca y todo lo que tiene que ver con la historia y el conflicto desatado por la cuestión del narcotráfico en Colombia. Perdimos territorios, estamos perdiendo nuestra lengua y muchos de los nuestros tuvieron que morir. Sin embargo, aquí estamos. Insistiendo al mundo sobre la importancia de mantener las fuentes de agua limpias, los bosques tupidos, las selvas intactas. Es preciso evitar a toda costa los proyectos minero-energéticos, detener la destrucción; es la única manera de garantizar que nuestros corazones sigan latiendo. Y no dejaremos de insistir, por eso mismo: desde el mayor de nuestros abuelos hasta el menor de nuestros niños, seguiremos cultivando como pueblo nuestro respeto y vínculo con Nukanchipa Alpa. Las historias que a continuación se cuentan son solo una pequeña muestra de lo que somos. Esperanza, organización, cuidado, medicina, ejemplo, lucha, resistencia, cultura, entre otras cosas más. En ese sentido es que las queremos compartir, para no olvidar nuestro origen, nuestra tradición ni nuestra razón de ser por este mundo. Honramos la memoria y los pasos de todos los mayores, quienes entregaron sus vidas para que tuviéramos dónde vivir, qué comer, cómo curarnos y que con su ejemplo nos enseñaron y siguen enseñando a mantener viva nuestra esencia. Queremos visibilizar el legado, la memoria sabía de los abuelos y abuelas que nos siguen direccionando nuestros caminos y procesos. ” Pay Mamita, Pay Taitica 28


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COMUNIDAD DE YURAYACO

APOLINAR JACANAMIJOY (1906-1981) Hijo de Ignacio Jacanamijoy y Francisca Buesaquillo. Sabio y precursor de la medicina en el territorio. Reconocido a nivel nacional e internacional por sus conocimientos como médico tradicional. Esposo de la mamá Mauricia Muchavisoy. Fundador del pueblo de Yurayaco y elegido por toda la comunidad como presidente de la primera Junta de Acción Comunal. Tuvo que hacer frente a la guerra desde su infancia, cuando lo llevaron al convento para estudiar y estuvo bajo el mandato de los capuchinos. El conflicto armado hizo presencia en el departamento hasta el día de su muerte.

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Relato de su hija Brígida Jacanamijoy “Mi papá contaba que cuando llegaron los capuchinos llevaron a los niños al convento para que estudiaran y aprendieran cosas. Él estudió y creció en el convento. Cuando era joven, los misioneros le recomendaron que trabajara para ellos llevando y trayendo correos de Mocoa a Florencia, él decía que en Florencia habían poquitos ranchitos, lo que sí había era Ejército. A él le tocaba caminar por esta trocha que va desde la carretera hasta salir allá a Puerto Limón, y de ahí coger pa’ arriba hasta Mocoa. Él se conocía este sector pa’ salir a San José, todo este sector era pura montaña, montaña virgen, solo había un ranchito de unos viejitos colonos que vivían en lo que ahora es San Miguel, allá en el paso del río del Fragua. Quién sabe cuánto tiempo duró él trabajando en eso. Cuando regresó a Mocoa eso estaba un desastre, habían acabado las chagras, la gente andaba haciendo casa en una parte y en otra, bueno, un desastre. Llegó gente rica de Pasto, yo digo, porque de dónde más iban a venir, vieron tierras buenas, aguas buenas, entonces trajeron bestias, trajeron ganado y lo soltaron, no había ley, esos animales andaban pa’ arriba y pa’ bajo, haciendo daño, nadie paraba bolas. Entonces le dijo a mi abuelo —Apá, qué estamos haciendo aquí. Dónde nos vamos a quejar de que esos animales nos están dañando todo. Yo me conozco unas tierras muy buenas pa’ trabajar, caminen, dejemos esto aquí—. Y sí, como las chagras estaban todas acabadas, lo único que hicieron fue empacar los chiritos y por aquí se vinieron. A los capuchinos les dio rabia que él se hubiera venido, se hubiera traído a mi abuelo, a mis tíos, que no les hubiera trabajado más, no estaban de acuerdo, entonces comenzaron a perseguirlo para llevárselo. Él tenía que esconderse, dejaba recomendado a un vecino del Fragua que cuando vinieran los capuchinos les avisara pa’ esconderse. En esos tiempos no se aguantaba hambre, había carne, pescado, yo me acuerdo, en los ríos había mucho pescado, uno les tiraba cualquier comida y eso se formaban como nubes de pescados, pero pescado grande, no era cualquier sardinita. Así vivían ellos, pescando, comiendo y cazando. El tigre también vivía por ahí, no podían descuidarse, donde vivían los puercos debían tener todo bien cercadito; con las gallinas, lo mismo, por el tigrillo o la cucha que entraban y se las robaban. Un día, seguro se les acabó la sal y las velas, entonces que mi abuelo le dijo a mi papá que le tocaba ir a Mocoa a traer las cosas. Él pensaba en ir, comprar y devolverse pronto, no se iba a demorar, pero como lo tenían entre ojos, apenas llegó… de una vez le cayeron, lo cogieron, se lo llevaron y lo metieron a la cárcel, duró siete días en la cárcel. Lo metieron con una muchacha, con mi mamá. Ellos no se conocían ni nada, mi

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mamá era de otro pueblo, de Yunguillo. Los metieron y les dijeron —Bueno, ustedes tienen que casarse, sino no los soltamos—. A los siete días de estar allá encerrados, mi papá le dijo a mi mamá —Bueno, y usted qué piensa, vamos a estar encerrados aquí toda la vida o qué vamos hacer, ellos están diciendo que nos casemos y que así nos sueltan, por qué no nos casamos, casémonos pa’ que nos suelten—, y mi mamá, seguro aburrida de estar ahí encerrada, pues le dijo que sí, que se casaran. Ese día mi papá les dijo —Sí, nosotros nos vamos a casar pa’ que nos suelten—. Entonces los casaron, pero ellos ya tenían el plan, se casaban y por la noche se desaparecen. Pues, sí señor, los casaron y los mandaron pa la casa, él hizo las compras ese día y por la noche se desaparecieron, en todo caso, volvió casado. Cuando llegó acá, él pensaba que no lo iban a seguir molestando, pero no, lo seguían persiguiendo y molestando. No sé cuánto duraría en esas, ellos escondiéndose en una parte y en otra pa´’ que no se los llevaran; a lo último, mi papá le dijo a unos primos —Nos vamos pa’ Bogotá, no me aguanto más esta joda de que nos vienen a coger, nosotros no hemos hecho nada, por qué nos tienen que venir a coger—. Hicieron chicha de plátano, de yuca, empacaron en hojas harto pescado, carne seca pa’ ir comiendo por ahí de camino y se fueron que pa’ Bogotá. En el camino, un General los interrogó. Papá le contó lo que le pasaba, quería hablar con el Gobierno directamente sobre por qué si en Colombia las personas eran libres de andar por dónde querían a él lo perseguían si él no había hecho nada malo. El General le dijo que Bogotá estaba muy lejos, que no iba a llegar pronto, que mejor se devolviera para la casa, entonces le recomendó hacer el denuncio para poder revisar el caso y citar a los que lo estaban persiguiendo. Hicieron la reunión, el capuchino estaba bravísimo, le iba a pegar a mi papá delante de toda la gente, pero el sargento le dijo —Usted no le puede pegar, tiene que aprender a respetar, él es libre pa’ que ande por donde quiera, por qué lo trata como si fuera un esclavo, aquí en Colombia la esclavitud no existe—. Ganaron el pleito, dijo —Usted queda libre pwara que ande por donde quiera, nadie lo puede detener—. Al tiempo, salió un decreto de que todas las personas tenían que vivir unidas, entonces él los reunió a todos, les dijo que quería hacer una junta, la gente aceptó, pero nadie quiso comprometerse a ser presidente, mi papá les dijo que, si nadie quería él sí, porque a él le gusta trabajar así. Desde ahí, él siguió luchando, donó dos hectáreas y otro vecino donó otras dos para la formación del pueblo y así fue que lograron que construyeran esta carretera. Después de que mi abuelo falleció, él se fue a aprender más sobre la medicina, se fue pa’ abajo, pa’ los ríos abajo, por allá era que había taitas. Cuando vino, decía mi mamá, que él ya preparaba el yagé. Él fue el que siguió el camino de la medicina por estos territorios.

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Con la medicina él se volvió famoso, venía mucha gente a que les curara de muchas enfermedades que los médicos no podían curar. Él viajaba mucho, la persona que se curaba recomendaba a otros y así, él preparaba el yagé y se iba a tomar por allá en Florencia, en Belén, en San José. Llegaban muchos gringos a la casa a hacerse curar, ellos querían llevarse a mi papá para Estados Unidos, que allá le daban todo hasta dinero para que la familia estudiara, pero mi papá dijo —Noo, yo por allá no voy, por allá no hay yuca, no hay plátano, no hay píldoras, yo qué me voy a ir por allá, yo aquí nací y aquí me muero—. Con la medicina, mi papá estuvo en muchos pueblos, sólo cuando ya por los años quedó reducido a cama y empezó a sentirse enfermo, dejó de salir, en ese año él falleció.”

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Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

NATIVIDAD MUTUMBAJOY JANSASOY (1942-) Mujer sencilla, sabia, sabedora cultural, conocedora de la medicina y la historia de los mayores y de la comunidad. Ha motivado y liderado varios procesos, entre esos, la creación del Colegio de Educación propia Yachaikury, la conformación de la Asociación de Mujeres Indígenas – ASOMI y la Unión de Médicos Indígenas Yageceros del Amazonas Colombiano – UMIYAC. Ejemplo de vida, lucha, fuerza y resistencia. Lideresa de los procesos de educación propia y de la medicina.

