En Argentina no celebramos oficialmente Halloween. Hay un prejuicio alrededor de esta celebración que tiene que ver, por un lado, con que muchos la asocian a los Estados Unidos, y por otro, sobre todo el sector cristiano, de que es una festividad de adoración al mal y por ende, del diablo. Ni uno ni lo otro, Halloween proviene de la abreviatura All Hallow’s eve asociada a la Víspera del día de todos los Santos, una fecha importante que como tantas otras (incluida la famosa Navidad) el catolicismo se apropió de las viejas costumbres paganas de los celtas que tributaban a sus muertos la noche de Samhain. Dicha noche era tomada por ellos como el final de un ciclo (algo parecido a nuestro 31 de diciembre) la diferencia sustancial es que su calendario estaba intrínsecamente basado en las estaciones naturales. Por eso en el hemisferio norte, de donde provienen los celtas, el 31 de octubre cae en el apogeo otoñal, momento en donde las hojas están marchitas, los días se acortan y la muerte, tanto de manera simbólica como literal, está más presente. En nuestra actualidad, Halloween es una festividad a la que solemos tributar las personas afines al género de terror. Afín a esta movida y a su pintoresca estética vestida de negro y naranja, quise compilar varios de mis microrrelatos escritos bajo el seudonimo Madame Espanto y compartirlos para dicha fecha. Acérquense a la bola de cristal de Madame Espanto y disfruten de las historias.
Microrrelatos por Victoria Marañón Rodríguez. www.victoriamaranonrodriguez.com
La secretaria Cumpleaños feliz La infusión Bailarina Surf El limonero La cueva Cementerio Las cintas Los gatos El grito La copa Bloody Mary Carne Después de medianoche Bella durmiente En el castillo La huella La peste La visión Teléfono móvil El bosque El árbol luminoso Biblioteca prohibida El libro de cuero El teatro
Ella
La secretaria Revisaba la biblioteca con sumo interés, no estaba segura de estar autorizada a husmear entre aquellos libros cubiertos de moho; su jefe podría entrar en cualquier momento y si bien llevaba trabajando para él los últimos seis años, quería evitar los conflictos innecesarios. Una portada con terminaciones en dorado, en apariencia antigua, le llamó profundamente la atención, tanto que olvidó sus propios límites y tomó el libro. Al abrirlo unas fotografías en blanco y negro cayeron a la alfombra persa que decoraba la habitación. Cuando las vio no contuvo las náuseas. Extrañas partes del cuerpo humano formaban parte de un nauseabundo collage en el que su propio jefe sonreía extasiado, posando sin ropa sobre ellas. La puerta se abrió de golpe, él la vio temblando mientras sostenía las fotografías. Era una verdadera pena, hasta entonces había sido una secretaria realmente aplicada ¿en dónde encontraría otra igual?
Cumpleaños feliz Sólo había un regalo de cumpleaños que anhelaba y su familia lo sabía a la perfección. La despertaron con el desayuno en la cama. Cuando bajó las escaleras la sala de estar estaba atestada de globos violetas, su color favorito y también su nombre. Una torta de dos pisos con diecisiete velitas ardían mientras entonaban el Feliz cumpleaños con ganas. Intentó esbozar una sonrisa pero no pudo contener las lágrimas que patinaban por sus mejillas, la angustia contenida en el pecho, las ganas de gritar. Apagó las velitas, entonces su mamá le entregó una caja envuelta en papel de regalo con un moño en la tapa. Con las manos temblorosas abrió el paquete y sonrió. De verdad, no tuvo que fingir; la cabeza de su victimario la miraba desde sus cuencas vacías. No volvería a ponerle un dedo encima, ni a ella, ni a nadie más. Nunca más. El mejor cumpleaños de su vida.