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“Yo me llamo Natividad Mutumbajoy Jansasoy, hija de Santiago Mutumbajoy y Ambrosía Jansasoy, nací en Mocoa, me crie y estudié allá. Conseguí marido y el destino me trajo para acá. Tuve seis hijos, pero de esos apenas tengo dos, los otros los murieron. Mi esposo se llamaba Roberto Ignacio Jacanamijoy Muchavisoy, hijo de Apolinar Jacanamijoy y Mauricia Muchavisoy. Con él aprendí mucho de la medicina, de la educación propia. Mi papá sí nos había enseñado, pero al irme a vivir con los papás de Roberto seguí aprendiendo, ellos me enseñaban cómo preparar los remedios, aprendí muchas cosas. También fui gobernadora, yo no sé por qué, pero como que siempre me he caracterizado por darle ánimo a la gente, yo invitaba a la gente a las reuniones, nos programábamos por semana o por mes para realizar los trabajos que teníamos.” ** “Tuvimos que organizarnos para defender nuestro territorio. Tuvimos que hacer frente a la guerra de muchas maneras. Los niños y las niñas eran engañados, a las mujeres se las llevaban a Bogotá para que se dedicaran a la prostitución, y a los hombres les daban armas y se los llevaban para el monte. Recuerdo que los ancianos eran un solo llanto porque se estaba acabando la cultura, la comida tradicional, la medicina propia. Yo les decía que con llorar no hacíamos nada, que había que hacer algo. Entonces les propuse que no lleváramos más a los niños y niñas a la escuela de blancos, sino que hiciéramos una escuela manejada por nosotros donde se enseñe lo propio, las artesanías, la lengua, la pesca, la madera. “Y nos pusimos a recuperar los saberes, a trabajar en las artesanías, a elaborar las cucharas, las bateas, las atarrayas y así, hasta que conformamos el Colegio Yachaikury. Comenzamos con 15 niños, ahora vamos como en 115 niños. Eso me hace sentir bien, contenta. En el colegio, fui profesora de lengua materna y de medicina, pero debido a mi enfermedad me tocó salir, si no hubiera sido por eso, todavía estaría ahí luchando.” *** “La medicina tradicional es muy importante para la memoria del pueblo Inga. Cuando un taita yagecero está tomando, está haciendo memoria, puede recordar cómo vivían antes los ancianos, el pensamiento propio; por eso el que no toma anda como sin pensamiento, sin memoria, por eso es que se traen taitas al Colegio para que les dé la ambiwaska a los niños, las niñas y los docentes, para no olvidar la cultura, para que exista la memoria. Uno toma y, si se había olvidado, lo hace recordar (no todas las veces), a la persona que le conviene le hace recordar. Para seguir con el camino de la medicina, es necesario guardar todas las dietas; en los tiempos de los antepasados era más sencillo porque no había pueblo, no había prostitución, no había bebida fuera de la casa, pero ahora hay mucho de todo eso, las comidas ya no se guardan y hay mucha bebida. Para de verdad seguir, no hay que comer alimentos preparados de las mujeres que están en período, ni en embarazo. Si están embarazados, el hombre puede tomar pero el taita le da en una vasijita especial, no en la vasija en que todos toman y tiene que permanecer alejado del taita.” **** “Cuando estábamos comenzando a formar el Colegio, no teníamos a dónde ir a tomar el ambiwaska, porque en las casas no nos llegaba la pinta buena, sino como cansancio, como fatiga. En ese entonces había una institución que nos acompañaba,

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el Instituto de Etnobiología, les dijimos que queríamos tener una casa para tomar y sí, nos apoyaron. “Luego nos preguntamos, ¿y ahora qué hacemos con esas casitas? Entonces se pensó en que los muchachos de los otros resguardos vinieran y se quedarán acá, pero no había cama ni nada, los que se resignaron siguieron adelante, los que no, se fueron y ahora no están haciendo nada en este momento. De mi parte me siento alegre porque se alcanzó lo que se pensaba. Claro que el reto ahora es no dejarlo caer, seguir animando a la gente. Ha habido contrapunteos, dificultades, pero esas hay en toda parte, como un matrimonio, al principio todo es, mejor dicho, una dulzura, pero luego llegan los tropiezos, unos se aguantan y otros no se aguantan y se van dejando. Así es todo trabajo, toca es aguantar, sufrir y hacerle pa’ delante, no pa’ atrás porque pa’ atrás asustan.” ***** “La guerra es dura. A mí me tocó muy duro. A esta casa llegaban esos soldados o paramilitares, no sé, venían a preguntarme por mi marido, por los hijos y yo tenía que saber. En la vida hay de todo, también engaños. Mis muchachos estaban estudiando aquí en el colegio, en ese tiempo todavía no estábamos conformados como cabildo. Los profesores de ahí no eran legales, al contrario, engañaban a los estudiantes y los mandaban pa’ la guerra; así se llevaron a uno de mis hijos y, la verdad, no sé si está vivo o no, yo creo que está muerto porque hace años que se desapareció estudiando y nadie da razón. “Un día secuestraron a mi marido. Él tuvo que ver morir a mucha gente, por el monte paraban donde habían quebradas muy hondas, los hacían ponerse al lado y les daban tiros, las personas caían en ese hueco y así ya no tenían que enterrar, vivo o muerto caían allá, él alcanzó a pensar que también lo iban a matar, pero al fin lo sacaron. Yo no sabía qué hacer, fue doña Mauricia, la suegra, la que me alentó a ir a Florencia, a la oficina de asuntos indígenas, yo tenía mucho miedo, pero tuve que hablar. En Florencia nos atendió Betty y luego nos fuimos a donde el capitán. “— ¿Para dónde van?— nos preguntaron. —A conversar con el que manda a todos, con el capitán— dije. Cada que nos encontrábamos con un soldado nos preguntaban lo mismo, uno nos preguntó —De dónde vienen—; —de Yurayaco— respondí. — ¡Ah! Ustedes son los que se cobijan con la guerrilla—. Yo no sé de dónde me salieron fuerzas y le dije — ¿A usted le consta? ¿Le consta que nosotros dormimos con una sola cobija? —. Dijo —Aquí me está contestando, vaya allá y verá—. Allá nos matarán, pensaba yo. “Salió el capitán y nos preguntó qué era lo que se nos ofrecía, —Venimos a preguntar por Roberto, queremos saber de la vida de él, hace unos días que se lo llevaron, pero no sabemos a quién preguntar, por eso venimos aquí a ver si usted nos da razón. Si está muerto, por favor entréguenos el cuerpo, y si está vivo pues ojalá mejor—. —Esperen un momentico, vamos a llamar… está en el grupo 42, ya voy a dar orden que lo saquen, el martes está en San José, vengan a recibirlo—, dijo. —Pero que sea verdad

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porque hay muchas señoras viudas que siguen esperando, ojalá que se cumpla la palabra— dije. Él respondió —Tranquila, tranquila que allá llega—. “Yo sentía angustia de ir a encontrarlo, que tal que me llevaran a mí. Y no llegó, me tocó ir al monte, querían conocerme. —Yo no voy por allá, yo no voy por allá— decía. Qué voy a ir a presentarme, luego me persiguen. ¡Ay, Dios mío! Me tocó ir, nos fuimos a San José. A Roberto lo emborracharon, eso era dele y dele aguardiente. Al ratico me llamaron. A mis adentros pedía valor y fuerza para lo que me tocara. —Siéntese— me dijo, todo mal encarado, —usted me va a decir la pura verdad… ¿qué estaban haciendo en la Fiesta de la Virgen de Las Lajas?— qué yo qué hacía en tal cosa, y así, muchas preguntas. Le dije —En la fiesta de las lajas estuve rezando— y era verdad, estaba rezando por una difunta que mi patrón curaba pero esa paciente vino muy avanzada, parecía que tenía cáncer, se murió y la familia nunca volvió, qué tocó hacer, pues enterrarla, rezar por ella. En este momento no me acuerdo qué tanto me preguntó, muchas cosas, y yo a todo le contestaba, entonces me dijo —Usted me está contestando, pero la voy a mandar más allá a ver si allá también puede contestar—. Quería meterme miedo. Yo le dije —Estoy diciendo la verdad, si no puede creer pues no crea porque qué más hago, yo no estoy mintiendo, estoy diciendo la verdad, dijo —Sí, usted me está contestando, pero allá la voy a mandar—. Yo entre mí dije allá será que me tienen pa’ matar, así pensaba, pero yo siempre decía —Dios verá, si es el caso que me dé fuerza pa’ morir— y me fui, me mandó pa’ allá, me fui, saludé y ese señor era más buena gente que el otro, me dijo —Siéntese. Me preguntó por los hijos, que cuántos tenía, que dónde estaban, yo le dije la verdad, que estaban estudiando en el colegio y los desaparecieron, que no sabía dónde estaban, me preguntó —¿No están en la guerrilla?—. Le dije que no sabía decirle, que ellos que andaban detrás de la guerrilla podían preguntar y si los encontraba que por favor los trajera de vuelta, porque uno de mamá qué puede hacer, nada. Me dejó ir. De vuelta sentí mucho susto, como escalofrío, de pensar que me fueran a matar por la espalda. “Quedé pensando en que cuando pasaban en avión o en helicóptero ellos estaban pendientes de lo que hacíamos. De hecho, una vez pasó un helicóptero y el viento que produjo nos levantó todas las tejas de zinc, nos dejaron al sol y al agua. También fui a poner la queja, y acá llegaron los soldados a arreglarme la casa, vinieron a arreglar porque yo tenía esa fuerza de ir a reclamar. Y así, siempre venía la tropa o la guerrilla, nosotros pues callados sin poder decir nada, porque si uno se ponía en contra de la guerrilla, malo, y si se ponía a favor de la tropa, también, todo era malo. “Con el favor de Dios y de la medicina tradicional fui sanando todo el horror y todas las tristezas, igual mi marido, que incluso llegaba con marcas en las manos de cuando lo llevaban y lo dejaban amarrado por allá. Tomábamos la medicina del yagé para aliviar todas esas tristezas y fortalecernos. Entonces, por todo eso, Roberto preparaba

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yagé y nos daba para que borráramos todas esas tristezas y esos miedos. “Más antes no era así, era un paraíso, levantarse para ir a pescar, de cacería, por la noche podíamos caminar tranquilos, mejor dicho, un paraíso completo, pero después fue que llegó la guerra y nos tocó hacer de cuenta que no pasaba nada, sabiendo que nosotros somos inocentes, no somos de la guerrilla, ni somos de los para, ni nada, así nos tocaba decir. “A mí, la ambiwaska me ha ayudado a aclarar mi pensamiento, me ha dado mucha sabiduría. Con el Colegio fue así, nadie propone nada para rescatar lo que se estaba perdiendo y a mí me llegó el pensamiento de hacer una escuela, ese es como un don que tengo, un don de pensamiento, de fuerza, pero como digo, gracias a la ambiwaska que le da a uno esa fuerza para resistir los problemas y seguir adelante. Por medio del remedio, los ancestros siguen aconsejando.”