La infusión Conocía las consecuencias perfectamente, no era la primera vez y lejos quedó, muy atrás, la jovencita ingenua con ganas de cambiar el mundo. Sus infusiones son archiconocidas en la tienda, estaban entre los productos más vendidos. Venus sabía que podía transferir su propio mundo emocional a su trabajo. Aquella vez tan accidentada había sido causa del estrés de su última relación de pareja. La rabia reprimida, los resentimientos callados, el silencio pasivo agresivo, convirtieron a los clientes que probaron sus brebajes, en bestias salvajes violentas destruyendo todo a su paso. No podía volver a cometer ese error. Llamó a su hermana mayor comunicando que se tomaría el día para exorcizar sus enojos. Lejos de ofenderse, su hermana comprendió los motivos; ninguna quería gente desquiciada escupiendo espuma por la boca, dando dentelladas y hablando en lenguas muertas. Los demonios pueden ser tan reactivos.
Bailarina Las calles porteñas desoladas eran el escenario idóneo para sus fotografías. Quería ganar el primer premio del certamen. Sabía exactamente qué quería; la iglesia de la calle Perón en el barrio de Balvanera. Su arquitectura gótica era imponente. Enfocó su objetivo y disparó, entonces la vio salir por la puerta principal mientras bailaba en lugar de caminar. Llevaba puesto un catsuit oscuro con estrellas bordadas en plata, el pelo largo recogido en una coleta y un sombrero tanguero negro. La siguió calle abajo con la cámara preparada. Un disparo aquí, otro allá, esa voltereta se ve estupenda. Tenía suficiente material para seleccionar una que le daría la victoria. Se detuvo bajo la farola para ver las fotografías en el visor de la cámara; ella no salía en ninguna. No se dio cuenta hasta que la tuvo enfrente, la mirada felina puesta en él sin un solo parpadeo. Sus labios rojos se entreabrieron dejando ver los colmillos blancos sedientos de sangre. Ya nunca ganaría ese concurso ni ningún otro.
Surf Vic estaba listo para surfear un poco antes de que se desatara la tormenta. Sus amigos habían bebido mucho la noche anterior y se quedaron durmiendo en el hotel. Había unas pocas familias a lo lejos y algún que otro transeúnte que caminaba por la orilla. Tomó su tabla y encaró hacia el mar. El agua estaba fría lo cual facilitó su tarea, cuando llegó la primera ola disfrutó la adrenalina. Podía estar así durante horas, jamás se había sentido feliz, no había nada más en el mundo que él, su tabla y el mar. A lo lejos resonó un trueno, el cielo estaba oscuro y las pocas personas levantaron campamento buscando la protección de un techo. Vic quería intentar una vez más, se prometió así mismo que solo sería una vez más. Y cumplió. Cuando montó la ola, el mar que ya estaba embravecido le ganó la partida, el muchacho cayó golpeando la cabeza con la punta. Un hilo de sangre tiñó el agua salada sirviendo de invitación a la sirena más próxima que sólo se hallaba a unos pocos kilómetros. Cegada por el aroma, la bestia nadó con furia en contra del oleaje, divisó a su tierna presa y con un movimiento brusco le buscó la boca para darle oxígeno. Vic abrió los ojos aunque no estaba consciente de la situación. La sirena le clavó sus afilados dientes en la carótida arrancando un pedazo de carne que masticó con deleite. Los surfistas jóvenes sabían mucho mejor si estaban vivos.
El limonero Cavaba con una voluntad férrea decidida a dejar el jardín en condiciones. Había heredado la casa de su abuela y si bien su amigo albañil le ayudaría a reformarla, de la parte botánica quería encargarse personalmente. Con una manguera mojó la tierra para ablandarla y luego empleó la pala; quería plantar un limonero. Los limones le recordaban al verano, su estación favorita, a su abuela que le preparaba limonada fresca en las tardes calurosas, a la parte de su niñez feliz. La pala chocó contra algo duro, parecía un cajón de madera tallada. Con delicadeza lo limpió para observar mejor, lo abrió con sumo cuidado y sin querer aspiró el polvo verdoso que tenía dentro. Sintió como sus vías respiratorias ardían, sus pulmones estallaron dentro de la caja torácica, la lengua negra de costado fuera de la boca. Una muerte atroz, dolorosa, solitaria. Las autoridades catalogaron la causa como incierta después de que su amigo encontrara el cuerpo. Pero no fue lo único que halló revisando el inmueble; la abuela le había dejado una carta explicando sobre la maldición escondida en el jardín que incluía un mapa al mejor estilo búsqueda del tesoro. Si tan sólo hubiera prestado más atención a los papeles...
La cueva La cueva. Las huellas en la nieve eran extrañas. El joven cazador las siguió a través del bosque congelado cuando llegó a lo que parecía ser la entrada de una cueva. Respiró profundo y afiló sus sentidos. Revisó el arma y sus respectivas municiones, entonces entró con decisión. El lugar estaba en penumbras pero él podía ver en la oscuridad, siempre lo hacía. Podía ver los corazones oscuros de las personas, podía ver las figuras que viven agazapadas en el fondo del armario o debajo de la cama. Era herencia de sus antepasados. Todo tipo de historias giraban alrededor de su familia. No hay instrumento más poderoso que la sangre. La criatura caminó frente a él, que ya lo tenía en la mirilla de su escopeta y disparó. Gotitas de un líquido espeso y blancuzco quedaron diseminadas por el lugar. Tomó el cuerpo peludo y lo arrastró al exterior. Había matado al Yeti. Gran valor ¿cuánto le daría el gobierno por algo así?
Cementerio Estaba poniendo su vida en peligro por una estúpida apuesta. El cielo del atardecer parecía salido de una pintura. La puerta principal ya estaba cerrada y el guardia de seguridad probablemente leía dentro de la garita. Ellos ingresaron por uno de los angostos pasillos del cementerio municipal, las tumbas derruidas desatendidas daban un aspecto abandonado, algunas, incluso, habían sido víctimas de la maleza. Su amigo le hizo señas para que se apurara, debía robar una cruz de una lápida específica. Debían darse prisa antes de que la oscuridad llegase primero. No podían usar luces para no alertar al guardia. Al aproximarse a la tumba señalada, ambos jóvenes se detuvieron cruzando una mirada cargada de incertidumbre; un hombre de la tercera edad estaba parado al lado de la cruz a robar, como si los estuviera esperando. Los amigos dieron dos pasos hacia atrás y salieron corriendo del cementerio. Nunca supieron si el señor estaba vivo o muerto.
Las cintas Encontró las viejas cintas de su tío en el cuarto cerrado con llave. Desde que había muerto hace solo dos semanas atrás se ocupaba de revisar sus pertenencias, dividiendo aquellas que irían a la basura o a beneficencia. El reproductor emitió un extraño sonido al principio que logró resolver sin mayor conflicto. La voz asustada de su tío carraspeó expresando miedo. Ellos lo estaban buscando y pronto se lo iban a llevar fingiendo su muerte. Lo habían visitado tiempo atrás, una noche de luna nueva cuando él terminaba de ordenar sus cosas en la terraza. Luces en el cielo habían aparecido de la nada acompañadas por extrañas voces que mencionan su nombre. Pensó que estaba loco, que eran los efectos secundarios de los fármacos que tomaba para poder dormir. Las causas de la muerte no estaban esclarecidas cuando el sonido de su teléfono móvil irrumpió en sus pensamientos. Eran del cementerio, la tumba de su tío había sido profanada y el cuerpo de su tío se encontraba desaparecido.
Los gatos Abrió los ojos y se incorporó en la cama, sus viejos huesos crujieron. Afuera se oyeron ruidos que no logró identificar. Se levantó con dolor y caminó hacía la ventana. Un miedo visceral le encogió el corazón, la desesperación le causó palpitaciones. Más de una decena de gatos la miraban fijamente mientras gruñía. Identificó a cada uno de ellos: el de la oreja cortada, el tuerto, el de la pata quemada...todos asesinados. Los odiaba. Esa noche sería ella quien probaría el veneno.