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MAURICIA MUCHAVISOY (S.F -1985) Partera y sabedora ancestral de la medicina tradicional. Nacida en el territorio ancestral de Yunguillo. Encarcelada por los capuchinos y obligada a casarse con Apolinar Jacanamijoy. Madre de Roberto, Patricio, Sixto, Gavino, Eudocia, Victoria, Isabel, Marta, Flérida y Brígida Jacanamijoy. Ella, al igual que toda su familia, tuvo que hacer frente a la violencia ejercida por los misioneros capuchinos, el ejército y los grupos armados al margen de la ley.

Relato de vida de su hija Eudocia Jacanamijoy “Ella era como secretaria de mi papá, ella sabía mucho de plantas y era partera también, pero como el remedio es tan celoso, entonces ella no podía hacer la partería porque mi papá se enfermaba, es muy celoso ese remedio; ella más bien decía a otros, buscaba a otra persona adulta que tuviera experiencia y le iba orientando qué era lo que tenía que hacerle a la enferma. Así era ella, mandaba a una hija y le decía qué hacer, pero no manoseaba porque eso le hacía daño a mi papá. Muy celoso es el yagé y tiene mucha energía. 38


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“Mi mamá nos contó que teníamos otros dos hermanos pero ellos fallecieron cuando estaban pequeños de esas enfermedades que daban duro en ese tiempo, y mi papá como se la pasaba andando, lo llevaban de aquí pa’ una parte y pa’ otra, cuando llegaba… ya qué, ya estaban sepultados (…) uno como que se murió con eso que se le tuercen las tripas por dentro (…) colerín, nosotros los indígenas le decimos colerín, eso que mejor dicho que agarra por dentro y pues claro, de noche y a esas horas, pobre mi mamá, qué iba a salir a buscar remedio, plantas; él amaneció ya muerto, ese colorín es duro. Relato de vida de su hija Abuela Brigida Jacanamijoy “Mi mamá luchó con la crianza de todos nosotros. Ella era muy trabajadora. Muchas veces a ella le tocaba sola porque como mi papá viajaba tanto. Entonces ella luchaba sola, no sabía nadar, no sabía manejar la canoa, no sabía montar a caballo, los hijos eran los que le ayudaban a hacer esas cosas. En ese tiempo el río era grande, para pasarse al otro lado tocaba en canoa o en bestia, y ella luchaba y sufría por eso, por el riesgo de las culebras, del tigre, que se cortara o se chuzara, cuando eso no había botas, no había nada de eso. Mamá era a pie limpio, y así se iba pa’ esos frutales a trabajar, yo no sé cómo será que hacía, seguro iba limpiando y ahí. Las cosas que no podía hacer igual le tocaba hacerlas porque en ese tiempo no había plata para pagar a un trabajador. “Ella conocía mucho de la medicina, no sé de dónde aprendió, si de sus padres o acá, en todo caso, mi papá la mandaba a ella para que buscara tales hierbas para cocinarlas, machacarlas y darle a las personas. Era ella la que se iba para el monte, a veces nos decía —¡Vamos a traer remedio!—. Y nos íbamos. “Por eso uno también conoce, porque ella lo llevaba a uno y como ella no podía subir a ciertos palos para apiar bejucos u hojas, entonces era uno quien se subía, arrancaba las hojas y así iba uno aprendiendo. Ella conocía mucho de hierbas, por eso uno también pudo aprender, si no, no hubiera aprendido nada, por decir que yo me hubiera ido a vivir a un pueblo, no sabría nada porque no había quién me enseñara, ni tampoco dónde practicar. En cambio, uno viendo cómo se machuca tal hierba, dónde hay que conseguir tal otra, así uno aprende. En esos tiempos uno no creía que las cosas se fueran a perder, todo era común, ahora viendo la realidad yo miro que hubiera sido importante dejar por escrito todo eso. “Antes estaba la persona y alguien que seguía su camino, como que esa persona se podía legar, yo no sé qué pasa ahora que no hay a quien dejarle, ahoritica los abuelos ya se están yendo y uno con qué se queda, pues se va acabando todo. Por eso le digo yo a las hijas, —ustedes por qué no van anotando las cosas que saben, qué es bueno para tal enfermedad, qué es bueno para tal cosa, qué hierba hay que usarse, cómo se le da, cómo se prepara, si se le hace emplasto, en bebida, cocido, bueno, como sea—; para que no se acabe, pero a veces no tienen tiempo, a lo último se va acabar todo ese conocimiento, lastimosamente ya se está acabando.

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ROBERTO IGNACIO JACANAMIJOY MUCHAVISOY (1938- 1988) Médico tradicional, heredero de la sabiduría de sus padres Apolinar Jacanamijoy y Mauricia Muchavisoy. Compañero de vida de Natividad Mutumbajoy. Primer gobernador de la comunidad. Alentó a las otras familias a vivir organizados. Su vida siempre fue en sentido comunitario. Luchó por todos. Él era un líder, pero se desempeñó más como médico tradicional, desde ahí era que hacía su trabajo. Ese era Roberto.

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Relato de vida de su hija Yolanda Jacanamijoy “Después de que el abuelo Apolinar Jacanamijoy muere, mi papá continúa con el legado de la medicina tradicional. Le llegaba mucho enfermo y así mismo los curaba; él no necesitaba propaganda, su publicidad era ser buen médico, los mismos enfermos que se alentaban eran los que llevaban el mensaje a otras personas enfermas y así iban llegando gente de todas partes del país, a curarse de varias clases de enfermedades. Llegaban mujeres con llagas, sarna en la piel, y nosotras que éramos las hijas pequeñas nos mandaba a buscar los remedios, o a veces íbamos con él mismo. Nos hacía conocer plantas medicinales, silvestres. Él nos mostraba, nos decía que no la cortáramos, que no la desperdiciáramos, que de pronto nos iba a servir para la vida, que de pronto pa’ nosotros no, sino para la misma gente, pa’ que se curen. “La enseñanza, el mensaje, la tarea que nos estaba dejando a nosotras como hijas, hoy lo entiendo, era conocer las plantas para poder defenderse uno en la vida de tantas enfermedades que están existiendo en el mundo. A él le llegaban enfermos de los que ya no curaban en los hospitales, que eran desahuciados por los médicos y los mandaban para la casa pa’ que se murieran. La gente de afuera lo valoraba mucho. En cambio, algunas de las familias de la comunidad no creían en él, así como pasa hoy, no hay fe en los médicos tradicionales, sino en las personas nuevas que llegan de afuera, por eso está escrito que uno nunca es profeta en su propia tierra, y nosotros tenemos de eso. “Por un lado, él aprendió de mi abuelo, quien le hizo conocer muchas plantas, y por el otro era por medio del remedio que se daba cuenta con qué planta iba a curar, con qué planta se curaba el enfermo. Había enfermedades ya graves, muy pasadas, entonces pues él le daba calmantes. La gente creía en él, que lo iban a curar. Él miraba, pulseaba. La manera de curar, de sentir o de mirar era con el tema de la ambiwasca, cada noche en cada ceremonia el remedio le va enseñando a uno cómo curar o cómo pulsear la enfermedad del paciente o del enfermo, eso hacía mi papá. Mi papá decía siempre —Cuando está lloviendo, oscurana, relámpago, viene viento, se pone oscuro que va llover, negrura, no vaya al río porque esa agua es sucia, es porque la naturaleza, Dios, está limpiando y ahí es donde se alborota todos los bichos, las enfermedades, todo cae al río—. Entonces, si uno va y se baña, ahí es donde coge la enfermedad, pero eso no lo sabe un médico occidental. Él curaba con la mano, iba sacando la enfermedad con las manos o con la boca que chupa y después botan, sacan el mal con la boca o con la mano, lo expulsan, así era mi papá. El abuelo le dejó el poder a mi papá para que pudiera seguir curando a los enfermos. En la sabiduría de cada uno de los médicos, según como se va guardando y a medida que avanza, va adquiriendo el poder de sacar las enfermedades, pero para eso hay que tener buenas defensas, sino el mal que está sacándole al enfermo se le pasa al que le está sacando, debe tener mucha protección, mucho poder y mucha precaución. Roberto curó muchos enfermos. Era muy bondadoso, generoso, era muy chistoso, le

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gustaba recochar, reír y era muy buena gente. Él prefería dejar de comer un bocado para darle a la otra persona. Era también muy trabajador, o yo no sé si era mi mamá que lo mandaba a él, pero mi papá nos llevaba mucho a trabajar, y eso fue lo que nos enseñó. Nos llevaba a sembrar maíz, plátano, yuca. A él le gustaba mucho la chicha de maíz, la chicha de plátano, la chicha de yuca, la chucula, eso no podía faltar en la casa; también le gustaba cazar. Mi papá cazaba harto biraño, conejo del monte. En ese tiempo mi papá cosechaba arroz, era muy trabajador, trabajaba mucho para poder atender nuestras necesidades. También fue artesano, le gustaba hacer canasto, pesquera de pura palmicha, atarraya, él hacía de todo un poquito, antiguamente no había como hoy en día los sistemas, por decir, la tele, la radio, nada; entonces pues ellos compartían sus saberes y el tiempo se aprovechaba de otra manera. Cuando él murió yo tenía apenas veinte años, iba a cumplir veintiuno, en este momento tengo cincuenta y dos, o sea hace treinta y dos años murió mi papá, ahorita cumplió el 11 de mayo. La gente externa dice que murió de aguardiente, porque él tomaba. A él le traían canecas de aguardiente como forma de pago, entonces pues se emborrachaba, claro, después de la curación, él primero curaba. Como cada enfermo le traía una caneca de aguardiente, entonces claro, la mitad se lo echaba al mismo enfermo para soplarlo y la otra se la tomaba o la compartía. Todo lo compartía, por lo menos si iba a coger un pescado agarraba dos, uno para nosotros y otro para el papá, si iba de cacería lo mismo, la mitad o un pedazo a la mamá o al papá, le gustaba compartir. Para las tomas de ambiwaska él tenía una regla, él no comía, él se iba a preparar el remedio y creo que mi mamá le daba el desayuno no más, se guardaba para poder pulsear y avanzar en la medicina; para no vomitar también, porque si uno se llena de comida lo que hace es vomitar por la noche, entonces él tenía un lema: —Aguanten, ayunen, no coman, pa’ que boten la enfermedad, porque, si no, la enfermedad queda y no botan la enfermedad sino botan es comida (…) para que también le pueda emborrachar bonito—. “Ellos trabajaban así, con la sabiduría del remedio se daban cuenta de muchas cosas, analizaban a la persona, se daban cuenta de las verdades y las mentiras. Así eran los médicos, pulseaban, analizaban, miraban, se daban cuenta de la verdad, de todo, de la oscuridad, ellos miran eso, ellos curaban era a la gente, hacían el bien, no el mal, ese era Roberto. Sin embargo, también le tocó la guerra, a él y a todos nosotros, una vez, por ejemplo, mi mamá se había ido a una promesa con la abuela Mauricia a Nátaga, a la Virgen de las Mercedes, yo tenía siete años, y vino el Ejército y se ubicó allá al frente de la casa de nosotros, al otro lado de allá, se acomodó y como ese tiempo era de violencia, nos quitó el agua, entonces algunos de la comunidad se iban yendo para el río y estos tipos los cogieron a todos en el parque, los tumbaron, los hicieron acostarse en el suelo