El grito Habían sido advertidas en el pueblo cuando compraron provisiones en el almacén. La casa era preciosa, una joya rodeada de verde, árboles y flores. Lo que iba a hacer un fin de semana largo para relajarse de la vida citadina, se convirtió en unos días de angustia y terror. Por las noches oyeron un grito desgarrador. Amanecieron enfermas y descompuestas, hasta que el último día una murió. Tarde se enteraron de la leyenda de la banshee que merodeaba por el lugar. Seres que anteceden a la muerte.
La copa El piso de madera crujió bajo su peso cuando avanzaron por el largo pasillo hasta el dormitorio más pequeño. El mismo estaba desprovisto de muebles por lo que colocaron un mantel de lino blanco sobre el suelo. Se sentaron enfrentadas mientras desplegaba las letras del abecedario en círculo. Dejaron la copa para lo último, dada vuelta, justo en el centro. Con las palmas hacia arriba, reposando al costado del cuerpo, conjuraron al pasado. Tiempo atrás, entre esas paredes, la tragedia azotó la vida de sus habitantes. Dos niños pequeños perdieron la vida en circunstancias nada esclarecedoras. Desde entonces hay quienes dicen que sus fantasmas moran por la vivienda buscando paz. Las jóvenes quieren ayudar, una es médium, la llave que puede abrir la puerta que separa una dimensión de la otra. Tras un rato de aparente calma el silencio se quiebra y la copa se mueve. P. A. Z. La médium se agarra la garganta con desesperación; no puede respirar. Una fuerza invisible a los ojos necios, la levanta del suelo. Golpea contra el techo y un par de vigas podridas se desprenden. Golpea contra el piso y encuentra su fin. La copa estalla y la otra muchacha huye del lugar. Los fantasmas solo quieren paz.
Bloody Mary Frente al espejo encendió la vela roja y apagó las luces del cuarto de baño. Cerró la puerta y pronunció en voz alta: Bloody Mary...Bloody Mary...Bloody Mary. Quedó en silencio mientras aguardaba alguna señal, pero nada ocurrió así que prendió las luces, se lavó los dientes y se acostó a dormir, dejando la vela sobre el mueble del dormitorio, alejando cualquier objeto potencialmente inflamable. Antes de cerrar los ojos pensó en Blood Mary y su triste leyenda. En uno de sus sueños, Bloody Mary apareció de frente y le preguntó qué quería, para qué la llamaba. Le respondió que necesitaba creer en algo o en alguien, tenía una crisis de fé, había probado con varias deidades, pero ninguno acudió a su llamado. Bloody Mary le dijo que no debería perturbar a las entidades por un simple capricho, ya que el castigo sería consecuente. A la mañana siguiente, la vela roja se había consumido y ella seguía con su vacío existencial, dudando sobre la veracidad de su sueño. Así vivió el resto de su vida; escéptica, amargada, infeliz. Antes de morir de vejez supo que Bloody Mary tenía razón; el precio por no creer en nada era la propia indiferencia absoluta de los dioses. Una persona sin fé era una cáscara vacía. Cuando murió no sintió nada y se sintió decepcionada incluso en la muerte, quien también mostró apatía con ella.
Carne Eran cerca de las nueve de la noche, le faltaban algunos kilómetros para llegar a su casa apartada de la urbe. Había acordado con su esposa que hoy se ocupaba él de la cena cuando lo vio tirado sobre el carril derecho. El auto había quedado dado vuelta con los vidrios reventados. Nadie a la vista. En invierno la calle era muy poco transitada. La idea simplemente apareció como un pensamiento recurrente. Se acercó al cuerpo todavía tibio, no podía aseverar si estaba muerto o no. Lo cargó hasta el baúl de su auto y partió directo a su casa. La esposa llegó cerca de las once, él la recibió con la mesa bien puesta; sería la mejor carne que hubiera probado en sus cuarenta y siete años de vida.
Después de medianoche Los enanitos de jardín estaban desplegados a lo largo de la terraza y en cada escalón de la escalera de cemento que conducía a la planta baja. El patio delantero tenía macetas de varios tamaños y colores. Los transeúntes miraban curiosos las figuras de cerámica cuando pasaban frente a la vivienda. La calle era concurrida durante el día gracias a las fábricas ubicadas a una cuadra. Durante la noche el barrio era muy tranquilo, demasiado tranquilo...nadie se animaba a caminar frente a la casa de los enanitos de jardín después de medianoche. Cuentan los vecinos que los pocos atrevidos han muerto en circunstancias bastante particulares.
Bella durmiente La bella durmiente aspiró la energía vital del falso príncipe mientras la piel de este se demacraba conforme pasaban los segundos. Sólo el polvo de sus huesos quedó disperso en el amplio dormitorio conformado por la cama con dossier, el gran ventanal gótico y la rueca embrujada que había dado paso a la eterna maldición. El final feliz era un invento de los románticos que no toleraban las repeticiones del destino.
En el castillo Atardecer desierto en el castillo, la solitaria vampiresa flota entre sus muros fríos con grandes ventanales adornados con las cortinas de terciopelo corroídas por las ratas. Espera, aguarda a su próxima presa. ¿Quién será esta vez? ¿Algún viajero extraviado? ¿Algún explorador curioso? Mujer, hombre, no binarie, da igual. Sólo quiere probar el ácido gusto de la sangre antes de que se enfríe con la tortuosa muerte. Ha perdido la noción del tiempo, no sabe cuándo fue la última vez que se alimentó. En la penumbra del gran salón de fiestas cuelga una araña, testigo de un pasado suntuoso casi extinto. Ella luce sus mejores ropas que le dan color a la palidez de su tez tan clara. Oye a lo lejos el ruido de un motor y su instinto asesino se acomoda para cazar. Espera ansiosa, frente a la puerta principal. Suenan los pasos del extraño en el camino de piedras, luego el repicar en las escaleras para coronar tan extasiado momento con el crujir de la madera en la entrada. Está empujando la pesada puerta con fuerza. El corazón de la víctima late estridente. Abre sus brazos para entregarse al orgásmico encuentro. Un dolor desconocido atraviesa su pecho y mira, desconcertada, a la extraña humana que le ha clavado una estaca en el corazón. Su cuerpo inerte se va consumiendo mientras se convierte en polvo. Antes de desaparecer alcanza a ver la sonrisa bobalicona de la cazadora.
La huella Escapando de su captor en el medio de un frondoso bosque bebió agua de lo que parecía ser la huella de un animal. Llevaba días sin comer, sus menudos huesos se entumecen pidiendo a gritos un descanso profundo. El cielo rojizo anuncia el final de la luz solar y como puede se esconde en un tronco hueco hasta ser vencida por el sueño. Despierta abruptamente por los crujidos de las ramas y aspira el aroma a colonia berreta propia del secuestrador. Aunque lograse sobrevivir jamás podría extirpar de su memoria ese olor repulsivo. Se le eriza la piel cuando lo tiene muy cerca y sin poder dominar la furia que le hace bullir la sangre, sale de su escondite gritando con rabia. El secuestrador le apunta con un arma de fuego mientras la observa con sus ojos muertos, la luna llena brilla en lo alto del firmamento y las convulsiones sacuden su cuerpo. Su piel tersa y suave se cubre por una fina capa de vello grisáceo. Sus ojos color almendra se tornan amarillos. Sus orejas crecen como el resto de sus extremidades. Sus dedos se alargan hasta convertirse en garras. El cazador cazado se orina en los pantalones cuando la bestia alcanza los dos metros de altura. La licántropa devora a su opresor con ahínco, ya encontrará algo más rico para sacarse el gusto de esa colonia barata.
La peste Las calles de Orlok estaban vacías, la peste había arrasado con gran parte de la población. Los pocos sobrevivientes que contaban con movilidad propia huyeron despavoridos hacia aldeas vecinas en busca de un futuro mejor. Un par de niños hambrientos, abandonados a su suerte, dormían en el ático de la capilla. Ya habían sido alcanzados por la enfermedad. En sus rosadas pieles los callos característicos comenzaron a asomar. Una figura masculina, alta, muy delgada, vestida de negro caminaba por el lugar cuando olió en el aire putrefacto el aroma de los infantes. Avanzó con cautela a través de las paredes de la casa del Señor para abrazar con dulzura las vidas de las criaturas que no volverían a despertar.