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con las manos hacia atrás hasta que pasó un helicóptero y les tomo una foto, después habían dicho por noticias que habían sido guerrilleros, y mentira. Ahí cogieron a mi papá, porque un primo por miedo o por librarse de que lo mataran a él, respondió cuándo le preguntaron que quien le daba posada a la guerrilla, que mi papá le había dado posada a sesenta guerrilleros, nosotros tuvimos ‘suerte’, fue milagro de Dios que no nos hubieran matado. Esa noche no dormimos, nosotros éramos niños, eso era bala pa’ un lado, bala pa’l otro y a mi papá lo dejaron toda la noche crucificado, colgado en un árbol; cogieron a hartos, no solo a mi papá. Al otro día nos preguntábamos, ¿será que mataron a mi papá? Una señora nos había dicho que fuéramos a darle agua pero teníamos centinelas en frente de la casa, no nos dejaban ni asomarnos, no nos dejaban salir, le rogamos a la señora que le llevara guarapo a mi papá, no le dejaban dar nada de comer. Al rato un soldado ordenó que le mandáramos una muda de ropa y unas botas, yo les decía que por qué, si mi papá no era un delincuente, ni un matón, entonces porqué se lo llevaban, y como mi mamá no estaba, yo era la más mayor de las mujeres, los otros estaban pequeñitos. Se lo llevaron, no supimos para dónde, lo habían vestido de soldado, él era el blanco, el primero que se moría si se encontraban con la guerrilla. Veinte señoras quedaron viudas, de eso el único que se salvó fue mi papá. Él pensaba que iba a quedar por ahí porque por los altos de las cordilleras le decían a los capturados miren para allá y por detrás los empujaban o a tiro los echaban para allá, y a mi papá le decían —Más adelante le toca a usted, usted no se va a salvar—. Cuando llegó mi mamá, tuvo que hablar con el monseñor, quien la llevó a hablar con el general que mandaba al pelotón. Ella les dijo —Necesito a mi marido vivo o muerto—, preguntaba que dónde lo habían dejado sepultado para poderlo traer y no dejarlo por allá botado. Al mes salió mi papá barbado, todo maltratado, cinco años después de eso murió. Antes lo soltaron, aunque él no había hecho nada, los otros quedaron muertos por allá en las lomas, contaba él. Cuando eso, vinieron a interrogarnos a nosotros a la casa, nos apuntaban con las armas y las hacían sonar, nos decían —Ustedes, semejantes grandes, chupando dedo y no dicen la verdad, a ustedes también las vamos a llevar—. Ahí yo les dije —Pues llévenos, es un delito porque somos menores de edad y mi papá no está diciendo mentiras, yo sé quién es mi papá, eso es calumnia lo que ustedes dicen, los están engañando porque mi papá es bondadoso, es generoso—, pero ellos no hallaban la manera de que les dijéramos algo para poderlo matar. Mi mamá, después que vino, se apegó a Dios y a la medicina con mi abuelo para que nos favoreciera, hasta hoy día que estamos vivos en medio de la violencia, porque aquí en Yurayaco somos contadas las familias que quedamos, de resto dejaron las fincas con todo y animales botadas, y en ese tiempo quién compraba, nadie, quién iba a vivir en medio de bombardeos, bombas, balas, tiros. Yo pienso que nos favoreció el

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abuelo y mi papá antes de morir, nos dejaron protegidos para poder resistir. Mi papá vivió en medio de la guerra, desde que me acuerdo hemos vivido en medio de la guerra, sino que yo digo que la planta del yagé nos ha protegido, nos ha sanado y nos protege. Nadie, aunque venga el mundo entero, si estamos con Dios, así estemos en medio de las balas, nada nos pasará y así es; Dios y la planta nos han ayudado mucho, eso es.“

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COMUNIDAD DE LAS BRISAS CRISANTO JACANAMIJOY (S.F -1957) Es hijo de Ignacio Jacanamijoy y Francisca Buesaquillo. Vivían en Yurayaco, en donde hoy es el cementerio de la misma población de colonos, luego se trasladaron para la comunidad de Las Brisas. Amigo de la familia Egidio Andaki, se destacaba por ser un taita conocedor de las plantas medicinales y trabajador y consejero de esta familia. Se trasladaron desde Mocoa por estaciones de lo que hoy es la baja bota caucana, Fragua, Zabaleta, Fraguita, Yurayaco. Al taita Crisanto le tocó obligadamente cargar a los curas desde Florencia hasta Mocoa en su espalda.

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MARIA LUISA JOJOA (S.F) La mama María Luisa Jojoa se destacaba por ser una mujer de trabajo en la chagra, buenas comidas y bebidas tradicionales, una mujer que demostró e inculcó el equilibrio en la comunidad y en su familia. Relato de su yerno Gonzalo Buesaquillo y “Mamerto” “Yo los distinguí a los dos en Yurayaco, ellos vivían ahí donde era el cementerio de Yurayaco, en esa isla ellos vivían los dos, la pareja. Los distinguí cuando yo era muchacho, tenía como unos doce años, yo iba a visitarlos a ellos desde acá de Las Brisas, me llevaban a Yurayaco y de allá regresábamos. Íbamos a buscarlos porque ellos eran médicos tradicionales, taita Crisanto y taita Polingo, por eso nosotros viajábamos hasta donde ellos estaban. “Ellos se retiraron de la comunidad de Yurayaco. ¿Por qué se vinieron ellos? Por problemas entre hermanos, no se querían entre Apolinar y Crisanto, se daban duro, entonces Crisanto y María Luisa se sintieron muy mal, pues les tocó salir. Ellos se vinieron pa’ acá, pa’ este Fragua. ¿Y quiénes los fueron a traer a ellos? Fueron los hijos del finado Hijidio Andakí, se llamaba Lorenzo y el otro era Aparicio, los dos hermanos se fueron a traerlos a ellos dos. “El mayor Crisanto era amiguísimo con el finado Hijidio Andakí, fue él quien invitó a Crisanto Jacanamijoy y a María Luisa Jojoa, les dijo que mejor se vinieran para acá. Él los trajo a ellos, él y sus hijos fueron a Yurayaco y los trajeron en Canoa, toda la familia se vino, estaba: Fidencia, Eugenia, Aquilino, Laureano, toda la familia. Cuando llegaron aquí, me acuerdo mucho, había un árbol de caimarón, ahí Hijidio tenía un ranchito, ahí los dejó a ellos. “Cuando ellos llegaron, finado Aquilino era jovencito, él subió a la comuna de San Miguel y fueron a invitar a mi finado papá y finado Agustín para ayudarles a hacer un cambuche porque como el rancho del finado Hijidio era un ranchito pequeño, de hoja. Nos trajeron en canoa, yo me acuerdo. “La tierra que les regaló Hijidio era de ellos, de los Andakíes, de los Becerra, que decíamos, les regaló monte, un ranchito, una isla mejor dicho, porque antes el río pasaba por aquí, aquí era una cola, una isla. “¡Y sí, oiga! De ahí pa’ allá la historia que tiene finado Crisanto, él comentaba que a Apolinar lo había invitado un hombre blanco a que viviera por acá y luego lo invitó a él, entonces se trasladaron de Mocoa, ellos fueron los primeros que vinieron a posicionarse de estos territorios. Primero, estuvieron en Fragüita, de Fragüita salieron a Yurayaco y de ahí ya vinieron a morir aquí, a la comunidad de Las Brisas. Aquí acompañó, mejor dicho, hasta que él se fue tierra adentro. “Él decía que le había tocado salir para no tener problemas con la misma familia, que

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mejor se evitaron. Y es cierto, así ha sido, salieron para no tener problemas con la misma familia, se evitaron, se vinieron pa’ acá. “El finado Crisanto tomaba ambiwasca y enseñaba a trabajar a los hijos. por eso los hijos han sido trabajadores todos ellos, pa’ qué. La educación del mayor era a través de consejos, no a las groserías como otros, yo me acuerdo mucho que los sentaba de frente a los hijos o a las hijas y los aconsejaba, les decía que debían vivir sin problemas entre hermanos. “Contaba María Luisa, que ella había sufrido mucho en Mocoa por los curas capuchinos, por eso salieron de allá, porque les comenzaron a robar sus tierras y se las quitaron. Ellos no entendían por qué les tocaba vivir todo eso. La Iglesia y la colonización no dejaban hablar inga, tomar yagé, mantener las tradiciones, pero como esa era la costumbre de los indígenas, andar tomando remedio, por eso pararon y lo hicieron respetar, porque a los indígenas en la colonización querían era dejarlos como esclavos. “El finado Apolinar y Crisanto alcanzaron a cargarse los curas caminando, póngale cuidado, desde Puerto Limón hasta acá al Caquetá. ¡Cargar a los curas!, y obligados todavía, pobres indígenas, eso nos contaban los mayores, decían que los obligaron a cargar a los curas, que no podían hablar en inga, todo era a la voz de los curas. Verdad, hasta yo alcancé, yo también ‘chupé juete’ con las profesoras, a nosotros nos castigaban porque hablábamos en inga y en inga no nos dejaban, nos dieron latigazos porque hablábamos la lengua. “La única salvación de ellos para escapar a la guerra y poder sobrevivir fue la medicina tradicional, de eso fue que se favorecieron. Ellos aprendieron de Ignacio Jacanamijoy, propio ‘Yacha Inti’, propios sabedores, los que sabían dar de verdad, por eso los hijos de Ignacio aprendieron. Había otro taita también, Pedro Jacanamijoy, él se volvía tigre, era propio de esa descendencia, de los Jacanamijoy, tomadores de ambiwasca.

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COMUNIDAD DE NIÑERAS CONCEPCIÓN MOJOMBOY (S.F) Sabia consejera de la comunidad, fundadora del Resguardo de Niñeras y consejera tradicional. Inculcó todo lo relacionado con el buen vivir, la siembra de la chagra, las plantas medicinales y el cuidado de la mujer. Una líder de nuestro pueblo que guardaba memoria a través de la siembra y los consejos. Mujer de mucho conocimiento. Actualmente, por cuestiones de salud ha ido perdiendo la memoria.

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Relato del nieto Jhon Fredy Garcés “Ella es un personaje importante dentro de la comunidad, fue una de las fundadoras del Resguardo como tal, de ahí dependemos todos nosotros y es mi abuela. Ellos nos han contado que eran cuatro hermanos, que desde Puerto Limón llegaron a Niñeras: Amparo, Víctor, Concepción y el otro es Nicolás Mojomboy. No estoy seguro si ellos eran huérfanos, porque imagínese irse y no volver más. Ellos salieron de ahí huyendo de los misioneros y de la gente que empezaba a llegar, ellos se volaron, cogieron la canoa, les anochecía y amanecía así. De alguna manera, también era una forma de resistencia porque no se dejaban colonizar. Según lo que me contaban, los discriminaban mucho, les prohibían la cultura, el sacerdote por ejemplo venía y decía que la medicina tradicional era del diablo, que eran cochinos, no permitían la chicha, ni las comidas típicas, los regañaban por hablar en inga, tenían que aprender a la fuerza el español. Frente a esa situación ellos prefirieron irse a otro lado donde nadie los molestara. Ellos habían hecho muchas correrías río abajo y se devolvían, más o menos tenían conocimiento de la zona, por eso tomaron la decisión y se vinieron en canoa. De la canoa no podían bajarse, como todo era selva. Cuenta mi tía Eusebia que la abuela les decía que eran canoas grandes, viajaban a remo y con palanca y así iban subiendo o bajando por el río. Cuando llegaba la noche, la hora de dormir, no podían quedarse en la playa, es decir, a la orilla del río, les tocaba anclar unas palancas grandes a la mitad del río y amarrar la canoa ahí. Según ellos, había mucho tigre y muchas cosas peligrosas, y de esa forma se resguardaban. Ellos llegaron a una parte que actualmente se llama Sachamate, ahí donde queda la bocana La Niñera, más arriba, y después ya fueron hacia abajo hacia la quebrada, que es actualmente Niñeras. Mi abuela Concepción era viuda, al llegar a Niñeras se consiguió el otro esposo, que se llamaba Julio Garcés, con el que tuvo tres hijos más, de ahí nació mi papá Jorge Garcés. Del primer matrimonio de mi abuela con Manuel Yanangona nacieron Dionisio, Laurencia, Josefina, Eusebia, Humberto, que ya murió, y había otro que, según cuentan, murió ahogado, pero la verdad no recuerdo el nombre. “Ellos se asentaron en una en una isla al frente del Putumayo, el río Caquetá dividía los departamentos, hacia este lado vivían, ahí sembraban yuca, plátano, todos los alimentos, cazaban. Con el tiempo, empezó a verse mucho aserrador que iba a buscar madera, cedro para tumbarlo. Entonces eso no les gustó. No sé cómo hicieron, el caso es que se les iluminó el pensamiento; también fue que una señora que apoyaba a la Alcaldía les aconsejo a ellos demarcar un territorio, hacer una reserva y que quedara solo para ellos. La idea les llamó la atención, empezaron a hacer las trochas, el INCORA les ayudó a medir, hacia el norte trazaron una línea derechita, por eso en el mapa del resguardo se ven

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las líneas derechas, y por acá la curva, fue porque a lo último estaban cansados y habían dicho que para qué tanta tierra, dejaron eso así, y vea, ahora prácticamente la montaña, el resguardo está encerrado, alrededor solo son fincas de colonos y campesinos, toda la selva está tumbada. Mi tío Gregorio dice que, si no hubiera sido por eso, quién sabe qué sería de la comunidad de Niñeras, o sea, nosotros dónde estaríamos. En la comunidad tuvimos que presenciar como una guerra, pero ocasionada entre familias, y por algo muy pequeño, pero era una guerra de verdad entre la familia Valenciana y la familia Rentería, eran familias colonas, pero como vivían tan cerca nos afectó a nosotros, murió gente de la familia, un primo y otros, y tuvieron que irse. Eso dio pie para que las FARC hiciera presencia, para controlar eso que empezó entre dos personas pero que a lo último ya estaban buscando aliados y los grupos eran más grandes y portaban armas, así como cuando se encuentran las FARC y el Ejército peleando, entonces ellos aparecieron y dijeron —Bueno, vamos a ponerle mano a esto que se está saliendo de control—. Pero en comparación con otros lugares donde las FARC entra y acaba con los líderes, en el Resguardo no ha sucedido eso, a ratos pienso que se debe a los consejos de la abuela que no nos hemos involucrado en la guerra, bueno, no muchos, hemos sido independientes, haciendo valer nuestro derecho a la autonomía. Igual la guerrilla dice que si hay una situación que esté fuera de control que se les avise, pero poner la queja se puede prestar para que nos perciban débiles y lleguen luego a imponer sus reglas, entonces no. Hemos resistido a la guerra, pero con nervios, mucha gente agacha la cabeza y hace lo que ellos dicen. Hemos resistido, nos ha tocado explicarles que nosotros tenemos nuestras normas y nuestra forma de tomar decisiones, entonces si tienen alguna indicación, deben esperar a que nosotros nos reunamos internamente y dialoguemos la situación. Mi abuela recomendaba mucho el respeto a los mayores, el tema de trabajar en la chagra, de sembrar la comida, ella decía —En algún momento usted va a necesitar y, si no tiene, hay mucha gente que pareciera que no viviera en la tierra porque no tiene ni yuca, ni plátano, ni maíz, y sí tienen que andar quitándole al otro que sí ha sembrado—, ella recalcaba mucho eso, el tema de cultivar. Uno iba a donde ella y no faltaba la chicha, el anduche de plátano, de yuca, de maíz. Ella casi no hablaba en español, a mí me costaba ir porque yo no entendía mucho entonces ella tenía que repetirme. Mi abuela es como un ícono dentro de nuestra comunidad, es como la mamá de todos, nos trataba a todos por igual, no había preferencias para nadie y eso es una gran enseñanza porque todos somos personas, tenemos sentimientos, necesidades, todos somos iguales. Ella ha sido un ejemplo de vida.”

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EUSEBIA YANANGONA (S.F) Defensora del territorio y de los derechos de los pueblos indígenas. Seguidora del legado de la abuela Concepción Mojomboy. Promotora de “La chagra de la vida” para el fortalecimiento de la agricultura ancestral y la salud. Sabedora y dinamizadora cultural. Activa en los diferentes programas del plan de vida, en su corazón late fuerte la chagra de la vida.

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Relato de su sobrino Freddy Garcés “Mi tía Eusebia Yanangona nació en el Resguardo de Niñeras. Esposa de Jesús Chindoy, con quien tuvo siete hijos: Cecilia, Paulino, María, Jacqueline, Celestino, Polonia y Deyanira. Ha seguido el legado cultural de la abuela Concepción Mojomboy, de conservar la cultura, de cultivar, sembrar, trabajar en la chagra, pensar en la comida. Ha sido una mayora que se ha esmerado por hacer memoria sobre el cuidado de la salud y el manejo de las plantas medicinales. “Ha sido un apoyo fundamental en el tema educativo, nos ha enseñado sobre artesanías, prácticas artísticas propias, lengua materna y sobre la chagra de la vida como ese “espacio” donde sembramos nuestras medicinas, donde fortalecemos nuestra vida y nuestra espiritualidad. Vinculada con todo el tema cultural. En la cultura indígena hay medicina que es manejada exclusivamente por los taitas y también la que es manejada por la mujer, por las mamas; es una persona que conoce mucho sobre la medicina que se maneja desde la mujer. Ayudó a la conformación del Resguardo de Niñeras, ha resistido a todas las amenazas por proteger los límites. Se ha caracterizado por defender el territorio, los derechos de las personas y en especial los derechos de los pueblos indígenas, por ser una sabedora; todo lo que ha aprendido ha sido a través de la cultura y las experiencias que le ha dado la vida, también se puede decir que ha sido como una guía para nosotros. Muy colaboradora con las actividades de la escuela, sus acompañamientos siempre han sido prácticos, por ejemplo, si un niño no conocía una mata de sábila íbamos a conocerla, a tocarla, a que la probara, no a través de un dibujo, una imagen, sino desde la experiencia. En ese sentido, ha colaborado mucho en fortalecer los conocimientos propios en las nuevas generaciones, ella ha estado muy comprometida con eso. La tía Eusebia tiene muy metido en el corazón eso del tema de la chagra de la vida, un compromiso por la vida, por la conservación de todos los saberes y las prácticas relacionadas con la siembra de alimentos, la salud y la cultura.”

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COMUNIDAD DE AGUA BLANCA COZUMBE

LAUREANO BECERRA Médico tradicional y guía espiritual de la comunidad inga. Famoso y reconocido por sus procesos de curación con la planta sagrada del yagé. Hombre de paz. Conocedor de territorios ancestrales, fundador y esencia del Resguardo de Agua Blanca Cozumbe. Hasta sus últimos días apoyó los procesos de organización y a quiénes los lideraban, respetó la tradición, cuidó, protegió y creyó en la cultura legada por sus ancestros.