La visión Se despertó empapada en sudor. Desde el día del accidente automovilístico que no dormía bien. Todas las noches tenía pesadillas recurrentes y la doctora le había explicado que era normal, parte del shock post traumático. A pesar de que le habían recetado ansiolíticos para descansar mejor, lejos de ayudarle, sólo le generaban más ansiedad, pues se sentía en la obligación de que funcionaran. Como si pudiera controlar sus nervios. Los sueños consistían en un robo a mano armada dentro de su casa, su marido era asesinado y ella caminaba por la sala de estar en donde encontraba el cuerpo inerte en un charco de sangre. Ella temía por él, como si ese sueño fuese una advertencia, como si fuese hacerse realidad. Oyó ruidos en el patio del fondo de su casa y como no vio a su esposo en la cama, se levantó y con los pies descalzos, en penumbras, se dirigió hacía la parte posterior de la vivienda. Su marido se encontraba de pie en la cocina con un cuchillo para cortar carne en la mano. Le sonrió y le pidió perdón, pero necesitaba cobrar el seguro. Antes de que pudiese reaccionar ante la información, le clavó el arma blanca en el pecho y de la herida, la sangre brotó como agua de manantial. Perdió rápidamente las fuerzas y cayó en la sala de estar en medio de un charco. Los sueños premonitorios no siempre son exactos.
Teléfono móvil El teléfono móvil táctil sonó y en la pantalla del mismo apareció la imagen de un hombre desagradable. El dueño del aparato se asustó primero y después reculó pensando que lo estaban hackeando, entonces apagó el móvil y buscó a un compañero de oficina para que lo ayude. Tras explicarle la situación, el compañero encendió el móvil y tras revisar el dispositivo no encontró ninguna aplicación o programa raro que confirmase la teoría del hackeo. Una voz de ultratumba los saludó a sus espaldas y ambos empleados giraron al mismo tiempo para abrir la boca de asombro. El extraño hombre del móvil, una figura que parecía estar hecha de sombras, los observaba con ojos vacíos. Los oficinistas no tuvieron tiempo a reaccionar ya que la figura desapareció ante sus impactadas miradas. No volvió a sonar el móvil, ni volvió a aparecer el ser, pero ambos hombres comenzaron a rezar todos los días, cada uno en una doctrina de fe distinta. Es increíble lo que logra una aparición sobrenatural.
El bosque Las crujientes ramas desmembraban a los jóvenes caminantes que se habían alejado del campamento. Sus troncos eran una extraña mezcla compuesta de madera, piel, huesos y sangre. Sus verdes hojas eran puro camuflaje para no ahuyentar a sus potenciales presas. Las aves volaban lejos de allí, ni las hormigas se animaban a pasar cerca de esa zona del bosque. Habían sobrevivido en el anonimato durante siglos alejados de los ojos de la civilización humana. No permitirían que los descubrieran. Árboles carnívoros serían toda una sensación.
El árbol luminoso La niña observó el árbol iluminado. Ella podía verlas, había nacido con el don. Los demás la trataban de rara. En cierto caso sí lo era, pero no de forma inferior sino por el contrario, tenía una habilidad que la mayoría no posee. Cuando las veía eventos trágicos ocurrían a su alrededor. Se solía decir que eran puras travesuras. La niña sabía que era mucho más peligroso. Mientras observaba sus minúsculas alas transparentes iluminarse oyó un grito desgarrador de su tía en el interior de la casa. La pobre había resbalado en el piso de cerámica y se había roto la cadera. Ella sabía que eran las hadas, siempre vengativas. No le habían perdonado a la tía haber destruido la vieja fuente de agua en el jardín. Las hadas adoran bañarse allí.