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Relato de su nieto Plácido Becerra “Según contaba, mi abuelo llegó del Putumayo, él mencionaba todo el tiempo un pueblo que se llamaba El Picudo. Estuvo un tiempo como mensajero del municipio, manejaba canoa de Puerto Limón a Florencia por todo el río. Un mes gasta en venir y volver. En esos tiempos hubo una guerra en el Putumayo y decidió mejor meter los hijos a la canoa, e irse con ellos sobre el río Caquetá. Él tomó posesión primero de Solano, miró gente, dejó eso allá y se vino más acá hasta Cozumbe Agua Blanca, que fue donde tomó posesión hasta que se murió. Con el apogeo de la coca nos aislaron, digamos, quedó el Resguardo entre cultivos de coca. En ese tiempo no existía la figura de gobernador, lo llamaban era capitán, era reconocido como el Capitán del Resguardo, él era prácticamente el que manejaba la familia porque el Resguardo era de pura familia. Entre ese manejo, él manejaba el yagé, esa era como la esencia de él, tomaba yagé para todo, para una reunión, para ir al pueblo, todo él era la medicina. “No todo el mundo cree en eso, pero nosotros sí creíamos, mi abuelo era el espíritu de nosotros, él era todo para nosotros. Cualquier enfermo llegaba allá, lo iban a consultar de todas partes, venía gente hasta de Estados Unidos, de Florencia, de todas partes. “Nosotros crecimos y él se hizo anciano. Algunos de nosotros nos fuimos, a otros los mataron, la violencia llegó, otros se fueron para la guerrilla, otros se fueron para el Ejército, otros quedaron cultivando coca; y él quedó ahí hasta que ya se sintió solo, y buscó la familia, se acercó más a los hijos, prácticamente él se acercó más a mi papá, porque mi papá era el último hijo de él, entonces se acercó más a él. “Pero mi papá no aprendió el tema de la medicina, solo los hijos mayores, a él no le gustó, es que eso no es para todo el mundo. Los primeros dos hijos sí aprendieron, Evaristo y mi tío José, y los yernos, el marido de mi tía Graciela que es don Arturo y el marido de mi tía Mercedes, don Peregrino, que ya murió. “Él históricamente dejó mucho. En ese tiempo, cuando yo tenía como doce años, fue que empezaron a organizarse como los pueblos, nos traían hasta acá en canoa porque en este tiempo prácticamente todas las convocaciones y las reuniones se hacían acá. “Entonces ya ellos se organizaron como taitas, en ese tiempo los empezaron a llamar taitas, ya no eran capitanes sino taitas, empezaron a nombrar líderes con más capacidad, o sea, digamos con estudio y otra presentación, y buscaron personas que tuvieran ese perfil, nombraron que gobernador mayor, que gobernador para las comunidades menores, o sea, los resguardos, que llamamos, y así empezó la organización. “Se conformaron grupos de medicina que llamaron seguidores, pero eso quedó así porque eso es complicado, aprender la medicina es complicado, yo sí le doy mi respe-

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to al que aprendió a ser médico, yo tomé con mi abuelo y no, no fui capaz de aprender a manejar la medicina. No, eso es muy duro, uno tiene que tener corazón para eso y requiere de muchos cuidados desde la infancia. “Y con el apogeo de la coca se perdió mucho la cultura, llegó mucha población de diferente parte y uno va conociendo otras cosas. Antes, en el tiempo en que vivíamos en comunidad todo era muy inocente, nosotros éramos personas muy inocentes, teníamos dieciséis y diecisiete y no sabíamos nada del mundo. Luego llegó el conflicto y con este las armas, las pistolas, los revólveres, la guerrilla, el ejército, la plata; eso fue lo que más sacó a los jóvenes de las comunidades. “Empezamos a conocer la coca. En ese tiempo mi papá también la tuvo y mi abuelo nos dejó sembrar ahí en su resguardo, ahora ya es prohibido, pero en esos tiempos se sembraba y un cultivo duraba quince, doce, ocho años, no molestaban, ni erradicaban, ni fumigaban, y eso se miraba la plata a cada rato, no poquita sino harta, entonces dejamos de cultivar yuca, maíz, arroz, eso se acabó. “Mi papá sembraba, era cultivador de arroz, nosotros no comprábamos del pueblo, mi papá solo subía por ahí la sal, bombillos y pilas, de resto nosotros cultivábamos todo allá con mi abuelo, íbamos a cazar, a pescar, trabajábamos mucho en mingas. Sino que ya cuando llegó la coca se acabó, tocaba ir al pueblo a comprar plátano. “Arrasó con la cultura, prácticamente, y nosotros pues ya nos hicimos jóvenes y nos daba pena andar con la cusma, fuimos perdiendo hasta la cusma, en ese tiempo mi mamá nos vestía, o a mí porque yo soy el único hombre de la familia, una camisa de manga larga amarrada hasta la muñeca y la camisa por dentro, y yo miraba que mis compañeros ya no se metían la camisa sino la llevaban por fuera, entonces me saqué la camisa y ya, ‘yo ya no soy indio’, alcancé a pensar. “Todo se fue acabando y nos abrimos, nos abrimos hasta que mi abuelo falleció y ya quedaron ellos allá. Unos decían que en la cédula de mi abuelo aparecía como si tuviera 105 años, otros decían que aparecía de 98, otros que 100. “Mi abuelo fue estratégico con eso de la guerra, él la miró, pero nunca se metió ni buscó vivir en ella, él siempre se aislaba a defender la familia, a él le pasaba como los animales, él miraba el peligro y buscaba sus cuevas. “Por eso se vino al Caquetá, él nos contaba que bajaba por la orilla del río y para dormir le tocaba enterrar una palanca en la arena hasta donde llegara el agua y dormir en el potrillo, pero adentro porque había mucho animal bravo, mucha culebra y tigre; entonces yo me imagino que si, a pesar de ese peligro que había ahí, él se vino de allá y se metió a la selva era porque no quería vivir la guerra. “Cuando nos tocó la guerra de las FARC, como lo social, él ya era conocido ante el mundo y todos los hijos estaban asentados, yo creo que dijo de aquí no puedo salirme porque ellos no se van a ir, ya no me puedo mover. Así resistió y en el espíritu que él

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manejaba mantenía tomando yagé, alejándose de todo; evitando a toda costa que eligiéramos el camino de las armas. “Sin embargo, siempre se llevaron a hartos sobrinos, primos, nietos del anciano se fueron, y los que quedamos fuimos curados por mi abuelo desde el manejo del yagé, para que no nos atropellara la guerra. “Curiosamente, al Resguardo nunca se entraron a hacer una matanza, ni nada, seguro mi abuelo nos tenía en verdad protegidos o son cosas de mi Dios, pero nunca llegaron así que a atropellarnos; los que murieron fue porque ellos mismos buscaron la guerra. Mi abuelo decía que mientras él existiera a nosotros no nos iba a pasar nada, todo el mundo lo respetaba. “La guerra era por la mafia, en ese tiempo llegaban con el cuento de la política y uno muchacho se metía, pero cuando ya conocía la realidad se daba cuenta que no había ninguna política, que era solo una forma de vivir uniformado, que ganaba el que más experiencia tuviera y que la riqueza era para el mayor, pero ya estando allá qué, en ese tiempo usted se metía y era hombre muerto, y si intentaba volarse, también. “Mi abuelo mantenía diario por ahí en una sillita y nosotros llegábamos y él decía — Quisiera vivir veinte años más para ver el mundo de ustedes, pa’ que se dé cuenta que más adelante le va a llegar una vida muy diferente a la que está viviendo ahora—. Yo me acuerdo cada rato de lo que él nos decía, esa frase no se me olvida: ‘Quisiera vivir veinte años más para mirar el mundo de ustedes’. “Nosotros nacimos y nos criamos en el Resguardo, primero nos mandaban a estudiar a una comunidad colona y entonces ya mi abuelo fue al municipio y nos dieron una escuela dentro del resguardo, pero en ese tiempo como no pensaba en que las cosas se fueran a acabar, que la cultura iba a desaparecer; del municipio nos mandaron a una profesora que duró como diez años, muy buena profesora eso pa’ qué, joven, como de dieciocho o diecinueve años, pero nos enseñó lo de afuera, las áreas temáticas, nunca le infundieron a ella ni le dijeron que había que recuperar el idioma, que la esencia del resguardo eran los ancianos y las ancianas, la comida; no, ella hacía su trabajo porque el municipio le pagaba. “Lo que aprendimos de la cultura fue porque lo vivimos con mi abuelo, con mi mamá y con mis padres, pero no porque alguien vino y nos enseñó. Los mayores tampoco se preocuparon por enseñarnos el idioma, además nosotros tampoco le pusimos interés porque nos criamos por fuera y jugando micro. “Mi abuelo nos contaba varias historias, de cuando él llegó, cuando había tenido que vivir en medio de la nada, de los cananguchales, del duende, de la madre monte, de los peligros de la selva, nosotros apenas nos metíamos en las faldas de mi abuelo o de mi papá. Hay un cuento por ejemplo de que las personas veían por ahí aparecer un tigre, pero nunca más se volvía a ver, no dejaba huellas, la gente decía que era mi

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abuelo que se transformaba, quién sabe, yo nunca lo vi. “A la casa de mi abuelo iba hartísima gente, él primero tenía una casita pequeña y llegaban personas de diferentes partes a curarse de toda clase de enfermedades. Llegó gente de Estados Unidos, de Inglaterra, de Francia, de los alrededores, de otros municipios, mi abuelo fue muy reconocido. “Entonces mi papá le dijo a mi abuelo que le iba a hacer una casa, se reunieron Don Arturo, mi tío Peregrino, por decir toda la gallada de ellos, y le hicieron una casa grande, jum, una casísima; el municipio les dio una tejas de zinc. Como el yagé lo cocinaban por allá entre el monte, él hizo la casa allá mismo donde cocinaban. Como una maloca, una casa grande, hicieron dos habitaciones, una para las mujeres y otra para los hombres. Siempre había gente curándose en la casa. Todo el mundo le aportaba al anciano, le traían remesa, gallina, plata, y pues en ese tiempo él no era muy conocedor del dinero, el dinero no le importaba, no lo necesitaba porque él vivía de la cacería, de la pesca. Él no tenía necesidad de trabajar con lo que le daban y con lo que tenía sembrado era más que suficiente para sobrevivir. “Mi abuelo fue muy reconocido, eso también lo acabó, yo creo que de tanto tomar se fue enfermando, a veces tomaba cuatro días en la semana, entonces la trasnochada y el cerebro, el yagé es caliente; mi abuelo se fue agotando mucho, hasta mi papá hubo un tiempo que le dijo que ya no tomara más remedio, que descansara y él decía que sí, pero a los dos días estaba arrimado por allá. De anciano era difícil de controlar. Cuando se enfermó perdió la memoria, no se acordaba de nada, pero él sí decía que quería tomar, tocaba manejarlo como un niño, llevarlo, traerlo, acostarlo, todo. “Mi abuelo fue un anciano que nunca le gustó tener problemas con nadie, nunca botó la cusma, murió encusmado, él sí vivió con su tradición hasta que murió. En cambio, nosotros sí abandonamos rapidito la tradición, la dejamos botada.”

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CARMELINA JOJOA(S.F.) Ejemplo de entrega, servicio y humildad. Sabedora de la comida tradicional del pueblo Inga y al cuidado de pacientes. Mujer cuidadosa. Compañía indispensable del mayor Laureano Becerra. Siempre estuvo al servicio de los demás y de todos los pacientes que llegaban a la casa, ayudante del taita en la preparación de remedios y en los cuidados de los pacientes. Pendiente de que las cosas se hicieran de manera correcta, así como de las dietas del taita Laureano.

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PEREGRINO JACANAMIJOY (S.F.) El taita Peregrino Jacanamijoy fue y seguirá siendo una persona alegre, convencido de su legado. Su espíritu sabio nos hacía reír, cantar, entender que la vida y la medicina son los grandes regalos de los grandes sabios y sabias. Fue una persona feliz de su conocimiento, muy generoso para compartir sus saberes, a nadie le negaba su conocimiento, siempre de buen humor en las ceremonias, reuniones y congresos. En un primer momento fue seguidor de legado del taita Laureano Becerra. Médico tradicional con amplio conocimiento sobre el tratamiento de diferentes enfermedades, sobre todo en niños y niñas. Consagrado al trabajo con plantas medicinales y a la música tradicional; intérprete de la flauta y el bombo. Acompañó procesos de educación, organización y trabajo colectivo.

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COMUNIDAD DE SAN MIGUEL AGUSTÍN MUTUMBAJOY (1925-2015) Médico tradicional, sabedor de la medicina, junto a su esposa Ascención Jacanamijoy. Fundador del Resguardo de San Miguel, luchador incansable por la defensa del territorio, participó activamente en mingas, reuniones y todo lo relacionado con la organización. Se dedicaba a trabajar la tierra y a tomar yagé.

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Relato a dos voces: su hijo el taita Álvaro Mutumbajoy y su nieto Evirley Mutumbajoy “En 1942-1943 llegó mi abuelo a San Miguel. Él fue una persona que protegió y luchó por el territorio. Motivó la creación del resguardo. Yo recuerdo que decía —Si yo no hubiera dejado estos resguardos, qué sería de mi familia, hubieran vendido o estarían quién sabe en dónde—. San Miguel era un punto estratégico, central, había diversidad de plantas medicinales, buena comida, río, cacería, sembraba los cultivos y salía una buena producción de la chagra, y por eso mi abuelo se amañaba totalmente. Al lado del río había un árbol, “Pan de norte”, ese árbol me recuerda mucho a mi abuelo porque ahí fue que comenzó la escuela y ahí también nos contó muchas historias. “Durante un tiempo llegó la violencia, a mi papá lo iban a matar, eso fue cuando llegó el Ejército, yo estaba joven, tenía como nueve años, a él le tocó irse como dos años para Mocoa con otros indígenas y hacerse curar. En ese tiempo no había tanta ley, los indígenas no tenían ese poder como ahora, que tienen voz y voto, en ese tiempo les daba miedo hablar y esto tampoco era resguardo, era cada uno a su parcela. La guerra más dura fue con el tema del M-19, porque a mí abuelo lo tildaron de informante del Ejército y un día llegó gente armada buscando a mi abuelo para matarlo. En esa época, cuando uno menos pensaba aparecía un grupo armado, por ejemplo, el Ejército, y se quedaba en el territorio por días. De ahí fue que tildaron a mi abuelo como objetivo militar, decían que él era pues del Gobierno. Para curarse de eso, las ceremonias le ayudaron harto. Eso era complicado, porque si usted se iba pa’ un lado los otros lo perseguían, uno no podía hablar ni a favor ni en contra de nadie. Después se viene el tema del reclutamiento, la guerrilla iba a hacer reuniones, a convencer y a llevarse a los niños; se nos fueron dos. Todos tenían que estar presentes, ellos recomendaban en las reuniones que no hubieran peleas, que sembraran comida, y que si eran del otro lado o tenían hijos en el Ejército que mejor se fueran para ellos no tener que venir a sacarlos. Mi papá (Álvaro Mutumbajoy) como gobernador tuvo que ir a reclamar a uno de nuestros jóvenes que se llevaron por Sabaleta. Ahí fue cuando nos tocó escribir el reglamento interno para que la guerrilla respetara nuestros acuerdos. Tocó reunir a diferentes taitas y hacer varias tomas de remedio para sacar ese reglamento. Nos tocaba ejercer la justicia propia para que la guerrilla nos respetara. Creo que pudimos resistir a toda esa violencia porque trabajábamos realmente como comunidad indígena, unidos, los cabildantes iban a notificar con su bastón, todo era más organizado, en las reuniones todos iban y participaban. Actualmente, si aparecen nueve personas en las reuniones, son mucho. Antes se hacían muchas mingas, pero todos tenían que aportar con un alimento, to-

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dos ponían el anduche, la caña, la panela, el guarapo, uno decía ‘bueno, yo me voy a pescar’, cualquier cosa, todo se reunía. Eso también servía porque como esa gente estaba pendiente de nosotros, ellos se daban cuenta y por ahí también nos íbamos librando, decían ‘esta gente está trabajando legal’, porque eso nos miraban hasta de noche, viendo y escuchando lo que hablábamos. Cuando mi papá (Agustín Mutumbajoy) decía que no podía, que se sentía incapaz para resistir todas las curaciones que había que hacer, mandaba a traer a otro para que le ayudara. De Mocoa se traía. “Trabajó mucho por curar el territorio, por eso, gracias a Dios, estamos viviendo y no nos han vuelto a matar.”

“ Si yo sé la memoria de mi pueblo, yo defiendo el territorio; si no la conozco, yo entrego el territorio.” Evirley Mutumbajoy

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Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

ASCENCIÓN JACANAMIJOY (S.F. -2005) Sabedora de la medicina tradicional. De pocas palabras, pero de mucha sabiduría. Sembradora de vida. Consejera espiritual. Experta en los cuidados de la salud de los más pequeños, de las semillas de vida y artesana. Integrante de la Asociación de Mujeres Indígenas “Chagra de la vida”.

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Relato de su nieto Evirley Mutumbajoy “Mi abuela Ascensión fue una sabedora de la medicina tradicional, sabía cómo curar enfermedades, tratar todo tipo de malestares, con solo uno decirle los síntomas ya sabía cuál era la enfermedad y buscaba el remedio. La abuela era muy acertada con la salud de los niños. “Ella era de muy pocas palabras en público, era muy reservada, callada, pero en su silencio transmitía mucho conocimiento a las personas que querían aprender de ella. Ella nos invitaba a nosotros, los nietos, digamos a una minga a ayudarle a limpiar, y comenzaba a contar sus historias, decía —No me dañen esa planta, déjenla ahí que yo sé para qué me sirve—. Ella sí sabía para qué servían realmente esas plantas. A través de esas mingas ella nos contaba mucho sobre el valor que tenía la chagra, ella decía —La chagra es la fuente de vida y, si ustedes no tienen chagra, son unos pereza—. “Los espacios que ella dejó yo los llamo rastrojos productivos, es decir, donde ella tenía chagra hay zapote, hay uva caimarona, hay guama, cacao, chontaduro, hay una cantidad de plantas que ahí están; es decir, están dentro del monte, pero es un sistema productivo para la boruga y para la misma gente. “Mi abuela no era de las mujeres que hablara y hablara, ella hablaba poquito pero muy sustancioso. Hacía parte del grupo de mujeres de ASOMI. Era muy artesana, hacía canastos, hasta atarrayas, pero cuando la vista no le daba, no pudo seguir, y nadie le aprendió, por ahí medio mi papá. “Ella siempre acompañó a la familia, nos orientaba, nos guiaba, a mi papá lo aconsejaba, pero eso sí, en pura lengua, le decía que nos motivara a tomar la medicina, a seguir los procesos. En ese tiempo yo no seguía la medicina, iba, pero muy poco. Cuando me pude graduar de Agroecología, yo recuerdo que hicimos un almuerzo, fue Flora, Wayra y mi abuela, cómo lloraba y me abrazaba diciéndome que lo había logrado. “Muchas de las cosas que hacía mi abuela se han perdido por descuido de nosotros. Mi mamá aprendió mucho de la abuela y mi mamá es blanca, pero mi mamá sabe la transformación de las plantas medicinales, sabe preparar los platos típicos del pueblo Inga, y ¿de quién lo aprendió?, de la abuela Ascensión. La abuela sí decía —Algún día que yo me muera, a ustedes les va a hacer falta—. Mi tía Filomena se parece mucho a mi abuela Ascensión, así calladita, pero usted siéntese a hablar con ella, eso es un amor, sabe historia, sabe medicina. “Cuando yo conseguí esposa, fue la primera que llegó a la casa a aconsejarme a mí, y me cogía de aquí, ‘tonto pisco’, me decía —No es conseguir mujer y después dejarla abandonada, no es conseguir mujer y hacerle hijos, tiene que pensar—, eso era consejo sobre consejo. Y sí, la abuela es un personaje para nosotros en San Miguel, porque el Resguardo está gracias a ellos y hoy estamos disfrutando de lo que ellos lucharon.