Biblioteca prohibida A la biblioteca prohibida se entraba por un pasadizo oculto tras un librero. Los jueves por la noche, cuando las clases en la universidad finalizaban, los estudiantes que conformaban la sociedad secreta atravesaban el gran salón para aventurarse en los libros clandestinos. Extraños rituales se daban cita en la oscuridad del salón velado. Cuando un alumno fue brutalmente asesinado, rumores al respecto no se hicieron esperar y cayeron uno por uno, todos los integrantes ante las autoridades. Los acusados, a través de sus representantes legales, negaron los cargos. Finalmente, la Justicia los liberó por falta de pruebas, pero sus reputaciones no se recuperaron más, teniendo que huir del país. Nadie imagina que el asesino fue un estudiante resentido. Nadie sabe siquiera de su existencia. Los prejuicios ganaron la partida una vez más. Lo tabú, lo misterioso, alimenta las fantasías morbosas de los mediocres.
El libro de cuero Iba a la biblioteca todas las semanas. Como no tenía amigos, pasaba los fines de semana devorando un libro tras otro. Pocos ejemplares le quedaban sin descubrir. Había cierto libro de cuero color bordo, que nunca estaba disponible, hasta que un día la bibliotecaria le avisó que podía retirarlo y sin dudar, aceptó. Cuando abrió, el aroma de sus hojas amarillentas, la embargó. Amaba el olor de los libros viejos. Pronto se vio absorbida por la extrañeza de su prosa anónima. La misma parecía escrita a mano con tinta y los relatos impresos parecían narrar situaciones oníricas sin ningún tipo de coherencia. La incertidumbre dio paso al miedo, cerrando el libro, como si esa simple acción terminará el hecho de que ahora su mente comenzaba a desvariar sin poder distinguir entre ficción y realidad. Los delirios febriles que había leído se hacían carne frente a ella. La realidad entera sucumbía a un caos surrealista que la volvió completamente loca.
El teatro El teatro había estado cerrado durante un año por culpa de la pandemia. No habían logrado conseguir los filtros requeridos para el aire acondicionado y por ende no habían pasado la inspección para obtener la habilitación. Tras mover algunos hilos, lograron reunir el dinero y ajustar lo pedido. No quería entrar solo, conocía la leyenda del lugar y su macabra historia. Décadas atrás una joven actriz había perdido la vida en el escenario y desde entonces se le aparecía a los técnicos solitarios. Se decía que la muerte había ocurrido a causa de un descuido de uno de estos que no había cumplido su función con responsabilidad. Tuvo que hacerlo. Tuvo que entrar, el resto de sus colegas tardarían en llegar. La sala estaba a oscuras así que lo primero que hizo fue dirigirse a la caja de fusibles y levantar las térmicas, incluso iluminó el escenario que tenía lo que parecía ser visto desde lejos, un vestido oscuro tirado. Se dirigió entonces hacía él para levantar dicha prenda y ordenar el espacio cuando ocurrió: el supuesto vestido negro se levantó como un manto sobre las tablas tomando la forma de una figura femenina. El técnico soltó un grito y por inercia dio pasos hacia atrás sin calcular que se encontraba el foso de orquesta. Cayó y se quebró el cuello en el acto. Cuando sus compañeros lo encontraron después de varias horas, la expresión facial mostraba los últimos segundos de horror vividos. Nadie más se quedó solo trabajando en el teatro. La leyenda era real.
Ella Los ojos amarillos la miraban fijamente. Cuando abrió la boca mostró sus colmillos afilados y una lengua bifida de color morado.Su piel estaba cubierta por una fina y consistente capa de pelo pardo. Las uñas de sus manos eran garras dispuestas a desmembrar a cualquier enemigo. Se había convertido en una verdadera depredadora. Toda su vida detrás de una máscara de sumisión, a la sombra de los demás. Hoy, por fin, el momento anhelado había llegado. Ya nada ni nadie se meterían con ella. Gruñó frente al espejo y se sintió orgullosa de sí misma por vez primera. Estaba lista para salir al mundo y atacar.