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Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

“De mi abuela yo tengo muchos recuerdos bonitos. Cuando ella venía a los espacios, nos decía —Lo que yo quiero para todos los nietos es que no peleen, ni por herencia, ni por nada, porque es un territorio que les vamos a dejar de por vida, ahí va a vivir la gente de generación en generación—, y eso lo estamos haciendo ahorita, como es un Resguardo. Y es verdad, el Resguardo San Miguel no fue que nos lo compraron, no, lo único que el Gobierno hizo fue titularlo, nada más, porque mi abuelo puso la tierra con los otros mayores que fueron llegando ahí. A mi abuela casi todo el mundo la quería, ella nunca estuvo en comentario de nadie, no. “Su única angustia fue con la entrada de la guerra, porque el Ejército llegó y tildó a la familia de que eran colaboradores de la guerrilla y luego la guerrilla tildó a mi abuelo de que eran colaboradores del Ejército; mi abuela lloraba por eso. Yo recuerdo que cuando llegaron, mi mamá fue a avisarle a mi abuelo, que estaba por allá trabajando, para que se quedara por allá, y mi abuela solo lloraba. “Luego comenzaron con el reclutamiento, llegaba la guerrilla, hacía reuniones en la escuela, en la misma comunidad, extorsionaban a la comunidad, le decían al gobernador, que para esos tiempos era mi papá, —Bueno, usted tiene que reunirme tantas gallinas, tantos plátanos y tantos pollos—. Mi abuela lloraba, el finado Miguel y todos los mayores también sufrían, cómo era eso que uno criara a los animales y ellos se los llevaran, y lo más triste es que esa gente era de la familia y así iban en moto pidiendo por los resguardos. “La huerta de la abuela era encerrada en chonta. Hoy en día nos da pereza hacer así, eso era balde aquí, balde allá, un corredor grande, tenía matas, cuyes, gallinas, era una señora que cultivaba; la abuela era una cosa tan bonita, era muy dedicada a su hogar, al campo. Entonces mi abuela, cuando les mandaron a llevar sus productos al puerto para dárselos a la guerrilla, a ella le parecía muy injusto. Don Miguel, don Carlos Jacanamijoy, todos esos mayores admirados de esa situación. Yo pienso que ellos de pronto la guerra no la sintieron tan atroz, por tener esa manera propia de comunicarse, a través de la lengua y la medicina. Así resistieron y así han resistido la guerra. “En San Miguel ahora hay un pensamiento muy diferente, ya usted va y habla con un líder que de pronto no ha tenido capacitación, conversación con los abuelos, es un líder diferente, es un líder que lleva las cosas por otro lado. Los mayores insistían mucho en no sembrar coca en los resguardos, pero se murieron ellos y eso se llenó de coca. También hemos sufrido por la entrada de los campesinos que atropellaban los cuidados que nosotros tenemos con la naturaleza. “Eso era algo en lo que la abuela nos insistía, decía —Ustedes siempre tienen que proteger el territorio, porque si ustedes no lo cuidan, van a desaparecer—. Uno en ese momento como no cree, ¡claro! De pronto, físicamente no vamos a desaparecer, pero culturalmente sí, estamos desapareciendo.”

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SEMILLEROS DE MEMORIA Y RESISTENCIA


Hoy, las nuevas generaciones buscan el reencuentro con su propio mundo espiritual, su territorio, su memoria, su música. Resistiendo siempre ante el conflicto y la guerra, para la pervivencia, la no repetición y como rechazo al Olvido. Desde el eje de la espiritualidad y la medicina tradicional, las mamas buscan nuevos emprendimientos que ayuden a fortalecer a las futuras generaciones.

DEFENSORAS Y DEFENSORES DE LA MEMORIA Y LA RESISTENCIA DEL TERRITORIO Y LA CULTURA

Dentro del contexto en el cual trabajamos, la palabra defensa siempre nos lleva a pensar en acciones para la protección o salvaguardar ante un peligro latente o eminente. Muchas veces, nuestras reacciones suelen pensarse lo más cercano a nosotros y nuestro entorno. No obstante, cuando hablamos del territorio y las amenazas que sobre él se vislumbran, nuestras acciones y pensamientos sobre su defensa suelen adquirir una dimensión multifactorial y compleja; los interpretamos o relacionamos en función de nuestros propios contextos o circunstancias, de tal manera que podemos reaccionar desde lo local hasta lo global, según los contextos. El Semillero, conformado por niños, jóvenes, líderes y docentes, haciendo eco del legado y de la memoria de los mayores y mayoras sabias, seguimos tejiendo y emprendiendo los procesos organizativos, culturales, territoriales, educativos y comunicativos, hilando cada vez más la unidad, la resistencia de ser un pueblo que lucha por la pervivencia física y cultural.

Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

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MEMORIA Y RESISTENCIA ANCESTRAL


Foto: archivo Institución Educativa Yachaikury

En conclusión, como hemos podido constatar a lo largo y profundo de este recorrido, no podemos hablar de memoria sin hablar de resistencia. Hemos resistido desde hace siglos a la violencia, desde la expansión colonizadora, la explotación cauchera de la selva amazónica y las “disputas territoriales por parte de los grupos armados en la región donde nos encontramos, hombres y mujeres de la mano de los taitas y mamas, conocedores espirituales de la vida y el territorio” (Conmemoración en la Institución Educativa Yachaikury). Hemos cultivado en niños y niñas las tradiciones culturales y ancestrales como una forma de resistencia pacífica a la guerra en el marco de nuestro plan de vida. La construcción de memorias sobre la guerra —y en particular de las memorias de aquellos hechos violentos de intimidación, coacción y agresión sobre las personas y el territorio—, nos ha obligado a considerar dos tipos de tensiones: la que se establece entre lo público y lo privado, y la que resulta de la inclinación o refugio en el silencio y las demandas que provienen del ámbito del derecho y el trabajo de la memoria. La pérdida histórica de las tierras y tradiciones ancestrales por la colonización campesina que impulsó la explotación de la quina y el caucho, y las disputas bélicas que dejó el conflicto armado entre la guerrilla de las Farc y el Bloque Cen-

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Memoria y resistencia en el marco del conflicto. Pueblo Inga departamento del Caquetá

tral Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), nos ha obligado a trabajar durante muchos años en la protección de nuestros saberes ancestrales y culturales como una forma de resistencia. Desde entonces, buscamos que los niños y niñas de las comunidades vuelvan a reconocer las tradiciones que desde hace siglos han hecho parte de la vida espiritual y organizativa del pueblo Inga. Abordar estos temas de manera conjunta resulta necesario y pertinente en la actual coyuntura política del país, como hechos visibles y aportes a la comisión de la verdad. Por ello, este proyecto sobre memoria y resistencia del pueblo Inga del Caquetá, que se entreteje con el apoyo de la ONG Ambero, GIZ y la Institución Educativa Yachaikury de la Asociación Tandachiridu Inganokuna, para organizar una exposición museográfica que dé cuenta del valor de nuestro pueblo y la memoria en escenarios de conflicto, resulta tan significativo para nosotros. Recordar las voces y los pasos de quienes defendieron desde tiempos ancestrales la vida, incluso con su propia vida, nos moviliza en forma de arte, cultura y educación. Los primeros pasos los dimos en 2018, en un proceso de articulación con el Centro Nacional de Memoria Histórica, con la misma insistencia de querer visibilizar la memoria y la resistencia del legado de los abuelos, abuelas, lideresas y líderes invisibilizados por muchos años de guerra. El 30 de agosto de 2018, el colegio indígena Yachaikury, ubicado en el resguardo de Yurayaco, se convirtió en el lugar para conmemorar la vida y la resistencia de los líderes y lideresas que han garantizado la supervivencia del pueblo Inga en el territorio. Con la participación y colaboración del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y los niños y niñas de la Institución Educativa Yachaikury, la conmemoración se convirtió en un homenaje a la vida, la sabiduría y el poder del pueblo Inga. Las tradiciones ancestrales fueron el eje de la conmemoración, pues para pervivir en el tiempo y el espacio no se pueden olvidar las raíces y la memoria de nuestros taitas y mamas. (CNMH). Este año, quisimos seguir insistiendo, sobre todo porque en tiempos de guerra es urgente recoger las memorias para que no se repita lo sucedido. Esta vez, en medio de la crisis ocasionada por el COVID-19, quisimos hacer énfasis en el legado de nuestros mayores, que han luchado en el silencio por la protección del territorio, la medicina y la educación, a través de una exposición museográfica realizada con el apoyo y la participación de GIZ, Ambero, la Institución Educativa Yachaikury y la Asociación Tandachiridu Inganokuna. Estos pasos reseñados son solo parte de un sueño urgente: la necesidad de fortalecer un lugar de memoria histórica para el pueblo Inga en la Institución 71


Educativa Yachaikury, de la Asociación Tandachiridu Ingakuna, del Municipio de San José del Fragua departamento del Caquetá. Un espacio donde los niños y niñas puedan tener herramientas para el intercambio de pensamientos, para recrear saberes, experiencias, un espacio para trabajar en la reconstrucción de la memoria y aprender el legado de los ancestros. De igual forma, un espacio de aprendizaje para otras culturas que quieran saber sobre las historias de la región y personalidades indígenas que durante la historia resistieron a la colonización, violencia y evangelización. Por estas razones, los relatos de vida que pudimos reconstruir, junto a la experiencia de expresión artística, son un aporte al patrimonio cultural del pueblo Inga y de la nación, así como un eterno agradecimiento a la memoria de nuestros abuelos y abuelas: taita Apolinar Jacanamijoy, mama Mauricia Muchavisoy, taita Roberto Jacanamijoy, mama Natividad Mutumbajoy, taita Laureano Becerra, taita Peregrino Jacanamijoy, Carmelina Jojoa, mayor Agustín Mutumbajoy, mama Ascensión Jacanamijoy, taita Crisanto Jacanamijoy, mama Concepción Mojomboy, mama Eusebia Yanangona y mama María Luisa Jojoa.

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NUKANCHIPA ALPA IUIAITERRITORIO Y COSMOVISIÓN Proyectos

Chagra Memoria histórica y los significados de nuestro territorio

EJE LENGUAJES Y SIGNIFICADOS Proyectos

Nuestro idioma Inga, otros idiomas y lenguajes propios y apropiados por nuestra cultura : castellano, inglés, francés entre otros Pensamiento matemático Arte y tecnología

EJE ORGANIZACIÓN SOCIAL Proyectos Ley de Origen, Justicia Propia y Legislación Indigena Memoria histórica del pueblo Inga y su relación con otras historias Proyecros socialmente productivos

EJE ESPIRITUALIDAD Y MEDICINA ANCESTRAL INGA Proyectos Espiritualidad y medicina de manejo exclusivo de los médicos tradicionales: -sinchikuna, lachagkuna Espiritualidad y medicina de manejo cotidiano en el mundo Inga


“ Para pervivir en el tiempo y en el espacio, no se pueden olvidar las raíces de resistencia ni la memoria de nuestros taitas y mamas ”

Realizado con el apoyo y acompañamiento de :


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